Aparentemente, Abigail siempre había querido tener una hermana. Dado el nivel de obsesión con el que Garret Hobbs la atesoraba, no era de extrañar que este se hubiera negado a tener otra hija con la que compartir su atención. Su madre, probablemente, tampoco había querido traer al mundo a otra hija que sufriera la locura de su marido.
Habían pasado los primeros días de Grace en la casa eliminando piojos de su pelo y chinches de sus piernas. Hannibal había insistido en llamar a uno de sus colegas, un aclamado pediatra, para asegurarse de que Grace no tenía ninguna enfermedad y para vacunarla por mera precaución. Era la única vez que Hannibal había visto a la niña con algo menos que una sonrisa.
Solo las súplicas de Abigail habían conseguido que Hannibal fuera bien recibido en la casa. Le constaba que había tratado de tranquilizar a su padre, asegurándole que no le había hecho más daño que el evidente y que había cuidado de ella en todo momento. Hannibal sabía que Will veía en la confianza de Abigail un reflejo de la suya propia, retorcida y rota, pero permitía que estuviera con las niñas bajo atenta vigilancia.
Grace prácticamente brillaba de felicidad cada vez que veía el coche de Hannibal aparecer en la entrada de la casa. Dejaba a los perros y corría a recibirlos dando pequeños grititos de alegría que Abigail imitaba. Desde el porche, Will los observaba con una mezcla de felicidad y recelo que no se molestaba en ocultar.
Permitía que Hannibal cocinara la cena solo si él estaba presente. Tratando de hacerle sentir más cómodo, Hannibal siempre traía sus ingredientes en su embalaje original, recién comprados del supermercado para que Will pudiera ver el origen de toda la carne. Incluso le había animado a acompañarlo al mercado local a comprar algunos cortes y ver con sus propios ojos que el filete era, efectivamente, ternera.
Will había ignorado su sugerencia, como cualquier otro intento de acercamiento por su parte.
Hannibal había virado en las últimas semanas su cocina hacia unas recetas más sencillas, caseras, de sabores más fáciles para una niña que hasta hacía pocos días solo comía sobras y pan duro. Se le encogía el corazón solo de pensarlo. Atrás quedaba la sofisticada cocina francesa, siendo sustituida por platos de pasta elaborados con los mejores ingredientes, carne de pollo o cerdo al horno para una mejor digestión y dulces caseros como croissants crujientes o galletas de chocolate.
Hannibal podía decir sin duda algunas que a Will y Abigail también les gustaba el cambio. Una gloriosa mañana de sábado incluso Will había repetido plato de estofado, del que Hannibal había apuntado cuidadosamente la receta para replicarla exactamente igual la próxima vez. Aquel simple gesto le daba esperanza de que Will quisiera más en el futuro. Más comida caliente, más cenas todos juntos, más desayunos con café importado. En definitiva, más Hannibal.
Exactamente cinco semanas después de la llegada de Grace a casa, Hannibal había abandonado casi completamente su falacia de vida como psiquiatra para dedicarse en cuerpo y alma a ser un padre de familia devoto. Además de dormir en su propia casa y comprar, pasaba todo el tiempo en la casa de Will dedicándose a ayudar a Grace a ponerse al día con sus estudios, a Abigail a preparar su acceso a la universidad y a cocinar para su familia. Incluso Will le permitía acompañarlos puntualmente a sus excursiones de pesca o salidas al parque.
No habían hablado aun nada sobre su… relación, pero Hannibal no tenía prisa. Sabía que Will no estaba preparado para tener esa conversación sin dispararle y, francamente, Hannibal podía ver que su estado mental y emocional era demasiado delicado para presionarle. No aspiraba a recuperar la confianza de Will y a ganar su amor aceleradamente, el proceso de cortejo llevaba su tiempo y Hannibal pretendía disfrutar de cada minuto.
Su burbuja de felicidad explotó un martes por la mañana que había empezado como otro cualquiera. Gracias al cielo, Will se había llevado a las niñas a ver el mar, porque Jack Crawford ni siquiera llamó a la puerta antes de entrar en la casa.
