Ranma ½ no me pertenece.
.
.
.
Fantasy Fiction Estudios
presenta
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Una historia escrita para la
Rankane Week 2023
de la página
Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
-∙:∙-∙:∙-∙:∙-∙:∙-
7
Aceptar una boda es el final feliz
-∙:∙-∙:∙-∙:∙-∙:∙-
.
.
.
.
¿Qué la desnudara?
¿Se daba cuenta de lo que le estaba pidiendo?
Ranma la miró otra vez. El pecho de ella subía y bajaba a un ritmo anormal, y abría y cerraba apenas los dedos de las manos, rítmicamente. Estaba realmente nerviosa, y se dio cuenta de que él también lo estaba, aunque quizás por un motivo distinto.
No quería que fuera así, en aquel rincón olvidado lejos de Tokio. No quería que Akane se sintiera obligada a ello. Tal vez estaba siendo un idiota, muy probablemente lo era de verdad. Y de seguro, si le explicara a Akane lo que estaba pensando en ese momento, ella diría alguna cosa ingeniosa, un poco divertida y por completo inadecuada, que borraría todas sus reservas de un plumazo.
Porque a veces ella era mucho más fuerte que él. Y jamás le hubiera pedido una cosa como esa sin medir con exactitud todas las consecuencias de sus actos.
La recordó otra vez tal y como la había visto al bajarse del tren aquella primera vez. Recordó cómo ella lo había abordado y le había dicho claramente lo que necesitaba. Esa era Akane Tendo, la mujer que iba a ser su esposa.
—¿Se puede saber por qué estás sonriendo así? —preguntó ella entonces, moviendo el cuerpo para depositar su peso en el otro pie. Se mordió la uña del pulgar.
—Por nada —respondió él.
—Mentira, de seguro estás pensando en algo.
Ranma sonrió más ampliamente.
—En nada.
Estaba jugando con ella. Qué odioso.
—Bueno, entonces…
Él se movió con lentitud hacia ella. Akane lo vio avanzar y sintió como si se estuviera ahogando. Había sido muy osada con sus palabras y ahora, al notar la manera en que la miraba, la voluntad le flaqueaba un poco. Era probable que estuviera temblando, pero siempre podría achacarlo al frío de la lluvia, y al menos así su propio orgullo permanecería intacto.
—Entonces, ¿qué debo hacer? —le preguntó Ranma con tranquilidad, casi como si estuvieran hablando del clima.
—Debes… uhmm d-debes…
—¿Sí, Akane? —inquirió.
¡Seguía jugando con ella!
—Bueno, ¿nunca desnudaste a una mujer? —le preguntó ella de pronto, con un pequeño deje de venganza en la voz.
El efecto fue exactamente el deseado y él perdió ese aspecto de sabelotodo. Se le colorearon las mejillas y entreabrió los labios. Y, lo mejor de todo, sus ojos cambiaron de color. Ahora eran más brillantemente azules.
—No —respondió, lacónico.
—Ah…
De inmediato sintió que había cometido un error, porque no esperaba ese tipo de respuesta.
Pero, por otro lado…
—¿De verdad?
Él asintió.
—¿Qué debo hacer?... ¿Desabotonarte el vestido?
—Para empezar, sí. Después… las enaguas, el corsé y… —Se detuvo, cohibida. La camisola y la ropa interior serían las últimas prendas que él tendría que quitarle.
Le gustaba que ella fuera la primera mujer a la que le quitaba la ropa. No podría ser la primera para él de la misma manera en que él sería su primer amante, pero al menos, Ranma nunca le quitaría la ropa a otra mujer en toda su vida, y aquel pensamiento era lo suficientemente agradable como para mejorarle el humor y provocarle un calor en el vientre.
Se apartó el largo cabello hacia un lado y le indicó los botones. Él se puso detrás de ella y levantó las manos. Pasó la punta de los dedos por la larga hilera de botones forrados, que empezaban en la base del cuello y se deslizaban hasta la parte baja de la espalda. Cuando empezó a abrir los botones, uno a uno, le rozó la piel del cuello con el dorso de los dedos sin querer, y Akane se estremeció por el contacto de forma súbita. De seguro él lo había notado, pero no dijo nada.
—Son diminutos —murmuró.
—Te lo dije —replicó ella con los ojos clavados en la chimenea—. Pero el vestido es bonito.
—Es bonito, sí —murmuró él en voz baja.
Akane percibió un cambio en el aire, una cosa que se le amontonaba sobre la piel, en cada centímetro desde el cuello que empezaba a ser expuesto por los dedos de él. Y supo que ya no podría dar marcha atrás, no solo porque sería muy malo de su parte seducirlo de aquella forma para después detenerse, sino porque ella misma no quería parar.
Lo deseaba, comprendió. Lo deseaba de una manera desesperada.
Quería borrar el recuerdo de aquella otra mujer que había sido su primer amante, y estaba segura de que, si se lo proponía, podía incluso lograrlo.
—¿Cómo era… ella? —preguntó de pronto, sin ser consciente de que las palabras se formaban en su boca hasta que las escuchó.
—¿Quién?
—La mujer… con la que te acostaste.
Los dedos de Ranma se detuvieron y su respiración se volvió más acompasada.
Akane creyó que no iba a decir nada y, en su interior, rezó para que sí lo hiciera.
—No voy a hablar de eso —murmuró Ranma.
—¡Pero…!
—¿Y tú? —preguntó él—. ¿Te enamoraste alguna vez?
—Eso es completamente diferente —respondió Akane cruzándose de brazos.
—Es lo mismo, exactamente lo mismo.
—O sea… ¿Qué estabas enamorado de ella? —preguntó en un susurro.
No sabía por qué le dolía, era tonto. Era historia, estaba en el pasado.
—Lo siento —agregó en seguida, intentando aligerar la situación.
Pero el daño estaba hecho. Lo había echado todo a perder, de una manera terrible.
Él no dijo nada más, continuó trabajando en silencio para abrir cada uno de los botones, durante segundos que parecieron interminables, hasta que ella percibió que el vestido se le soltaba en la espalda y él suspiraba.
—Está listo.
—… Gracias.
Akane dio un paso hacia adelante. Necesitaba alejarse de él. Empezó a tirar de las mangas del vestido para sacárselo del todo, reprochándose toda aquella tonta situación. Quizás en ese instante él podría estar tocándola, o podría estar cerca de ella, envolviéndola con su calor. Incluso podría haberla besado ya, como tanto le gustaba ¡Pero ella lo había arruinado todo! Él tenía razón, nunca se callaba.
Era incapaz de contenerse.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —preguntó Ranma un momento después.
—¿Qué te parece? —inquirió ella de mal humor, tirándose todavía de las mangas—. ¡Quitándome esta cosa!
—Déjame que… —se ofreció él, acercándose.
Pero Akane lo detuvo en seguida.
—No es necesario.
Tiró con más fuerza, hasta que se le enrojecieron las mejillas por el esfuerzo, y al final logró soltar una de las mangas, después la otra, y forcejeó, levantando la tela y sacándose el vestido por la cabeza. Lo arrojó a un lado con rabia y se enjugó la frente. Ya había entrado de nuevo en calor con aquel ejercicio, o quizás era porque estaba enfadada. Consigo misma.
—No, nunca estuve enamorada —dijo de pronto.
Seguía con los ojos clavados en el fuego de la chimenea, y puso los brazos en jarras, intentando enfatizar su punto.
Ranma la observó. Se veía bastante graciosa, con las enaguas almidonadas y las cortas mangas de la camisola que se le caían constantemente de los hombros. Era un montón de volados blancos y puntillas de encaje. Pero también se veía hermosa, con la cintura diminuta apretada por el corsé y los pequeños pies asomando por debajo de las capas de falda. Las mejillas se le habían encendido y los ojos le brillaban, de un color chocolate intenso.
—Akane…
—Ya que me lo preguntaste, voy a responder —dijo ella, sin mirarlo todavía.
Después se sentó en la silla y soltó un suspiro. A continuación, se levantó las enaguas hasta la rodilla, mientras Ranma la miraba atónito, percibiendo la sangre bombear directo a su entrepierna.
—¿Qué… estás haciendo? —le preguntó sin aliento.
Akane buscó la liga que le ataba las medias por debajo de la rodilla y empezó a tirar para desatarla.
—Tengo los pies fríos, me voy a sacar las medias —sentenció.
Todavía estaba enojada por la estupidez que había cometido y los movimientos no le salieron tan elegantes y desenvueltos como había previsto. Además, el nudo estaba bien agarrado por la humedad y estaba tardando más de la cuenta en soltarlo. O sea que ni siquiera tendría la posibilidad de deslizar la media de la manera seductora que había planeado para contentar a Ranma.
—¡Diantres! —maldijo entre dientes.
Cuando alzó el rostro, Ranma estaba arrodillado ante ella y estiraba las manos para ayudarla.
—Eres demasiado torpe —le dijo.
—¡No lo soy! El nudo está…
Pero desistió de golpe, como si toda la energía se le hubiera escapado del cuerpo. Él tenía razón, era torpe, y también se sentía torpe. Se sentía una tonta sin ningún encanto. Y aunque no solía sentir lástima de sí misma, en ese instante se regodeó en la autocompasión con mucho placer.
