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EL VALLE

A lo largo de las semanas posteriores al bombardeo de la Luna y el ascenso de Mustang, el mundo ha cambiado. Millones de personas han perdido la vida, pero, por primera vez, hay esperanza. Tras el discurso de Clarke en el Senado, docenas de navíos dorados desertaron y se sumaron a las fuerzas de Orión y Octavia. El Señor de la Ceniza hizo cuanto estuvo en sus manos para no perder el control de su armada, pero con la Luna en llamas, su flota fracturándose y Mustang como soberana, lo único que consiguió fue que sus propias embarcaciones no cayeran en manos enemigas.

Se retiró a Mercurio con la mayor parte de sus fuerzas.

Durante su ausencia, Mustang se ha asegurado la cooperación de gran parte del ejército, sobre todo de las legiones de grises y de los caballeros-esclavos obsidianos. Ha utilizado su poder político para dar los primeros pasos hacia el desmantelamiento de la jerarquía de colores y del dominio dorado sobre el poderío militar. Se ha disuelto el Senado. El Consejo de Control de Calidad también. Miles de ellos se enfrentan a acusaciones por crímenes contra la humanidad. La justicia no será tan rápida ni tan limpia como lo fue con el Chacal, pero lo haremos lo mejor que podamos.

Creía que sería capaz de descansar después de la muerte de Abby, pero no nos faltan enemigos. Rómulo y los señores de las Lunas continúan en el Confín. El Señor de la Ceniza pretende conseguir el apoyo de Mercurio y Venus. Los caudillos dorados han comenzado a hacer demandas. Y la Luna es un desastre.

Invadida por los disturbios, la falta de alimentos y la radiación que se propaga. Sobrevivirá, pero dudo que vuelva a tener el mismo aspecto por mucho que Quicksilver prometa reconstruir la ciudad incluso sublimada.

Mi cuerpo también está en proceso de recuperación. Becca y Virany volvieron a implantarme la mano que rescaté de la lanzadera del Chacal que aterrizó en la Luna.

Tardaré meses en poder volver a escribir, y mucho más en poder blandir una espada.

Aunque espero tener menos motivos para hacerlo en los días venideros.

Cuando era más joven, pensaba que destruiría la Sociedad. Que desmantelaría sus costumbres. Que reventaría las cadenas y algo nuevo y hermoso surgiría sin más de las cenizas.

Pero no es así como funciona el mundo. Esta victoria de compromiso es lo mejor que la humanidad podría esperar. El cambio se producirá más despacio de lo que Marcus y los Hijos desearían, pero llegará sin pagar el precio de la anarquía.

Eso esperamos.

Bajo la supervisión de Holiday, Sefi ha puesto rumbo a Marte para iniciar el lento proceso de liberación del resto de su pueblo, visitando los polos con medicinas en lugar de armas. Recuerdo el aspecto de sus ojos oscuros cuando examinó por sí misma uno de los cráteres nucleares del Chacal. De momento, se ha comprometido con el legado de su hermano y planea instalarse en un territorio más cálido reservado para su pueblo en Marte. Prefiere mantenerlo alejado de las ciudades ajenas. Creo que, en lo más profundo de su ser, sabe que no será capaz de controlarlos. Los obsidianos abandonarán sus prisiones. Sentirán curiosidad, se dispersarán y se integrarán. Su mundo nunca volverá a ser el mismo. Ni tampoco el de mi pueblo. Pronto regresaré a Marte para ayudar a Marcus a dirigir la migración de los rojos hacia la superficie. Muchos se quedarán y continuarán con las vidas que conocen. Pero otros tendrán la oportunidad de vivir bajo el cielo.

Me despedí de Bellamy anteayer cuando se marchó de la Luna. Mustang quería que se quedara y nos ayudase a dar forma a un nuevo sistema de justicia, más ecuánime. Pero él ya está harto de política.

—No tienes por qué irte —le dije en la plataforma de aterrizaje.

—Aquí no me queda nada más que recuerdos —contestó—. Llevo demasiado tiempo viviendo mi vida para otros. Quiero ver qué más hay ahí fuera. No puedes recriminármelo.

—¿Y el niño? —le pregunté señalando a Lisandro con la cabeza. El muchacho subió al barco cargado con una mochila con sus pertenencias—. Raven cree que es un error dejarlo vivir. ¿Cómo lo expresó exactamente? «Es como dejar un huevo de víbora debajo de tu asiento. Tarde o temprano se romperá el cascarón».

—¿Y qué opinas tú?

—Creo que ahora el mundo es distinto. Y que deberíamos actuar en consecuencia. También lleva la sangre de Charles en las venas, no solo la de Abby. Aunque no es que la sangre suponga una diferencia.

Mi alto amigo me dedicó una sonrisa cariñosa.

—Me recuerda a Julian. Es un alma bondadosa, a pesar de todo. Lo criaré convenientemente.

Me tendió una mano no para estrechar la mía, sino para devolverme el anillo que me quitó del dedo la noche en que murieron Charles y Titus. Volví a cerrarle los dedos en torno a él.

—Ese anillo pertenece a Julian —le dije.

—Gracias…, hermana.

Y allí, en una plataforma de aterrizaje de la Ciudadela que una vez fue el corazón del poder dorado, Bellamy au Belona y yo nos estrechamos las manos y nos decimos adiós, casi seis años después del día en que nos conocimos.

