Nos ponen bajo custodia una vez acabado el himno. Nunca entendí por qué actúan como si fuéramos a escapar. Estamos aquí por decisión propia. Los agentes de la paz nos guían hasta la puerta principal del Edificio de Justicia y, al entrar, nos conducen a habitaciones separadas.
Las paredes son de color crema; un candelabro cuelga del techo en medio de la sala. El suelo es de parquet y gruesas alfombras de pelo se encuentran debajo de cada sillón. Me hundo en uno de ellos y espero que los agentes de la paz vuelvan por mí. Este tiempo se utiliza para que los tributos se despidan de sus familiares, pero como yo no tengo a nadie aquí, es un momento para reflexionar sobre el lío en el que me había metido.
¿En qué estaba pensando?
Estoy a minutos de subirme a un tren que me llevará directo al Capitolio, donde tendré en mis manos la tarea de asesinar a las personas necesarias para regresar a casa con honor y gloria para mi distrito. Honestamente, es más fácil decirlo que hacerlo.
Si me armo con cuchillos, estaré bien. He entrenado durante años para esto y no es momento de acobardarse. Aunque tengo una leve preocupación con respecto a las armas que nos brindarán en la arena. Hubo un año en el que solo equiparon a los tributos con unas espantosas mazas con pinchos y terminaron matándose a golpes.
Una cosa es manejarme con las armas con las que he entrenado toda mi vida y otra muy diferente son las peleas brutales cuerpo a cuerpo. Con mi estatura, no soy una oponente para nadie. Pero si logro ser más astuta que el resto, podría asegurarme de que mis oponentes se maten entre ellos, o mejor dicho, que mis aliados hagan el trabajo sucio por mí.
Los distritos más ricos, usualmente el uno, dos y cuatro, suelen formar alianzas entre sus tributos para aumentar las posibilidades de ganar y eliminar a los más débiles de manera más rápida. Pienso en todas las posibilidades, en todo lo que podría ocurrir allí, pero no me sirve de mucho porque absolutamente nada es seguro. Eso es lo que mantiene los juegos interesantes para los espectadores.
Las grandes puertas de la habitación se abren repentinamente, y dos agentes de la paz me indican que es hora de partir. Al salir del edificio de la justicia, subimos a un auto negro y viajamos menos de cinco minutos junto a Lauren, quien va en el asiento del copiloto. Cato y yo vamos en la parte trasera del carro; la tensión podría cortarse con un cuchillo.
Al llegar a la estación de tren, bajamos del auto y nos guían rápidamente entre una gran multitud de periodistas, quienes gritan, empujan y se aplastan entre sí con tal de conseguir una buena foto de mí, de Cato o de nuestros mentores.
Las luces me encandilan, siento cómo una gran presión crece en la parte posterior de mi cabeza. Lauren camina detrás de mí con una mano en mi espalda; siento sus largas uñas tamborilear sobre mi cintura, en señal de que debo apresurar el paso antes de que los periodistas se nos lancen encima. Llegamos a las puertas del tren, que aún están cerradas. Doy un último vistazo al mar de gente que se alza delante de mí y no logro entender ninguna de las preguntas que gritan al unísono. Mantengo una expresión seria y los ignoro.
Hay una regla muy importante que nos enseñan en el centro de prácticas: no interactuar con la prensa bajo ninguna circunstancia, a menos que sea indicado por algún mentor o representante del Capitolio.
Tenemos que quedarnos unos minutos frente al tren para que tomen nuestras fotografías. Cuando siento que mi cabeza estallará por culpa de las luces de las cámaras, nos permiten subir al vagón. Cierran las puertas y el tren comienza a moverse, sacudiéndonos con gran rapidez. Lauren me sostiene torpemente del brazo.
—Adoro viajar en tren —dice ella, acomodándose el cabello con gracia—. Deberíamos llegar al Capitolio al anochecer.
A pesar de que el viaje no es largo, nos asignan habitaciones separadas tanto para los mentores como para los tributos. Me encuentro con un bonito dormitorio con baño privado, vestidor y cajones llenos de ropa nueva. Escucho golpes en mi puerta y, al abrir, veo a Enobaria, quien me indica que tendremos una reunión rápida con todos los mentores, más por protocolo que por otra cosa. Además, recomienda que me vista con prendas cómodas antes de ir al vagón comedor en diez minutos.
Me siento un poco perpleja al tenerla tan cerca. Nunca había tenido contacto alguno con ninguno de los vencedores del distrito. Sé de ellos porque en el centro de prácticas los utilizan como un molde o ejemplo a seguir. Tenemos que estudiar sus técnicas y adaptarlas a nuestras capacidades. Lo más llamativo de ella definitivamente son sus dientes. Después de ganar sus juegos de la manera más brutal posible, se sometió a varios procedimientos cosméticos para cambiar su forma. Ahora son puntiagudos y están bañados en oro. Creo que es una forma de no olvidar que fueron sus dientes los que la llevaron a la victoria, al desgarrar el cuello de su oponente con ellos. Se la ve agresiva y sádica a la hora de pelear, pero fuera de combate luce normal, o al menos estable.
Lauren aparece detrás de ella anunciando lo que Enobaria ya me había dicho, además de recalcar que puedo hacer lo que quiera y que el tren entero está a mi disposición. No voy a negar que el trato y las facilidades que brinda el Capitolio son cosas a las que podría acostumbrarme fácilmente. Tampoco niego que sería asombroso pasar mis días en un lugar como este, sin hacer absolutamente nada.
