Disclaimer: Dr. Stone pertenece a Riichiro Inagaki y Boichi, así como Shūeisha, esta historia solo tiene como objetivo entretener y se hace sin ánimos de lucro.
[Si todo sigue su curso la siguiente expedición podría llegar a Marte.
- Xeno]
Senku asintió mientras repasaba el correo electrónico de su mentor, la máquina del tiempo estaría cada vez más cerca de su alcance, la luna ya no era un problema, ahora los recursos que la humanidad necesitaba se encontraban en el planeta rojo y sobre todo en los cuerpos del cinturón de asteroides, eso era emocionante, al diez mil millo-
—Viejo —interrumpió una voz aguda, el científico dirigió la mirada hacia delante de su escritorio, encontrándose con un niño que lo miraba con hastió, por un momento el hombre sintió la nostalgia de verse de nuevo en la niñez, sobre todo porque su hijo hacia los mismos gestos que él a esa misma edad.
El chico frente a él, de unos seis años de edad, tenia el ceño fruncido, mirándole con impaciencia con esos grandes ojos azules herencia de su leona madre, su cabello blanco con puntas verdes le llegaba hasta el cuello recordándole aun mas al viejo astronauta padre de Senku, el mismo que compartía nombre con el pequeño.
—Byakuya— respondió el adulto con algo de diversión, normalmente, Senku nunca trabajaba en su hogar, pese a que su vivienda contara con un despacho y una terminal para comunicarse con el laboratorio, el Dr. Stone nunca hacia uso de esa habitación en el hogar Ishigami. Claro está, hasta que su esposa encinta ahora con siete meses de embarazo necesitara el cuidado y observación de su marido –pero que este negaría hasta el día de su muerte-; por lo que el niño sabiendo que ahora tendría a su padre en casa por una temporada decidió saciar su infinita curiosidad, herencia de su padre, atosigándolo con preguntas que mas que molestar al antiguo astronauta, lo divertían y le daban animo mientras explotaba a los científicos de manera remota.
—¿Qué es esto? —preguntó el pequeño mientras le mostraba una caja de madera, no era grande, del tamaño de un cajón, con el suficiente volumen como para que un niño pequeño pudiera tomarla entre sus manos, una caja que se suponía debía estar en su ¿oficina? ¿closet? ¿en la casa de Suika? ¿O era con Ruri? Senku habia olvidado por completo la existencia de aquel artefacto, algo que haría que su viejo le reprochara con fingida molestia, ciertamente el ver el objeto le trajo recuerdos, asi que, mirando de lado y sonriendo con tranquilidad, se dirigio a su cachorro que esperaba una respuesta con impaciencia.
—Mhm, ¿De dónde sacaste eso enano? —El niño se ruborizo al escuchar la pregunta, sabiendo que tenia que confesar que habia encontrado la caja dentro del closet de sus padres, a un lado de las espadas de su mamá, lugar que tenia estrictamente prohibido abrir por su feroz madre.
El chico intento buscar una salida a su ahora aprieto, buscando un lugar que no hiciera rabiar a su madre —o que la ponga a llorar a cantaros— mientras Senku lo miraba divertido teniendo su respuesta a su interrogante.
—Bueno, eso no importa —comento el científico dándole un respiro a su hijo, que solto un soplido de alivio, agradeciendo a la ciencia de que pudiera vivir otro dia; rápidamente centro su atención en su padre que le pidió la caja posándola sobre el escritorio, pidiéndole al chiquillo que acercara la otra silla para que pudiera mirar el contenido de aquel cajón.
—Esto, Byakuya, es tu herencia —repaso Senku, mientras su hijo sopesaba interrogante aquella frase. —Conoces algunas de las cien historias ¿no es así?
—Aja, mamá y Tía Ruri me han contado algunas historias, no todas, porque son largas, pero me han contado por ejemplo de donde viene el nombre de mamá. —Respondio el niño con cautela, su padre sonrio de lado mientras hacia su característico tic.
—¿Cómo terminan siempre esas historias mocoso?
—¿Mhm? Pues diciendo que se encuentran en la isla del tesoro… —al terminar de decir esto, el niño abrió los ojos con sorpresa, mientras su padre mostraba su dentadura con burla y suficiencia. —Espera, ¡¿Esto es?!
