Capítulo 18. ¿Este es tu Campeón?
Draco Malfoy estaba en su dormitorio de la sala común de Slytherin. Sus compañeros tenían órdenes estrictas de no acercarse, así que estarían solos allí. Él y Hermione. Ella era suya, y esa noche sería la última en la que estarían juntos.
Así era el plan.
Ella respiraba de forma entrecortada. Su pecho desnudo se hinchaba en sus manos. Parecía nerviosa… ¿Sería porque percibía sus perturbaciones? Lo miraba a los ojos, muy fijamente. Hermione estaba entregada a él. Su cuerpo era vulnerable en sus brazos. Sus brazos y piernas descansaban en la cama, extendidas a un lado, para él. Su cabello castaño caía en la almohada. Su rostro precioso lo observaba en la oscuridad del dormitorio.
Malfoy se inclinó sobre ella e inhaló el delicioso e intoxicante perfume de su piel. Apoyó sus labios sobre la piel de sus pechos y dejó que su nariz la rozara mientras recorría su cuerpo a besos…
La mentira había acabado para él. Ya no se negaba la realidad a sí mismo: sentía algo por ella.
Pero no podía hacer nada… absolutamente nada al respecto. Tendría que vivir con esto.
Le dio un beso sobre los pezones. Ella pareció disfrutarlo. Ahora ella le acariciaba el cabello rubio con sus delicadas manos. Las manos de Malfoy la sostenían por la espalda. Sentía la textura de su suave piel en los dedos. Gozaba del roce con la piel de Hermione y de recorrer el cuerpo desnudo de la chica con sus manos y labios, con caricias…
Mientras la besaba en los labios, descasando su pelvis sobre ella, sintiendo sus genitales rozándose con los de ella y sus piernas enredándose juntas entre las sábanas, acarició su suave cabello castaño también y pensó que se moría de ganas de que las cosas no fueran así… de que esa no fuera la última noche juntos… Moría de ganas de tenerla en sus brazos mucho tiempo, mucho más tiempo…
¿Por qué…? ¿Por qué había sido tan estúpido…?
Una lágrima cayó por sus ojos azul grisáceos mientras penetraba a Hermione lentamente. Esta rodó por su rostro y luego cayó sobre el cabello de ella, que descansaba bajo él.
La penetró bien profundo, tratando de exprimir cada segundo de ese momento, de disfrutar cada mínimo instante de esa última vez con ella…
Lo siento, Hermione… pensó, en una cruel desesperación. Lo siento tanto…
La penetró más y más, poniendo toda su pasión en ello. Otra lágrima le cayó sobre ella y cerró los ojos con fuerza, a medida que los tres juramentos inquebrantables que había hecho resonaban en su mente como una cruda sentencia de muerte, implacable, descorazonada, inapelable y cruel:
"¿Juras que nunca te pondrás de novio con Hermione Granger ni contraerás ningún tipo de relación romántica formal con ella a largo plazo, traicionando a la pureza de sangre?"
No había jurado que no se enamoraría de ella. Montague había sabido que no podía hacerle jurar algo así, porque podría no depender de él. El juramento implicaba no ponerse de novio con ella, no formalizar una relación, no estar con ella a largo plazo. Su tiempo con Hermione tenía que ser limitado, sí o sí. Si intentaba prolongarlo, entonces él, Draco, moriría.
Por eso esta tenía que ser la última vez. La última noche. Ya había estado muchos días con ella y había estirado el juramento todo lo posible… Pero era arriesgado intentar continuar.
La penetró otra vez, mientras ese pensamiento permanecía firme en su mente.
¿Juras que no usarás mi sabiduría sexual para traicionar a la pureza de sangre y a los Slytherin, pasándote al bando de los Gryffindor y los sangre sucia?
Es decir que no podía utilizar el conocimiento de Montague a favor de gente de Gryffindor, o de hijos de muggles.
Qué gran ayuda, pensó amargamente. Menudo conocimiento me dio Montague, desmayándose y acabando en la enfermería en la primera lección…
Los juramentos habían sido totalmente en vano. No habían tenido ningún sentido, ninguna utilidad… Quitándole ahora toda posibilidad de estar con ella…
La penetró de nuevo, mordiéndose los labios con fuerza hasta que sintió sangre en la boca. Quería sentir dolor. Quería ser castigado por su imbecilidad…
¿Y juras solemnemente que, luego de acostarte con Hermione Granger, traicionarás a la chica, como parte de un plan, y no tendrás nada que ver con ella románticamente, jamás?
