- Quiero un hermano. – Declaró Thomas con convicción un martes por la mañana mientras Hannibal preparaba el desayuno y Will daba el biberón a Mischa.

Para su frustración, su familia ni parpadeó. Solo Beverly pareció ligeramente sorprendida soltando una risita encantadora que hizo a su hermano sentarla en su regazo.

Thomas era su favorito, sin duda. La noche que la habían traído lo habían encontrado despierto picoteando una manzana en la cocina. Se había ofrecido voluntario para que la niña durmiera con él su primera noche a pesar de las reticencias de sus padres. Después de un baño, la habían dejado en la habitación de Thomas con un camisón de la sirenita que Grace había elegido para ella cuando les habían informado que pronto tendrían otra hermana.

Al día siguiente habían encontrado a Grace, Helena, Thomas y Beverly casi sin dormir, espatarrados en la cama de Thomas turnándose para leerle cuentos a la niña.

Hannibal les había permitido saltarse el instituto aquel día y quedarse en casa conociendo de su nueva hermana.

- Thomas, creo que ha llegado una edad en la que debes aprender que los niños no crecen en los árboles. – Respondió Hannibal decorando distraídamente los cupcakes que Helena y Grace iban a llevar ese día al instituto.

- Eso no ha impedido que tenga cuatro hermanas caídas del cielo. Quiero un hermano. – Insistió el chico cruzándose de brazos con gesto enfurruñado con cuidado de no tirar a Beverly al suelo.

- Podría ser divertido tener un hermano. Quizás quiera venir con nosotros a pescar, papá. – Intercedió Grace haciéndole carantoñas a Mischa.

- No hemos tenido mucha suerte con eso, la verdad. – Reconoció Will.

Solo Grace disfrutaba de las tardes en el lago o en el mar pescando con su padre. Los demás los miraban con disgusto cada vez que volvían oliendo a pescado y humedad. Ni Helena se acercaba a darles un beso.

- No vamos a adoptar un niño solo para que podáis llevarlo a pescar. – Amonestó Hannibal con calma.

- Podrías vestirlo con un traje como los tuyos de tres piezas pero en pequeño. Un mini Hannibal – Hannibal apenas levantó la vista para sonreír a Will antes de volver a la crema batida.

- Tentador, pero la respuesta sigue siendo no. – Thomas refunfuñó en voz baja pero la idea pareció quedar olvidada en su mente cuando su padre sirvió las napolitanas de chocolate recién horneadas y el zumo.

Beverly comía bastante, para alegría de Hannibal y alivio de Will. Estaba ganando peso rápidamente en las dos semanas que llevaba con ellos y parecía fascinada viendo a su padre moverse por la cocina como pez en el agua. Se sentaba todos los días en la banqueta de la cocina a pintar mientras Hannibal cocinaba y preguntaba por cada nuevo ingrediente que le daba a probar.

Beverly tenía aproximadamente cinco años y apenas sabía leer o escribir, mucho menos hacer cálculos más complejos que una suma. No había pisado nunca un colegio ni había estado en la misma ciudad más de una semana. No recordaba su cumpleaños ni haber celebrado ninguno, lo que había indignado a sus hermanos. Will había decidido que su cumpleaños sería el día que la habían traído a casa si no encontraban nada útil.

Hannibal estaba moviendo todos los papeles necesarios con sus abogados para que Beverly fuera legalmente suya antes de acabar el otoño. Era complicado. No sabían dónde había nacido ni el carnicero había sido capaz de precisar mucho más además del estado de Ohio. La había ayudado una matrona, ni siquiera había nacido en un hospital, por lo que tampoco habría registro de su nacimiento. Eso lo hacía todo más fácil, para darle una historia nueva y creíble a su lado desde cero, y más difícil a la hora de conocer la historia de su hija.

Will se sentía positivo enseñándola a escribir lentamente con un cuaderno de caligrafía y su mano sobre la de la pequeña. Aprendía rápido, le encantaban los comics de brujas y hadas y su máxima ambición era pintar a su familia con sus lápices de colores como hacía Hannibal. Se adaptaría bien al colegio.

Y hablando del diablo, no escuchaba nada en la cocina. Dejó a Beverly practicando sus vocales y echó un vistazo a Mischa. Seguía echándose la siesta de su vida en la cuna arrullada por la suave brisa del este. Aún quedaban un par de horas para su toma y, si no había nada más interesante que hacer, dormía como una piedra entre cada una. Era la bebé más pacífica del mundo.

Encontró a Hannibal en la sala de la colada, examinando con ojo crítico cada una de las prendas que salían de la lavadora que había comprado y que Will aún se maravillaba de que no hubiera intentado matarlos como en las películas teniendo en cuenta que estaba seguro que era más lista que ellos. Probablemente porque sospechaba que entre Will y Hannibal podrían con ella.

