Capítulo 5. La mañana

Era el desayuno. Ese bello momento del día en que los alumnos de Hogwarts se reunían, todas las casas, en el Gran Salón para compartir los primeros minutos del día descansados y con energías renovadas para compartir un nuevo día de clases.

Harry tomó asiento en la mesa de Gryffindor pesadamente, con ojeras y el cabello revuelto. No había dormido nada la noche anterior. Había vuelto muy, muy tarde a la sala común, por las dudas, y al despertarse había sentido ganas de dormir al menos unas doscientas horas más.

Miró con disimulo a izquierda y derecha de la larga mesa de Gryffindor, asustado de ver a Hermione por allí. Pero no había ni rastros de la chica aún. Ron llegó con sus hermanos momentos después y los tres se sentaron junto a Harry. Este vio entonces que dos chicas iban también con ellos: Parvati y Lavender. Venían con Fred y George, sumidos en una conversación plagada de risitas femeninas, y se sentaron justo delante de Harry.

-Te digo que será el mayor éxito de todos cuando abramos nuestra tienda de chascos y productos mágicos -decía Fred, muy entusiasmado-. Te puedo dejar esta muestra algunos días, Parvati, pero luego tendrás que devolvérmela.

Harry se puso a comer su tocino, distraído, prestando atención a la enorme entrada del salón, sabiendo que tarde o temprano llegaría el momento en que tendría que ver a Hermione a la cara y fingir que sus ojeras no tenían nada que ver con haber vuelto tarde a dormir por haber estado escondiéndose de ella en secreto por todo el castillo.

-Pruébalo, Ron -oyó que decía Lavender, entre risitas.

-Olvídalo, ni de casualidad -le respondía Ron. Harry no tenía idea de qué hablaban. No podía interesarle menos.

-Que lo pruebe Harry -dijo entonces Parvati.

-¡Sí! -coincidía Lavender.

-¿Probar qué? -dijo Harry al oír que lo mencionaban.

-Nada, solo dime un número -le dijo Parvati.

Harry puso atención a los demás, que no dejaban de reír tontamente. Entonces vio que Parvati tenía un pergamino doblado en la mano, con sus dedos introducidos dentro. Era uno de esos juegos que las niñas hacían a veces con trozos de papel, donde anotaban nombres de sus compañeros en un papel doblado, lo movían con sus dedos abriendo y cerrando las boquillas y luego abrían un doblez del papel y salía el nombre de alguien. Harry había visto aquello en la escuela muggle.

-¿De verdad? -dijo Harry, incrédulo, al ver que Parvati esperaba ansiosa por el número de Harry, sin dejar de sonreír. -¿Con tu edad, Parvati?

Eso hizo que Lavender estallara en carcajadas. Fred y George compartieron una mirada y se sonrieron.

-Vamos, Harry, solo dime un número -insistió Parvati.

-Bah. Qué se yo. Siete.

Harry siguió comiendo, distraído, mientras Parvati movía su infantil juego de parejas, abriendo y cerrando las boquillas con los dedos.

-Ahora dime un color.

Harry revoleó los ojos antes de contestar, sin poder creer aquello. Pero entonces algo acudió a su mente. ¿Y si le salía Hermione? Pero qué estupidez. Tenía catorce años, no podía creer que porque el nombre de Hermione fuera a salir allí eso significaba algo… Aun así, lo pensó mejor antes de responder esta vez.

-Azul.

Parvati volvió a mover las boquillas, y entonces quedaron cuatro opciones posibles. Al lado de Harry, Ron engullía su desayuno de forma voraz, mirándolos aburrido.

-Aunque no lo creas, esta cosa tiene los nombres de todos los alumnos de Hogwarts -comentó George-. Todos los mayores de trece años, eso sí. No hemos incluido menores de esa edad.

-No nos pareció prudente -añadió Fred.

-Pero el pergamino solo tiene ocho dobleces -observó Ron.

