El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Hannibal debería haber aprendido aquella lección hace tiempo.

- ¿Cómo está mi hombre más comprensivo que un felino? – Se burló Will apoyado en el suelo con una cerveza en la mano. Hannibal no dignifico su pregunta con una respuesta, haciéndolo reír.

La nueva casa iba viento en popa. En solo un mes de trabajo la estructura había sido reparada y los aspectos más importantes de su forma, restaurados. Will no quería ni pensar en las ingentes cantidades de dinero que Hannibal había gastado en tener a los mejores profesionales trabajando siete días a la semana para tener todo a punto, pero había merecido la pena.

El exterior de la mansión era de piedra pulida y ladrillo blanco, con amplias vigas de madera que le daban un toque clásico al estilo Hollywood. Toda la fachada y los balcones habían sido completamente restaurados, al igual que el camino de la entrada y la verja que rodeaba la casa, ahora de acero inoxidable con el mejor sistema de seguridad que Will había encontrado, no necesariamente legal.

El jardín había sido levantado para poner el nuevo sistema eléctrico y las tuberías de plástico, sustituyendo todo el antiguo sistema de metal, por lo que Hannibal había tenido libertad total para reconstruirlo con árboles, flores y baldosas de terracota alrededor de la piscina. Había colocado una pequeña zona de barbacoa en la parte trasera de la propiedad, frente al mar, junto con sofás y mesas para pasar las tardes de verano cerca de la piscina.

El interior de la casa también había sido totalmente arrasado. Para sorpresa de nadie, las paredes estaban hasta arriba de termitas y amianto, lo que había retrasado las obras, para disgusto de Hannibal. Además, había insistido en sustituir el suelo, las vigas y los azulejos de la casa por réplicas de las originales, con los mismos tipos de madera y de cerámicas para conservar su esencia. Encontrar réplicas aceptables a ojos de Hannibal había sido una pesadilla.

La casa había sido diseñada y amueblada entre todos, con espacios para que pudieran compartir y disfrutar. En el salón incluso habían puesto un proyector para su noche de películas y pizza. Beverly adoraba la pizza y las películas de superhéroes, igual que Thomas. La perspectiva de decorar su propia habitación la había hecho dar saltos de alegría.

En la cocina, por otro lado, Hannibal había dispuesto de total libertad creativa y Will estaba seguro de que el resultado haría llorar de envidia a cualquier chef con estrellas Michelin del mundo. Por deseo de ambos se habían eliminado casi todas las paredes de los espacios comunes, creando un espacio amplio y diáfano. Will estaba enamorado.

Y también estaba enamorado de aquel hombre, pensó Will con resignación, que no era capaz de elegir entre las más de cien muestras de papel pintado que había hecho traer de Francia para su habitación.

- Hannibal, si luego cambias de opinión siempre podemos poner otro, pero tenemos que tomar ya una decisión. – Hannibal se frotó el entrecejo, frustrado.

- Es una decisión importante, Will. No quiero un papel vulgar, manido o repetitivo en nuestra habitación. Quiero algo con significado, con carácter. Un diseño artístico, pero no recargado o de un color irritante a la vista. Algo único.

¿Cómo no se le había ocurrido antes?

- Esposo. – Como siempre, la atención de Hannibal se disipó de cualquier tarea que estuviera haciendo y se centró en él, para regocijo de Will.

Will había descubierto hacia pocas semanas el efecto que tenía sobre Hannibal. Le había llamado por primera vez así de broma, una noche mientras Hannibal preparaba unos filetes para cenar.

La reacción había sido inmediata.

Había abandonado la parrilla y dedicado toda su atención a acariciar y besar a Will, casi ronroneando de placer tras haber escuchado de su boca el reconocimiento de su relación, olvidando todo lo demás.

Habían acabado cenando fuera. La carne se había carbonizado.

Hannibal le ayudó a levantarse y le rodeó con los brazos, cómodo. Hundió la nariz en su cuello sin importarle el olor a sudor y permitió a Will despeinarlo ligeramente al pasar sus dedos por su cuero cabelludo, casi haciéndolo ronronear.

Will sonrió. Su enorme gato casero.

- Píntalo tú. – Hannibal le miró, confuso. – Pinta tú el papel. Quiero decir, tú pintas y estoy seguro de que lo que hagas en un cuadro o en un papel se podrá replicar en las paredes. Podrías hacer tu propio diseño e imprimirlo en papel pintado.

Los ojos de Hannibal brillaron peligrosamente.

A veces Will se sorprendía de su propia estupidez. Su capacidad de dispararse en su propio pie era digna de estudio.

- Hannibal.

- ¿Si, Will?

- ¿Eso es una mangosta? – Las comisuras de los labios de Hannibal se estiraron de forma imperceptible.

- Así es.

- ¿Y eso de ahí una serpiente?

- Ophiophagus Hannah. Cobra Real. Me ha quedado muy elegante, si se me permite añadir.

- ¿Vas a poner esos bichos en nuestras paredes?

- Son una alegoría de nuestra relación, la representación en el mundo animal de dos cazadores igualados luchando por su propio espacio en la vida del otro. ¿Sabes que las mangostas analizan los movimientos de las cobras antes de atacarlas?

- Fascinante. Entiendo que las flores también significan algo.

- Por supuesto. Hay rosas de amor eterno, gerberas de perdón, y estas de aquí son…

- Sweet William.

- Exactamente. Quería que este mural narrara, en parte, nuestra historia.

- Claro. ¿Hannibal?

- ¿Si, querido?

- Si veo unas astas asomando de cualquier parte me voy a cabrear.

- No cometería tal transgresión. Tienes mi palabra.

- De acuerdo. Me voy a la cama, ¿Vienes?

- Iré en breves momentos, mylimasis. Quiero acabar los detalles de estas flores.

- O puedes venir ahora y recordarme por qué estoy permitiendo a mi marido poner serpientes en las paredes.

- Me has convencido.