La mano grande y caliente de Ranma le acarició la parte de atrás de la rodilla mientras buscaba la atadura. En seguida, Akane tuvo un sobresalto. Lo miró sintiendo que se le escapaba el aliento. Ahora los dedos de él se deslizaban por la suavidad de la lana de la media.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Te estoy desnudando —respondió él en tono bajo, y alzó la cabeza. Las llamas de la chimenea danzaban en sus pupilas de una forma hipnótica.
—No resultó tan divertido, ¿no? —comentó ella chasqueando la lengua.
—¿Querías que fuera divertido? —preguntó Ranma curioso.
—Se supone que lo sería, ¿no? —Se encogió de hombros—. Pero ahora entiendo por qué los matrimonios nobles duermen en cuartos separados y el marido envía notas diciendo «te visitaré esta noche, querida»… Así la esposa puede esperarlo desnuda. ¡Es una verdadera molestia sacarse toda esta ropa! Me imagino que, de lo contrario, llegaría la madrugada y ellos todavía seguirían sin hacer nada.
Sonrió al final, con timidez.
Ranma, sin poder creérselo, se rio, hondamente. Y con la risa sintió que se sacudía algo extraño del cuerpo, algo que le pesaba molestamente sobre los hombros.
Akane era la mejor mujer del mundo.
—No te preocupes —agregó ella, todavía sonriendo—, cuando me envíes una nota a mi cuarto diciéndome «te visitaré esta noche», te esperaré desnuda.
—Akane, no vamos a dormir en cuartos separados —sentenció él.
Ella lo miró asombrada.
—Tienes razón —murmuró—, no somos un matrimonio de nobles.
—Y yo te voy a sacar la ropa —agregó él con energía.
—No te preocupes, tengo una doncella para eso —le explicó Akane—. Es mejor que me meta a la cama desnuda.
—¿Desnuda? —Alzó una ceja.
—¿Prefieres en camisón?
—¿Me hablas en serio, Akane?
—Bueno, nunca me he casado, no sabría qué hacer —replicó ella, sonrojada y nerviosa—. Por eso te lo estoy preguntando.
—Yo tampoco me he casado nunca —dijo él entonces—. Pero creo que prefiero… el camisón. Quiero sacarte al menos un poco de ropa.
—Será el camisón, entonces —susurró ella, todavía sonrojada, pero sonriendo—. ¿De verdad quieres… sacarme la ropa?
—¡Me muero por sacarte la ropa!
—Ah.
Si no estaba volviéndose loco, pensó Ranma, era probable que tuviera ganas de reírse otra vez. Sacudió la cabeza. Esa mujer no era normal. O tal vez, ellos dos no eran normales, no hacían las cosas como la otra gente.
—En ese caso —musitó Akane con timidez—, ¿podrías desatarme la otra liga también?
Cuando Ranma alzó de nuevo la vista, la vio sonrojada a la luz del fuego. Estaba echada hacia adelante, con las mangas de la camisola caídas y los hombros escubiertos, revelando una piel cremosa. El corsé le apretaba los senos, realzándolos de una forma provocadora y exquisita.
Era tan hermosa que le cortaba la respiración. Y era mucho más que eso también.
Era suya.
—Todo lo que tú quieras —le respondió casi en trance, sin apartar los ojos de los de ella.
Akane soltó una risita.
—Ranma, mi rodilla está más abajo —le dijo.
Él comprendió que le había puesto la mano en el muslo, pero no se apuró en apartarla. Las enaguas se le habían subido un poco más y revelaban un trozo de piel y carne firme. Suave. Aunque un poco húmeda todavía por haberse mojado con la lluvia.
—¿Todavía tienes frío?
Ella negó con la cabeza.
—Ya lo olvidé —susurró.
—Yo también… olvidé —le dijo él claramente.
—¿Olvidaste que tienes frío? —inquirió Akane frunciendo las cejas.
—La olvidé… a ella. Esa mujer, no es importante —murmuró.
¿Y cómo no, si Akane estaba allí, dispuesta para que la tocara? Se había olvidado de toda su vida antes de ella. Apenas era capaz de recordar su propio nombre si lo miraba así.
Le acarició de nuevo el muslo y el color en las mejillas de ella se acentuó.
Era preciosa, increíblemente preciosa.
—Ya veo —replicó ella en un hilo de voz.
Ranma percibió que el pulso se le había puesto irregular y le latía con fuerza detrás de la rodilla. Le soltó la liga con unos dedos de pronto inusitadamente torpes. Se le había acelerado la respiración.
—Yo… —dijo ella, vacilante—. Aunque no me enamoré, sí me gustaba alguien. O algo así.
—¿Quién? —quiso saber él en seguida.
Necesitaba saber. ¿Habría posibilidad de encontrar a ese sujeto y matarlo?
—No te vayas a reír… —Ella apartó la vista un momento y tomó aire antes de responder—: El doctor Tofú. Es…
—¡¿Tu cuñado?! —exclamó Ranma, incrédulo.
—¡No! —dijo Akane con firmeza—. No se había casado con Kasumi todavía… ¿Cómo sabes que mi cuñado se llama Tofú? Lo viste solamente un momento en casa aquella noche.
Él no pensaba hablarle de los informes de Yoshikawa en ese momento.
—No importa. —Sacudió la cabeza—. Estamos hablando de tu enamoramiento.
—En realidad, no estaba enamorada. No se parecía a eso —murmuró—. Pero él era agradable y muy atento. Era interesante y me caía bien. Claro que, cuando fue muy claro que quería a Kasumi, dejé de pensar en él de esa manera.
—Ah. —Ranma apretó los dientes. Al cuñado de Akane no podía matarlo, lamentablemente.
—Y, con el tiempo, me gusta cada vez menos —confesó Akane—. Es demasiado dulce y tierno, casi empalagoso. Y me di cuenta de que no me gustan nada los hombres tan amables.
—No sé si eso es un cumplido o… —murmuró Ranma.
—Lo que quiero decir es que el doctor Tofú…
—¿Podríamos dejar de hablar de Tofú? —preguntó él con frialdad. Al ver la mirada curiosa de ella, agregó—: ¿Y podrías sacarte las medias de una buena vez?
Quería verle las piernas. La última vez no había podido, y no era lo mismo con aquellas gruesas medias puestas. Quería tocarle la piel, los dedos le hormigueaban de una manera extraña por los deseos de acariciarla.
—Como usted quiera, señor Saotome —replicó Akane, con una cara de niña buena que era de verdad increíble de ver.
Tuvo que subirse los pliegues de ropa hasta la parte alta del muslo para llegar al inicio de las medias. Y lo hizo con una deliberada lentitud, Ranma estaba seguro. Había descubierto que tenía poder sobre él y no dudaba en aprovecharse.
Qué interesante. Así que Akane también podía ser así de traviesa.
Enrolló la media a lo largo de la larga pierna, primero la derecha, amontonándola en la punta del pie, para después tirar, descubriendo la piel blanca y un poco fría. Ranma lo supo porque la tocó de inmediato. Envolvió con los dedos la pantorrilla y acarició la parte de atrás de la pierna, deslizando la palma con suavidad hasta detenerse en el tobillo. Abarcó el talón y le tocó toda la planta del pie.
—¿Terminaste tu inspección? —preguntó ella, un poco risueña porque le hacía cosquillas en el arco del pie.
—Eres hermosa —le dijo sin aliento.
Akane dio un respingo.
—Hace un momento… dijiste que era fea.
Ranma soltó un suspiro.
—No te lo estaba diciendo a ti, me lo decía a mí —explicó.
—¿Te estabas diciendo «fea» a ti mismo?
—¡No!... Siempre intentaba decirme que eras fea. Para no enamorarme de ti.
Akane alzó las cejas. ¡Eso no tenía ningún sentido!
—Pero no funcionó, ¿cierto? —preguntó al final.
—No funcionó. Es un método… terrible.
—Oh.
Y él no supo decir exactamente qué significaba ese «oh». Si era de regocijo, o de risa, o de indiferencia, como esos ruidos que uno hace cuando no quiere responder nada.
—Akane…
—Ya lo sé, señor Saotome —lo interrumpió ella, enderezándose y sonriendo—. Me voy a sacar la otra media.
—No.
Ranma la detuvo y le apartó las manos cuando ella ya se había arrollado de nuevo los volados de las enaguas. La miró a los ojos.
—Te la voy a sacar yo.
La expresión de ella fue fascinante. Sus labios se entreabrieron unos escasos milímetros y soltó el aire lentamente. Y sus ojos brillaron y después se oscurecieron, lo que fue bastante claro con la luz del fuego dándole en el rostro. Ranma se alegró de que así fuera. Quería ver cada expresión de ella cuando la tocara.
Cuando le rozó el muslo, Akane se estremeció y soltó un jadeo. Y él percibió que su propio corazón latía desbocado, y que se le tensaban los pantalones de anticipación. Pero en ningún momento se le ocurrió ser brusco o acelerar aquella tortura, no solo porque sabía que no debía apurarse con ella. Era también por él mismo. Sentía que esta volvía a ser su primera vez, la de verdad, como si todo el pasado se hubiera desdibujado mientras miraba a Akane.
Y le gustaba que así fuera. Le gustaba demasiado.