-Pero está encantado, tonto -le dijo su hermano.

O sea que Fred y George habían hecho aquello. Pues quizás, si de todas las personas en todo Hogwarts, a Harry le salía Hermione, sería una gran, gran señal… ¿O estaba siendo tan infantil como Parvati? Qué extraño era que Fred y George estuvieran interesados en un tonto juego de parejas de niños de ocho años…

-Dime un número del uno al cuatro -finalizó Parvati, expectante-. Y saldrá tu pareja, Harry.

-Dos -respondió él.

Todos pusieron su atención al juego entonces.

Parvati puso su dedo en una de las puntas del pergamino, sonriendo más que nunca. La punta bajo la cual estaría el nombre de la pareja que le había salido a Harry.

-Ahora sabremos exactamente quién es tu cita, Harry -dijo Parvati.

Harry frunció el ceño, confundido.

-¿Cita?

Parvati y Lavender estallaron en carcajadas tan fuertes que toda la mesa de Gryffindor giró la cabeza hacia ellas para ver que pasaba. Fred y George también reían.

-Ron, ¿a qué se refieren? -dijo Harry, volviéndose hacia este.

-Oye, yo no tuve nada que ver -se defendió Ron, que no podía terminar de tragar su tocino, que se había metido todo junto a la boca-. Les dije que esto era una estupidez, tú me oíste. Debiste negarte también, amigo.

-Es un chasco que hemos desarrollado nosotros mismos -dijo Fred, orgulloso-. Tiene un encantamiento que te obliga a ir a una cita con la chica que salga aquí.

-¿Y qué pasa si me niego? -dijo Harry, molesto por haber estado distraído y no haber entendido a lo que estaba accediendo.

-Prepárate para una semana entera en el retrete -dijo George, sonriendo de oreja a oreja.

-El encantamiento hace que, si te niegas, te dé una diarrea muy pero muy fuerte -dijo Fred-. Yo que tú iría a esa cita, amigo.

-Tiene que ser esta misma noche -añadió George-. Debe durar al menos una hora, y tienen que hacer algo romántico en ella. Ya sabes, una cena o algo así.

-¿Y todo eso está detallado en el maldito encantamiento? -dijo Harry, más molesto aún.

-Exacto.

Parvati y Lavender reían como locas.

-¡Ya veamos quién le salió! -apuró Lavender.

-¡Sí! -dijo Parvati, que tenía el dedo fijo en el lugar que había elegido Harry-. Veamos quién es.

Todos se acercaron a espiar en el trozo de pergamino. Harry se puso de pie y quiso asomar la cabeza para mirar, pero Parvati alejó el chasco de su vista mientras ella y Lavender leían el nombre de la persona que había salido.

De pronto, se les borró la sonrisa a ambas.

-¡¿Qué?! -dijo Harry, asustado-. ¿Qué pasa? ¡Ya díganme!

-¿Quién salió? -inquirió Fred, acercándose a ellas y espiando el pergamino-. Oh…

-¿QUÉ? -demandó Harry, más fuerte-. ¿"Oh" qué?

-¿La conocen? -dijo entonces Lavender, mirando a los otros con expresión de decepción.

-No, no tengo ni idea de quién sea -dijo Parvati-. ¿Tú, Fred?

-Jamás había oído de esta chica en mi vida -dijo él, también decepcionado-. Rayos. Estaba confiado en que le saldría la profesora McGonagall. Eso habría sido épico.

-¿Pueden salir profesores? -preguntó Lavender, emocionada.

-¡Ya díganme quién es! -dijo Harry.

-¿Le salió alguna chica al azar que no conocemos? -decía Ron-. Qué porquería de chasco.

-¿Quién me salió? -insistió Harry, pero Parvati no lo dejaba ver el nombre.

-El encantamiento asegura que la persona que le salió es la persona ideal para él -explicó George, orgulloso de su creación-. Si le salió esta chica, es porque es la pareja perfecta para Harry.

