Notas: ¡Estamos de vuelta un domingo más con la actualización correspondiente! La verdad es que agradezco haber aprovechado la inyección de creatividad que tuve hace unas semanas porque no he escrito nada durante mis vacaciones, aunque tenía ganas siempre surgían otras cosas por lo que no he tenido mucho tiempo para mí misma. Aunque estoy muy contenta, me siento bastante agotada físicamente, la verdad.
Bueno, sin entreteneros más, os dejo con el capítulo, espero que os guste mucho!
Había comenzado a tomar nuevamente mi remedio anticonceptivo cada mañana tras haber facilitado la receta a las personas encargadas de la cocina. Al entregar aquellas instrucciones, también me ofrecí a preparar mi propia comida, dado que las recetas humanas que intentaban replicar para mí empleaban técnicas poco familiares para los demonios. Aunque todo el equipo de cocina se negó en rotundo a dejarme trabajar allí, alegando que no podían permitir que la protegida de Sesshomaru se encargase de aquellas tareas. Sin embargo, tras mucho insistir sí que terminaron aceptando mis consejos al respecto del modo de preparación, por lo que la calidad y puntos de cocción de la comida mejoraron notablemente.
Por otro lado, Asami me había dado de alta tras auscultarme en mi última visita a la clínica. El moretón de mi pecho había desaparecido por completo tras haber pasado por un amplio abanico de colores, y con él se había marchado todo rastro de dolor. Podía estirar mis brazos nuevamente hacia el cielo sin ningún tipo de restricción física, dando grandes bocanadas de aire sin molestias.
Sin embargo, no podía alegrarme demasiado, puesto que seguía encerrada dentro de aquel castillo, sin posibilidad del salir al exterior debido a la guerra que seguía librándose bajo las nubes. Cuando me quedaba a solas en la habitación, a menudo escribía al respecto de todo lo que quería hacer cuando pudiera volver a salir. Aquellos eran los escritos más positivos, los cuales me llenaban de esperanza.
Por otro lado, también escribí cartas dirigidas a Sesshomaru, practicando las cosas que quería decirle a su regreso… Aunque la espera se estaba haciendo eterna. Las pesadillas respecto a la noche que casi había sido abusada se habían disminuido con el tiempo, pero algunos escenarios oníricos mostraban nuevas imágenes aterradoras, como Naraku infiltrándose en el Palacio del Oeste para acabar lo que había terminado, o Sesshomaru siendo derrotado en batalla.
Lo peor era que no contaba con nadie suficientemente cercano como para hablar de todo aquello, de modo que trataba de volcar toda aquella angustia en mis escritos, aunque a veces terminaba por derrumbarme a rememorar aquellos grotescos productos de mi mente.
Cuando llegaba a este punto, me obligaba a levantarme y me lavaba el rostro con agua fría en el aseo. Entonces me vestía con alguno de los bonitos kimonos que hubieran dejado preparados para mí y salía a visitar a Ah-Un, siempre acompañada de Kouji.
Aquel día, a ambos flancos de los pasillos entre pabellón y pabellón habían comenzado a florecer los frutos de los árboles decorativos, marcando el anhelado comienzo de la primera. Aquella época me recordaba a mi boda con Sesshomaru, haciéndome extrañarle más. Entonces me obligué a mí misma a no pensar en aquello, centrándome únicamente en no chocar con la espalda del centinela que me guiaba.
En ese momento me percaté de que Kouji no estaba siguiendo el camino habitual hacia los establos. Estábamos rodeando un edificio que no me resultaba familiar.
- Esto… ¿A dónde nos dirigimos, Kouji? – Le interrogué.
La cola peluda del demonio se tensó bajo aquel interrogatorio.
- Disculpad mi atrevimiento, pero… No he podido evitar notaros alicaída estos días. – Carraspeó. – Ya no hacéis tantas preguntas, ni solicitáis excursiones absurdas a cada rincón de palacio, así que… Había pensado mostraros un lugar especial.
Las buenas intenciones del centinela lograron calentar mi corazón. A pesar de su poca expresividad, su actitud respecto a mí se había ido suavizando. Y el hecho de que hubiera notado mi estado de ánimo sin necesidad de haberle expresado nada me hizo sumamente feliz. Esbocé una sonrisa de forma involuntaria, sintiendo los músculos de mi cara entumecidos, como si llevara mucho tiempo sin realizar aquella expresión.
- Gracias por tu consideración. ¿A dónde vamos? – Quise saber, curiosa.
- Lo veréis en un momento…
Nos desviamos de los pasillos principales para adentrarnos en un camino de tierra, aún dentro de los muros de palacio. Se trataba de un bosque de bambú, donde reinaban la calma y la quietud. Un elegante puente de color rojo vibrante se alzaba por encima del pequeño riachuelo que cruzaba entre los brotes.
Respiré una amplia bocanada de aire. Me sentí renacer ante aquel atisbo de naturaleza, creando la falsa ilusión de haber salido de palacio.
- ¡Qué bonito es este sitio, se siente casi como estar en el exterior!
El centinela se apartó a un lado del camino, deteniendo la marcha.
