Ruedo de un lado a otro en la cama intentando conciliar el sueño, pero me doy cuenta de que ya será imposible; tengo una sensación de ahogo que me cierra la garganta, el sudor hace que las mantas se adhieran a mi piel y la incomodidad crece con el pasar de los minutos.

No dormí absolutamente nada la noche anterior, el ardor en mis ojos hace que el malestar aumente; me saco las múltiples mantas de encima y quedo sentada en la cama, observando fijamente el reloj que cuelga de la pared escarlata, son las seis de la mañana.

Me estiro perezosamente antes de salir de la cama, será un día largo y daría lo que fuese para que termine lo antes posible; setenta y cuatro años después, el recuerdo de una gran guerra sigue haciéndose notar en Panem, el país donde vivo.

En el pasado, Panem estaba conformado por trece distritos que se rebelaron contra el gobierno en un intento por poner fin al sistema que consideraban incorrecto. Sin embargo, los distritos fueron derrotados y el gobierno, conocido como el "Capitolio", destruyó el Distrito 13 para demostrar su poderío. Además, se instituyó una competencia anual conocida como los juegos del hambre, donde se elige a dos jóvenes, un hombre y una mujer, de cada distrito, con edades comprendidas entre los doce y los dieciocho años. Estos participantes se ven obligados a luchar hasta la muerte con el objetivo de salir victoriosos.

El representar a tu población en este torneo lleva mucha dicha consigo, si te eligen o te ofreces para participar, es tu obligación llevar el nombre del distrito a lo alto. Es por eso que los niños son entrenados desde temprana edad, a pesar de que esto sea considerado ilegal.

Hay bastante competencia en lo que respecta a ser partícipe de los juegos del hambre, todos quieren estar destinados a la gloria, pero la realidad golpea de manera brutal a aquellos que no han sido preparados lo suficiente como para entrar a la competencia, muchos se ofrecen como voluntarios de manera impulsiva y terminan de la peor manera posible.

Provengo del distrito 2, uno de los distritos más ricos y mejor posicionados de Panem, mi casa se encuentra en una zona residencial, entre la zona de las fábricas, donde se manufacturan armas, y los centros de capacitación física, donde entrenan al personal de seguridad que sirve al Capitolio. Esta zona también se encuentra cercana al centro del distrito, donde se comercializan alimentos y vestimenta.

A pesar de que la mayoría de los elegidos de los otros distritos no tienen las mismas habilidades que aquellos entrenados en mi distrito o en el distrito 1, que también preparan minuciosamente a sus tributos, no hay que bajar la guardia; el exceso de confianza puede ser lo que te destruya en la competencia. Lo digo porque he visto esta situación demasiadas veces, tributos que han sido entrenados por años y no sobreviven mucho, porque se les nubla el juicio y pierden el pensamiento crítico; eso pasó con mis hermanos.

Para ir a los juegos y ganar, necesitas una mezcla de ingenio, habilidades físicas, y objetividad impecable. No hay una edad específica que recomienden para ofrecerte de tributo, pero yo siento que aún no estoy lista, por más tentadora que sea la recompensa de salir victoriosa.

Los entrenamientos son duros, a mí me han perfeccionado en el arte de lanzamientos de cuchillos, es de extrema utilidad porque me ayuda a defenderme y atacar, tengo posibilidades de ganar en caso de ser partícipe de los juegos, pero necesito más destreza mental; mis entrenadores me han dicho en varias ocasiones que tiendo a distraerme con facilidad, y eso es extremadamente peligroso estando en la arena. Según ellos estoy lista, pero tengo mis dudas al respecto.

Salgo de la cama y me estremezco al sentir el suelo frío debajo de mis pies descalzos, me pongo de pie con lentitud y enciendo la luz de mi habitación, un pequeño espacio de paredes color escarlata, una ventana que da a la calle principal, cortinas de color blanco que llegan hasta el suelo de parquet; una cama de blancas sábanas, un pequeño armario de color café y un escritorio del mismo color, con una exhibición de cuchillos encima.

Mis padres son funcionarios de seguridad de alto rango dentro del Capitolio, no somos muy cercanos, pero tampoco es que me importe demasiado; la alcaldía se encarga del entrenamiento de los niños para los juegos, pero mis padres pagan por mi preparación diferenciada, mis armas y todas mis comodidades, no hay forma que les tenga rencor por no estar presentes; tampoco fui muy cercana a mis hermanos, porque teníamos una gran diferencia de edad, pero la muerte de ambos me ha dejado un mensaje bien claro: no ir a los juegos hasta estar completamente preparada.

