Una de las muchas cosas en las que él y Hannibal eran absolutamente opuestos era en el tema de la temperatura ideal. Mientras que Hannibal repudiaba climas fríos y abrazaba con alegría el calor de Florida sobre su piel templada, Will sentía que se estaba asando como un pollo. Era un hombre caluroso, siempre lo había sido, y la última ola de calor iba a freírle el cerebro. Otra vez.

Estaban a diez de enero y las temperaturas rondaban, de noche, los veintiséis grados. Era el infierno.

Suspirando, se levantó de la cama en la que Hannibal dormía a pierna suelta y se dispuso a bajar a tomar algo fresco. Esquivó como pudo las cajas que aún cubrían gran parte de la habitación y el pasillo. Una semana más y estarían en su nuevo hogar con, Will esperaba, brisa marina para refrescarle.

Decidiendo que no iba a poder dormir pasase lo que pasase, salió de la casa y se encaminó al taller, el sitio más fresco de la propiedad, irónicamente.

En el centro del taller había una mesa en la que Will había estado trabajando los últimos meses tapada con una sábana. Durante su recuperación se había dedicado a diseñar un escritorio de estilo victoriano lleno de compartimentos secretos para Hannibal. Cuando habían comprado su nuevo hogar había elegido la madera y empezado a trabajarla a puerta cerrada, para disgusto de su marido, que había logrado contener a duras penas su curiosidad en su nuevo proyecto. Y ni siquiera sabía que era para él.

Se sentó en la silla de su despacho, abrió la taquilla y extrajo cuidadosamente el ordenador del compartimento oculto en la parte inferior de una caja de herramientas.

Revisó sus correos perezosamente. Había varias solicitudes de la CIA y una de la Interpol buscando a un terrorista. No eran su coto de caza, la verdad. Prefería los asesinos en serie, los traficantes de personas o violadores. Sentía más satisfacción matándolos a ellos que a un extremista.

Buceó entre las múltiples alarmas que había puesto en diferentes agencias para comprobar si había algo nuevo acerca de sus presas habituales. Nada demasiado relevante o con posibilidad de seguir.

Revisó los casos nuevos de desaparecidos hasta que una cara familiar casi le deja sin respiración.

Paul Summers. Su Paul.

Will abrió el archivo y leyó frenéticamente. Cinco familias asesinadas en cinco estados diferentes, que se supiera. Todas familias acomodadas, sin parientes vivos conocidos, para que nadie pudiera buscar a los niños, pensó con Will con amargura. Entraba y salía en menos de veinte minutos, según la única cámara que había podido captarlo.

No se entretenía con los padres, un disparo limpio a cada uno. En todos los casos solo había un niño, varón, de entre cinco y siete años en la casa. Sin signos de lucha, pero poco podía hacer contra un adulto. Ni ruidos, ni alarmas. Impoluto. No tenían nada.

Will se pasó las siguientes horas buscando un patrón entre ellos con desesperación. Todos trabajaban en Estados distintos, con ocupaciones distintas. Los niños no destacaban de ninguna manera, pero se parecían entre ellos: ojos azules, piel pálida, pelo moreno. Todas las casas eran chalets, pero algunas estaban en barrios residenciales y otras en el campo. No tenían los mismos hobbies, ni votaban a mismos partidos ni iban a la iglesia o a congregaciones similares. No tenían nada en común salvo la falta de familiares vivos.

Teniendo una corazonada que esperaba que no fuera cierta, Will indagó entre los cuerpos de niños encontrados en todo el país sin identificar y que coincidieran con la descripción de Paul.

Dieciséis. Dieciséis coincidencias.

Will tragó saliva y entró uno por uno en cada caso. Ahogamiento o asfixia. Todos con signos de agresión sexual.

Will sacó un mapa de plástico roído del fondo de la taquilla y una caja de chinchetas. Colocó cuidadosamente una chincheta roja en cada uno de los sitios en los que un niño había sido raptado y una chincheta azul donde había sido encontrado. Si los restos le permitían identificarlo, ataba con un hilo los dos puntos.

No había un patrón más allá de que los niños eran abandonados en Estados diferentes a los que habían sido raptados, a veces por miles de kilómetros. Una medida contraforense pensada para que los departamentos no se comunicaran entre ellos. Pero, si sus cálculos eran correctos, el depredador no pasaba con ningún niño más de dos meses.

