Will había vuelto a hablar con Crawford. Hannibal había olido su asquerosa colonia barata sobre Will a un kilómetro. Este no le había comentado nada, sin embargo. Apenas habían hablado la última semana, tras la conversación en la cocina. Si Will era consciente de que Hannibal lo sabía o le importaba que lo supiera, lo ignoraba.

Hannibal encontró a Will en el salón contando sus pastillas. La encefalitis había desaparecido del todo, gracias a Dios, pero eso no significaba que no tuviera un tiempo de recuperación. Will necesitaba tranquilidad, una buena alimentación y pasar tiempo con sus seres queridos para poder superar el trauma. No a Jack Crawford pululando a su alrededor para generarle otros nuevos.

Abigail le había contado que las pesadillas seguían acechándole sin descanso. Las ojeras de Will eran una prueba más que evidente de ello. Hannibal desearía que Will compartiera con él sus miedo y emociones para poder ofrecerle el consuelo que se merecía, pero era lamentablemente consciente de que él era el protagonista de muchas de ellas.

Las niñas se habían ido al parque a jugar un rato antes de comer. En aquel pueblo alejado de la mano de Dios las posibilidades de que alguien reconociera a Abigail eran casi nulas, dado que ella misma se aseguraba de cubrir sus heridas. Hannibal había concertado una cita con un cirujano plástico para reconstruir su oreja extirpada con la mayor brevedad posible.

- ¿Cuánto tiempo estuviste en el futuro? – Preguntó Will sin levantar la cabeza de sus pastillas, sorprendiéndolo.

Era la primera vez que Will iniciaba una conversación desde la discusión. Hannibal lo interpretó como una señal positiva.

- Un día entero. Desperté de nuevo en el presente tras dormirme. – Will asintió, distraído. - ¿Y tú?

- Tres días. – Hannibal le miró, sorprendido.

- ¿Despertaste de allí en varias ocasiones?

- No dormí. Tengo práctica en ello. Aguanté casi tres días hasta que me quedé dormido. Quería obtener toda la información posible. – Hannibal le miró, fascinado. Su mangosta era inteligente, calculador y nunca dejaba de sorprenderle.

- Así es como encontraste a Grace. Sabías dónde buscar. – Will asintió, cerrando el cajón de las pastillas.

- El viejo Will escribía diarios, algunos más concretos que otros. Grace fue la primera que encontró, sabía el nombre del pueblo y cómo se habían conocido. Solo tenía que ir allí y esperar.

- ¿Sabes dónde están los demás? – Will se encogió de hombros, esquivo.

- Tengo ideas, pero no todos. Algunos no han nacido aún. Otros los encontró Hannibal, así que Will solo tenía nociones vagas. Helena y Thomas, por ejemplo, estaban en Francia, pero no apuntó exactamente los detalles.

Inconscientemente, Hannibal se había acercado a Will, que seguía de espaldas a él apoyado en la repisa. Como una polilla hacia la luz.

- Yo invertí todo mi tiempo en disfrutar de nuestra vida familiar. Me centré en conocerlos y aprender sobre sus vidas, pero me temo que no es una información demasiado útil ahora. Juegas con ventaja. – Reconoció Hannibal, fascinado.

- Es el plan.

Will se movió rápido, sorprendiendo a Hannibal con la guardia baja. Aún se maravillaba de Will fuera capaz de ser impredecible para él después de todo lo que habían pasado.

El dolor en el vientre lo dejó sin respiración un segundo, haciéndolo caer al suelo. Trató de incorporarse a duras penas pero la agónica sensación punzante en su costado le dijo que no era una buena idea. Palpó con cuidado la herida encontrando la forma inconfundible de uno de sus cuchillos de cerámica sobresaliendo de su piel.

- Will… - Gimió sosteniendo el cuchillo por el mango, tratando de impedir que se moviera y el daño fuera peor.

- Te preguntaste, en algún momento, ¿Dónde estaba Abigail? ¿Por qué no estaba en las fotografías?

Will le miraba desde arriba con una expresión inescrutable. Un dios vengativo, hermoso, justo en su furia y en su castigo. Perfecto, manchado en su sangre como bautismo de su poder. Will había abrazado a su bestia para sobrevivir y había evolucionado a sus espalda, más fuerte, más rápido y más inteligente de lo que Hannibal habría podido predecir nunca.