Tuve dos hermanos: Maximus, quien era trece años mayor que yo, fue el primero en ir a los juegos unos meses después de cumplir los diecisiete años; confiaba ciegamente en sus habilidades y estaba seguro de que nadie podría competir contra él, mucho menos derrotarlo; había durado una semana en la arena, hasta que fue asesinado por un tributo sin entrenamiento alguno, del distrito diez.

El año siguiente, el distrito dos estuvo de fiesta, pues uno de nuestros tributos había salido victorioso; Enobaria, una chica fuerte y temeraria, desde el primer momento demostró ser superior a su competencia; ella trajo dicha y orgullo a nuestra población, así como motivación y sed de sangre a los jóvenes que aún se encontraban en entrenamiento. Al menos eso he oído, yo tenía apenas cinco años cuando ocurrió.

Anmon, mi otro hermano, quien era once años mayor que yo, se ofreció de tributo para los siguientes juegos también a los diecisiete años, como lo había hecho Maximus; ambos cometieron el mismo error, subestimar a la competencia y creer ciegamente en que eran invencibles. Anmon fue asesinado de la misma forma que Maximus, por un tributo de un distrito pobre, sin entrenamiento de ningún tipo.

Yo había empezado mi entrenamiento al año siguiente, cuando cumplí los siete años; recuerdo vagamente a mis padres conversando con algunos de los entrenadores el día que me llevaron al centro de prácticas por primera vez, lo que quedó marcado en mí para siempre fue la frase que habían repetido unas cinco veces a los entrenadores presentes:

"Tienen que convertirla en una guerrera de verdad, sin errores ni excusas esta vez."

Ellos fueron enviados al Capitolio poco después de que cumplí los doce años, fueron promovidos a rangos más altos y no podían quedarse en el distrito. Se aseguraron de enseñarme las habilidades necesarias para cuidarme sola, y pagaron a una vecina para que me vigilara de vez en cuando, en caso de extrema urgencia; nunca los volví a ver, recibía cartas de ellos una vez al mes durante los primeros años, pero fueron disminuyendo con el tiempo, ahora las recibo una vez al año, en mi cumpleaños.

Mi entrenamiento ha sido duro, y lo sigue siendo, espero en algún momento llegar a cumplir con los estándares del centro de prácticas, y como dijeron mis padres aquel día: sin excusas ni errores.

Salgo de mi habitación y me dirijo al baño aún medio somnolienta, me saco el suave vestido de algodón que utilizo para dormir y observo mi reflejo en el amplio espejo por un instante, me cuestiono si ya no será hora de poner a prueba mi entrenamiento.

Alejo aquellos pensamientos intrusivos al entrar a la ducha, no hay nada más agradable que un buen baño caliente en una fresca mañana, otro de los lujos que nos damos en muy pocos distritos; bajo la vista y me percato de los diversos moretones presentes en mis brazos, piernas y torso, todo esto debido a las prácticas diarias.

Aquí te hacen pensar que lo mejor que puedes hacer con tu vida es participar de los juegos del hambre, pero yo siento que debe haber algo más, varias veces me he atrapado fantaseando con la idea de volverme entrenadora en el centro de prácticas.

Cierro el paso de agua y envuelvo mi cuerpo con una suave toalla, se me pone la piel de gallina a salir del baño, así que me apresuro en volver a mi habitación para vestirme lo antes posible; abro el armario con las manos temblorosas y saco ropa adecuada para el clima, pantalones holgados de color negro, una remera mangas largas del mismo color, medias grises y un par de botas que se encuentran al lado de la cama. Cepillo mi cabello castaño rápidamente y lo dejo suelto.

La ceremonia de elección de tributos, o cosecha, no empieza hasta las once de la mañana, este acto es realizado en todos los distritos a diferentes horas del día, para que las personas del Capitolio puedan ver las ceremonias en vivo y en directo.

Miro nuevamente el reloj y ni siquiera son las ocho de la mañana aún, así que voy a la cocina en busca de un buen desayuno que sirva para despertarme un poco más; En cuestión de minutos el olor a café se apodera del lugar, despertando así a mi única compañía: Gato, un felino de color gris y cuerpo voluminoso, quien llegó a mi casa una noche de invierno, dos años atrás, y tomó el lugar como suyo.

Es una criatura bastante inteligente, conoce su nombre y es capaz de relacionar el olor a café con su propio desayuno, y no soy quién para negarle una buena porción de sobras de la comida del día anterior. Al principio tenía mis dudas con respecto a quedármelo, pero se ganó su lugar en la casa al ser de gran utilidad para mantener a insectos y roedores molestosos lejos de las alacenas; también estoy bastante segura de que va a otras casas a pedir alimentos, utilizando el mismo truco de ser útil y adorable, porque no creo que la comida que le brindo sea suficiente como para mantener el peso que tiene. Aunque no tengo quejas al respecto, es la perfecta compañía para dormir en las noches de frío.