Paul había sido secuestrado el sábado. Tenían cincuenta y ocho días para encontrarlo, como máximo.

No podía hacer esto solo.

Caminó con pasos silenciosos de vuelta a la casa tratando de contener las ganas de correr. Los niños seguían durmiendo y no quería despertarlos, pero necesitaba a Hannibal. A él siempre se le había dado bien mantener la cabeza fría y necesitaba eso con desesperación. Apenas tuvo que tocarlo para despertarle. Hannibal siempre había tenido un sueño muy ligero.

- ¿Will?

- Necesito que veas algo. – Musitó con apremio. Hannibal frunció el ceño y miró el reloj.

- Son las cuatro de la mañana, ¿No has dormido nada?

- No podía dormir. He encontrado a Paul, Hannibal. – El hombre se incorporó, alerta.

- ¿Dónde?

- No lo sé. Se lo ha llevado y no sé a dónde. Te necesito. – Murmuró Will frenéticamente.

Para su sorpresa, Hannibal no se levantó, sino que tomó su rostro entre sus manos y lo besó. No era un beso intensó, más bien una caricia sobre su boca que obtuvo el efecto deseado. Will se relajó inmediatamente y apoyó su peso encima de Hannibal, temblando.

- Vamos a encontrarlo, mi amor. Tranquilo. Ahora, dime qué tienes.

Will guio a Hannibal hasta el garaje. No se le pasó por alto el rápido vistazo que Hannibal echó hacia la sábana. Para evitar que lo adivinara, Will había cubierto la mesa de cosas para que la forma no le diera pistas. En cualquier otra ocasión, le habría parecido divertido.

Explicó a Hannibal todo lo que había encontrado. El rostro del expsiquiatra iban empalideciendo gradualmente mientras absorbía toda la información que Will le proporcionaba. No había soltado la mano de Will desde que habían salido del dormitorio y Will podía notar el ligero temblor en ella. Hannibal estaba tan asustado como él.

- Necesito tenerlo impreso, por favor. No sé trabajar en este formato. Necesito tomar notas, unir puntos. – Dijo Hannibal sin levantar la vista de la pantalla. Will asintió, encendiendo la impresora.

- Dime todo lo que necesitas.

Pasaron las siguientes horas trabajando codo con codo. La pared, en la que al principio solo colgaba el mapa, ahora estaba llena de expedientes, fotografías de las familias y de las casas y esquemas hechos a mano. Habían discutido posibles perfiles del agresor, de las familias, oportunidades en las que habían cruzados sus caminos y no tenían nada.

Había sido Helena, como siempre la primera en levantarse, la que los había encontrado inmersos en la caza del secuestrador de Paul. Sin decir nada les había llevado el café a ambos en una bandeja y les había dado un beso de buenos días evitando mirar las fotos. El corazón de su hija era demasiado sensible para aguantar tanto dolor.

Hannibal, sin embargo, había insistido en desayunar todos juntos y volver a trabajar cuando los niños se fueran al colegio. Will había aceptado de mala gana pero tras una ducha y poner algo de comida en su cuerpo se sentía bastante recuperado y mucho más despejado.

Esa mejora demostró ser inútil. Durante la siguiente semana, ni Hannibal ni él encontraron nada que pudiera acercarle a su hijo. Incluso habían viajado a Conneticut para visitar el lugar del secuestro sin resultado. Hannibal se había dedicado a indagar entre los vecinos y conocidos de la familia mientras Will trataba de ponerse en la mente del pederasta. Ni una pista, ni un hilo a seguir. Will se había llevado un perro de peluche que parecía el favorito del niño. Ahora reposaba en la habitación de Paul en su casa nueva, sobre la cama, esperando a su dueño.

Habían vuelto a casa, desanimados. Thomas y Grace se habían hecho cargo aquellos días de Beverly y Mischa y de facilitarles a los trabajadores contratados llevar sus cosas a la nueva casa. Menos mal que los niños ya tenían coche propio, pensó Will.

Hannibal estaba en el garaje acunando a Mischa contra su pecho, más dormida que despierta. Will había salido a hacer una llamada a un hospital que había atendido a dos de los padres de los niños desaparecidos.

- Bill Thompson fue al hospital por una fractura de tobillo jugando al futbol y Harry Hogan fue por una intoxicación alimentaria estando de vacaciones. No coinciden médicos, ni enfermeras ni celadores. Otro callejón sin salida. – Hannibal asintió, frustrado.