- Esa es una de las camisetas favoritas de Grace y va a notar si desaparece. – Puntualizó Will. Hannibal arrugó la nariz no juzgando aquella camiseta verde y gastada como digna de seguir cubriendo la piel de su hija pero resignándose a mantenerla.

- Un poco de cooperación por tu parte en mi intento de que nuestros hijos lleven ropa sin agujeros seria bien recibida.

- Complicidad. Lo que quieres es que te encubra. – Señaló Will sin inmutarse ayudando a Hannibal a colgar la ropa seca en perchas antes de plancharla.

- ¿Es mucho pedir? – Will se rio, colgando la ropa en el burro junto a la plancha.

- No diré nada del vestido de Helena ni de los vaqueros que me has tirado, pero la camiseta se queda. – Respondió Will dándole un beso en la mejilla. Hannibal sonrió, divertido.

A veces olvidaba lo difícil que era engañar a un Will lúcido y sano.

- Muy agradecido, mylimasis.

Will empujó el burro hacia el salón junto a la plancha. Hannibal prefería planchar junto a la ventana para no respirar tanto vapor y refrescarse mientras se dedicaba afanosamente a hacer desaparecer hasta la última arruga.

Desde su posición Will era capaz de echar una ojeada a Beverly a través de las paredes de cristal.

- Oye, he estado pensando…

- ¿Thomas va a conseguir el hermano que desea antes de lo previsto? – Bromeó Hannibal sin apartar la vista de su rostro. Will sonrió pero negó con la cabeza.

- Aun no sé nada. Me temo que tendrá que esperar un poco más.

Tras encontrar a Beverly se habían obsesionado un poco con la situación del resto de sus hijos. Tener a la pequeña desnutrida pesando lo mismo que una pluma en sus manos los había llevado a pasar días y noches escaneando tableros de desaparecidos y denuncias de niños maltratados, pero en ninguno de ellos habían encontrado pistas de sus pequeños.

Según los cálculos de Will, Abigail no tardaría mucho en nacer, pero Paul, Victoria, Andrew y Spencer estaban ahí fuera, en alguna parte, y Will no podía evitar pensar que estarían en las mismas condiciones que Beverly o peores. Se le encogía el corazón solo de pensarlo.

- Si esperamos mucho más me temo que nuestro hijo no podrá disfrutar de su ansiado compañero. En menos de un año Thomas ya no estará con nosotros. Lo cual es un alivio, por otro lado, o tendremos que empezar a colocar niños en sofás.

- De eso quería hablarte, en realidad. Nuestra familia está creciendo a buen ritmo y prevemos que seguirá así. – Will sacó de su bolsillo trasero el móvil y lo desbloqueó, pasándoselo a Hannibal. – La cosa es que, aunque Thomas se vaya a la universidad ya apenas tenemos sitio. La habitación de Mischa se la ha quedado Beverly al final y ya solo quedan el estudio y el cuarto de juegos. He pensado que quizás sea el momento de ver otras opciones.

Will observó la cara de Hannibal mientras este leía la información que le había pasado. Era una casa bonita, si es que a eso se le podía llamar casa y no mansión. Doce dormitorios, catorce cuartos de baño, una piscina que bien podría ser un lago y un garaje más grande que su casa en Wolf Trap, además de un amplio jardín con una zona preparada para ser un huerto. Últimamente Hannibal le había comentado la idea de plantar sus propias hortalizas, libres de pesticidas y cámaras frigoríficas.

Había encontrado el anuncio de aquella casa por casualidad en el periódico una mañana haciendo el crucigrama que a Hannibal tanto le gustaba destripar desde detrás de su hombro. La idea se había quedado rondando en su cabeza y, tras encontrar a Beverly, había llamado para ir a visitarla.

- Parece una buena opción. Es espaciosa, bien distribuida. Llevará mucho trabajo, pero creo que Grace y tú estaréis encantados con ello.

- Si quieres podemos ir a verla el viernes, cuando vuelvan los niños. Es cierto que necesita trabajo, pero tiene muchas posibilidades. Está bien conservada y da directa al mar. – Se apresuró a decir Will.

- ¿Has ido a verla? – Preguntó Hannibal, sorprendido de que no lo hubiera mencionado.

Will se encogió de hombros, ruborizándose.

- Ayer antes de recogerlos. No quería hacerte perder el tiempo si resultaba decepcionante.

Hannibal sonrió, devolviéndole el móvil.

