Capítulo 24. El pedido de Emma Watson
Muertos… Todos muertos…
La hilera de alumnos ahogados se hacía cada vez más larga, a medida que los aurores sacaban sus cuerpos del lago y los depositaban allí.
-¡NOOO! -gritó Ginny, desaforada y con su corazón destruyéndose, al ver que un auror aparecía en escena cargando el cuerpo lívido de Fred-. ¡NOOOOOOO!
Los profesores y el director del colegio se movían con desesperación por la zona, hablándose entre sí a toda velocidad y dándose instrucciones.
Ginny corrió hacia Fred y se arrodilló a su lado, llorando sin control.
Snape y Sprout aparecieron allí, con botellas de vidrio en las manos llenas de un líquido verdoso y corriendo hacia Dumbledore.
-La tenemos, profesor Dumbledore -anunció la profesora Sprout-. ¡La poción está lista!
-No pierdan tiempo -ordenó Dumbledore, tomando él mismo una botella de sus manos y corriendo hacia los alumnos que yacían inconscientes en el suelo-. ¡Tres gotas a cada estudiante, ni más ni menos! -dijo en un tono de voz firme.
Corrieron entre los alumnos ahogados y les acercaron las botellas. Les abrieron la boca con cuidado y derramaron tres gotas de la poción en sus gargantas…
Y entonces todos los alumnos conscientes observaron, con sus almas regresando a sus cuerpos, cómo los ahogados abrían los ojos, se daban la vuelta y empezaban a toser, vomitar y escupir agua en el suelo.
Hagrid, que estaba allí con Fang, lanzó un enorme suspiro de alivio y se desplomó en el suelo mientras se tapaba la enorme cara con ambas manos.
Vivos. Todos estaban vivos.
Ginny aferró la mano de Luna con muchísima fuerza y le clavó las uñas, mientras observaba cómo Dumbledore mismo colocaba tres gotas de la poción en la garganta de George y este abría los ojos, despertando.
Ginny rompió a llorar y Luna la abrazó. A medida que los profesores les daban la poción a los ahogados, todos ellos fueron despertando, uno tras otro: Neville, Parvati, Fred, Colin…
-¡Encontré a este congelado! -dijo un auror, aterrizando con el cuerpo de Ron junto al grupo.
Fleur se acercó a él chillando y llorando sin control:
-¡MI GRRRON, MI GRRRON! -gritaba, desesperada, llorando desconsoladamente y gritando al mismo tiempo, destrozada-. ¡SE HA CONGELADO! ¡SE HA CONGELADO EN EL AGUA HELADA PARA SALVARME!
-Yo lo arreglo, lamentablemente es muy fácil -dijo Snape, agitando su varita casi con desgano sobre el cuerpo congelado de Ron, que de pronto abrió los ojos y sacudió la cabeza, despierto.
Fleur empezó a chillar, ahora de alegría, y corrió hacia él para abrazarlo. Snape revoleó los ojos y se alejó de ellos, continuando su trabajo sobre los ahogados. En ese momento, un grupo de sirenas sacaron sus cabezas a la superficie del agua, a poca distancia de la orilla. Todos las señalaron mientras murmuraban entre sí.
-Te escribiré pronto, preciosa -le prometió Lee Jordan a la sirena con la que se había estado besando, despidiéndose-. Enviaré la carta dentro de una botella con un corcho, que lanzaré al lago y encantaré para que baje hasta donde vives. Será muy romántico.
Se abrió paso camino a la orilla y se reunió allí con uno de sus amigos de Durmstrang con los que había estado fumando antes.
-No es cierto, no lo haré -le dijo a este en un susurro muy bajo, negando de forma casi imperceptible con la cabeza. Él le dio unas palmadas en la espalda, mientras se alejaban juntos.
Las sirenas llevaban también a Terry Boot y a Susan Bones, a quienes habían ayudado a llegar hasta allí.
-¡Gracias, muchas gracias! -les dijeron ellos, despidiéndose.
En ese momento, un auror bajaba del barco por la rampa de madera cargando en brazos el cuerpo de Angelina Johnson. La depositó en la orilla junto a los demás, y Katie Bell corrió a su encuentro junto a Alicia Spinnet y a Leanne. Pronto se acercó el profesor Flitwick y la reanimó con la poción. La chica abrió los ojos y empezó a toser, para luego ponerse en una posición sentada y mirar alrededor, confundida.