- Seguramente ese es el motivo por el cual el Amo Sesshomaru pasaba tanto tiempo a solas aquí cuando no era más que un cachorro. – Informó.
Me paré a su lado, observándole con curiosidad.
- Suena como algo que él haría, pero… Si dices que venía solo, ¿cómo sabes eso?
Los ojos celestes de Kouji se perdieron en la espesura del bosque.
- Fuimos compañeros de juegos alguna que otra vez, dado que era de los pocos infantes del castillo cuyo carácter no le resultaba irritable. Ambos éramos muy callados y serios, por lo que su madre pensó que podíamos ser amigos. Por supuesto, como el Amo Sesshomaru es tan reservado eso nunca llegó a ocurrir. Siempre tenía la mente ausente, como si se encontrase en otro lugar… Así que cuando se cansaba de recibir atención excesiva por ser el hijo del Lord del Oeste, o simplemente extrañaba a su padre cuando partía al campo de batalla… Siempre le encontraba aquí, aunque jamás me atreviese a unirme a él, temiendo importunarlo. Después de todo, el Amo Sesshomaru siempre ha sido una persona que ha mantenido a los demás a una distancia prudencial de sí mismo.
El relato del centinela me enterneció, permitiéndome poner cara finalmente al otro niño con el que mi esposo había pasado tiempo en su infancia. Me reconfortaba saber que no había estado completamente solo, incluso si nunca habían llegado a establecer una relación estrecha…
Aunque en ese momento recordé cómo Sesshomaru me había dicho que la única persona en la que podía confiar intramuros… Era precisamente el hombre frente a mí. No pude evitar sonreír ante aquel hecho.
- Creo que Sesshomaru os tiene en más alta estima de la que pensáis, Kouji. – Le dije al demonio apostado frente a mí. – Después de todo, os ha confiado mi seguridad, y puedo dar fe de que no haría un encargo así a una persona cualquiera.
Me pareció atisbar un ápice de sonrojo bajo las líneas púrpura de las mejillas del guarda. Carraspeó, cubriéndose parcialmente el rostro con una mano.
- Bueno, ya hemos perdido suficiente tiempo aquí… Marchemos al establo, y después la llevo directamente de vuelta a sus aposentos.
Contuve una risa para evitar ofenderle. No parecía saber encajar los cumplidos.
- Está bien, vamos. – Accedí, más animada de lo que había estado en semanas.
Me sentía de mejor humor tras haber visitado a Ah-Un y que Kouji compartiera las memorias de su infancia conmigo, definitivamente. Aunque gran parte de aquel júbilo se esfumó al entrar de vuelva a la habitación, donde lancé un vistazo al lecho vacío. El olor de Sesshomaru había desaparecido por completo de aquel lugar.
Entonces reí amargamente para mis adentros. Aquel pensamiento debía de ser más típico de él que de una humana como yo. Supuse que pasar tanto tiempo entre Inuyokais debía estar alterando mi modo de percibir las cosas, después de todo.
Tras aquella breve reflexión me adentré hasta el fondo de la alcoba y me senté frente a la mesilla baja, donde se encontraban desparramados todos mis escritos. Tomé un nuevo pedazo de papel en blanco y el pincel para comenzar a escribir una nueva misiva donde plasmar cómo me había sentido aquel día. Era lo más parecido a hablar con un amigo que había encontrado dentro de mi rutina en palacio.
"Querido Sesshomaru:
Hoy ha sido un buen día, en el que he podido averiguar un poco más sobre tu vida en palacio. Kouji es una persona muy amable, y comprendo por qué confías tanto en él.
Pero la verdad es que, al pensar en tu infancia, y en los niños que me cruzo frente a las caballerizas cada vez que visito a Ah-Un no puedo evitar preguntarme cómo se vería un b…"
Unos inesperados toques en la puerta llamaron mi atención, deteniendo el movimiento de mi pincel. Deposité la herramienta con cuidado sobre su soporte y me dirigí hacia el origen del sonido con paso ligero.
- ¿Quién va? – Pregunté con cautela, recordando las advertencias de Sesshomaru.
Era la primera vez que alguien venía a buscarme de forma deliberada. Lo cual se me antojaba sumamente extraño.
- Vengo a entregarle un mensaje. – Respondió al otro lado una voz femenina.
- Es seguro, mi Señora. – Secundó la voz de Kouji. – Puede abrir la puerta.
Tranquilizada por la presencia del centinela siempre apostado junto a la entrada de la alcoba, salí al exterior. Allí me esperaba una criada de aspecto maduro, efectivamente, con una nota en las manos. Apenas me vio, extendió sus brazos hacia mí para entregarme el pedazo de papel cuidadosamente doblado.
- ¿De quién es? – Pregunté a la mujer frente a mí.
- De la Señora Inukimi.
Tomé la carta entre mis dedos temblorosos, deshaciendo las dobleces con cuidado, pues se trataba de un material sumamente fino. El contenido era escueto, y estaba redactado con una caligrafía impecable. En una esquina del documento figuraba un emblema que se me antojaba muy familiar. Era el mismo que se encontraba bordado en el kimono de Sesshomaru, en color rojo.
