Fue el frío el que le susurró a Hannibal que había vuelto a la realidad. Parpadeó un par de veces tratando de adaptarse a la oscuridad y al vacío en su pecho donde debería estar su corazón. Nada podría haberle preparado para despertarse en su cama, fría y vacía, un día más, ni siquiera la certeza. Su teléfono vibraba en la mesita de noche pero no se molestó en cogerlo ni lo miró cuando dejó de sonar. No tenía fuerzas para fingir ser un ser humano socialmente aceptable tras perder a toda su familia en un parpadeo. Por segunda vez.
¿Había sido su sueño una tortura o una bendición de los dioses? ¿Era una epifanía enviada como castigo por el daño infringido a su Will, un ángel hasta llegar a sus manos, un vistazo a todo lo que podría haber sido si Hannibal lo hubiera tratado como a un igual? ¿Aquella visión respondía a un destino que quizás aún podía estar a su alcance si se comportaba a la altura de las circunstancias o solo un cruel destello de lo que habría podido ser pero nunca sería, por su culpa?
Se levantó, suspirando, y se vistió con la ropa que había dejado preparada la noche anterior sin prestar atención. Procedió a asearse con la pulcritud que le caracterizaba sin encontrar auténtico sentido a sus actos. ¿Para qué afeitarse si no tenía unos hijos a los que besar? ¿Para que peinar su cabello si no tenía un esposo para despeinarlo? La ausencia del anillo en su mano izquierda quemaba como si le hubieran amputado un dedo y Hannibal pensó fugazmente en ir a la joyería esa misma mañana y comprar un sustituto que sirviera como placebo para no sentirse tan desnudo.
El sonido del timbre lo sobresaltó mientras se ponía el primer café de la mañana. Frunció el ceño, contrariado. ¿Quién se atrevía a interrumpir su luto por una vida que no había vivido? Su corazón se aceleró en el pecho. ¿Podía ser su Will, al que los dioses también habían iluminado con el mismo futuro juntos y deseaba empezarlo aquel mismo día? Se apresuró a ir hacia la puerta revisando que su aspecto estuviera perfecto antes de abrirla.
Alana le sonrió debajo de su tupida bufanda roja. Hannibal contuvo lo mejor que pudo su decepción y le permitió pasar con un gesto elegante, pero evitó el amago de beso que la mujer esperaba dejar en sus labios.
- Alana, querida. No te esperaba esta mañana.
- He intentado llamarte pero no contestabas al teléfono. No es propio de ti no estar disponible tan tarde así que he decidido pasarme. Estaba preocupada. – Hannibal parpadeó, confuso.
- ¿Tan tarde es? – Alana arqueó las cejas, sorprendida.
- Son casi las 12 de la mañana, Hannibal.
Hannibal contuvo el impulso de frotarse los ojos de manera muy poco digna. Parecía ser que su pequeño regalo había conllevado una pérdida de la noción del tiempo importante. Desbloqueando su móvil comprobó que, juntos con las llamadas y los mensajes que había ignorado, se encontraban varias alarmas perdidas.
- Anoche tuve problemas para dormir, me temo. Lamento no haber cogido el teléfono, no he sido consciente de tus llamadas. – Mintió Hannibal. Alana pareció convencida, para su alivio.
- Ya que estoy aquí, ¿Te apetece salir a almorzar juntos? Han abierto un restaurante italiano maravilloso. Deberíamos visitarlo antes de que sea imposible reservar.
- En realidad, me disponía a salir. Hay asuntos importantes que reclaman mi atención. – Alana le miró tratando de ocultar su decepción y algo más.
- ¿Vas a ver a Will? – Preguntó finalmente, como quien suelta una bomba. Ciertamente sonaba como una.
- No, me temo que él no quiere verme a mí. Entendible, por otro lado. – Afirmó Hannibal sin mirarla, seleccionando ingredientes al azar de su nevera y fingiendo ponerlos en una bolsa.
Alana se revolvió en su sitio, incómoda y suspiró.
