(EDIT: Acabo de intentar publicar el CAPÍTULO 2, pero ha habido un problema técnico y no se puede ver y he tenido que eliminarlo. Mañana haré los ajustes necesarios y volveré a publicarlo. Sorry! Un saludo y nos vemos pronto).

...

Os voy a pedir que uséis mucho la imaginación, porque ésta es una Hermione muy diferente y yo sé que no va a ser fácil adaptarse a ella. Casi se podría decir que esto ocurre en una especie de universo paralelo o algo así, y esta es la versión oscura y cobarde de Hermione. Además es directora de Hogwarts, que os puede parecer un poco: "What?!" pero yo creo que no está mal verla de profe, para variar.

En fin, ¡Espero que os guste!

DISCLAIMER: Los personajes y los etcéteras son de Rowling and friends. Yo no gano un duro.


CAPÍTULO 1/5

Llegó a primera hora de la mañana con la corona reluciente y sedienta de sangre. Entró por la ventana del despacho de la directora sin pedir permiso y sin presentarse.

Porque ella no necesitaba presentación. Todo el mundo conocía su nombre. Era La Reina. La Reina Suprema. Reinaba sobre todos los seres y sobre todas las cosas, y ni los seres ni las cosas se atrevían a desafiarla.

La directora Granger-Roseworth dejó a un lado sus pergaminos, y se apresuró a disponer la alfombra roja antes de que los pies de su invitada tocaran el suelo del despacho.

Hermione Granger-Roseworth no solía dejar que nada la pillara por sorpresa. Ni siquiera la edad. Su pelo teñido era rojo como una rosa, y su peinado tenía poco que envidiar a los que llevaban sus alumnas de dieciséis. Desde muy joven había empezado a cuidar su cuerpo. Desde muy joven había decidido llevar una vida sana, organizada y planificada.

Pero ahora todos sus planes se iban al garete, y su cuerpo estaba a punto de ser estrujado y machacado hasta caber en una bolsa de excrementos de perro. Hermione Granger era la persona más trabajadora de la escuela, pero de poco le había servido.

La Reina observó a Hermione de arriba abajo, con los ojos en llamas y relamiéndose los colmillos. Hermione le devolvió la mirada, muerta de miedo. La Reina carraspeó, y anunció el motivo de su visita.

—Su escuela es un asco, señora Granger —dijo, y se sentó en la silla de la directora, como si aquel despacho fuera suyo. Al ver que Hermione se quedaba de pie, añadió—. Bueno, ¡No se quede ahí parada! Tome asiento, por favor.

La directora se buscó un humilde taburete, y se sentó frente a ella.

—Su majestad… E-Estamos haciendo todo lo posible por mejorar las cosas aquí. Se lo aseguro.

Y empezó a sacar pergaminos y más pergaminos, de una carpeta que ya tenía preparada, y a entregárselos: El Plan de Centro, el Plan de Transformaciones, el Plan de Tutores, el Plan de Diversidad, programaciones didácticas complicadísimas, que se había pasado muchas noches en vela redactando... La Reina fue recibiendo los documentos uno a uno, muy amablemente, y se los fue guardando en su maletín.

"Que bien que me viene esto, justo ahora que estoy sin papel de váter" pensó.

—Su majestad —insistió la directora—. Creemos que podemos hacer de ésta una escuela competencial, inclusiva, innovadora, ecológica y minimalista, donde el aprendizaje se desarrolle de manera orgánica. Verá usted, es que la directora anterior no hizo una muy buena gestión de…

—No me interesan sus excusas, señorita Granger—dijo La Reina alzando una mano tranquilamente—No estoy aquí para negociar. Su escuela va a cerrar, y usted va a ser castigada. No es nada personal, se lo aseguro. Es solo que… Bueno, de veras que tengo mucha, mucha, mucha, mucha hambre. ¿Sabe cuánto tiempo llevo sin chupar un buen cuello?

—N-no, majestad —dijo Hermione, temblando de la cabeza a los pies.