A pesar del dolor, Hannibal no pudo evitar maravillarse de su belleza y amarlo todavía más.

- Tú la mataste. – La voz de Will era neutra, como una sentencia. – Jack me llamó el otro día pidiéndome hacer de cebo para atraparte. También pasó en el otro mundo, pero Will no sabía que Abigail estaba viva. Lo descubrió el día que te traicionó. Le clavaste un cuchillo en el estómago y rajaste el cuello de Abigail. Supongo que ya no te parecía útil.

¿Había matado a su hija? Trató de pensar en las posibilidades y se reconoció, dolorosamente, que era algo que podría haber hecho, hacía meses, cuando la posibilidad de amar y ser amado no era una opción para él.

- Luego te largaste a Italia con Bedelia Du Maurier, dejándome moribundo y con nuestra hija muerta en brazos. Te encontré, de nuevo, e intentaste matarme abriendo la cabeza. En ese momento Mason Verger decidió hacernos una visita, casi matándonos, de nuevo, por tu culpa. Te atraparon, pero volviste a encontrar la forma de destruir mi vida, como siempre has hecho.

La mente de Hannibal luchaba por procesar todo lo que Will le estaba contando. Demasiada información, demasiada sangre, demasiado rencor. No sabía qué iba a matarlo primero.

- Pero de los errores se aprende, y yo he aprendido de los míos. ¿Querías que abrazara a la bestia que habita en mi interior? Felicidades, lo has conseguido. – Escupió Will con rabia.

- Solo deseaba que fueras libre. Solo quería para ti la liberación del dolor que tú mismo te habías impuesto.

- Tú me has causado más dolor que nadie en mi vida.

- Mylimasis, por favor…

- Me llevo a las niñas. No voy a permitir que les hagas daño esta vez.

- No te vayas, Will. La taza no está rota, ni siquiera fragmentada. Podemos arreglarla, juntos.

- Todo está roto, Hannibal. Eres un psicópata, un peligro. No me importa que el otro Will pudiera amarte. Esta no es esa vida y yo no soy ese Will. Este es el final.

- Yo ya te he perdonado, ¿Puedes perdonarme tú a mí? – Suplicó Hannibal mirando al techo casi sin aliento. Estaba perdiendo sangre más rápido de lo esperado.

El portazo sonó como una respuesta definitiva. Hannibal gimió de dolor, pero no era la herida lo que le preocupaba. Había perdido en su propio juego. Su Will se había alzado vencedor en la guerra y, aunque dolía en el alma, no podía evitar apreciar la belleza del acto de su depredador, su venganza. Su dios era cruel y magnifico por derecho propio.

Buscó a tientas el teléfono en el bolsillo hasta que consiguió dar con él y marcó el número de emergencias. Apenas tuvo tiempo a darle a la operadora la dirección antes de que las fuerzas le abandonaran.

Hannibal abrió los ojos trabajosamente y contuvo la necesidad de levantarse. El insistente pitido a su derecha revelaba que se encontraba en el hospital. Habían llegado a tiempo, después de todo. La incisión de Will no había sido tan precisa como la que el propio Hannibal podría haber realizado, pero tampoco tan profunda. No, se dijo, el ataque respondía más al miedo y al deseo de escapar de él para proteger a sus hijas que al deseo real de matarlo. Si hubiera querido hacerlo, no estaría allí.

La alteración en sus pulsaciones atrajo rápidamente a enfermeras y médicos. Hannibal pasó las siguientes horas siendo examinado, revisado, sometido a más pruebas de las que podía contar, interrogado y, finalmente, informado. Estaba en el hospital General de Baltimore, llevaba una semana inconsciente por la pérdida de sangre. La operación se había llevado a cabo sin complicaciones y el pronóstico para su recuperación era favorable.

Hannibal dio las gracias a la enfermera y se recostó en las incómodas almohadas de hospital que rascaban contra su cuello. No llevaba despierto ni seis horas y ya estaba deseando ser dado de alta para volver a la comodidad de su hogar. Se preguntó si el cirujano le permitiría ver sus ecografías o la posibilidad de darse de alta a si mismo. Supuso que no sería tan afortunado.

