Will parpadeó, tratando de centrarse a pesar del dolor. Los gemiditos del pequeño bebé en el asiento del copiloto le hicieron sacar fuerza de donde ya no le quedaba nada y alcanzar el móvil en el asiento trasero ignorando el tirón que su hombro. Si no estaba roto, poco le faltaba.
Había sido un desastre. Maldita sea, no tenía que haber salido así. No era así como había sucedido en el diario del viejo Will. Había reconocido la casa por la descripción del olor fuerte a ambientador de lavanda y sudor que su otro yo había descrito en sus notas, acompañado de una leve referencia a la valla metálica rota en la parte posterior por donde había entrado y la llave escondida tras la pila de losas al lado de la caseta de las herramientas. Tenía que ser aquí, se dijo Will. Aquí estaba Mischa.
Pero todo lo demás había salido mortalmente mal. Había dado por muerto al tipo antes de tiempo, enfocado como estaba en encontrar a su hija. Tendría que haber sospechado que algo era diferente cuando había encontrado a su madre ya muerta en la cama, desangrada sin poder dar a luz a su niña, a diferencia del otro Will. Había tenido que traer al mundo a Mischa con un cuchillo sucio y oxidado.
Apenas había tenido tiempo a dejarla en la cama antes de que el hijo de puta volviera a la carga. Solo su instinto le había salvado de morir en aquella casa, atravesando la cabeza de su agresor de lado a lado con el mismo cuchillo con el que había nacido Mischa, pero no sin consecuencias. El cabrón le había clavado una navaja en la pierna y casi roto el hombro de un puñetazo antes de desplomarse definitivamente en el suelo.
Volvió a mirar su móvil sintiendo como los bordes de su campo de visión se desenfocaban. Era difícil saberlo con tan poca luz. Sabía que no le quedaba mucho tiempo de consciencia y, aun así, dudaba. No tenía refuerzos, gajes del oficio del asesino en serie, nadie le estaba esperando ni había unidades para llamar en caso de emergencia. Sus contactos no irían a buscarlo. Solo le quedaba…
Hannibal.
Qué irónico, pensó. Se habría reído si le hubieran quedado fuerzas, pero tenía que guardarlas. Necesitaba pensar, necesitaba decidir, aunque en realidad no le quedaban muchas opciones. Si moría allí, sin avisar a nadie, Mischa acabaría en un hospital, anónima y perdida en el sistema. Quizás consiguieran que la adoptaran, quizás no, pero nunca llegaría a conocer a la familia que la esperaba en Florida.
Y, aun así, dudaba. Llevaba años esperando ese momento, esa oportunidad. Una parte de él sabía sin duda alguna que Hannibal solo necesitaba eso, un momento de debilidad para sacar sus dientes y atacar, como había pasado en Baltimore. Si Will no estaba alerta, si no estaba siempre tres pasos por delante de él, estaba en peligro. No importaba cuanto intentara racionalizarlo, el miedo vivía dentro de él como un cáncer.
Y aunque había una parte pequeña de él, un pequeño destello de esperanza y de afecto que había crecido en su pecho con los años, que deseaba confiar, el frío de aquella celda en la que Hannibal le había metido y había disfrutado haciéndolo nunca le había abandonado del todo.
Gruñó examinando la pierna. Dios, había demasiada sangre. El tiempo se acababa. Su tiempo se acababa. Se concentró en respirar profundamente y encender de nuevo la pantalla del móvil.
Estaba muerto y lo asumía. Le dolía no poder despedirse de sus hijos, no poder hablar con ellos una última vez antes de marcharse, pero podía con ello. No tenía miedo a morir, era algo que entraba dentro de lo posible, pero lamentaba que hubiera sido por un error tan estúpido y evitable.
Da igual lo que pasara con él, se dijo. Hannibal no abandonaría a Mischa, de eso estaba seguro. Pulsó el botón.
- Will. Que agradable…
- Monroe, Washington. Ha salido mal, muy mal. Estoy herido. Tengo a Mischa.
- ¿Puedes conducir?
- No. Una de las heridas está muy cerca de la arteria femoral. – Will oyó a Hannibal salir de casa cerrando la puerta.
- No me cuelgues. ¿Tiene este móvil localizador? – Will trató de centrarse y separó el móvil de su oído activando el localizador.
- Ahora sí.
- De acuerdo, no cuelgues. La ayuda está en camino. Sigue despierto. Cuenta conmigo. 1, 2, 3…
Will escuchó a Hannibal marcar en lo que supuso que era otro teléfono. Se esforzó en contar torpemente en voz alta, mientras Hannibal hablaba con alguien en su oído, pero no podía entender nada de lo que decía, a pesar de que estaba bastante seguro de que estaban hablando en inglés.
Mischa había parado de sollozar y solo se retorcía incómodamente en la toalla sucia y llena de sangre en la que Will la había envuelto. Will se encogió, tiritando. Esperaba que la niña no tuviera una infección por su culpa.
- Will, no estás contando.
- Lo siento. ¿Por dónde iba? – Musitó, confuso. No había sido consciente de haber parado y le pesaban mucho los ojos.
- No importa, vuelve a empezar. 1, 2, 3…
Will siguió contando arrullado por la voz de Hannibal, pero notaba como cada vez le era más difícil pronunciar los números. No sabía cuánto tiempo más podría aguantar.