Este era el juramento que más le dolía. El que más lo lastimaba. Había jurado literalmente traicionar a Hermione, usarla como parte de un plan. El único plan que tenía sentido usar era el que originalmente había pensado, contra Potter. No tenía sentido querer cambiar eso ahora. Y estaba obligado a hacer algo que lastimara a Hermione, que la "traicionara".
En resumidas cuentas, estaba obligado a continuar con su plan.
Estaba obligado a comprarle las fotos a Rita y usarlas para destruir a Potter.
Y sabía que, luego de hacerlo, Hermione no volvería a acercársele nunca más. Sabía que lo odiaría para siempre. Odiaría que le haya mentido, que la haya engañado haciéndole creer que su elfo doméstico estaba por morir y que necesitaba ayuda, cuando en verdad solo quería el oro para comprar unas fotos comprometedoras de Potter…
Y era necesario que ella lo supiera. Era necesario que Hermione lo odiara. Que sintiera su traición... Porque, si no traicionaba a Hermione, entonces moriría.
Ese último juramento, ese último y maldito, puto juramento, había sido el que cavó su tumba y lo sostuvo en el aire sobre ella, amenazándolo con dejarlo caer en un pozo de muerte.
La penetró aun más fuerte, otra vez, clavando sus uñas en la piel de ella sin darse cuenta. Sintiendo una ira creciendo dentro de él. Una ira mezclada con angustia, dolor y desconsuelo…
Hermione emitió un pequeño gemidito y le apretó los brazos también.
-¿Estás bien? -le susurró al oído, mientras gemía producto de la penetración.
Malfoy supo que ella lo había visto llorar.
-Sí, lo siento, es que… es que me he emocionado -dijo él.
Ella lo besó en los labios muy fuerte, abrazándolo y permitiendo que él la penetrara con aún más intensidad. Debía pensar que Malfoy se había emocionado por hacer el amor con ella. Debía pensar que sus lágrimas eran por los sentimientos que él tenía por ella…
¿Y acaso no son por eso?, dijo la nueva voz en su mente.
…
La luz de la mañana cayó sobre Londres. Los autos pasaban por las atiborradas calles. Los magos y brujas caminaban rápidamente por el Callejón Diagon, haciendo compras y dirigiéndose al banco de Gringotts, que se alzaba sobre una esquina. Subían por sus escalinatas de entrada e ingresaban por sus grandes puertas flanqueadas por dos duendes uniformados hacia el vestíbulo, una sala pequeña anterior al salón principal, donde además había chimeneas.
En una de esas chimeneas, se encendió un fuego color verde esmeralda y Harry Potter apareció, girando en el lugar y luchando por mantener el equilibro.
Consultó su reloj: Era temprano, muy temprano. Si se apuraba, podría regresar a la sala común de Gryffindor antes de la primera clase de la mañana.
Harry atravesó el vestíbulo del banco de magos y luego cruzó el salón principal, pisando con sus zapatillas sobre el mármol del suelo.
Se acercó a uno de los duendes que atendían tras altos mostradores.
-Hola, buen día.
-Buen día -dijo este, alzando la mirada por encima de unos lentes redondos.
-Quisiera ir a mi bóveda, la número 687 -dijo Harry.
Había pilas de oro, plata y bronce en el suelo de la bóveda de Harry, brillando a la luz de la antorcha del duende que esperaba en la puerta. Harry se acercó, se agachó y empezó a meter monedas de oro en una bolsa, hasta contar mil galleons.
Entonces, la bolsa de oro fue guardada en la mochila del chico, que luego fue colgada a su hombro.
Más tarde, Hermione caminaba hacia su primera clase de la mañana: Encantamientos, con los de Ravenclaw. Dobló un recodo y vio el tumulto de alumnos esperando fuera de la puerta para ingresar. Sin embargo, antes de que pudiera acercarse más, alguien la tomó del brazo por detrás.
Se volvió y se encontró cara a cara con Harry.
-Harry… -dijo ella, quedándose sin aliento de pronto.
-No te molestaré, solo quería darte algo -dijo él, señalando su mochila-. ¿Me acompañas aquí un segundo?
