- ¡Ganache, no! – Demasiado tarde, pensó Will.
Ganache estaba tumbado alegremente en la alfombra del salón mordiendo lo que parecía uno de los carísimos cinturones de cuero italiano de Hannibal. Lo que quedaba de él, al menos.
Thomas se lo quitó y miro la prenda con desesperanza. Will casi se sintió mal por la cara de profundo arrepentimiento con la Ganache miraba a Thomas mientras este le regañaba.
A los cachorros les estaban creciendo los dientes y se notaba. Mucho. Para eterna diversión de Will, los zapatos y calcetines de Hannibal se habían convertido en sus prendas favoritas para robar y destrozar. Hannibal se había visto obligado a comprar un armario cuyas puertas tuvieran pestillo para evitar males mayores. Aparentemente, se le había olvidado un cinturón.
Lo cierto era que Will llevaba como media hora viendo a Ganache masticando la tela, pero no se había molestado en hacer nada para evitarlo.
Comportamiento pasivo-agresivo, le había dicho Hannibal la noche que había permitido a tres perros subir a su cama para dormir, haciéndolo arrugar la nariz antes de meterse bajo las sábanas. En lugar de enfrentar al problema directamente buscaba formas de que el problema se sintiera incómodo y se marchara por sí mismo.
Will le recordó que sabía exactamente la ropa que tenía y cuanta había desaparecido misteriosamente tras meterla en la lavadora, siendo sustituida por clones casi perfectos pero de mejor calidad.
Hannibal no había vuelto a mencionar nada al respecto.
Ganache quedó castigado el resto de la tarde sin entrar en la casa y Hannibal resopló, frustrado, cuando Thomas le devolvió lo que quedaba de su cinturón con ojos suplicantes muy parecidos a los de Ganache. En este caso, se libró del regaño.
Mientras Hannibal cocinaba y los niños jugaban en el salón, Will se ausentó al garaje. Había comprado esa casa no solo por lo alejada que estaba de sus vecinos y el estupendo ambiente de anonimato que San Agustín les proporcionaba, sino por el terreno amplio y el garaje con capacidad para casi cinco coches que Will había convertido en su taller.
Junto a la puerta elevadiza había un espacio de trabajo en el que Grace y Will solían realizar sus proyectos, con el suelo protegido por una malla térmica y las paredes cubiertas de herramientas. Rara vez Abigail se les unía también, pero desde que se había ido a la universidad no había vuelto a poner un pie allí.
Al fondo había un pequeño espacio con una mesa de acero y taquillas cerradas con llave que solo Will tenía. En ella guardaba las herramientas peligrosas, como taladros eléctricos o sierras. También había armas de fuego, pero eso Grace no lo sabía. A Abigail le había facilitado una llave de aquella taquilla concreta por si algo pasaba en el futuro.
La taquilla de la izquierda, la más próxima a la mesa, contenía su maletín con herramienta para su trabajo, su portátil, diferentes dispositivos electrónicos que había pedido a sus proveedores de la Deep Web y, tras un falso fondo, sus diarios.
Al igual que el viejo Will, había comenzado a escribir hacía años, cuando pensaba que estaba perdiendo la cabeza incluso antes de conocer a Hannibal, antes de conocer a Jack. En Nueva Orleans le habían servido de ancla en sus peores momentos, cuando el estrés y el alcohol hacían mella en él. No era una época de la que se sintiera especialmente orgulloso.
Sacó su ultimo diario, una libreta con tapas de cuero que Abigail le había regalado en navidad, y releyó sus últimas notas acerca del asesino en serie que estaba cazando en ese instante. Alguien estaba acechando a deportistas, varones y con posibilidades reales de ganar medallas en competiciones nacionales en el condado de Irving. La lista de posibles predadores capaces de reducir a un tipo de esas características era pequeña, pero aún no había conseguido dar con un nombre claro.
- Es hora de cenar. – Will se sobresaltó en su silla y se giró hacia la puerta.
En contra de sus instintos, Hannibal había sido siempre respetuoso con el garaje. Jamás había entrado cuando los niños y él estaban trabajando en sus diferentes proyectos sin permiso, incluso cuando Helena se clavó una astilla haciendo las casetas de los perros y tuvo que quitársela con una pequeña pinza.