Tras releer varias veces el contenido, sin apenas dar crédito, alcé la vista hacia Kouji, inmediatamente.
- ¡Llévame a la entrada de palacio, por favor!
El soldado frunció el ceño, confuso.
- ¿Ahora mismo? ¿Por qué?
- "Sesshomaru vuelve a casa." - Repetí el contenido de la carta en voz alta, mostrándole la nota con el sello de la Señora de la casa.
Aunque abrumado ante el repentino comunicado, tras verificar la veracidad del documento, se dispuso a escoltarme hacia el lugar que le había pedido.
Los pasillos se me antojaron más largos y enrevesados que nunca.
Casi me tropiezo con mis propios pies en el camino varias veces.
Me sentía como un completo desastre, pero sentía que no tenía tiempo que perder. Necesitaba verle cuando antes con mis propios ojos.
Sin embargo, para mi decepción, al regresar al lugar donde había aterrizado Ah-Un el primer día que llegamos a palacio, allí no había nadie más que los guardianes de la puerta. Acompañada de Kouji, me permitieron esperar allí en silencio. Aunque resultaba mortificante.
¿Tardaría mucho más? ¿Estaría herido, como la otra vez?
Las nubes comenzaron a volverse rojizas, anunciando la inminente llegada de la noche. Y para entonces seguía sin haber indicios del regreso de Sesshomaru.
¿Y si había sucedido algún imprevisto por el camino? Inukimi no había mencionado en su nota que Naraku hubiera sido derrotado… ¿Y si simplemente me estaba tomando el pelo? Aunque no se me ocurría ningún motivo coherente por el que una poderosa mujer demonio como ella perdería su tiempo con algo así, no tenía sentido… Por lo que no me atrevía a moverme de allí, ansiosa por el inminente regreso. Tenía que ser cierto.
En ese momento vislumbré una figura emerger de entre las nubes, rodeada de un lo que parecía un mantón celestial, como si se tratase de un ente divino. Sin embargo, mientras se acercaba me di cuenta de que, efectivamente, la persona que se acercaba era Sesshomaru, rodeado por su estola mientras se desplazaba entre las nubes. Sobre el hombro del demonio asomaba la verdosa cabeza de Jaken.
Exhalé un largo suspiro de alivio. Los dos parecían encontrarse bien. Me froté los ojos, para asegurarme de que lo que estaba viendo era real y no se trataba de un espejismo, en vano. No lograba sacudirme el miedo de que aquello que estaba viendo fuera un espejismo. Incluso cuando el Lord del Oeste tomó tierra con elegancia frente a mí permanecí muda, sin estar muy segura de si me había quedado dormida mientras esperaba. Su porte regio e impecable hacían temblar la posibilidad de que aquel hombre llevase casi dos lunas batallando en una feroz guerra.
- Rin, estoy de vuelta.* - Anunció el demonio, sin moverse de su posición.
Hipnotizada por su presencia, di un tembloroso paso hacia adelante, temiendo que pudiera despertarme en cualquier momento. Después de todo, ya había tenido sueños similares…
- B-Bienvenido a casa…** - Respondí, de forma automática, a pesar de que nunca le había recibido de aquella manera.
Mis ojos permanecieron fijos en los suyos, estudiando aquel familiar color dorado, tratando de discernir si se trataba de la realidad o una ilusión de mi cabeza. Estiré el brazo hacia su rostro, despacio, sin atreverme a tocarle.
- ¡Oye, Rin, que yo también estoy aquí! – Exclamó el duendecillo verde sin ocultar su indignación desde el hombro de su Amo.
El agudo timbre de los reclamos de Jaken se introdujo en lo más profundo de mi cabeza. Una sensación inconfundible. Se trataba de ellos dos en carne y hueso, sin duda.
Habían regresado.
Observé al pequeño demonio, mostrándole una sonrisa.
- Me alegro de verte a ti también, Jaken.
Antes de que pudiera responder a mi saludo, Sesshomaru agarró a la criatura por la túnica para dejarle caer sobre el suelo sin cuidado alguno. A pesar de sus protestas, a él no pareció importarle lo más mínimo.
Miré a mi esposo, clavada en el sitio como estaba. Mi cuerpo no respondía, como si se hubiera congelado por complejo. No estaba segura de si algo había cambiado realmente, pero la figura y el porte de Sesshomaru se veían tan imponente frente mí que no me atreví a abrazarlo o dar otro paso hacia él. A pesar de que el impulso que albergaba de hacerlo era muy poderoso.
- Amo Sesshomaru. – Le saludó Kouji, arrodillándose en el suelo. – Nos complace su regreso.
Entonces todo cobró sentido. Él era el Lord del Oeste, y su presencia anunciaba aquel título a voces. Y había sido mucho más consciente de lo importante que era su posición tras haber vivido en palacio, por lo que era la primera vez que le veía de aquella manera… Quizás también habían comenzado a calarme más de lo que pensaba los rumores malignos de que una humana no era digna de ser la pareja de alguien tan poderoso e importante como él. Por lo tanto, al verle de nuevo cara a cara había comenzado a sentirme insegura.