Como esperaba, pocas horas después escuchó el lejano ruido en el pasillo similar al de un elefante en una cristalería. Las quejas de las enfermeras se vieron opacadas por los berridos de Jack, que obviamente no iba a permitir que lo echaran sin hablar con él.

La puerta se abrió dejando pasar a un exaltado Jack, acompañado por Beverly y un hombre al que Hannibal reconoció como Richard Armitage, director del FBI. Oh, aquello iba a ser divertido, pensó Hannibal.

- Doctor Lecter, me alegro de que se haya despertado por fin. – Hannibal arqueó una ceja, agotado. No tenía energía ni ánimo para aguantar aquella pantomima.

- Agente Crawford, como ya le informé en nuestra última conversación, no guardo ningún deseo de seguir colaborando con el FBI. Ahora, si es tan amable…

- Las cosas han cambiado. Alguien le ha clavado un cuchillo de cocina en la casa de Will y le ha dejado desangrándose. No hay ni rastro de su agresor, ¿Me va ha decir que no quiere la ayuda del FBI? – Preguntó Jack con incredulidad.

- Es el propio FBI el que me ha puesto en esta situación, me temo. Pero eso usted ya lo sabe. Si no, no estaría aquí. Tiene usted la esperanza de que le guíe hasta el destripador. – Como siempre, la expresión de Jack cambió a una mezcla entre la obsesión y la ira ante la mención de su némesis.

- ¿Ha sido el destripador? – Preguntó sin contemplaciones, haciendo al director Armitage fruncir el ceño por su falta de modales.

- No lo sé, todo lo que sé es que un hombre completamente vestido de negro con pasamontañas esperaba en la casa de Will su regreso. Yo llegué antes, me temo, y el agresor se marchó tras darme por muerto en el suelo. No era el hombre que buscaba y eso me salvó la vida.

- ¿Dónde está Will?

- Donde no puedas encontrarlo para utilizarlo de cebo en la caza de tu Moby Dick. Pude avisarlo antes de perder la conciencia acerca de mi ataque y del peligro que corrían él y Grace. Su hija.

- Si Will me hubiera dicho que tenía una hija… - Farfulló Jack, rojo de rabia y de vergüenza.

- La hubieras usado para aprovecharte de su empatía y hacerle sentir culpable por no salvar a las hijas de los demás. Es lo que haces siempre Jack, manipular a Will en tu beneficio haciéndole sentir responsable de las vidas de las víctimas para que haga tu trabajo. – Hannibal dejó que las palabras fluyeran como una sentencia, no como un reproche.

- ¡Eso no es…!

- Basta. – La voz del director Armitage, suave pero firme, calló a Jack como a un perro bien entrenado. Hannibal contuvo una sonrisa. – Doctor Lecter, soy el director Richard Armitage. Lamento que nos tengamos que conocer en estas circunstancias.

Hannibal evaluó al director Armitage con una mirada y aceptó su mano, satisfecho. Aquel hombre era un animal político, no un perro de caza. Su traje impoluto, sonrisa ensayada y postura confiada hablaban de un hombre cuyo máximo interés era su reputación, no la caza de brujas de Jack. E iba a hacer lo que fuera necesario para mantener el escándalo alejado de su puerta.

- Desconocía que el señor Graham había expresado su deseo de abandonar su colaboración con nosotros. En lo que a mí respecta, el señor Graham ofreció sus servicios de forma generosa para agilizar el trabajo del FBI. No se me informó acerca del estado mental del señor Graham ni de sus deseos de cesar dicha colaboración. Agente Katz, ¿Es cierto lo que dice el doctor Lecter? ¿El señor Graham había expresado su deseo de ser dejado en paz?

- Si, señor. Will pidió en varias ocasiones que el dejasen fuera. Fue el agente Crawford el que lo arrastró cada vez de vuelta al terreno. Hacía tiempo que Will no estaba bien, desde mucho antes del juicio, señor. – Jack miró a Beverly con ojos desorbitados, atragantándose con su traición. El director asintió y se giró hacia Jack.

- Agente Crawford, vuelva a central y facilítele a mí secretaria los archivos de todos los casos en los que el señor Graham ha trabajado de manera altruista, incluyendo sus propios informes. Es una orden. – La cara de Jack era un poema, pero aparentemente aun le quedaba inteligencia suficiente para saber cuándo callar.