Sabía que aquel era un gesto consciente de respeto, una forma de decirle que le respetaba a él y a su espacio. Sería mucho más creíble si no se hubiera apoderado de sus hijas, su armario y su cama, por otro lado.
- Voy enseguida.
- Puedo preguntar, si no es indiscreción, ¿Qué lees? – Will se revolvió, inquieto, y volvió a meter el cuaderno en la taquilla en un gesto inconsciente para alejarlo de la curiosidad del hombre.
Se debatió entre decirle o no la verdad a Hannibal, pero sabía que antes o después acabaría averiguándolo. No tenía sentido postergar lo inevitable.
- Es un diario, ya sabes. A veces me gusta escribir.
- Me contaste que el viejo Will tenía muchos. No sabía que a mi Will le gustaba escribir también. – Will dejó escapar una risa seca.
Hannibal se tensó, preguntándose qué había dicho para hacer a Will ponerse a la defensiva.
- Si, bueno. Empecé a escribirlos cuando dejé de poder confiar en mi mente. Así podía leer qué había sido real y cuando. Si estaba escrito era real y si no podría ser una alucinación, o un sueño.
- ¿Escribías cuando me conociste?
- Si.
- No lo mencionaste en ninguna sesión. – No era un reproche, solo curiosidad, por lo que pudo intuir Will, pero no hizo que la furia disminuyera.
- Aparentemente aún me quedaba un poco de sentido común, incluso con la encefalitis friendo mi cerebro. – Dijo Will cerrando la taquilla de un portazo y asegurándolo con llave.
Hannibal no dijo nada ante eso. Caminaron a la cocina un silencio que Will agradeció.
Las esperanzas de Will de que Hannibal dejara las cosas estar por una vez en su vida desaparecieron en cuanto se tumbó en la cama.
- Me gustaría leerlos. Los diarios que escribes. – Murmuró Hannibal en la oscuridad, como si estuviera contándole un secreto.
Will apretó los puños, enfadado. Era mucho pedir que lo olvidara.
- Creo que ya has escarbado en mi cabeza más que suficiente.
- Yo también tengo. Diarios, quiero decir. Llevo escribiéndolos toda la vida, desde el orfanato, ¿Te gustaría leerlos? – Preguntó Hannibal ignorando su respuesta.
- ¿Quid pro quo? ¿Yo te doy acceso a mi cabeza y tú a la tuya? No estoy interesado, doctor, gracias.
Hannibal se mordió la lengua, irritado. Los ataques de animadversión de Will eran frecuentes, pero cada vez le costaba más ignorarlos. Parecía que no importara lo que hiciera, Will no estaba dispuesto a bajar sus defensar ante él y se ensañaba en recordárselo constantemente.
- No pido nada a cambio. Si los quieres, son tuyos.
- ¿Darme acceso a tus recuerdos sin motivo? No me lo creo.
- Me gustaría que me conocieras mejor. Que pudieras entenderme. Preferiría contarte yo mismo mi historia, pero veo que es difícil para ti creer en mi palabra. Por ello, te ofrezco una parte de mí que nadie más conoce.
- Ya he visto esa parte de ti. Casi me costó la vida.
- Solo has visto una parte de mí. – Puntualizó Hannibal. – Y no en las mejores circunstancias, ni para ti ni para mí.
- ¿Y qué es lo que esperas que encuentre leyendo tus diarios? ¿La prueba de que Hannibal Lecter tiene sentimiento?
- La prueba de que Hannibal Lecter tiene sentimientos duerme en toda esta planta y en esta cama. Buenas noches. – Musitó Hannibal girándose hacia la ventana.
Will tragó trabajosamente y se concentró en dormir. Hannibal había sonado genuinamente dolido, pero también había sonado sinceramente confuso cuando le había acusado de ser el destripador e increíblemente convincente cuando le había dicho a Will que podía confiar en él. No pensaba caer en la misma trampa una décima vez.
Will casi consiguió olvidar el tema, ocupado como estaba en cercar a su próximo objetivo, preparar la vuelta de Abigail a la universidad el mes siguiente y hacer una gymkana entre todas las tiendas de Florida para reunir los materiales que le habían pedido a Grace en el colegio. Cada año le pedían más cosas, por el amor de Dios.
