Pareja:UsUk, AlfredxArthur
Disclaimer: Himaruya-Sama no domina el mundo con sus dibujitos porque no quiere… Yo no domino el mundo porque los personajes no son míos XDD
Advertencia: Pues vampiros, sangre, colmillos y sensuales mordidas vampírica y otras no tan vampíricas *guiño, guiño*
Notas de inicio:
Según mis notas de inicio de hace como mil años XD esto salió por la saga de Vampiros "La Hermandad de la Daga Negra" que miren, no sé… en esa saga no había hombres lobo, así que, cuestionable…
En fin ¡Idea nueva! Oh sí, lo he hecho de nuevo, una disculpita oigan, pero ya se la saben~
En realidad no es tanto como una idea nueva, hace años tuve una temporada de ideas que honestamente la mitad ya ni me acuerdo de que iba, pero ajam, cada que quiero "rellenar" mis calendarios del UsUk, pues tengo que ir ahí a reciclar ideas… Y es que ya saben, Hikari no puede vivir de una sola historia porque se bloquea y se vuelve loca~
Además, en serio tuve problemas para nivelar las historias UsUk contra las VKook… las VKook me nacen del alma, tal parece, pero el UsUk sigue siendo importante aquí y con esto vengo a reafirmar mi voto de compromiso con los pedazos de tierra parlantes~
Vamos allá entonces~
One, Two, Three ¡Go!
~*~ Midnight Love~*~
Alfred jamás se lo cuestionó, ni una sola vez, porque amaba el aroma de los árboles, el sonido de los grillos por la noche y el viento fresco con el que llenaba sus pulmones cada noche. Porque esa era su vida y era todo lo que conocía.
Su padre era leñador, cada semana partía con la carreta cargada y volvía con comida suficiente para los dos. Alfred jamás se cuestionó a donde iba o qué hacía con la madera. Nunca preguntó y su padre nunca hablaba de ello.
Hasta aquella madrugada.
La recordaba como una especialmente fría para ser finales de agosto, era cerca del amanecer cuando su puerta fue tocada. Alfred aún estaba medio dormido, pero cuando su padre fue a la puerta ataviado con la escopeta que escondía bajo la escalera, no pudo evitar espiarlo y bajar también al recibidor, detrás de él.
Lo que más le impresionó, y por ello el recuerdo era tan nítido, fue que Alfred siempre creyó que no había nadie más en ese mundo que ellos dos, él y su padre. Pero, había una mujer en la puerta y no solo eso, había un niño de la edad de Alfred enganchado a la mano de la mujer.
Dos seres tan extraños para él. Tenía seis años y siempre creyó que no existía nada más allá de lo que conocía.
El bosque, el sol, las estrellas, los ciervos y su padre.
—Alfred… ve arriba— Ordenó el hombre con una voz tensa y oscura. Alfred sintió miedo, y aunque sus ojos estaban fijos en los del otro niño, absorbiendo cada detalle que podía distinguir en la oscuridad, obedeció la orden y corrió escaleras arriba sin mirar atrás.
Recordaba haberse metido bajo la cama y taparse los oídos, creyendo de alguna forma que el arma de su padre se detonaría con aquella explosión que siempre le ensordecía los oídos. Pero espero y espero y la detonación nunca llego.
.
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—Buenos días, mi nombre es Charlotte Kirkland ¿Podríamos pasar, señor Jones? — Preguntó la mujer con una voz dulce y tranquila, ni siquiera parpadeó ante el arma. Robert Jones sabía que ella era más peligrosa que el arma de todas formas.
—Me temó que no es bienvenida aquí, señora Kirkland— La mujer no cambió su expresión ante el rechazo, permaneció tan firme como una roca y con la misma sonrisa suave en los labios.
—Por supuesto, imagine que sería así, pero hemos caminado por horas… y mi hijo es muy pequeño aun para la distancia que hemos cubierto… Nos estábamos quedando en el pueblo la otra noche, pero como sabrá, es difícil, por no decir imposible que nos quedemos más de una noche ahí … y está a punto de amanecer— Jones gruñó al ver al niño en cuestión, era casi de la edad de Alfred y eso lo hizo removerse un poco.
