Capítulo 13. Hogsmeade (parte 1)

Era sábado, y los alumnos de Hogwarts lo sabían. La mañana fue perezosa, con todos levantándose para desayunar a cualquier hora. Incluso los elfos domésticos parecían tener pocas ganas de trabajar ese día, porque Ron ya llevaba media hora sentado a la mesa de Gryffindor y la comida aun no aparecía.

-¡Me muero de hambre! -empezó a gritar en un momento, golpeando la mesa con sus cubiertos. Harry, a su lado, ojeaba la portada de El Profeta sin prestar mucha atención al contenido.

-Señor Weasley, tenga paciencia -murmuró la profesora McGonagall, pasando junto a ellos por la larga mesa-. No tiene idea de lo sacrificada que es la vida de esos pobres elfos para que usted pueda desayunar cada día.

-Pues que se apuren, o bajaré a darles una visita no muy amistosa…

-¡Ron! -dijo la voz de Hermione, con tono de reprimenda. Harry sintió que le daba un vuelco en el pecho. No había pasado demasiado tiempo con ella desde la noche en que habían estado juntos, y se sentía muy extraño tenerla allí al lado.

-¿Qué? -dijo Ron, mirándola con enfado-. ¡Tengo hambre! ¿Qué nadie me entiende?

La profesora McGonagall puso los ojos en blanco y siguió caminando hasta la mesa de los profesores. En ese momento, como si los elfos hubiesen oído a Ron, la mesa entera se llenó mágicamente de comida a tope. Había de todo: pan, pudín, waffles, hot cakes, torta de calabaza, panqueques, panceta ahumada, frutas, cereales… y la lista seguía.

-¡Por fin! -dijo Ron con júbilo, clavando su tenedor en lo primero que vieron sus ojos.

Hermione lanzó un suspiro de fastidio mientras se sentaba del otro lado de Harry.

-¡Hola, Harry! -lo saludó, sonriente-. ¿Cómo estás?

-Bien, ¿y tú? -dijo él, sintiendo que su pulso se aceleraba.

-Muy bien.

Hermione parecía excepcionalmente contenta esa mañana. Se empezó a servir comida también, y su fastidio hacia Ron por hablar mal de los elfos domésticos fue tan suave que Harry concluyó en que definitivamente algo habría pasado, o simplemente Hermione estaría de mejor humor que nunca. Normalmente, ante un comportamiento así por parte de Ron, se habría marchado enfadada, haciendo huelga de hambre tres días seguidos y sin hablarle a Ron por un mes.

¿Qué estaría pasando allí? ¿Quizás se debiera a…? Se ruborizó, mientras recordaba la noche que habían pasado juntos, solo dos días atrás. ¿Sería que Hermione estaba de buen humor por haberlo hecho con Harry, en el baño de prefectos? ¿Tendría relación con eso? ¿O solo era su mente infantil queriendo ilusionarlo vanamente?

-Hoy hay visita a Hogsmeade -dijo Hermione, comiendo muy contenta-. ¡Lo había olvidado! Tengo muchas ganas de ir a pasear hoy.

Sí. Definitivamente, lucía mucho más feliz de lo normal.

-Yo también -dijo Harry, sonriendo. Lo cierto era que, por dentro, él también se sentía mucho mejor desde aquella noche que habían pasado juntos. Era como si algo nuevo y maravilloso se hubiera apoderado de su mente, iluminándolo todo. Ahora que se detenía a pensar al respecto, se dio cuenta de que se sentía fantástico.

-Yho tgambfién egstoy muy feggliz -dijo Ron con toda la boca llena, escupiendo un poco de pudín al hablar. Harry se puso aun más contento al oír esto: quizás ya se le había pasado a Ron el mal humor por haber tenido su primera vez "prestada" por Harry.

Era un nuevo día, para pasear juntos y pasarlo bien.

