Peace could be an option

Capítulo 71


Cuando Abby le comentó a Erik que ese año no pensaba perderse por nada el Stampede en Calgary, él había asumido que se trataba de una feria con juegos y algún espectáculo de rodeo, por lo que no vio motivo para negarse, pese a que tenían una bebé de menos de un año con ellos. El año anterior había escuchado en su trabajo sobre el evento y le pareció curioso lo mucho que la gente se emocionaba por asistir a alguno de los diez días que duraba, lo que nadie le comentó era lo masivo del festival y los cerca de un millón de asistentes que solía tener cada año.

El desfile inaugural fue algo llamativo, sobre todo por los gaiteros escoceses y caballos. Pero sin dudas lo que se llevó el premio ese año fue la presencia de los hijos de la Reina Elizabeth del Reino Unido, Charles y Andrew. Erik supuso que tenía algo de sentido considerando que Canadá formaba parte de la Commonwealth, sin embargo, por más que trataba de encontrarle lógica, ver a dos príncipes europeos en un carruaje atendiendo un festival de rodeos en otro continente le resultaba simplemente extraño.

Edie se emocionó bastante cuando llegaron a una zona donde se mostraban animales y logró divisar a la familia del vecino, mostrando los mejores ejemplares de su ganado y alimentando no muy lejos a sus caballos. Las tierras que rodeaban la casa que compraron habían sido vendidas años antes para dedicarlas a la agricultura, pero los dueños siempre trataban de formar una relación amistosa con quien estuviera habitando la casa para evitar problemas y parte de eso lo conseguían ofreciendo paseos a caballo, cosa que encantó a Edie.

―Voy a ir con Edie para ver a Carnival, lo han puesto todo bonito ―dijo Abby, mencionando al caballo que su hija adoraba y que ya en más de una ocasión había tratado de convencerlos para tratar de comprarlo―. Si no nos encontramos en una hora podemos reunirnos en el estacionamiento ―agregó, entregándole a la bebé que llevaba en brazos y dándole un beso en la frente.

―¿Y tú a dónde planeas ir? ―preguntó Erik al ver a su esposa e hija mayor alejarse.

―Ni idea, el fin de semana voy a venir con un grupo de la escuela ―respondió Darryl―. Iba a decirte para subir a alguno de los juegos, pero no creo que Nina vaya a disfrutarlo ―comentó riendo un poco.

―Vamos a buscar algo de comida, o un juego adecuado para un bebé.

―¿Hay juegos para bebés de menos de un año?

―Tu madre los llevaba a cuestas a sus investigaciones, debe haber algo para divertir a un bebé.

―Yo creo que estábamos un poco más grandes ―opinó, recordando los parajes blancos y montañosos―. ¿Y si la escondemos? Cualquier cosa que ocurra los juegos son de metal.

―No ―respondió Erik tajante, aunque dejó escapar una risa―. ¿Y por mera curiosidad cómo planetarias ocultarla?

―La puedes poner debajo de tu ropa y fingir que te has dedicado a tomar cerveza luego del trabajo por los últimos quince años.

Nina interrumpió la conversación, dejando escapar una risa a la vez que extendía los brazos hacia el cielo en dirección a unos coloridos globos con forma de animales.

―Voy a comprarle la mariposa amarilla y de ahí podemos ir por unos hot-dogs o de repente unas colas de castor ―anunció Darryl, alejándose por unos momentos.

Erik asintió, convencido que el nombre de esos pasteles era horrendo. El balbuceo de su hija hizo que regresara la atención a la pequeña, observándola con una sonrisa. Al igual que toda la familia era poseedora de ojos azules y cabello castaño, sólo quedaba la interrogante de si en unos años mostraría algún poder mutante. Por cómo se habían dado las cosas quería apostar a que heredaría su don, tal y como su hermana mayor, pero existían otras posibilidades donde estaba incluido que creciera siendo una humana sin poderes. La idea no le repelía, era su hija y la amaría de cualquier manera, pero si era sincero consigo mismo, deseaba que fuera mutante también.

. .