La guio hasta detrás de una estatua cercana, para no ser vistos por los chicos que esperaban fuera del aula del profesor Flitwick. Con el ceño fruncido, Hermione fue tras él y observó cómo el chico metía la mano en su mochila y sacaba una bolsa de tela marrón que lucía bastante pesada.
-Aquí tienes -dijo Harry, pasándole la bolsa-. Mil galleons.
La bolsa cayó sobre las manos de Hermione y se quedó allí, siendo sostenida por la bruja, que no pareció reaccionar por un buen rato, quedándose allí completamente inmóvil.
-Esto… es… -tartamudeó finalmente. Pero él habló antes que ella:
-No es prestado, es un regalo. No tienes que devolvérmelo nunca. Si de verdad el elfo de Malfoy está muriendo, espero que con esto pueda salvarse. Será mejor que se lo lleves lo antes posible…
Hermione asintió con la cabeza, sin quitar sus ojos de la bolsa, con el ceño aún más fruncido y luciendo perturbada. Entonces alzó la mirada hacia él.
-Me gustaría pedirte una sola cosa a cambio -añadió Harry entonces, en voz baja.
-Sí, claro -dijo Hermione de inmediato-. Lo que sea…
-Solo que sepas que, si algo sale mal… si las cosas no van bien… siempre podrás contar conmigo. Solo eso.
No la dejó responder. Le dirigió una pequeña sonrisa triste y se marchó de allí, en la dirección contraria al aula a la que se suponía que tenían que ir.
La bolsa permaneció en las manos de Hermione unos segundos más, hasta que finalmente fue depositada por la chica dentro de su propia mochila. Ella tampoco fue a clases, sino que se dirigió a las escaleras más cercanas y emprendió el descenso hacia el vestíbulo del castillo.
Tenía una expresión de aflicción en el rostro. Hermione bajó las escaleras del castillo rápidamente mientras su mente parecía abstraída de la realidad, yendo muy, muy lejos de allí…
Sus pies pisaron el suelo del vestíbulo y se quedaron allí, inmóviles. Su cuerpo parecía apuntar en dirección a las escaleras que descendían a las mazmorras, pero no fue allí. Algo la mantenía atada al suelo. Algo le impedía moverse…
La bolsa pesaba en su mochila. Podía sentirlo. El peso del montón de oro en su espalda se sentía muchísimo mayor de lo que realmente era. Era como si pudiera sentir a la bolsa aplastándola contra el suelo, tirando hacia abajo… Su cerebro impedía que sus pies se movieran. Las mazmorras estaban allí delante. La sala común de Slytherin estaba allí… pero Hermione entonces cambió de dirección.
En lugar de ir hacia allí, dio la vuelta y se dirigió hacia una puerta que estaba tras ella, en la pared junto a las escaleras de mármol, y que daba a un pasillo distinto.
Anduvo por este pasillo, dobló a la derecha y caminó hasta llegar a un lugar donde ya había estado antes…
-¿Se le ofrece algo, señorita? -le preguntó una elfina doméstica, cuando Hermione ingresó a las cocinas.
-Hola, ¿qué tal? -la saludó Hermione, con su voz temblando por los nervios-. Sí, en verdad… Quería saber si Dobby está por aquí.
-¿Dobby? -chilló la elfina. Todos los demás elfos a su alrededor se escandalizaron. -Oh, Dobby, la que te espera… ¿Qué has hecho ahora? -se volvió hacia otro de los elfos-. ¡Rápido! ¡Vayan a buscar a Dobby! ¡Tráiganlo aquí!
-¡Dobby no ha hecho nada malo! -se apresuró a aclarar Hermione-. Solo quiero hablar con él, eso es todo.
-Por supuesto, señorita -dijo la elfina, con una reverencia, pero no borró su expresión de desaprobación.
En pocos segundos, dos elfos aparecieron arrastrando a Dobby hacia ella. Al verla, Dobby se libró de ellos y corrió a saludarla muy contento.
-¡Hola, señorita Granger! ¡Qué gusto verla!
-¡Hola, Dobby! -dijo Hermione, dirigiéndole una amplia sonrisa-. También me alegro de verte. ¿Tendrás un segundo, por casualidad?
-¡Por supuesto, señorita! ¡El tiempo que desee!
Se alejaron de los oídos de los demás, que no dejaban de mirar con desaprobación.
-¿Qué puede hacer Dobby para ayudarla, señorita?