Tomó el inicio de la media y tiró, deslizándola por la pierna. No fue cuidadoso como ella, y esperó que a Akane no le importara, porque no había podido contenerse. Y de la misma manera, no contuvo su curiosidad y se inclinó, dejándole un beso húmedo y caliente justo junto a la rodilla. Los muslos de ella temblaron y él continuó. La besó un poco más arriba, aspirando el aroma de su piel, besándole el interior de un muslo, después el otro.
Percibió cada vibración de ella bajo su boca. Le acarició la pantorrilla y la sintió estremecerse con fuerza.
Tenía la cabeza encajada entre sus piernas y se sentía tan bien.
—¿Ra-Ranma?
Él alzó un poco la cabeza, intentando volver a enfocar la vista. Se dio cuenta de que le había subido la falda casi hasta la entrepierna, llevándose también la camisola y la ropa interior en el proceso. Las últimas estúpidas prendas que apartaban a Akane y su cuerpo de él.
Claro que, primero, tendría que deshacerse también de ese maldito corsé y de las enaguas almidonadas. Imaginó cómo le quitaría cada una de las prendas y gozó de pura anticipación al pensar en Akane sobre la cama, completamente desnuda, con el largo cabello desparramado sobre la almohada.
—¿Ranma? —dijo ella con más fuerza.
—¿…Sí?
—¿Qué… estás haciendo? —preguntó mordiéndose el labio inferior.
—¿N-No… no te gusta? —le preguntó contrariado.
—Sí, pero… —Ella se sonrojó todavía más—. ¿No debería terminar de sacarme la ropa primero?
—Lo que quieras —respondió con un jadeo.
Se puso de pie de un salto y la levantó de la silla tirando de sus manos, hasta que la tuvo de pie también, ante él, muy cerca de su propio cuerpo.
—¿Te saco el corsé?... ¿Te desabotono la enagua? Dime… dime lo que tengo que hacer.
—Bueno…
Ella apartó la vista, más nerviosa que nunca, y Ranma supo que algo andaba mal, muy mal.
—¿Qué pasa? ¿Qué es, Akane? —le preguntó desesperado.
—Bueno, es que… Tú… ¿no vas a sacarte la ropa también? —preguntó ella con un tono completamente inocente.
¡Era eso! ¡Era solamente eso! No algo terrible, como que no le gustaba que la tocara, o cómo la tocaba. Era solo una cosa insignificante como esa.
—Sí —le dijo sonriente—. Me la voy a quitar.
—¿Y necesitas… ayuda? —inquirió ella.
—No, la ropa de hombre no es tan complicada.
—Ah.
¿Había acaso decepción en sus ojos?
—Pero… si tú quieres… —se escuchó decir.
Ese era un nuevo nivel de intimidad que no sabía si podría soportar, pero comprendió que lo haría por ella. Sobre todo, al ver cómo se le iluminaban los ojos y una sonrisa pícara le adornaba los labios.
Lo iba a matar si continuaba teniendo esa expresión.
Pasara lo que pasara, no le iba a permitir que le sacara toda la ropa. No los calzones, o ocurriría un vergonzoso accidente si ella intentaba tocarlo con curiosidad, como ya sabía que iba a hacer. La conocía demasiado bien. Y tenía el orgullo masculino lo bastante grande como para no desear quedar como un idiota frente a ella si no podía contenerse, igual que un muchacho atolondrado.
Su límite serían los pantalones. O quizás ni siquiera eso, apenas los botones del pantalón. El primer botón. Porque después, no podría…
—Ranma, ¿en qué piensas? —inquirió ella curiosa.
—Nada, nada —dijo sacudiendo la cabeza—. Ven, ¿quieres que te quite las enaguas? ¿Tienen un nudo?
—No, creo que puedo sacármela yo misma… Pero, ¡espera!
Lo detuvo tomándolo por el brazo cuando él se movió con ímpetu, y quizás demasiada fuerza.
—¿No dijiste que podía quitarte la ropa?
Ranma se detuvo del todo y tomó aire. Sopesó si era preferible que ella le sacara la ropa ahora, o desnudarla él primero. Sería mejor no tener nada de ropa cuando terminara de desnudarla… para poder pasar directo a la cama. Pero, al mismo tiempo, no creía poder esperar. Era mejor que ella estuviera desnuda y luego él pudiera sacarse…
Sacudió de nuevo la cabeza. No había una buena respuesta, las dos opciones eran igual de irritantes. Las dos contenían mucho tiempo malgastado en quitarse la ropa. Definitivamente, Akane tenía razón, tener solo un camisón en el futuro sería una bendición. Él se pondría la camisa de dormir, pero si Akane prefería que estuviera desnudo…
—Ranma —repitió Akane, empezando a impacientarse.
—En realidad… no sé —respondió.
Ella hizo una expresión curiosa, una especie de puchero de tristeza, que cambió en seguida a una mirada decidida y unos labios apretados con determinación.
—Te voy a quitar la ropa —sentenció.
—Bueno, si lo pones de esa manera…
—¿Dónde está tu chaqueta? —le preguntó mirándolo apreciativamente.
—La dejé sobre la mesa. Está tan mojada que me molestaba.
—Entonces, creo que…
Ella lo miró a los ojos, nerviosa, como si estuviera decidiendo qué quería hacer primero. Alzó las manos hasta su cuello y empezó a desatarle la corbata, tardando mucho más de la cuenta en deshacer el nudo.
—Lo siento —dijo en un susurro—. Me tiemblan un poco las manos.
—No te preocupes —dijo él.
Estaba más que conforme con aquella postura. Con los brazos alzados, a Akane se le estrujaban los senos y él podía apreciar el valle que se formaba entre los pechos. Le encantaba ser más alto que ella, así no se perdía de aquellas vistas sublimes.
Ella terminó de quitarle la corbata y la arrojó al suelo.
A continuación, le pasó las manos por los hombros y los brazos. Después lo miró a los ojos.
—Cuando me miras así… me das un poco de miedo —confesó.
—¿Por qué? —preguntó él, ofendido. En lo último en lo que pensaba era en hacerla temer.
—No lo sé. Me pones nerviosa.
Ella lo observó atentamente, dejando vagar sus ojos por todo su rostro. Alzó la mano y lo acarició en la mandíbula con la yema de los dedos. Sus ojos se detuvieron fijamente en su boca.
Ranma pudo saber con precisión lo que estaba pensando ella en ese momento, y tenía la misma idea. ¡Quién iba a decir que ahora sabía leer la mente!
—¿Ranma…, vas a besarme? —le preguntó Akane con lentitud.
—¿Quieres que lo haga?
El tono juguetón de él la hizo enfadar. Frunció el ceño.
—¿Por qué siempre respondes con una pregunta? —le espetó.
—Porque soy insoportable. —Le sonrió.
—Exactamente.
—Y muy inteligente.
—¡Eso quisieras! —dijo ella sacándole la lengua.
A Ranma se le vinieron a la mente ideas bastante indecentes en ese instante, y tuvo que aclararse la garganta con fuerza.
—Entonces… ¿quieres que te bese o no?
Akane meditó la pregunta con absoluta seriedad.
—No, todavía no —respondió.
—Maldita sea.
—¿Qué dijiste, Ranma? —inquirió ella con deliberada inocencia.
¿Por qué estaba jugando con él? ¿Era una especie de venganza, o lo hacía sin proponérselo?
Ella siguió concentrada en su tarea. Le acarició la parte delantera del chaleco, pasándole los dedos por las solapas anchas y de tela suave. Recorrió los bordados de hilo oscuro que adornaban la parte inferior, demasiado cerca de la cinturilla de los pantalones.
Ranma tragó saliva e inspiró con fuerza, aliviado cuando ella decidió alzar la mano y concentrarse en otra cosa.
Le desenganchó el reloj de bolsillo y soltó una exclamación de sorpresa.
—¡Oh, no! Está abollado… y no funciona —murmuró.
—No importa.
—Te regalaré otro —le prometió.
—No es necesario… es una baratija.
—¡No es una baratija! —dijo ella con fuerza, examinándolo mejor—. Además, te lo rompiste rescatándome, ¿no?
—Eso parece…
Akane asintió. Y con una mirada un poco menos brillante, empezó a desabotonarle el chaleco lentamente, pasándole los dedos por los músculos del pecho entre botón y botón. Él ahogó un gemido apretando los labios. ¿En qué momento se le ocurrió que eso sería una buena idea? Era como una muerte lenta que ella lo acariciara tan cuidadosamente. Insoportable y delicioso al mismo tiempo. Pero intolerable también. Quería que le arrancara la ropa. Se compraría ocho chalecos más después, no importaba.
—Akane, por favor…
—¿Cómo supiste dónde estábamos? —preguntó ella, ajena a su debate interior—. ¿Cómo sabías que el conde me había secuestrado?
Ranma agradeció aquel tema para poder aflojar un poco la tensión del cuerpo. Tomó aire.
—Fue el señor Pan-da.
—¿Tu padre? —inquirió Akane deteniéndose de golpe—. ¡Lo llamaste señor Pan-da!
—Bueno…
—¿Y él?, ¿cómo lo supo?
—Vio cuando te ibas en un carruaje con el blasón de los Hibiki —le explicó. Ella no volvió a moverse, tenía la vista clavada en el chaleco desabotonado—. Y vino a mi oficina, dijo que yo era el único que podía hacer algo.