La mañana transcurre de manera lenta, dolorosamente lenta; salgo al pórtico de mi casa por un momento, las nubes no anuncian lluvia, pero hacen que el día luzca sombrío, el viento fresco resulta reconfortante y molestoso a la vez. Se escucha un bullicio en la lejanía, y asumo que son las personas dirigiéndose al centro del distrito para la ceremonia de elección de tributos. La mayoría elige llegar temprano para no quedar muy al fondo de la multitud.

En mi distrito no se acostumbra a enviar a la persona que salga seleccionada en el sorteo a los juegos del hambre, normalmente se hace una lista de los mejores candidatos en el centro de prácticas; si terminas entre los cinco mejores eres libre de presentarte como voluntario el día de la cosecha, pero si tu nombre está en el primer o segundo lugar es considerado una obligación hacerlo. Tienes que pagar a la alcaldía lo que han invertido en tu entrenamiento de alguna manera, si nunca te presentas como voluntario debes buscar algún trabajo que te ayude a devolver una cierta suma de dinero a cambio de la preparación que recibiste, la mayoría de los jóvenes termina convirtiéndose en personal de seguridad.

A veces ocurren malentendidos o peleas entre los jóvenes seleccionados, porque terminan ofreciéndose varios tributos al mismo tiempo, pero las reglas son claras: la primera persona en llegar al escenario es seleccionada. Es como una carrera.

Yo quedé en cuarto puesto este año, una parte de mí se siente orgullosa del logro porque somos varias chicas peleando por esos lugares, la otra parte de mí siente que no es suficiente. Tengo que llegar a primera, la mejor de las mejores, aunque no tengo mucho tiempo, ya que el año entrante cumplo los dieciocho y es mi última oportunidad de ser partícipe de los juegos.

Vuelvo al interior de la casa, veo como Gato duerme plácidamente sobre la mesa de la cocina y siento un poco de envidia, no recuerdo cuándo fue la última vez que dormí sin preocupaciones o sin que mis problemas me persiguieran al mundo de los sueños; coloco mi autocompasión en pausa y voy a mi habitación a prepararme para la cosecha, con el peso del mundo sobre mi cabeza. Al ser una ocasión especial, se espera que las personas se vistan acorde a la importancia de la misma, especialmente los jóvenes en edad de ser seleccionados.

Saco el único atuendo elegante que tengo en el fondo del armario y lo examino por un momento antes de ponérmelo, es un vestido de mangas largas y cuello de tortuga color arena, al solo verlo me siento irritada. Tiene alrededor de tres capas de tela, una satinada que está en contacto con la piel, una encima para evitar que se transparente la ropa interior, y una última que es más decorativa, con flores diseñadas en encaje; las gruesas costuras hacen que la prenda se ciña al cuerpo en la cintura y en los pechos, la falda baja hasta el suelo sin tocarlo, y pequeños detalles de encaje color blanco se hacen presentes en los puños.

El vestido ha sido un regalo enviado por mi madre desde el Capitolio, me hace sentir asfixiada con los botones cerrados hasta el cuello, no quiero imaginarme lo incómodas que son las prendas que visten las personas de alto nivel económico. Ellos utilizan la moda como una forma de expresión, para demostrar el poder que cargan consigo; aquí no es más que una molesta tradición.

La ropa me resulta fastidiosa, pero al menos los zapatos pueden ser cómodos. Tomo un par mocasines color arena y me los coloco junto a unas medias blancas, los zapatos tienen una pequeña plataforma que me hacen ver más alta, y no niego que me hacen sentir bien; soy una persona de baja estatura, no creo llegar a medir más de metro y medio, así que cualquier calzado que me ayude a disimular mi verdadero tamaño, es bienvenido.

Trenzo mi cabello rápidamente para que no cubra mi rostro, todo tiene que verse pulcro y perfecto. Camino hasta el baño para dar un vistazo en el espejo, no me agrada lo que refleja; suelto un par de maldiciones al ver la imagen de una chica pequeña, pálida y vestida como una maldita muñeca de trapo.

Sacudo mi cabeza con esperanzas de que el sentimiento de inferioridad desaparezca, no resulta; salgo del baño y me encargo de apagar todas las luces que se encuentran encendidas en la casa, dejo una ventana abierta a medias para que Gato se maneje como le plazca, también le dejo un plato cargado de comida al lado de la misma.

Salgo de la casa y cierro la puerta de la entrada con llave, los robos no son comunes en mi área, pero es mejor prevenir que lamentar. Doy un último vistazo a mi hogar y emprendo rumbo hacia la cosecha.