-Solo quería saber una cosa… -empezó Hermione, muy nerviosa-. Dobby… ¿Tú recuerdas… recuerdas que en la casa de tus antiguos amos, los Malfoy, hubiera otros elfos domésticos además de ti?
Dobby se estremeció al oír el nombre de sus antiguos amos. Se empezó a apretujar el trapo que llevaba por ropa con las manitos, muerto de miedo.
-Sí, por supuesto, señorita Granger -le dijo en un susurro, mirando alrededor con temor-. Éramos dos, señorita. Dobby y… y bueno… y su padre.
Hermione arqueó las cejas, sorprendida.
-¿Tu padre?
-Sí, su nombre es Ralph -explicó Dobby-. Dobby extraña a su padre, señorita Granger, pero él no quiere ser liberado, dice que preferiría morir antes que dejar de servir a sus amos. Y tiene muchos problemas de salud. Ya está viejo… Él es muy devoto a los Malfoy. Sobre todo al más chico, a Draco. Siempre ha tenido una relación especial con él. Pero el señor y la señora Malfoy, por otro lado… Señorita Granger, ellos lo trataban como si fuera basura…
-¡¿CÓMO TE ATREVES?! -chilló una voz entonces. Los dos se sobresaltaron. Una elfina se había acercado discretamente a oír la conversación y ahora apuntaba a Dobby con un dedo acusador. -¡ERES UNA DESHONRA, DOBBY! ¡NO DEBERÍAS HABLAR ASÍ DE TUS AMOS…!
-¡DOBBY ES UN ELFO LIBRE! -empezó a chillar este, apartándose de Hermione-. ¡DOBBY ES UN ELFO LIBRE…!
A Hermione le llevó un buen rato calmar la situación. Cuando los demás elfos dejaron a Dobby en paz, le pidió disculpas.
-Era todo lo que quería saber -le dijo-. Muchas gracias, Dobby…
-¿Usted conoce al padre de Dobby, señorita? -preguntó el entonces, esperanzado. Hermione se quedó dubitativa.
-Sí… quizás lo vea pronto -le dijo, con una sonrisita triste-. Le enviaré tus saludos, si quieres.
Los ojos de Dobby se llenaron de lágrimas de inmediato.
-¿Usted haría eso por Dobby?
-¡Claro que sí!
Hermione se inclinó sobre el elfo y trató de abrazarlo, pero este empezó a chillar y fue corriendo a buscar una sartén para golpearse la cara.
Cuando logró calmar nuevamente las cosas, Hermione se despidió y se marchó de allí. Ahora la bolsa de oro era llevada nuevamente por el pasillo exterior a las cocinas, hundida al fondo de la mochila de Hermione; y luego a través del vestíbulo y hacia las escaleras de las mazmorras…
-Sangre limpia.
La puerta de la sala común de Slytherin se abrió… Ahora la bolsa iba oscilando al ritmo de las pisadas de Hermione por la sala común de esa casa… Por los pasillos, donde la chica fue caminando… y finalmente, hacia la puerta de uno de los dormitorios…
Draco Malfoy estaba allí, sentado en una cama. Alzó la mirada hacia Hermione, con una rara expresión en el rostro.
-¿No fuiste a clases?
Este negó con la cabeza.
-No puedo -susurró el chico-. Me han hablado de la clínica de elfos domésticos… Dijeron que Ralph…
El corazón de Hermione latía a toda velocidad. Deseó con toda su alma que no hubiera ocurrido lo peor…
La bolsa de oro parecía latir en su espalda, como si supiera dónde estaban, como si supiera que habían acudido al encuentro con Malfoy…
-Ralph está en sus últimas horas… -dijo Malfoy-. Morirá al atardecer.
-¡No! -Hermione entonces se quitó la mochila de la espalda, metió la mano en ella y la dejó allí unos pocos segundos, como dubitativa… Y luego, finalmente, sacó la bolsa de oro.
Esta ahora estaba suspendida en el aire ante Malfoy.
-Aquí lo tengo -dijo Hermione en un susurro-. He conseguido el oro, Draco. ¡Vamos, ve! ¡Ve a la clínica! ¡Quizás hagas a tiempo para que le hagan la operación!
El rostro de Malfoy se puso aún más pálido de lo que ya era.
-¿De qué hablas, Hermione? -le preguntó, mirando la bolsa con la frente arrugada-. Ya es tarde…
-¡No, no lo es! ¿No lo ves? ¡Tengo el oro!
