El calor en Florida en el mes de octubre había resultado ser más húmedo y bochornoso que en el mes de septiembre. Incluso para Hannibal, que disfrutaba de los climas cálidos, la perspectiva de llevar un traje resultaba insoportable. Había cambiado su vestimenta habitual por cómodas prendas de lino que le ayudaban a sentirse un poco menos agobiado, pero solo levemente. No se le escapaba como sus hijos le miraban con horror cada vez que aparecía con una camisa de manga larga o un zapato cerrado. La elegancia tenía un precio, les había dicho.

Eso no había impedido a Helena aparecer un día con una bolsa de Valentino. Su plan era pasar la mañana comprando en un mercado temporal de productos locales, al aire libre. Tras el desayuno, su hija se plantó frente a él con aire decidido y le tendió la bolsa con una sonrisa.

Hannibal dio las gracias con gesto crítico y extrajo un polo azul marino impecablemente planchado. Era elegante, minimalista y agradable al tacto. Helena siempre tenía el mejor gusto.

- Sé que no te gustan las camisetas, pero un polo no es una camiseta. Es elegante y queda bien con los pantalones que llevas ahora. Por favor, papá, hace demasiado calor para que salgas así.

- Aprecio la intención, mano mergytė, pero es innecesario. Estoy perfectamente confortable con mi vestimenta. – Le aseguró Hannibal.

- Papá, dile algo. Se va a morir de calor si sale así. – Protestó Helena, girándose hacia Will y haciendo un adorable puchero.

Will se acercó a él con expresión sibilina hasta quedar prácticamente pegado a su pecho. Hannibal le miró con arqueando una ceja con recelo, lo que solo hizo que la sonrisa de Will se ensanchara a la vez que le rodeaba con sus brazos, quedando apoyado en él.

- Pruébatelo. – Prácticamente ronroneó el hombre en su cuello, provocando un estremecimiento placentero que recorrió su cuerpo como una descarga. – Siempre he pensado que estabas muy guapo vestido de azul.

Maldito fuera aquel nuevo Will y su precisión para atacar sus puntos débiles.

Y ahí estaba, empujando el carro de la compra con un polo y un pantalón de lino fresco a pesar de las protestas de Will para que lo dejara llevar algo. Thomas, Grace y Helena se habían quedado sentados en una heladería con Mischa cuando el calor había apretado. Hannibal lo agradecía, hacia demasiado sol para un bebé.

Por otro lado, había conseguido que Will se echara protector solar ante la perspectiva de pasar varias horas paseando por los puestos de comida al sol. Hannibal lo contaba como una pequeña victoria personal.

- Hannibal. – Le llamó Will. Parecía sin aliento.

Preocupado, Hannibal se giró para preguntarse si quería descansar un rato, pero Will no le estaba mirando. Su vista estaba clavada en una niña pequeña sentada en el suelo junto al puesto de carnes. Estaba cortando cuidadosamente los trozos de papel con los que se envolvía las piezas que el tendero despachaba.

Beverly. Su Beverly, delgada y un poco sucia, pero su niña al fin y al cabo. Hannibal apretó la mano de Will con emoción y juntos se acercaron a hacer cola frente a la mampara sin perder a la niña de vista.

Más de cerca la pequeña estaba escuálida. No levantaba la vista del suelo como un perro bien enseñado y su ropa parecía roída, antigua, y un par de tallas más grande de lo necesario. Tenía el pelo corto de forma torpe a la altura de la barbilla, lacio y sin vida. Hannibal se fijó en que debajo de las mangas anchas de su camiseta se podían ver moratones apenas curados.

Will miró a Hannibal y vio en sus ojos el fuego de la ira. También los había visto.

- ¿En qué puedo ayudarles? – Casi gritó el tendero cuando llegó su turno. Era un tipo grande, el prototipo de carnicero sucio y grosero cuyo producto apenas sería aceptable para los perros, pensó Hannibal.

Puso su mejor cara de amabilidad.

- Buenos días, ¿Vende usted carne de buey? Estamos interesados en un par de entrecots. – Los ojos del carnicero hicieron chiribitas. Era carne cara y lo sabía.

- ¡De la mejor calidad! ¡No encontrará nada mejor en todo el mercado! ¡Es la que yo ceno personalmente!

- Parecen buenos cortes, desde luego.

- ¿Es su hija? Este no parece sitio para niños. – Preguntó Will, bruscamente. Hannibal le miró con reproche.

El carnicero dirigió la vista al punto en el que la niña seguía cortando el papel de envolver con aquellas tijeras enormes que una niña de su edad no debería tener en las manos.

- Mi sobrina. Llevaba este negocio con su padre, pero se salieron de la carretera él y su mujer borrachos como una cuba. Ahora la cuido yo.

La pequeña ni parpadeó, pero debió de intuir que la atención del carnicero se dirigía a ella porque se encogió sobre sí misma. Sin embargo, echó una rápida ojeada hacia el hombre que la estaba defendiendo, encontrándose con la mirada amable de Will.

- ¿Y no tiene un sitio mejor en el que pueda estar? – Volvió a preguntar Will, irritado.

- Si quiere comer, no. No somos ricos, si quiere llevarse algo a la boca tendrá que aportar, como todo el mundo.

Antes de que Will pudiera replicar, Hannibal puso en la mano del carnicero dos billetes de cien dólares y cogió la carne.

- Muy amable, ¿Hasta cuándo se quedan?

- Nos vamos hoy mismo. Si quiere comprar más genero el momento es ahora.

- Vamos a dar un paseo y lo consideraremos, ¿Me da su tarjeta? – El carnicero solo gruñó y le tendió una tarjeta sucia y de mala calidad.

Hannibal casi tuvo que arrastrar a Will para alejarlo del puesto.

- No eres nada sutil. – Le regañó Hannibal de camino a la heladería. Ya habían visto más que suficiente.

- No tengo que serlo. No verá amanecer. – Resopló Will apretando los puños.

- No podemos precipitarnos. Si actuamos de forma demasiado brusca, podemos asustarla.

- Vendrá con nosotros. – Afirmó Will sin el más mínimo resquicio de duda. Hannibal le miró con la ceja arqueada. – Lo he visto, cuando me ha mirado. Se habría venido con nosotros sin pensar si se lo hubiéramos ofrecido.

Sin Jack en sus talones o asesinos en serie a los que perseguir para Hannibal resultaba sencillo olvidar que Will seguía siendo el mismo analista con trastorno de empatía que había conocido en Baltimore. Él único hombre capaz de atraparlo incluso con una encefalitis quemando su cerebro y su percepción de la realidad.

Por supuesto que Will había leído la necesidad en sus ojos. Eso tranquilizó a Hannibal en cierta manera. Beverly era mayor, no habría forma de llevársela sin que ella se diera cuenta o recordara que no eran sus padres. Saber que no tendrían que pelear también para mantenerla con ellos era un consuelo.

- Pronto, mylimasis. Pronto. – Prometió Hannibal besando su frente.

Esa misma tarde comenzaría a preparar la habitación de su hija.