Fiel a su promesa, Hannibal y Helena tocaron a su puerta el seis de junio, solo dos días después del final del curso académico. Helena estaba preciosa, había dejado su cabello rubio crecer hasta casi la cintura y llevaba un vestido amarillo que la hacía parecer una pequeña señorita.
- Papá, cuando te he echado de menos. – Gorjeó la pequeña saltando a sus brazos. Will sonrió devolviéndole el abrazo y haciéndola girar en el aire.
- Y yo a ti, pequeña. Todos los perros están en el jardín de atrás. Ganache y Praliné también te han echado mucho de menos. – La niña emitió un gritito emocionado y salió corriendo a saludar a sus amigos. Algunas cosas nunca cambiaban, pensó Will.
Hannibal estaba igual que siempre, quizás un poco más cansado. En su cabello habían salido nuevas hebras plateadas que hacían parecer su piel más morena. En los últimos años había dejado de teñirse las canas, permitiendo a su cabello natural mostrar el curso de los años que no se mostraba en su piel. Seis años después de su marcha de Baltimore y apenas había nuevas arrugas alrededor de sus ojos. Llevaba un conjunto de tres piezas beige que le quedaba como un guante, pero prescindía ya de las corbatas por comodidad.
Como cada vez que se habían vuelto a ver en los últimos tres años, Will ignoró el anillo de oro que adornaba su mano izquierda.
- Hola, Will. Espero que nuestra llegada no suponga un inconveniente para ti. Helena no quería esperar. – Dijo Hannibal dejando un par de maletas en el recibidor. Will negó con la cabeza.
- Habéis venido justo a tiempo. Thomas y Grace no tardarán en llegar, ¿Qué tal ha ido el viaje? – Preguntó Will levantando las maletas de Helena sin escuchar las protestas de Hannibal para llevarlas a las habitaciones.
- Perfectamente, gracias. Helena ha insistido en un vuelo comercial a favor del medio ambiente.
Will rodó los ojos. Por supuesto que Hannibal habría preferido un jet privado. Cosas de ricos. La verdad es que no sabía en qué trabajaba Hannibal ahora, si es que trabajaba en algo. Le constaba que con la fortuna de su familia podría vivir cómodamente el resto de su vida.
- ¿A qué te dedicas ahora?
- Restauro obras de arte para colecciones privadas. Dispongo de muchos contactos en ese mundo, por lo que entrar en él ha sido relativamente sencillo. Mi nueva ocupación me ha permitido tener acceso a exquisitas piezas de todo el mundo. Algunas de ellas ni siquiera son conocidas por el público general. Disfruto enormemente con las obras del renacimiento, pero en los últimos meses he dedicado mi tiempo a restaurar algunos cuadros modernistas fatalmente dañados en las guerras mundiales. Ha sido todo un desafío. – Will sonrió. Era agradable ver a Hannibal tan entusiasmado por algo.
- Me alegro de que hayas encontrado algo que te apasione. – Hannibal sonrió con amabilidad.
- También pensé en crear un restaurante, pero mis horarios no me permitirían venir a visitaros tanto como me gustaría y eso es inaceptable. Vosotros sois y seréis siempre mi prioridad.
Will luchó por no sonrojarse. A pesar de la distancia y de la discusión que había precipitado su separación, Hannibal nunca se había mostrado menos que perfectamente cortés y claro respecto a sus intenciones con ellos. Cuando Will estuviera preparado, volverían a vivir todos en la misma casa como una familia.
Hacía apenas un año habían vuelto a compartir el dormitorio, tras unas lluvias torrenciales que casi habían destrozado la parte izquierda de la casa de Will, dejándolo sin despacho y Grace y a Thomas sin habitación, obligándolos de nuevo a compartir el espacio.
Desde ese día expulsar al hombre de su cama educadamente se había tornado en una tarea imposible. Si bien Hannibal no empujaba ni presionaba a Will para que lo aceptara a su alrededor, defendía tenazmente cualquier pequeña victoria que pudiera obtener. Como el anillo en su dedo, que había llevado cada día desde su separación como muestra de compromiso con él y para espantar a cualquier posible pretendiente.