- Hay algo que me ha llamado la atención, sin embargo. No es una gran cosa, pero puede que sea un patrón. En los últimos doce meses antes de su asesinato, uno o dos de los padres habían recibido un aumento o promoción salarial o unas condiciones que mejoraban su nivel económico. En el caso de la señora Starling, había vuelto a trabajar, Bill Thompson había recibido un aumento, el señor Summers acababa de cobrar una herencia y la señora Dylan había sido ascendida a jefa de sección, por nombrar a algunos. En todo caso, todos ellos se habían hecho un poco más ricos en los últimos meses.

- ¿Cómo es posible que el asesino supiera todo esto? Aunque trabajara para el Estado, las oficinas de laboral y hacienda son estatales. No podía tener la información de todos ellos. – Gruñó Will, frustrado, embalando algunas herramientas con cuidado de no despertar a Mischa. El despacho era de las pocas zonas en las que aún quedaban cosas para llevar.

- Me atrevo a decir que no tiene un trabajo a tiempo completo o, por lo menos, no un trabajo que le lleve muchas horas. Dada la distancia entre asesinatos, ha tenido que desplazarse miles de kilómetros para acecharles y llevarse a los niños. Esos periodos de ausencia no son justificables en un empleo regular.

- Sin embargo, tiene que tener un buen sueldo o dinero ahorrado. Quizás sea un trabajador del sector online, de los que trabajan desde casa. Le permitiría libertad para moverse, nadie que le molestara y un buen salario. – Hannibal asintió.

- Es una posibilidad que me he planteado. Sin embargo, aunque trato de no caer en estereotipos, los trabajadores digitales no son personas con grandes dotes sociales y suelen ser jóvenes. Por lo que sabemos este hombre no llama la atención, ronda los cuarenta años y es organizado. No es el perfil de un trabajador digital.

Will no iba a negarlo. Todos los técnicos que había conocido eran estrambóticos o introvertidos. Llamarían la atención en cualquier parte.

Su teléfono pitó. Will lo sacó del bolsillo y rodó los ojos, molesto. Otro correo de una inmobiliaria preguntándoles si querían vender la casa. Eran una plaga. Desde que se habían enterado, Dios sabía cómo, de que se mudaban, no habían dejado de incordiar ni un solo día.

Una inmobiliaria.

- Una inmobiliaria.

- ¿Perdón? – Dijo Hannibal.

- Una inmobiliaria, Hannibal. Un agente inmobiliario. – Dijo Will prácticamente abalanzándose sobre el ordenador para abrir los correos de las víctimas.

- Es una teoría razonable, pero nada en la casa de estas personas sugería una mudanza o un el deseo de cambiar de domicilio y vivían demasiado lejos las unas de las otras.

- No, no. No lo entiendes. Todas las familias han subido sus ingresos de una forma u otra, ¿Verdad? Por lo que sabemos eran familias modestas en barrios obreros. Cuando la gente gana algo de dinero, sobre todo familias, lo primero que compran es un coche o una casa nueva. Eso está estudiado.

- No vimos carteles de "Se vende" en ninguna de las propiedades. – Señaló Hannibal.

- Porque no estaban vendiendo su casa, aún. Lo primero que hace la gente cuando quiere comprar o vender una casa es apuntarse a un portal inmobiliario, aunque solo sea la newsletter para ver cómo está el mercado.

- Dices que las familias estaban interesadas en comprar o vender y dieron parte de su información personal a un portal nacional al que accedió nuestro sujeto. – Will asintió sin levantar la vista de la pantalla.

- La protección de datos en esas empresas es una mierda. Todos los vendedores pueden acceder a toda la información solo dándose de alta en la plataforma y pagando. Son autónomos, así que la empresa no tiene control sobre ellos. Si venden o compran, se hace a nombre de la empresa y ellos se llevan una comisión. Por eso este tipo no deja rastro, su nombre no está en ninguna parte.

- Un hombre de inmobiliaria bien vestido no sería recordado por nadie en un barrio residencial. No es una amenaza. Y, si has dado tu información a una de esas empresas, que un comercial te llame para conocerte o ver tu casa no es nada extraordinario. – Asintió Hannibal.

- Eso le daría incluso acceso a las casas. En la base de datos pudo filtrar por familias con un solo hijo. A partir de ahí solo era investigar cual se adecuaba mejor a sus necesidades. – Asintió Will, comparando las listas de correo. – En todas las casas al menos uno de los padres estaba inscrito a, por lo menos, tres portales.

