3 años después.
Will estaba revisando la lista de la compra que se había apuntado en el móvil cuando entró la llamada de Thomas. Will frunció el ceño, confuso, y miró la hora. Thomas debería estar en clase ahora mismo.
- ¿Thomas? – Preguntó Will descolgando el teléfono. Al otro lado había muchísimo ruido.
- Hola, papá. Estoy en el aeropuerto regional, en Florida… ¿Podrías venir a por mí? – Will parpadeó, estupefacto.
¿Cómo que en Florida? ¿Con dieciséis años podía coger un vuelo él sólo?
- ¿Estás aquí? ¿Dónde está tu padre? – Musitó Will dejando el carrito vacío y encaminándose al coche.
- Estará en casa, supongo. Hemos discutido.
- Voy para allá. Mándame la terminal. Tardaré una hora, más o menos.
- Gracias, papá. – Musitó Thomas antes de colgar.
Will se concentró en respirar profundamente y no dejar que el pánico lo embargara. Pensó fugazmente en llamar a Hannibal, pero primero quería tener a Thomas sano y salvo a su lado y escuchar su versión antes de saltar a conclusiones precipitadas. Si Hannibal hubiera querido impedir que Thomas se marchara a la fuerza, no estaría en Florida.
Los últimos años habían sido… tensos, a falta de una palabra mejor. Aunque el tiempo había hecho la relación más fluida, Will seguía sin confiar en Hannibal lo suficiente como para aceptarlo en su vida. Hannibal había encajado su decisión con dignidad, pero dejaba claro que le dolía marcharse cada vez que pasaban una temporada todos juntos.
Pasaban todas las vacaciones juntos. Verano, navidad, pascua. Siempre que había más de cinco días sin colegio, Hannibal y los niños venían a visitarlos. Will sabía que ahora estaban viviendo en Boston, pero nunca había visitado personalmente su casa. A menudo se iban de vacaciones a visitar otros países o a la casa de Will en invierno, pero nunca en Boston.
Abigail se había marchado a vivir a Londres en cuanto había acabado sus estudios de psicología. Europa suponía para ella una oportunidad de volver a empezar con menos posibilidades de ser reconocida. Su marcha había dolido a sus padres en el alma y, aunque la veía constantemente en las videollamadas, no era lo mismo.
Will hablaba con Thomas y Helena todas las semanas y, desde que tenían sus propios móviles, prácticamente todos los días recibía videos de perros o fotos de los platos que cocinaba Helena. De la misma forma, Grace mandaba a Hannibal fotos de sus proyectos, hablaban a menudo y le enviaba ropa nueva para que su hija solo vistiera lo mejor. Habían convenido no decirle a su padre que la mayoría de la ropa se quedaba en un cajón, demasiado pomposa o femenina para los gustos de Grace.
Lo que más le preocupaba es que había hablado con Thomas dos días antes y todo parecía de lo más normal. Su hijo le había preguntado por sus canciones favoritas de Queen y por una receta de galletas para los perros. Nada le había hecho pensar que Thomas huiría solo cuarenta y ocho horas después.
Para su sorpresa, Thomas no había viajado solo. Ganache y Praliné le recibieron pegando saltos de alegría y lamiendo todo a su paso. Will se rio y abrazó a su hijo, que le devolvió el abrazo con alivio. Thomas parecía agotado, pero intacto.
- ¿Tan malo ha sido? – Thomas se encogió de hombros. A veces Will olvidaba lo mucho que le costaba a Thomas expresarse.
- Supongo que depende de a quién le preguntes.
Thomas no tardó ni dos minutos en dormirse en el asiento del copiloto. Estaba más cansado de lo que Will había previsto. Y, lo que era más importante, no parecía asustado en absoluto. Emanaba frustración y culpa, pero nada similar al miedo o la incertidumbre que Will había esperado.
Aparcó el coche en casa y despertó a su hijo zarandeando ligeramente su hombro. Thomas se encaminó con los perros al patio trasero mientras su padre le prometía algo de beber.
Will respiró profundamente y se concentró en que sus manos dejaran de temblar mientras servía el zumo de naranja fresco para Thomas y el café para él. Estaba intentando desesperadamente no dejar a su mente crear los peores escenarios posibles por los que Thomas hubiera decidido escaparse de su casa.