-¿No he muerto? -preguntó en un susurro.
-No aún -le dijo el profesor, con una sonrisa.
Mientras los profesores terminaban de despertar a todos, Dumbledore se acercó a los aurores. Estaba más alterado de lo que nadie lo hubiera visto nunca.
-Quiero un recuento y un registro total del lago, de inmediato -ordenó, como si los aurores le respondieran a él-. Quiero que estemos seguros de que no falta absolutamente nadie. Ni un solo alumno puede haber quedado en ese lago ni en ese barco.
-Enseguida, señor -dijeron ellos, que lo obedecieron como si fuera su jefe, alejándose rápidamente.
Dumbledore mismo agitó su varita sobre el barco de Durmstrang y exclamó:
-¡HOMENUM REVELIO TOTALLUS!
Volvió a repetir el encantamiento describiendo un amplio círculo con su varita sobre la superficie del lago. Repitió el encantamiento varias veces, para estar seguro. Luego se metió en el lago, caminando hasta que el agua le llegó al cuello, para hablar con la jefa de las sirenas, que seguía allí.
Pero, en ese momento, vio que Madame Pomfrey corría desesperada hacia él, proveniente del castillo. Se despidió de la jefa sirena y salió del agua, con la preocupación impresa en su rostro.
-¡Profesor… profesor…!
Dumbledore fue a su encuentro con los ojos muy abiertos. La expresión de la enfermera no era nada alentadora…
-Profesor, fui a la enfermería a llevar al señor Weasley, que tiene un traumatismo leve. Pero, cuando llegué…
-¿Qué, Poppy? -preguntó Dumbledore, en seco.
Ella lo miró con horror.
-No me explicó qué pasó, profesor… Él estaba bien… ¡Se estaba recuperando!
-¿Qué, Poppy? -repitió Dumbledore, con urgencia.
Las lágrimas caían por los ojos de la enfermera. Los alumnos que los rodeaban se acercaron a escuchar. El silencio reinó en torno al grupo.
-El señor Montague, profesor… -dijo ella, negando con la cabeza muy despacio-... Ha muerto.
…
Harry sabía que no tenía opción. Tendría que hacerlo… Tendría que mirarla a los ojos…
Con sus manos temblando, giró el cuerpo de Hermione, lo colocó boca arriba y se forzó a mirarla a los ojos.
Y entonces, con su corazón dando un brinco, vio que los ojos de Hermione lo miraban y pestañeaban.
Hermione estaba viva.
-¡Hermione…! ¡Hermione…!
Las lágrimas fueron cayendo del rostro de Harry sobre ella, mientras la observaba boquiabierto.
-Ha… Harry… -dijo ella, y sus labios se curvaron en una triste sonrisa.
Los magos y brujas que vivían allí se habían acercado y los rodeaban en un gran círculo.
-¡SANADORES! -gritó Harry, mirándolos desesperado-. ¡LLAMEN SANADORES! ¡RÁPIDO!
Varios magos y brujas asintieron y se marcharon de allí, corriendo a toda velocidad.
-¿Quién te hizo esto? -le preguntó Harry, acariciándole el rostro y mirándola fijo a los ojos.
Hermione lucía muy débil. Pestañeó de nuevo y levantó una mano para apoyarla sobre la de Harry, que le daba una caricia en la mejilla.
-Estoy bien… El maleficio asesino no le salió bien -explicó ella, con voz débil-. No salió ninguna luz verde… No le salió bien… Gracias a que te oyó acercarte, no lo intentó de nuevo… Huyó…
Harry asintió, y entonces su rostro empezó a ensombrecerse, a medida que iba comprendiendo. Una bruja que estaba allí cerca se quitó su grueso tapado y se lo pasó a Harry, que lo usó para tapar el cuerpo desnudo de Hermione con él.
Pero ahora, en su mente, había algo nuevo: una ira animal, inhumana.
-Espérame aquí, Hermione… -le dijo en un susurro-. Esta gente cuidará de ti… Yo voy a ir a buscarlos.