- ¿Puedes filtrar la búsqueda para saber si hay algún agente inscrito en esos portales?

- Miles, probablemente. Eso es información restringida. Hay que entrar en su base de datos y eso me llevaría demasiado tiempo. Lo que necesito es saber quién ha accedido a las fichas personales de las víctimas. – Will sacó de la taquilla una pequeña caja con móviles viejos y aparentemente rotos.

Conectó un Nokia de, al menos, diez años al ordenador y lo encendió. Tres segundos más tarde la interfaz del portátil cambio, quedando en negro. Will introdujo un código en el teléfono y la pantalla volvió a cambiar, mostrando un buscador. Hannibal observó fascinado a Will introduciendo una serie de contraseñas y buscando en las listas hasta dar con el contacto que necesitaba.

El teléfono sonó.

- Hola. Necesito un favor.

Las siguientes veinticuatro horas pasaron como un suspiro. Hannibal no sabía a quién había llamado Will, pero no importaba. Les había prometido la información que necesitaban en menos de un día. Una vez corroborada, se efectuaría el pago. Will tampoco había hablado de eso.

Hannibal obligó a Will a tragar una pastilla para dormir y se tomó una él mismo para garantizarse ocho horas de sueño. Estaba demasiado inquieto y necesitaban descansar. Les esperaba un viaje muy largo.

Una vez despierto apenas rozando el alba, Hannibal se levantó para preparar el desayuno de los niños y hacer las maletas necesarias para su viaje. Sin una localización era difícil, pero ya se había puesto en contacto con varios proveedores discretos. Tendrían un avión privado esperando para despegar a primera hora de la mañana, sin control de pasajeros y sin preguntas. Ahora solo necesitaban saber el destino.

Un par de horas después los niños se iban al colegio y Will seguía milagrosamente dormido. Teniendo en cuenta las horas que había invertido la semana anterior en encontrar a Paul, lo necesitaba.

Hannibal se llevó a Mischa de paseo para evitar que despertara a su padre y para aprovisionarse. Contaba con varias tiendas de ferretería y pintura sin cámaras en las que compró dos trajes de plástico de cuerpo entero, aguaras y cinta de carrocero. Todo lo demás ya lo tenían en casa.

Cuando volvió Will estaba despierto, vestido y con el ordenador en las manos. Lo llevó hacia Hannibal en cuanto lo escuchó entrar.

- Fred Warlet. Sacramento, California. 41 años. Abogado de profesión. Se dedica al sector inmobiliario desde hace cinco años. No tiene ni una multa de aparcamiento.

- ¿Seguro que es él? – Will asintió.

- Black Queen no se ha equivocado jamás. Ha rastreado las búsquedas hasta su IP y pirateado su sistema de seguridad. Apagado el día siguiente al secuestro de Paul y tres días antes de que encontraran el cuerpo de Sam Craig. No ha salido de casa desde ese día.

Hannibal sacó a Mischa del carro y la colocó en brazos de su padre, arrebatándole el ordenador.

- De acuerdo, comenzaré los preparativos ahora mismo. Necesitas una ducha y comer, Will. Tienes que estar en pleno uso de tus facultades cuando encontremos a nuestro hijo.

Will protestó débilmente, pero comió. Informaron a sus hijos de que marchaban aquella misma noche, dejando a Thomas al cargo. Al día siguiente se mudarían definitivamente a la casa nueva, quizás sin ellos, pensó Will con amargura. Embaló todas las pertenencias que quedaban en el garaje y las dejó apiladas en seis cajas de plástico opaco. Tendrían que llevarlas sus hijos, su contenido era demasiado importante como para que la empresa de mudanzas las tocara.

Volaron hasta el Aeropuerto Internacional de Sacramento en un vuelo privado y alquilaron un coche con un nombre falso en el propio aeropuerto. El piloto tenía órdenes de no salir del hangar. Si todo salía bien, iban a volver a casa esa misma noche con Paul.

Aparcaron en una calle paralela a la casa de Fred Warlet en Regency Park. Al lado de una escuela infantil, notó Will con asco. Avanzaron en la oscuridad, tratando de escuchar algo del interior de la casa. Nada en absoluto.

- Está insonorizado. – Dijo Will, sacando el inhibidor de frecuencia y encendiéndolo.