Estaba rumiando entre dónde comprar las témperas y la posible localización del coto de caza del Monstruo de Irvine cuando la vio.
En su mesa del garaje había una caja de acero inoxidable con un candado de seis dígitos. A pesar de haber sido cuidadosamente limpiada, olía a tierra y a humedad impregnada con los años. Will no tuvo que darle muchas vueltas para saber lo que era.
Volvió a la casa principal y se aseguró de que Hannibal estuviera solo en la cocina antes de depositar la caja sobre la mesa. Hannibal no se giró.
- Es un regalo personal, Will.
- No los quiero. Yo no te los he pedido. – Discutió Will dispuesto a marcharse.
- Entonces, tíralos. Quémalos o haz lo que consideres oportuno con ellos. Ahora son tuyos. – Respondió Hannibal sin mirarlo.
Will le ignoró, dejando la caja en la cocina y marchándose de nuevo al garaje.
Apenas le dio tiempo a llegar a su mesa antes de que un portazo tras él le hiciera girarse, sobresaltado.
- ¿Qué es lo que quieres de mi Will? He sido paciente, muy paciente contigo todo este tiempo, pero todo tiene un límite. – Siseó Hannibal, tratando de mantener la compostura. Ni siquiera se había quitado el delantal.
Will ni parpadeó. Parecía que llevaba tiempo esperando aquel momento. Quizás sí que había conseguido lo que quería de él, al final y al cabo.
- Quiero que te largues y me dejes a mí y a mis hijos en paz. – Hannibal reaccionó con estoicismo, pero sus ojos brillaron peligrosamente.
- También son mis hijos, por si lo has olvidado. Y probablemente tengan algo que decir respecto a mi marcha.
- Llorarán dos meses y luego se olvidarán. Aquí están a salvo, contigo no lo estarán nunca. Llegará el día que no sean como tú quieres, que no puedan cumplir al pie de la letra tus exigencias y los dos sabemos cómo acabará eso.
- Nunca he exigido a mis hijos más que amor y comprensión. No creo que mis exigencias sean tan altas.
Will explotó.
- ¡Tu exiges a todos que te quieran tal y como eres pero no estás dispuesto a quererlos si no son exactamente como tú crees que deberían ser! ¡No aceptas menos que la "mejor versión" de las personas, hecha a tu imagen y semejanza!
- Mis hijos son perfectos.
- Hasta que decidas que no lo son, que no son suficientes para ti. ¿Qué pasará cuando crezca? ¿Qué pasará cuando descubran quién eres y lo que haces? ¿Qué pasará si uno de ellos se asusta o te rechaza? ¿Qué le harás entonces?
- Me sorprende que creas que sería capaz de hacerle algún tipo de daño a cualquiera de nuestros hijos.
- No tengas la poca vergüenza de hacerte el digno ahora. No después de todo lo que le hiciste a Abigail. – Hannibal apretó la mandíbula y elevó la barbilla.
- Lo que le pasó a Abigail…
- A Abigail no le pasó nada, es lo que tú le hiciste a Abigail. – Hannibal inspiró frustrado.
- Muy bien. Lo que le hice a Abigail fue para mantenerla a salvo. Siempre he intentado hacer lo mejor para su bienestar.
- Mentira. Lo que hiciste fue aprovecharte de una cría asustada y forzarla a matar a un tipo que la odiaba, poniéndola en peligro solo para ver cómo reaccionaba.
- Abigail nunca estuvo en peligro, yo estaba cerca en todo momento. - Will le ignoró.
- Después, la hiciste "elegir" entre morir y vivir encerrada, te la llevaste a una casa donde la dejaste totalmente aislada del mundo, sola y dependiente de ti. Exactamente como te gusta que todos estemos.
- El FBI iba tras ella por los asesinatos que cometió contra su padre. Ni siquiera tú puedes culparme de ello. Tenía que desaparecer.
- Tienes dinero, contactos y capacidad de sobra para hacerla desaparecer sin tocar un pelo de su cabeza, pero preferiste fingir su muerte para destrozarme a mí, para ver cuánto podías romperme por dentro antes de usarme como cabeza de turco. – Hannibal no lo negó. – Le cortaste una oreja, la deformaste permanentemente para poder seguir jugando con mi mente. Solo la mantenías con vida por el uso que le podías dar, como a todos tus juguetes.