¿Hannibal había intentado transformarlo como a él? ¿Había intentado iluminarlo en sus prácticas poco ortodoxas? ¿Le habría ofrecido acompañarlo en una de sus cazas? ¿Habría averiguado Thomas que Hannibal comía carne humana?
Will se obligó a parar de pensar y a concentrarse en poner las tazas sobre la bandeja. Su pulso estaba disparado como si fuera a enfrentarse a un asesino en serie y no a su hijo adolescente, que estaba perfectamente sano y a salvo sentado en su porche, se recordó. Hannibal no le había hecho ningún daño.
Thomas lo esperaba sentado en el porche viendo a los perros jugar. Ganache y Praliné correteaban alegremente con Winston, ya un anciano, y molestaban a la pastora alemana que era la alegría de Grace, Roxy. Ahora despierto Thomas parecía más enfadado que asustado o confuso, lo que animó a Will. Puede que no hubiera sido tan malo.
- Muy bien. Ahora que estás más tranquilo, ¿Puedes decirme qué ha pasado? – Pregunto Will sentándose y dejando las dos tazas en la mesa. Thomas se levantó de un salto y empezó a dar vueltas, incapaz de estar quieto.
- Es papá. Siempre es papá. No me deja hacer nada, le falta ponerme un chip en el cuello. Tiene que supervisar cada cosa que hago, cada prenda que me pongo y cada palabra que digo como si fuera un perro en un concurso. No puedo soportarlo, papá. Me está volviendo loco.
Sin poder evitarlo, Will dejó escapar una carcajada llena de alivio. Dios mío, no había pasado nada malo. Solo era un adolescente peleándose con su padre por las mismas cosas que cualquier adolescente se pelearía con sus padres, nada más. Había hecho una montaña de un grano de arena y, como siempre, había pensado lo peor de Hannibal, cuando en realidad hacía años que vivían en relativa armonía.
Will rechazó ese pensamiento rápidamente. No era el momento para sentirse culpable por no confiar en un psicópata.
Thomas le miraba con los brazos cruzados y gesto enfurruñado. Will sonrió apaciguadoramente.
- No me estoy riendo de ti, hijo. Me rio de mí mismo. Pensaba que había pasado algo mucho más grave. Lo que me estás contando es la relación normal de un padre con su hijo adolescente.
- No hay nada de normal en papá y tú lo sabes. Es imposible hablar con él, se cree que tiene la verdad absoluta en todo y los demás siempre están equivocados.
- Si, bueno, eso es verdad, pero no cambia nada. Todos los padres se creen más listos que sus hijos, y la realidad es que lo son. Eso no significa que siempre tengan razón. – Cortó Will antes de que Thomas pudiera responder. – Tu padre es menos flexible que la mayoría, no voy a discutirte eso. Pero también tiene que ver con que, por cómo ha vivido su vida, no ha tenido que adaptarse a entender los gustos de otras personas.
- Él ni siquiera intenta entenderme. ¿Sabes qué le ha molestado tanto? Me he descargado HBO en la tablet para ver series. Se enteró y me acusó de actuar a sus espaldas y de desperdiciar mi tiempo y mi intelecto en banalidades.
- Suena a tu padre, sí.
- No puedo ir a conciertos con mis amigos porque para él es "ruido orquestado", no puedo poner posters en las paredes porque dañan el papel pintado carísimo que ha puesto sin preguntarme si me gusta. No puedo llevar camisetas porque son vulgares ni deportivas porque no son adecuadas. – Siguió enumerando Thomas dando vueltas como una bestia enjaulada. – Vivo en un mundo aparte, papá. No soy un adolescente, soy un anciano de dieciséis años. No entiendo nada de lo que hablan mis amigos en el instituto porque no tengo permitido perder mi tiempo en ver películas o libros que no sean del siglo pasado. Estoy harto de ser el raro porque papá no me deje tomar ni la más mínima decisión sobre mi vida.
Will se levantó y abrazó a su hijo con afecto. Thomas estaba temblando y las primeras lágrimas de frustración habían caído de sus ojos mientras hablaba. Will besó la cabeza de su hijo mientras este sollozaba quedadamente contra su pecho.
