Will despertó al día siguiente con el brazo de Hannibal rodeando su cadera y el cuerpo del psiquiatra firmemente pegado a su espalda. Por su respiración supo que no estaba durmiendo.

- Buenos días, ¿Qué tal has descansado? – Murmuró Hannibal. Sonaba relajado y somnoliento.

- ¿Qué haces encima de mí?

- No estoy encima de ti, sino a tu lado. Has tenido una pesadilla. Abrazarte y hablarte al oído han resultado ser estrategias eficaces para que recuperaras la calma. – Respondió Hannibal, acurrucándose contra él un poco más.

Will no se movió, demasiado cómodo para protestar. Si había algo que se había llevado de Baltimore y que pesaba sobre sus hombros como un saco de piedras, eso era el insomnio y las pesadillas. Estaba más que dispuesto a hacer pequeñas concesiones si eso le permitía descansar una hora más.

Cuando quiso darse cuenta se había vuelto a dormir. El incesante sonido de charla y platos en la cocina lo despertó por segunda vez. Decidió bajar en pijama, solo poniéndose un jersey encima de la camiseta para protegerse del frío de la mañana. Le alegró ver que los niños también seguían en pijama, poniendo la mesa mientras los croissants se enfriaban.

Hannibal le miró de arriba abajo y le sirvió una taza de café caliente que olía demasiado bien para ser su café de cinco dólares.

- Necesitas una bata. – Por el tono de voz Will supo que no era una sugerencia, solo la constatación de un problema que Hannibal pensaba resolver. Hoy mismo, probablemente.

- Necesito café y recuperar mi cama. – Refunfuñó Will.

Para su sorpresa, Hannibal no se ofendió. Se limitó a poner la taza de café en sus manos y a darle un beso en la mejilla. Will se sonrojó furiosamente, para diversión de sus hijos.

- Podemos comprar una cama más grande. Había pensado en salir a hacer unas compras hoy. Quería esperar a que volvieras para discutir ciertas… mejoras que me gustaría implementar para que todos viviéramos mejor. Durante tu ausencia me he limitado a las compras imprescindibles. – Will arqueó las cejas, divertido.

- Como dos mesitas de noche.

- Como he dicho, lo imprescindible. – Repitió Hannibal sin darle importancia.

Los croissants estaban deliciosos y el café, perfecto. Con dos cucharadas de azúcar y sin leche. Tal como a Will le gustaba. Todas sus esperanzas de quedarse en casa mientras Hannibal arrasaba con todo a su paso, como indicaba su nombre, se perdieron cuando fue casi empujado por el caníbal y Abigail hacia el coche, alegando que necesitaban todos los vehículos posibles para la vuelta.

Will maldijo por millonésima vez a Hannibal mientras paseaba con Thomas por el centro comercial, buscando algo que hacer. Habían ido a tiendas de muebles, el mercado central a comprar ingredientes frescos y utensilios de cocina que Will no había visto en su vida.

Habían vuelto a casa solo para descargar los coches llenos a reventar y comer un almuerzo rápido antes de volver al centro comercial, esta vez atacando las tiendas de ropa como si su tarjeta no tuviera un límite. Probablemente no lo tenía, rumió Will con hartazgo.

Después de tres horas Hannibal había sugerido que Thomas y él se fueran a dar un paseo para despejarse. Aunque ambos estaban agradecidos de poder salir de los probadores, lo cierto era que Will no sabía muy bien cómo entablar conversación con su hijo y el casi adolescente no parecía muy entusiasmado con la idea de hablar. Con Grace había sido más sencillo, la pequeña no callaba ni debajo del agua y absolutamente todo le parecía interesante.

Llevaban veinte minutos paseando en un silencio que no era incómodo, pero tampoco confortable cuando Thomas se paró y se asomó por la barandilla del centro comercial que daba al exterior.