Eso no impidió que hiciera un espectáculo a su salida, resoplando y cerrando con un portazo la habitación antes de marcharse dando pisotones por el pasillo. Infantil y maleducado, pensó Hannibal. El director Armitage parecía avergonzado de semejante despliegue.

- Quiero presentarle formalmente mis disculpas, doctor Lecter, por las libertades que el agente Crawford se ha tomado con usted y con el señor Graham. Le aseguro que, si hubiera sabido que no contábamos con su plena y libre colaboración, no le hubiéramos permitido molestarles.

- Acepto sus disculpas, director. No me siento afrentado por el FBI y me consta que Will tampoco guarda ningún rencor contra la institución. Sin embargo, no es nuestro deseo continuar en contacto con ella. Hemos sufrido severas consecuencias por ello, Will más que nadie. Quiero que su deseo de alejarse del peligro sea respetado. – El director Armitage asintió con seriedad, comprendiendo la amenaza bajo sus palabras.

Si volvían a molestarlos de cualquier manera, Hannibal movería cielo y tierra para convertirlos en el foco de todas las columnas amarillistas del Estado. Y el director era consciente de que un hombre con sus recursos lo conseguiría sin esfuerzo.

- Lamento usted y el señor Graham hayan tenido que verse afectados por nuestras investigaciones. El agente Crawford responderá por sus decisiones y por las consecuencias que han tenido. Por nuestra parte, le aseguro que nadie va a hostigar al señor Graham ni a perseguirle si ha sido su deseo marcharse para poner a salvo a su familia. Lamento de nuevo que hayamos tenido que llegar a este punto.

- Agradezco su interés, pero me temo que yo también me he cansado de ver mi vida en peligro de forma constante. Cuando me recupere, pretendo mudarme de forma permanente a Europa. Creo que mis asuntos en Baltimore han finalizado. – El directo Armitage parecía aliviado ante aquellas palabras.

- Si cambia de opinión o necesita cualquier tipo de ayuda, hágamelo saber. Habrá agentes en su puerta en todo momento y vigilando su casa y la del señor Graham por si el agresor decide volver. Estamos a su entera disposición.

Hannibal dio las gracias de nuevo y el director se excusó elegantemente. Para su sorpresa, Beverly se había quedado en la habitación tras su marcha y le miraba con ansiedad. Tras haber escapado por meros segundos de ser atrapada en su casa, Hannibal solo podía dar gracias a no haberla matado cuando tuvo oportunidad. El afecto y el interés de la agente Katz era honesto y Will probablemente no le hubiera perdonado hacerle ningún daño.

- ¿Will está bien? – Preguntó a la defensiva. Hannibal se preguntó si la mujer sabría lo cerca que había estado de ser su víctima.

- No lo sé, no sé a dónde ha ido. Me temo que yo no formo parte de sus planes de futuro. Al contrario, ha hecho un gran esfuerzo por impedir que me una a ellos.

- Él te apuñaló. – No era una pregunta.

- Me temo que no pude ver a la persona que me atacó, agente Katz. Y esa es mi última palabra sobre esta situación. – Afirmó Hannibal con firmeza.

Beverly asintió lentamente, entendiendo. Hannibal no iba a delatar a Will como Will no iba a perseguir a Hannibal. Habían llegado a un acuerdo silencioso, o quizás habían discutido sobre ello. Era imposible saberlo.

Era un empate técnico al parecer.

- Dejaré constancia en mi informe de ello, ¿Cuándo se marcha?

- Lo más pronto posible, se lo aseguro. – Beverly asintió, aliviada. Era obvio que esperaba no tener que volver a verle en su vida y el sentimiento era mutuo.

- Genial. Me alegra oírlo. Que pase una buena recuperación, doctor Lecter.

Will depositó un cariñoso beso en la cabeza de Grace antes de abandonar la habitación dejando la puerta entreabierta. Bajó descalzo al salón tratando de hacer el menor ruido posible. Los perros dormían en sus camas plácidamente, solo Winston le siguió al porche donde se sentó con vaso de Whisky y su antiguo móvil en la mano.

Habían ocupado una casa que Will sabía abandonada para pasar al menos una noche cómodos. Las niñas habían agradecido dormir en una cama, por fin, y darse una ducha decente después de tanta locura. Will lo agradecía también, la verdad.