-¡¿Pero quién es?! -dijo Harry, furioso de que lo ignoraran.

-A ver, déjame ver eso -dijo George, tomando el objeto y mirándolo de cerca-. No, jamás oí de ella en todos mis años en Hogwarts. ¿Qué me dices tú, Ron?

Ron se acercó y su hermano le mostró el nombre. Harry quiso mirar, pero no le daba el ángulo de visión.

-No -Ron negó con la cabeza-. No tengo idea de quién es.

-¿Alguien tendría la amabilidad de decirme el maldito nombre? -exigió Harry, frustrado. Pero siguieron ignorándolo.

-No es de Gryffindor -sentenció Parvati, asomándose para leer el nombre por enésima vez, pero aún sin mostrárselo a Harry-. Eso te lo aseguro.

-Preguntaré en la mesa de Hufflepuff, quizás sea de allí -George se acercó a la mesa que estaba detrás de él y llamó la atención de un grupito de chicos que estaban desayunando tras él. -Hola, chicos, ¿cómo están? Oigan, ¿alguno de ustedes sabe quién es esta chica?

Unas cinco personas de Hufflepuff se acercaron al pergamino para leer el nombre. Harry se tapó la cara con ambas manos, negando lentamente con la cabeza.

-Tendrá que ir a esa cita -le decía Parvati a Lavender en susurros, pero en un tono que se podía oír perfectamente-. Pobre Harry, ¿y si es una amiga de Eloise Midget? Ya sabes… No tengo nada contra las gorditas, pero, ¿has visto su acné?

-Está fuera de control -respondió Lavender, negando con gravedad.

-No tenemos idea de quién es -respondieron los del grupito de Hufflepuff, negando y sentándose otra vez para seguir desayunando.

-Pregunta en Ravenclaw, quizás sea de allí -dijo otro de ellos.

Fred y George se alejaron al otro extremo del Gran Salón, perdiéndose de vista mientras le preguntaban a todos los estudiantes de Hogwarts que estaban allí desayunando por la misteriosa chica.

-Creo que nadie la conoce, amigo -le dijo Ron, mientras tragaba un pastel de calabaza-. Espero que no sea una Slytherin.

-¿Tú sí me dirás su nombre? -le preguntó Harry, derrotado por la humillación de la situación.

-Claro -Ron le dijo a Harry el nombre de la misteriosa chica, y Harry quedó en silencio unos instantes.

-No tengo la menor idea de quién es -admitió, apesadumbrado-. Jamás oí de ella.

-Yo tampoco -Ron se encogió de hombros mientras comía-. Pero quizás sea linda, amigo. No te preocupes. En el peor de los casos es solo una cita y ya. Fred y George solo quieren probar su chasco para ver si funciona bien, eso es todo.

-¿Ella también tendrá diarrea si no se presenta? -preguntó Harry, preocupado de que la chica lo dejara plantado.

-Sí, creo que sí -dijo Ron.

-Eso es terrible, porque yo al menos accedí a jugar a esto, pero ella…

En ese momento, Harry vio que Ginny entraba al Gran Salón charlando con alguien, y se encogió en su asiento. Hermione era esa persona que venía con ella.

Se moría de nervios, pero trató de aparentar normalidad. Hermione y Ginny llegaron hasta donde estaban ellos y Ginny siguió de largo, para encontrarse con unas amigas que estaban en el otro extremo de la mesa. Hermione, en cambio, se sentó justo allí junto a Harry, y se lo quedó mirando muy sonriente.

-Hola, Harry -le dijo con un tono de voz que estaba cien por ciento fuera de lo normal.

Tranquilo, se dijo él a sí mismo, tratando de mantener la cordura. Quizás sea coincidencia… Quizás su tono de voz sea coincidencia… Y la forma en la que te está mirando así, fijamente, sin dejar de sonreír…

No le quedó alternativa. Tuvo que devolverle la mirada. Tragó saliva antes de hablar. Tenía que fingir naturalidad. Ella no tenía pruebas. Eso era lo importante. No tenía pruebas, y debía recordarlo.

