No es que Will estuviera nervioso. Bien, es posible que se sintiera un poco… inquieto. Esa era la palabra. Pero no estaba nervioso. La parte consciente de su cerebro sabía que no tenía nada que temer, que Hannibal no haría nada que él mismo no le permitiera. Y, sin embargo, no podía evitar preocuparse.
Apenas habían podido quitarse las manos encima desde su primer encuentro, hambrientos de contacto como dos adolescentes. Will casi podía sentir el tacto de Hannibal constantemente sobre él, en la ducha, en la cama, en su despacho y en cualquier momento de intimidad que pudieran disfrutar.
Con la llegada de Beverly se había hecho un poco más difícil encontrar tiempo. A diferencia de sus hermanos, Beverly necesitaba atención y afecto constante después de una vida de maltrato. Parecía que, ahora que podía disfrutar del amor de una familia, nunca tenía suficiente y Will y Hannibal eran más que felices malcriándola.
Era por ese motivo que habían decidido alquilar una casa en la montaña un fin de semana. Will sabía que Hannibal estaba ilusionado con la idea de una escapada romántica. No es que el propio Will no lo estuviera, es que… Dios, se sentía como un crío otra vez, virgen y avergonzado.
Hannibal era su primer hombre y Will era muy consciente de que no era el primer amante masculino de Hannibal. Él ya tenía cierta experiencia, con juguetes y con sus propios dedos, pero nunca había conseguido que fuera tan satisfactorio como otros hombres le habían contado, quizás porque faltaba el calor de un amante a su lado.
Aquellas semanas había aprendido a relajarse bajo sus manos, a entender los puntos que Hannibal disfrutaba para ser tocados, besados o mordidos, pero nada más. Que un caníbal tuviera una fijación casi tierna con todo tipo de estimulación oral no sorprendía a nadie.
La cabaña era incluso más bonita de lo que prometían las fotos. La habían alquilado con una identidad falsa para que no los relacionaran si alguna vez volvían a investigarlos. La sangre humana era difícil de quitar, por mucho que Hannibal se esforzase.
La firma de documentos para la nueva casa apenas les llevó una hora dado que no tenían intención de negociar el precio. Llegaron justo a tiempo para que Hannibal empezara a preparar la cena. Parecía realmente entusiasmado en usar la parrilla, comenzando directamente a cortar los ingredientes tras dejar a Will con un rápido beso en los labios deshaciendo las maletas.
Su intención era comer en el porche cuando el sol comenzaba a desparecer tras las montañas. Will se había dado una ducha rápida antes de salir y, a falta de mejores cosas que hacer, había decidido pegarse a su marido como una lapa mientras terminaba de cocinar.
- Aprecio tu afecto, mylimasis, pero es difícil maniobrar contigo abrazado a mi como un koala. – Dijo Hannibal, sonriendo. Will le ignoró, acariciando en círculos la porción de piel de su cadera que había quedado al descubierto con sus movimientos.
- Podrías cocinar con una mano atada a la espalda. Probablemente con los ojos vendados, también. No te quejes tanto. – Musitó Will contra su hombro, haciéndolo reír.
Cuando por fin la cena estuvo lista, costillas con miel y mostaza acompañadas por patatas asadas, se sentaron a contemplar el paisaje mientras cenaban. Will había traído para sorprender a Hannibal un altavoz pequeño en el que ahora se reproducían algunas de sus canciones favoritas. Como diría Thomas, nada de este siglo.
Además, había encontrado algunas velas para mejorar el ambiente mientas ponía la mesa. Hannibal sonreía, encantado. Cuando por fin colocó las costillas en la mesa, Will se dispuso a comer como había comido siempre las costillas, con las manos.
Esperó el reproche de Hannibal que nunca llegó.
El expsiquiatra le miraba fascinado, como si estuviera contemplando una obra de arte maravillosa e irrepetible. Ni siquiera había tocado su comida, solo le miraba comer con adoración. Will luchó por no sonrojarse, repentinamente abochornado por la intensidad de su mirada.
- ¿Hannibal? – Hannibal pareció salir de su ensoñación y le sonrió afectuosamente.
- Mis disculpas, mi amor. Solo me estaba maravillando de tu presencia hoy aquí, a mi lado. Honrándome con tu compañía y tu aceptación plena de mí y de mi estilo de vida.
Will se sintió de pronto, avergonzado por su propia ansiedad. Hannibal le amaba, lo había demostrado una y otra vez durante años. Daba igual cómo transcurriera la noche, iba a ser fantástica.
