- Esto es ridículo. – Criticó Hannibal, por décima vez. Will se contuvo para no rodar los ojos.

Tras ellos, sus hijos se rieron.

- Ya lo has mencionado.

- Si al menos me explicaras por qué no puedo acceder a mi despacho, puede que encontrara alguna lógica en tus actos. – Will no se molestó en responder y siguió desayunando tranquilamente.

Hannibal le miró, irritado, pero no dijo nada más.

Había pasado la tarde anterior en él, analizando currículums de psicólogas infantiles para Paul, pero por la mañana se había encontrado la puerta cerrada a cal y canto. Will había reconocido ser el autor del delito, pero se había negado a confesar el por qué. Habría sido demasiado fácil.

- Le das demasiadas vueltas, cariño. Termina el desayuno, anda. Voy a ver cómo está Paul. – Dijo Will dándole un beso en la mejilla a su enfurruñado marido.

Por consejo profesional de Abigail, le estaban dando a Paul todo el espacio que necesitara. Se habían presentado uno a uno para que conociera a todos los miembros de la casa, y procuraban visitarlo en grupos pequeños para no agobiarle. Cada día le ofrecían desayunar, comer o cenar con ellos, pero el niño había preferido hacerlo solo en la habitación, así que le subían una bandeja y luego la recogían al terminar.

Max estaba tumbado en el suelo junto al niño, el último de sus perros de Baltimore siete años después. Había pasado toda una vida, pensó con nostalgia.

Ahora tenía a Sussy, una mestiza de pastor belga maravillosa, Violeta, un dogo de lo más protectora con los niños, al pequeño Dante, un bodeguero tranquilo y Fausto, un perro negro y grande que parecía un oso. Y los perros de los niños, Ganache, Praliné y Roxy. En cuanto Hannibal se despistara pensaba regalarle un perro a Beverly y a Paul.

- ¿Qué tal el desayuno? – Paul se encogió de hombros, evitando su mirada.

- Estaba rico.

- Me alegro. Voy a llevar a los niños al colegio, pero Hannibal se queda en casa. Puedes salir cuando tú quieras.

- Vale. Gracias.

Neuroatípico, había dictaminado Abigail tras hablar un rato con él a través del ordenador. Síndrome de Asperger, le había dicho Hannibal, asintiendo con calma. Para Paul las interacciones sociales normales eran estresantes de por sí, lo que explicaba lo mal que había reaccionado al contacto físico. Haber vivido un infierno solo le había hecho más reticente al mundo.

Todos en casa se habían esforzado por adaptarse a su nuevo hermano. No hacían ruidos fuertes, trataban de decir en voz alta lo mucho que se alegraban de tenerlo allí, no se acercaban sin pedir permiso primero y le dejaban a su aire las tres veces que había querido salir en las dos semanas que llevaba en casa.

Paul reaccionaba bien a los perros, pero no tanto a las personas. Hannibal y Thomas le aterraban. Grace le gustaba y Helena, a veces, también. Will le había visto observarla tocar el piano con curiosidad. Mischa le resultaba indiferente y Beverly, incómoda por toda su energía. Con Will se llevaba bastante bien, pero solo un rato.

Suspirando, bajó con la bandeja y dejó a Roxy entrar en la habitación. Cuando volvió a la cocina estaba todo recogido y los niños preparados para ir al colegio. Beverly había sido aceptada en el Harmony sin demasiadas preguntas, por lo que ahora solo quedaban Mischa y Paul en casa. Will no tenía claro que Paul pudiera adaptarse bien a una clase después de todo lo que le había pasado.

Dejó a los niños en el colegio y volvió a casa para encontrarse a Hannibal en el sofá observándolo, frustrado. Will se echó a reír, divertido y le dio un beso que apenas aplacó la expresión de circunstancias de su marido.

- ¿Tengo permitido ya volver a entrar en mi despacho? – Will sonrió, cogiéndole de la mano y tirando de él hacia la habitación. Sacó la llave del bolsillo y dejo que Hannibal abriera la puerta.

Will sonrió con satisfacción viendo las pupilas de Hannibal dilatarse. En el centro de su oficina se encontraba una mesa de madera de roble al más puro estilo inglés victoriano que no había estado allí el día anterior. Era elegante, barroca y absolutamente señorial, como a Hannibal le gustaba.

Hannibal se acercó a observar su regalo más de cerca, maravillándose con cada detalle en sus cuatro patas robustas y cuadradas y en los cajones que componían su parte frontal, cuidadosamente tallados.