- Yo he ido a verlo, esta mañana. Le he devuelto a sus perros. Ni siquiera se ha molestado en dejarme entrar. Me ha dado las gracias y me ha cerrado la puerta en la cara. Parecía… En otro lugar. – Hannibal la miró, alarmado.
- ¿Crees que la encefalitis ha regresado?
- No, no. No era ese tipo de distracción. Solo… No lo sé, quizás estoy pidiéndole demasiada simpatía a un hombre al que acusé de ser un asesino en serie. Pero… No sé, esperaba que Will fuera capaz de perdonarme o por lo menos, tratarme con amabilidad.
- Siempre has esperado de él más de lo que estaba dispuesto a ofrecer. Tú y Jack, me temo. La decepción subsiguiente a ello es, por tanto, vuestra responsabilidad, no la suya.
Alana le miró, dolida, pero no lo negó ni Hannibal se molestó en fingir que sus emociones le importaban. Ahora mismo, todo lo que no era Will, Abigail y la idílica vida que nunca podrían tener le resultaba irrelevante.
- Lamento haberte molestado. Veo que estás muy ocupado. Nos vemos en otro momento.
- En realidad, hay algo que me gustaría discutir contigo antes de que te marches. – Alana le miró, expectante, pero la ligera tensión en su cuello y la comisura de sus labios le dijo a Hannibal que se hacía una idea del tema a tratar. Siempre había sido una chica lista. – Me temo que en estos no me siento cómodo con la perspectiva de mantener una relación. Mi cabeza está en otro sitio y no deseo que eso afecte a mis obligaciones. Una relación es algo que ahora no puedo sostener.
Alana acusó el golpe, pero su rostro no mostró ninguna emoción que lo dejara entrever.
- ¿Es por Will?
- Es por la situación en general, me temo. Aspiro a recuperar su amistad y su confianza, es cierto, pero han pasado demasiadas cosas estos últimos meses y deseo reevaluar la situación en la que me encuentro en soledad. Espero que comprendas que no es algo personal.
Alana asintió lentamente, pero era obvio que no le creía. Hannibal tuvo que reconocerle la dignidad de encajar un rechazo con educación y madurez. La morena se despidió de él deseándole suerte y se marchó sin mirar atrás.
Hannibal esperó a escuchar la puerta cerrarse antes de concentrar su atención en los ingredientes que había colocado aleatoriamente en la bolsa. No aleatoriamente, pensó con ironía mientras inspeccionaba el contenido. Había los ingredientes exactos para hacer una pizza.
Tras dudar unos segundos, decidió dejarlo todo como estaba e ir a ponerse el abrigo. Una comida informal quizás era lo que necesitaba para aligerar el ambiente con su, ahora, única hija.
Abigail lo recibió, como esperaba, con una mezcla de alegría y reserva.
Le sonrió y le preguntó por su semana, pero se sentó al otro lado de la isla de la cocina en lugar de curiosear el contenido de la bolsa como habría hecho hacía unas semanas. Se ofreció a ayudar con la comida, pero no preguntó por la receta ni dio su opinión al respecto. Se limitó a obedecer con la cabeza gacha y el pelo cayendo en cascada sobre sus hombros, cubriéndola casi por completo.
Cuando la pizza estuvo en el horno, Abigail fue a poner la mesa en silencio y Hannibal se preguntó si también era demasiado tarde para ellos.
- ¿Cómo van tus estudios? – Abigail se encogió de hombros, desanimada.
- He tenido problemas con la conexión a internet, pero ya está casi resuelto. Un roedor se comió el cable de fibra que hay al borde de la propiedad. Por suerte, lo encontré antes de que empezaran los exámenes. – Hannibal asintió, sorprendido.
- ¿Han durado mucho esos problemas?
- Un par de semanas.
¿Un par de semanas? Hannibal trató de hacer memoria y, efectivamente, hacía casi un mes que no venía a ver a Abigail. El retorno del destripador y la liberación de Will habían acaparado toda su atención de forma casi obsesiva, haciéndole perder la noción del tiempo.