El propio Will no había intentado conocer a nadie, aunque no le faltaban ofertas. No sabía si Hannibal era consciente de su celibato autoimpuesto, pero había cosas que prefería no preguntar.
Will se levantó de la cama, decidido a ser, por una vez, el que tuviera un gesto con el hombre.
- Hay algo que me gustaría que vieras. – Hannibal inclinó la cabeza con curiosidad pero le siguió por el pasillo hasta la cuarta puerta a la izquierda del corredor. Frunció el ceño.
- ¿La habitación de Thomas? – Preguntó Hannibal, confuso.
- La auténtica habitación de Thomas. – Puntualizó Will. – Hemos hecho reforma integral. Él lo ha elegido todo, del color de las paredes a los muebles. Todo lo que le gusta y lo que no. Espero que sepas que estoy saltándome las normas por ti.
Hannibal entendió a lo que se refería. Aquella habitación era lo más parecido al palacio mental de su hijo que existía, su santuario, y Will estaba permitiéndole entrar sin su consentimiento para darle la oportunidad de prepararse. Hannibal agradecía el gesto profundamente.
- ¿Estás preparado? – Preguntó Will cogiendo la manija.
- No creo que nadie lo esté para ver crecer a sus hijos. – Will se rio y abrió la puerta, entrando él primero.
La habitación era tan amplia como recordaba, pero a la vez completamente diferente. Las paredes blancas ahora eran de un tono verde botella elegante que contrastaba con los muebles de madera oscura hechos a medida. Sobre ellas se había estanterías repletas de libros de fantasía y ciencia-ficción que se amontonaban de forma precaria en montañas para poder poner los máximos posibles. Isaac Asimov, George Martin, Patrick Rothfuss, J.K. Rowling o Stephen King se agolpaban buscando espacio sobre la madera. El escritorio estaba cubierto de papeles con apuntes, figuritas de personajes que Hannibal no conocía y comics, que también se apilaban inestablemente en la mesa de madera.
- Tengo que construir otra estantería. No he tenido tiempo, a ver si este fin de semana me pongo a ello. Quiero aprovechar el espacio que queda en la esquina junto a la ventana para hacer un mueble que llegue hasta el techo. – Musitó Will mirando en la misma dirección que él.
En la esquina reposaba un sillón de cuero negro de aspecto cómodo y, junto a él una guitarra en su soporte. A los pies del sillón había dos camas de perro para Ganache y Praliné. Las puertas del armario estaban cerradas pero, como casi toda superficie en la habitación, estaban cubiertas por posters de bandas de música, películas y series. De todos ellos, Hannibal solo reconoció un poster de Bohemian Rhapsody y otro de Batman con un actor que tampoco reconoció.
De pronto Hannibal se sintió muy viejo.
Will le observaba atentamente desde el marco de la puerta, evaluando su reacción. Hannibal no podía decir si esperaba que se arrancara los posters de la pared a tirones o si iba a enloquecer por los títulos que leía en las estanterías.
- ¿No tan malo como imaginabas, supongo? – Se aventuró Will, sonriendo. Hannibal negó con la cabeza.
- Es todo lo que temía y nada a la vez. Mi hijo está creciendo adecuadamente, tiene sus propios gustos y sus propias ideas. Es descorazonador.
- Grace se ha enamorado de una chica en el instituto. Le encantan los pájaros, parece ser. Le está preparando una casita de una madera especial para un pájaro concreto, ella sola. No me ha dejado ayudarla en nada. Me parte el corazón cada vez que la veo. – Le consoló Will acariciando su brazo con suavidad.
Hannibal se giró y rodeó a Will lentamente, permitiéndole apartarse si no se sentía cómodo. Para su sorpresa, Will le devolvió el abrazo y hundió la cabeza en su pecho, haciendo a Hannibal apoyar la barbilla sobre su hombro.
