Los gritos de emoción de Abigail resonaron en su cabeza el resto del día. Tras volver a vestirse como seres humanos decentes, Hannibal había insistido en que su primogénita debía ser la primera en saberlo.

La habían llamado mediante videollamada con el móvil de Will y le habían enseñado los anillos. Abigail había llorado, casi haciendo llorar a Will también y había prometido ir a visitarlos lo antes posible arguyendo una emergencia familiar a sus pacientes. Will estaría sorprendido si no llegaba antes del fin de semana, aunque tuviera que robar un avión de la armada británica para ello.

Will cerró la puerta de Paul avisándolo de que iba a haber mucho ruido abajo, pero que era ruido feliz, por si quería participar. Paul negó con la cabeza y siguió jugando con sus piezas, pero pareció contento cuando sus padres le informaron de que iban a casarse. Will no creía que lo entendiera del todo, pero se sentía satisfecho de verlos a ellos contentos.

Sus hijos gritaron y lloraron y saltaron de emoción ante la noticia, asustando a los perros y a Mischa. Cuando consiguieron calmar a todo el mundo, sus anillos pasaron de mano en mano produciendo exclamaciones de alegría y de admiración. Will no sabía que se podía ser tan feliz.

Habían convenido no casarse hasta encontrar a todos sus hijos. Para sorpresa de Will, Hannibal no quería una gran celebración, solo una boda con familiar y una luna de miel en Florencia. Will le había sugerido con todo el tacto posible invitar también a lady Murasaki, pero Hannibal no había dicho nada al respecto. Que Will supiera, ni siquiera había abierto la carta que esta la había enviado.

Como Will había predicho, Abigail llegó solo dos días más tarde con un jet lag increíble y más energía de la que él había tenido nunca después de catorce horas de vuelo. Los abrazó, gritando de emoción y fue difícil convencerla de soltar a Mischa para que dejara sus cosas en su habitación.

Paul la adoraba, aparentemente. Según le había contado a Abigail, sus padres también le habían llevado a ver a señoras amables que le daban test y le ayudaban a entender mejor el mundo. Su compañía era algo conocido en una vida nueva y desconcertante para él. Casi habían llorado de alegría cuando Abigail les había confirmado que Paul era muy feliz con ellos, aunque echaba de menos a sus padres. Entendía que ellos ya no estaban y que no era culpa suya, lo que supuso además un alivio.

Con toda su familia en casa y la perspectiva de una vida plena al lado del hombre al que amaba, Will se sentía en la cima del mundo.

Hannibal apareció en la puerta de su despacho unos días más tarde de forma casi tímida tocando a la puerta con un sobre grande en las manos. Will arqueó la ceja, confuso, dejando de lado la investigación sobre su última presa para abrirle la puerta. El hombre entró y se quedó plantado en mitad de la habitación como una estatua.

- ¿Va todo bien? – Hannibal se aclaró la garganta de una forma que Will conocía. Esa que utilizaba para buscar formas de explicar que se había metido en sus asuntos sin consultarle.

Era como ver a un cocodrilo poner ojos de cachorro. Algo entre aterrador y adorable.

- Quiero que sepas que aprecio enormemente el esfuerzo que hiciste para cortejarme. Soy consciente de que cada uno de tus regalos han sido cuidadosamente elegidos. Nadie me ha conocido tan bien ni se ha tomado tantas molestias para hacerme feliz jamás.

- … De acuerdo. – Asintió Will lentamente. No entendía nada.

- Para mí, que te molestaras en invertir tiempo y esfuerzo en devolverme a mis padres, aunque fuera una parte mínima de ellos, fue un gran gesto.

- Podemos ir cuando tú quieras, Hannibal. Visitar el castillo, restaurarlo. Es un sitio enorme. Incluso podríamos mudarnos allí si quisieras volver.

- No creo que esté preparado para eso, pero aprecio tu preocupación. – Confesó Hannibal. – Como sabes, su pérdida marcó mi vida, así como la pérdida de Mischa. Soy muy consciente de lo que la ausencia de un padre puede suponer para un niño.