- Lo has construido tú. – No era una pregunta, pero Will asintió de todas formas, observando al hombre rodear el escritorio, hipnotizado.

- Mientras me recuperaba de las heridas hice el diseño y trabajé en las piezas más pequeñas, las que no costaban esfuerzo. En las grandes me he centrado luego. He personalizado la altura para que sea cómodo para ti y aún quepa esa silla enorme que tanto te gusta. – Se burló Will.

La silla de escritorio de Hannibal era más bien un sillón grande de cuero negro. Un trono moderno, pensaba Will viendo a su marido sentarse y revisar los detalles de su nueva mesa.

Cuando por fin estuvo colocado, se dedicó a abrir cajones y a inspeccionar sus detalles hasta que se topó con una superficie irregular en el fondo de un cajón. Volvió a trazarla con los dedos, confuso.

- Tiene compartimentos secretos. – Murmuró Hannibal tratando de mapear el mecanismo con las yemas de sus dedos, fascinado.

Will le permitió unos momentos para familiarizarse con su forma y resolver el acertijo. Era un reloj con manecillas que abría el fondo del cajón siendo puesto a la hora correcta. Ese era de los fáciles.

Hannibal apenas tardó un par de minutos en entender el puzle y colocar las manecillas a las 19:00, la hora en la que siempre tenían sus sesiones. Un suave "clock" le dijo que había acertado. Hannibal separó cuidadosamente el fondo del cajón, finamente encajado con cuatro topes que lo mantenían cerrado y miró en su interior. Era una llave.

- ¿Es la llave de tu corazón, mylimasis? – Will se rio y se acercó a Hannibal, masajeando sus hombros.

- Casi. Es la llave de la primera propiedad que compré cuando empecé a ser asquerosamente rico, aunque llevaba tiempo buscándola. Ya sabes, es difícil decirle a un agente inmobiliario lo que estás buscando en Luxemburgo cuando ni siquiera saber dónde está. – El corazón de Hannibal palpitó con fuerza en su pecho.

- Has encontrado nuestro hogar. – Will sonrió y besó su frente con afecto.

- Hace un par de años, sí. Está a nombre de los niños, por si pasara cualquier cosa. Pero es nuestra y podemos ir cuando queramos. – Hannibal alzó su rostro y besó a su marido con amor.

Hannibal se las apañó para guiarlo entre caricias a sus brazos hasta que Will quedó sentado en sus piernas con los labios rojos e hinchados.

- ¿Cuántos compartimentos tiene? – Will se acurrucó mejor en su regazo y sonrió.

- ¿Por qué no lo averiguas tú mismo?

Will pasó una hora más sentado sobre su esposo observándolo analizar su nuevo juguete y tratando de encontrar los pequeños tesoros que había escondido en él y otra hora más siendo tomado salvajemente sobre él. Aparentemente, Chiyo no le había hablado a Hannibal del hombre polilla. La emoción había llevado a Hannibal a hablarle en lituano desde que había visto las fotografías.

Aunque le habría encantado quedarse abrazado a Hannibal desnudo todo el día, Mischa había reclamado comida por el móvil. Se habían levantado para darle de comer y supervisar a Paul, que estaba de lo más tranquilo montando un castillo con Lego. Como siempre, declinó comer con ellos, pero dejó que Will le ayudara a montar el puente levadizo hasta que la comida estuviera servida.

Hannibal pasó el resto de la semana entretenido en el escritorio. Había conseguido encontrar y abrir ocho compartimentos de los doce que Will había puesto en él. En ellos había encontrado la llave, las fotos de su viaje a Lituania, una bolsita con semillas de las flores que componían el mural de su dormitorio estando algunas casi extintas, una cajita de té cuya importación de Bután estaba más que prohibida, un frasco de colonia exclusiva hecho en París, un juego de cuchillos de cerámica japoneses realizado manualmente por artesanos, un manuscrito de Fausto de Goethe original y un reloj grabado con las iniciales de sus hijos escritas por cada uno de ellos.

- Tienes formas realmente originales de cortejar a un hombre, Will. – Le había dicho una noche Hannibal, tumbado en la cama con él dormitando sobre su pecho desnudo. Will había sonreído sobre su piel fresca y había depositado un suave beso en su pectoral.

- Eres el único hombre al que tengo la intención de cortejar. Disfrútalo. – Hannibal había sonreído suavemente mientras continuaba leyendo Fausto y acariciaba su cabello.