Se quedaron así, en silencio, disfrutando de la compañía del otro durante lo que les pareció una eternidad. Will se permitió relajarse en los brazos de Hannibal, acurrucándose mejor en el calor del hombre. Como cada vez que estaban cerca, notó el sutil olfateo del hombre en su cabello, captando su esencia.
Will sonrió. Mucho había tardado.
- Has dejado de usar ese horrible aftershave.
- Tus hijos dicen que pica en la nariz. Thomas me ha comprado uno nuevo. – Hannibal sonrió, deslizando la nariz con cuidado sobre la curva de su cuello.
Will reprimió un escalofrío.
- Me gusta. Nuestro hijo tiene buen gusto.
El ruido de la puerta y los gritos emocionados interrumpieron la intimidad del momento, sobresaltándolos. Desde que Thomas traía a Grace en coche del instituto le pegaban unos sustos de muerte.
- Deberíamos bajar antes de que nuestros hijos nos encuentren abrazándonos en silencio como dos locos en su cuarto. – Murmuró Will haciendo sonreír a Hannibal.
Bajaron la escalera encontrando a los tres hermanos fundidos en un abrazo de película como si no hubieran hablado el día anterior y todos los anteriores a ese. Thomas y Helena farfullaban en francés cuanto se habían echado de menos y lo mucho que tenían que contarse.
Thomas llevaba sus vaqueros lavados favoritos con unas botas marrones de cuero y una camisa verde de algodón arremangada y fuera de los pantalones, pero perfectamente planchada. Su pelo había crecido un poco y uno de sus nuevos amigos le había enseñado a peinarlo con espuma con más estilo del que Will tendría jamás. Esperaba que a Hannibal no le diera un infarto.
Los adolescentes se giraron hacia su padre y Will pudo leer el miedo y la vergüenza en el rostro de Thomas.
Aunque habían hablado desde su huida de Boston, las conversaciones habían sido tensas y cortas, más enfocadas en las notas y en sus hábitos alimenticios que en su relación. Thomas no había compartido mucho de su nueva vida en Florida con su padre, pero Will sabía que Hannibal no lo necesitaba para saber que su hijo era feliz allí, incluso más que en Boston.
La satisfacción que Will esperaba sentir por ello nunca había llegado. Cada vez le costaba menos reconocerse a sí mismo que, en realidad, Hannibal era un buen padre y se preocupaba y quería a sus hijos. A todos ellos.
Hannibal se plantó delante de su hijo, que seguía mirándolo con cara de cachorro regañado, y le envolvió con sus brazos con el mismo afecto con el que su hermana le había saludado.
- Te he echado de menos, hijo. – Murmuró Hannibal contra su coronilla como había hecho hacía solo unos minutos con Will.
- Yo también papá. Me alegro de que estéis aquí. – Hannibal sonrió, soltándolo.
- Me congratula ver que tu padre ha sido fiel a su promesa de no permitir piercings ni tatuajes en mi ausencia. – Thomas se rio, divertido, mientras su padre le miraba de arriba abajo. – Que se haya tomado también la molestia de mantener tu ropa planchada es algo que me sorprende.
- ¿Planchar? Tiro toda la ropa en una cesta y la llevo a la tintorería más barata que he encontrado. No pidas milagros. – La expresión horrorizada de Hannibal hizo reír a todos.
- Will, ¿Sabes la cantidad de productos químicos que usan esos sitios? – Protestó Hannibal, siendo fácilmente ignorado por el moreno.
Mientras Hannibal se movía hacia la cocina para preparar la cena y enumeraba los peligros que conllevaba para el lino una plancha o un detergente demasiado ácido, Will no pudo evitar pensar en lo cómodo que se sentía con el caníbal en casa, moviéndose como si todo le perteneciera. Se preguntó cuánto tardaría en enterarse de que la lavadora estaba rota y sustituirla a sus espaldas.
Hannibal apareció con una lavadora y una secadora que parecían sacadas de una película de ciencia ficción dos días después. Will fingió no verlas durante toda la semana hasta que el uso las hizo imposibles de devolver a la tienda.