La camioneta de Erik se encontraba estacionada en un punto alto que tenía una amplia vista al río y más importante aún, a la lejana carretera. Esa tarde, luego de acompañar a Edie al correo por un paquete, decidió que era un buen momento para retomar cierta actividad con su hija mayor. El don que compartían no tenía un espacio especial donde maximizarlo para practicar, como el de su esposa e hijo, pero con el paso de los años había logrado comprender que no requería de grandes demostraciones para transmitir su conocimiento.

―¿Y si malogro algo? ―preguntó Edie, insegura.

―Podemos caminar a casa, no estamos tan lejos. Pero no importa, no vas a hacerlo mal ―respondió él, moviendo la cabeza de forma ligera para indicarle que bajara de la camioneta―. No lo muevas como si fuera un solo objeto, toma control y has que avance ―indicó.

Edie asintió y se concentró, cerrando la puerta del copiloto con su don. Fijo la mirada en la camioneta y comenzó a moverla, forzando que las partes del vehículo comenzaran a funcionar como si estuviera encendido. Por momentos perdía el control y provocaba que su pobre padre se moviera con fuerza por el frenado en seco, pero Erik no se quejaba, sólo le pedía que continuara y que incluso acelerara más.

―Cuando tengas dominado esto quizás sea buena idea pedirle a tu madre que trate de enseñarnos a controlar las manos ―comentó él cerca de cumplirse la hora desde que había comenzado.

―No sé cómo lo hace, siento que si no usara los brazos no podría mover nada.

―Lo sé. Aunque aún necesita hacerlo cuando mueve grandes cantidades de agua o hielo, dice que es subconsciente, una forma de sentir que le permite presionar más su don ―explicó, viendo cómo Edie regresaba junto a él―. ¿Qué fue lo que ordenaste? ―preguntó, recordando el paquete pro el que fueron a la oficina de correos.

―Unos libros, salieron hace poco ―respondió, mostrando la caratula donde aparecía una pequeña criatura de forma humanoide vestida de azul con un sombrero de punta rojo.

―¿Gnomos? ―cuestionó Erik al ver el título.

―Son de fantasía, pero están escritos como si fueran libros de biología o partes de un diario ―explicó, bajando un poco la mirada―. Sé que estoy un poco mayor, pero…

―No tienen nada de malo, aunque me has dado una idea de cómo tratar de conseguir que tu hermano estudie ―comentó riendo un poco, quizás si disfrazaba los textos escolares como fantasía o novela su hijo estaría más inclinado a leerlos.

. .

―¡Mamá! ―llamó Darryl con fuerza desde la sala.

Abby tomó a Nina en los brazos y se dirigió con prisa a donde se encontraba su hijo, algo en el tono de su voz hizo que se preocupara. Era una tarde tranquila de fin de semana, no había motivo para que se sintiera algo de urgencia en su voz.

―¡Mira! ―indicó Darryl cuando vio a su madre entrar a la sala―. ¿Ese es Peter? ―cuestionó señalando la televisión.

Abby no conocía al muchacho, pero no pudo evitar tensarse cuando se percató que estaba viendo un noticiero donde informaban que por la participación del mutante se tendrían que reevaluar las reglas sobre quienes podían competir en diversos deportes. No podía creer que Peter hubiera tratado entrar a las pruebas que lo podrían clasificar para las olimpiadas, era iluso pensar que con su don de velocidad no fueran a descalificarlo.

―Se llama Peter Maximoff y el don es como lo que papá dijo.

―Vas a tener que pedirle a tu padre que te lo confirme, pero debe ser.

Abby pensaba en sentarse a ver el noticiero, convencida de que lo ideal era que Erik ni se enterara, pero sabía que sucedería y le arruinaría el ánimo por completo. Quizás debía llamar a Charles a ver si todo seguía bien y no se estaba avecinando una tormenta. Sin embargo, Mountie ladró con fuerza cuando el timbre de la casa sonó.

―Mountie ―llamó Darryl luego de dar un silbido―. Vas a espantar a la gente si sigues ladrando así ―lo reprendió al momento en que el perro llegó a su lado, dándole un par de palmadas en la espalda al ritmo en que movía la cola con ánimos.

Aún con su hija en brazos Abby fue a atender la puerta, el timbre había sonado nuevamente.

―¿Puedo ayudarte? ―preguntó al encontrarse con una mujer joven que jugaba nerviosamente con sus dedos.