—Y tenía razón —murmuró Akane.
Ranma se encogió de hombros.
—Pero, ¿cómo sabías que estábamos justo allí? Ni siquiera nosotros… El conde nunca dijo adónde nos llevaba, solo dijo…
Se estremeció al recordar aquel repentino cambio de planes donde ella había pasado a ser la prometida de Ōta en lugar de la del vizconde, un destino todavía peor. Si Ranma no hubiera llegado a tiempo…
Volvió a estremecerse, con un repentino acceso de asco que le hizo apretar los labios.
—¿Qué pasa, Akane? —le preguntó Ranma. La tomó de la barbilla con gentileza y le alzó el rostro para poder mirarla a los ojos—. ¿Qué sucedió en ese carruaje?... ¿Qué hizo ese viejo asqueroso? —agregó con rabia.
Ella sacudió la cabeza.
—¿O fue el imbécil del vizconde? —insistió Ranma, inflexible, cada vez más acalorado, en un tono más alto—. ¡Lo voy a…!
—No, Ranma. El vizconde… Al vizconde no le gustan las mujeres —le dijo en un susurro, como si fuera una confesión.
—¡Eso ya lo sé! ¿Y qué tiene que ver?... Fue Ōta —sentenció—. ¡Sabía que era un error dejarlo vivo! ¡Tendría que haberlo matado con mis propias manos!
—¡No! ¿Qué hubiéramos ganado con eso? Ahora estarías en la cárcel, y como yo no soy abogada no podría haber hecho nada, ¿cierto? —le dijo con tranquilidad.
—¡No me importa!
—¡A mí sí me importa! —exclamó ella—. Me habrías dejado sola.
Después le puso las manos en los hombros y le sonrió.
—No pasó nada, estoy bien. Pero no quiero hablar de eso. El conde estaba loco, y no voy a recordar las palabras de un demente. Ya no existe para mí.
Después volvió a tomarlo del chaleco y se lo quitó despacio, mientras Ranma se dejaba hacer, todavía un poco beligerante y nada conforme con aquello. Tenía los medios para aplastar a Ōta si quisiera. Podía hacer que Yoshikawa lo investigara a fondo y encontrara todos sus secretos sucios, de seguro un hombre así tenía muchos. Luego utilizaría esos secretos para enviarlo a la cárcel.
Podía y lo haría. Cuando volvieran a Tokio pondría a toda su oficina a trabajar. Encontraría algo tan sucio, denigrante y escandaloso que lo enviaría de por vida a pudrirse en una celda. O mejor, directo a la horca.
—Estás mirando de nuevo de esa manera que da miedo —dijo Akane, volviéndolo a la realidad.
—Te aseguro que estoy pensando en algo muy agradable —le respondió Ranma sonriendo de costado.
—Vas a hacer algo ilegal para mandarlo a prisión, ¿cierto?
—¡Yo no hago cosas ilegales! —se defendió él.
Akane suspiró y dejó caer el chaleco al suelo. Después le alzó una mano para desabotonarle el puño de la camisa.
—Lo sé —asintió—. No quise decir eso.
De todas formas, ¿cómo había sabido que estaba pensando en eso? ¿Le podía leer la mente también?
—No puedo dejarlo libre —sentenció él—. Fue un error dejar que se fuera.
Akane asintió con la cabeza y le desabotonó el otro puño. Le abrió el primer botón de la camisa. Después el segundo. El tercero. Le acarició con timidez la piel expuesta del pecho y lo miró a los ojos.
—Está bien —susurró—. Pero… ¿podrías pensar en eso después?
Era como una súplica inflamada de deseo y Ranma se juró complacerla. En eso y en todo. Estaba siendo un idiota permitiendo que ese viejo se inmiscuyera en su dormitorio, entre Akane y él. No podía haber nada entre Akane y él.
Ni siquiera ropa.
—Sí —le susurró—. Sí.
Ella lo recompensó con una sonrisa amplia y los ojos de chocolate brillando con intensidad.
—Date la vuelta —le ordenó Ranma. Habló en voz baja, pero con fuerza.
—¿Por qué? —preguntó ella con una vocecita ahogada.
El estómago de Akane dio un vuelco y después pareció derretirse. Y una sensación pesada y curiosa se le subió a la cabeza, casi como si estuviera borracha de shōchū, aunque no había bebido ni una gota.
Tal vez lo que la embriagaba era él.
—¿Por qué, Ranma? —volvió a preguntar, aunque ya le estaba haciendo caso y se estaba poniendo de espaldas.
—Porque te voy a sacar ese estúpido corsé —respondió con la voz más ronca que nunca.
Era como si cada vez le costara más hablar. Y a ella, francamente, le encantó.
—Ah, ¿sí? —preguntó con el corazón acelerado—. ¿Y… después?
Se sentía de pronto muy osada. Sobre todo, al sentir los tirones de los cordones del corsé mientras él se los desataba con desesperación y se lo soltaba. La prenda cayó al suelo. Pero las manos de Ranma reemplazaron al corsé en seguida, envolviéndola entre sus brazos y traspasándole su calor a través de la camisola de algodón.
—Después —dijo él agitado, apenas consiguiendo formar las palabras—… Te voy a besar y te voy a hacer el amor.
A veces, él sabía cómo decir las cosas, pensó Akane.
Todo su cuerpo tembló, y de pronto comprendió que las piernas no la sostenían, y que las enaguas almidonadas le pesaban más que nunca, y eran un maldito estorbo. Igual que el resto de la ropa.
Sus pezones se tensaron solo con sentir el calor de las manos de él, y toda la piel se le puso de gallina. Era increíble. Y a la vez placentero. Una sensación que nunca había tenido antes. Quería que él la tocara, con urgencia. Quería que le hiciera todas esas cosas casi misteriosas que escondía su promesa. Y sucumbió sin oponer ninguna resistencia, echando la cabeza hacia atrás y recostándose en él.
Ranma la estrechó con más fuerza, casi haciéndole daño, pero no se quejó. Nunca se quejaría de que la tocara. Que hiciera lo que quisiera. Comprendió, con una súbita agitación, que se lo iba a permitir todo.
—Akane…
Susurró agitado en su oído. Inclinó la cabeza y la besó en el hombro. Después subió hacia donde se unían el cuello y la cabeza, el lugar preciso donde estaba latiendo como loco su pulso. Dejó un rastro húmedo y caliente de besos, chupándole la piel, rozándola con los dientes. Ella se estremeció, cada vez más violentamente.
Entonces, cuando él subió la mano y la puso sobre uno de sus pechos, Akane soltó un jadeo involuntario, abriendo los ojos de sorpresa.
Él tiró con delicadeza de la punta endurecida del pezón.
—Ran-Ran… —tartamudeó.
Fue incapaz de seguir hablando. Esto era completamente diferente a la última vez. En aquella ocasión ni siquiera había logrado rozar la superficie de ese placer. Era como un líquido caliente, hirviente, viajando por el interior de sus nervios y conectando todo su cuerpo. Los brazos, las manos, el vientre, los pechos, todo estaba exquisitamente vivo en su cuerpo.
Él la abrazó con más fuerza, descansando la frente en el hueco de su hombro. Abarcó todo el pecho con la mano y el pulgar se quedó en la cúspide del pezón. Y lo movió en círculos, atormentándola de una manera terrible.
—¿Ran… Ranma…?
—¿Estás bien? —le preguntó sin aliento.
—Sí.
Se escuchó murmurar, con una voz que venía quién sabe de dónde, porque todo lo que quería gritar era no. Necesitaba sentarse, o mejor echarse en la cama. Y necesitaba… Necesitaba…
Se dio cuenta de que él la soltaba un momento para quitarle la enagua a manotazos, produciendo un sonido de tela al rasgarse. Esperó que no le hubiera roto los lazos para atarla, o no podría volver a ponérsela.
Aunque en seguida se dio cuenta de que no le importaba tampoco. Era incapaz de pensar en el futuro. Su mente y su cuerpo estaban concentrados en aquel preciso instante, en el sonido que producía la tela al caer al suelo y en los jadeos de impaciencia de Ranma. El cuarto estaba exquisitamente caldeado por el fuego de la chimenea y la lluvia repiqueteaba en el cristal de la ventana con suavidad. Casi como si tocara música.
Era el mejor momento de toda su vida. Ese lugar y ese instante. Con él.
No quería ninguna otra cosa por el resto de sus días.
Notó que la enagua caía del todo y sentía las piernas más libres. Obediente, mientras él la tomaba de la mano y tiraba de ella, salió del montón de tela y volados que habían quedado en el suelo. Fue directo a sus brazos. Notó que él estaba a punto de cumplir su primera promesa.
Iba a besarla.
Y lo deseaba tanto que se apretó contra su pecho y alzó la cabeza. Y escuchó su gruñido de triunfo y aprobación cuando la vio hacer. Aunque no la besó. No podía llamarse así a la manera salvaje en que la había asaltado. Sus alientos se mezclaron con un gemido. Era como si la bebiera y se alimentara de ella.
La penetró con la lengua y se adueñó de su boca por completo. Y ella se lo permitió sin reparos. ¿Qué otra cosa podía hacer? Le encantaba cuando la besaba y podía saborear toda su pasión y su urgencia mientras la acariciaba así. Sus manos la aferraron por las caderas y la atrajeron hacia su cuerpo, y Akane percibió esa dureza conocida que le rozaba la entrepierna.
