Hannibal era un hombre que podía presumir de su inmensa capacidad de adaptación a cualquier cambio y de no desperdiciar nunca una oportunidad cuando esta se presentaba. Sin embargo, reconocía que detestaba no entender. La falta de comprensión implicaba una falta absoluta de previsión y Hannibal deseaba estar siempre tres movimientos por delante de los demás.
Aún se maravillaba de cómo jamás había podido estar ni siquiera dos movimientos por delante de Will.
Los cambios en su actitud habían sido… sutiles, pero apreciados. Will no se apartaba cuando sus manos se tocan al pasarle a la pequeña Mischa para que la acunase un rato. Le había pedido a Hannibal que le enseñara algunas palabras en lituano para referirse a ella, como graži mergaitė o duktė. Había permitido que Hannibal supervisara casi obsesivamente el trabajo de médicos y enfermeras sin quejarse.
Apenas había protestado ante la idea de ir en silla de ruedas durante algunas semanas. Conociendo la gravedad de su estado, Hannibal había hecho mover el dormitorio de la primera planta a la sala de juegos que había en la planta baja de su casa, facilitando que Will pudiera moverse sin subir y bajar las escaleras.
Pero el cambio real había sucedido el primer viernes tras su vuelta a casa. Para no molestar a su padre, los niños se habían sentado en el suelo, dejando todo el sofá a Will para que se acomodara como quisiera. Hannibal se había permitido tomar la parte opuesta del sofá y estirarse cómodamente, sin tocar al herido. Aquella noche tocaba Una mente maravillosa, elección del propio Hannibal.
No llevaban ni media hora de película cuando Hannibal notó a Will recolocarse. Se apartó para dejar que el hombre se pusiera cómodo, pero Will sujetó sus tobillos indicándole que no era necesario. Acabó con los pies colocados en un cojín sobre la pierna buena de Will, que seguía mirando la pantalla, realmente interesado.
Un roce inesperado sobre su piel lo sobresaltó. Miró a Will y lo encontró inmerso en la historia mientras acariciaba distraídamente sus pies, pasando las yemas de forma delicada sobre su empeine, masajeando el tobillo y trazando sus dedos. Era una sensación extraordinaria que estaba convirtiéndolo en pudding con increíble eficacia.
Hannibal no podía recordar la última vez que alguien había tocado sus pies más allá del pedicurista. Era reacio al contacto físico con desconocidos, así que no solía acudir a masajes en spas o a sesiones con fisioterapeutas. Hasta ese momento, ni siquiera sabía lo agradable que podía resultar un masaje en una parte tan sensible por parte de un ser amado.
Cuando Will se estiró para coger las palomitas abandonando su tarea no pudo evitar un gemido en protesta. Will lo miró, confuso, aparentemente inconsciente del masaje que le estaba proporcionando. Cuando notó la piel bajo su mano ató cabos, se rio y olvidó el cuenco para seguir mimando a Hannibal. El caníbal tuvo que contenerse para no ronronear.
Había decidido tentar a su suerte el siguiente viernes. Mientras Sentido y Sensibilidad flotaba en el aire, Hannibal había decidido apoyar su cabeza en un cojín junto a la pierna de Will, tumbado en el sofá cuan largo era. Cuando la película apenas llevaba diez minutos los dedos de Will comenzaron a deslizarse distraídamente por su cabello, haciendo a Hannibal lamentar haber usado gomina aquella mañana. No volvería a repetir ese error.
El tacto de Will era áspero pero delicado, como el propio Will. En su rostro podía notar con más detalle las heridas de sus dedos por el trabajo físico, los callos y las pequeñas superficies marcadas por cicatrices, hundidas pero suaves. Cuando las falanges rozaron su boca se dedicó a posar suaves besos en las puntas, haciéndolo sonreír. Hannibal no recordaba la última vez que había estado tan en paz.
Sintiéndose osado, esa noche ayudó a Will a acomodarse en la cama bocarriba para evitar la presión en su pierna y su hombro. Era una postura antinatural para alguien acostumbrado a dormir casi en posición fetal, pero apenas se había quejado. En lugar de esperar a que se durmiera para acercarse, se acostó a su lado y rodeó su cintura con el brazo, apoyando la cabeza al lado de la de Will en la almohada y deseándole buenas noches. Sorprendiéndolo una vez más, Will besó su nariz y le dio las buenas noches. Hannibal tardó horas en dormirse saboreando la intimidad y la victoria.
Habían dormido entrelazados cada noche desde ese día.
Pero como todo lo bueno, las vacaciones se acababan y con ellas llegaba el momento de tomar una decisión. En contra de su buen juicio, aún no había buscado un nuevo instituto para Helena y Thomas en Boston. La esperanza de una convivencia permanente en Florida le había disuadido cada vez que encendía el ordenador con la intención de valorar opciones, pero ya no podía seguir posponiéndolo. La conversación debía darse hoy.
Apoyándose en su resolución, Hannibal abandonó la mesa en el comedor que se había apropiado como despacho para aquellos dos meses y se encaminó a su habitación. Como esperaba a esas alturas del medio día, Will estaba saliendo de su décima ducha helada. Con las heridas aún abiertas tenía terminantemente prohibido ir a la piscina, por lo que era normal encontrarlo refrescándose de otro modo.
Will solo llevaba un pantalón de pijama suelto cuando entró y las gotas se deslizaban por su pecho como una invitación. Hannibal notó que se le secaba la boca.
- Hey. Voy a echarme una siesta, ¿Te apuntas? – Dijo Will estirándose en la cama perezosamente.