―Busco a Erik ―dijo en un acento pronunciado que la delató de inmediato como extranjera, algo que se reforzaba más gracias a un pañuelo que cubría su cabello y una holgada falda larga.

Abby se extrañó ante la vestimenta de la muchacha, pensando por unos momentos que quizás se trataba de una Amish o Menonita. En Montana había algunas comunidades y supuso que como colindaba con el sur de Alberta no sería raro que estuvieran ahí también. Sin embargo, no comprendía por qué estaría buscando a su esposo.

―Erik Lehnsherr ―habló de improviso un hombre mayor del cual Abby no se había percatado ya que se mantuvo un poco más alejado.

La mención del apellido real de Erik provocó un escalofrío en ella. Dio un paso hacia atrás para acrecentar la distancia con el dúo de visitantes y estaba más que dispuesta a cerrar la puerta, sino hubiera sido por el hombre que de forma desesperada se adelantó para evitarlo. Abby sujetó a Nina con fuerza contra su pecho, lista para defenderse, pero no se encontró siendo agredida sino más bien sumamente confundida.

El hombre comenzó a hablar, de forma desesperada, un idioma que ella no comprendía. Mostrándole además un relicario con fotos de una pareja que no reconocía.

¡Abba! ―interrumpió la mujer, tratando de reconfortar al hombre.

Abby reconoció la palabra, la recordaba de cuando estuvo viviendo en Chicago, así llamaban algunos de los niños a sus padres cuando los recibían al llegar del trabajo.

―Erik ―insistió la mujer, tomando al hombre por los hombros―. Mi papá es el hermano de su padre.

―¿Su tío? ―Abby no comprendía qué estaba ocurriendo, hasta donde tenía entendido toda la familia de Erik había muerto en la guerra.

―Sí ―exclamó la mujer, emocionada―. ¿Puedo verlo?

Abby entreabrió la boca un momento, pero ninguna palabra salió, no tenía idea qué responderles. ¿Debía creerles? Ni siquiera estaba segura de estar interpretando bien lo que trataban de decirle. Además, el que mencionaran el apellido real de Erik y que de alguna manera estuvieran en la puerta de su casa podía significar peligro.

―¿Mamá? ¿Todo bien?

Darryl se acercó a la puerta con curiosidad tras escuchar el alboroto y su presencia provocó que el hombre cayera de rodillas al suelo susurrando algo que Abby no supo si interpretar como palabras o una oración.

―Cuida a tu hermana ―indicó ella, entregándole a la bebé, lista para cometer lo que sin dudas Erik calificaría como una imprudencia―. Hay que sentarlo ―agregó haciéndole una seña a la muchacha para que la ayudar a llevar al hombre al interior de la vivienda.

. .

Erik regresó a casa junto con su hija mayor un poco antes de la cena, satisfecho por lo animada que se veía después de haber estado usando sus poderes. Notó que Mountie los había ignorado hasta que Edie lo llamó, algún olor en el área de la entrada de la casa le parecía más entretenido, quizás un animal se encontraba oculto debajo de los peldaños o el porche.

―Si un zorrillo lo rocía no va a entrar a la casa ―advirtió, abriendo la puerta para encontrarse con su esposa esperándolo.

―Todo está bien, pero tenemos que hablar ―dijo ella de inmediato, mostrándose intranquila.

Erik endureció la mirada al instante y comenzó a observar con detenimiento el interior de su hogar, buscando qué estaba mal. Las palabras sólo sirvieron para advertirle que algo estaba ocurriendo que ella consideraba podía generar una mala reacción de su parte y quería al menos evitar que lo tomara completamente por sorpresa.

―Tienes visitas, no les entiendo bien, pero creo que son familiares tuyos. ―Abby trató de elaborar un poco la situación pese a que no tenía idea cómo presentar la información que tenía considerando el poco tiempo a su disposición, Erik no iba a quedarse esperando en la entrada.

―¿Mamá? ―Edie se asomó al interior, sujetando a Mountie por las patas delanteras para hacerlo entrar luego de la advertencia de su padre.

En ese momento Erik detectó movimiento, alguien había hecho su aparición en el corredor, desde la sala. Se trataba de un hombre mayor, con cabello blanco y piel arrugada, de postura un tanto encorvada. Pero los ojos azules brillosos al borde del llanto fue lo que más resaltó en ese momento.