Luego del desayuno, los tres salieron a los terrenos exteriores, charlando animadamente. Por un lado, Hermione estaba tratando a Harry con la misma naturalidad de siempre, como si nada hubiera pasado entre ellos. Pero, al mismo tiempo, pensó Harry, eso estaba bien: habían acordado hacerlo como amigos, nada más. Y no contárselo a nadie, ni siquiera a Ron. Por lo tanto, lo más lógico era que ahora, sobre todo en presencia de él, se trataran como toda la vida; como si nada hubiera pasado.

Salieron por las verjas de hierro y anduvieron caminando hacia Hogsmeade los tres juntos. Había nevado a la noche, y el camino estaba cubierto de la blanca nieve, fresca y crujiente bajo sus zapatillas. Hermione charlaba muy animada todo el tiempo. En un momento, rodeó a Harry y Ron en brazos, mientras reía de un chiste que ella misma había contado.

-Harry, creo que ya sé por qué los elfos se demoraron en servir el desayuno hoy -dijo Ron, mirando a Hermione con el ceño fruncido-. Deben haber volcado por error un montón de vodka de fuego en lo que sea que se sirvió Hermione.

-¡Cállate! -dijo ella, riendo.

Llegaron al pueblo de Hogsmeade, que estaba cubierto de nieve sobre los tejados de todas sus casitas y negocios. Se abrigaron los tres, apretando sus bufandas con los colores de Gryffindor en sus cuellos y cerrando sus camperas hasta arriba.

-¿Vamos a Zonco? -sugirió Ron, mientras caminaban por la calle principal-. Quiero ver unas cosas.

Fueron al negocio, que estaba repleto de niños de Hogwarts. Además, vieron a algunos de Durmstrang y Beauxbatons, que lucían maravillados por el lugar.

-Miren esto -dijo Ron, recorriendo las góndolas-. Hay toda una nueva colección de caramelos de moco. Fred y George me hablaron de esto…

Mientras Ron miraba los caramelos de moco, Harry siguió solo por las góndolas hasta el fondo del local. Había una cortina turquesa que no había visto antes, y por algún motivo solo vio chicos grandes, más o menos de séptimo, metiéndose tras ella. Intentó colarse él también, pero un empleado le bloqueó el camino.

-¿Tienes diecisiete?

-Sí, claro -mintió Harry.

-No pareces de diecisiete -dijo el empleado, mirándolo con ojos entrecerrados-. No puedes entrar ahí.

-Claro que tenemos diecisiete -dijo entonces una voz tras él. Harry se volvió y vio que Hermione se había acercado a él. -¿No sabes quién es él? Es Harry Potter, Campeón de Hogwarts en el Torneo de los Tres Magos.

-Oh… -dijo el empleado, rascándose la barbilla-. Sí, es cierto. Ahora lo reconozco.

-Solo los de diecisiete entran en ese torneo -dijo Hermione.

-De acuerdo, pasen -dijo el empleado, abriendo la cortina.

Harry y Hermione se metieron por allí, en el caso de ella conteniendo la risa.

-Wow, ¿quién eres y qué has hecho con Hermione Granger? -bromeó Harry. Sí que estaba rara ese día.

Hermione siguió sonriendo mientras miraban las estanterías de esa parte del local. Todas estaban iluminadas por una luz roja, y había muy poca gente caminando entre ellas, en comparación con el resto del local.

-¿Qué habrá aquí para que no dejen pasar a…? -empezó Harry, hasta que sus ojos se detuvieron en una caja con el dibujo de un enorme consolador. -Oh… -exclamó, comprendiendo.

-Mira esto -dijo Hermione, que reía tontamente de una forma muy poco común en ella, tomando de una estantería algo que parecía una gelatina en un paquete verdoso. Leyó la descripción del producto: -Fluido de pegado de cuerpos. Se adhiere a la piel, ¡incluso a través de la ropa! Si entra en contacto con la piel de dos magos o brujas, pegará ambos cuerpos el uno con el otro. La única forma de despegarlos será con… Oh, válgame.