—Así es cachorro, esto es el cofre del tesoro que tu abuelo con sangre, sudor y lágrimas logro juntar en toda su vida. Esto Byakuya, es nuestra herencia, el tesoro de tu abuelo, el tesoro que junto a tu madre nos decidimos a buscar… —Senku miro enternecido a su hijo, ciertamente esperaba un par de años más para poder entregar el objeto a su cachorro, pero bueno, igual de testarudo que sus padres, la entrega se haría antes. —El tesoro que ahora te pertenece.
El niño exclamo sorpresa al escuchar las palabras de su padre, frente a él se posaba un tesoro de más de tres mil años, el contenido de las cien historias todas, autoría del hombre de las estrellas —como así llamaba lo llamaba su Tía Ruri—, su abuelo, el hombre con quien compartía nombre, Byakuya.
Senku, mientras su hijo se encontraba en su pequeño dilema, se dirigió a su escritorio, recordando que dentro de uno de los cajones se encontraba la llave de aquella caja de madera, fabricada por el viejo Kaseki, encontrándola hasta el fondo de uno de los cajones, debajo de tantos papeles llenos de cálculos y planos.
Mostrando la llave al niño que ahora sentía su corazón bombear con euforia, el hombre abrió la caja, mostrando su contenido al chico, que abrió los ojos con sorpresa al mirar todo un tesoro.
Dentro de la caja había un par de docenas de frascos, de vidrio grueso y con un corcho de madera cada uno, que contenían pequeños trozos de materiales científicos que el niño no sabría discernir: metales, cristales y piedras pudo deducir con rapidez, pero sin llegar a confirmar el contenido. Su padre mirándolo absorto tomo uno de aquellos frascos y lo puso frente a él. Tenía un polvo de color grisáceo y parecía ser el que menos contenido tenia, porque el frasco apenas y llegaba a menos de la mitad.
—Tu abuelo tardo toda su vida buscando platino, la concentración de este metal en el suelo es absurdamente pobre, mi viejo tardo tanto tiempo para apenas encontrar el volumen suficiente como para llenar este frasco —el niño asintió con sorpresa mientras miraba el contenido de aquel frasco, preguntándose el método, el tiempo y el trabajo que su abuelo debió haber dedicado para llegar recolectar apenas un pequeño frasco de platino. —Pero gracias a su esfuerzo pudimos domar la petrificación, el platino es el material esencial para obtener ácido nítrico, y con ello, el nital. Gracias a Byakuya pudimos salir vivos y victoriosos de la isla del tesoro.
El pequeño Byakuya miro con asombro el frasco, mientras su padre lo guardo dentro del cajón de madera, cerrándolo y poniéndolo frente al niño que lo tomo entre sus manos, mientras lo bajaba con cuidado y lo retiraba de ahí.
Su padre lo miro irse, mientras recordaba con melancolía a su propio padre, esperando algún día volver a verlo, quizás presentarle a su hijo y quien sabe, al resto de su familia.
Volviendo su vista en la pantalla, Senku sintió dos brazos delgados, suaves y fuertes envolverlo por detrás, obteniendo el aroma a lavanda y frutos del bosque tan característicos de su esposa, el hombre sonrió, montando la mirada en la cazadora que lo miraba con cariño.
—¿Cuánto escuchaste? —preguntó el peliverde.
—Desde que te dijo "viejo", lo vi sacar la caja, al menos tuvo cuidado de no tocar las espadas —respondió Kohaku con alivio. —¿Estás seguro que puede quedarse con eso?
—Sí, esos materiales nos salvaron, es tiempo de que cumplan el propósito de alimentar la curiosidad de una nueva generación, el viejo así lo habría querido —comento el científico mientras alzaba los hombros.
—Gracias, Senku —comento la rubia mientras se posaba en su hombro.
—¿Mhm?
—Por hacer feliz a Byakuya.
Senku chasqueo la lengua, definitivamente, sea el viejo o su pequeño, Senku haría felices a ambos, y también a la leona y la pequeña Tsuki, su familia era su reto, al diez mil millones por ciento.
Mucho tiempo ha pasado ¿eh?.
La verdad, han sido unos meses muy duros en mi vida, perdí a mi padre y como manera de homenaje decidi hacer este OS porque queria también hablar de Byakuya, no se, he visto que ha sido algo corto, pero espero que sea suficiente como para poner de nuevo marcha a mi vena escritora. Agradezco si han llegado hasta aquí que sepan que no he dejado esto.
Seguiremos adelante, al diez mil millones por ciento.
- Caius.