Sesshomaru estudió al soldado en el suelo unos instantes antes de decirle:
- Asumo que ha debido de ser una dura tarea lidiar con la custodia de mi esposa. Buen trabajo.
El centinela se mostró apabullado ante aquel inesperado cumplido:
- N-no, en absoluto…
La cola del demonio se movía de forma agitada de un lado para otro, incapaz de contener su emoción. Debía de estar feliz por hacer recibido reconocimiento por su labor de parte de su Señor.
- De cualquier modo, - Siguió hablando el Lord del Oeste. - a partir de ahora vuelve a quedar bajo mi responsabilidad. Puedes retirarte.
Kouji se puso en pie, y tras dedicarle otra reverencia a su Señor se adentró en interior del castillo.
- Jaken. – Llamó mi esposo a su subordinado. – Ve a dar el reporte de todo lo sucedido a Señora Inukimi. – Ordenó, calmado.
- ¡Inmediatamente, Amo Sesshomaru!
El pequeño demonio echó a correr por donde se había marchado Kouji antes que él. Entonces sentí cómo el demonio posaba una mano sobre mi hombro, haciéndome estremecer por lo inesperado del contacto. El calor y el peso de su extremidad se sentía completamente real, reforzándome la convicción de que no estaba soñando. El Lord del Oeste me estaba tocando.
- Ahora – Susurró mi esposo cerca del oído. – me gustaría retirarme a descansar con mi esposa. ¿Me concedería el placer de acompañarme?
Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo al notar su cálido aliento sobre mi piel.
Me sonrojé, avergonzada por haber dudado de nuestro vínculo ahora que sabía más sobre su título… Seguía siendo el mismo Sesshomaru de siempre. No había motivo para preocuparse.
- ¡S-sí…! – Asentí, quizás con demasiado entusiasmo.
Sesshomaru echó a andar entonces con paso firme mientras yo le seguía, justo un paso por detrás de él. La palabra de que el Lord del Oeste había regresado parecía haberse extendido como la pólvora, y no eran pocos los que se acercaban para presentar sus respetos. Aunque el demonio no respondió a los saludos ni a las preguntas de ninguno de ellos. Debía de estar agotado tras una campaña tan larga.
Durante el trayecto, tampoco faltaron las miradas envenenadas de jóvenes pretendientas dirigidas hacia mí, aunque al lado de mi esposo nadie se atrevió a pronunciar una sola palabra en mi contra, al contrario de las semanas previas. Me sentí inmediatamente aliviada de no tener que volver a escuchar nada así.
Al llegar a la entrada de sus aposentos, Sesshomaru me cedió el paso para que yo ingresase en primer lugar, ocultándome de las miradas indiscretas.
- Que nadie ose molestarme mientras descanso. – Ordenó con tono glacial el Lord del Oeste.
Una vez ambos nos encontrábamos dentro de la habitación, nuestras miradas se encontraron en mitad de un largo silencio.
Hacía tanto tiempo que había estado sola en aquel lugar que no tenía ni idea de cómo debía actuar en ese momento…
Forzándome a reaccionar, me acerqué a él para comenzar a retirar la armadura de su pecho.
- Esto debe pesar, ¿verdad…? – Musité, intentando sin éxito desabrochar los cierres de la pieza metálica.
Las manos de Sesshomaru se posaron sobre las mías, guiando mis torpes movimientos. En apenas unos segundos, el demonio llevaba únicamente su kimono y sus dos espadas al cinto.
- Gracias, Rin. – Murmuró el demonio antes de capturarme entre sus brazos, acunando mi cabeza contra su pecho.
- S-Sesshomaru… - Balbuceé.
Los dedos de mi esposo se enterraron en mi cabello, atrayéndome con necesidad.
- Tus ojos parecían querer decir que querías esto, ¿no es así?
Rodeé su cintura tímidamente, acomodándome en aquel íntimo contacto. Asentí, con el rubor ascendiendo por mis mejillas. Como siempre, él podía leer mi alma como un libro abierto.
- Sí… Pero no me he atrevido a hacerlo, quizás porque había mucha gente a nuestro alrededor. – Reflexioné en voz alta.
- Entiendo… - Contestó él, colocando un mechón de cabello tras mi oreja.
Me aparté ligeramente de él para observar su rostro, sin romper el abrazo. Su extremada calma me preocupaba. Había estado participando en una guerra, no había manera de que no estuviera ni un poco afectado, ¿no?
Algo en su tranquilidad se sentía extraño. Podía ver algo asomar bajo aquella máscara de hielo.
- ¿Cómo ha ido todo? – Le pregunté, posando las manos sobre su pecho. - ¿Naraku ha sido… derrotado? – Inquirí en voz baja, aterrorizada ante el pensamiento de estar equivocada.
El demonio respiró exhaló profundamente. El cansancio comenzó a reflejarse en su expresión, ahora que estaba comenzando a bajar la guardia en la intimidad de nuestro lecho.
- Sí. – Respondió de forma tajante. – Ese desgraciado se encuentra muerto y enterrado, jamás podrá volver a hacer daño a nadie…
- Si la misión ha sido un éxito, entonces… - Enmarqué el rostro de mi esposo entre las manos, recorriendo las marcas de sus mejillas con los dedos. - ¿Por qué te ves tan derrotado?