- ¿La medicación sigue provocándote somnolencia? – Will se encogió de hombros.
- Si, pero da igual. Solo queda una semana más y se acabó. – Dijo Will con alegría.
Hannibal se quitó la camisa y se tumbó junto al hombre, que ya cabeceaba sobre los almohadones.
- Tenemos que hablar. – Eso pareció despertar a Will, que giró la cabeza en su dirección.
- No es un inicio muy prometedor.
- He de confesar que he estado… posponiendo una decisión de gran importancia. – Will le miró, expectante. – Como bien sabrás, mi decepción con el centro actual al que acuden Thomas y Helena es total. No deseo mantenerlos en él, pero no he buscado alternativas estos meses y me temo que se nos acaba el tiempo.
- ¿Tenéis que marcharos? – Will sonaba decepcionado, casi dolido.
Hannibal le miró, evaluando su reacción con cuidado antes de dar el siguiente paso. Hundió suavemente su mano en los rizos de Will, acariciando su frente con el pulgar, quedando casi recostado sobre él.
Para su satisfacción, las pupilas de Will se dilataron ante su cercanía.
- No tenemos que marcharnos si no deseas que lo hagamos. – Si no deseas que me vaya, flotó en el aire, entre ellos.
Era un movimiento arriesgado, pero necesario. Hannibal no deseaba seguir viviendo en el gris, en la tregua dentro de la guerra, siempre tenso, esperando el próximo golpe. Deseaba todo o nada, deseaba certeza, deseaba a su Will. No pensaba conformarse con menos.
Will alzó las manos y recorrió su pecho con ellas hasta llegar a su cuello. Ejerció un poco de presión, haciendo a Hannibal a inclinarse aún más sobre él, viéndose obligado a poner una rodilla entre sus piernas y el brazo junto a su cabeza para no apoyar todo su peso sobre el hombre.
- Quedaos. – Murmuró Will casi sobre su boca, deslizando sus dedos hasta quedar enredados en el pelo de Hannibal. – Quédate.
Hannibal rozó suavemente sus labios, una caricia, una última oportunidad para apartarse antes de dejarse llevar y devorarlo. Will gimió, temblando bajo sus manos, pero respondió con el mismo fuego, con la misma hambre. Dios, estaba en el paraíso.
Besó sus labios como un sediento en un oasis. Su primer beso, después de casi siete años de luchas, una puñalada, cinco hijos e infinitas horas de intimidad. Por fin su Will se había rendido a la obviedad.
Pertenecía a Hannibal como el propio Hannibal le pertenecía a él.
Perdió la noción del tiempo entre aquellos labios. Los mordió, lamió y acarició como siempre había deseado hacer, animado por los suaves jadeos y gemidos de su compañero. Cuando se cansó de monopolizar su boca, bajo hacia su cuello moreno y empezó la exploración de su piel caliente.
Podía sentir las manos de Will mapear su propio cuerpo con reverencia. Se perdió en la sensación de sus dedos callosos en sus hombros, en su pecho, enredándose levemente con el vello de su pecho y finalmente bajando para acariciar su más que pronunciada erección sobre la ropa, obligándolo a embestir contra la deliciosa fricción.
Casi ronroneó cuando notó el cuerpo de Will reaccionando a sus besos, buscando más contacto. Bajó una de sus manos presionando su pelvis contra la cama para evitar que forzara sus muslos en el movimiento.
Will gruñó, frustrado.
- Ya no estoy herido. – Protestó débilmente obligando a Hannibal a bajar sus caderas apretando sus glúteos con las manos abiertas por debajo del pantalón.
Hannibal tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no ceder. Se concentró en volver a besar a Will para recuperar algo de la cordura, pero poco le sirvió. Will lo obligó a separarse un poco para alcanzar la mesita de noche, sacando un bote de lubricante apenas gastado de su interior.
Will se embadurnó con el líquido, calentándolo antes de envolverlos a ambos con sus manos. Hannibal jamás se había sentido así, tan cerca de perder su disfraz de persona y dejar que el monstruo en su interior tomara el control. No tenía miedo, sin embargo. Ninguna parte de él, humana o bestial, haría daño a Will.
Hannibal rugió de placer, atacando el cuello de Will con hambre. Mordió con ganas la piel de sus hombros mientras empujaba contra el agarre áspero de las manos del moreno que gemía su nombre casi como una súplica. Apenas tardaron unos minutos en llegar al final, besándose en el último momento para acallar el sonido de su orgasmo.
Hannibal se dejó caer al lado de Will, incapaz de mantenerse sobre él sin dejar caer su peso. Sentía su cuerpo tembloroso, agotado y satisfecho. Will le sobresaltó, entrelazando sus dedos. Besó su mano manchada de semen, haciendo a Will arrugar la nariz.
- Necesitamos una ducha antes de que vengan a buscarnos. – Murmuró Will, girándose cuidadosamente hacia Hannibal.
- O podría lamerte hasta que no quedara ni una gota sobre ti. – Susurró Hannibal junto a su oído, mandando un escalofrío por todo su cuerpo. Si pudiera volver a tener una erección, estaría duro como una piedra.
- Dios, Hannibal, no hagas eso cuando no puedo responder. – Hannibal sonrió zalameramente.
- No te preocupes, mylimasis. Tenemos todo el tiempo del mundo. – Will sonrió y lo besó con afecto, sin más intención que volver a sentir sus labios.
Todo el tiempo del mundo. Le gustaba como sonaba eso.