―Erik ―llamó, estirando una mano al frente cuando empezó a avanzar.

La voz ronca no le era conocida, pero había una nota de familiaridad oculta que no había escuchado en décadas. Sintió su cuerpo tensarse y su mente lo llevó a los momentos felices de su infancia, cuando vivía con sus padres, su hermana y su tío.

Muchacho ―habló el hombre, tomando a Erik por los hombros―. ¿Me recuerdas? Soy tu tío Erich.

Edie soltó a Mountie y cerró la puerta detrás de ella, manteniendo la mirada sobre su padre y el que parecía ser su tío. Estaba hablando alemán, aunque la primera palabra no logró captarla. No podía asegurarlo, pero estaba convencida que se trataba de yidis, a veces su papá dejaba una que otra palabra se le escapara en esa lengua cuando se relajaba y conversaban sobre cosas cotidianas al practicar alemán. Un desliz que dejaba entrever cómo debió haber sido su vida antes de que la guerra sucediera.

―¿Cómo me encontraste? ―preguntó Erik tratando de contener la urgencia de su voz.

La expresión llena de esperanza del hombre se desvaneció al encontrarse con la mirada casi gélida de su sobrino.

―Si me encontraste alguien más podría hacerlo ―insistió Erik.

―No, no ―aseguró su tío de inmediato al comprender lo que debía estar pasando por la mente de su sobrino―. Un mutante que puede encontrar a otros fue el que me guio.

―¿Qué mutante?

―Caliban, su nombre era Caliban. En Copenhagen, pero se reubica constantemente, por eso me tomó tanto encontrarlo.

―Llama a Charles ―pidió Erik retornando al inglés por un momento para dirigirse a Abby.

―Nunca te pondría en peligro, fui cuidadoso, muy cuidadoso ―aseguró Erich.

Erik usó su don para asegurarse que no hubiera la presencia de algún arma en casa o un escuadrón de soldados en la cercanía y cuando no sintió nada peligroso permitió que su cuerpo se relajase un poco.

―Te vez más viejo de lo que deberías ―dijo suavizando la mirada y permitiendo que el hombre se acercara lo suficiente para abrazarlo.

La sensación era extraña, creía haber perdido a toda su familia durante la guerra. Su tío se separó de ellos cuando el resto escapó del gueto en Varsovia, quedándose detrás para unirse a la resistencia y había asumido que perdió la vida en algún combate. A la vez, miles de preguntas comenzaron a brotar en su mente y muchas de ellas llevaban el resentimiento de un niño que quedó abandonado a su suerte en el mundo de la post guerra.

¿Abba? ―la joven mujer se animó a hacer su aparición, acercándose con cautela.

―Mi hija, Ruthie ―presentó Erich.

Erik sitió cómo su cuerpo se volvió a tensar al escuchar el nombre de su difunta hermana. La muchacha no tenía mucho parecido, o al menos le era difícil verlo, por entre el pañuelo que cubría su cabello se podía notar algunas hebras rubias y sus ojos eran de un tono verdoso. Su hermana falleció muy joven y enferma, los últimos recuerdos que tenía de ella eran postrada en una cama, delgada, pálida, incapaz de ponerse de pie.

. .

Abby logró comunicarse con Charles y transmitir la urgencia de la situación en la que se encontraban. Para tranquilidad de ella, y sin dudas de Erik, el telépata pudo confirmarles con prontitud que el tal Caliban era realmente un mutante que poseía el don de localizar otros mutantes y que no estaba envuelto con ningún gobierno. Erik respiró con alivio, la corta comunicación bastaría por el momento, pero sin dudas acabaría volviendo a llamar a su amigo hasta que sus preocupaciones se apagaran por completo.

Ya cuando las cosas se calmaron un poco, Darryl llevó a Nina y Mountie al segundo piso de la casa, invitando a Ruthie también, confiado que Edie podría actuar como traductora. Lo mejor en su opinión era dejar que su papá y tío abuelo hablaran sin gente merodeando cerca, lo que incluía a su mamá también. Abby había estado torturándose, pensando qué ofrecerles a sus invitados, sabiendo que desconocía que cosas se consideraban kosher y segura que a diferencia de Erik ellos sí seguían la tradición judía.