Los últimos cuatro eran los realmente difíciles, los que sabía que, incluso siendo uno de los hombres más brillantes que conocía, tardaría más en encontrar y abrir. Ver el orden en el que lo conseguía iba a ser realmente divertido.

La segunda semana de febrero Hannibal se presentó sin explicación en la puerta de su habitación con los ojos llenos de lágrimas.

- ¿Son reales? – Will se acercó a él y besó sus lágrimas con amor, permitiendo a su marido apoyarse en él.

- Encontré el collar en Biolorrusia, en un museo de la Unión Soviética. Chiyo había hecho sus averiguaciones, solo tuve que tirar un poco de los hilos. Tenían los pendientes guardados, también. El ADN confirma que son suyos. Lo comparé con una muestra de tu sangre.

- ¿Y los gemelos?

- Un señor los había comprado en una tienda de antigüedades. La familia del soldado que los había robado había vendido allí todas sus cosas. Los compré y punto. También confirmado por ADN. Sé que había un pasador de corbata, pero no he podido localizarlo.

Hannibal asintió, aún apoyado en él. Las lágrimas no habían dejado de caer, pero Hannibal no emitía ningún sonido. Lentamente, Will avanzó hacia la cama para tumbarse con él. Se quedaron así varios minutos, en silencio.

- Llevaba este collar cuando murió. Y los pendientes. Creía que habrían acabado en una fosa común. – Will acarició su pelo con afecto.

- Creo que les quitaron todo cuando los encontraron. Era algo que sucedía mucho. He visto cómo dejaron el castillo.

- No he vuelto desde mi adolescencia, pero conozco su estado. Es desolador.

Will no se sorprendió al ver los pendientes y el collar de Simonetta Sforza-Lecter cuidadosamente colocados en un busto de la diosa Hera, tapado con una mampara de cristal. Los gemelos, por otro lado, reposaban en una caja abierta de nogal sobre un cojín verde oscuro con el símbolo de los Lecter, con el labrado HL cuidadosamente limpiado y también protegidos del mundo por una vitrina.

- Por curiosidad ¿Cuántos Hannibal Lecter ha habido? – Le preguntó Will unos días después. Hannibal le miró de reojo mientras trataba de convencer a Mischa de que el puré era un alimento aceptable.

- Es un nombre común en mi familia. La nobleza tiene por costumbre honrar a sus predecesores poniendo sus nombres a hijos y nietos.

- ¿Eres noble?

- Técnicamente soy el conde Hannibal Lecter VIII. – Will rodó los ojos. Por supuesto.

- No habrá un Hannibal IX en esta casa. Aunque sería un nombre genial para un perro. – Hannibal no dignificó su comentario con una respuesta y continuó dando de comer a Mischa.

Ahora que conocía el valor del contenido de los escondites, el interés de Hannibal por abrir todos los compartimentos se había unido a la impaciencia, hasta el punto de pedir ayuda a sus hijos.

Grace, Helena y Thomas se habían entretenido en la búsqueda del tesoro una tarde entera de forma infructuosa, pero habían felicitado a Will por su obra maestra. Incluso Thomas, que odiaba los trabajos manuales con toda su alma, le había pedido que le ayudara a crear su propia versión del escritorio en una caja más pequeña.

Marzo estaba finalizando la tarde en la que Will volvió a casa de comprar con los niños y encontró a Hannibal tenso, dándole la espalda. No necesitaba verle la cara para saber que había encontrado el compartimento oculto en la pata izquierda.

Dejó que la noche pasara fingiendo normalidad hasta que los niños se acostaron. Cuando estuvo seguro de que estaban en la cama, llenó dos copas de vino y se dirigió al despacho de Hannibal.

- ¿Desde cuándo habláis? – La voz de Hannibal sonaba traicionada, como estuvieran hablando de una amante en lugar de su tía.

Will dejó las copas sobre la mesa y se sentó en la silla frente al escritorio.

- Solo hemos hablado dos veces. Las dos me ha llamado ella con un número oculto. La primera vez no estábamos juntos, fue en el 2009. El año anterior había estado de misión en Lituania y había conocido a Chiyo. Ella le habló de mí.

- ¿Y te llamó para conocerte? – Preguntó Hannibal, molesto. Will asintió.

- Me llamó porque quería saber de ti.

- Podría haberme llamado a mí, en ese caso. Ha tenido veintisiete años para hacerlo. – Replicó Hannibal con frialdad. - ¿Qué te ha contado?

- No sé si fuisteis más que amigos, pero sé que la querías.