Semanas más tarde, contemplo las olas que lamen la orilla mientras una gaviota planea en lo alto. Casquetes blancos salpican el agua oscura que azota los farallones de la playa septentrional. Mustang y yo dejamos nuestra pequeña nave biplaza en la costa este-noreste del Confín Pacífico, al borde de una selva tropical, en una gran península. El musgo crece sobre las rocas y los árboles. El aire es frío. Lo justo para que se vea la condensación del aliento. Es la primera vez que visito la Tierra, pero me siento como si mi espíritu hubiera vuelto a casa.

—A Costia le habría encantado esto, ¿verdad? —me pregunta Mustang.

Lleva un abrigo negro con el cuello levantado. Sus nuevos guardaespaldas pretorianos están sentados en las rocas a medio kilómetro de distancia.

—Sí —contesto—. Le habría gustado mucho.

Los lugares como este son los latidos de nuestras canciones. No una playa cálida o un paraíso tropical. Esta tierra salvaje está llena de misterio. Esconde sus secretos codiciosamente detrás de brazos de niebla y velos de agujas de pino. Sus placeres, como sus secretos, deben ganarse con esfuerzo. Me recuerda a mis sueños acerca del valle. El humo de la hoguera que hicimos con madera de deriva asciende en diagonal sobre el horizonte.

—¿Crees que durará? —me pregunta mirando el agua desde nuestra atalaya en la arena—. La paz.

—Sería la primera vez.

Esboza una mueca de dolor, se apoya sobre mí y cierra los ojos.

—Al menos nos quedará esto.

Sonrío recordando a Bellamy al ver un águila que sobrevuela el agua a baja altura antes de alzarse entre la niebla y desaparecer en los árboles que se proyectan desde la cumbre de un farallón.

—¿He aprobado tu examen?

—¿Mi examen? —repite ella.

—Desde el momento en que interceptaste el despegue de mi barco en Fobos, has estado poniéndome a prueba. En el hielo pensé que ya había aprobado, pero la cosa no terminó allí.

—Te has dado cuenta —dice con una sonrisilla malvada; pero el gesto se desvanece y Clarke se aparta el pelo de la cara—. Siento no haber sido capaz de seguirte sin más. Necesitaba ver si eras capaz de construir. Necesitaba saber si mi pueblo podía vivir en tu mundo.

—No, eso lo entiendo —digo—. Pero hay algo más. Algo cambió cuando viste a mi madre. A mi hermano. Algo se abrió en tu interior.

Asiente, aún sin apartar la mirada del agua.

—Tengo que decirte una cosa. —Me vuelvo para mirarla—. Me mentiste durante casi seis años. Desde el momento en que nos conocimos. En el túnel de Lico rompiste lo que teníamos. Esa confianza. Esa sensación de intimidad que habíamos construido. Recomponer eso lleva tiempo. Necesitaba descubrir si éramos capaces de encontrar lo que habíamos perdido. Necesitaba ver si podía confiar en ti.

—Ya sabes que sí.

—Ahora sí —dice—. Pero…

Frunzo el entrecejo.

—Mustang, estás temblando.

—Calla y déjame terminar. No quería mentirte. Pero no sabía cómo reaccionarías. Qué harías. Necesitaba que tomaras la decisión de ser algo más que una asesina no solo por mí, sino por alguien más.

Aparta la mirada de mí para levantarla hacia el cielo azul, donde un barco desciende perezosamente. Alzo una mano para protegerme del sol otoñal y verlo acercarse.

—¿Esperamos compañía? —pregunto recelosa.

—Algo así.

Se levanta. La imito. Y se pone de puntillas para besarme. Es un beso tierno, largo, que hace que me olvide de la arena que hay bajo nuestras botas, del olor a pino y sal de la brisa. Siento su nariz fría contra la mía. Tiene las mejillas sonrojadas. Toda la tristeza del pasado, todo el dolor, hacen que este momento sea aún más dulce. Si el sufrimiento es el peso del ser, el amor es su propósito.

—Quiero que sepas que te quiero. Más que a nada. —Se aparta de mí—. Casi.

El barco sobrevuela el bosque de árboles de hoja perenne y se posa en la playa. Dobla las alas hacia atrás como si fuera una paloma. La arena y la sal nos salpican, propulsadas por sus motores. Mustang entrelaza sus dedos con los míos mientras avanzamos con dificultad por la playa. La rampa desciende. Sófocles sale disparado hacia la arena y echa a correr tras un grupo de gaviotas. Detrás de él, oigo la voz de Kavax y el dulce sonido de la risa de un niño.

Me flaquean las piernas. Miro a Mustang, confundida. Ella tira de mí para que siga caminando, con una sonrisa nerviosa en la cara.

Kavax sale del barco con Marcus. Octavia y Raven los acompañan y me saludan con la mano antes de volverse para mirar expectantes hacia el inicio de la rampa.

Antes pensaba que las hebras de la vida se deshilachaban a mi alrededor porque la mía era demasiado fuerte. Ahora me doy cuenta de que cuando estamos entretejidos, creamos algo irrompible. Algo que perdura mucho tiempo después de que esta vida termine. Mis amigos han llenado el vacío que la muerte de mi esposa dejó en mi interior. Han vuelto a convertirme en un ser completo. Mi madre se suma a ellos sobre la rampa, escoltada por Nyko, para pisar la Tierra por primera vez. Sonríe como lo hice yo al oler la sal. El viento fustiga su pelo gris.

Tiene los ojos vidriosos y llenos de la alegría que mi padre siempre quiso para ella. Y en los brazos lleva a un niño sonriente con el cabello dorado.

—¿Mustang? —pregunto con un tono de voz temblorosa—. ¿Quién es ese?

—Lexa… —Mustang me sonríe—. Ese es nuestro hijo. Se llama Lincoln.