- Me aseguré en todo momento de que Abigail estuviera cómoda y bien proveída de todo lo que pudiera necesitar. Ella sabía que su situación no era permanente, no era mi intención mantenerla en la casa más que algunos meses antes de dar el siguiente paso. En el momento de la… extracción, ella estaba anestesiada y pedí su consentimiento previo. Nunca le he hecho daño sin propósito o por mi propia diversión. – Respondió Hannibal, a la defensiva.
- ¿Eso te hace sentir mejor, más justificado?
- Nunca he clamado al cielo ser una buena persona, a diferencia de ti. Tú que vivías casi recluido antes de conocerme, con tus perros y tus clases. No eras feliz, en absoluto. Y no tenías la más mínima intención de hacer nada al respecto.
- Después de conocerte vivía drogado, paranoico y enfermo, al borde de la locura para que pudieras usarme a tu gusto. – Rugió Will golpeando la mesa. – Seguro que te lo pasaste muy bien viéndome romperme en pedazos, convertirme en una marioneta que podías mover a tu voluntad mientras yo confiaba en ti cada día.
Hannibal no lo negó.
- Te saqué de la cárcel, te exoneré de todos los cargos.
- Porque te sentías solo. Porque estabas solo en el mundo, aburrido. No lo hiciste por mí, no me sacaste de ese agujero en el que tú me habías metido por amor hacia mí. Lo hiciste, como todo lo que haces, por amor hacia ti mismo. Tú no quieres a nuestros hijos, solo sientes la satisfacción de cualquier narcisista siente por su progenie, un espejo de su propio ego, pero nada más.
Hannibal le miró, furioso. Por primera vez desde que Will le conocía, sus emociones estaban a flor de piel, ardientes como lenguas de fuego.
- ¡No te atrevas a decirme lo que siento por mis hijos! ¡No tengo que demostrarte mi amor por ellos! ¡He sido un padre más que afectuoso con los niños, siempre he velado por su felicidad y seguridad tanto o más que tú! ¡Te atreves a despreciar mi amor como un burdo juego solo porque no seas capaz de comprenderlo!
- ¿Tu amor? ¡Deja que yo te diga lo que es tu amor! ¡Es un jodido veneno que corrompe todo lo que toca, que te enferma y te destroza hasta que no queda nada de ti! ¡Así es como tú quieres a la gente, obligándola a demostrar que es digna de tu amor con sufrimiento! – Will inspiró, luchando contra las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. No pensaba darle a Hannibal esa satisfacción. – Puede que yo no haya sido muy amado en mi vida, pero recuerdo lo que es el amor. El amor no duele, no te rompe por dentro con sus garras, no te hace pedazos para volver a montarte a su gusto. Eso es lo que tú le haces a la gente.
Hannibal cruzó los brazos, a la defensiva.
- No te amaba, en aquel entonces. O no sabía que lo hacía, al menos. Siempre he pensado que eras especial, pero eras, ante todo, una amenaza para mi supervivencia. Y actué en consecuencia. No voy a negar que disfruté con ello, pero eso no significa que volvería a hacerlo o que haría algo semejante a nuestros hijos.
- Ni siquiera eres capaz de sentir remordimiento. – Escupió Will con desprecio. – Eres más que feliz con el resultado, así que para ti está todo perdonado y olvidado. ¿Qué más da cuanto daño hayas tenido que hacerme para salirte con la tuya?
- No he intentado manipularte ni una sola vez o convencerte de hacer algo que no quisieras desde que he llegado. Mi comportamiento en el pasado no fue oportuno, pero eso no significa que vaya a ser el patrón para el futuro.
- Es lo que eres, un manipulador narcisista. ¿Sabías que alucinaba con Abigail antes de que me encerraran? La veía casi todos los días, la culpa me estaba matando más rápido que la encefalitis. Pero tú lo sabías, claro que lo sabías.
- No era consciente de que mis acciones habían producido en ti un trauma tan profundo. – Musitó Hannibal.