- No fuimos amantes, si es lo que me preguntas, aunque yo la deseaba. La quería, sí.

- Ella también te quiere.

- No hay nada en mí que ella pueda querer. Fue perfectamente clara al respecto. – Escupió Hannibal con desdén.

Will lo observó con cuidado.

- Me dijo que vuestra despedida fue… amarga. – Hannibal dejó escapar una risa seca. Eso sonaba completamente a Murasaki. – Me dijo que vio tu auténtico rostro y que no fue capaz de soportarlo.

- Pocas personas pueden soportarlo, o sobrevivir a él, como tú mismo has sido testigo.

Will le miró a los ojos, buscando en él la verdad. Para alguien que solía evitar el contacto ocular como la peste, su nueva confianza le había hecho un lector de almas sin igual.

- No hay nada que ella pueda decirme que yo no sepa ya. Nada de lo que me cuente va a hacer que deje de quererte. – Dijo Will con total seriedad.

Como una flecha ardiente en el corazón, pensó Hannibal. Siempre tan acertado, Will Graham, leyendo el alma de las personas como si fuera un libro abierto ante sus ojos.

- Creo que, en algún momento de nuestra historia, ella pensó lo mismo que tú.

- Yo no soy como ella. Lo sabes. Tampoco soy como el resto.

- Pero es como quieres ser.

- Hace años que abandoné esa pretensión, Hannibal.

Hannibal no lo negó. El Will que tenía ante él no tenía nada que ver con el hombre que había conocido en Baltimore.

- Tampoco eres como yo. No somos iguales. – Will asintió.

- No lo somos, pero no necesitamos serlo tampoco. Entendemos las necesidades el uno del otro, aunque no las compartamos, y las respetamos. Eso es una relación, esposo.

Esposo. Oh, si Will supiera lo feliz que le hacía cada vez que pronunciaba esa palabra.

- ¿Y la segunda?

- Cuando me recuperaba del ataque. En septiembre, antes de encontrar a Beverly. Creo que nos estaba vigilando o conocía nuestras rutinas, porque llamó justo cuando tú no estabas en casa. Me dijo que se había enterado de mi estado y quería saber cómo estaba.

- Supuso que yo había sido el autor. – Afirmó Hannibal, resentido.

- No lo creo, preguntó específicamente si tú y los niños habíais resultado heridos y si conocía la identidad de mi atacante. Le dije que estaba todo solucionado. Se ofreció a enviar a una de sus personas de confianza para vigilarnos, por si acaso. Lo rechacé, pero creo que lo ha hecho de todas formas.

- Quería protegerte. Deberías considerarlo un honor. Ella solo muestra este tipo de interés por aquellos que considera su familia.

- Le hablé de Mischa y de los niños. Se emocionó mucho al saber que la habíamos llamado así. Me preguntó si podría enviarle algunas fotografías y le dije que sí. Le envié un álbum con un montón de fotos y un CD con vídeos a un apartado postal que me facilitó. En octubre vino un hombre a casa con un sobre dirigido a mí. Dentro estaba tu carta y unas palabras para mí.

- ¿Por qué no me lo contaste entonces?

- No lo sé, estábamos… Es complicado. Acababa de sentir que podía volver a confiar en ti. Estábamos en una especie de luna de miel, acercándonos de verdad. Y entonces llegó Beverly y la casa nueva. Sinceramente, no volví a pensar en ella hasta que llené los compartimentos.

Hannibal asintió, ausente. Will aprovechó ese momento para sentarse sobre su regazo. Su marido lo rodeó con sus brazos, protegiéndolo del mundo y Will se dejó mecer durante largos minutos de calma.

- ¿Conoces el contenido de la carta? – Will se encogió de hombros.

- No, a mi solo me felicitó por nuestra vida juntos y nuestra familia. No creo que sea, en todo caso, un reproche o una amenaza. Creo que, simplemente, quiere recuperar el contacto de la única familia que le queda.

Hannibal asintió, y se concentró en acariciar su cabello, pensativo. Sinceramente, no había esperado volver a ver a lady Murasaki el resto de su vida. Su rechazo había quedado como una marca de hierro candente sobre su piel, un enorme sello que gritaba "Defectuoso" al mundo.

No deseaba seguir pensando en ello, no cuando había hallado el amor y la comprensión que siempre había querido. La carta podía esperar, quizás para siempre, en el fondo de un cajón.

- ¿Puedo abusar de tu piedad un poco más pidiéndote que me desveles la ubicación de los últimos compartimentos? – Will se rio y negó con la cabeza.