Will se giró para ver qué podía haber llamado la atención de Thomas. Al otro lado de la calle había una mujer sentada en un banco junto a una caja de cartón en la que Will pudo ver dos cachorros dando saltos y saludando a todo aquel que pasaba a su lado.

A Thomas le brillaban los ojos de emoción y se había puesto de puntillas para verlos mejor. Will sonrió. ¿Qué mal podría hacer otro perro más? No iba a quedar espacio ni para ellos en la casa con todas las cosas que Hannibal estaba comprando.

- ¿Te gustaría quedarte a uno?

Thomas le miró sorprendido, dudando, pero asintió con timidez. Bajaron las escaleras mecánicas y salieron del centro comercial para cruzar la calle. Will se acercó a la madre con gesto amable.

- Buenas tardes, ¿Los regaláis? – La mujer sonrió ampliamente. Nada como ir acompañado con un hijo para generar confianza.

- ¡Hola! Si, nuestra perra ha tenido cachorritos y no podemos quedarnos con todos. Están vacunados y destetados, se lo prometo. Pero van a crecer grandes, tengo que avisarle.

Will asintió, mirando a los cachorros. Eran una mezcla entre labrador y otra especie más pequeña. Calculó que crecerían hasta tener el tamaño de Winston, más o menos.

- En casa tenemos espacio de sobra y varios perros ya. No es problema para nosotros. – La mujer asintió, satisfecha.

- ¡Eso es genial! Son muy sociables, cualquiera de ellos se adapta bien. Pero le advierto que no son completamente gratis. Ahí en frente está la veterinaria de mi hermana. – Dijo señalando una pequeña clínica justo al cruzar la calle. – Si quiere llevarse uno tienes que ir a que le ponga el chip y a rellenar los papeles para que haya constancia. El chip cuesta unos cien dólares, lo demás está todo pagado.

- Eso no es problema, lo que sea necesario.

Thomas se había arrodillado junto a la caja y ambos cachorros se habían acercado a olerle y a lamerle las manos con entusiasmo. Thomas les acariciaba, sonriendo más ampliamente de lo que Will le había visto en todo el día. Le gustaba tener algo en común con su hijo, algo que pudieran compartir y hacer juntos al margen de su otro padre.

- ¿Has decidido ya cual te quieres quedar, guapo? – Preguntó la mujer a Thomas, haciéndolo sonrojar.

Will no necesitó preguntar.

- Nos llevamos a los dos. – Thomas le miró con los ojos como platos. Will no tuvo que hacer uso de su empatía para saber lo contento que estaba de no tener que dejar a uno de los cachorros atrás.

- ¿Está seguro? Tienen mucha energía y necesitan mucho tiempo. No sé si un niño va a poder hacerse cargo de tanto.

- Tengo tres hijas más y mi marido trabaja en casa. Le aseguro que no van a encontrar un hogar mejor. – La mujer le miró sorprendida. Obviamente le parecía demasiado joven para tener una familia numerosa, pero no hizo preguntas.

- ¡Eso es genial! Deje que le acompañe a ponerles el chip. Si los intenta sacar de la caja saldrán corriendo a olerlo todo. – Sonrió la mujer levantando la caja con los dos perritos en ella. Ambos se dispusieron a lamerle la cara alegremente.

No habría hecho falta que la mujer le contara que la veterinaria era su hermana, eran dos gotas de agua. Les atendió con el mismo entusiasmo y amabilidad y les dejó los papeles de adopción mientras ellas charlaban.

- ¿Has pensado en algún nombre para ellos? – Preguntó Will, sentándose con Thomas en una mesa apartada.

Thomas miró al suelo, sonrojado, como tratando de encontrar qué decir. Will esperó pacientemente a que el chico encontrara el valor para hablar. Apenas le había oído intercambiar palabras en susurros con Helena y Hannibal, nunca con su nueva familia. Este era un buen momento para comenzar.

Finalmente, se acercó a Will casi temblando y miró a los perritos.