Iba a ponerse de pie, pero Hermione lo detuvo, estirando el brazo y suplicándole con la mirada que no lo hiciera.
-No… Quédate conmigo, Harry… Por favor…
Harry se mordió los labios. Entonces asintió.
-Nosotros iremos por ellos -dijo un mago, acercándose a Harry por detrás. Harry vio que lucía casi igual de furioso que él mismo. -Dinos, niña, ¿cómo eran? ¿Oíste nombres?
Hermione le contestó con los nombres que oyó, y con una descripción de sus rostros. El mago le hizo señas a un par de hombres fornidos que había tras él. Estos asintieron y todos juntos corrieron en la dirección que les indicó Hermione, con sus varitas listas en las manos.
Harry se quedó con ella, envolviéndola con el abrigo y abrazándola.
-Pensé que… Pensé que te había perdido -Harry dijo esto con su voz quebrándose, a medida que la imagen de Hermione en el suelo, boca abajo, volvía a él… Gruesas lágrimas cayeron por su rostro, una tras otra... Ella le acariciaba la mano, sin dejar de mirarlo fijamente.
Harry respiró hondo y trató de recuperar la compostura.
-Los sanadores no tardarán en venir… ¿Dónde te duele?
-Estoy bien, Harry -dijo ella, recobrando el ritmo de su respiración lentamente-. Solo son golpes… Tranquilo… Estoy bien.
Se quedaron juntos un rato que pareció eterno, rodeados por el grupo de vecinos que iba creciendo poco a poco, a medida que nuevos espectadores entraban al Callejón Knockturn por ambos lados para a ver qué había ocurrido, deteniéndose en un círculo alrededor de Harry y Hermione.
Llegaron los sanadores. Eran tres. Llevaban túnicas blancas y maletines con pociones de todo tipo.
-Con cuidado -dijo uno de ellos, sosteniendo a Hermione por detrás de la cabeza mientras otro le sostenía la espalda, y otro más las piernas. Harry se apartó para dejarlos trabajar. Subieron a Hermione a una camilla que levitaba mediante magia, mientras movían sus varitas sobre su cuerpo, realizando comprobaciones para analizar su estado de salud.
Harry alzó la vista y vio a Verity del otro lado de la camilla, mezclada en el tumulto de gente, como una imagen desenfocada que de pronto se volvía nítida. Imaginó que la adolescente también habría oído los gritos, desde la habitación. Su mirada se encontró con la de Harry, y entonces avanzó, separándose del resto de los vecinos y llegando a su lado.
-¿Hermione se encuentra bien?
-Creo que sí…
Se quedaron mirando cómo uno de los sanadores le daba una poción, mientras los otros dos la acomodaban en la camilla.
-Iré con ella -le dijo Harry entonces a Verity-. Quiero asegurarme de que se ponga bien… Hermione había venido aquí por mi culpa, no debió estar fuera de Hogwarts en primer lugar…
Sintió que tenía que explicarse con Verity, transmitirle el sentimiento de culpa que lo estaba matando por dentro y a la vez que comprendiera por qué necesitaba dejarla esa noche para ir con Hermione. Pero Verity le hizo un gesto de inmediato que indicaba claramente que no necesitaba oír esas explicaciones, y que todo estaba bien. Su mirada era tranquilizadora y reconfortante, y no necesitó decir más nada para que todo quedara bien entre ellos.
-Ve con ella, Harry -le dijo Verity, con una sonrisita triste y mirándolo de esa forma penetrante que la caracterizaba, con sus bellos ojos castaños fijos en él bajo sus largas pestañas-. Y ni se te ocurra presentarte mañana a trabajar, ¿de acuerdo? Yo me encargaré de la heladería. Le explicaré a Florean lo ocurrido, y que no puedes ir.
Entonces, Verity le hizo una caricia en el brazo y empezó a alejarse de él.
-Espero que Hermione se ponga bien. Hazme saber cualquier cosa que necesiten.
Verity estaba por irse, cuando Harry se acercó a ella por detrás y la detuvo, tomándola del brazo.
Ella se volvió.
-Ten cuidado -le dijo él entonces, con el corazón latiéndole a toda velocidad-. No regreses sola.