Al final consiguió convencer a su estirada pareja de que comiera con las manos, haciéndolo reír. A diferencia de su elegancia habitual, intentar comer costillas grasosas con gracia era imposible, manchando su camisa en el proceso. Cuando terminaron, compartieron una copa de vino y se encaminaron a la habitación para asearse antes de ir a la cama.
Will fue el primero en llegar a la cama, recostándose solo con los calzoncillos puestos a la espera de que su caníbal terminara en el baño. Cuando por fin salió Hannibal le cubrió con su cuerpo semidesnudo, haciéndolo temblar. Rodeó perezosamente sus muslos con las piernas, pegando cada centímetro de su piel.
Solo entonces empezaron los besos. Besos dulces, afectuosos en todo su rostro y caricias inocentes en sus brazos, en su espalda. Will se sentía relajado, querido, mientras los labios y las manos de Hannibal le trazaban sin prisa, repartiendo besos y halagando cada parte de su cuerpo y de su mente.
Acabó tumbado sobre él, disfrutando de los dedos de Hannibal masajeando sus músculos con precisión quirúrgica. Solo cuando dejó de sentir el agradable hormigueo levantó la vista, curioso. Le recibió el rostro de su marido, relajado y pacífico. Se había dormido. Se había quedado dormido sin siquiera intentar nada.
Antes estaba inquieto, ahora estaba mosqueado.
Al día siguiente se despertó con la visión de Hannibal prácticamente espatarrado encima de él. En las montañas estaban casi diez grados por debajo de la temperatura de Florida y Hannibal se había acurrucado sobre él buscando su calor.
Will se levantó y se dio una ducha fría, preparándose para el día. No se sorprendió al encontrar la cama vacía y a Hannibal en la cocina preparando alegremente su desayuno. Rechazó la propuesta de Will de relajarse un rato en el salón, quizás en el sofá y empezó a sacar ingredientes de la nevera, disfrutando de su pasatiempo favorito.
Así pasó el resto del día, solo. A la hora de la comida estaba oficialmente harto, comiendo rápidamente sin apenas mirar a su pareja, que parecía de lo más satisfecho con el resultado de su trabajo. Se levantó informando a Hannibal de que iría un rato a recorrer el bosque. El hombre pareció sorprendido, pero ni siquiera sugirió acompañarle, volviendo a internarse en sus dominios tras solo un breve beso.
Cuando regresó horas después seguía en ella, moviéndose alegremente entre los fogones. Will respondió con un gruñido a su pregunta de si había disfrutado la tarde y subió a ducharse. Ni el agua fría relajaron su ánimo, ni el hecho de que Hannibal subiera a preguntarle qué salsa prefería para el bistec. No podía importarle menos los ingredientes que iba a usar para pasarse otro par de horas ignorándolo.
Si notó algo extraño en su respuesta huraña no hizo ningún comentario al respecto. Se preguntó cuánto tardaría en sacar la cabeza de sus platos para preguntarle qué le pasaba.
A pesar de lo que el propio Hannibal creía, no era un hombre paciente, pensó Will. Apenas había bajado de la habitación y emprendido el camino a la terraza antes de ser arrinconado contra la pared con las manos firmemente ancladas a ambos lados de su cabeza y los ojos marrones de su marido atravesándolo como un cuchillo.
En cualquier otro momento, aquello le hubiera resultado incluso sexy.
- ¿A qué se debe tu cambio de aptitud, Will? – La pregunta sonó casi como una acusación, haciendo a Will tensarse. - ¿Te has arrepentido de aceptar esta escapada?
Will bufó, ofendido. Menudo cínico.
- No soy yo el que parece que se ha arrepentido de venir aquí conmigo. – Gruñó Will. Hannibal arqueó sus cejas, confuso.
- ¿Acaso he mostrado yo alguna señal de disconformidad con nuestros planes?
- Bueno, para eso tendrías que haber salido de la cocina en algún momento para pasar tiempo conmigo. Como te has encerrado ahí dentro, es difícil de decir. – Respondió Will con ironía.
Hannibal asintió lentamente, soltándolo. Will hizo amago de separarse de él, pero Hannibal no lo permitió, tomando sus caderas con las manos.
- Mis disculpas. He perdido la noción del tiempo. Preparar nuestros alimentos es una tarea de la que disfruto enormemente y me temo que ha absorbido más de lo que imaginaba. Es increíble que ya haya pasado todo el día, a mis ojos ha sido un suspiro.