- Lamento no haber venido a visitarte con más frecuencia, Abigail.
La expresión de Abigail no varió. Hannibal no sabía si, de hecho, sus visitas serían bien recibidas.
- ¿Le has visto? – Murmuró la adolescente sin atreverse a mirarlo.
- No he tenido la oportunidad, me temo. Ayer fue liberado a primera hora de la mañana. Alana fue a verle esta mañana, pero parece ser que la echó de su propiedad.
- Pero… ¿Sabes si está bien?
- Bien es un término relativo, pero Will es fuerte. Estoy seguro de que se recuperará. – Afirmó Hannibal tratando de sonar consolador.
El ligero encogimiento de Abigail no pasó desapercibido. Hannibal recordó que esas eran casi las mismas palabras que le había dicho antes de extirparle la oreja.
Comieron la pizza en silencio, con tenedor y cuchillo. Hannibal no pudo evitar echar de menos el alegre jolgorio con el que había cenado la noche anterior, en otra vida y lamentar de nuevo que Abigail no hubiera sido parte de él.
- Le echas de menos. Will también te echa de menos a ti. – Le aseguró Hannibal. Abigail agachó la cabeza.
- Dejará de hacerlo cuando sepa que le hemos mentido todos estos meses. – Musitó la chica.
- Yo seré el blanco de su ira, Abigail. Te puedo asegurar que tu padre no sentirá por ti más que alivio y compasión. – Abigail no le creía, era obvio, pero no lo dijo en voz alta.
No podía evitar preguntarse, si lo que Abigail sentía por él era rencor o miedo, si sería pasajero o permanente, como una herida cerrada que duele en las circunstancias adecuadas. La noción de preocuparse por otros seres humanos era angustiosa y desconcertante al mismo tiempo. Por un lado, despejaba en él la niebla apática en la que se había sumergido desde la muerte de Mischa y el rechazo de lady Murasaki. Por otro, abría ante él puertas hacia lo desconocido. El mundo de las emociones, de los afectos, de lo incontrolable. No era un lugar en el que él se sintiera cómodo.
Hannibal era consciente de que sus habilidades de observación eran extremadamente útiles para manipular a los otros, pero carecía de la empatía necesaria para aliviar su pesar. Mientras que eso lo convertía en el perfecto mediador imparcial para sus pacientes, reconocía establecía entre si mismo y los demás una distancia que no quería mantener con su familia.
Quizás ese era el quid de la cuestión, pensó. Eliminar las distancias.
- Creo que la espera ha sido más que suficiente. – Dijo Hannibal, sobresaltándola. Sonrió. - ¿Te gustaría que le hiciéramos una visita?
Llegaron a Wolf Trap tras un par de horas de camino en silencio. Abigail prácticamente vibraba de excitación ante la idea de ver a su padre, haciendo sonreír a Hannibal imperceptiblemente. No podía predecir la reacción de Will a su llegada, pero esperaba que ver su hija sana y salva fuera un buen primer paso y no tratara de matarle por haberle engañado.
Otra vez.
Aparcó el coche en la entrada y esperó unos segundos, pero Will no salió ni los perros fueron en desbandada a recibirlos. Curioso, echó un vistazo al lateral de la casa. El coche de Will no estaba en su lugar habitual. Quizás había salido a comprar. Después de todo, la casa llevaba meses vacía, habría cosas que reponer.
Hannibal forzó la cerradura y el coro de ladridos alegres y uñas en la madera le tranquilizó. Will no se iría a ningún sitio sin los perros. Arrugó la nariz, sin embargo. Aquel lugar era un desastre, probablemente como la mente del propio Will.
Hannibal suspiro, desolado. Aquello no era solo fruto del abandono de su dueño, era un reflejo del estado mental del propio Will. Roto, cansado, desordenado.
A juzgar por la expresión triste de Abigail, ella había llegado a la misma conclusión.