—Como sabrá… también tengo un hijo— Argumentó el leñador usando el arma casi como un escudo entre él y la mujer. Ni siquiera se cuestionó el porqué ella conocía su nombre. ¿Alguien del pueblo se lo habría dicho? Quizás.
—Oh, muy encantador, tiene unos ojos tan azules… seguramente se los heredo su madre ¿no? — Robert paso saliva y pensó en su difunta esposa. Por supuesto que Alfred tenía los ojos de ella, él mismo los tenía de un café oscuro. —Él es mi hijo, Arthur… ¿Cómo se llama el suyo? — Peguntó la mujer dedicándole a su hijo una sonrisa suave, el chico ni siquiera reaccionó, estaba centrado en algún punto entre el piso y el infinito. Sus ojos eran tan verdes como los de la mujer.
—Alfred— Respondió el leñador con cierta resistencia pero de nada serviría mentirle a la mujer, no es como que ella se hubiese presentado hostil, además, no tenía intención de pelear y ella parecía saberlo de antemano.
—Hermoso nombre— Murmuró la mujer con dulzura, parecía toda una dama de clase alta si pasaba por alto su vestimenta sencilla. —Como le comentaba, es temprano y me temó que no tenemos otra opción, el bosque es demasiado amplio como para arriesgarlo, Arthur es mi pequeño… si pudiese solo dejarlo pasar el día a él, yo encontraría algún rincón en el bosque si le parezco una amenaza, por favor, señor Jones… le pido que lo consideré— Robert volvió a centrar la mirada en el niño que en ningún momento levantó la cabeza.
—¿Confiaría a su hijo a alguien como yo? — La mujer sonrió un tanto tensa.
—Créame, no tenía muchas opciones… y aunque somos catalogados como enemigos naturales creo que Arthur estaría seguro y a salvo con alguien que conoce su condición y puede defenderse, le aseguro que un niño que aún no desarrolla bien sus colmillos no representa una amenaza, pero en todo caso, los humanos no son tan fuertes y si llegase a pasar algo, son menos comprensivos y no se detendrán ni porque Arthur es un niño… — Robert Jones paso saliva al ver a Arthur, tan pequeño, tan similar a Alfred mismo. —Con un ático bien cerrado bastaría si le preocupa su hijo, Arthur es silencioso y bien portado, jamás ha tenido algún incidente y se alimentó bien la noche anterior— Robert Jones volvió a gruñir, de pronto temiendo imaginar de donde había salido dicho "alimento", pero decidió no pensar en ello a fondo.
Antes de que pudiera contestar algo, un pequeño sonido de alarma lo distrajo, la mujer sacó un reloj de su bolsillo y afilo sus rasgos al ver la hora, faltaban veinte minutos para el amanecer.
Robert pensó en la cueva más cercana, estaba a casi una hora de distancia al norte y el sol traspasaría el bosque antes de que ambos pudiesen encontrarla, ni siquiera a caballo lo lograrían, la mujer suspiró hondo después de detener la alarma y guardar su reloj con movimientos casi estudiados.
—Sin dudas somos diferentes… pero creo firmemente que no somos monstruos, señor Jones, usted es un padre para su hijo y yo una madre para el mío, nuestras especies difieren, pero creo que ambos podemos ser lo suficientemente civilizados para pasar un día en la compañía del otro sin ningún inconveniente…— Robert suspiró hondo, siendo consciente de cada segundo que pasaba y escuchando las aves despertar a los lejos, entre los ramajes del bosque.
Hubo una pausa que se sintió infinita, la palabra "monstruo" resonando en su mente, miró de nuevo al niño de la mano de su madre y supo que iba a arrepentirse de eso, pero no tanto como se arrepentiría si los enviaba al bosque a morir a ambos.
—Usted gana, pueden pasar, los dos…— La mujer se iluminó con alivio.