- Está bien, hijo, está bien. Ya está. – Murmuró acunando al adolescente contra su pecho.
Acabaron en el sofá del porche, con su hijo casi tirado sobre él como un cachorro de ochenta kilos. Por Dios, si ya era incluso más alto que él. Pero Thomas parecía más tranquilo acurrucado contra él, dejando que las últimas lágrimas de impotencia se perdieran en la camisa de Will con el rostro casi hundido en su cuello. En el fondo, pensó Will, seguía siendo un niño.
- Te entiendo, Thomas. Sé que tu padre quiere lo mejor para ti, pero a veces puede ser un poco exigente en sus gustos. Él no es como nosotros, hijo, ni tuvo la oportunidad de ser un adolescente tampoco. Tienes que entender que le cuesta adoptar otros puntos de vista.
- No le pido que le gusten las mismas cosas que a mí, solo quiero que respete el hecho de que yo pueda pensar diferente y quiera ver cosas nuevas. – Musitó Thomas bajo su barbilla.
- Deja que hable con él, ¿Vale? Le diré que estás aquí y que vas a quedarte una temporada, ¿Has traído algo contigo?
- Solo he traído a los perros. Helena no ha querido venir conmigo. – Murmuró con voz grave por el llanto. Will asintió.
- De acuerdo. Ve a mi habitación y coge lo que quieras. Tu cuarto está igual que lo dejaste. Voy al supermercado a comprar y a hacer un par de recados. Grace llegará a las cinco, seguro que se alegra de verte.
- Siento haberme presentado sin avisar. No quiero que tengas problemas por mi culpa. – Murmuró Thomas con la cabeza gacha.
- Nada de eso, me alegro que hayas venido aquí. Ahora ve a acostarte, parecer apunto de dormirte de pie. Voy a llamar a tu padre y estará todo solucionado.
Thomas asintió y se levantó, dejando que Will se pudiera poner en pie. Ninguno prestó atención a las dos tazas llenas en la mesa.
- Gracias, papá. Por escucharme. – Will sonrió y dejó que la figura de Thomas se perdiera en el interior de la casa antes de coger el teléfono. Esta iba a ser una conversación interesante.
Decidió que prefería que no hubiera ninguna posibilidad de que Thomas le escuchara. Cogió las llaves del coche y se dirigió a los grandes almacenes. Solo cuando tuvo el carro en las manos, marcó el número que conocía de memoria.
Como suponía, Hannibal cogió el teléfono al primer toque.
- Voy de camino, Will, lamento los inconvenientes que Thomas ha podido causarte. Aparentemente, pago un colegio que no es capaz de informarme si mi hijo no se presenta en clase a primera hora. Creía que podía confiar lo suficiente en Thomas para no supervisar sus transacciones, pero es evidente que…
- Hannibal. – El tono serio de Will lo hizo parar en seco. – Está bien, no hace falta que vengas. Thomas está en su habitación durmiendo ahora.
- No sé en qué estaba pensando…
- En nada. No estaba pensando en nada porque es un adolescente y son conocidos por no tomar decisiones basándose en la lógica. – Hannibal bufó al otro lado de la línea, frustrado.
- Creía que estaba educando a nuestros hijos mejor.
- Thomas solo está enfadado y necesita espacio. No ha tomado una buena decisión al respecto, pero es la primera tontería que hace en su vida. Era de esperar que fuera a lo grande.
- ¿Te ha contado a qué ha venido este exabrupto? Le he requisado su tablet.
- No, Hannibal. Le has quitado su tablet porque Thomas quiere ver una serie de la que todos sus amigos hablan y en tu opinión su contenido no es lo suficientemente elevado para malgastar su tiempo de ocio en él. Así que en lugar de aceptar que Thomas prefiera ver una serie mala a leer a Dante, o intentar entenderlo, se lo has prohibido. Como todo lo que es normal a su edad y a ti te parece una pérdida de tiempo.
El silencio al otro lado de la línea hizo sonreír a Will. No necesitaba ver a Hannibal para saber que se sentía avergonzado.