- Ganache. – Dijo Thomas señalando al cachorro color chocolate. – Praliné. – Murmuró señalando a su hermana beige.

Will sonrió con afecto y rellenó los papeles. Thomas miraba con atención a su lado, apoyado casi en su hombro.

- ¿Quieres hacerlo tú? – Thomas le miró, inseguro, pero asintió.

Will se quedó a su lado explicándole el significado de las palabras que aún no conocía en inglés. Para su decepción, Thomas no podía figurar como el dueño de los perros porque era menor de edad, por lo que Will le dictó su información para que la pusiera en el formulario.

Cuando acabaron, la veterinaria les pidió esperar amablemente mientras le ponía el chip a los dos perritos. Mientras tanto Will se dedicó a explicarle a Thomas los diferentes tipos de comida y juguetes y las necesidades que los cachorros iban a tener las próximas semanas.

Thomas le escuchaba con atención y hacia preguntas en voz tan baja que solo Will podía oírlas. Su voz era grave para ser la de un preadolescente, suave y lenta. Pronunciaba las palabras que conocía en inglés con fluidez, pero se notaba que había muchas que no conocía. Will se esforzó en señalar cada elemento nuevo en la tienda y en pronunciarlo claramente para ayudar a Thomas a entenderlo mejor.

La veterinaria volvió con ambos cachorros con el arnés y la correa puestos. Les facilitó el calendario de vacunación de cada uno y les hizo un descuento que Will rechazó amablemente en la compra de comida, juguetes, premios, cuencos y todo lo demás.

Hannibal parpadeó, entre sorprendido y resignado cuando su hijo apareció medio sujetando, medio tropezando con dos correas y dos cachorros hiperactivos tirando de ellas.

- Entiendo que vuestra tarde también ha sido provechosa. – Dijo levantando las bolsas con ropa del suelo antes de que los cachorros pudieran meter el morro en ellas. Will sonrió ampliamente.

- Mucho. Te presento a Ganache y a Praliné. – Hannibal parpadeó, sorprendido.

- ¿Thomas les ha puesto los nombres?

- Si.

- ¿Ha hablado contigo?

- Me ha hecho preguntas, sobre los perros y eso. – Respondió Will encogiéndose de hombros.

Hannibal sonrió, complacido. Dejó las bolsas en el maletero y rodeó a Will con los brazos depositando un beso en su mejilla como había hecho aquella mañana. De la misma forma, Will se quedó sonrojado y mudo ante aquel gesto espontaneo de afecto en público.

- Dos perros bien merecen este milagro. A Thomas le cuesta mucho. Quizás solo necesite la estimulación adecuada. – Will tragó saliva y trató de concentrarse.

- Le he dicho que son su responsabilidad. Tendrá que educarlos, corregirlos y pasearlos él. Me acompañará a ponerles las vacunas y los entrenará conmigo cada tarde. Se hará cargo de que no rompan cosas y que no hagan sus necesidades dentro de casa.

- Eres un buen padre. – Afirmó Hannibal separándose de él para ir a saludar a los nuevos miembros de la familia.

Will se quedó petrificado en su sitio viendo a los cachorros olfatear y conocer con su nueva familia. Helena tenía ya la cara llena de babas y el vestido de tierra cortesía de Praliné. Incluso Hannibal permitió que los cachorros lamieran sus manos para saludarle, aunque se limpió enseguida con un pañuelo.

Se esforzó por ignorar la sensación cálida que crecía en su pecho viendo a toda su familia unida, jugando con sus nuevos cachorros y riéndose de los chillidos de Abigail cuando Praliné decidió que le gustaban los adornos de su vestido. Era una imagen preciosa que se esforzó en guardar en su retina, porque sabía que no iba a durar.

Nada bueno podía durar en las manos de Hannibal, se recordó. Era solo una cuestión de tiempo. Pero esta vez, se dijo, estaría preparado.