- Ya, bueno. A mí me parece increíble que tenga que competir con un filete por tu atención. – Bufó el moreno, alejándose de Hannibal para ir a poner la mesa.
Cenaron en un silencio apenas aligerado por el sonido de la música en los altavoces. Will no le dedicó ni una sola mirada, centrándose en disfrutar del paisaje que había ignorado el día anterior. Quizás podría pescar al día siguiente a un lago que había visto a escasa media hora andando, eso le relajaba.
- Los niños están bien. Han ido al cine y ahora Beverly no quiere cenar porque ha comido demasiadas palomitas. Thomas dice que nunca dejará a Grace cambiando un pañal de nuevo. – Comentó Hannibal revisando los mensajes de su teléfono una vez hubieron acabado.
- Podemos volver mañana más temprano, así no tienen que bañar a Mischa y a Beverly ellos solos. Salimos después de comer y llegamos a media tarde. Conduzco yo. – Dijo Will terminando de recoger la mesa y encaminándose a la habitación sin esperar respuesta.
A diferencia del día anterior, se puso el pijama completo y sacó de su maleta una novela de detectives que había dejado a mitad. Era irónico lo mucho que le gustaba leer sobre crímenes cuando él había salido casi corriendo del FBI.
Hannibal salió del baño vestido solo en ropa interior y se tumbó en la cama a su lado, dejando apenas espacio entre sus cuerpos. Cuando fue obvio que Will no tenía intención de prestarle atención, se giró hacia él rodeando su cintura con la mano y apoyando su rostro en su hombro, ganándose una mirada escéptica de su pareja.
- Lamento haber reaccionado de forma tan brusca esta tarde. Nuestros conceptos de intimidad son… dispares. Para mí el mayor gozo de esta escapada era compartir contigo mi estilo de vida. Regocijarme en que me aceptaras y acompañaras en mis comidas y tú me has complacido. Sin embargo, he ignorado tus necesidades.
- El sexo no es una necesidad. Si los dos no quieren no se hace y punto.
- Pero yo lo deseo. Te deseo. Intensamente. – Will rodó los ojos, incrédulo.
- Si, me lo has dejado clarísimo. – Bufó Will, tratando de volver a su lectura. No estaba de humor para esto.
Hannibal, sin embargo, no se separó de él. Cuando fue obvio que sus ojos de cachorro regañado no iban a funcionar en Will aquella vez, se limitó a acurrucarse sobre su vientre y concentrarse en su aroma. Supo que había herido realmente sus sentimientos cuando las manos del moreno no descendieron ni una vez a acariciarlo.
Esperó silenciosamente a que Will terminara de leer y lo abrazó por detrás cuando apagó la luz, colando sus manos bajo su camiseta y masajeando la piel a su alcance, tratando de volver su tacto bienvenido. Hundió su rostro en el cuello del exagente y pasó largos minutos murmurando lo hermoso que era y halagando cada parte de su piel hasta que Will se quedó dormido.
Will se despertó al día siguiente tarde y con una erección. En algún momento de la noche debía de haber tenido calor, menuda sorpresa, porque se había quitado la camiseta y los pantalones para refrescarse. Se estiró perezosamente, descubriendo la fuente de calor que lo había hecho desnudarse dormido.
- Buenos días, mylimasis. – Murmuró Hannnibal con voz grave, acurrucándose mejor a su espalda mientras sus manos recorrían su cuerpo sensible por el sueño y la excitación.
Sonaba despierto, de más de una manera, pero Will lo ignoró.
- ¿Qué hora es?
- No creo que sea importante. – Respondió el lituano, paseando sus dedos por sus muslos cálidos y húmedos por el sudor.
Will rumió, frustrado. Maldito calor.
- Voy a darme una ducha. – Musitó el moreno, sentándose de espaldas al hombre.
No pudo ni hacer amago de levantase. Hannibal lo tumbó bocabajo, sujetándolo y posicionándose entre sus piernas de forma que su miembro duro se presionaba peligrosamente entre sus nalgas cubiertas, haciéndolo gemir.
- La ducha puede esperar. – Murmuró en su oído y se dispuso a atacar su cuello y su espalda.
- Hannibal… – Gruñó Will, intentando quitárselo de encima sin éxito.
- Sssh, mi amor. Es el deber y el placer de un marido satisfacer todas las necesidades de su esposo.