-¿Pasa algo? -le preguntó, fingiendo confusión por su extraña mirada.

Ella sonrió aún más.

-¿Dormiste bien?

-Sí -dijo él de inmediato. Aunque sus ojeras decían lo contrario, claramente.

-¿Cómo te fue anoche?

La pregunta era por demás extraña. Harry ya no tenía ni un mínimo de dudas: Hermione sabía exactamente que había sido él el espía, y estaba intentando sacarle una confesión.

Pero no la obtendría. Se haría el estúpido, hasta las últimas consecuencias.

-Me fue bien -dijo él, encogiéndose de hombros como si no entendiera la pregunta-. Ya sabes, en la práctica de Quidditch.

-Oh, claro -ella revoleó los ojos y volvió a fijarlos en él. No comía. Todo su interés estaba puesto en Harry. Ron, del otro lado, no parecía darse cuenta de nada. El correo acababa de llegar y estaba buscando su lechuza con la mirada, para ver si le llevaba algo. -¿Y luego?

-Pues… nada. Estaba cansado por la práctica. Me acosté temprano, aunque me costó dormirme, la verdad. Por eso las ojeras.

Estaba inventando todo aquello. Se puso a comer tocino, a pesar de que no tenía más hambre, para ver si lograba quitarse la mirada de Hermione de encima.

-Yo he tenido una noche excelente -dijo ella.

¿Por qué insistía? No había sido excelente, había intentado atacarlo y habían tenido una persecución. Claramente estaba inventando eso ella también para seguir hablando sobre la noche anterior y ver si Harry caía en la trampa.

-¿De verdad? -dijo él, decidiendo seguirle el juego solo un poco. -¿Qué ha ocurrido?

-Oh, no dije que haya ocurrido nada -dijo ella, jugando con su cabello-. Bueno… la verdad es que sí.

Ron no les hacía ni caso. Había recibido una carta de su madre y la leía con atención.

Harry no respondió. Siguió comiendo, sintiéndose cada vez más incómodo y nervioso.

-Me ha ocurrido algo fantástico -dijo ella entonces, y Harry notó un cambio en su tono de voz. Estaba bajándolo, hablando cada vez más en susurros, de forma que solo Harry pudiera oírla. -Algo que me ha… encantado. ¿Sabes?

Aquello último lo susurró directo en el oído de Harry, con sus labios prácticamente pegados a este, y todos los bellos de la nuca de Harry se erizaron a la vez. Se atragantó con el tocino, sin poder creer lo que había oído.

-¿Cómo…? ¿Cómo dices?

Hermione sonreía y lo miraba de una forma extraña, hasta seductiva. Volvió a hablarle en ese tono de voz tan bajo y extraño.

-Me gustaría discutirlo contigo, si estás de acuerdo.

-¿Discutirlo?

-Sí -dijo ella, y entonces hizo algo que casi provoca que se desmaye: apoyó una mano en su brazo-. Esta noche. ¿Qué dices?

Harry sintió que el mundo entero quedaba de cabeza. ¿Estaba soñando? Tenía que estar soñando. No había otra explicación.

-Está bien -dijo entonces, asintiendo, más nervioso de lo que hubiera estado en su vida.

La sonrisa de Hermione aumentó, y también la forma extraña en que lo miraba.

-De acuerdo -dijo ella, jugando con su cabello en su mano libre-. Nos veremos en el pasillo del quinto piso a las nueve en punto, frente al baño de prefectos.

Hermione estaba por ponerse de pie cuando se volvió a inclinar sobre él, para añadir algo más en un susurro extremadamente bajo, directo en su oído.

-Creo que no necesito decirlo, pero… ve solo.