—Se lo agradezco, señor Jones… y me aseguraré de pagarle este favor cuando más lo necesite— El leñador se hizo a un lado y dejo que la mujer y su hijo entrasen a su casa, cerrando bien la puerta, como si eso fuese a evitar que el sol saliera en el horizonte.
—Espere aquí, veré en que cuarto pueden estar más seguros…— Murmuró el hombre moviéndose por la casa, desapareciendo en lo que parecía ser un sótano, Charlotte murmuró otro agradecimiento suave que no fue escuchado. Al menos no por el dueño de la casa.
En cambio, Alfred en ese punto ya estaba viendo la escena, su curiosidad lo había sacado de debajo de su cama y yacía asomado desde lo más alto de la escalera. Sus ojos se cruzaron con los de la mujer y fue como si ella hubiese sabido que estaba ahí todo el tiempo, sintió un estremecimiento extraño cuando ella lo miró de lleno.
Era hermosa, Alfred experimento una extraña repulsión ante su mirada fría y sus rasgos perfectos, pero entonces ella le sonrió amable y lo saludó con la mano y la repulsión paso a segundo plano. La curiosidad en él siempre había sido más fuerte que su instinto de supervivencia.
—Hola, Alfred, es un gusto conocerte, soy Charlotte… Y él es Arthur, cariño, saluda— Instó la mujer al pequeño que no le soltaba la mano, el niño al fin levantó la mirada y la centró en Alfred también.
—Buenos días, Alfred…— Murmuró él con apenas un susurro, Alfred por alguna razón sintió su corazón detenerse. Ese chico… no era como él.
—Buenos días, Arthur…— Respondió sin aliento.
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Alfred no los vio ni escuchó en toda la mañana, casi podía fingir que era un día normal y que nada había pasado, que todo había sido un sueño. Excepto que no había vuelto a la cama, había visto el amanecer desde la ventana de su habitación, casi encogido en sí mismo hasta que su padre subió a buscarlo para el desayuno.
Desayuno cereal, huevos y tocino, su padre estaba silencioso, con una calma tensa de la que Alfred era muy consciente.
—¿No crees que ellos puedan tener hambre también? — Se atrevió a preguntar a su padre, el hombre lo miró y soltó un suspiro casi resignado.
—Ellos no comen nuestra comida, Alfred…— El niño no podía imaginar aquello. ¿Qué sería de su vida si no pudiese comer el cereal, o los wafles o el jarabe de chocolate?
—¿Tampoco pueden salir al sol? — La pregunta pareció despertar a su padre de la burbuja pensativa en la que se había sumergido.
—No, no pueden…— Respondió el mayor con paciencia, Alfred movió sus piernas inquieto.
—¿Por qué? — En serio deseaba entender y su padre se lo concedió con una mirada cansada pero resignada.
—Porque ellos son diferentes, no son humanos y tampoco son como nosotros… Ellos son vampiros ¿Entiendes? — Alfred había escuchado la palabra antes, en las historias que su padre le contaba de vez en cuando, historias de su tribu perdida, de los enemigos que habían enfrentado una y otra vez, de los monstruos que se movían en las sombras de la noche, bellos y letales. Los vampiros que bebían sangre y mataban a los suyos.
—¿Cómo los de las historias? — Preguntó Alfred bajando la voz, de pronto asustado de que sus inquilinos los escuchasen y los atacaran desde el sótano.
—Tal vez… no podemos bajar la guardia, no quiero que te acerques tanto a ellos ¿entendido? — Alfred asintió y siguió con su desayuno en silencio, su estómago vuelto un nudo.
Contrario lo que su padre había dicho esa mañana Charlotte y Arthur se sentaron en la mesa con ellos a la hora de la cena, Charlotte sonriente y gentil, Arthur callado y sombrío, con la mirada perdida y apagada.
Alfred estaba inquieto por las presencias, pero había pasado todo un día bajo el mismo techo que esos seres y no le parecían especialmente hostiles.