Si ella lo había puesto así, era la sensación más gloriosa del mundo.
—Akane… Akane… —le susurró cuando se separaron.
La miró. Ella tenía las mejillas arreboladas y los labios hinchados. Lo observaba turbada, con los ojos entrecerrados, como si empezara a ver borroso. Él mismo no entendía lo que le pasaba. Se había asustado de su propia pasión y solo rogaba porque ella no le tuviera miedo.
Pero Akane acercó su boca a la de él despacio, tímidamente. Entonces Ranma supo que nunca debía temer. Porque Akane era Akane, una mujer valiente y decidida, capaz de ir contra el mundo. Y si estaba en sus brazos era porque deseaba hacerlo.
Lo deseaba a él.
Iba a convertirse en su esposa.
¿Había algo más perfecto que ella?
Respondió a su beso y le acarició los labios. Se los chupó, se los mordió con suavidad. Nada era suficiente. Necesitaba mucho más.
—Akane —volvió a suspirar.
—Ranma —le respondió ella con una sonrisa.
Entonces supo lo que tenía que hacer. La tomó en brazos y la llevó a la cama. La depositó suavemente sobre las mantas. Ella lo observó desde su posición, todavía con la sonrisa en los labios. Tenía el cabello despeinado, creando formas oscuras sobre la cama, y la camisola se le había subido hasta las rodillas.
¿Cómo era posible que fuera tan sensual?
Los ojos eran de chocolate fundido y sus brazos se alzaban hacia él. Su boca perfecta pronunciaba su nombre.
—Ranma…
Tuvo que respirar varias veces para serenarse y no lanzarse sobre ella. Se inclinó, apoyando una rodilla en el colchón, después la otra para subirse del todo a la cama. Ella nunca dejó de mirarlo a los ojos. Entonces, él acercó la mano y tomó el borde de la camisola, levantándolo despacio hasta descubrir el inicio de los muslos.
Y vio que todavía tenía puesta la ropa interior.
Sus manos se movieron hacia los cordones que la ataban. Comprendiendo lo que quería hacer, Akane lo ayudó. Y después alzó las caderas para que él pudiera sacarle la prenda del todo. Con aquel movimiento, Ranma pudo tener un exquisito vistazo de los rizos oscuros que protegían su intimidad.
Cuando ella quiso cerrar las piernas otra vez, él no se lo permitió. Le puso la mano izquierda en la parte interna del muslo. Y la subió lentamente. Al ver su expresión de alarma, se inclinó sobre ella y la besó otra vez. Todo el cuerpo de Akane se relajó, y apoyó de nuevo la espalda del todo en el colchón, respondiendo a su beso. Incluso separó un poco las piernas para él.
Maravillosa.
Subió la mano todavía más, con una lentitud que era casi insoportable. Las puntas de sus dedos acariciaron los rizos y percibió que la respiración de ella se aceleraba. O quizás era la suya propia, que respiraba dentro de Akane cuando la besaba. No lo supo. Solo podía tocar. Ella estaba húmeda y caliente. Perfecta. Y soltó un gemido en cuanto le puso los dedos encima.
Entonces, la acarició con más osadía y percibió su tensión. Akane se apartó de su boca y empezó a balbucear.
—No… No deberías…
—Sí, debería —le susurró junto al oído.
—No… Ran… Ranma…
Lo tomó del brazo con las dos manos, apretándoselo con fuerza y él observó, maravillado, cómo entreabría los labios y soltaba un gritito con cada nueva caricia. Era la mejor mujer del mundo.
La única mujer del mundo.
Akane se tensó por completo, alzando la cabeza, dejando escapar un jadeo, y le clavó los dedos en el brazo con más fuerza.
A Ranma lo sorprendió conservar la calma tan estoicamente. Tal vez ella tenía razón y sí era un pervertido después de todo. Porque en ese momento solo quería ver cómo ella alcanzaba ese pequeño climax de placer, y quería saber qué gestos hacía.
Definitivamente era un pervertido. Pero solo con Akane.
Cuando ella se dejó caer sobre la cama, laxa y momentáneamente sin fuerzas, Ranma le subió más la camisola, que ahora estaba enrollada alrededor de sus caderas. Tocarla no había sido suficiente, deseaba verla desnuda por completo. Era lo único en lo que pensaba en ese instante.
—¿Ranma? —dijo ella con los ojos medio cerrados, mirándolo a través de las pestañas.
Él se obligó a detenerse y prestarle atención. Le apartó el cabello que se le pegaba a la frente por el sudor.
—¿Qué?
Estaba sonrojada otra vez, muy sonrojada. ¿Qué sería lo que estaba pensando?
—Lo siento —murmuró Akane.
Él frunció el ceño, incrédulo. Qué estupidez que le dijera «lo siento» por algo en ese momento, cuando le permitía hacer lo que más deseaba en el mundo. Tocarla.
—¿Qué estás diciendo, Akane? —inquirió, bastante enojado.
—¿No debería… tocarte también? —dijo ella muy seria.
Ranma soltó un suspiro y sonrió.
—Ya habrá tiempo —le dijo con más dulzura.
—¿Después?
—La próxima vez.
—¿La próxima vez? —repitió ella como si no hubiera entendido.
Esa vez era solo para él. Para que él hiciera lo que quisiera con ella.
Además, si Akane lo tocaba, no estaba seguro de poder controlarse.
—La próxima vez —dijo de nuevo, como una promesa.
Y terminó de levantar la camisola. Descubrió el ombligo, el torso. Los pechos, redondeados y perfectos. Los pezones erguidos. Se la sacó por la cabeza, y entonces ella estuvo completamente desnuda para él.
Se quedó sin aliento.
Era mucho más hermosa de lo que había imaginado.
Era suya.
Suya, suya. Para siempre.
Se inclinó de nuevo hacia ella, con torpeza, sin saber dónde poner las manos primero. Dónde poner su boca.
Se sostuvo en un antebrazo y la acarició con la otra mano, percibiendo cómo la piel se le erizaba a medida que la tocaba. Empezando por la redondeada cadera, subiendo por la cintura. Deslizando el pulgar por el vientre y jugando con su ombligo.
Ella soltó una risita.
—Ranma —susurró, tocándole el rostro con la punta de los dedos—, todavía estás vestido.
—¿Eh?
Era cierto.
—No te muevas —le ordenó—. Quédate exactamente así.
Akane le hizo caso. Y él se puso de pie para terminar de sacar aquellas molestas prendas que habían osado interrumpirlo. Se sacó las botas, que hicieron un ruido sordo cuando las tiró en cualquier parte. Después se quitó la camisa, arrancando más de algún botón en el proceso. Los pantalones, los calzones, todo voló por los aires y él estuvo de nuevo con ella unos segundos después.
Estaba completamente duro y excitado, y una especie de tortura se apoderó de él cuando Akane lo miró de cuerpo entero. Quizás, esperó, ella también sentía un poco de placer al mirarlo. Se sabía atractivo, aunque nunca se había puesto a considerarlo durante mucho tiempo. Pero quería gustarle. Deseaba poder provocarle las mismas sensaciones placenteras que ella le provocaba con su desnudez. Aunque no sabía si era lo mismo para las mujeres que para los hombres.
—Akane…
Entonces ella le sonrió despacio y lo miró a los ojos, y todos sus pensamientos desaparecieron. Ella era única. Al mirarla, era como si ella y él fueran los únicos que existían en todo Japón.
Se acomodó sobre ella de nuevo, piel contra piel, sudor y calor. Y respiró agitado al sentir que ella se acomodaba contra su erección y que incluso empezaba a abrir las piernas.
Akane, Akane.
No supo si lo pensó o lo dijo en voz alta. No importaba. De todos modos, era como si ella pudiera leerle la mente, porque se pegó a él, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó. Y eso era todo lo que necesitaba.
La besó profundamente. La estrechó contra su cuerpo hasta que ella gimió, y entonces descendió con su boca por sus mejillas, su cuello, su garganta. La lluvia caía intensamente, golpeando contra la ventana, pero no le importó. Ahora amaba la lluvia, porque Akane olía a lluvia, y sabía también a gotas de lluvia. ¿Cómo no amarla, entonces?
Besó el valle entre sus pechos y cuando ella se arqueó contra él, necesitada, no pudo más que complacerla. Su aliento flotó encima de uno de sus senos al acercar los labios. Atrapó el pezón en la boca y succionó. Era salada, exquisita, suave.
Akane gritó, apretándose contra él, y él sonrió con arrogancia sobre su piel. Después se dedicó a complacer al otro pecho, que insistente buscaba su mano. Acarició, besó, lamió. Hasta quedarse sin aliento. Hasta que Akane empezó a resollar en su oído y a decir su nombre entre murmullos ahogados.
Entonces supo que era el momento. Y no debía dudar.
Le separó los muslos, se acomodó entre ellos y la penetró.
Se quedó quieto en cuanto percibió la tensión dentro de ella y Akane ahogó un grito clavándole las uñas en la espalda.
—Akane… Akane —le susurró como para tranquilizarla. Le depositó besos suaves por todo el rostro, encima de los labios.
Ella abrió los ojos.
—Estoy bien —le aseguró—. No es… tan terrible.