En la sala se encontraban a solas los dos hombres, en silencio, buscando las palabras adecuadas para empezar una conversación luego de tanto tiempo.

―Pensé que habías muerto, si hubiera sabido que estabas vivo… ―dijo Erich en voz baja, justificando su larga ausencia―. Tenía el documento, fue el primero que encontré, años antes que el registro de tus padres.

Erik le dirigió la mirada y frunció las cejas.

―¿Me registraron como fallecido?

―Un doctor lo registró, Klaus Schmidt. Conseguí documentos del bloque diez, donde hacían los experimentos ―relató cabizbajo y con la mirada perdida―. Sabía que debían haberlos mandado a Auschwitz, me separé de mi unidad cuando llegaron noticias de que el ejército rojo había tomado el campo, necesitaba saber si habían sobrevivido.

―¿Y cuándo se supone que morí? ―cuestionó Erik

―Inicios de octubre del 44.

Erik dejó escapar una risa seca, recordaba los meses previos a la liberación del campo a finales de enero. En medio del caos, evacuaciones y la revuelta de los Sonderkommando, Shaw había estado ausente, permitiéndole algo de paz. Debía haber planificado llevárselo cuando comprendió que los Nazi estaban perdiendo, pero por cosas del destino no consiguió regresar antes de que los rusos ocuparan la zona.

―Lo siento tanto, debí buscarte, no creer en los papeles ―se lamentó el hombre mayor―. No sabía qué pensar, no comprendía por qué un doctor se hubiera interesado en ti, con las anotaciones ridículas y crueles que encontré… Sólo pude aferrarme a la idea de que había sido lo mejor, que tu tiempo ahí fue corto.

―¿Qué decían las notas sobre mí?

―Que los experimentos eran fallidos, que lo que hiciste a tu llegada al campo había sido un evento aislado.

―Ah, el buen doctor Schmidt nunca tuvo la intención de compartirme con los Nazi ―soltó Erik, su voz cargada con desdén―. Pero leíste lo que se supone hice con la reja, ¿no es así? ―prosiguió, con la mirada clavada sobre su tío, comprendiendo por qué había optado por buscarlo―. No lo creíste hasta que me viste hace unos años en Washington, o quizás fue por París.

―Me costó tanto aceptar que eras tú, que no había ido por ti, pero en el fondo lo supe desde el instante en que vi la noticia: el hombre elevando el estadio.

―¿A quién le has dicho?

―Sólo Ruthie, ella es la que me ayudó. Mi hijo menor sabe que estoy buscando a mi sobrino, pero sólo eso.

―¿Tiene un nombre? ―preguntó Erik, suavizando su voz―. Mi primo.

―Jakob. Sé que no debí, pero los perdí a todos ―dijo Erich bajando la mirada―, fue una tontería ponerles sus nombres. Mi primer hijo llevaba el tuyo, pero falleció antes de los cinco.

―Yo estuve en contra de usar esos nombres, pero no estuve presente para cuando nació mi hija mayor, Edie ―habló Erik negando con la cabeza―. Abby decidió ponerle el nombre de su abuela.

―El muchacho, Darryl, se parece mucho a ti cuando eras niño.

Erik enarcó una ceja ante la idea. Quizás por la diferencia tan grande en personalidades le costaba verse reflejado en el rostro de su hijo, sin contar el don heredado por su madre.

―¿Y la bebé?

―Nina. ―Un nombre dulce y sencillo. Lo había escogido ante insistencia de Abby, quería que al menos uno de los tres tuviera un nombre elegido por él.

―Tu esposa…

―No es judía, los niños tampoco.

―No estoy juzgando, no soy quién para hacerlo, mi esposa tampoco lo fue ―dijo Erich―. Pero mis hijos los críe en las costumbres.

―Abby no tuvo una buena experiencia al inicio cuando nos mudamos a un barrio judío, así que no pensé en siquiera insistir con eso.

―¿Perdiste tu fe?

―No recuerdo haberla tenido ―respondió Erik, podía hilar momentos de su infancia con su familia en que participaban de las tradiciones religiosas, pero a lo que se apegaba no era el aspecto espiritual sino más bien el vínculo familiar.