Suspirando, conecto el teléfono al ordenador portátil y activo el programa de rebote de señal que impediría que fuera localizado. Al contrario de lo que la mayoría pensaba por su estilo de vida austero, se le daban bastante bien los ordenadores. En los diarios del viejo Will había encontrado claves sobre programas y contactos que ahora podía rastrear y comprobar si podían serle útiles en su nueva vida y les estaba sacando todo el provecho posible.

Leer la historia, su historia, narrada por los ojos de un hombre tan parecido pero tan diferente a si mismo aun llenaba su pecho de sentimientos encontrados.

Negándose a darle más vueltas, Will marcó el teléfono que sabía de memoria. Como suponía solo tuvo que esperar dos toques antes de que lo cogieran.

- ¡Will! ¿Dónde estás?

- Hola, Jack.

- ¿Sabes el problema en el que nos has metido?

El corazón de Will palpitó dolorosamente en su pecho. Tuvo que contener la arcada que subía por su garganta. Ahora que era un hombre buscado, no podía permitirse ningún gesto de debilidad. Tenía una familia que proteger.

- Lecter me ha echado a los perros como a un trozo de carne. Ese hijo de puta le ha dicho al director…

- ¿Hannibal está… despierto? - ¿Vivo? ¿Estaba vivo? Will sintió que se quedaba sin aire.

No había salido nada en la prensa, ni siquiera en estúpido blog de Freddie. El FBI había cubierto muy bien sus huellas, si es que habían encontrado el cadáver, había pensado Will aquellos días con amargura. La imagen de Hannibal en el suelo de su cocina, muerto y sólo le había retorcido el corazón cada noche, dejándolo sin aliento y con los ojos llenos de lágrimas que se negaba a derramar.

La alternativa más probable era que el director Armitage quisiera evitar la prensa que supondría haber encontrado el cadáver de un famoso y querido psiquiatra de Baltimore muerto en la casa de un agente inestable que ya había sido acusado de ser un asesino en serie. El escándalo no habría tenido fin.

- No te hagas ilusiones, no vio nada. El destripador sigue suelto y en tu casa no había más huellas que las vuestras. Sin pistas, sin testigos. Por eso tienes que volver.

- ¿El destripador? – Tartamudeó Will.

- ¡Es el destripador! No te atrevas a decirme lo contrario. Me da igual que su modus operandi no coincida, es evidente que… -

Will dejó de escuchar. Sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas y apagó el micrófono del teléfono para que Jack no lo oyera gimotear como a un animal herido.

Hannibal estaba vivo y consciente. Eso era más de lo que Will había podido desear. La sangre caliente y espesa aún pesaba en sus manos como si fuera plomo. Se había arrancado la ropa manchada en el primer desvío de carretera que había encontrado antes de vender el coche en el concesionario donde ya lo tenía apalabrado desde hacía una semana.

Había tomado la decisión el mismo día que Jack había vuelto a invadir su casa con otro loco matando como un animal. Sus hijas no podían vivir rodeadas de psicópatas, incluyendo a Hannibal. Aquello tenía que parar, tenían que marcharse.

Pero Hannibal estaba vivo, le susurró una voz en su cabeza. Vivo y consciente y había encubierto los crímenes de Will con su propio dolor.

No, se dijo. No iba a sentir remordimiento por salvar a sus hijas de un asesino caníbal. Que Hannibal decidiera mentir era su problema, no el de Will. No iba a darle la satisfacción de sentirse culpable después de todo lo que le había hecho, de todo el dolor que le había causado. No había vuelta atrás.

- … Y por eso tienes que volver ahora mismo. – El tono de Jack era triunfante, como si acabara de dar el discurso de investidura. Will se preguntó si a Jack alguna vez le había importado que Will le escuchara.

- No voy a volver Jack, ni ahora, ni nunca.

- El director Armitage ha pedido mi cabeza. Lecter ha amenazado con demandar al FBI si volvemos a molestarlo. Tienes que volver. – No era una petición, era una orden y los dos los sabían.

- Me alegro. Espero que te quiten la placa y pongan a alguien capacitado en tu lugar. – Respondió Will con simpleza.