-¿Cómo que tienes el…? -parecía que Malfoy no entendía la situación-. Es imposible, Hermione, ¿qué dices? ¿Pagar la operación? Pero si cuesta mil galleons… No tengo ese oro… Te agradezco mucho por tu preocupación, de verdad, pero es demasiado tarde…
-No estás entendiendo. ¡Tengo el oro, aquí! ¡Mira!
Y la bolsa de oro entonces cayó, finalmente, sobre las manos de Draco Malfoy.
Hubo un silencio.
Pareció que el mundo se detenía…
Los ojos azules de Malfoy fueron descendiendo hasta caer en la bolsa que ahora estaba en sus manos. Finalmente, pareció comprender qué era aquello.
-¿No es una broma, Hermione…? ¿De verdad lo dices…? ¿De verdad conseguiste mil galleons? Pero… ¿Pero, cómo…?
-Harry -le explicó ella-. Él me los dio. Dijo que deseaba que Ralph se salve.
-¿Harry…? -Malfoy fingió sorprenderse ante aquello. -Es increíble… Es… No sé qué decir, Hermione.
-¡No digas nada, solo ve ahora mismo! ¡Vamos, no pierdas tiempo! ¡Aun puedes salvarlo!
Malfoy se puso de pie de un salto, sin dejar de mirar la bolsa. Entonces miró a Hermione y su expresión cambió.
Era el momento.
La última mirada que compartiría con ella, quizás, para siempre...
Su corazón se detuvo.
-Gracias, Hermione -le dijo entonces, en un susurro-… Jamás podré agradecértelo lo suficiente.
-¡Ya ve allí, Draco! ¡Vamos…!
El rostro de Malfoy lucía extraño. No parecía feliz. Se quedó mirando a Hermione fijamente.
Entonces, se lanzó sobre ella y la besó en los labios.
La besó con tanta pasión que ella se quedó de piedra por la sorpresa. La abrazó y la besó como si el mundo estuviera acabando, como si fuera la última vez que fuera a poder besarla en toda su vida…
Porque era eso, exactamente.
Cuando se separó de ella, Hermione vio que el rostro de Malfoy estaba empapado en lágrimas.
-Lo siento tanto…
Hermione creyó que había oído mal. Pero la voz de Malfoy había sido tan baja, que seguramente no era eso lo que había dicho realmente…
El chico le apretó una mano con fuerza, la miró por última vez y se marchó a toda velocidad del dormitorio, con la bolsa de oro bajo el brazo.
…
Los terrenos de Hogwarts brillaban bajo el radiante sol del mediodía. Los pájaros volaban por el aire, así como los insectos y los Billiwig. A su vez, un escarabajo volaba por allí también, surcando el cielo y descendiendo por la colina sobre la que estaba el castillo, pasando entre la maleza y el verde césped hasta llegar a una roca tras la cual estaba sentado un adolescente con cabello rubio.
Rita Skeeter se transformó en el aire y se sentó junto a Malfoy.
-Bien, Draco -le dijo con voz fría-, el tiempo que te di llega a su fin y te dije que solo te permitiría llamarme una vez más. Así que espero que esta vez sí tengas el oro.
Malfoy extendió la bolsa marrón hacia ella, sin siquiera mirarla. Sus ojos estaban perdidos en la distancia, sobre el Lago Negro, que se agitaba con el viento colina abajo.
Rita tomó la bolsa, la abrió y sacó varias monedas de oro. Se las quedó mirando fijamente, con el resplandor del sol en ellas. Una sonrisa se formó entonces en su rostro, mientras hacía un recuento rápido y cerraba la bolsa de nuevo, que luego se guardó en el interior de su abrigo. Sacó un sobre de papel madera y se lo tendió a Malfoy, que lo abrió y lo ojeó rápidamente, antes de guardárselo él también.
-Muy bien, Draco… -dijo Rita-. Sabía que podía contar contigo… Me alegra haber acudido a un Malfoy para cerrar este trato.
Él no dijo nada. Seguía mirando hacia el horizonte, con la mirada perdida.
-No te ves tan feliz -observó Rita, mirándolo por encima de sus lentes.
-Gracias, Rita, que tengas un buen día -dijo él, cortante, poniéndose de pie y alejándose de ella.
El sol bajó sobre los terrenos exteriores del castillo un poco más, y ahora Malfoy caminaba entre los árboles del linde del Bosque Prohibido. Una persona apareció ante él, caminando encorvada a su encuentro. Se trataba de un hombre adulto.