- Que me preocupe por la educación de mis hijos no quiere decir que…
- Es una serie, Hannibal. No es educación, es un pasatiempo para un chico de dieciséis años. Es la forma en la que él ha elegido pasar su tiempo libre. Y tienes que respetarlo.
- Lo ha hecho a mis espaldas porque sabe que no apruebo que desperdicie su tiempo. – Discutió Hannibal débilmente.
- Los dos sabemos que ese no es el problema ni lo que hace en su tiempo libre es asunto tuyo. El problema es que Thomas tiene dieciséis años y está desarrollando sus propios gustos y no son necesariamente compatibles con la tuyos. – Hannibal no respondió. – Deja que pase un par de meses aquí, lo llevaré al instituto con Grace. Nadie pondrá problemas. Estará castigado sin salir un mes por escaparse, no voy a premiar que se haya marchado sin avisarte. Pero Thomas necesita tiempo y tú también.
Will dejó que Hannibal pensara todo lo que quisiera al otro lado de la línea. Los minutos en silencio los pasó eligiendo camisetas de algodón, un par de vaqueros y zapatos cómodos. Ya había tiempo al día siguiente para Thomas eligiera su propia ropa.
- Muy bien. Tramitaré el traslado de expediente al Harmony esta misma tarde. No tengo intención de mantenerlos en este centro, dada su falta de control. Si te preguntan el motivo del traslado, es una emergencia familiar. Enviaré los efectos personales de Thomas con la mayor brevedad posible.
- No te preocupes, le llevaré a comprar ropa nueva mañana o pasado. – Will sonrió ante la posible mueca de dolor que Hannibal estaría haciendo. – Solo la mejor calidad para nuestro hijo, lo prometo. Y nada de piercings ni de tatuajes. Tienes mi palabra.
- Gracias, Will. Es un alivio saber que está contigo. – Suspiró Hannibal.
Will dudó un segundo, mordiéndose el labio inferior. Él mismo reconocía que no era excesivamente amable con Hannibal, o amable a secas. No había querido dar nunca alas a sus muestras de afecto que no deseaba reciprocar, pero supuso que no había nada de malo en reconocerle el esfuerzo que hacía cuidando de sus hijos.
- Eh. – Dijo antes de que se cortara la línea. – Eres un buen padre, Hannibal. Lo estás haciendo bien, pero no puedes esconderlos del mundo.
- No pretendo esconderlo del mundo, solo deseo que mis hijos reciban la mejor educación posible lejos de… Entretenimientos fútiles.
- Thomas tiene que perder el tiempo y tienen que darle calabazas. Es ley de vida.
- Ninguna chica sería tan arrogante como para rechazar a nuestro hijo. Sin consecuencias. – Will se rio y colgó pagando la compra.
Como esperaba, cuando llegó a casa Grace y Thomas estaban en el suelo del jardín rodeados de perros y charlando animadamente. Grace corrió a darle un beso a su padre y a ayudarlo con la compra, mientras Thomas se acercaba a paso más relajado.
- He hablado con tu padre. Pasarás los dos meses que quedan aquí e irás al instituto con Grace. Ellos vendrán en cuanto acabe el curso.
- ¿Puedo quedarme? – Thomas parecía casi en shock mientras Grace daba saltos de alegría.
- Oh, Thomas, te va a encantar Harmony. Es el mejor instituto del mundo. – Dijo Grace alegremente.
- No usan uniforme, así que mañana tendremos que ir a comprarte ropa nueva para, por lo menos, una semana. Tu padre va a mandar tu ropa y tus cosas. – Afirmó Will sin darle importancia.
- Gracias, papá.
- Y estás castigadísimo sin salir y sin móvil durante un mes por haberte escapado de casa y atravesado medio país casi matando del susto a tu padre.
- Lo entiendo. – Will sonrió, revolviendo el pelo engominado de su hijo. Era un buen chico.
Cogió del suelo una de las últimas bolsas, la más pesada, que había llevado él desde el coche para estar seguro de que ninguno de los dos le estropeara la sorpresa y la dejó sobre la mesa de la cocina.
- Mientras tanto, puedes invertir tu tiempo en ponerte al día.
La cara de ilusión de Thomas cuando sacó los libros de George R. R. Martin de la bolsa había merecido la pena.