Al otro lado de la línea se quedó en silencio unos segundos.

- Yo salvo vidas, Will. Todo lo que hago es para atrapar a los asesinos. – Rugió Jack dando un golpe al otro lado de la línea. Will ni se inmutó

- Entonces sabrás que lo mejor que puedes hacer es dejar que alguien que sabe atrapar asesinos haga el trabajo. Adiós, Jack.

- ¡Will! – Will colgó la llamada y apagó el teléfono.

Hannibal estaba vivo y le había perdonado.

Cuando entró en casa encontró una sombra menuda de pie en el salón, balanceándose sobre sus tobillos.

- ¿Hannibal está…?

- Está bien, va a recuperarse.

Abigail dejó que las lágrimas que llevaba semanas conteniendo se deslizaran por su rostro y Will se apresuró a abrazarla. Sabía que no era el único al que el silencio lo estaba matando, pero Will se había esforzado en fingir calma y alivio en su nueva vida. Abigail no había hecho muchas preguntas, era una chica inteligente. Si bien no sabía exactamente lo que había sucedido, podía intuir el desenlace aproximado.

Will había sido cuidadoso. Se había asegurado de deshacerse de toda la ropa y estar perfectamente limpio de sangre antes de ir a recogerlas al parque con su nueva caravana y llevárselas para siempre de Baltimore. El viaje había sido agotador, cambiando de una caravana tras otra y parando cada pocas horas para que las niñas y los perros estiraran las piernas, pero solo unos minutos. Will apenas había dormido aquellos días, pero no podían arriesgarse a pedir plaza en un camping. Podían reconocerlos.

Ahora estaban en un pueblo perdido de Oklahoma. Will había contactado con un falsificador de trabajo impecable en la Deep web y le había pedido tres vidas nuevas, completas, para él, para Abigail y para Grace. Abigail le había asegurado que no era necesario, la identidad que le había proporcionado Hannibal era más que sólida, pero Will no quería arriesgarse.

Parecía que, finalmente, no iban a tener que cambiar sus nombres. Nadie les estaba buscando, eran libres legalmente hablando y eso quitó a Will un enorme peso de encima.

- Ve a dormir, anda. Mañana recogeremos tu identidad nueva y e iremos a un hotel. Voy a comprar los billetes a nuestro nuevo hogar ahora mismo.

- ¿Se acabaron las caravanas? – Will se rio ante la expresión pomposa de Abigail. Le recordaba mucho a su padre.

No, se reprendió Will mentalmente. Hannibal no era su padre.

- No más caravanas, te lo prometo. – Dijo dándole un beso en la frente.

Abigail sonrió y le deseó las buenas noches, regresando a su habitación. Will se tumbó en el sofá y comprobó que todas las alarmas estuvieran conectadas antes de apagar el ordenador. Solo había dos camas y a él no le importaba dormir en el salón. Además, Grace daba unas patadas increíbles en sueños.

No importa, pensó Will acurrucándose como mejor podía entre los cojines. La huida había terminado. Era hora de buscar su propio hogar.

Hannibal observó por última vez su casa en Baltimore, ahora desnuda y cubierta de sábanas. Había decidido mantenerla por si era útil en el futuro, además de que no podía arriesgarse a que alguien encontrara su… estudio. Era mejor cerrar con llave algunos secretos. No confiaba en que Jack o Beverly tuvieran la oportunidad indagar si la ponía a la venta. Era mejor así.

Además, en aquella casa guardaba algunos de sus mejores recuerdos. La primera cena con Will, la primera cena en familia con Abigail, la noche en la que su amado le había apuntado con un arma. Buenos recuerdos, sin duda.

Hannibal se puso el abrigo y cerró la puerta por última vez. Paró un taxi y le indicó que le llevara al aeropuerto. Había comprado un billete de avión de primera clase que no pensaba coger, pero quería dejar constancia en las cámaras de su marcha. Diez días más tarde un avión privado le llevaría a Paris, su primera parada en Europa, pero era de suma importancia que sus amigos creyeran que se había marchado mucho antes.

Al fin y al cabo, Hannibal Lecter había terminado sus asuntos en Baltimore, pero al destripador de Chesapeake le quedaba una últimacita para completar su triada. Y la señorita Freddie Lounds había sido terriblemente maleducada.