-Señor Malfoy… ¿qué tal está? -dijo el mago, que tenía un rostro hosco y no sonreía. Se dieron la mano.
-Señor Borgin.
-Finalmente querrá nuestro servicio, supongo -dijo Borgin, que lucía molesto-. No me habrá hecho viajar hasta Escocia en vano.
-¿Treinta galleons, entonces? -dijo Malfoy, sacando más oro de un monedero que llevaba en un bolsillo de su abrigo y pasándoselo-. ¿Cuánto tardará en realizar las copias gigantes y distribuirlas por todos los pasillos de Hogwarts?
Borgin recibió el oro y puso mala cara.
-Espero que sea consciente, señor Malfoy, del compromiso ante el que me expone. Realizar las copias gigantográficas no me será complicado. Tengo una vieja máquina de imprenta fotográfica mágica con la que las haré enseguida. Pero para pegarlas por todo Hogwarts, he tenido que conseguir algunos cadetes que se infiltren al castillo con poción multijugos. Las pegarán con una poción muy difícil de remover. Las autoridades del castillo tardarán varias horas en descifrar cómo quitarlas… Serán ágiles y muy rápidos, pero aun así corren un riesgo, si es que los atrapan...
-Lo sé, Borgin, y por eso les pago. Fue lo que arreglamos hace días.
El propietario de Borgin y Burkes lucía más malhumorado a cada instante.
-De acuerdo… Lo dejaremos en treinta galleons, tal como hablamos. Pero sepa que es una ganga. El trabajo estará hecho para mañana temprano.
Malfoy continuó rebuscando en el interior de su monedero y sacó diez galleons más.
-Que sea para esta misma tarde -dijo, poniéndolos también en la mano de Borgin-. Quiero terminar con esto cuanto antes.
El mago se quedó mirando el oro y luego alzó la mirada hacia Malfoy, que sacó las fotos que le había comprado a Rita y se las tendió.
-¿Quiere que mis hombres realicen la operación a la vista de todos, a plena tarde?
-Si son tan buenos, no tendrán inconvenientes… Le pago por adelantado, Borgin, porque es conocido de mi familia y confío en usted -agregó.
Borgin le hizo una muy breve reverencia, mientras lo miraba con seriedad.
-El trabajo estará hecho para esta misma tarde, señor Malfoy.
Ambos se volvieron y caminaron en direcciones opuestas.
…
El sol continuó bajando en el cielo, cada vez más, hasta que tocó la línea del horizonte, tras los árboles del Bosque Prohibido. En el interior del castillo, los alumnos salían de las aulas y caminaban escaleras abajo, hacia el Gran Salón, para la cena.
Allí, en la mesa de Gryffindor, Harry comía solo. Ni Ron ni Hermione estaban allí. Hacía días que no se hablaba con Ron, y la soledad caía pesadamente sobre él. En otra parte de la misma mesa, Fred y George charlaban con Lee… Y Parvati y Lavender también cuchicheaban juntas, en dos asientos distantes.
Hermione estudiaba en la biblioteca, pasando las páginas de su libro lentamente, sin mirar realmente el contenido. Su mente estaba lejos de allí. Muy, muy lejos de allí…
En otra parte del castillo, Ron caminaba solo con las manos en los bolsillos, regresando de la última clase de la tarde… Vio que algo extraño ocurría a su alrededor. Había murmullos emocionados, voces que lanzaban gemidos y chillidos.
Oyó un grito, incluso.
¿Qué estaba pasando?
Malfoy subió las escaleras de las mazmorras e ingresó al vestíbulo justo a tiempo para ver como un montón de alumnos salían corriendo del Gran Salón y subían las escaleras de mármol a toda velocidad.
-¡Rápido! -decían las voces, excitadas-. ¡Vengan a verlo…!
Se mezcló entre ellos, con las manos en los bolsillos. Subió las escaleras de mármol también, hasta llegar a la parte superior. Cabizbajo, se empujó por accidente con algunos que subían a toda prisa para ver qué era aquello de lo que todos estaban hablando…
No tardó en verlo por sí mismo: Allí mismo, en el primer piso, cada centímetro de las paredes del pasillo estaban cubiertas por enormes fotografías de al menos dos metros de alto que mostraban a Harry Potter desnudo en unas duchas, masturbándose rápidamente mientras miraba a una chica bañarse delante de él.
