Disclaimer: Black Clover y sus personajes pertenecen a Yūki Tabata.


-Incondicional-


La base estaba en completo silencio, algo que solo ocurría durante ciertas noches, sobre todo desde que algunos integrantes de los Toros Negros habían tenido hijos. Era increíble que un grupo de gente acostumbrada al caos fuera capaz de reducir de forma tan considerable sus decibelios, pero bien dicen que los hijos cambian la vida.

Aunque todos estaban durmiendo, había una persona que deambulaba por los pasillos de la planta superior porque no podía conciliar el sueño, así que, tras un par de horas dando vueltas en la cama o mirando al techo, había decidido salir de la habitación para al menos no molestar a su esposa, cuyo estado le requería descanso y quietud.

Cansado de mirar por las ventanas el bosque oscuro y silencioso, decidió bajar a la primera planta. Tal vez allí su capitán se había dejado el periódico y podría entretenerse leyéndolo, aunque nunca había sido un pasatiempo que le hubiera gustado demasiado.

Grande fue su sorpresa cuando bajó el último escalón y se lo encontró en el sofá que siempre solía ocupar, fumándose un cigarro y perdido entre sus pensamientos. Consideró la idea de darse la vuelta para volver al piso de arriba y así no molestarlo, pero él ya lo había escuchado, sentido su ki o las dos cosas, porque fijó sus ojos oscuros en el lugar en el que se encontraba.

Asta se acercó de manera algo vergonzosa mientras se rascaba la nuca. Se sentó en el sofá de al lado, pero Yami no le habló. Al principio se quedó en silencio mientras entrelazaba los dedos y posaba las manos encima de sus rodillas, pero Asta era una persona a la que incomodaba mucho que dos personas estuvieran juntas sin decir ni una sola palabra, así que decidió comenzar una conversación, por más trivial que fuera.

—Veo que tú tampoco puedes dormir —comentó de forma simpática.

Yami lo fulminó con la mirada, le dio una calada larga al cigarro y le contestó de manera escueta y cortante.

—No.

Asta tensó la espalda. Sopesó la idea de marcharse y dejarlo solo, porque realmente parecía que estaba de muy mal humor y porque su capitán le había dado miedo desde siempre, pero sabía que sus charlas eran las más fructíferas y que era la persona que mejor le aconsejaba y lo calmaba, aunque en un principio le costaba mucho hablar de temas profundos.

—¿Te apetece… hablar?

—¿Sobre qué?

—Pues… no sé…

—Pues si no lo sabes, ¿de qué cojones vamos a hablar?

Asta tragó saliva. Ese hombre era difícil. La Capitana Charlotte tenía mucho mérito al haber llegado un punto en el que lo comprendía, además de que se llevaban increíblemente bien y no podía entender cómo lo hacía.

—Bueno… yo…

—Perdona. No está siendo mi mejor noche, es todo.

—¿Ha pasado algo?

—A veces, las personas llegamos a desacuerdos y decimos palabras hirientes que no pensamos.

—¿Te has peleado con la Capitana Charlotte? —preguntó el joven mientras sonreía con comprensión.

Yami apoyó la espalda en el sillón y miró al techo. Después, se incorporó de nuevo, sacó otro cigarro del paquete que descansaba sobre la mesa, se lo colocó entre los labios, lo encendió y comenzó a fumar.

—Muy listo.

—Pero no es nada grave, ¿verdad?

—Se solucionará. Pero no me gusta que nos vayamos a dormir enfadados, así que estaba dando vueltas en la cama y para no molestarla he bajado a sentarme aquí.

Asta suspiró aliviado y luego sonrió. La relación entre ambos capitanes no era idílica, pero sí sólida y hermosa, tenían dos hijas y, aunque no eran partidarios de darse muestras de afecto delante de los demás, todos sabían que se amaban profundamente. Hacía años, cuando su vínculo se hizo oficial, les resultó a todos muy rara, pero a día de hoy nadie podía imaginar que no estuvieran juntos.

—¿Y tú qué haces aquí?

La pregunta le borró la sonrisa. Había acordado con su esposa que anunciarían la noticia al día siguiente a todos en la base, pero tal vez no le vendría mal hablarlo con alguien antes de ese momento.

—Noelle y yo vamos a tener un bebé.

Yami arqueó las cejas. Parecía no comprender demasiado bien su actitud, pero no lo juzgaba con su expresión.

—¿No es buscado?

—Sí, sí es. Es muy buscado de hecho. Pero…

—Tienes miedo —terminó la frase por él.

Asta asintió. Probablemente, no sabía todavía el motivo en el que se fundaba su temor, así que supuso que él se había sentido de la misma forma en alguno de los embarazos de su mujer.

—No sé cómo ser padre. No tuve. Me asusta no estar a la altura de algo tan grande o no cumplir con las expectativas que Noelle tiene puestas en mí.