Sus ojos decían otra cosa. Pero no podía hacer nada para evitarlo, así que fue rápido. Empujó de nuevo dentro de ella, con fuerza. Hasta que percibió que su cuerpo se acomodaba a él y Akane se relajaba de a poco.
Respiró pesadamente, conteniéndose un poco más. Después de todo, esa era como la primera vez para él también, no quería apresurarse. Era como si, con ella, su vida hubiera empezado otra vez.
El corazón le latía tan fuerte que creyó que iba a romperse. Probó entonces moverse, lentamente. Los brazos de Akane le rodearon el cuello con más fuerza. Entonces se alzó un poco para mirarla a los ojos.
—¿Estás…?
—Estoy bien —dijo ella en seguida. Y le sonrió débilmente—. Pero, ¿podrías…?
¿Parar?
¿Apartarse?
¿Irse?
Ranma se dio cuenta de que todas las opciones eran espantosas, y le provocaban el mismo terror. Y no estaba seguro de que pudiera hacerlo si se lo pedía, eso era lo más terrible de todo.
—¿Qué? ¿Qué, Akane? —preguntó en voz baja, desesperado.
—¿Podrías besarme?... —le respondió en un susurro—. Me gusta cuando…
No le permitió terminar de hablar. La besó en la boca, al principio con toda la ternura de la que fue capaz. Pero Akane entreabrió los labios y lo buscó tímidamente con la lengua y no pudo resistirse. La besó por completo al mismo tiempo que se movía otra vez.
Fue lo más dulce y sensual del mundo. Y supo que siempre sería así con ella. Y que no se hartaría nunca de cumplir todos sus deseos.
Estaba de verdad enamorado. La amaba profundamente.
Una clase obsesiva de amor. Porque era incapaz de apartarse, o de dejarla respirar. Cuando Akane se movió con él, como si intentara una cosa nueva por pura curiosidad, estuvo completamente perdido. Se movió más rápido dentro de ella, hasta el fondo mismo de su ser. Entonces explotó, y después se quedó quieto y cansado sobre ella, mientras Akane lo estrechaba entre sus brazos con fuerza.
Los dos se mantuvieron así, como si intentaran recordar cómo volver a respirar.
—Akane… —resolló sin aliento—. Akane…
La tomó en sus brazos y rodó con ella, hasta quedarse de espaldas y tenerla muy apretada cerca de su cuerpo. No iba a permitir que se despegara ni un centímetro de él. Nunca más.
Ella le acarició el brazo con suavidad y apoyó la cabeza en la almohada. Se quedó dormida casi al instante, pronunciando su nombre.
.
.
.
Akane despertó de golpe. Parpadeó y enfocó la vista en el techo desconocido de la cabaña. Estaba cubierta por la manta y Ranma la abrazaba por la cintura, con la cabeza apoyada junto a su hombro en la misma almohada.
Estaba soñando que iba en un carruaje. Y aunque no estaba segura de lo que ocurría en el sueño, sabía que era algo horrible, porque el corazón le latía acelerado. Quizás había revivido el secuestro.
Suspiró lentamente y miró alrededor. Parecía que había dejado de llover, pero todavía estaba un poco oscuro afuera. El fuego de la chimenea se había convertido en un montón de brasas ardientes.
Despacio, recordó todo lo que había sucedido, y se dio cuenta de que el cuerpo le dolía y tenía los labios ligeramente hinchados. Y, lo más importante: ya no era virgen. No es que le preocupara, de hecho, la tenía sin cuidado. Pero lo extraño era que tenía la leve sensación de que Ranma estaba todavía dentro de su cuerpo.
O, al menos, así lo había sentido nada más despertar. Cuando empezó a mover las piernas por debajo de las mantas, aquella sensación desapareció casi por completo, y notó también que le dolían los pechos y sentía un escozor en el brazo izquierdo.
No tenía ni siquiera comparación con la vez en que se creyó arruinada, después de pasar la noche con él. Había sido una tonta, demasiado inexperta. Ahora todas las señales y las sensaciones estaban en su cuerpo. Incluso el olor de él permanecía sobre ella.
Era extraordinario.
Era de verdad.
Sonrió y se arrebujó más en las mantas.
—¿Qué hora será? —susurró para sí misma.
—Todavía no amanece —respondió Ranma a su lado.
Akane se sobresaltó y su instinto la obligó a cubrirse con la manta hasta la cabeza, pero se detuvo a último momento. Era estúpido. Ranma ya la había visto, y ella lo había visto a él. Y no parecía que a Ranma le molestara su desnudez, más bien, creía lo contrario. Así que, turbada, se tapó con la manta hasta los hombros para cubrirse del frío y bajó la mirada. Entonces trató de acomodarse contra el pecho de él de la manera más casual posible.
—¿No estabas dormido? —le preguntó sin querer mirarlo a la cara.
—Acabo de despertar —murmuró él sin soltarle la cintura.
Bueno, ¿y qué se suponía que se decía ahora? ¿Qué se hacía en esos casos? Era un poco embarazoso, al menos la primera vez. Porque supuso que, después, se acostumbrarían, y podrían hablar como siempre. La próxima vez sería…
Al imaginarlo, comprendió lo que estaba pensando. Iba a hacer eso con Ranma Saotome muchas veces, por el resto de su vida. Él sería su esposo.
El calor se le extendió por las mejillas de manera súbita y alarmante.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Como se movió, Akane tuvo que retroceder y apoyar la cabeza de nuevo en la almohada. Lo miró a los ojos. ¡Se veía tan apuesto! Incluso a la poca luz de la chimenea. Y ahora no tenía que fingir que no lo notaba y que no le aceleraba el pulso y la hacía temblar cuando la miraba de esa forma.
¿No era grandioso estar casados?
O casi casados.
No se cansaba de mirar sus ojos azules y recorrer su rostro, la nariz recta, su boca tan varonil. Tenía el cabello despeinado, y Akane recordó cuánto había querido deshacerle la trenza. Al final, no lo había hecho. Cuando él la tocaba dejaba de pensar.
—¿Akane? —insistió, alzándose para apoyarse sobre un codo.
—Estoy bien —le aseguró—. ¡Estoy bien!
Le sonrió ampliamente, pero él no estuvo del todo seguro. La miró extrañado.
—¿Estás… segura?
—¿Por qué no iba a estarlo?
—Te ves diferente —insistió, observándola con atención. Y preocupación.
¡Tonto! Estaba diferente. Todo era diferente ahora.
—Estoy bien, Ranma.
—Y estás muy callada —agregó él.
Empezaba a enojarse un poco por tanta insistencia.
—Ahora que lo dices —murmuró con aire inocente. Le puso un dedo en el pecho y lo empujó, hasta que él volvió a quedar recostado sobre la cama—. Tenemos que hablar de algo muy importante.
—Ah, ¿sí?
Pestañeó preocupado, sin entender del todo.
Ella se apoyó en los brazos cruzados y lo miró a los ojos.
—¿Cuándo comenzarás a enseñarme artes marciales? —preguntó.
—¿Cuándo?... ¡Yo nunca dije que iba a enseñarte artes marciales!
—Dijiste «veremos». Y veremos significa sí.
—¿Desde cuándo veremos significa sí?
—¡Desde que acabo de decirlo! —insistió ella.
—Ya me lo parecía…
—¿Y bien?
—En primer lugar —dijo él, como un sabio maestro—, ¿para qué quieres aprender artes marciales?
—Es obvio, ¿no? Para poder dar esos saltos como el que diste cuando me rescataste del conde.
—Eso fue temerario y no deberías imitarlo —sentenció Ranma con seriedad.
Akane puso los ojos en blanco.
—Pues me parece muy injusto —indicó— que tú puedas dar saltos acrobáticos y yo no, como si yo no fuera capaz de hacer cosas temerarias.
—Ahora, esta es la Akane que conozco bien —dijo Ranma con una risita.
—Soy la misma Akane de siempre —insistió ella.
—Lo eres.
—Y esta Akane quiere ser capaz de dar saltos y pegar patadas.
Él la miró a los ojos.
—Eres la misma Akane de siempre —murmuró—. Pero esta Akane es mía, y no te dejaré ponerla en peligro.
Ella se quedó sin habla, sonrojada, decidiendo todavía si esa frase era románticamente dulce, o él estaba siendo un déspota.
—Pe-Pero…
No supo cómo argumentar y resopló, dejándose caer de espaldas otra vez.
—Entonces… creo que pondré una agencia matrimonial —anunció mirando el techo.
En su campo visual apareció la cabeza de Ranma y la mitad de su torso mientras la miraba desde arriba. Su trenza le resbaló por un hombro.
—¿Una qué? —preguntó.
—Una agencia matrimonial —repitió ella—. Así todos aquellos que no deseen casarse con las personas designadas por sus padres podrían contratarme para encontrar a su pareja adecuada. Creo que emparejaría a las personas basándome en sus gustos compartidos y su compatibilidad, pero también haría reuniones para que pudieran conversar. Conversar de verdad, no hablar de cosas estúpidas, como el tiempo o la comida. ¿Cómo va a saber una que está enamorada si no habla de verdad?
—Me figuro que sería la agencia matrimonial más escandalosa de Tokio —comentó Ranma alzando una ceja.
Ella se sonrojó.