Sesshomaru frunció los labios, contrariado. Sus ojos se ensombrecieron.
- Aunque el resultado final pueda considerarse una victoria… Todos tenemos pérdidas que lamentar. – Musitó, sin desviar su mirada.
Tragué saliva, sintiendo un incómodo vacío instalarse en la boca de mi estómago.
- ¿Qué es lo que ha ocurrido?
El demonio me acompañó a sentarme en el borde de la cama, a su lado. Quizás temía que las fuerzas me fallasen al escuchar su relato.
- Al parecer… El día nos marchamos de la guarida de Naraku, Kagura temió que Kohaku hubiera sido testigo de su traición y que la delatase, por lo que trató de darle caza durante días. Sin embargo, el muchacho fue rescatado por Kikyo, la cual hirió gravemente a Kagura para proteger al chico. Incapaz de regenerar sus heridas por culpa del poder sagrado, ella acudió desesperada a Naraku… - Sesshomaru se detuvo un momento para tomar aire. – Y él la abandonó a su suerte. Le devolvió su corazón para dejarla pudrirse en vida durante los agónicos días que le quedaban.
- ¿Por qué haría eso…? – Le interrumpí, horrorizada por su relato.
- Naraku había visto con sus propios ojos la traición de Kagura a través del espejo de Kanna, por lo que lo consideró un buen castigo para ella. Además, le dio el golpe de gracia para asegurarse de que su muerte sería lenta y agónica, sin posibilidades de supervivencia.
Con el corazón en la garganta, me pregunté de dónde había sacado toda aquella información, acongojada por la única respuesta posible:
- ¿Estuviste con Kagura en sus últimos momentos? ¿Ella te lo contó?
El Lord del Oeste cerró los ojos un instante, solemne.
- Sí.
Una abrumadora sensación de pena y compasión invadió mi pecho.
- ¿No intentaste salvarla con la Tenseiga? – Musité en voz baja.
Sesshomaru lanzó una fugaz mirada a la espada en su cinto.
- No funcionó. Tan pronto como su corazón se detuvo, su cuerpo comenzó a desintegrarse para regresar con su Amo… Ella no tenía un alma que rescatar, después de todo. Era parte de la esencia de Naraku.
Apreté los puños contra mis rodillas, impotente. A pesar de los celos que hubiera podido llegar a sentir por aquella mujer, había comprobado de primera mano que era una buena persona. No era justo que hubiera tenido que esperar entre terrible sufrimiento su inevitable final. Era horrorosamente cruel para alguien que ya había pasado por mucho, según se podía leer entre las líneas de su discurso.
Tomé la mano de mi esposo, apretándola con suavidad.
- Me alegro mucho de que, al menos… Pudieras estar ahí para ella.
Sesshomaru me devolvió el gesto con ternura.
- Yo también.
Él no sabía cómo expresar la tristeza o el dolor de aquella pérdida. Después de todo, tampoco había exteriorizado el duelo por su padre, según las palabras de Inukimi. Pero lo que el hecho de que me lo hubiera contado como parte de una de las "pérdidas que lamentar" que había mencionado, ponían de claro manifiesto que se trataba de una mujer que había significado mucho para él. No podía hacer más que quedarme a su lado y tratar de apoyarle en su dolor.
- Está bien si duele mucho ahora, Sesshomaru. – Dije con suavidad, tratando de confortarle. – Es normal necesitar tiempo para procesar este tipo de duelos…
- Lo sé. – Respondió, angustiado. – Aunque me preocupa más tú.
Le observé atónita, sin comprender.
- ¿A qué te refieres?
El demonio tomó aire antes de proseguir.
- En su anhelo por recuperar el último fragmento, Naraku logró reunir todos… salvo el que seguía en la espalda de Kohaku, el cual había huido con Kikyo. – El corazón me dio un vuelco, temiendo el peor resultado posible para mi estimado amigo. – La sacerdotisa peleó con todas sus fuerzas contra él para proteger al muchacho, aunque ese desgraciado logró finalmente arrancar el fragmento de su espalda. Y entonces Kikyo utilizó el resquicio de poder sagrado que le quedaba para salvar la vida del chico, a cambio de la propia.
En ese momento sentí las lágrimas inundar mis ojos, a punto de desbordarse.
- Entonces… ¿Eso quiere decir que Kohaku puede seguir viviendo sin el fragmento de la perla de Shikon, mientras que Kikyo ya no…? – Inquirí, con voz temblorosa.
- Sí.
Amargas gotas comenzaron a rodar por mis mejillas, en parte por la tristeza, aunque también aliviada. Después de todo, Kikyo era un espíritu atormentado que había sido sacado de la tumba. Y Kohaku podría regresar con su hermana, recuperando el hermoso vínculo que compartía con ella. Era el mejor resultado posible, y aun así…
Era descorazonador.
- Me alegra mucho… Que al menos Kohaku esté bien. – Gimoteé, ocultando mi rostro de mi esposo.