-Estaré bien -dijo ella, asintiendo y mirando alrededor-. Iré con Jack Abbott, él es de confianza... Un imbécil, pero confiable.
Hablaba del empleado del drugstore, que estaba a poca distancia de ellos.
-Oí eso, Verity -dijo el adolescente, que no se perdía detalle de nada de lo que pasara a su alrededor.
-Lo sé -le dijo ella.
Se despidió de Harry dirigiéndole una sonrisita y entonces se marchó con Jack. Poco después, aparecieron los magos que habían ido en búsqueda de los agresores de Hermione. Negaban con la cabeza, con decepción.
-No hay rastros de ellos -le dijeron a Harry, reuniéndose con él-. Se habrán desaparecido, los bastardos.
Harry asintió y les agradeció por la ayuda. Luego se acercó a los sanadores, que hicieron un encantamiento con sus varitas provocando que todo en torno a ellos se pusiera de color blanco: el cielo, el callejón Knockturn, todo… Y entonces Harry estaba en San Mungo, con los sanadores y con Hermione, que flotaba sobre su camilla.
-Puedes esperar aquí -le dijeron ellos, señalando la sala de espera del hospital.
Harry observó cómo se llevaban a Hermione y desaparecían de vista con ella tras un par de enormes puertas…
Luego de más de cinco minutos de estar allí parado, solo y mirando la puerta por la que se la habían llevado, Harry finalmente tomó asiento.
Se quedó sumido en pensamientos, hasta que una voz lo trajo de vuelta a la realidad.
-Harry Potter, ¿verdad?
Alzó la vista. Era un mago de piel negra que estaba vestido con una túnica larga de color púrpura. Le mostró una placa dorada con su fotografía y el logo del Ministerio de la Magia.
-Kingsley Shacklebolt, auror -se presentó el mago, con un tono de voz grueso y que inspiraba tranquilidad. Guardó su placa. -Me gustaría hablar sobre lo ocurrido, señor Potter, si no le importa. Solo serán cinco minutos.
-¿Puede rastrear a los magos que atacaron a Hermione? -preguntó Harry de inmediato, y le dio los nombres que había oído y la descripción de su aspecto. Kingsley anotó todo en una libreta, mientras asentía. -El Ministerio siempre ha sabido las veces que hice magia fuera del colegio. ¿Puede encontrarlos a ellos de esa forma? ¿Puede encontrarlos y enviarlos a Azkaban?
-El Ministerio no posee un mecanismo para rastrear magos o brujas mediante magia, señor Potter, lo que menciona es un encantamiento llamado Rastreador que permite únicamente saber cuando un mago menor de edad realiza magia en una zona muggle -explicó él con mucha tranquilidad y profesionalismo, sin dejar de tomar notas en su libreta-. La zona en cuestión suele asociarse al mago menor de edad que se sabe que vive allí, y por eso se puede inferir que él o ella ha realizado tal magia. Claro que podría tratarse de alguien más, por lo que no es una prueba determinante. Por lo tanto, volviendo a su pregunta, no, no podemos rastrear a estos criminales mediante magia. No de una forma sencilla, al menos.
Terminó de tomar notas y clavó sus ojos en Harry de forma penetrante.
-Aún así, señor Potter, le aseguro que haremos todo lo que esté en nuestro poder por encontrarlos. Y, si lo logramos, nada me encantará más que enviarlos directo a Azkaban, como bien usted dice.
Harry oyó en silencio y al final asintió, mirando al suelo con amargura.
-Desgraciadamente, el departamento está con mucho trabajo esta noche, lo que me complica las cosas -comentó Kingsley, guardando su libreta en un bolsillo interno de su túnica-. La mayor parte del personal está en Hogwarts. Ha habido un grave incidente allí.
Al oír eso, Harry levantó la mirada rápidamente, con su corazón bombeando fuerte contra su pecho.
-¿Qué incidente?
…
La noche empezaba a aclarar en el horizonte de Hogwarts. El barco de Durmstrang, semidestruido, seguía anclado a la orilla de forma siniestra y fantasmal. Los alumnos fueron regresando a sus dormitorios, poco a poco, para finalmente dormir.
-Esta ha sido la fiesta más pesada a la que haya ido nunca -comentaba Tracey Davies a Millicent Bulstrode-. Nunca más volveré a beber alcohol, lo prometo.
