Mischa había decidido que diez meses de vida eran más que suficientes para comenzar a intentar andar. La pequeña se agarraba a todo lo que podía, incluyendo perros, personas o muebles, en su intento de ponerse de pie. Hannibal había insistido en que debía gatear primero, pero Mischa no estaba de acuerdo con su padre.
Will sonrió a la bebé sujetándola con cuidado para que pudiera caminar por la mullida alfombra bajo la atenta mirada de Hannibal. Había crecido fuerte y alegre en aquellos meses. Tenía el pelo lacio y rubio lo suficiente largo como para que su padre pudiera hacerle dos pequeñas coletitas y sus ojos marrones brillaban con interés ante todas las cosas nuevas que pudiera encontrar a su paso.
- Debo insistir en que debería gatear primero. Es importante para su coordinación y reflejos motores. – Repitió Hannibal con un suspiro frustrado.
- Explícaselo a ella. – Se rio Will, llevando a Mischa hacia Hannibal.
Como siempre que veía a su padre, la niña alzó los brazos para ser cogida y soltó un gritito alegre similar a "¡pa!" cuando lo consiguió.
Un pitido estridente los sobresaltó. Will sacó el móvil y abrió la aplicación de seguridad. Un coche había entrado en la propiedad sin llamar. Jack Crawford.
- Es Jack. – Dijo Will, poniéndose en pie de un salto.
Hannibal se levantó inmediatamente y se encaminó al piso de arriba mientras Will llamaba por teléfono.
- ¡Hola papá! Precisamente estaba…
- Cariño, Jack Crawford está en nuestra puerta. Necesito que busques un hotel hasta que sepamos qué quiere, un par de días. Si puedes coger directamente un avión, sería lo mejor. –
- Compro los billetes ahora mismo. Con suerte podré salir esta noche. – Dijo Abigail tranquilamente.
Sonó el timbre.
- Gracias, cielo. Te llamo en un rato. Ya está en la puerta.
Will colgó y esperó a que Hannibal bajara y se colocara a su lado.
- Les he dicho a los niños que no bajen hasta que se vaya. Están todos en el cuarto de Thomas y Grace ha ido a ver a Paul. He llamado a la policía. – Will asintió.
El timbre sonó otra vez, irritante. Will abrió la puerta.
- Will. Doctor Lecter.
- ¿Qué haces aquí, Jack? Creo que te dejé bien claro que no volvieras a contactar conmigo. – Jack frunció el ceño, molesto, y apretó los documentos que llevaba en las manos.
- ¿No vas a invitarme a entrar?
- No.
- Parece que la educación brilla por su ausencia en esta casa. No me esperaba esto de usted, doctor Lecter.
- La educación se reserva para los invitados, no para los intrusos, agente Crawford. Y usted no es bien recibido en nuestro hogar. – Respondió Hannibal con elegancia.
Entonces Jack se fijó en la mano de Hannibal que rodeaba a Will con ademán protector y los anillos en sus dedos.
- ¿Estáis casados?
- No creo que eso sea asunto tuyo. – Respondió Will, a la defensiva.
- La última vez que te vi estabas acusando a este hombre de ser el destripador y ahora me estás diciendo que estáis casados.
- La última vez que me viste estaba en una celda en la que tú me habías metido, drogado y con una encefalitis friéndome el cerebro. La gente se equivoca en esas circunstancias. – El ceño de Jack se frunció incluso más.
- Las pruebas apuntaban a ti e hice mi trabajo.
- Tú siempre haces tu trabajo, Jack. El problema es que no sabes hacerlo bien. – Declaró Will con frialdad.
- Las cosas se han puesto más difíciles desde que tú te largaste, dejándonos a todos en la estacada.
- Lo único que lamento es no haberlo hecho antes.
El sonido lejano de una sirena y un coche entrando en la propiedad interrumpió el silencio tenso.
- ¿Has llamado a la policía? – Preguntó Jack, estupefacto.
- En realidad, he sido yo. Ya que hablamos de últimas conversaciones, recuerdo haberle dicho con bastante claridad que cualquier intento de intrusión en mi vida o en la de Will sería notificado a mi abogado.
Los agentes bajaron del coche. Gente local, con años de experiencia. No parecía que la placa de Jack fuera a impresionarlos.
- Buenas tardes, ¿Hay algún problema? – Dijo el veterano mirando directamente a Hannibal.
- Buenas tardes. El agente Crawford ha entrado en nuestra propiedad sin permiso.
- ¡Soy agente del FBI y estoy en mitad de una investigación! – Rugió Jack. El policía ni parpadeó.
- Si no tiene una orden contra estos señores o un motivo válido legalmente para estar en la propiedad, debo pedirle que se vaya.