—Bueno, podría hacerla muy exclusiva, tanto que nadie pudiera hablar de lo que sucede dentro. Escogería a mis clientes con mucho cuidado, nada de niñas tontas y caballeros promiscuos, quiero formar parejas de verdad. Parejas de gente inteligente.
—O sea que quieres hacer de casamentera —sentenció Ranma.
—Y así no tendrías que seguir haciendo registros de matrimonio falsos. Todos podrían encontrar el amor verdadero —dijo sonriendo.
Ranma se inclinó hacia ella. Ni siquiera iba a explicarle otra vez que esos papeles no eran falsos. Puso los brazos a cada lado de su cabeza y la miró atentamente.
—Entonces… vas a robarte a mis clientes —dijo con lentitud.
—Bueeeeeno —Akane alargó la palabra a propósito—… En realidad, podríamos ser socios, ¿no? Cuando no pueda encontrarle una pareja apropiada a alguien, y las circunstancias apremien, tú podrías hacer alguno de tus documentos y asunto arreglado.
—Asunto arreglado —repitió Ranma con ironía.
Ella levantó los brazos y le apoyó las manos en el torso. Empezó a jugar con los vellos de su pecho suavemente, enredándolos entre los dedos.
—¿No sería divertido? —murmuró—. De paso, podrías enseñarme un poco de jurisprudencia.
—Veo que lo tienes todo perfectamente planeado —replicó él frotándole el brazo con la palma de la mano.
—No, en realidad se me acaba de ocurrir, pero… ¡Ay!
Le dolía el brazo, la había tocado con demasiada fuerza.
—¿Qué pasa?
Ranma se apartó y se incorporó de golpe, y la hizo enderezar a ella también, hasta quedarse sentados los dos en la cama.
—¿Qué sucede? ¿No me digas que te hice daño cuando…? —preguntó él.
Akane vio cómo un sonrojo de vergüenza le cubría el rostro y pensó que se veía tan apuesto y lindo así. No había ningún hombre como él.
Lo amaba. No quería verlo preocuparse.
—No, no es eso —le aseguró—. Me dolía el brazo desde antes.
Cuando él le tomó el brazo y la revisó, descubrió el cardenal rojo cerca del hombro.
—Creo que fue… en el carruaje —murmuró Akane. No tenía que decir más.
—¡Ese viejo hijo de…! —vociferó.
—No, Ranma. No pienses en eso. Ya pasó.
—¡Te juro que quiero matarlo!
Ella le tomó la mano con suavidad y se la miró.
—Me parece que ya hiciste bastante —murmuró—. ¿Cuántas veces lo golpeaste?
Tenía los dedos un poco hinchados, y pequeños cortes y magulladuras le llenaban los nudillos y se le extendían por el dorso de la mano izquierda.
—No las suficientes —respondió él con fuerza.
—¿Te duele mucho? —le preguntó, sintiéndose culpable.
—Ni siquiera la siento.
Estaba segura de que le mentía, pero no quiso insistir. Se inclinó y lo besó con timidez en los labios.
—Ya… no pienses en eso —repitió.
Ella misma no quería volver a pensar en el secuestro. Nunca más.
—Prométemelo, Ranma —insistió mirándolo a los ojos.
Él respiró profundamente. Abrió la boca para decir algo, pero su mirada resbaló por el cuerpo de Akane.
—No es justo —se quejó—. Claro que voy a prometer… si usas esa técnica.
—¿Téc…?
Cuando bajó los ojos, se dio cuenta de que la mitad superior de su cuerpo estaba por completo a la vista de él. Con un gritito levantó la manta y se cubrió, sosteniéndola bajo los brazos.
—¡Pervertido!
—Me parece que la pervertida eres tú —dijo él.
—¡Yo nunca…! Fuiste tú él que me hizo…
Cuando vio que él sonreía, supo que ya se había olvidado del conde, y con suerte ella también se olvidaría. Es más, quizás podía aprovechar a su favor esa faceta pervertida de él.
—Así que —murmuró despacio, cuidándose de no mirarlo a los ojos—, ¿significa que si uso esta técnica… harás lo que quiera?
Se mordió la uña del pulgar con nerviosismo.
—Sí —dijo él de inmediato—. No… Bueno, sí…No… ¡Akane!
Ella sonrió y lo miró a los ojos.
—¿Entonces puedo pedirte que me enseñes algo de leyes? —preguntó. Cuando vio que él soltaba un suspiro de cansancio, insistió—. Así podría asesorar a mis clientes. El arte de la casamentería es muy serio y complicado.
—¿Casamentería? Esa palabra no existe.
—Ya lo sé. La inventé.
Se acercó más a él y le tomó una mano entre las suyas, cuidándose de que no fuera la herida.
—¿Por favor? —insistió—. Después podría leer libros por mi cuenta, y hasta quizás llegue a ser mejor que tú —murmuró con una sonrisa coqueta.
Ranma la miró con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué insistes tanto con que te enseñe? ¡Es un tema aburridísimo!
—¡Porque no puedo estudiarlo por mí misma! ¿No es obvio? —respondió ella encogiéndose de hombros—. Ya sabes que no puedo ir a la escuela de leyes. Además… Me interesa. Quiero saber sobre lo que haces.
—¿Quieres… saber? —le preguntó él como si se hubiera vuelto loca.
Nunca nadie había querido saber sobre lo que hacía. Aunque tampoco nunca antes había tenido a alguien tan cercano.
Una esposa.
—¡Claro! —insistió ella, acercándose más —. No puedes pasarte todo el día haciendo documentos, ¿verdad? ¿Tienes algún caso criminal en tu trayectoria?
Ranma soltó una risa.
—¡Eso quisiera! Nunca tuve tanta suerte.
Akane no desistió.
—¿Un gran escándalo, entonces? ¿Algún cruento secreto que involucre a una de las más nobles familias de Tokio?... ¿Hijos ilegítimos? ¿Descendientes dementes o malformados que hubo que esconder lejos?
¡Qué imaginación tenía!
—Bueno… algo de eso sí hay —aceptó él.
Los ojos de Akane se iluminaron.
—¡Cuéntamelo todo!
—Me parece que lo que quieres es conocer los chismes, no estudiar leyes —replicó él levantando una ceja.
—¡Claro que no! Te prometo que voy a leerme todos los libros de tu oficina. ¿Quién sabe? Podría convertirme en tu secretaria.
—Ya tengo secretario —le recordó.
—Puedes tener una segunda secretaria —le dijo ella. Después de un instante, dudó—: ¿Puedes permitírtelo?
Ranma volvió a reír. Se dio cuenta de que había muchas cosas que no sabían el uno del otro. Qué curioso, porque, a pesar de todo, se habían enamorado.
—Akane, soy rico —respondió.
—¿Eres… rico? —repitió ella, incrédula.
—Por lo menos, lo suficientemente rico como para permitirme otra secretaria sin problemas. Dos más, incluso. Los nobles pagan muy bien para ocultar sus más oscuros secretos —dijo él con un brillo de diversión en la mirada.
—Oh.
Después de un rato, Ranma dijo con humor:
—Es increíble, logré dejarte sin palabras. ¡Y sin siquiera proponérmelo!
—¡Bobo! Solo estoy sorprendida —dijo ella, frunciendo los labios—. Además, muchas veces me has dejado sin palabras…
—Tienes razón… Pero me gusta dejarte sin palabras… ahora mismo —dijo él en un tono diferente.
Akane se dio cuenta del cambio en seguida, por la forma en la que la estaba mirando.
Había empezado a amanecer, y una luz grisácea y fría entraba por la ventana sin cortina. Parecía que iba a ser otro día helado, sin embargo, no tenía nada de frío. Al contrario, empezaba a sentir calor, un calor que se le instalaba en el vientre y empezaba a extenderse por sus extremidades.
Él tiró de la manta con suavidad, sin ningún apuro, hasta quitársela del todo. Y sin dejar de mirarla a los ojos la recostó de nuevo en la cama con mucha lentitud y se colocó encima de ella. Akane no hizo ningún gesto para evitarlo, se lo quedó mirando maravillada, con los labios entreabiertos. Parecía que él también tenía una técnica que hacía que ella hiciera lo que él quería.
Ranma se pegó más a ella y le separó los muslos con delicadeza. Akane percibió la dureza de su erección encajándose justo entre sus piernas. De alguna forma, supo que esa vez sería diferente, por la manera en que su propio cuerpo empezaba a reaccionar también. Se le aceleró el corazón.
Era como mágico.
Lo amaba tanto que era imposible describirlo.
—Señor Saotome —susurró de pronto—… sus ojos cambiaron de color.
—Ah, ¿sí? —preguntó él con la voz ronca.
—Sí. Se pusieron más oscuros.
—Vaya, señorita Tendo, me pregunto por qué será—murmuró encima de su boca.
Ahora Akane sabía por qué. Le echó los brazos al cuello.
Él se inclinó y la besó.
.
.
.
Veintisiete semanas después, Kasumi dio a luz un varón saludable al que ella y su esposo llamaron Utoshi. Fue el primero de cuatro hermanos, y los hizo tremendamente felices. Llegó a convertirse en un excelente médico, igual que su padre.