- Me gustaría verla, por supuesto. El viernes sería ideal si puedes concertar una visita. – Will asintió, esperando. Los años con Hannibal le decían que había algo más que quería decir. Lo vio reacomodarse la camisa, nervioso. - ¿Sigue en pie nuestra cita?

Will se acercó a él como acostumbraba a hacer últimamente, como un gato presumido que sabe que su presencia es esperada y deseada. Le rodeó con los brazos apoyando su peso en la espalda y besó su cuello.

- Lo estoy deseando. – Ronroneó en su oído descansando su cabeza sobre su hombro.

Hannibal suspiró, aliviado, sintiendo las manos de Will vagar por su cintura y su vientre con confianza. Reprimió el deseo que anidaba solo un poco más al sur y se conformó con disfrutar de aquel raro momento de intimidad.

La herida de Will había imposibilitado cualquier tipo de… acercamiento por parte de Hannibal durante su recuperación. La noción de que solo siete milímetros habían sido la diferencia entre la vida y la muerte para su pareja era algo difícil de asimilar y le había llevado a actuar con la mayor cautela en cuanto a cualquier esfuerzo que Will pudiera hacer.

Pero aquello se acababa aquel fin de semana. Tras dos meses y medio siendo un paciente ejemplar, Will tenía el alta y se sentía completamente recuperado. Habían decidido celebrarlo alquilando una cabaña en la sierra, a tres horas en coche de San Agustín para pasar unos días en soledad. Thomas quedaba a cargo de sus hermanas, aunque ninguno de los dos esperaba que hubiera demasiados problemas. Hannibal solo había dudado acerca de si llevarse o no a Mischa, pero finalmente había optado por dejarla con la condición de que los informaran cada pocas horas.

Pero lo que más emocionaba a Hannibal no era la perspectiva de dos días de total intimidad. Eso era algo que esperaba que llegara tarde o temprano y Will había dejado muy claro que la deseaba tanto como él. No, lo que más emocionaba a Hannibal era la perspectiva de recuperar su fuente de proteínas habitual.

Desde que habían llegado en junio, Hannibal no había cazado por si mismo. Su última presa había sido el tío de Berverly, cuyas costillas y lomo reposaba congelado en el fondo de un arcón en el despacho de Will. Ver a su marido cazar, salpicado en sangre y voraz como un lobo había sido una experiencia casi religiosa para él.

Tras matarlo, juntos, Hannibal no había esperado que fuera el propio Will el que le preguntara qué partes iba a llevarse. Le había preguntado, emocionado, si quería compartir el festín con él. Will solo se había encogido de hombros y le había dicho que le apetecían costillas con miel.

En ese momento Will podría haberle pedido que le sirviera sus propias costillas y se las habría presentado en una bandeja de plata.

A pesar de que su pareja había decidido acompañarle en sus hábitos gastronómicos, las normas eran claras. Los niños no iban a comer carne humana hasta que fueran mayores de edad y solo si ellos elegían hacerlo, por lo que se había convertido en la excusa perfecta para una escapada.

- He comprado vino y chocolate negro, para acompañar. Deberíamos empezar a pensar en poner una vinoteca o algo similar, porque estamos acumulando demasiadas en la nevera y empieza a no caber la comida. – Bromeó Will.

- Lo tendremos en cuenta en nuestro nuevo hogar. – La sonrisa de Will se ensanchó y le dio un beso en la mejilla.

- Voy a concertar la visita para el viernes.

La casa resultó ser incluso mejor que en las fotografías, en opinión de Hannibal. Solo necesitó veinte minutos para estar completamente convencido de que era perfecta para su familia.

- Necesitará que se revise la estructura, por supuesto. Me haré cargo de la contratación del personal. Conozco una empresa en Boston que hace un trabajo maravilloso. No es perfecto, por supuesto, pero tendremos que conformarnos. – Will ni siquiera intentó ocultar su risa, haciendo a Hannibal arquear una ceja. - ¿Te resulto divertido, querido?

- Hannibal, eres el ser humano más perfeccionista que conozco. Básicamente un gato consentido acostumbrado a una rutina y a unos lujos. No vas a llevar demasiado bien que algo sea menos que perfecto.

- Puedo presumir de ser más comprensivo que un felino casero, Will. Te aseguro que seré razonable en mis expectativas respecto a la reforma de la casa. Soy exigente, no irracional. – Afirmó Hannibal, casi ofendido.

Will asintió, sonriendo. Obviamente no le creía, pero no iba a discutir habiendo obtenido lo que quería.

- De acuerdo, entonces, ¿Pedimos que nos envíen los papeles? – Hannibal asintió, encaminándose a la entrada donde aún les esperaba la agente inmobiliaria.

- Le ofreceré una comisión mayor si tenemos las llaves la semana que viene.