—Tengo los labios resecos por falta de sangre, y me estoy quedando escuálida. Necesito sangre fresca, sangre joven... Pero el mundo ya no es lo que era, y no puedo matar a nadie sin pasar por la burocracia habitual —dejó sobre la mesa un documento impecable, de unas diez páginas, perfectamente grapado—. Esta es su sentencia de muerte, señorita Granger. Oh, no hace falta que firme, usted no tiene ni voz ni voto. Y este… —dejó sobre la mesa un documento muy parecido, de unas veinte páginas—. Éste es mi favorito. Es la planificación horaria para el día de su muerte —fue pasando las páginas, y a Hermione se le iba haciendo un nudo cada vez más grande en la garganta—. ¿Ve? Aquí he redactado mis metodologías de tortura, los materiales que usaré...En fin, esas memeces. Le leo la secuencia de tortura, ¿De acuerdo? De 9 a 10, rasuramiento epidérmico para hacerla parecer una vieja de 60 años. De 10 a 11, humillación pública con pasarela y desfile. De 11 a 11:30 descanso para el bocadillo. A las once y media empieza lo bueno…

Alguien tocó a la puerta , y un sirviente muy bien vestido entró como si nada, cargando un objeto enorme, una especie de sarcófago. La Reina lo abrió. Por dentro estaba lleno de púas de metal.

—A las once y media la meteré dentro de esta dama de hierro. ¿Le gusta el modelo? Lo he hecho fabricar a su medida. Tiene unos orificios en la parte de abajo para que la sangre de la víctima caiga como agua de ducha. Así podré bañarme en su sangre mientras la saboreo. ¿Qué le parece?

Como respuesta, Hermione se levantó de un salto, temblando todo su cuerpo. Las piernas le fallaron, y cayó de rodillas frente a la reina.

—¡Se lo suplico, majestad! ¡Oh, por lo que más quiera, bella reina! —aulló entre sollozos—. ¡Busque en el fondo de su alma! ¡Encuentre una gota de compasión, por pequeña que sea! Le ruego que se aferre a esa gota como un niño de pecho que ha perdido a su madre se aferraría a las mamas de una loba compasiva... ¡Y que ese alimento la mantenga a flote hasta la Isla del Perdón…!

Más por aburrimiento que por otra cosa, La Reina buscó en su interior, a ver si encontraba alguna gota de compasión, pero no encontró ninguna.

—Vamos, vamos… No haga las cosas más difíciles, señorita Granger. Una reina tiene que comer, y usted es la víctima perfecta...A menos que pueda encontrarme otra víctima. ¿No hay alguien en la plantilla de profesores que sea más inútil que usted?

¿Cómo se atreve? pensó Hermione orgullosamente. Ella era la directora. Si alguien merecía el título de inútil, no era ella, precisamente.

—Vamos… —insistió La Reina consultando la plantilla del profesorado—. En todas las escuelas hay un profesor o profesora que parece estar pidiendo a gritos que lo echen. Alguien tan incompetente que se hace odiar por todos los profesores y todos los alumnos.

"Hay uno —pensó Hermione Granger—. Pero no puedo delatarlo. Soy la directora, le debo lealtad a mis trabajadores". Jamás, jamás en sus veinte años en la docencia había traicionado a un compañero.

—Entonces, ¿No hay ninguno? —dijo La Reina, y sonrió, echando un vistazo a la dama de hierro que había dejado el sirviente.

Cerró los ojos, y se imaginó a la directora dentro de ella, y su sangre cayendo por los orificios y salpicando gentilmente las mejillas de La Reina, resbalando como aceite por su espalda, por su pecho y por sus piernas….

—C-Cranberrini.. .—balbuceó la directora con un hilo de voz.

—¿Sí, querida? —dijo La Reina, despertando de pronto de su sueño erótico.

—Cranberrini —dijo más claro—. Carlos Cranberrini. Bajito y moreno. Sudamericano. Él es el último mono de esta escuela. El profesor que todos odian. Es vago, infantil... No atiende a razones... No sabe enseñar y no tiene interés por aprender… Y además, es joven. Es veinte años más joven que yo.

Los ojos depredadores de La Reina se abrieron con gran interés.

—Traedlo ante mi.


Y este es el primero. A partir de aquí las cosas van a ser... Bueno, mucho más locas, ya veréis, haha. Yo creo que valdrá la pena el viaje. ¡Nos vemos en el próximo!