- Aunque… Perdimos a otra persona más. – Añadió el demonio. Fui incapaz de reaccionar, aún conmocionada por el aluvión de decesos que me estaba siendo anunciado. – Al acabar la batalla con Naraku, Kagome arrastrada al interior de la Perla de Shikon. Albergaba tanta energía maligna que era resultaba imposible acercarnos, e Inuyasha resultó gravemente herido en el proceso… Y entonces, tras un cegador resplandor la joya desapareció de este mundo como si nunca hubiera existido. Llevándose a Kagome consigo.
Sesshomaru estaba al tanto de mi relación cercana con aquella joven, por lo que no me recriminó que mi llanto se intensificase con aquella noticia. Es más, me dejó descargar mi dolor en silencio, mientras simplemente se dedicaba a secar mis mejillas con la tela de las mangas de su furisode.
Mis ojos se hincharon con la imparable fuente que brotaba de mis párpados. A pesar de que dolía demasiado, era mejor saberlo todo de una sola vez, para no dilatar más aquella angustia.
Todas las palabras que quería decirle a Sesshomaru a su vuelta, todo lo que había estado practicando… Nada importaba en ese momento. Me sentía simplemente destrozada por aquellas noticias.
Él tenía razón.
A pesar de poder considerarse una victoria, todos teníamos muchas pérdidas que lamentar.
Sin embargo, y por fortuna, incluso el dolor más desgarrador era pasajero, como todas las emociones. Y por encima de todo, sabía que tenía que sentirme más que agradecida porque Sesshomaru no se hubiera convertido en una más de las víctimas de aquella violenta batalla.
Además, a pesar de las heridas sufridas, mi esposo me aseguró que Sango, Miroku, Shippo, Kirara, Kohaku y el propio Inuyasha habían puesto rumbo de vuelva a la aldea por su propio pie. Allí podrían ser atendidos debidamente por la anciana Kaede, la cual por fortuna no se había visto involucrada en la pelea.
En realidad, la mayor parte de mis seres queridos se encontraban sanos y a salvo… En el fondo, ese pensamiento me hizo sentirme más aliviada. Aunque las personas que habíamos perdido eran irreemplazables.
Sesshomaru permaneció a mi lado consolándome, acariciando mi cabello y permitiéndome abrazarle con todas mis fuerzas. Poco a poco, dejando para el tiempo, logré comenzar a recomponerme, gimoteando contra su pecho.
Los segundos se convirtieron en minutos en los cuales el atardecer fue consumido por completo, dejándonos a oscuras en la habitación.
El demonio limpió todas y cada una de las lágrimas de mi rostro con suavidad con paciencia hasta que conseguí tranquilizarme por completo.
- Rin. - Me llamó el demonio en la penumbra. – ¿Tú ya te has recuperado de tus heridas?
Tan perceptivo como de costumbre, el demonio había notado que mi movilidad se había recuperado por completo.
- Así es. – Respondí, algo más animada. – Asami me dio el alta hace poco, y el moretón ha desaparecido por completo.
El Lord del Oeste curvó sus labios, a medio camino de una sonrisa.
- Me alegra escuchar eso. ¿Cómo han sido tus días en palacio?
Parecía que había estado preocupado por mí. Debía sospechar cómo había sido todo, conociendo a su gente. Miré al suelo un instante antes de responder, dubitativa.
- He aprendido muchas cosas, y la gente de aquí ha sido amable conmigo, en su mayor parte. De hecho, quería hablar contigo al respecto, aunque no sé si es un buen momento…
Sesshomaru alzó una ceja, intrigado.
- Está bien, pero… Preferiría conversar mientras nos damos un baño en el onsen exterior.
Mis ojos se abrieron como platos ante aquella sugerencia.
- ¿P-por qué allí…?
- Me gustaría darme un baño, ¿es que no puedo, en mi propio hogar?
Me sonrojé al notar cómo se burlaba de mis posibles pensamientos sucios al respecto. Aquella conversación tan trivial era reconfortante tras las terribles noticias de aquel día.
- N-no quería decir eso… Sólo me ha parecido inusual.
El demonio mostró una expresión divertida.
- Llevo semanas luchando a muerte contra otras criaturas, me parece una iniciativa de lo más coherente.
- ¡Lo sé, lo sé…! – Exclamé, con el rostro ardiendo por sus burlas. - ¡Simplemente, v-vamos!
Sesshomaru pareció tranquilizarse al ver cómo la expresión sombría desaparecía de mi rostro. Entonces depositó sus espadas sobre el lecho antes de ponerse en pie. Observé cómo descubría su espalda con un elegante movimiento, dejando caer su prenda superior al suelo. Con la misma facilidad y gracia, desató el nudo de sus pantalones y se deshizo de la prenda. Echó en ese momento la vista hacia atrás para encontrarme con los labios semiabiertos mientras le observaba embelesada.
- Te espero allí, entonces.
El demonio se marchó hacia la puerta de cristal, saliendo al exterior completamente desnudo. Me toqué el rostro, caliente al tacto por mi más me evidente rubor. Me preguntaba cómo de estúpida debía de haberme visto al quedarme mirándole fijamente de aquella manera.