- Ay, dios, ¿Qué has hecho? – Preguntó Will llevándose las manos a la cara.

- He encontrado a tu madre.

Iba a matarlo. Will dudó entre darle un puñetazo o dispararle, directamente. Hannibal se irguió, incómodo.

- La última vez que me miraste con esa expresión sacaste un arma y me apuntaste a la cabeza con ella. – Comentó Hannibal.

- Me estoy planteando si volver a hacerlo. – Gruñó Will, contando hasta diez para no estrangular a su marido. – ¿Por qué se te ha ocurrido que era una buena idea buscar a mi madre, Hannibal?

- Porque te quiero y sé que la ausencia de tu madre es una herida que nunca se ha terminado de cerrar. Si yo tuviera la oportunidad de hallar respuestas o volver a encontrarme con mi familia, no dudaría.

- Aun así, no has leído la carta de Murasaki ni tienes intención de hablar con ella. – Hannibal acusó el golpe, pero lo soportó con dignidad.

- No es lo mismo. Sin embargo, estoy tratando de encontrar la motivación adecuada para abrir su carta. El perdón no es una parte natural de mi carácter, lo sabes. Pero sí que lo es del tuyo. – Hannibal le tendió la carpeta, pero Will no hizo el más mínimo gesto para cogerla.

- Perdón implica relación, deseo de arreglar un daño y arrepentimiento. Mi madre me abandonó nada más nacer y no he sabido nada de ella, nunca. Dudo que recuerde que existo.

- Mis conclusiones muestran lo contrario. – Will le miró, escéptico. – Aparentemente, ha llevado un control bastante exhaustivo sobre tu vida.

- ¿Cómo puedes saber eso?

- Tu madre ocupa un cargo importante que le ha permitido ejercer cierta influencia en tu vida y no ha dudado en hacerlo. Esas acciones dejan rastro para quien sabe sus motivaciones.

- ¿Por ejemplo?

- Me consta que pidió favores para obtener tu sentencia y habló personalmente con el juez Dawes y la fiscal Wendy Vega para convencerlos de que juzgarte era un error. Emprendió una guerra de desprestigio contra Chilton cuando supo cómo te había tratado durante tu estancia en el sanatorio. Ha hundido su carrera con bastante elegancia, he de decir. Y tiene una guillotina pendiendo sobre el cuello de Richard Armitage en el caso de que Jack vuelva a molestarte, por lo que he leído en sus correos.

- Dios mío, ¿Has hackeado sus correos?

- He pedido que lo hagan por mí. Lo cierto es que su autoridad la pone también en una posición de vulnerabilidad digital.

- Tiene que ser alguien importante para asustar a Armitage. Tiene bastante influencia dentro y fuera del FBI.

- Ella tiene más. – Dijo Hannibal con calma, dejando el sobre cerrado sobre su mesa.

- Sabes que eso no es justo.

- Saber quién es ella no te obliga a buscarla o a comenzar una relación, mi amor. Solo quiero que tengas la posibilidad de tener respuestas a preguntas que te has hecho toda la vida. La información es poder, dicen los sabios, pero también es alivio.

Will le miró, reticente, pero finalmente cogió el sobre y lo abrió. Hannibal tenía razón, llevaba toda la vida preguntándose quién era su madre y por qué le había abandonado. Puede que la respuesta no fuera buena, si es que eso existía, pero no sería peor que vivir sin saberlo.

- Isabella Bouvier.

- Senadora por el Estado de Texas. Lo que no es sorprendente, sin embargo. Toda su familia tiene pedigrí republicano desde hace cuatro generaciones. Alcaldes, senadores, congresistas. Y ella es brillante, he de añadir.

- No puedo imaginar a mi padre enamorándose de una republicana. – Murmuró Will, leyendo el expediente.

- Aparentemente, fue un alma libre en su juventud, como tú. Durante su estancia en la universidad de Houston se enroló con varias amigas en una misión de caridad para ayudar a las zonas afectadas por las inundaciones en Luisiana, en el verano de 1967.

- Y así conoció a mi padre.