—Estamos buscando un lugar en donde asentarnos, es difícil viajar de un lado a otro en estos tiempos, la población se ha extendido y los grupos de nuestra especie se han ido desplazando a los lugares más insólitos que existen… Además… me temo que no comparto el mismo estilo de vida que ellos así que no estoy particularmente interesada en acudir a ellos, de momento…— Jones soltó un gruñido que no dejaba en claro su respuesta, pero tampoco dejaba en claro si estaba en desacuerdo o no. —Es un hombre de pocas palabras por lo que veo… —Comentó Charlotte con una sonrisa que le acentuó los rasgos a algo similar a la ternura.
—Es solo que no tengo una opinión si me la pide… No conozco a ningún grupo de su clase, señora Kirkland, y tampoco quiero conocerlos si le soy honesto… Estoy en tierra de paz y deseo permanecer así, por eso la acepte en mi casa…— El leñador le dio una mirada a su hijo, Alfred era una de las razones por las que estaba ahí, sin meterse con nadie y deseaba permanecer neutral para su bienestar.
—¿No le preocupa que su hijo no tenga una manada en el futuro? — El hombre se removió incomodo, Alfred prestó toda su atención en la plática sin saber exactamente de qué iba.
—Soy consciente de que Alfred no será un niño por siempre, pero llegado el momento él elegirá lo que mejor le conviene, me tiene a mí, no está solo— Zanjó su padre con aspereza, Charlotte sonrió ante la respuesta.
—Pienso lo mismo con Arthur, sin embargo a mí sí me aterra la idea de que algo me pueda pasar y él tenga que acudir a los nuestros siendo tan joven…— Murmuró ella viendo a su hijo con cierta adoración.
—Ya ha mencionado que no está de acuerdo con su grupo de gente…— Mencionó Jones con cierto interés disfrazado.
—No soy tan radical como mi gente, la prueba está en que estoy aquí, compartiendo su mesa, señor Jones… ¿Y sabe? Ha sido la plática más racional e interesante que he tenido en años y créame… he viajado mucho— Comentó la mujer con un suspiro cansino.
—Bueno, espero, señora que pronto encuentre ese lugar donde pueda asentarse y vivir tan en paz como le plazca— Murmuró el leñador casi como un compromiso.
—Oh… no creo que sea tan complicado— Aseguró ella con una sonrisa enigmática.
Y eso fue todo, ellos se retiraron de la casa ya entrada la noche, Charlotte le revolvió el cabello a Alfred con cariño e instó a Arthur a despedirse, Arthur lo hizo con aquella voz como un murmullo, Alfred apenas y pudo dormir esa noche, pensando en ellos dos, en su bienestar en la posibilidad de volver a verlos.
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No tuvo que esperar más allá de unos meses. Charlotte y Arthur Kirkland se asentaron en aquel bosque, tan cerca, que si Alfred contaba los minutos de una puerta a la otra no llegarían ni a diez. Su padre, reforzó las puertas y ventanas de la casa, revisaba cada noche los rincones oscuros del bosque y le prohibió a Alfred terminantemente acercarse a ellos o andar en el bosque tarde en la noche, Alfred obedeció de los primeros dos meses, pero eventualmente, la curiosidad fue más fuerte que miedo a las historias. Cierta noche, terminó cediendo, después de todo, ella había sido amable con Alfred y tan encantadora que él jamás pensó en las consecuencias.
Se acercó despacio, apenas estaba atardeciendo cuando él se ocultó en un arbusto cerca de la casa vecina, su padre había ido al pueblo ese día y se había retrasado, así que el niño estaba aburrido y ansioso.
La casita era sencilla, de una sola planta y quizás hasta un solo cuarto, parecía un gran rectángulo, sellado por todos lados con algo negro, parecía una versión más sólida de cuando él armaba una casa de campaña con sus sábanas.
Alfred se sentó en su escondite y permaneció ahí, tan alerta como podía estarlo, alerta a cualquier ruido en la casita, alerta a los caballos de su padre por si volvía, alerta a como el sol se escondía poco a poco.