- Agente Crawford, que grata sorpresa. No sabía que le esperábamos. – El agente tuvo la decencia de parecer avergonzado ante su intrusión, pero eso no le impidió mantenerse plantado en mitad del salón como si fuera su casa. Hannibal sintió la irritación subir por su garganta.
- Buenos días, doctor Lecter, ¿Puedo saber qué hace en casa de Will?
- Preparar ratatouille para comer y terminar de engrasar algunas puertas. Will y yo hemos decidido que no merece la pena cambiar las bisagras.
- ¿Está Will aquí?
- Ha ido a la ferretería por las piezas que necesitamos. Me temo que tardará en volver.
- Puedo espera. – Gruñó el agente Crawfort buscando un lugar en el que sentarse. Hannibal deseó rajarle la garganta en ese mismo momento.
- Creo que no lo ha entendido, agente Crawford. No le he invitado a esperar a Will al igual que no le he invitado a entrar. Me consta que Will no tiene intención de volver a entablar una relación con usted. Le pido, por favor, que se marche.
- ¡Usted no puede echarme de esta casa!
- Yo he sido invitado por el dueño de la casa a estar aquí, usted no. Me temo que, si sigue insistiendo en no abandonar la propiedad, tendré que llamar a la policía. – La cara de Crawford estaba adoptando un color similar al púrpura que hizo cambiar de opinión a Hannibal. Quizás asfixiarlo sería una mejor opción.
- ¡Soy un agente el FBI!
- ¿Trae una orden para poder acceder a la propiedad? Entiendo que no. – Dijo Hannibal viendo al hombre boquear como un pez. – En tal caso, lo que es usted es un intruso en la propiedad privada de Will. Le repito, por favor, que se marche.
Crawford gruñó y tiró el expediente de malas maneras sobre el sofá de la entrada.
- Que Will lo lea y me llame. – Rugió como si pudiera darle órdenes a Hannibal.
Pensaba hacer asado aquel fin de semana.
- Adiós, agente Crawford. Que pase un buen día. – Respondió Hannibal con desdén, cerrando la puerta en sus narices.
Hannibal no se quedó tranquilo hasta que escucho el inconfundible sonido del coche alejándose de la casa. Demasiado había tardado en aparecer aquel cerdo inmundo, pensó con desprecio.
Will volvió a casa un par de horas más tarde con las niñas cubiertas de arena y la piel roja por el sol. Aunque había insistido en que llevaran protección solar a la playa, parecía que Will se había olvidado de ponérsela también. O se había negado en rotundo a ello, refunfuñó Hannibal con amargura, como se había negado a cada sugerencia de Hannibal desde que había salido del sanatorio, sin importar lo lógica o bien intencionada que fuera.
Eran tan molesto como infantil.
Will volvió a la cocina tras una ducha fría y no tardó ni un minuto en ver el expediente que Crawford había dejado de forma tan desconsiderada sobre la mesa del comedor. Lo abrió con recelo, leyendo el contenido, pero Hannibal fue más rápido.
- No he sido yo. No he matado a nadie desde que tu liberación. – Will apretó los labios, pero asintió. Hannibal no podía decir si le creía o no.
- No es tu estilo, de todas formas. Esto es brutal, demasiado salvaje para ti. – Murmuró Will volviendo su atención a las fotos.
- ¿Puedo pedirte, por favor, que pares? No, déjame hablar, Will. – Dijo antes de que Will pudiera replicar. – Este es el motivo por el que quería ser yo quien ahuyentara a Jack. No eres capaz de decirle que no.
No pretendía que sonara como una acusación, pero fue así como se la tomó Will.
- Este es mi trabajo. – Gruñó Will entredientes.
- No, no lo es. Tú eres profesor, no agente del FBI. Atrapar asesinos en serie es responsabilidad de Jack, no tuya. Si Jack no es capaz de hacer su trabajo sin ti, entonces no está cualificado para hacerlo en absoluto y debería dar un paso atrás y permitir que una persona capacitada lo lleve a cabo. – Dijo Hannibal con frialdad. Will bufó, tratando de buscar un argumento para rebatirle.
- Él no puede hacer lo que yo hago. Nadie puede.