- Hasta que tu padre vuelva, vamos a encargarnos de que le reciba una casa decente. – Dijo Hannibal caminando hacia la cocina en búsqueda de productos de limpieza, aunque sabía que las posibilidades jugaban en su contra.
- No puede haberse ido muy lejos, ¿Verdad? Quiero decir, él no habría abandonado a sus perros.
- Estoy seguro de que volverá en breve. Hasta entonces, nosotros cuidaremos de ellos. – Le aseguró Hannibal.
Pasaron la siguiente semana tratando de averiguar a dónde podía haber ido Will y adecentando la casa. Por la visita de una vecina a la que Will había pedido que cuidara de su manada, Hannibal supo que le había surgido una emergencia familiar y que esperaba volver en menos de una semana.
Hannibal accedió a la petición de Abigail de quedarse en Wolf Trap en lugar de volver a la casa del acantilado, con la condición de no abrirle la puerta a nadie. Hannibal se dividía entre tratar a sus pacientes, ignorar a Jack Crawford y tratar de averiguar a dónde podía haber ido Will.
La idea de que Will hubiera huido, alejándose de todo y de todos, era tan descorazonadora como posible. Quizás estaba buscando un nuevo hogar, valorando alternativas para escapar de Hannibal y de Jack Crawford para siempre. Un lugar alejado, seguro, donde llevarse a sus perros y su empatía y vivir en paz. Al fin y al cabo, a sus ojos no quedaba nada en Baltimore por lo que vivir.
A Hannibal le dolía el pecho cada vez que pensaba en ello.
El viernes, por fin, el sonido de un coche aparcando en la entrada de la casa puso fin a la espera. Abigail miró a Hannibal con ansiedad, y este se apresuró a cogerle la mano tranquilizadoramente. Sin duda Will habría visto su coche ya en la entrada, no tenía sentido sentarse a esperar. Si no veía en él intención de sorprenderlo, quizás no sacara un arma.
Hannibal fue el primero en salir y encaminarse hacia el coche. Will estaba delgadísimo, pálido y con ropa de hacía varios días, pero todo detalle desapareció de la mente de Hannibal cuando vio a una niña pequeña en el asiento trasero del coche.
Grace. Era Grace la niña que le miraba, asustada pero curiosa, desde la seguridad del vehículo. Era pequeña, delgada y, a juzgar por el aspecto de su pelo y de su piel, había sido maltratada recientemente. A Hannibal no le sorprendería si era uno o dos años mayor de los que aparentaba. Contuvo las ganas de correr hacia ellos y consolar el agotamiento y la tristeza que veía en sus rostros. No iba a ser bien recibido.
Pero Will no le estaba mirando a él, miraba a Abigail como si fuera una aparición. La adolescente miraba a su padre con los ojos de un ciervo deslumbrado por unos focos.
Hannibal reconoció la expresión en el rostro de Will. Estaba intentando decidir si Abigail era real o no. Se preguntó cuántas veces habría sido atormentado por el espectro de su hija no muerta, consumiéndose de dolor por una pérdida irreal.
Abigail le miraba fijamente, con los ojos llenos de lágrimas. Will no había hecho amago de acercarse, solo la observaba fijamente, esperando que desapareciera. Decidió que aquel era el momento de empezar a mostrar a Will que le entendía y estaba de su parte.
- Está bien. Ve con él. Te ha echado de menos. – Le dijo a Abigail, animándola a acercarse guiando su espalda.
Pudo ver los ojos de Will abrirse, sorprendidos. Obviamente, no esperaba que Hannibal pudiera ver o interactuar con su "alucinación". Abigail avanzó con paso inseguro hasta quedar a menos de un metro de Will.
- ¿Papá? – Preguntó Abigail con miedo, inquieta ante la falta de respuesta de Will.
Will estiró la mano, temblorosa, esperando atravesar la forma de Abigail. Cuando sus dedos rozaron su pelo, su mejilla ya húmeda por las lágrimas, inspiró bruscamente.
- ¿Estás aquí de verdad? – Preguntó Will con una expresión confusa, desesperanzada.