—Para empezar, dime que al menos has tenido una buena reacción cuando te lo ha dicho.

—Sí, eso sí.

Su reacción además había sido completamente sincera. La conversación en la que llegaron a la conclusión de que querían ser padres había sucedido hacía meses, así que cuando Noelle le contó que por fin estaba embarazada, la abrazó entre lágrimas, quiso abrir la ventana para gritarlo y que todos se enteraran y se puso eufórico por completo, aunque su esposa fue capaz de calmarlo.

Sin embargo, cuando se tumbó en la cama y escuchó la respiración pausada de Noelle, que le indicaba que dormía, la congoja se apoderó de su corazón al no sentirse suficiente, porque no tenía una referencia paterna directa y no quería fallar en algo tan sumamente importante.

—Vale, eso está bien —susurró Yami, como si quisiera contraponer esa situación con otra de su propio pasado—. Asta, ¿crees que yo soy mal padre?

El joven negó con la cabeza. Yami tenía mal genio, era tosco y podía infundir terror verdadero, pero apoyaba a la gente en la que creía, impulsaba a los demás a ser mejores y, cuando amaba, lo hacía de una forma tan visceral que hasta asustaba. Siempre había tratado con respeto, cuidado y cariño a sus dos hijas y a su mujer, así que no tuvo que pensar siquiera la respuesta a esa pregunta.

—Pues mi padre era un borracho obsesionado con la sangre que torturaba a mi hermana prácticamente a diario. Como ves, yo sí tuve padre, y lo último que haría sería tratar a alguna de mis hijas como ese desgraciado nos trataba a nosotros. Aunque no es necesario, si te sientes más seguro teniendo un referente, piensa en un hombre al que admires. Alguno habrá.

Asta sonrió. Claro que había, además varios. Pero el más significativo lo tenía justo delante y no se había dado cuenta hasta que él mismo se lo dijo. Tal vez, simplemente debería relajarse un poco, disfrutar el momento junto a Noelle y todos los demás de la base y tener esperanza en que todo iba a salir bien.

—Y ahora me voy a mi habitación, a ver si me puedo dormir. Tú deberías hacer lo mismo.

—Sí, me marcharé en unos minutos.

Vio a Yami asintiendo y dirigiéndose a las escaleras tras levantarse. Justo antes de comenzar a subirlas, se dio la vuelta para mirarle y hablar.

—Ah y Asta, enhorabuena —dijo con sinceridad mientras sonreía.

—Gracias, capitán.

Tras unos quince minutos en los que se quedó solo pensando, Asta subió a su habitación. Se tumbó en la cama tras cerrar la puerta. Noelle le daba la espalda, así que se acercó y la abrazó, posando la mano en su vientre que, aunque aún estaba plano, albergaba el mayor regalo que la vida podría haberle ofrecido jamás.


Asta entró en la base y vio a Noelle a punto de subirse a una silla. No sabía qué pretendía, pero fue rápidamente a su lado, la sujetó de los hombros para impedírselo y la miró de forma reprobatoria.

—¿Qué estás haciendo?

—Ese cuadro está torcido y quería ponerlo bien, pero no llego —explicó ella de forma algo molesta mientras señalaba la pared.

—Noelle, estás embarazada. ¿Qué habría pasado si te hubieras caído?

La pequeña de los Silva se sentó en el sofá y se cruzó de brazos. Se notaba que estaba enfadada, pero Asta se acercó a ella, se sentó a su lado y le sujetó las manos.

—Todo el mundo me trata como si estuviera enferma o incapacitada. Solo estoy embarazada, a veces se os olvida.

—Únicamente quiero protegeros. Entiendo que estés frustrada porque no puedes hacer muchas cosas, pero…

—No, no lo entiendes —replicó ella—. Tú sigues haciendo tu trabajo, sigues entrenando, sigues yendo a misiones, sigues con tu vida normal y soy yo la que deja de hacerlo todo por esta enorme barriga.

Asta miró a su esposa. Era cierto que, a pesar de que tenía seis meses de gestación, tenía el vientre muy abultado, pero era normal teniendo en cuenta que estaba gestando dos bebés a la vez.

La comprendía totalmente. Noelle siempre había sido muy independiente y resolutiva y odiaba por completo delegar sus responsabilidades en otros o ser ayudada de forma constante. Estaba agobiada y no era para menos. Un embarazo es un proceso complejo, que supone una transformación radical para las mujeres. Por el contrario, los hombres no tienen que lidiar con esas molestias o impedimentos. Y él siempre había intentado ayudarla y apoyarla, pero era cierto que no podía sentirse exactamente igual.

—Si quieres, suspendo mi trabajo hasta que tú puedas incorporarte al tuyo.

Se lo dijo convencido, serio y mirándola directamente a los ojos, algo que provocó que Noelle se achantara un tanto porque se sintió culpable.