Me di unos segundos para mí misma, tratando de recomponerme de aquel vergonzoso episodio antes de despojarme de mi propia ropa, dejándola sobre el suelo junto a la de mi esposo. Tomé una toalla de tela para cubrir mi cuerpo mínimamente antes de acompañar a Sesshomaru al onsen, dado que la temperatura refrescaba al aire libre.
Al sentir el frío sobre mi piel, supe que había tomado la decisión correcta. El Lord del Oeste me esperaba recostado contra el borde el onsen, sus brazos estirados en perpendicular a su cuerpo. Anduve con pasos pequeños, muy consciente de mi desnudez, vigilada por aquellos intensos ojos dorados. No lograba acostumbrarme a que me observase de manera tan directa, sin pudor alguno en su mirada, aunque tampoco me hacía sentir incómoda.
Aquella mirada no se parecía en absoluto a la de un hombre que observaba con mero deseo el cuerpo de otra persona… Se sentía como si estuviese contemplando mi alma, todo mi ser, de alguna forma más mística que no alcanzaba a comprender del todo. Se fijaba en mi forma de mi andar, en las curvas de mi cuerpo, incluso quizás en los gestos que yo realizaba de forma inconsciente. Se me antojaba como una tierna mirada llena de amor.
Entonces, llenándome de una firme resolución, decidí depositar la toalla sobre una de las piedras que rodeaban la humeante masa de agua caliente, despojándome de forma simbólica de mi pudor. Después de todo, si de alguna manera, él estaba observando mi alma… No quería esconder nada de él.
Sesshomaru se mostró complacido por aquel gesto.
- Ven, Rin. – Me llamó con su voz serena. - ¿De qué querías hablar conmigo?
Me sumergí en las aguas del onsen mientras me dirigía hacia él, obligándome a mí misma a no cubrir mi cuerpo, normalizando aquella situación. No había motivo alguno para sentir vergüenza a aquellas alturas.
- Es sobre este palacio… Ahora que has heredado el título de Lord del Oeste oficialmente, ¿tu idea es residir aquí a partir de ahora? – Le pregunté evitando cualquier tipo de rodeo.
Sesshomaru alzó una ceja, mosqueado.
- ¿Ha sido mi madre quien te ha dicho eso?
Ah, cierto mi esposo le había prohibido a Inukimi acercarse a mí…
- Fui yo quien solicitó hablar con ella. – Le expliqué. – No sabía que no querías que nos encontrásemos, pero me ya me preguntaba esto desde antes de que te marchases. – El demonio permaneció en silencio, dejando que me expresara sin interrupciones. – Dado que no había motivo para seguir viajando, y que tu madre me dijo que ahora eres el nuevo Lord del Oeste… Me preguntaba qué es lo que tú quieres hacer, Sesshomaru.
Mi esposo dejó escapar un suspiro.
- No es que yo tenga muchas opciones. – Admitió. – Ahora me encuentro más ligado a este lugar de lo que me gustaría, pero es mi hogar, a fin de cuentas. – Sus ojos analizaron la desencantada expresión de mi rostro, la cual fui incapaz de ocultar. – A ti no te gusta este lugar, ¿verdad?
Respondí a su pregunta inquisitiva de forma completamente sincera:
- Creo que hay muchas personas incómodas con mi presencia… Y yo tampoco termino de encontrar mi sitio aquí, aunque… Quizás pueda volver a intentarlo, ahora que estás de regreso. Es posible que me sienta de otra manera contigo a mi lado.
Una parte de mi quería regresar de inmediato a la aldea de la anciana Kaede, pero sabía que eso significaría volver a alejarme de mi amado, el cual seguía anclado al Palacio del Oeste… Y eso era lo último que deseaba tras aquella larga separación.
- Comprendo. – Respondió él, incorporándose y acercándome a mí, despacio. Recorrió con sus pulgares mis mejillas. – Si cambias de opinión en cualquier momento, no dudes en hacérmelo saber, Rin.
Asentí, sintiendo cómo se aliviaba el peso sobre mi pecho. Ahora solamente tenía pendiente hablar con él sobre nuestra intimidad y cómo ahora era más consciente de su forma de amar, como demonio… Pero, ¿cómo podía introducir aquel tema? Resultaba mucho más delicado y complicado.
El denso hilo de mis pensamientos fue interrumpido cuando Sesshomaru tomó mi barbilla y se inclinó para darme un beso, pillándome por sorpresa. Era inusual que él no esperase a que fuera yo quien mostrase intenciones de intimidad antes de hacer nada. Sus ojos brillaban bajo el oscuro firmamento plagado de estrellas.
- ¿Amor…? – Le llamé en voz baja.
- ¿Te gustaría…? – Sus garras recorrieron mi cuello hasta detenerse en mi clavícula. - ¿Terminar aquello que dejamos a medias antes de que me marchase, esposa mía?
Parpadeé, perpleja. Casi había olvidado cómo aquel beso de despedida nos había encendido a los dos… Sentí cómo el fuego provocado por sus palabras descendía hasta lo más hondo de mi ser.
- Por supuesto, Sesshomaru. – Pronuncié su nombre despacio, saboreando la sensación de que no había nadie más en el mundo a quien permitiría hacerlo sin honoríficos.