Como toda respuesta, Abigail saltó a sus brazos y lo estrechó, sollozando como una niña.
- Papá, lo siento. Lo siento. – Abigail lloraba en el hombro de su padre sin soltarlo.
Hannibal se quedó sabiamente al margen del reencuentro, pero se aseguró de grabarlo en su retina para poder revivirlo en el futuro. Era una visión preciosa.
Después de unos minutos se separaron, agotados pero felices. Fue entonces cuando Will pareció recordar que el hombre que le había drogado, metido en la cárcel y manipulado psicológicamente hasta la locura estaba a pocos metros de ellos.
- Abby, llévate a Grace a casa, por favor. Necesita un baño y descansar. – Abigail se apresuró a tomar a la niña en brazos. Grace se agarró a Will y miró con ansiedad. – Está bien, cariño. Voy en un minuto, lo prometo. Tu hermana no va a hacerte ningún daño.
Finalmente, Grace se soltó de su padre y dejó que Abigail la llevara a la casa. Abigail miró a Hannibal con duda, pero este asintió levemente y le indicó que entrara con un gesto. Apenas se perdieron de vista, Hannibal hizo un amago de acercarse a Will que fue frenado en seco.
- Eres un hijo de puta. – Hannibal acusó el golpe, pero no dijo nada.
- Soy consciente de que mi comportamiento ha dejado mucho que desear. Lamento profundamente el daño… -
- ¿Crees que sentirlo va a cambiar algo? – La voz de Will era como un látigo en sus oídos.
- Creo que es importante que sepas que no me siento orgulloso de mis acciones y que no volverán a repetirse. Sé que comprendes su lógica, sin embargo, aunque no la compartas.
- Ahora que no tengo la encefalitis friéndome el cerebro comprendo más cosas. – Escupió el hombre llevando su mano a la pistola que pendía de su cintura.
Hannibal tuvo la certeza de que, en esta ocasión, dispararía.
- Mis actos han sido despiadados. Crueles, en algunos casos, pero respondían a las prioridades de una persona que ya no existe. El hombre que tienes ante ti solo desea tu amor y tu felicidad. Y la de nuestras hijas.
- ¿Esa es tu respuesta? ¿Crees que tú puedes decidir que ahora quieres estar conmigo y yo lo voy a aceptar alegremente? ¿Que voy a ser perfectamente feliz a tu lado, puto psicópata?
- Lo hemos sido, en nuestros sueños, en otro lugar. Sé que has visto el mismo futuro que yo. – Will apretó la mandíbula, pero no lo negó. Hubiera sido absurdo, de todas formas. La presencia de Grace era prueba suficiente. - ¿No ansias una vida llena de amor y comprensión tanto como yo?
- Fue una vida diferente en una realidad diferente. No es esta vida. Tú no eres ese Hannibal. – escupió Will sin mirarlo.
Antes de que Hannibal pudiera responder, Will se dio la vuelta y se marchó hacia el interior con las niñas.
Hannibal suspiró, sintiendo la derrota y el peso de sus errores como un manto de plomo sobre sus hombros. Por primera vez en su vida adulta el sentimiento que los mortales llamaban "remordimiento", quemando como un ácido corrosivo en sus entrañas.
Se preguntó si el otro Hannibal había sido, de hecho, más listo que él. Si habría visto el potencial de Will desde el primer momento, si habría sabido en su primer encuentro que había sido agraciado con la presencia de su alma gemela. Quizás ese Hannibal no había hecho daño a su Will, quizás le había cortejado de forma apropiada, permitiéndole crecer a su lado, evolucionar a su ritmo sin tratar de forzar su cambio mediante el dolor.
No tenía sentido perder su tiempo en imaginar ese pasado, sin embargo. Lo hecho, hecho estaba. Ahora tenía que mirar hacia el futuro y, lo que era más importante, trazar un nuevo plan de acción para recuperar la confianza de Will. Esta vez no tenía prisa, se dijo entrando en la casa. Tenían todo el tiempo del mundo para volver a empezar.