Apenas habían llegado al trescientos cuando una luz cegadora y el inconfundible sonido de un helicóptero lo alertaron. Mischa, asustada, se puso a llorar. Will trató de consolarla torpemente, pero no le quedaban fuerzas. Para lo que si le quedaban era para desenfundar la pistola y apuntar a la figura que se acercaba al coche.
- Señor Graham, nos envía el señor Lecter. Por favor, baje el arma.
- Les he enviado yo Will, deja que te atiendan. Todo va a salir bien. – Eso espero, pensó Will antes de perder la consciencia.
Se despertó en lo que debía ser el equivalente en hospital a un hotel de cinco estrellas. Estaba rodeado de aparatos en una cama más cómoda que la suya propia. Una enfermera entró apresuradamente seguida por dos médicos y tres enfermeros más. Revisaron sus heridas, le hicieron varios test de reflejos y trataron de ponerle al día de su situación todo a la vez.
Había dormido dos días completos y debía quedarse al menos una semana más en el hospital. Le herida del hombro sanaba correctamente tras una cirugía rutinaria, pero había tenido suerte en la pierna. La arteria femoral se había salvado por milímetros del cuchillo, pero aún estaba en observación. No podría andar en, al menos, un mes y tenía prohibidos los esfuerzos durante dos.
Cuando la marabunta de médicos se disolvió Will encontró a Hannibal sentado en el sofá frente la cama. No le había oído entrar, rodeado como estaba de todo el personal sanitario, pero se alegraba de que estuviera allí. Tenía unas profundas bolsas bajo los ojos que delataban lo poco que había dormido y en sus brazos reposaba un pequeño bulto envuelto en mantas azules.
- Nos has dado un susto de muerte. – Will sonrió, agotado.
- Lo siento. Me confié. No se suponía que iba a salir así. – Hannibal suspiró, acercándose a la cama.
- Tienes que dejar de tomar los diarios del viejo Will como una profecía autocumplida, Will. Nuestra historia no es un reflejo de la suya.
- Lo sé, lo sé, sólo… Creía que le había matado y entonces nació Mischa y solo podía pensar en ella. No lo vi venir. – Reconoció Will. - ¿Puedo verla?
Hannibal depositó al bebé en su regazo, con cuidado de no poner nada de peso en su pierna izquierda. La pequeña estaba pacíficamente dormida. Ya limpia, su rostro era pálido y era más pequeña de lo que se suponía que tenía que ser un bebé. Tenía un parche de pelito castaño sobre la cabeza y la carita más mona que Will había visto en su vida.
- Es preciosa.
- Preciosa y tranquila. Está en infrapeso, pero nada que una buena alimentación no pueda arreglar. No tenemos forma de saberlo, pero creemos que es ochomesina. Tiene una leve infección de orina, nada preocupante. Estaba esperando a que te despertaras para rellenar sus papeles.
- ¿No han hecho preguntas? – Hannibal sonrió.
- Este hospital pertenece a uno de mis más ilustres clientes. Yo no hago preguntas acerca del origen de las piezas más selectas de su colección. A cambio, él se muestra más que satisfecho en devolverme el favor.
- ¿Y la casa?
- Quemada hasta los cimientos. Una estufa mal conectada a la luz. Ella no tenía familia, me comentaste antes de marcharte. – Will asintió.
- Las elegía porque estaban solas, sin familia ni amigos. Tardaron una semana en denunciar su desaparición porque no se presentó en una reunión. Ni siquiera sabían donde vivía. – Dijo Will con aflicción.
Esa podría haber sido su historia, pensó Will con amargura. Antes de su familia, antes de Abigail, antes de Hannibal, nadie le habría echado de menos. Habría sido Jack quien encontrara su cuerpo probablemente cuando le necesitara para un caso.
Hannibal pareció percibir el cambio en su ánimo y besó su frente consoladoramente.
- La he llamado Mischa Diane en sus documentos de nacimiento. Estamos a tiempo de cambiarlo, pero creía que honrar a la persona que la había traído al mundo te parecería adecuado. – Will asintió, conmovido.
- Es perfecto, gracias. Por todo. – Hannibal asintió, sentándose a su lado y permitiendo a Will recostarse contra él.
Will se quedó apoyado en Hannibal y lloró. Dejó que las lágrimas se llevaran el miedo, las inseguridades y la frustración con la que había vivido alrededor de Hannibal aquellos años.
Estaba tan, tan cansado de estar asustado, de no permitirse estar nunca demasiado cómodo cerca de él por miedo a un nuevo golpe, una nueva traición. Era tan agotador estar siempre alerta, resistir sus impulsos y no permitirse dejarse llevar, hundirse en la oscuridad que era Hannibal. Quería poder relajarse, quería poder confiar y amar sin miedo. Todos aquellos años separados en un castigo autoimpuesto pesaban sobre él como una losa y no podía soportarlo más.
Hannibal le permitió desahogarse sin hacer preguntas. Solo se quedó a su lado, acariciando su cabello y tarareando una nana en un idioma que Will no entendía pero que le llegó al corazón. Mischa se retorció torpemente en sus brazos y abrió los ojos, apenas despierta. Aun no podía estar seguro, pero Will creía que tendría unos preciosos ojos marrones como su padre.
Hannibal la tomó en brazos y arrulló suavemente hasta que se volvió a dormir. Después la depositó en la cuna y volvió a la cama con Will con el móvil en la mano.
- Sé que estás agotado, pero a los niños les encantaría verte. Están muy preocupados. – Will sonrió.
- Puedo aguantar un rato más. Que sea videollamada.