- He venido a solicitar la ayuda del agente Graham en una investigación de asesinato.
- Ya no soy el agente Graham. Hace años que me marché del FBI. Ya habíamos avisado en el pasado de que no queríamos saber nada más.
- Agente Crawford, me temo que tendrá que acompañarnos a central. Puede hacerlo en su propio coche o en el nuestro. – Dijo el policía.
- ¡Esto es ridículo! – Gruñó Jack caminando hacia su coche hecho una furia acompañado por el agente.
- ¿Van a presentar una denuncia? – Pregunto el policía más joven. Hannibal asintió.
- Así es.
- Tomaremos constancia de ello. Mañana puede venir usted o su abogado a recoger el expediente y a presentar la denuncia o dar declaración. Aquí tiene los datos de la comisaria y el número del altercado. – Dijo el hombre pasándole una tarjeta con el número de expediente escrito a bolígrafo encima.
- Muy amable.
El policía hizo un gesto de despedida y se encaminó a su propio vehículo. Will y Hannibal los vieron alejarse por el camino asfaltado.
- No va a rendirse tan fácilmente. Es personal. – Comentó Will escondiendo su rostro en el cuello de Hannibal.
- Estoy de acuerdo.
- Le he dicho a Abby que se vaya. Es demasiado peligroso que esté por aquí. – Hannibal apretó los labios, pero asintió.
- Es la mejor decisión, pero lamento no poder despedirme de nuestra hija apropiadamente. – Will le dio un beso en la mejilla.
- La veremos en vacaciones. Solo quedan dos meses.
Tranquilizar a sus hijos costó un par de horas, sobre todo a los adolescentes. Paul no se había enterado de lo sucedido, gracias a Dios, pero Thomas, Beverly, Helena y Grace estaban asustados.
Cuando los pequeños de la casa se acostaron, Will y Hannibal tuvieron una conversación seria acerca de Jack Crawford y la amenaza que representaba para ellos. Les dieron instrucciones claras de no caminar nunca solos, llamar a la policía si se intentaba acercar a ellos y no decirle ni una palabra sobre sus vidas. Les tendieron unas SMIs nuevas para llamarles en caso de emergencia. Will les aseguró que siempre sabrían dónde estaban con ellas.
A pesar de que los adolescentes se habían tomado con relativa calma la presencia de Jack en Florida, Will estaba al borde del ataque de nervios. Había revisado obsesivamente toda la documentación de los niños buscando cualquier fallo que pudiera darle pie a Jack para investigarlos sin resultado, pero eso no le dejaba más tranquilo.
Apenas dos días más tarde otro coche se plantó frente a la entrada de su casa. Tocaron el timbre casi con timidez. Will salió de la casa acompañado de Hannibal sin crees lo que veían sus ojos.
- ¿Beverly? – La mujer saltó a sus brazos, abrazándolo como si le fuera la vida en ello.
- Oh, Will, lo siento muchísimo. No he podido pararle, está como loco. Ya he avisado al director Armitage pero no le coge el teléfono. He venido en cuanto he podido para sacarlo de tu camino. – Se disculpó la mujer atropelladamente.
- Señorita Katz. Es un placer volver a verla. – Beverly casi le gruñó.
- Doctor Lecter.
- Me parece que es mejor que continuemos esta conversación en privado. Si es tan amable de seguirnos. – Beverly le lanzó una mirada dubitativa a Will, pero asintió.
Una vez en el interior de la casa, Beverly se dedicó a bromear acerca de lo bien que le iba cazando a un hombre rico. Will se rio. No recordaba cuanto echaba de menos su sentido del humor.
- Has venido por Jack.
- He venido a llevarme a Jack. O yo o Armitage traerá al ejército, me temo. Jack no le hace ni caso, sabe que no tiene carrera sin ti, van a obligarlo a jubilarse. Y, desde que Bella murió, se está llevando todo al terreno personal.
- Siempre lo ha hecho personal, Bev. Jack nunca ha sabido separarlo.
- Lo siento muchísimo. No le habría permitido si lo hubiera visto venir. Se suponía que estaba cubriendo un caso en Wisconsin, pero cogió un avión sin decírselo a nadie.
- Se presentó aquí hace dos días. Llamamos a la policía. – Beverly le miró, compungida.
- ¿Sabes dónde se aloja? Tengo dos días para encontrarlo, empezando hoy mismo. Luego Armitage pedirá su cabeza. – Will se encogió de hombros, indiferente.
- No tengo ni idea, pero tenemos los papeles para la denuncia. Puedes empezar por ahí. – Beverly asintió y Will le pidió a Hannibal todos los papeles que tenían.