-No prometas cosas que no cumplirás -le dijo ella, mientras ambas ingresaban al castillo y viraban a la izquierda para descender a las mazmorras, rumbo a la sala común de Slytherin y sus cómodas camas.
El horror por la muerte de Montague había caído sobre el resto de los alumnos y profesores. Aunque era un alivio saber que no había habido víctimas fatales en el accidente del barco, y que solo dos o tres chicos habían terminado en la enfermería; entre ellos Fred, por un golpe en la cabeza del que les aseguraron que se recuperaría al día siguiente. El resto se recuperó enseguida con la poción de reanimación hídrica preparada por Snape y Sprout, que servía para despertar a magos y brujas ahogados hasta horas incluso después de haberse detenido su corazón por ahogamiento; volviendo en sí como si nada hubiera pasado.
Aun así, el silencio se extendía sobre el grupo de alumnos que volvían a sus camas, pensando en qué habría pasado con Montague. Todos sabían que no había ido a la fiesta, porque no muchos de Slytherin habían asistido, y porque el chico había estado en la enfermería desde la semana anterior, donde había sufrido una fractura de cráneo de la que supuestamente ya estaba recuperándose.
¿Qué habría pasado con él? ¿Su fractura habría tenido alguna complicación que Madame Pomfrey no pudo ver? Parecía rarísimo de parte de la enfermera de Hogwarts que se le hubiera escapado algo tan grande que acabara con la muerte del chico.
Con estos pensamientos en sus mentes, todos los alumnos de Hogwarts fueron a dormir. Mientras tanto, las chicas de Beauxbatons regresaron a su carruaje. Dumbledore habilitó dormitorios para los de Durmstrang dentro del castillo, distribuyéndolos entre las cuatro casas. La mayoría fueron a Hufflepuff, donde había más dormitorios libres.
-No sé por qué somos la casa con menos alumnos del castillo -le comentaba Cedric a Krum, mientras entraban de la mano atravesando las abiertas puertas de roble-. Supongo que la mayoría nos consideran la casa menos atractiva y le piden al sombrero que los ponga en otra. De cualquier forma, será genial tenerte allí, Víktor.
-Yo no crreo que Hufflepuff sea poco atrractiva -le dijo Krum. Cedric le dio un beso en los labios a la vista de todo el mundo, ya sin importarle lo que pensaran los demás, y continuaron avanzando juntos hacia allí.
Los padres de Hermione llegaron a San Mungo. Harry se reunió con ellos, que fueron corriendo a preguntar si podían verla. Poco después los dejaron pasar y Harry se quedó esperando solo en la recepción. Sintió que no sería apropiado tratar de meterse a la habitación con ellos.
Luego de un rato, salieron y se dirigieron a él.
-Lo sentimos, no quieren que ingrese más gente por ahora -le dijo la madre de Hermione.
-Está bien -dijo Harry, con las manos en los bolsillos, asintiendo-. ¿Cómo está Hermione?
-Dicen que solo están esperando a que hagan efecto un par de estas cosas, emm… las llaman "pociones", ¿verdad? -murmuró el padre, mirando alrededor al hospital de magos con curiosidad-. Y que la mandarán de regreso al colegio en cuanto hagan efecto, ya totalmente recuperada.
-Está muy bien -dijo la madre de la chica-. Dice que la golpearon, pero que ya no le duele nada. Se recuperará enseguida…
Entonces, la madre de Hermione se tapó la boca con una mano mientras le caían lágrimas por los ojos, y su marido la abrazó con fuerza. Harry se los quedó mirando sintiendo un vacío en su alma… La madre de Hermione era muy parecida a ella, ahora que la veía bien. Y la imagen de su marido abrazándola para reconfortarla de pronto le generó una inexplicable sensación de soledad…
Hubo un largo silencio donde solo se oían los sollozos de la madre de Hermione. La mente de Harry era un caótico torbellino…
¿Fue mi culpa lo que ocurrió esta noche? Hermione fue allí para salvarme a mí, y yo discutí con ella…
Recordaba la ira que sintió al discutir a gritos con ella en pleno callejón, la indignación que le provocó que Hermione le echara en cara que anduvo con otras chicas, cuando ella había dejado claro que Malfoy le había gustado desde primer año, y jamás había dicho sentir nada por él, por Harry…
Esa discusión había desembocado en que ella se fuera sola, en medio de la noche por esa calle… Y entonces había ocurrido el horror.