—No… no pretendía que pensaras que quiero eso. Lo siento. Esto… es muy difícil de llevar. Nadie te prepara para vivirlo. No es tu culpa que me sienta así.

—Ven aquí, anda —musitó mientras la abrazaba—. Tampoco es tu culpa. Pero no hagas esas locuras, por favor.

—Está bien.

Noelle le dio un beso suave en los labios y él volvió a acariciar su vientre cuidadosamente.

—Asta… te sigo gustando, ¿verdad?

—Claro que sí. Estás preciosa estés como estés; no lo olvides nunca.

Le dio otro abrazo y la notó suspirando sobre su hombro. Tenía que estar con ella, apoyarla y hacerla sentir bien. Si no podía sufrir las consecuencias del embarazo en su propio cuerpo, al menos ayudaría a Noelle a que las suyas fueran mucho más llevaderas.


Noelle pasó dos días en el hospital cuando dio a luz. No había habido complicaciones, así que Owen les dijo que podían marcharse a casa, le dio a Noelle unas recomendaciones y la citó para el seguimiento del postparto y de los recién nacidos.

Los mellizos tenían el pelo del color de la plata, al igual que su madre, pero unos ojos grandes y verdes que habían heredado de su padre. Asta, cuando los vio por primera vez, lloró de la emoción. Era increíble que el amor pudiera crear a dos personas tan puras y hermosas, pero no le extrañaba para nada porque su lazo con Noelle era único y genuino.

Eran un niño y una niña y habían decidido llamarles Aren y Ayla. La niña lloraba mucho y era bastante inquieta, mientras que el pequeño se pasaba gran parte del día y la noche durmiendo y solo se despertaba para las necesidades más básicas, aunque también cuando su hermana lloraba demasiado fuerte.

Asta los acostó a los dos en una cuna doble que se encontraba al lado de la cama que compartía con Noelle casi desde que formalizaron su noviazgo. Por fin se habían quedado dormidos los dos y por lo menos los dejarían descansar aunque fuera por un rato.

Se tumbó en la cama. Nunca se había sentido tan sumamente cansado, pero tampoco tan feliz. Sentía su vida plena y el sueño de ser Rey Mago —que aún perseguía—, completamente nimio al lado del que estaba cumpliendo. Tener a su familia a su lado era lo mejor que alguna vez le había podido ocurrir.

Miró a la derecha. Noelle se estaba acostando despacio, pues aún no estaba completamente recuperada del parto. Se quedó observándola. No podía elegir una mejor compañera. Era cierto que sus inicios fueron un tanto turbulentos, pues sus sentimientos eran muy confusos al principio y no sabía discernirlos de los de la amistad que siempre le había profesado.

Sin embargo, una vez que comprendió que amaba a Noelle Silva, su vida dio un vuelco completo. Siempre había sido un chico alegre, entregado y amable, pero el amor le dio un brillo en los ojos que lo hacía estar conforme, sereno, en paz.

Los años fueron pasando, se casaron y habían tenido dos hijos preciosos y con un futuro prometedor, porque ellos se lo brindarían. Además, Noelle era una gran madre, así que estaba muy orgulloso de que ella lo hubiese elegido tantísimos años atrás. Solo quedaba estar a la altura, ser el padre que quería ser y que todos esperaban y, aunque tenía mucha inseguridad y el miedo no se había marchado completamente aún ni de su cerebro ni de su corazón, veía esta nueva etapa como algo emocionante y apasionante, y que sin duda alguna le haría seguir aprendiendo y avanzar.

La sonrisa de Noelle terminó de tranquilizarlo totalmente.

—¿Cómo estás?

—Me encuentro mejor. Me hace bien estar en casa.

Asta asintió, le dio un beso en la mejilla a su esposa y le correspondió al gesto, sonriéndole también.

—Muchas gracias por todo, Noelle. Me haces tan feliz que no creo que jamás pueda expresarlo con palabras.

—No es necesario. Solo tienes que estar junto a mí para siempre.

La abrazó y pronto se quedaron dormidos. No tenía ningún tipo de duda sobre lo último que Noelle le había dicho. Quería compartir su vida siempre con ella, con la persona que le brindó una familia y lo había amado desde su adolescencia de forma incondicional.

Esa noche, ambos durmieron pocas horas, pero de forma sosegada, sabiendo que nada da más tranquilidad que la felicidad.


FIN


Nota de la autora:

Me encanta escribir de bebés aunque mi instinto maternal esté muerto. Sigo con mi evento de peticiones en Wattpad, y esta particularmente me encantó. Meto a Yami en todos lados, lo sé, pero es que aquí lo necesitaba para que Asta dejara atrás ese miedo. Como él no tuvo padre, veo bastante verosímil que algo así le suceda.

En fin, me despido por hoy. Espero que os haya gustado.

¡Nos leemos en la próxima!