Cuando la oscuridad cayó de lleno en la casita fue que se atrevió a moverse, tan sigiloso como lo era en el bosque, se movió hasta la puerta y cuando levantó la mano para tocar la madera de la puerta notó que estaba temblando. Aquello era mala idea, su instinto le decía que huyera, que saliera corriendo de ahí o estaría perdido.
Paso saliva y se dio la vuelta para volver por donde había llegado.
—¿Tu padre sabe qué estás aquí, Alfred? — Preguntó una voz desde su espalda, el niño se paralizo de miedo y giró hasta encontrarse con el rostro de Charlotte Kirkland, la mujer estaba envuelta en una bata para dormir y recargada en la frágil puerta de su casita.
El niño negó con la cabeza, sintió que había perdido la voz.
—Deberías volver entonces, tu padre se va a preocupar mucho si no te encuentra ahora que ha oscurecido— Murmuró la mujer con su voz tan suave y dulce de siempre.
—No está en casa… salió con la leña y no ha vuelto…— Alfred se sintió un tonto después de decir, ellos eran los enemigos de su raza ¿no?
Básicamente Alfred se había ido a meter a la cueva de los vampiros y les había dicho que estaba solo y desamparado, si ellos se lo comían no iba a poder quejarse, él había tenido la culpa de todas formas.
La mujer suspiro y Alfred se estremeció.
—¿A qué hora vuelve normalmente? — Alfred se encogió de hombros ante la pregunta.
—Antes del anochecer— Murmuró apenas, la mujer hizo un sonido pensativo.
—¿Quieres que te ayude a buscarlo? — La pregunta fue dicha con tanta calma que Alfred se sintió valiente de pronto. Negó con la cabeza.
—Me dijo que no me acercará aquí… usted no le diría que lo desobedecí ¿verdad? — La mujer sonrió con tanta dulzura que Alfred sintió su rostro calentarse un poco.
—Haremos esto… iremos a buscarlo y cuando lo encontremos le diré que estabas en casa, como un buen niño, pero también que lo estabas llamando preocupado, que yo te escuché y me ofrecí a ayudarte a buscarlo ¿te parece? — Ofreció la mujer con una calma casi fría, pero había calidez ahí, Alfred lo sabía.
—¿Hay algo mal, mamá? — Una tercera voz se unió y Alfred vio al niño asomarse detrás de su madre, su rostro adquirió cierta expresión de sorpresa cuando encontró a Alfred platicando con su madre. Ese niño…
—Parece que el señor Jones, nuestro vecino no ha vuelto a casa y el pequeño Alfred está preocupado— Explicó ella ante Arthur que no quitaba la mirada de Alfred y el Alfred a su vez se había centrado por completo en Arthur.
Jamás se habían visto de frente, la madrugada en que se habían conocido Arthur había tenido la cabeza gacha todo el tiempo, pero en esa ocasión lo vio frente a frente y fue como entrar en un hechizo. Aquella mirada…
El hechizo se rompió cuando a lo lejos se escuchó una carreta andar por el bosque, Alfred pego un salto y rompió el contacto visual con Arthur de golpe.
—Debo irme…— Murmuró y sin más echó a correr a su casa, deseando llegar a tiempo, deseando que su padre no se enterase de ello.
Sintiendo la mirada verde Arthur observarlo desde la distancia todavía, como si aquellos ojos pudiesen traspasar la oscuridad y la distancia, quizás podían hacerlo, porque Alfred lo sentía en la nuca como un cosquilleo.
En el pecho como una advertencia y en su garganta como un secreto destinado a ser tragado y nunca dicho en voz alta.
Arthur, su mirada era la de un cazador, quizás la de un monstruo de la oscuridad, tan fría como el invierno, tan verde con el bosque. Pero, a Alfred le gustaba el invierno y amaba el bosque. Y quizás, no eran tan diferentes, Alfred también era un cazador y también era un monstruo.