Sus palabras venían flotando a su mente:
-¡Y yo como una estúpida viniendo a salvarte, y estabas ahí pasándotelo tan bien con ella…!
Harry se apartó de los padres de Hermione y se sentó de nuevo en la silla donde había estado antes, tapándose la cara con una mano. Se sentía terrible…
Luego de unos momentos, oyó que la madre de Hermione hablaba con su marido.
-Toma asiento, cariño, iré a buscar algo de comer de aquella máquina… Harry, ¿me acompañas?
Harry alzó la mirada al oír que se dirigía a él.
-No tengo monedas de magos -le explicó la mujer, haciendo un ademán hacia las máquinas expendedoras que había en un pasillo que salía de aquella sala, a lo lejos.
-Sí, claro.
Harry se incorporó y fue con ella, mientras el padre de Hermione tomaba asiento en una de las sillas de la sala de espera.
Harry y la madre de Hermione fueron solos hasta la zona de las máquinas. Harry buscó Sickles y Knuts en sus bolsillos, pero la mujer le hizo un ademán con la mano para detenerlo.
-Solo quería traerte aquí para hablar lejos de mi esposo -le reveló entonces, en voz muy baja. Lo llevó más allá de las máquinas expendedoras, a donde empezaba otra sala con asientos donde no había casi nadie, siendo tan tarde en la madrugada.
Confundido, Harry esperó para oír qué quería. ¿Estaría enfadada con él? ¿Sospecharía que él tenía algo que ver conque Hermione no hubiera estado en el castillo esa noche?
-Mi nombre es Emma -se presentó la mujer, tendiéndole una mano. Harry se la estrechó, intrigado. -Emma Watson Granger. Claro que ya nos conocíamos, pero creo que nunca habíamos tenido una charla apropiadamente.
-Harry Potter -se presentó Harry, mientras le estrechaba la mano. Mientras más la miraba, más le sorprendía que nunca antes se hubiera fijado en lo idéntica que Hermione era a su madre. La mujer era, básicamente, una versión de unos treinta y cinco años de su amiga. Y lucía bastante joven, además.
-Hermione no deja de hablar de ti desde que te ha conocido -le dijo la mujer, clavando sus ojos en él-. Desde el verano luego de finalizar el primer año de escuela. Claro que, luego de oírla decir que juntos encontraron una piedra filosofal y salvaron la escuela de un mago tenebroso, tenía mucho sentido que lo hiciera. Pero creo que esta relación entre ustedes ha ido creciendo a lo largo de los años, y creo que te has convertido posiblemente en la persona más importante en su vida.
Harry oyó todo eso sin decir nada.
-Conozco muy bien a mi hija. Yo la hice, claro. -Añadió la mujer, con una sonrisita que rápidamente borró. -Ella tiene un gran corazón, pero también es muy frágil. Es muy valiente y no tiene miedo a luchar por las cosas que quiere, pero si la lastimas o la traicionas sufrirá muchísimo…
Él se quedó mirando un punto fijo en la pared opuesta, sintiéndose fatal.
-De cualquier forma, ella me contó en una carta que te expulsaron del colegio -dijo Emma-. Y ahora ha huido del colegio para ir a donde tú estabas… No te culpo ni nada parecido. El ataque que ha sufrido… podría haberle pasado a cualquiera, en cualquier lado, mágico o no mágico… Fue algo terrible, tuvo mucha mala suerte…
La mujer frunció el ceño, con el horror impreso en su rostro, pero esta vez no lloró. Se mantuvo firme, y volvió a mirar a Harry a los ojos. Se notaba de dónde había sacado Hermione su inteligencia: Emma no había tardado ni dos segundos en atar los cabos y descubrir que su hija había huido para ir con Harry.
-No tengo idea de si hay algo más que una amistad entre ella y tú -continuó, y ante estas palabras Harry se quedó sin aliento-. No tengo idea de por qué huyó del colegio para verte… Sin dudas, no me extrañaría que esté enamorada de ti, por cómo ha hablado de ti siempre… Y si es así, conociéndola, huirá del colegio una y mil veces más por ti. Recorrerá cielo y tierra por ti, y dejará toda su vida para estar a tu lado.