―Tengo algo para ti ―anunció Erich, rebuscando en su bolsillo―. Lo he llevado conmigo por años, pero su lugar es contigo.

Erich le entregó un pequeño relicario plateado con mucho cuidado, su expresión se iluminó al momento que le indicó que lo abriera.

―No creo que los recuerdes cuando eran así de jóvenes, pero fue al año de su matrimonio ―explicó el hombre.

―¿Cómo…? ―Erik no pudo terminar la pregunta, sus ojos fijos en las pequeñas fotografías retratando los rostros de una pareja, sus padres.

Con suavidad pasó la punta de su dedo sobre el oscuro y abundante cabello de su madre, un contraste absoluto a cómo la recordaba en su último momento de vida, despojada de cualquier reflejo de individualidad. El rostro de su padre se mostraba vibrante, sin la expresión cansada, las ojeras profundas y la piel arrugada que lo caracterizaron tanto en sus años finales.

―Se hizo un trabajo muy grande por reconectar sobrevivientes, por recolectar piezas y recuerdos de toda la gente que nos fue arrebatada ―explicó Erich―. Esa fotografía la conservó una familia que se mudó a la casa de unos amigos de tus padres, cerca del final de la guerra, muchos de sus recuerdos los ocultaron debajo de unas tablas en el ático.

Erik endureció la mirada ante la idea de unos alemanes decidiendo no quemar las pertenencias de judíos.

―No es bueno cargar con rencores por tantos años ―dijo al notar la expresión de su sobrino―. Quisiera decir que he podido seguir ese consejo al pie de la letra, pero es difícil. ―Se inclinó un poco para poder colocar su mano sobre las de Erik quien aún sujetaba el relicario―. ¿Recuerdas lo que una vez te dije?

Erik se mantuvo en silencio, había sido muy joven, de tan sólo diez, cuando vio a su tío por última vez. Sus recuerdos estaban cargados de tantas tragedias y lecciones importantes que no estaba seguro a qué se estaba refiriendo.

―No los podemos castigar, pero podemos derrotarlos si seguimos sobreviviendo.

―Lo recuerdo, fue cuando me impediste atacar a un par de soldados en Varsovia.

―Un niño blandiendo un cortaplumas contra dos soldados armados ―recordó con una sonrisa triste―. A lo que voy es que ganamos. Al final ganamos, con grandes sacrificios y pérdidas, pero nuestros hijos son muestra de que no pudieron eliminarnos.

Erik se puso de pie y palmeó el hombro de su tío con afecto.

―Se está haciendo y tarde, podemos seguir conversando mañana ―dijo, sonriendo un poco―. No noté ningún automóvil al llegar, así que presumo vinieron en bus, pueden quedarse si gustan ―ofreció.

. .

No les fue difícil organizar dónde dormirían los invitados esa noche, las camas de sus dos hijos mayores tenían una un poco más pequeña debajo, lista por si recibían amigos. Darryl se ofreció a prestar su habitación para poder dormir en el sillón junto con Mountie, su nuevo cuarto en el sótano aún no estaba terminado, pero lo tomó como si se tratara de una pijamada individual. Ruthie por su parte prefirió dormir cerca a su padre, así que rechazó la opción de compartir con Edie, deseando incomodar lo menos posible.

Abby vio a Erik cerrar la puerta de la habitación principal y recostarse en su lado de la cama. Terminó de arropar a Nina en su cuna y con lentitud se acomodó al costado de su esposo, recostándose contra su pecho.

―Estoy bien ―aseguró él, con un brazo cubriéndole el rostro.

―No he dicho nada.

―Pero lo debes de haber pensado ―replicó girando el cuerpo para poder abrazarla―. Debes de haber pensado que iba a reventar la casa o algo similar.

―No lo llegué a pensar, estaba demasiado confundida, pero si llegabas un par de horas más tarde sin dudas hubiera sido una opción en mi cabeza ―contestó riendo un poco―. ¿Qué vas a hacer ahora? Sé que pensabas que toda tu familia estaba muerta.

―Aún tengo que hablar más con ellos para poder entender a fondo qué ocurrió. Y también decidir qué contarles sobre mí, sobre nosotros.