- ¿A qué coste? ¿Tu salud mental? ¿Tu estabilidad emocional? – Hannibal tomó la mano de Will y se negó a soltarla cuando este trató de retroceder. – No eres una herramienta, Will, ni un recurso. Eres una persona, con habilidades y debilidades. Jack se aprovecha de tus habilidades y explota tus debilidades en su propio beneficio, sin importar el coste personal que eso te suponga. Para él eres un instrumento útil, pero prescindible.
Will dejó escapar una risa seca que sonó como una acusación. Se soltó del agarre de Hannibal de un tirón. Hannibal no intentó volver a acercarse.
- ¿Y tú tienes la poca vergüenza de echarle en cara a Jack eso? ¿Quién se dedicó a hacerme creer que estaba loco? ¿Quién me drogó y alentó mis alucinaciones? ¿Quién se aprovechó de mi confianza para acusarme de asesinato? He sido tu juguete, tu taza desde que me conociste. No tengas la desfachatez de fingir que te importo. – Rugió Will.
- Yo tomé ventaja de un estado de inestabilidad previo en el que ya te encontrabas. La encefalitis influyó, sin duda, en llevarte a él, pero ambos sabemos que no fue decisiva. Tu trabajo te destroza por dentro, es una de las consecuencias de la empatía. Entiendo que no confíes en mi tras haber abusado de tu confianza. Lo que no comprendo es por qué sigues confiando en Jack cuando él lo hace cada día.
Will dio un paso atrás como si le hubieran abofeteado.
- Eso no es… - Musitó Will, humillado.
Avergonzado de sí mismo, intuyó Hannibal, de que fuera tan obvio para los demás como era incapaz de decir "no", de evitar que otros abusaran de él en contra de su voluntad. A Hannibal le dolió el corazón.
- No trato de humillarte, Will. En absoluto. Eres absolutamente excepcional, irremplazable. Jack lo sabe tan bien como yo, pero no valora tus dones más allá del uso que pueda hacer de ellos, abusando de ti mediante la culpabilización y el acoso. Solo quiero protegerte, mylimasis, evitar que te hagan más daño.
Will lo miró unos segundos con tanta ira y dolor en sus ojos que Hannibal se preparó para el puñetazo que iba a asestarle en cualquier momento.
- ¿Y quién me va a proteger de ti?
Como siempre, su mangosta le sorprendió girando sobre sus talones y saliendo de la cocina como una tempestad. Hannibal suspiró, alegrándose de que las niñas estuvieran en la ducha.
Invirtió el resto de la mañana en preparar una deliciosa comida y dejar la salsa reposando para la cena. Cuando terminó, mandó a Abigail a comprar una lista de productos de limpieza, incluyendo una plancha de buena calidad y una tabla para adecentar la ropa que acababa de salir de la lavadora. No le preocupaba el dinero, le había dado una tarjeta con la que podría comprar una mansión.
Los tres comieron en la cocina arrullados por la charla infinita de Grace, que había visto por primera vez un delfín y le habían parecido maravillosos. Abigail miró con una muda pregunta rondando en sus ojos, pero Hannibal no tenía respuesta para ella. Will la llamó por teléfono en tres ocasiones, probablemente para asegurarse de que Hannibal no había intentado matarlas en su ausencia.
Hannibal entendía su desconfianza, pero escocía como la sal en una herida abierta.
Decidió quedarse a pasar la noche en la casa de Will. Dejar a las niñas sin supervisión era algo que le inquietaba, sobre todo con Jack Crawford rondando a Will como una hiena. Decidiendo que dormir no sería una opción aquella noche, Hannibal se dispuso a aprovechar su tiempo.
Will volvió casi al amanecer. Estaba cansado, sucio y hambriento. Hannibal no dijo nada cuando escuchó la puerta de atrás abrirse con llave y permitió que Will subiera hasta su habitación sin molestarle. Pocos minutos más tarde, mientras envolvía las onzas de chocolate negro cuidadosamente con la masa, escuchó la ducha encenderse y dejó que el sonido del agua se llevara el estrés y las preocupaciones del día anterior.
Para cuando Will volvió a la cocina, limpio y con ropa de pijama cómoda, Hannibal tenía casi preparado el desayuno.