- No, pero te daré una pequeña pista. – Hannibal le miró con atención. – Solo quedan dos y solo pueden abrirse en un orden concreto.

Los ojos de Hannibal brillaron, fascinados, pero no dijo nada más. Pasaron la tarde así, acurrucados disfrutando de la compañía mutua y hablando sobre la vida de Hannibal en Europa, sobre todas las cosas que ansiaba enseñarle.

Finalmente, el cinco de mayo el móvil de Will pitó anunciando que el último mecanismo había sido activado. Para este concreto se había asegurado de colocar un sensor que le avisaría cuando Hannibal encontrara el puzle, porque era el realmente importante de todo aquel juego.

Will siguió alimentando a los perros tranquilamente y se dio una ducha para no entran en el despacho de Hannibal oliendo a comida de animales. Revisó el móvil. Hannibal solo había movido tres de las siete partes que constituían el rompecabezas.

Sonriendo, eligió una camisa seda azul cuyo efecto con sus ojos Hannibal consideraba embriagador, en sus propias palabras y se esforzó en afeitarse y peinar su cabello con algo de espuma para que sus rizos estuvieran sueltos por una vez. Bajó a la bodega y seleccionó una botella del mejor vino tinto español que poseían. Lo sirvió en dos copas y se revisó que Mischa siguiera dormida y Paul jugando antes de encaminarse al despacho.

Como esperaba, encontró a Hannibal sentado en el suelo al estilo japones analizando la parte frontal del escritorio, un bonito diseño floral tallado cuyos elementos menos interesantes guardan un secreto.

Hannibal entonó los ojos y se giró al oír la puerta. Como siempre, su mirada recorrió hambrienta la figura de su marido con su camisa favorita. La visión de Will en su belleza renacentista casi consiguió distraerlo de su objetivo. Casi.

- Había algún tipo de alarma colocada en el engranaje. – Will sonrió.

- Así es.

- Dado que es el único en el que te has tomado esta molestia, entiendo que es el más valioso y el más difícil. – Will se encogió de hombros, sentándose en el diván para observar a su marido trabajar.

- No podía predecir el orden en el que encontrarías los compartimentos, quería estar seguro.

- Chico listo. – Murmuró Hannibal volviendo su atención a la madera.

Will tomó un libro al azar de la biblioteca situada tras el diván y comenzó a leer. La dama de las Camelias, un clásico.

A Hannibal aún le llevó una hora y muchas miradas acusadoras resolver el puzle. Finalmente, consiguió acomodar los tallos de las flores en una forma similar a unas astas.

Cuando escuchó el clic, Will se levantó del diván y caminó hasta sentarse al lado de Hannibal, sonriendo. Con extremo cuidado, Hannibal extrajo un pequeño cajón cuya forma irregular se perdía entre el labrado de las flores. En el interior se encontraba un pequeño saco de terciopelo negro que Hannibal abrió con cuidado dejando caer su contenido en la mano.

El anillo era una obra de arte, en su humilde opinión. Era grueso, de oro, al estilo de los antiguos anillos-sello que usaban los nobles. En lugar del sello había un diamante negro, cuadrado, rodeado de pequeños diamantes tradicionales. En los laterales del engarzado había grabado una serpiente y una mangosta que parecían sostener la pesada gema, conectándola con el resto del anillo. Era pretencioso, excesivo y barroco, como Hannibal en sí mismo.

- ¿Es lo que creo que es? – Will sonrió, apoyando la cabeza en su hombro y besó su mejilla.

- Depende de lo que creas que es.

- Ni en mis más salvajes fantasías se me había ocurrido que serías tú quien me pidiera matrimonio a mí. Eres, indudablemente, impredecible, mylimasis.

- Y a ti te encanta que lo sea. - Dijo Will arrebatándole el anillo y cogiendo su mano. – Hannibal Lecter, ¿Quieres casarte conmigo?

Hannibal sonrió y depositó un suave beso en sus labios, tomando su mano para levantarlo del suelo. Will le miró, sorprendido, y le siguió hasta la estantería, donde Hannibal extrajo una bonita caja de terciopelo azul escondida dentro de un ejemplar de La Ilíada.

- Solo si tú me concedes el honor de casarte conmigo, William Graham.

Will abrió la caja con las manos temblorosas. En su interior reposaba un anillo de platino, elegante y sencillo. Dos bandas del metal rodeando una hilera de zafiros redondeados de un color muy similar a los ojos de Will.

Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

- Es perfecto. – Hannibal sonrió, besando su frente.

- Tu anillo también lo es. Exquisito, como tú.

- ¿Cuándo lo compraste?

- Lo creas o no, empecé a diseñarlo pocos meses después de conocerte. Incluso cuando solo eras para mi un enemigo, fantaseaba con las posibilidades de una vida juntos como iguales. El día que me pediste que me quedara permanentemente, lo encargué. Estaba esperando el momento adecuado pero, como siempre, tú has sido más rápido.

Will le besó, emocionado, y permitió que Hannibal le pusiera el anillo en el dedo anular de la mano izquierda. No era pesado, no le molestaría en sus tareas diarias. Era perfecto para él.

Cogió su propio anillo y lo colocó en el dedo de Hannibal mientras este le observaba con los ojos brillantes de adoración. En cuanto el anillo estuvo en su sitio Hannibal besó sus manos unidas y se inclinó sobre él, devorando su boca.

Will se sintió tentado a dejarse llevar, de olvidar su última sorpresa y disfrutar de aquel momento de amor, pero se había esforzado tanto. Quería que Hannibal lo tuviera todo.

- No has terminado de resolver los acertijos. – Hannibal le miró arqueando una ceja.

- Queda uno, si no me equivoco. ¿Su contenido es más importante que la celebración de nuestro compromiso? – Will se rio apartando el rostro de Hannibal de su cuello.

- Si, lo es. Vas a querer tenerlo.

Hannibal asintió lentamente y se encaminó de nuevo a la mesa, examinando el espacio del que había extraído el cajón.

- ¿Dijiste que ambos puzles estaban conectados?

- Ajá.

- Así que resolviendo el primero, debería poder acceder al segundo.

- Es correcto.

- ¿El contenido de ambos está también conectado de esa manera?

- Vas a tener que averiguarlo. – Hannibal dejó escapar un resoplido muy poco digno, frustrado.

- Tendrás que disculparme, mi amor, pero la mitad de mi sangre ha migrado a la parte equivocada de mi cuerpo para esta tarea. Te ofrezco dos opciones: puedes ayudarme a resolver el puzle o puedes ayudarme a solventar mi estado y luego resolverlo. Te concedo la oportunidad de elegir.

Will soltó una carcajada divertida. Aquello era lo más cercano a ser soez que Hannibal había estado desde que le conocía.

- Está bien, está bien. Recoloca los tallos en su posición inicial, pero no vuelvas a poner el cajón. – Hannibal obedeció. – Ahora mete la mano en el agujero y empuja la pared de la izquierda.

Como esperaba, la pequeña trampilla cedió y Hannibal pudo acceder a un sobre rojo, cerrado con cera dorada. Hannibal leyó el contenido con avidez, empalideciendo. Miró a Will con la cara más estupefacta que jamás le había visto.

- ¿Cómo?

- A la heredera del palacio la atacaron en Sicilia, mataron a uno de sus hermanos y a un sobrino. Buscaba venganza, ofreció una recompensa por la Deep web. Lo vi y le ofrecí un trato, los tipos que la habían atacado a cambio de acceso a la Capilla Palatina privado toda una semana, y su uso exclusivo. Puso algunas condiciones para asegurarse de que no nos llevásemos nada. Le dije que solo la quería para casarme en ella.

- Entiendo que los encontraste.

- Ni siquiera tuve que salir del país. Un grupo de paramilitares con sede en Missouri. Tenían tantas balas a sus espaldas que ni siquiera saben quién los atacó. Le mandé las cabezas de los cinco operativos por paquetería privada y ella me envió la carta. Solo tenemos que poner una fecha.

- ¿Es prudente que sepa quién eres en persona?

- Sospecho que ya lo sabe. Tengo todo guardado, sabe que puedo demostrar que ella me pagó para matarlos. En manos equivocadas, es un cuchillo en su garganta. No nos molestará.

Hannibal prácticamente se abalanzó sobre él y devoró su boca a besos, tumbándolo en el suelo. Las manos de su futuro esposo estaban en todas partes, ardiendo y marcando su piel a fuego. Apenas fue consciente de cuándo acabó desnudo sobre el diván, a merced de Hannibal, pero no le importaba. Quería sentirlo el resto de su vida.

- Eres todo lo que deseo y más de lo que merezco. – Murmuró Hannibal sobre la piel de su vientre, mordiendo el hueso de su cadera y descendiendo aún más, haciendo a Will perder la capacidad de pensar coherentemente durante la siguiente hora y media.