Las fotografías de Rita estaban colocadas una junto a la otra, ampliadas mediante magia y ocupando las dos paredes del pasillo, de punta a punta. La calidad era excelente, en alta resolución, y todas ellas llevaban impreso el mismo texto en la parte superior, en letras gigantes:
"¿ESTE ES TU CAMPEÓN?"
Un enorme grupo de alumnos provenientes del Gran Salón se apiñaron para mirarlas, y no tardaron en llegar sus reacciones: algunos se horrorizaban, algunas chicas se tapaban la cara o lanzaban gritos. Las fotos eran muy explícitas: se veía el cuerpo desnudo de Katie Bell con todo detalle del otro lado de la tela semitransparente de la capa para hacerse invisible de Potter. La chica se bañaba y en las distintas fotos había momentos distintos de su baño: mientras se pasaba el jabón, mientras se lavaba el cabello…
Malfoy empujó a los demás para abrirse paso y seguir de largo. Cruzó todo el pasillo y subió por las escaleras hasta el segundo piso. Este piso también había sido empapelado por completo con las fotos de Potter, con la inscripción "¿Este es tu Campeón?" encima. Había cientos y cientos de copias de todas las fotos de Rita. Se notaba claramente en ellas que Katie Bell no sabía que Potter la estaba espiando, porque la chica se bañaba con tranquilidad, sin percatarse de que él estaba allí, y se veía la tela de la capa de Potter.
En una de las fotos, la del momento final, se veía a Potter corriendo la capa para eyacular sobre el trasero de Katie, que en ese momento estaba de espaldas a él…
Se abrió la puerta de un aula y Malfoy casi se choca de frente contra una marea de alumnos de primer año que salían de clases. Todos ellos miraron las fotos y empezaron a chillar, horrorizados.
-¿Qué pasa aquí? -dijo una voz adulta-. ¿Qué es todo el alboroto…?
McGonagall salió tras ellos y se quedó mirando las fotografías, con una expresión de horror tan grande que pareció que se desmayaría.
Malfoy vio que unas gárgolas contra la pared se hacían a un lado y el mismísimo director, Dumbledore, aparecía en el pasillo del segundo piso. Se detuvo en seco, mirando las fotografías. Parecía estar en shock, pero de alguna forma conservó su expresión de tranquilidad que lo caracterizaba.
-Saca a estos niños de aquí, Minerva -dijo con una voz suave y extraña-. Llévalos abajo, rápido. Hay que quitar esto… Iré a buscar a Filch… o quizás a Snape.
-Sí, director -dijo ella, que parecía incapaz de decir nada más.
La profesora estaba conduciendo a los consternados niños escaleras abajo, cuando el profesor Dumbledore llamó su atención una vez más.
-Y llama a Harry Potter a mi despacho -dijo Dumbledore, contemplando las fotografías con una frialdad glacial. Pareció meditar sus siguientes palabras unos instantes, pero finalmente dijo: -Quiero decirle personalmente que está expulsado de Hogwarts.
Malfoy pasó junto a ellos y siguió de largo, llegando hasta el final del corredor. Subió otro tramo de escaleras y llegó al tercer piso.
La misma escena: alumnos saliendo de las aulas, gritando, algunos riendo mientras señalaban las imágenes, algunos tapándose la cara o sintiendo náuseas… De una de las aulas vio salir a un grupito de Gryffindor, y entre ellos vio a la mismísima Katie Bell, que venía junto a una amiga suya.
La chica vio las fotos y enseguida se le cayó la mochila al suelo. Sus ojos se abrieron bien grandes mientras todos los demás a su alrededor miraban las fotografías donde se la podía ver totalmente desnuda, y luego volteaban para mirarla a ella, asombrados…
Malfoy pasó junto a ellos también y subió otro tramo de escaleras, hasta el cuarto piso. Estaba justo frente a la biblioteca, pasando por la puerta, cuando un grupo de niños salió corriendo de allí. Malfoy los esquivó, mirando al suelo, ya sin deseos de ver otra vez las mismas imágenes… y entonces alguien lo detuvo, tomándolo por el brazo.
Alzó la mirada y se encontró cara a cara con Hermione.
Ella no decía nada, pero lo miraba fijamente con la misma expresión de sorpresa que muchos estaban adoptando alrededor. ¿Acaso imaginaba que él había tenido algo que ver? ¿Acaso por eso lo miraba así…?