Una vez la conexión estaba cortada, avanzó hacia el cuadro eléctrico y cortó todo el cableado menos el correspondiente a la iluminación de la casa. Esperaron media hora en la oscuridad, en silencio, para ver si estaba despierto. Nada. Vía libre.

Hannibal abrió la puerta principal con increíble habilidad y entraron en la casa que perfectamente podía ser de un obsesivo-compulsivo. No había ni una mota de polvo, ni un objeto fuera de su sitio.

Avanzaron lentamente hasta la habitación principal, cuya puerta estaba entreabierta. Estaba dormido como un oso, solo. Hannibal avanzó con precisión quirúrgica, inyectándole un sedante médico en el cuello. Apenas tuvo tiempo de abrir los ojos antes de que Will le noqueara de un puñetazo, dejándolo inconsciente incluso antes de que la droga hiciera efecto.

- Eso era innecesario. – Señaló Hannibal, revisando sus nudillos. Will se encogió de hombros.

- Tenía ganas de hacerlo.

Mientras Hannibal se encargaba de inmovilizar al pederasta con bridas contra el cabecero de la cama, Will empezó la búsqueda de Paul. A simple vista no había nada raro, las habitaciones estaban vacías y perfectamente limpias. Nada delataba la presencia de un niño más que unos cereales infantiles que Will había visto en casa de los Summers.

Hannibal se unió a él palpando la estructura con cuidado. Nada.

- ¿Es posible que lo tenga en otra propiedad? – Preguntó Hannibal, frustrado.

- Imposible. Demasiado controlador. Tiene que estar aquí, cerca, en un sitio en el que él sepa que puede vigilarlo en todo momento. – Gruñó Will, escaneando las estanterías en busca de alguna ranura o visagra.

Sin decir nada, Hannibal se levantó y volvió al dormitorio. Confuso, Will le siguió. Hannibal se colocó junto a la cama y soltó al hombre, tirándolo al suelo sin miramientos. A continuación, inspeccionó el canapé con interés hasta encontrar una pequeña palanca junto al cabecero.

Bajo la cama había un hueco no mayor a un armario doble, acolchado con mantas y cerrado con un somier que parecía una reja. Bajo esta había un niño hecho un ovillo, casi inmóvil. Se apresuraron a levantar la estructura de hierro y a sacar al pequeño de ella. Olía a orina y a vómito de varios días.

Sacaron al niño con cuidado y lo depositaron en el suelo sobre una sábana mientras Hannibal le reconocía frenéticamente. Respiraba, sin duda, pero ni siquiera había intentado resistirse.

Hannibal inspeccionó las pupilas del pequeño. Reactivas, pero poco. Estaba drogado con algún sedante suave, quizás un relajante muscular o un ansiolítico muy fuerte. Le haría las pruebas necesarias en casa.

Will arrulló al niño mientras Hannibal le examinaba sin obtener más que un gemido quedo como respuesta. Cuando se dio por satisfecho, se levantó.

- Está fuera de peligro, podemos llevarlo al avión sin miedo. – Dijo Hannibal, sacando de la bolsa de deporte un bisturí y varias herramientas más mientras miraba a Fred. - Yo me encargaré de esta tarea, mylimasis. Lleva a Paul al coche, por favor.

Will asintió, cogiendo a Paul en brazos, que apenas se revolvió, drogado como estaba.

Aquel cerdo iba a pagar cara la insonorización.

Will revisó con cuidado las heridas de Paul. Algunas de ellas parecían autoinfligidas, quizás por las drogas o el estrés. No podía saberlo. El pequeño se había arañado y mordido, pero gracias al cielo nada parecía de demasiada gravedad. Hannibal podría atenderle de vuelta a casa.

- Ya ha pasado todo, Paul. Nos vamos a casa. – Le dijo tratando de calmarlo, pero apenas parpadeó. Ni siquiera parecía asustado.

Solo siete minutos después Hannibal salía de la casa de lo más tranquilo, con su nevera portátil en la mano. La metió en el maletero y encendió el coche.

- Eso ha sido rápido. – Comentó Will. Hannibal sonrió.

- Oh, continúa con vida. Destripado, pero con vida. Calculo que tardará, por lo menos, dos días en morir, con el gotero. Me he asegurado de que no tenía ninguna cita importante en ellos. Con suerte, serán tres. – Will asintió, satisfecho.

- Espero que sean tres.