―Yo te recomendaría evitar los misiles de Cuba ―dijo riendo un poco, ese era uno de los temas prohibidos cuando recién presentó a Erik a su familia―. Temo que no hay mucho que puedas hacer con el estadio.

―Puedo sondear qué tanto le agradan los rusos, quizás hasta lo tomaría con humor ―bromeó antes de mostrarle el relicario.

―¿Y eso?

Erik no respondió, simplemente abrió el pequeño objeto, entregándoselo para que pudiera ver las fotografías del interior.

A Abby le tomó unos instantes tratar de entender a quiénes estaba observando en las viejas fotografías en blanco y negro que decoraban los dos espacios al interior del relicario. Con sorpresa elevó la mirada, recibiendo un pequeño asentimiento, estaba viendo a sus suegros. No eran como los había imaginado, la imagen que tenía frente a ella era la una pareja más joven de lo que ella y Erik eran.

―¿Cómo lo consiguió? ―preguntó, sonriendo, asumiendo que debía de haber sido Erich.

―Aparentemente en algún momento, cuando Europa logró tener un respiro luego de la guerra, hubo gente que trabajó por recuperar algo de lo que se perdió ―explicó, tomando el objeto que le fue devuelto―. No creo que haya encontrado algo de mí de niño, sé que debes estar pensándolo.

―¿Preguntaste? ―Sólo recibió una ligera negativa con la cabeza como respuesta―. Mañana vamos a tener que despertarnos temprano para comprar algo para el desayuno, no tengo idea que ofrecerles.

―Te preocupas demasiado. Saben que la visita ha sido sorpresiva, no van a ponerse necios con la comida, créeme ―Erik dudaba que su tío fuera capaz de desperdiciar un plato de alimentos, no después de lo que había sobrevivido y suponía que su hija lo imitaría.

―No cuesta nada hacer el esfuerzo, lo haría sola si supiera bien que se considera kosher ―insistió, elevando un poco el rostro para besarlo, impulsándose para quedar sobre él. Sin embargo, un pensamiento intrusivo arruinó el momento.

―¿Qué sucede? ―preguntó él, sintiendo que se tensó un instante.

―Peter ―dijo apretando los labios―. Salió en las noticias, creo que quieren descalificarlo de alguna competencia de velocidad, no pude ver bien fue ahí cuando tu tío llegó.

Erik cerró los ojos con molestia, no tenía idea qué estaba pensando el muchacho. Una cosa más a la que estar atento en caso la discusión sobre un mutante en eventos atléticos escalara a violencia. Y aun así no se veía capaz de llenarse de emociones negativas grandes, pese a que la presencia de su tío había avivado recuerdos que deseaba enterrar. Jamás pensó que alguien más de su familia hubiera logrado sobrevivir y menos aún que llegara anunciando que tenía al menos dos primos vivos.


Notas de autora: Un asunto importante es el cambio de apellidos oficiales que hice desde el inicio del fic para que encajara con la peli y en sí fuera más sencillo para leer, pese a que los apellidos no encajan bien por el origen étnico. Lehnsherr es el apellido "falso" de Erik (O de Max para los comics) y Eisenhardt es el apellido real, pero para que fuera más digerible para quienes leyeran yo opté por invertirlos (Pese a que al escuchar Eisenhardt sin dudas de refleja los orígenes judíos del nombre). Si leen el Magneto's Testament pueden conocer a Erich que obviamente es de donde Erik sacó el nombre que usa y aunque no sigo ese universo como base, si lo utilizo bastante para el pasado de Erik, adaptando. En cuanto a edades… Erik de 45, Abby 39, Darryl 14, Edie por cumplir los 13, Nina cumpliría su primer año para Octubre (Es una bebé de Halloween) Erich le calculo unos 63 y Ruthie unos 23 (Aunque estos últimos no he cementado con certeza la edad, pero cercana a esos números), todo a finales de verano o inicios de otoño de 1977.

Como aclaración, Erik sigue siendo judío, serlo es una mezcla de etnicidad, cultura y religión. Si bien él ha dejado el lado religioso, los otros no son cosas que pueda borrar. La frase original que Erich le dice a Erik (O Max en el comic) es: "We can't punish them, but we can defeat them if we keep on surviving."

Y bueno, esta vez actualicé al mes, eso ya es todo un evento para celebrar.