Cuando volvió al salón, Beverly estaba mirando con afecto las fotos de sus hijos.
- Tienes una familia genial. Felicidades. – Will se sonrojó.
- Gracias, Bev.
- Estábamos muy preocupados, ¿Sabes? La próxima vez que vayas a esfumarte en el aire mándame al menos un correo. – Bromeó Beverly revisando los papeles.
- Lo haré, tienes mi palabra. – Le aseguró Will.
- Es la dirección de un motel de mala muerte. En el mejor de los casos, provisional. No creo que lo encuentre allí, pero no pierdo nada por probar.
- No pierdas tu energía en ello. Si Armitage no lo encuentra, los abogados de Hannibal lo harán. Son peores que las hienas y huelen la sangre igual.
- ¿Tú estás… bien?
- Estoy bien, Bev. Soy feliz y tengo todo lo que siempre he deseado. No tienes que preocuparte por mí.
- Bien, bien. Solo quería estar segura. – Will sonrió, enternecido. Pasase lo que pasase, siempre podía contar con ella. Casi lo había olvidado.
Will la acompañó a la puerta y la invitó a cenar al día siguiente para conocer a sus hijos. Beverly asintió con entusiasmo y le prometió mantenerle informado del caso.
Hannibal acogió con alegría tener una invitada a cenar. Además de los amigos de sus hijos que venían frecuentemente a pasar la noche o pequeñas comidas entre los padres del colegio, había pocos invitados a su casa a los que Hannibal agraciara con una comida.
Lo cierto es que poco quedaba del hombre que disfrutaba dando grandes fiestas en su casa. Hannibal se había mostrado sumamente celoso con su familia, poco dado a compartirla con otras personas.
Solo algunos clientes habían tenido la fortuna de conocer su hogar. Jean-Paul Beauvier había sido uno de ellos, al que Will había agradecido profundamente su intervención en Washington. Habla mucho de él el hecho de que parecía más tranquilo viendo a los niños felices y bien cuidados con sus propios ojos. Había quedado encantado conociendo a la pequeña Mischa, incluso la había permitido quedarse con el pañuelo de su chaqueta cuando la bebé se había encariñado con él.
Will no se había desmayado al conocer el precio de dicho pañuelo de milagro.
Además de esas citas puntuales, eran Hannibal y Will los que acudían a eventos importantes en teatros, museos o cenas de recaudación para las causas sociales que apoyaban. La confianza en si mismo desarrollada en los últimos años le había permitido a Will moverse con fluidez, pero no con comodidad entre aquellas personas adineras y superficiales.
Ahora no podía evitar preguntarse si su madre había acudido a algunos de esos eventos y le había observado desde la distancia.
Sus hijos habían acogido a Beverly con los brazos abiertos y un hambre insaciable de historias de su época en el FBI. Todos excepto Thomas, que se mantenía recelosamente cerca de Hannibal. Will no sabía si Hannibal les había hablado de su antiguo equipo, pero era obvio que Thomas identificaba a la mujer como un peligro.
Hannibal anunció la cena, pescado al horno acompañado de verduras de temporada y marinado con trufa. Will había insistido en que no hubiera nada de carne, humana o no. Hannibal había lamentado perder la oportunidad de poner a Beverly en un apuro.
- No has encontrado nada, entiendo. – Beverly negó con la cabeza, compungida.
- Nada de nada. Se ha esfumado. Lo siento muchísimo.
- Ya aparecerá, es una cuestión de tiempo.
- Lo que me preocupa es que lo haga armado. No está estable, Will. Es peligroso. – Murmuró agachando la cabeza. – Me marcho mañana. Ya he informado a Armitage.
- Has hecho lo que has podido, Bev. No te preocupes. Lo encontrarán.
Beverly no parecía tan segura, pero no dijo nada más. Pasó la noche avergonzando tanto a Hannibal como a Will delante de sus hijos, contando como ambos se ponían ojos de cachorro el uno al otro en Baltimore pese a las protestas de Will y los elegantes intentos de corrección de Hannibal a los que nadie prestó atención.
A las niñas les pareció adorable que Hannibal hubiera llevado un desayuno casero a Will nada más conocerle para obtener su atención, para vergüenza profunda del susodicho. Visto desde esa perspectiva, quizás había señales que Will no había visto en aquella época.
Ah, si ellas supieran toda la historia.
Will se despidió de Beverly con un abrazo y le prometió mantenerla al día de todo. Mientras el coche se perdía por la carretera, calculó que Jack no tardaría ni dos días en aparecer de nuevo, si es que aguantaba una semana. La paciencia nunca había sido lo suyo.
Ahora lo que Will debía decidir era si le devolvía a Jack con vida o a trozos.