- Si que lo eras, pero no te importaba porque ya habías obtenido lo que querías y pensabas que podías continuar con tu vida. Pensabas que un día simplemente lo olvidaría o lo perdonaría todo. O mejor, que estaría agradecido de ser drogado y usado porque en tu cabeza todo tenía sentido. Todo era por un propósito mayor que mi propia cordura.
- Quería destruirte y a la vez quería hacer de ti mi igual. No era justo para ti, no pretendo decir lo contrario. Fue una época de dolor y de furia a la que sobrevivimos, los dos. Pero eso ya ha pasado, el futuro puede ser diferente si nosotros decidimos que lo sea. Juntos.
- Ha pasado para ti, así es como yo voy a vivir el resto de mi vida. Con miedo a perder la cabeza, con dudas sobre si lo que estoy viviendo es real o no.
Hannibal hizo el amago de acercarse pero Will llevó la mano a la mesa y se aferró a uno de los destornilladores que estaban sobre ella, lo bastante largo y grueso como para matarle si Will lo clavaba en su cuello.
- ¿Es lo que quieres, Will? ¿Marcharme, no volver a verme, no tener siquiera conocimiento de mi existencia nunca más? ¿Que renuncie a mis hijos y a ti como pago por mis pecados?
- No te hagas la víctima conmigo. No va a funcionar.
- No pretendo victimizarme, soy consciente de que han sido mis actos los que nos han traído a este punto. Pero debo confesar que me parece hipócrita que creas que eres el único que ha sufrido en esta relación. Eres el primero, sin duda, y el mayor damnificado, pero no el único. Me apuñalaste, te marchaste sin mirar atrás, me apartaste de mis hijas durante años.
- Todo lo que hice fue para protegerlas de ti.
- No tienes que aferrarte a ese miedo, puedes dejarlo marchar. Puedes elegir confiar, como yo elijo confiar en que no tratarás de matarme una vez más.
- Eliges mal. – Escupió Will. – Solo necesito un motivo, la más mínima sospecha de que vas a hacerle a nuestros hijos algo parecido a lo que me hiciste a mí, algo que sé que llegará tarde o temprano, y acabaré con tu vida.
La expresión con la que Hannibal le miró solo podía describirse como franca desolación. Por un momento, Will pudo ver en aquel hombre al niño solo, congelado y muerto de hambre que había conseguido escapar de sus captores para caer en las manos de otros abusadores. Fue solo un parpadeo, pero sabía que no había sido su imaginación.
- Lamento todo el mal que te he causado hasta llegar a este momento Will. Espero de verdad que un día seas capaz de perdonarme. – Murmuró Hannibal, evitando su mirada. A Will se le encogió el corazón. – Mañana mismo me marcharé con Helena y Thomas.
- ¿A dónde?
- No lo sé aún, pero tenemos tiempo hasta el inicio del curso académico. No los sacaré del país, podrás ponerte en contacto con ellos siempre que quieras para corroborar su bienestar. Tienes mi palabra. – Will se tragó sus ideas acerca del valor de la palabra de Hannibal y asintió.
Hannibal se marchó sin decir nada más, cerrando la puerta del garaje. El silencio que dejó tras su marcha fue descorazonador.
Hannibal había sido eficiente como en todo lo que hacía para realizar los preparativos de su marcha. Para sorpresa de Will, Ganache y Praliné estaban incluidos en sus planes. Los niños no se tomaron bien la idea de marcharse. Thomas se había cerrado en sí mismo, enfurruñado, Grace y Helena habían llorado amargas lágrimas y Abigail no había dicho nada, pero se notaba que odiaba la idea de separarse de la mitad de su familia.
Una semana más tarde, la última de agosto, Hannibal metía las últimas maletas en el Bentley y se despedía de Abigail y Grace mientras Will hacía lo mismo con Helena y Thomas, prometiéndoles hablar aquella misma noche.
Mientras observaba el coche alejarse de la propiedad, Will contempló la posibilidad de haber cometido un error. Si su decisión hacía tan infeliz a todas las personas a la que amaba, quizás no era una buena decisión.
Al instante siguiente la imagen de Abigail, muerta, con el cuello abierto a manos de Hannibal atravesó su mente como un relámpago. Apretó con más fuerza a sus hijas contra él. No, aquello era lo que había que hacer. Tenía que mantenerlas a salvo, costase lo que costase.