-¿Con qué? -preguntó Harry, intrigado. Hermione lucía impresionada.

-Con semen -finalizó.

-Puaj, qué horror.

-Mejor compra uno, Harry -dijo Hermione, empujando un paquete en el bolsillo frontal de la campera de él.

-Oye, ¿qué haces? -dijo él, riendo también.

Salieron de aquella zona juntos, y se chocaron con Ron luego de cruzar la cortina.

-¿Qué hay ahí adentro? -preguntó él, curioso.

-Cosas para adultos -dijo Hermione, aun sonriente-. Tú eres muy pequeño, Ron.

Y se marchó de la tienda hacia la calle exterior, sin dejar de reír.

-¿Muy pequeño? -dijo Ron, sorprendido-. Harry, ¿estás seguro de que Hermione no se fumó algo en el dormitorio de Lee Jordan esta mañana?

-No lo sé -admitió él, saliendo del negocio tras ella.

Finalmente, luego de recorrer un poco más, decidieron ir a donde siempre iban cuando se cansaban de caminar por el pueblo: Las Tres Escobas.

Todo el frío del exterior desapareció al cruzar las puertas del pub. En su lugar, fueron recibidos por un calor hermoso, que parecía acariciar la piel. La gente se congregaba en las mesas, y Madame Rosmerta andaba entre la multitud sirviendo bebidas a todo el mundo. Había una hoguera crepitando contra una pared.

-Qué hermoso es esto -dijo Harry, sonriente, quitándose la campera.

Fueron los tres juntos hasta una mesa junto a una ventana, justo a tiempo para ver cómo comenzaba a nevar afuera. Los copos de nieve caían sobre todos los alumnos de las tres escuelas, que disfrutaban de la tarde de sábado allí.

Hermione y Ron también se quitaron las camperas y las dejaron en el respaldo de sus sillas. Madame Rosmerta se acercó a ellos para tomar su orden.

-¡Hola! ¿Cómo está mi Campeón favorito de Hogwarts y sus amigos? -preguntó, contenta.

Harry se sonrojó. Madame Rosmerta siempre era amable, pero nunca lo había sido tanto.

-Muy bien -le respondió Harry, sonriéndole.

Ron la miraba con disimulo. Madame Rosmerta siempre le había gustado. Después de todo, la bruja tenía unos pechos y un trasero enormes, que no se molestaba en ocultar demasiado con sus camisetas que solían ser escotadas, incluso con ese frío, debajo de su campera abierta hasta el pecho; y con sus calzas ajustadas que marcaban todo el contorno de su trasero.

-Pediremos tres cervezas de manteca -dijo Hermione.

-Claro que sí, bombón -dijo Madame Rosmerta, sonriéndole muy ampliamente. Asintió y se marchó.

La sonrisa de Hermione, sin embargo, flaqueó un poco.

-Qué extraño…

-¿Qué ocurre? -dijo Harry, mirándola a ella y luego a Rosmerta, que iba hacia la barra.

-No, nada… -Hermione parecía pensativa-. Solo es… la forma en que me miraba… Bah, olvídalo.

Siguieron charlando, hasta que la camarera regresó con sus cervezas. Entonces empezaron a beberlas, sintiendo cómo el sabor a mantequilla les calentaba el cuerpo por dentro.

Harry se dio cuenta de que varias personas, en las otras mesas, se volvían para mirarlos. Hermione parecía haberlo notado también, porque frunció el ceño.

-¿Por qué nos miran? -susurró.

Ron no pareció darle importancia.

-Pues ya oíste a Rosmerta -dijo, mientras bajaba su vaso lleno de espuma-. Estamos con uno de los Campeones de Hogwarts, ¿no es así? Por eso miran.