- Y aquí empieza la auténtica historia. Según he podido oír por conocidos en la ciudad, su padre tuvo que traerla de vuelta a rastras personalmente, dado que Isabella no tenía la más mínima intención de volver. Según cuentan, perdió todo el curso aquel año porque sus padres la internaron en un exclusivo centro para que recuperara la fe y el buen camino.

- Estaba embarazada de mí. – Hannibal asintió.

- Esto entra en el terreno de la suposición, pero no infundada. Conociendo las fuertes creencias religiosas de su familia, a Isabella no se le permitió abortar, quizás ni siquiera ella quisiera hacerlo. El centro la mantenía controlada hasta la llegada del bebé. Fue su hermano, Nolan, el que se llevó el niño según los registros, antes de que el señor Bouvier pudiera llegar. Creo que tu abuelo quiso darte en adopción anónima, pero Isabelle convenció a su hermano para que te llevara con tu padre.

- Pero no puedes saberlo con seguridad. No sabes si la obligaron a deshacerse de mi o si ella lo pidió.

- En realidad, tengo pruebas bastante contundentes de una mala relación. He revisado mítines de campaña del señor Bouvier, de sus hijos y de ella misma. Jamás interactúa con sus padres o a está a menos de dos metros de ellos, siempre separada por sus hermanos Dean, Nolan y Elijah. En su boda con un empresario prominente del sector de las telecomunicaciones, fue su hermano Dean quien la llevó al altar, no su padre.

- ¿Está casada?

- Su marido murió de cáncer de próstata. En el funeral, sus padres se sentaron dos filas detrás de ella y de sus hermanos y no intercambiaron palabra. En el funeral del señor Bouvier, parecía casi alegre, algo que los medios le reprocharon.

- ¿Cuándo murió?

- Hace ocho años, infarto de miocardio. Pero eso no es lo más interesante. Verás, en el año 1995, tu madre ya despuntaba en la política nacional. No te sorprenderá saber que una de sus primeras medidas fue promover la formación de nuevos cadetes en la Academia del FBI de Quántico con fondos nacionales.

- Sabía que yo daba clase allí. – Afirmó Will.

- Así es. Otro dato interesante es que, en el año 2008, fue la primera senadora republicana en apoyar abiertamente el matrimonio homosexual y el derecho de las parejas a adoptar, a pesar de haber manifestado su rechazo en el pasado. Su voto fue decisivo para la legislación en 2009 en Texas y volvió a votar para blindar su aprobación a nivel nacional. Le costó su cargo en las siguientes elecciones.

- ¿2008? Fue cuando nos encontraste la primera vez. – Hannibal asintió.

- Tu madre asumió nuestra relación como la de una pareja normal y quiso asegurarse de que su hijo dispusiera de los mismos derechos que cualquier otra persona. Con un elevado coste profesional y personal, he de decir. Me consta que perdió varias amistades por esa decisión e, incluso, discutió con sus hermanos.

- Dedicó tanto esfuerzo a protegerme y nunca vino a verme. – Musitó Will.

- Mi apuesta personal es que tu madre y tu abuelo llegaron a un acuerdo. Él no representaría una amenaza para ti o para tu padre, y ella no hablaría públicamente de su embarazo y de haber sido obligada a separarse de su hijo. Ambos tenían mucho que perder.

- Eso lo entiendo, pero él murió hace años, ¿Por qué no tratar de contactar conmigo entonces?

- Creo que temía que su presencia no iba a ser bien recibida. Probablemente suponía que tu padre no te habría hablado bien de ella y temía tu reacción. Treinta y cinco años son demasiados años para pedir disculpas.

Will no lo negó. De hecho, sin saber todo aquello, su reacción habría sido peor que mala. La vida con su padre había sido difícil, por decir algo amable. Beau Graham era un hombre parco en palabras, disciplinado y austero. No había sido un mal padre porque no había sido un padre en todo el sentido de la palabra. Tutor legal era un término que se ajustaba más a la figura que había sido, pero al menos lo había intentado.

- Lo pensaré, pero no te prometo nada.