Pero ella tendría que saberlo. Tendría que saber que él la había traicionado. Solo así la traición sería totalmente real, cumpliendo con su juramento.
-Yo lo hice -le confesó Malfoy con tranquilidad, mirándola a los ojos con una expresión vacía. Señaló las fotografías en la pared tras ellos, que atraían la atención de todos los que momentos atrás habían estado estudiando en la biblioteca. -Fue todo parte de un plan…
Ella se quedó inmóvil, respirando con dificultad.
-Por eso estuve saliendo contigo -le explicó, evitando mirarla a los ojos ahora, con la voz fría y apagada-. Rita Skeeter tomó estas fotos en secreto y quería vendérmelas. Yo no tenía el oro, así que me acosté contigo para que te enamoraras de mí y así pudiera convencerte de que le pidieras el oro a Potter. Rita me cobró mil galleons por las fotos. Mi elfo Ralph nunca estuvo enfermo, se encuentra perfectamente bien, en casa de mis padres, sin ningún problema.
Hermione estaba de piedra. No decía nada.
-Mi plan era que Potter pagara él mismo por las fotografías que destruirían su vida -continuó Malfoy, en un tono monótono-. Así que te usé para eso. Sabía que estabas loca por mí, porque oí a Potter decírselo a Weasley en secreto luego de una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas la semana pasada. Ellos pensaron que nadie los estaba oyendo. Pero jamás te he espiado duchándote en mi vida, ni pensé en hacerlo. Eres una asquerosa sangre sucia, Hermione, y solo te usé para lograr mis fines. En verdad me repugnas. Y ahora que mi plan terminó, ya no volveré a verte nunca.
Hermione parecía al borde del colapso, pero reunió suficientes fuerzas para darle un cachetazo en medio de la cara con tanta fuerza que le volteó el rostro de lado, dejándole todos los dedos marcados.
Oyó el llanto de Hermione mientras la chica se tapaba la cara y corría por el pasillo del cuarto piso, lejos de él, chocando con toda la gente que señalaba las fotografías y reía a carcajadas, o que negaba con la cabeza, con asco.
Malfoy lanzó un suspiro y continuó subiendo escaleras, hasta el quinto piso ahora. Ya no quedaban muchos alumnos allí, pero los pocos que pasaban se quedaban mirando las fotografías que empapelaban todo ese piso también.
¿ESTE ES TU CAMPEÓN?
La inscripción estaba por todos lados. Malfoy subió otro tramo de escaleras, hasta el sexto piso. También allí había algunos alumnos caminando y mirando las fotografías. Vio que una chica con una bufanda de Ravenclaw que tenía cabello rubio, ojos saltones y rábanos colgando de sus orejas trataba de despegar una de las fotos de la pared, sin éxito.
Malfoy subió hasta el séptimo piso y caminó por una galería semiabierta del castillo, con vista a los terrenos exteriores, cruzando hacia el ala este mientras el sol del atardecer daba en su rostro ocasionalmente, cuando las sombras de las columnas de piedra pasaban de largo por su cara, alumbrando sus lágrimas.
Se metió dentro de la torre de astronomía y subió las escaleras que conducían a la parte superior de esta.
Malfoy abrió la puerta que conducía a lo alto de la torre y un fuerte viento le despeinó el cabello.
Estaba en la cima de la torre de astronomía.
Se dirigió a pasos largos hacia los parapetos, tras los cuales se veía un paisaje espléndido: el sol se escondía en el horizonte, lanzando rayos dorados por todo el cielo, veteado de unas finas nubes en algunas partes, y tiñendo todos los terrenos de Hogwarts de un color anaranjado. Desde allí arriba, podía ver la colina sobre la que estaba Hogsmeade y las tierras de más allá, todas iluminadas por ese precioso atardecer.
Malfoy apoyó sus manos sobre los parapetos de la torre y rompió a llorar. Las lágrimas caían una tras otra por su rostro, sin cesar, y el llanto fue aumentando en intensidad hasta que se convirtió en un desgarrador grito de angustia.
Se tapó la cara con las manos y sintió su cuerpo temblar, producto de aquel dolor tan intenso que sentía en su corazón, de aquel terrible dolor que lo estaba matando, desde adentro.
Se quedó horas enteras allí arriba, llorando y observando cómo la oscuridad envolvía el cielo sobre su cabeza.