-No… -Hermione miraba ceñuda, y ya no sonreía-. Es algo más…

Harry sintió que el sudor caía por su frente. Él estaba totalmente de acuerdo con Hermione, pero no lo dijo: aquello era otra cosa. La gente cuchicheaba en voz baja, reía y luego se volvían a mirarlos, a ellos tres. Entonces reían de nuevo, cuchicheando aún más bajo…

Ya había visto ese tipo de comportamiento antes en los alumnos de Hogwarts, y no auguraba nada bueno: la última vez que había pasado, había sido porque Rita Skeeter había publicado estupideces sobre Harry en la revista Corazón de Bruja. Y esto tenía pinta de ser algo así…

Hermione se tapaba la cara con disimulo, mientras bebía su cerveza. La gran mayoría de las miradas parecían estar clavadas en ella.

-¿Qué carajo habrá publicado Rita Skeeter ahora? -susurró Hermione, que sonaba incómoda.

-Ignóralos -dijo Harry-. Es lo que siempre dices, ¿verdad? Ignorarlos. Como si no existieran.

Pero entonces, un chico que Harry reconoció como uno de quinto de Slytherin se puso de pie en medio del pub, mirándolos sonriente, y gritó en voz muy alta:

-¡Oigan, ustedes dos! ¡Potter y Granger! ¡Felicidades!

Muriéndose de risa, el chico volvió a tomar asiento, mientras todo su grupito se desternillaba de la risa a su lado.

El color desapareció simultáneamente de los rostros tanto de Harry, como de Hermione, como de Ron.

-¿De qué rayos habla? -susurró Hermione, con la voz temblando.

No tuvieron que esperar demasiado para enterarse. Una chica, también de Slytherin, hizo bocina con las dos manos desde otra mesa lejana y gritó, aún más alto:

-¡UN APLAUSO PARA POTTER Y GRANGER, QUE YA PERDIERON LA VIRGINIDAD JUNTOS!

El vaso de cerveza de manteca resbaló de la mano de Hermione y se volcó sobre la mesa, derramando la bebida todo sobre la mesa y chorreando hasta sus pies.

-¡Sí! -gritó otro chico, en otra parte del pub-. ¡Un aplauso para la parejita!

De pronto, la mitad del pub empezó a aplaudir muy fuerte. Todos los miraban y se reían, mientras aplaudían.

-¡Felicidades, Potter! -decía una chica con expresión de asco. Pero ahora Harry ya no podía distinguir ni de qué casa era, porque su visión se había puesto nublada, producto de la conmoción. -¡Ya eres hombre!

-¡Sí, felicidades! -gritó alguien más.

Medio pub reía mientras los señalaba. Hasta Madame Rosmerta aplaudía, tras la barra. Ron se había tapado la cara con ambas manos, y Harry lucía como si acabaran de golpearlo en medio de la cara con una bludger. Hermione, por otro lado, estaba pálida y con aspecto ausente, como si su mente hubiese quedado en blanco.

-Será mejor que nos vayamos -sugirió Ron, poniéndose de pie.

Los otros dos fueron tras él, como por inercia. Tomaron sus camperas, dejaron las cervezas sobre la mesa por la mitad y empezaron a marcharse de allí, pasando entre todos los estudiantes que reían de ellos y les gritaban cosas, o les silbaban.

-¡Oigan, no se vayan! -oyeron que alguien les gritaba, en medio de todo el estruendo-. ¡No tan rápido, queremos ver alguna demostración de sexo primero!

Y luego más risas, y más carcajadas.

-¡Oye, Hermione! -gritó una voz femenina a sus espaldas, cuando estaban por llegar a la salida-. ¡Con esa cara de intelectual, quién hubiera dicho que fueras tan puta!

Harry se volvió hacia la voz, sacando su varita del bolsillo, pero Ron lo detuvo, sosteniéndole el brazo.

-Vámonos -dijo, tirando de él-. No vale la pena.

Salieron al frío exterior, alejándose tan rápido como pudieron de allí. Doblaron por una calle poco transitada, y luego de dar solo unos pasos, Harry tuvo que correr, porque Hermione se estaba alejando no solo de Las Tres Escobas sino también de ellos dos.