- Es un regalo, tú decides lo que quieres hacer con él. Solo deseo que esta información ofrezca un poco de paz a tu alma y ayude a cerrar algunas heridas. – Will asintió, permitiéndose relajarse contra el pecho de Hannibal.

- ¿Y si hubieras encontrado que mi madre es una persona horrible a la que no le importo en absoluto?

- No habría dicho ni una palabra al respecto. El propósito de este regalo es hacerte feliz, no dañarte. – Will suspiró y permitió que Hannibal le acunara en aquella cadencia tan relajante que usaba con Mischa.

Will se giró suavemente y besó su marido con amor. A pesar de que habían decidido no casarse hasta que todos sus hijos estuvieran sanos y salvos en casa, para Will él ya era su esposo. Un papel más o menos no le parecía importante.

- ¿Cómo va el caso? – Preguntó Hannibal señalando con la barbilla a las fotografías que cubrían las paredes.

Habían dividido el enorme garaje en dos espacios. En la mitad derecha se encontraba el taller de Hannibal, en el que rehabilitaba las obras de sus carísimos clientes en un entorno controlado. Había instalado todo tipo de controles de luz, temperatura y humedad para mantener todos sus encargos en las mejores condiciones, sin ruidos ni distracciones gracias al aislamiento militar que envolvía todo el espacio.

Justo tras los aparatos de aire acondicionado, en un espacio oculto que parecía parte de la propia estructura, había un moderno congelador con forma de arcón casi vacío a la espera de ser llenado.

En la parte izquierda Will había montado su taller, espacio que compartía con Grace a menudo, pero la parte superior se había reservado para un despacho cerrado con una puerta blindada al que se accedía por unas escaleras de hierro ancladas a la pared. Dotado con cristales polarizados y antibalas, el despacho de Will era casi un bunker al que solo se podía acceder con reconocimiento de retina y en el que guardaba toda la información sobre su trabajo.

- Son dos. Una pareja. Sádicos sexuales. Obligan a las parejas a las que captan a hacerse daño o se lo hacen ellos. Por eso las pruebas son tan difusas, no siempre infringen las heridas ellos mismos.

- ¿Un hombre y una mujer? Poco común. – Comentó Hannibal.

- Lo sé, es muy raro. Sospecho que hay más víctimas, personas solteras a las que uno o los dos puedan engatusar y trabajadores sexuales en sus inicios. Entonces serían ellos los que infringían las heridas.

- ¿ADN?

- Nada de nada, aunque me parece increíble. Estoy seguro de que tienen sexo mientras torturan a sus víctimas. – Will suspiró, agotado. Hannibal movió las manos a sus hombros, masajeando los nudos.

- ¿De quién es el encargo?

- De la oficina del fiscal de Boston, ni más ni menos. Están desesperados. Diez parejas en tres años, todas de buena clase social. Me han ofrecido una suma bastante grande.

- Víctimas de muy bajo riesgo. – Will asintió.

- Estaban de vacaciones. Hacen mucho eso. Acechan cuando las víctimas están alojadas en hoteles o cabañas, lejos de su zona de confort. He estado escaneando la Deep web por si venden los vídeos, pero nada.

- Mantenme informado, mylimasis. Mientras tanto, me congratula informarte de que pronto podrás disponer de hamburguesas y costillas sazonadas con miel. – Will le miró con interés.

- ¿Dónde lo has encontrado esta vez?

- Demasiado cerca de nuestros hijos para mi gusto, me temo. – Will se giró, alarmado. – Hay un nuevo puesto de helados en el centro comercial. No me gustaba como miraba a Beverly, así que dediqué un poco más de tiempo a observarlo e hice algunas averiguaciones. Eric Cleckton, condenado hasta en tres ocasiones por acoso a menores.

Will gruñó, molesto.

- ¿Salimos esta noche? – Hannibal sonrió, besándolo.

- Perfecto, querido. Voy a ir haciendo los preparativos.

- Le daré dinero a los niños para pizza. Esta vez quiero una cabaña junto a un lago, algo donde pueda pescar mientras tú pintas.

- Seguro que encontramos el sitio perfecto.