Y entonces se marchó del Gran Salón, sin desayunar.

Harry se quedó totalmente inmóvil, con el tenedor en la mano. Sentía que acababan de coronarlo Campeón del Mundo Mágico, o alguna cosa así. Aquello era totalmente increíble, no podía concebirlo en su mente. Se sentía totalmente irreal…

¿Hermione acababa de decir que le había encantado lo de la noche anterior? ¿Qué le había parecido fantástico, y quería "discutirlo" con él? Además, esa reunión… a las nueve de la noche… frente al baño de prefectos justamente, un lugar íntimo con una bañera enorme llena de sales y cosas exóticas… ¿Cuáles eran los planes de Hermione?

Entonces, aquella euforia que lo había invadido fue reemplazándose lentamente por los nervios. Los nervios y el miedo.

Oh, no… ¿Qué voy a hacer?

Harry era virgen. No tenía ni idea de cómo hacer eso. ¿Y si Hermione pensaba que él era alguien experto, hasta con experiencia, y confiaba en que ya supiera todo lo que había que saber para tener sexo? Pero Harry no tenía la menor idea de nada. ¿Qué rayos iba a hacer?

-Mamá te manda saludos -dijo Ron, aburrido, al acabar su carta, y se sirvió aun más tocino, a pesar de que había comido un montón-. Parece que tuvieron una plaga de doxies, ¿sabes?

Pero a Harry le importaban una mierda los doxies. Acababa de entrar en pánico. Aquello era terrible.

-¡Oye, Harry! -dijo entonces Fred, llegando hasta donde estaban ellos y plantándose ante él-. Casi olvido decírtelo. ¡Ya encontramos a la chica!

-¿De verdad? -dijo Ron.

-Sí, era de Ravenclaw -explicó Fred-. Te verá esta noche, Harry. A las nueve. No llegues tarde.

Harry se quedó aun más inmóvil, si eso era posible.

-¿Cómo…?

-Por favor, no le cambies el horario ni nada, fue muy difícil explicarle a la pobre chica que si no asistía a tu cita pasaría una semana en el retrete.

-Sí, al principio no nos creía -añadió George, que acababa de llegar también-. Es linda, Harry. Bah, está bien, ¿no, Fred?

-Sí, yo creo que está bien -dijo Fred-. Quizás te enamores, ¿quién sabe? Nuestro chasco no puede fallar. Es la chica para ti.

-Te estará esperando en la base de la torre Ravenclaw. Le dijimos que tú te encargarías de todo, Harry, que planearías la velada y te fijarías en todos los detalles. ¿A qué te hicimos quedar bien, eh? -George le guiñó un ojo, contento.

-Sí, le dijimos que tenías planes estupendos para la mejor cita romántica de su vida -dijo Fred.

-La mejor -enfatizó George.

-Bueno, mejor nos vamos.

-¡Adiós, Harry!

Los gemelos se alejaron, cambiando de tema, y dejaron a Harry allí solo, inmóvil y en silencio en su asiento.

Aquel había sido un desayuno totalmente anormal.

-¡Wow! -Ron acababa de mirar la hora-. ¡Estamos llegando tarde a clases, Harry! ¿Cómo no me dijiste nada?

Harry sentía que explotaría en cualquier momento. ¿Cómo Ron podía pretender que…?

-Olvídalo, vamos.

Ron recogió su mochila, y estaba por marcharse cuando se volvió a la mesa para tomar un último pastel de calabaza, que se llevó en la mano. Harry fue tras él, caminando como un zombie, apenas consciente de su entorno.

No tenía idea de quién era esa chica. No podría avisarle del problema con el horario. Y de ninguna forma cancelaría su cita con Hermione. ¿Qué iba a hacer? ¿Cuánto tiempo tenía que pasar luego de dejar plantada a la otra chica para que comenzara la diarrea?

Todas esas preguntas se fueron con él por la salida del Gran Salón.