-¡Hermione! -gritó Harry, alcanzándola y tomándola del brazo por detrás-. ¡Espera!

Cuando ella se volvió hacia él, el corazón de Harry se detuvo: Hermione estaba llorando.

-¿Cómo pudiste?

La voz de Hermione salió en un susurro, ahogado por el llanto. Su rostro estaba rojo. Mientras tanto, los copos de nieve caían sobre ellos, uno tras otro.

-No… -tartamudeó Harry, sin saber qué decir-. No… No es lo que piensas.

-No quiero volver a verte nunca más -le dijo Hermione, apartándole la mano de un tirón-. Nunca.

Y se marchó de allí, metiéndose por un callejón donde no había nadie y perdiéndose de vista.

Harry se quedó allí solo, con la nieve cayéndole en la cabeza. Esta vez no la siguió. Su respiración se hacía cada vez más lenta. La realidad iba cayendo sobre él, y aquel día que había arrancado tan bien ahora era una pesadilla que lo aplastaba contra la nieve del suelo.

-Lo siento, amigo… -dijo la voz de Ron, que se acercaba a él por detrás.

Ahora fue Harry el que se volvió hacia él, y había un profundo rencor en su rostro.

-Esto es tu culpa -le espetó, furioso.

-¿Qué? -dijo Ron, incrédulo.

-¡ESTO ES TU CULPA! -repitió Harry, arremetiendo contra él y dándole un empujón-. ¡Confié en ti! ¡Ella no quería que te lo diga, pero confié en ti!

-¡Yo no le conté eso a todo el colegio!

-¡Pero sí se lo dijiste a tus hermanos! ¡Sabías que no mantendrían la boca cerrada, y aún así les dijiste todo!

-¡Oye, no te desquites conmigo! -gritó Ron-. ¡Ellos nos ayudaron en primer lugar, ¿no lo recuerdas?! ¡No habrías podido hacer nada con ella si no fuera por la ayuda de ellos!

-¿Vas a defenderlos, Ron? ¡¿De verdad?! ¡Los hijos de puta le han dicho todo a todo el puto colegio…!

-¡Oye, lávate la boca antes de hablar de mis hermanos! -gritó Ron, sacando su varita-. ¡Y de mi madre!

-¡HABLO LO QUE ME DA LA GANA DE TU PUTA MADRE!

Harry estaba fuera de sí. Y Ron también. Lo apuntó con su varita y le lanzó un maleficio aturdidor. Pero Harry fue más rápido. Lo esquivó, apuntó a Ron con la suya y le lanzó un maleficio de parálisis.

-¡Oigan, ustedes!

Alguien se acercaba corriendo, habiendo visto los destellos de las varitas.

-¡Deténganse!

Era la profesora McGonagall. Harry y Ron, que se apuntaban mutuamente con la varita mientras luchaban por recuperar el aliento, dejaron de atacarse al ver a la profesora. Pero sus miradas de odio seguían clavadas en el otro.

La profesora, que había cruzado la nieve corriendo hacia ellos, tenía los ojos desorbitados.

-¿Potter? ¿Weasley? ¿Qué se supone que es esto?

Ninguno de los dos dijo nada. Se limitaron a bajar sus varitas, sin dejar de mirar al otro con esa expresión de profundo odio.

McGonagall miró a uno y luego al otro.

-¿Van a decirme qué demonios es esto?

-Nada, profesora -dijo Harry, finalmente, con la voz sombría-. Discúlpenos.

Ron no agregó nada. La profesora McGonagall siguió mirándolos, y finalmente lanzó un resoplido.

-Miren, solo vayan a algún lugar cubierto y abríguense de este frío… Y no los castigaré.

-Gracias, profesora.

Pero Harry y Ron no fueron a ningún lado juntos. Ron se marchó hacia la calle principal, pero Harry dio la vuelta y se fue hacia el lado opuesto.

Sin saber ni a dónde ir, se marchó en busca del lugar más solitario y abandonado que hubiera en ese pueblo.