Cinco meses antes de eso, Nabiki Tendo había conseguido por fin —y después de que su hermana menor hubiera evitado el escándalo con una boda— casarse con su marqués, lord Rashell Kandurias. Y un año después, en su primer aniversario de matrimonio, Nabiki les confesó a sus hermanas, con cierta perplejidad, que era probable que se hubiera enamorado de su esposo. Él, sin embargo, estaba loco por ella y le permitía hacer lo que quisiera, con su dinero y con él mismo, lo que posiblemente contribuyó al increíble enamoramiento de lady Kandurias. Akane le confesó a su hermana, con una risita, que ya lo sospechaba.
Lord Ryoga Hibiki y Mut-zu Wèi-Fā pudieron marcharse a China, y cuando el vizconde le escribe cada tanto a Akane, le asegura que viven felices allí, al menos en la medida de lo posible, pues deben continuar ocultando su amor de los ojos del mundo. Sin embargo, hay algo que el vizconde no le ha contado a Akane en sus cartas, pero que Ranma sabe gracias a sus contactos e informantes. Para mantener su anonimato en China, y por miedo a las posibles represalias de su padre, Hibiki se cambió el nombre. Ahora se hace llamar P-chan.
Aunque el conde de Ōta al final se consiguió una esposa muy joven y sana, dos años después de casarse todavía no había concebido un heredero para su título. En un viaje a la isla de Okinawa una primavera, sufrió un terrible accidente en el mar y fue dado por muerto. Cuando los Saotome se enteraron de la noticia al leer el periódico durante el desayuno, Akane le comentó a su esposo, medio en broma y medio en serio, que quizás la condesa había empujado a Ōta por la borda de modo que pareciera un accidente. Ranma estuvo inclinado a creer que aquello podía ser cierto.
La condesa de Ōta se casó un año después, justo al finalizar su estricto duelo, y hoy en día es conocida como la duquesa de Taitō.
Ranma todavía no ha perdonado a su padre, aunque es capaz de tolerarlo, por el bien de Akane, e incluso es capaz de reír abiertamente cuando escucha las locas anécdotas de sus viajes por China. El señor Pan-da adoptó de nuevo el nombre de Genma Saotome y vive en gran paz y camaradería con su buen amigo Soun Tendo, quien tuvo que despedirlo al final, puesto que hubiera estado muy mal visto que tuviera al padre de su yerno trabajando como su mayordomo.
Sun Tendo recuperó la fortuna de la familia con un par de buenos negocios. Pero la perdió otra vez en las apuestas la noche que salió a celebrar el nacimiento de su primer nieto. No intentó recuperarla de nuevo, no porque fuera incapaz de hacerlo, sino porque no era necesario, ya que podía dedicarse a vivir cómodamente del dinero de sus hijas. O, mejor dicho, de los esposos de sus hijas.
Akane nunca puso la agencia matrimonial, pero eso no le impidió hacer de casamentera en más de una ocasión. Su primera víctima fue Hikaru Gosunkugi, el sombrío secretario de su esposo. También fue su primer éxito, porque Gosunkugi se enamoró en seguida de Kogane, la nueva doncella que Akane tuvo que contratar cuando Ukyo se marchó para servir a Nabiki.
La muchacha era amante de las novelas góticas y el ocultismo, así que congenió en seguida con la personalidad oscura de Gosunkugi. Cuando se casaron y se tomaron una semana de luna de miel, ni Ranma ni Akane los echaron de menos. Ella pudo hacer de secretaria de su esposo, y poner en práctica los nuevos conocimientos sobre derecho que obtuvo después de leerse la mitad de la oficina de Ranma. Él, por su parte, tuvo la placentera tarea de vestir a su esposa por las mañanas y, lo que le gustaba todavía más, desvestirla por la noche. Se convirtió en un verdadero experto en ropa femenina.
Ranma Saotome se hizo famoso como abogado cuando participó en un caso criminal y —casi sin querer, gracias a la entrometida de su esposa— tuvo que defender al acusado de asesinar al barón Happosai, un sirviente sin apellido llamado Sasuke, que fue encontrado en la escena del crimen cubierto de sangre y con el arma homicida en las manos… Aunque eso es otra historia.
Basta con decir que, cuando el sirviente fue absuelto, nuevos casos de este tipo aparecieron en el despacho de Ranma y tuvo que dejar de lado la creación de certificados de matrimonio falsos y otros documentos para los nobles. De más está decir que Akane también se involucró, y con más ahínco todavía, en esa nueva faceta laboral de su esposo. Solían investigar juntos las circunstancias de los hechos, y vivieron más de una aventura que los tuvo al borde de la muerte en más de una ocasión.
Al final del quinto caso que tuvieron juntos, Akane le anunció a Ranma que se haría detective aficionada.
También le anunció que estaba esperando al que sería su tercer hijo, y que no se lo había contado antes por miedo a que la dejara de lado y no le permitiera seguir trabajando en el caso con él. Ranma se enfadó muchísimo con ella, y tuvieron una de sus clásicas peleas, que toda la casa, los vecinos y el barrio entero conocía bien.
Se reconciliaron en seguida, como también solía ocurrir. Ranma tuvo que usar su «técnica» con ella, y Akane juró que nunca volvería a hacer algo semejante.
Cumplió con su palabra.
Al final, Akane no se hizo detective, pero se convirtió en la mano derecha de Ranma y su socia en todo. Entonces, él decidió cambiar el cartel de su despacho, que ahora decía «S&S Abogados». Y cuando la escuela de leyes de Tokio abrió, por primera vez en la historia, los exámenes de ingreso para las mujeres, Akane fue la primera estudiante en aprobarlos. Cinco años después, fue de las primeras en graduarse.
Esa misma noche, Akane le confesó a Ranma que probablemente estaba esperando al que sería su sexto hijo, y que estaba casi segura de que esta vez sí sería una niña; pero, al igual que en las cinco veces anteriores, se equivocó. Aunque a ninguno de los dos les importó. Ranma les enseñó artes marciales a los seis, tal y como se las había enseñado a su esposa tanto tiempo atrás.
Muchos años después, los hijos, de los hijos, de los hijos, de sus hijos, pondrían el primer dojo de Estilo de Combate Libre de Tokio.
.
.
Y el amor entre Ranma y Akane,
que floreció en un invierno de Japón,
siguió vivo para siempre.
.
.
.
.
.
-∙:∙-∙:∙-∙:∙-∙:∙-
FIN
-∙:∙-∙:∙-∙:∙-∙:∙-
.
.
.
.
.
.
.
Nota de autora: Sí, Ranma y Akane tuvieron seis hijos, igual que en La esposa secuestrada de Noham. Y no es la única referencia a sus obras, el S&S de la oficina de Ranma es una clara alusión a S&S Detectives, y, si han leído su saga de Crónicas de Asgard, reconocerán al personaje de Rashell Kandurias, que en esa historia es uno de los mejores amigos de Ranma y está enamorado de Nabiki.
El otro detalle del que quiero hablar es de la ropa. Me metí en camisa de once varas planteando una escena donde se sacan la ropa en una historia de romance histórico, ¡les aconsejo no hacer lo mismo nunca si no quieren terminar arrancándose el pelo! Leí varias cosas en internet y miré videos en Youtube. En realidad, la escena no es del todo correcta porque faltaba todavía una capa más de ropa en Akane, una chemissete o camisolín, con puntillas y volados, que iba justo antes del vestido y podía asomar y verse en el cuello. Pero prescindí de ella. Ya era bastante con todas las otras capas, además de poder usar los nombres correctos para que pudiera entenderse bien, sin importar el país del que sea el lector.
La ropa de hombre, tal y como dijo Ranma, no es tan complicada, y, en general, está correcta. Lo único que me hace gracia es el nombre de «calzones» para la ropa interior masculina, lamentablemente era así. Y digo lamentablemente, porque, en mi país, es una manera muy peyorativa de decirle a la ropa interior de mujer. (Lo siento Ranma XD).
La ropa interior de mujer también se llama calzones según la época de este fic, pero preferí usar un término más normal para que no se confundiera con la de Ranma. Aunque, en realidad, se discute todavía si se usaba o no ropa interior al inicio del siglo XIX; pero como yo soy una escritora del siglo XXI, los hice usar ropa interior.
Ahora sí, creo que no me queda nada más por explicar. Solo que no me pude resistir al detalle de que Ranma y Akane se dediquen a investigar asesinatos mientras Ranma defiende a los acusados. Me gustan demasiado las historias de misterio, y Ranma queda perfecto como una especie de Perry Mason, ¿no?
Muchas gracias a todos por haber estado pendiente de mis capítulos kilométricos (por momentos eran un fastidio hasta para mí misma, ¡demasiado texto para corregir!). Gracias a todos los que me comentan, acá, en Wattpad y también en Twitter y Facebook. Gracias por emocionarse conmigo con cada escena y por estar pendientes de esta historia. ¡Mi historia favorita hasta ahora! Noham ya me pidió un capítulo especial más adelante, y, aunque no prometo nada, claro que, si se me ocurre una idea para otra aventura entre este Ranma y esta Akane, la escribiré.
De nuevo, gracias por haber leído. ¡Feliz Rankane Week para todos!
Romina
.
.
Si les gustan mis historias, pueden apoyarme comprándome un café en ko-fi(punto)com(barra)randuril
Si gustan seguirme, estoy en Instagram y Twitter como randuril. Y en Facebook como Romy de Torres.
.
.