- ¿Has planchado toda mi ropa? – Hannibal contuvo una sonrisa.
- No pude evitar reparar en el estado en el que se encontraba la ropa tras la colada, así que me he tomado la libertad de adecentarla antes de devolverla a tu armario.
- Yo no tengo plancha.
- Le pedí a Abigail que comprara una, una tabla y agua destilada. Te aseguro que la pulcritud es fundamental en nuestra sociedad para ser valorado.
Will le miraba como si le hubiera salido otra cabeza o astas sobre la frente. En su confusión Hannibal pudo apreciar cierta vulnerabilidad, como si nadie se hubiera molestado nunca en invertir tiempo y esfuerzo en cuidar de él.
Probablemente así había sido.
- He resuelto el caso, por cierto. Jack ya tiene a su asesino vigilado. No tardará en ponerlo bajo custodia, Randall nunca ha sido alguien muy paciente.
- ¿Sabes quién es?
- Un antiguo paciente. No azucé sus instintos, si es lo que me estás preguntando. Honestamente, pensaba que Randall acabaría siendo un ermitaño de vida solitaria en un bosque de Oregón que cazaría conejos con sus dientes, no un asesino. – Will arqueó la ceja, sorprendido.
Quizás este asesino concretamente sí que fuera un pirado, para variar. Estaba harto de tipos más listos y sofisticados que él llevándole la delantera. Con Hannibal tenía más que suficiente para el resto de su vida.
Una taza de café caliente frente a él le sacó de sus pensamientos.
- En todo caso, le he dejado bien claro a Jack que está es mi última colaboración con el FBI, y que lo que me ha motivado a llevarla a cabo ha sido tu bienestar, ni más ni menos. Le he informado que cualquier intento de contacto profesional conmigo conllevará una llamada de mi abogado. Así mismo, le he advertido plenamente de que te encuentras en proceso de recuperación y que exponerte a estrés puede ser fatal para tu salud, pero esa es tu decisión. – Will bufó, divertido.
- No tardará ni un mes. – Hannibal asintió, molesto.
- Me sorprendería gratamente que pudiera hacer su trabajo sin ti durante más de dos semanas. – Afirmó Hannibal con desdén. Inspiró profundamente y se preparó para dar el discurso que llevaba pensando desde que Will se había marchado el día anterior. – Me gustaría disculparme apropiadamente por mis palabras. No es mi deseo imponerte mi voluntad ni mis ideas, solo me preocupan las consecuencias que pueden acarrear sobre ti la presión que Jack siempre coloca sobre tus hombros sin darle importancia a tu bienestar. Aunque no nos encontremos en los mejores términos o valoremos el mundo de forma similar, has de saber que mi único objetivo es tu felicidad. No trato hacer de ti más que un hombre sano y feliz.
- Has tratado de convertirme en un asesino en varias ocasiones. Lo has conseguido más de una vez, de hecho. Felicidades.
- Mi percepción del mundo no es igual que la tuya. Aunque no voy a negar que he intentado por medios poco… éticos, influir en tu carácter y en tus decisiones, porque he visto en ti a un igual, a un compañero con el que ansío compartir mi vida. Puedo asegurarte que la predisposición, la criatura a la que tanto temes y rechazas, vive en tu interior desde mucho antes de conocerme a mí.
- Una predisposición solo es una bestia enjaulada. Son tus decisiones las que dictan tus actos, independientemente de tus impulsos. – Señaló Will.
- Eso es estrictamente cierto. Sin embargo, para mi esa motivación de encerrar una parte de mi tan natural como el resto es absurda y, lo que es peor, dañina. No deseo que vivas una vida de insatisfacción solo porque la sociedad…
- Yo ya he tomado esa decisión. No quiero ser como tú. – Dijo Will con tono tajante. Cogió su taza de café y salió a la terraza sin mirar atrás.
Hannibal inspiró, agotado. Quería creer que estaban avanzando, pero la realidad es que sentía que estaban persiguiéndose el uno al otro en círculos. Y las persecuciones, según su experiencia, solo podían acabar en amor o muerte y Hannibal no podía garantizar ninguno de los dos desenlaces.