Hannibal mordió cada porción de piel a su alcance, anclando sus caderas contra la cama para evitar que obtuviera más fricción que la de su propio miembro entre sus nalgas. Cuando estuvo seguro de que Will no trataría de marcharse, soltó sus manos. Besó un camino descendente hasta la cintura de sus calzoncillos, que deslizó por sus piernas aprovechando para colocar una almohada bajo sus caderas, elevándolas.
Will casi rugió de placer cuando sintió la lengua del hombre trazar su entrada con una delicadeza que nada tenía que ver con su piel llena de marcas de besos y mordiscos. El húmedo músculo se entretuvo en masajear la zona durante unos minutos hasta que sintió el estrecho anillo lo suficientemente relajado como para empujar en él.
Era extraño e increíble. Will no podía imaginar lo bien que podía sentirse algo así. Era diferente a un dedo, más suave y flexible, provocando una fricción en sus paredes que lo acercaron al borde peligrosamente rápido.
- Hannibal, para. Voy a… - La lengua de Hannibal salió de su interior, dándole solo un segundo de descanso antes de ser sustituida por un dedo generosamente lubricado entrando más profundamente de lo que él había estado nunca.
Will no pudo evitar tensarse ante la intrusión. Para su sorpresa, esta solo duró unos segundos. Hannibal se separó de él, dándole la vuelta ágilmente y volviéndose a colocar entre sus piernas, descendiendo esta vez sobre su erección y envolviéndola con su boca.
La lengua de Hannibal resultó ser una distracción perfecta para que sus dedos reencontraran el camino a su interior. Cuando quiso darse cuenta tres de las largas falanges del doctor masajeaban sus paredes y lo único que podía sentir era un placer salvaje que lo mantenía al borde del orgasmo.
Como buen médico, Hannibal notó la tensión rítmica de sus músculos avisándole de lo inevitable. Sacó lentamente sus dedos y se separó de él obteniendo un quejido de protesta. Hannibal se tumbó sobre él, quitándose su propia ropa interior que ya lucia una mancha más que obvia de humedad y alineando su erección con la entrada de Will.
Lo besó con dulzura, empujando lentamente. Los músculos cedieron con facilidad, lubricados y preparados. Hannibal no paró hasta estar completamente dentro. Dedicó un par de minutos a besar a Will y a murmurar palabras de adoración en su oído hasta que se acostumbró a su presencia en su interior, relajándose.
- Mi hermosa y libidinosa criatura. Tu cuerpo es el paraíso. – Gimió Hannibal en su oído, asaltando su boca de nuevo a la vez que empezaba a mover sus caderas.
Solo necesitó dos embestidas para encontrar un punto en su interior que hizo a Will gritar su nombre, derramándose entre sus cuerpos. Hannibal disminuyó entonces la fuerza y la velocidad de las embestidas, evitando su próstata para no sobreestimular a su compañero. Conocía el cuerpo de Will como el suyo propio, su periodo refractario apenas duraba quince minutos, bastante impresionante para un hombre de su edad. Podía esperar en el calor de su cuerpo.
Will gimoteó, sintiendo sus músculos abrazar con fuerza la erección de Hannibal mientras este besaba su rostro, distrayéndolo. Hannibal se meció suavemente contra él, mordisqueando sus sensibles pezones que no había podido alcanzar antes hasta que sintió a su pareja preparada de nuevo para él. Salió brevemente de su cuerpo para añadir más lubricante y, solo entonces, empezó a embestir de verdad.
Los gemidos, casi gritos de Will combinados con el sonido de los muelles y el cabecero eran música para sus oídos. Ninguno de los dos iba a tardar mucho, llevaba demasiado tiempo en el interior de su esposo y era la primera vez que Will tenía sexo anal. El moreno no tardó ni diez minutos en volver a llegar al final, sollozando de placer, mientras que Hannibal rugía en su propio éxtasis siendo apretado por el orgasmo de Will.
Se quedó tumbado sobre él, sudado y satisfecho. Casi ronroneó de alivio cuando los dedos de su pareja empezaron a acariciar distraídamente su espalda y su cabello. Había sido perdonado por sus faltas. Cerró los ojos, sintiendo la agradable presión del cuerpo de su pareja a su alrededor aun en su estado de reposo. Dejaría a Will descansar media hora antes de volver al ataque, decidió acurrucándose mejor sobre su pecho.
No tenía la más mínima intención de levantarse ni permitir que Will se levantara de aquella cama en un par de horas más, por lo menos.