Él siguió sin decir nada, sintiéndose lívido. La mujer se fue poniendo más seria con cada palabra, y empezó a inspirarle una enorme frialdad.
-Dejará toda la vida que tiene por delante por un muchacho que fue expulsado del colegio, sin estudios, que se gana la vida trabajando de heladero.
Así que también sabía eso…
-Hoy ha sufrido una violación y se ha salvado de milagro… Podría haber muerto.
Harry respiraba cada vez con mayor dificultad. Sus manos sudaban.
-Pero el trauma que le quedará por lo que tuvo que vivir es algo de lo que no se librará en toda su vida… Es un daño que estará con ella para siempre. Así que no te sorprenderá que te pida, encarecidamente y con mi mayor consideración, que no vuelvas a ver ni a hablar con mi hija nunca más en tu vida.
Se hizo un silencio sepulcral. La tensión entre ellos creció a niveles extremos. La voz de la mujer se había ido cargando cada vez más con una energía negativa hasta impregnar cada una de sus palabras de un profundo resentimiento.
-Aléjate de mi hija para siempre -le susurró-. Ya no estás en Hogwarts, y ella no te necesita. Lo que necesita es estudiar y hacer su vida en el colegio. No andar huyendo de allí por las noches. ¿Está claro?
Una parte de Harry había pensado que el discurso iría por ese lado, para nada lo preparó para oírlo finalmente. Nada lo preparó para oír de los labios de una mujer que lucía tan similar a Hermione palabras tan frías y descorazonadas.
Se quedó mirando el suelo como si estuviera recibiendo una reprimenda. Por un momento pensó en contestarle que Hermione había ido a salvarlo, no a verlo, pero finalmente decidió no decirlo. La culpa que él mismo sentía por lo ocurrido era más grande que cualquier deseo de discutir con Emma.
-¿Crees que puedas hacerlo? -le preguntó ella, muy seria-. ¿Crees que puedas alejarte de mi hija y dejarla en paz? Si te preocupa Hermione, estoy segura de que entenderás que es lo mejor para ella. Nosotros nos ocuparemos de hablar con los policías magos, no tú. Nosotros nos encargaremos de seguir la investigación sobre quiénes fueron sus atacantes, no tú.
Entonces Harry miró a la mujer a los ojos finalmente, con valentía, y asintió, igual de serio.
-Muy bien -dijo ella, cruzándose de brazos-. Quizás quieras irte de aquí, en ese caso. Era mentira cuando te dije, hace un rato, que los médicos no querían que entrara nadie más a verla. No le hemos dicho que estás aquí. Creo que lo mejor será que ella nunca sepa que viniste a verla. En un par de horas, los médicos magos la darán de alta y ella volverá al colegio, donde no tendrá que verte de nuevo. Así que creo que lo mejor será que te vayas ahora y que desaparezcas para siempre. ¿Qué te parece?
La forma tan fría en la que le dijo todo aquello lo hizo sentirse peor que nunca, y de alguna forma el tono de voz que empleó no daba posibilidad a réplica. No inspiraba el deseo de discutirle, ni de enojarse con ella. Era una forma de hablar que lo hizo sentirse una mierda de persona, la clase de mierda que sería mejor que se alejara lo más posible de su nariz, por el bien de todos. Y, de alguna forma, Harry sintió que lo único que tenía sentido en ese momento era obedecer.
-De acuerdo -murmuró finalmente, con las manos hundidas en los bolsillos y la mirada apagada.
Le dirigió una última mirada y se alejó de ella. Su mente se sentía entumecida. Su cuerpo caminaba como si flotara. Sus pies no querían marcharse, pero sabían perfectamente cuando su presencia ya no era bienvenida…
Sin ocurrírsele qué otra cosa hacer, Harry se metió a una de las chimeneas de la sala principal, lanzó los polvos flú que había sobre la repisa dentro y exclamó con un tono de voz amargo y angustiado: "El Caldero Chorreante".
Giró en un remolino, desapareciendo de San Mungo y de la vida de Hermione.