El demonio se mordió el labio, conteniéndose un instante más.
- ¿Has vuelto a tomar de nuevo tus infusiones…? – Me interrogó para saber si era seguro llegar hasta el final esta vez.
Le mostré una sonrisa tranquilizadora.
- Sí. – Expresé casi sin aliento.
Sus brazos envolvieron mi cuerpo en ese momento, enterrando los dedos en mi cabello para volver a besarme, volcando en mi toda su necesidad. A pesar de que normalmente nos tomábamos nuestro tiempo explorando al otro, siendo cuidadosos… Aquella noche nos pudo el éxtasis de habernos reunido. De haber escapado de una guerra y de la muerte. Era como si nuestros besos quisieran borrar y olvidar los horrores que habíamos padecido, al menos durante aquellos instante donde únicamente existíamos él y yo.
Nuestras lenguas se entrelazaban entre besos de fuego, las manos buscando sin pudor los rincones más sensibles del contrario. Apenas pronunciamos una sola palabra, dejando que las reacciones de nuestros cuerpos hablasen por nosotros. Después de todo, le comprendía perfectamente. La urgencia con la que sus manos se aferraban mis caderas, en la que su boca devoraba la mía, así como la dureza que presionaba contra mi abdomen revelaban que Sesshomaru me había extrañado profundamente, de la misma forma que yo a él.
Pensé entonces que quizás no tenía que hablar con él sobre su represión sexual… Existía la posibilidad de que simplemente hiciera falta tiempo para que volviera a dejarse llevar, tal y como estaba haciendo en ese mismo momento.
Alargué mis brazos hacia su espalda, y me obligué a arañar sus omóplatos. A pesar de que era consciente de que no sería capaz de herirle seriamente, mi gesto fue medido, cuidadoso. Esperaba hacerle llegar con ello cuánto le deseaba en su propio lenguaje. Sesshomaru gruñó en mi boca, rompiendo el beso para dedicarme una mirada llena de lujuria. Definitivamente, sí que había captado el mensaje.
Me agarró del trasero para levantarme contra su cuerpo. Casi en un acto reflejo, rodeé su cintura con las piernas para evitar caerme. Suspiré el sentir su endurecido miembro entre mis piernas, presionando el rincón más sensible de mi cuerpo. Sujetándome de sus hombros, comenzamos a besarnos mientras nuestras caderas se movían buscando el roce el otro. Aquella fricción me hizo estremecer, robando toda la fuerza de mi cuerpo. El único motivo por el cual no caía directa al agua era porque Sesshomaru me sostenía firmemente por los muslos. Clavé las uñas en sus hombros, anclándome aún más a su cuerpo.
No tardamos en llegar al límite de nuestra paciencia, consumidos por aquel urgente deseo. Sesshomaru tomó asiento en el borde del onsen, dejándome a horcadas sobre él, la mitad inferior de nuestros cuerpos sumergidas en el agua. Despacio, como si toda la urgencia hubiera desaparecido en aquel instante, la punta de su miembro presionó mi entrada sin llegar a adentrarse. Protesté con un gimoteo, mordiendo su labio como gesto de inconformidad. Entonces, el demonio, cuyos ojos permanecían fijos en los míos, se hundió en lo más profundo de mi ser. Me sorprendí a mí misma siendo capaz de acoger toda su longitud con los breves preliminares que habíamos compartidos. ¿Era porque le había extrañado durante tantas noches?
Nuestros labios se siguieron buscando los del contrario mientras nos hacíamos uno, ahogando todos y cada uno de los gemidos que brotaban de nuestras gargantas. Devotos el uno al otro, mi esposo y yo hicimos el amor despacio, sintiendo cada centímetro, como si quisiéramos aprendernos de memoria la textura de cada rincón del cuerpo de nuestra pareja. Ambos perdimos la noción del tiempo, amándonos bajo la luz de la luna, como si no existiera nadie más en el mundo aparte de nosotros.
En mitad de aquel comienzo de una nueva normalidad, pensé que mientras estuviéramos juntos… podríamos superar cualquier adversidad que nos presentase.
*En japonés original "Tadaima". Es decir, "ya estoy de regreso", una frase que de forma implícita hace referencia a la vuelta al hogar.
**En japonés original "Okaerinasai", expresión para recibir a un familiar o persona con la que se convive a casa. Igual que en el capítulo anterior, ambas frases denotan cercanía y cariño con la otra persona.
Notas: Como he mencionado en algún comentario, no pretendía torturar a nadie, así que ya los tenéis reunidos de nuevo~ La verdad es que queda muy poquito para acabar esta historia, aún me cuesta creerlo…
Gracias a todos los que expresáis cariño a esta historia, todo el camino está siendo una experiencia muy bonita como escritora que no había vivido antes. Antes de que empiece a ponerme sensible os comento que las próximas dos semanas voy a estar de mudanza, por lo que se me puede complicar actualizar, aunque tengo la "estructura" del siguiente capítulo ya escrito, pero le quiero dar una vuelta antes de publicarlo, no quiero que los episodios finales dejen que desear.
¡En fin, os leo en comentarios!