Tomo en cuenta el consejo de Enobaria y me cambio el incómodo vestido apenas ambas mujeres se retiran. Tardo unos segundos en encontrar algo adecuado para vestir y finalmente decido ponerme lo más cercano a mis prendas diarias: un pantalón holgado de algodón gris, una remera de mangas largas color negro del mismo material y un par de calzados deportivos también negros. Aunque estos últimos se sienten grandes en mis pies, tal vez sean una o dos tallas más grandes de las que acostumbro.
Me desperezo antes de salir de la habitación, sintiendo los músculos del cuello y la espalda tensos debido al estrés. En el centro de prácticas me brindaron una rutina de ejercicios y estiramientos para situaciones como esta, pero tendré que esperar a tener un momento de calma para realizarlos. Cruzo rápidamente un largo pasillo que lleva al vagón comedor, donde mis cinco mentores ya están sentados alrededor de una mesa de madera pulida, disfrutando de los bocadillos que ofrece el tren. El aroma es agradable, una mezcla de café y panificados.
Una mujer grande, de mediana edad, cabellos blancos y expresión severa, me ordena que tome asiento en un extremo de la mesa. Su nombre es Lyme, una de las vencedoras más antiguas del distrito. Mientras me sirvo una taza de café, ella comenta que este año los mentores designados son Enobaria y Brutus, ya que son los vencedores más jóvenes. Los demás estarán disponibles en caso de que necesitemos consejos de combate altamente específicos, pero, de ser posible, debemos acudir únicamente a los mentores designados.
Cato llega unos instantes después y es colocado en el otro extremo de la mesa. Un silencio se hace presente mientras los mentores intercambian miradas que dicen todo sin decir nada. Brutus ordena que nos pongamos de pie y nos dirijamos al centro del vagón. Cato y yo caminamos hasta quedar frente a la mesa, lado a lado, con la misma expresión seria y postura erguida.
Lauren se pasea entre los vencedores repartiendo unos sobres gruesos sellados, y ella se queda con uno. Nuestros entrenadores del centro de prácticas proporcionaron informes detallados sobre nuestros programas de entrenamiento. Lyme levanta la mirada y nos examina detenidamente, tomando notas en el dorso de varias hojas. La veo subrayar algunos puntos, pero es imposible saber si se refiere al informe de Cato o al mío.
Brutus y Enobaria caminan alrededor de nosotros en silencio. Cada uno toma un cuaderno pequeño y garabatea lo que supongo que son nuestras fortalezas o debilidades, probablemente más lo segundo.
—Bueno —murmura Brutus al dejar su cuaderno sobre la mesa—. Será mejor que me parta un rayo si alguno de ustedes no gana estos juegos.
Los mentores coinciden en una sola cosa: podríamos formar una buena alianza en la arena debido a nuestras diferencias. No en el sentido negativo, según comenta Enobaria, sino en términos de complementariedad. Debido a mi tamaño, soy más ágil y rápida que Cato. Mi entrenamiento con cuchillos me convierte en una gran amenaza tanto a corta como a larga distancia. Puedo defenderme fácilmente y cuidar de mis aliados desde la distancia, aunque solo mientras sea necesario.
Por otro lado, Cato es monstruosamente grande, alcanza los dos metros de altura y posee una fuerza que lo hace capaz de enfrentarse cuerpo a cuerpo con cualquier tributo. Su entrenamiento con espadas lo convierte en un oponente formidable en combates cara a cara.
Ambos tenemos conocimientos sobre planificación táctica, primeros auxilios, toxicología básica y manejo de otras armas. Yo no puedo combatir sin cuchillos, él no puede moverse sin ser visto, si jugamos bien nuestras cartas podemos llegar a las instancias finales de la competencia.
Nadie señala al elefante en la habitación, en algún momento uno de los dos tendrá que traicionar al otro. Esta charla de ser complementarios y básicamente el "Equipo Perfecto" es una buena forma de ignorar el inminente final: uno de los dos tiene que morir.
No menciono el tema porque ninguno de los mentores lo hace, agradezco que hayan señalado sus debilidades, pero maldigo internamente porque también expusieron las mías, aunque no creo que Cato haya necesitado que alguien le diga que puede aplastarme como a una maldita hormiga cuando se le dé la gana, cualquier persona con dos dedos de frente sabe quién está en desventaja aquí.
Me preocupa, pero tampoco pienso mucho en ello, todavía no conocemos a nuestros aliados, tampoco sabemos en qué clase de bioma estaremos, qué tipo de armas tendremos a nuestra disposición, o si tendremos acceso a comida o agua. Nada es seguro, y cualquier plan que invente ahora mismo es capaz de fallar miserablemente una vez iniciados los juegos. Esta misma idea se repite en mi mente una y otra vez desde el primer momento: Nada es seguro.
Lauren comenta que nos quedan dos horas más de viaje hasta el Capitolio, donde podremos ver las cosechas de los otros distritos, nuestros mentores no se apresuran en conocer a la competencia porque están completamente seguros de que nadie tiene oportunidad de vencernos, a excepción obviamente de los tributos de los distritos uno y cuatro.
Cuando nos dan el visto bueno, Cato y yo nos retiramos, cada quien a su respectiva habitación. Enobaria había dicho que necesitábamos un tiempo a solas, aunque sea hasta llegar al Capitolio, porque apenas pongamos un pie ahí todo será abrumante y no tendremos tiempo ni para pensar.
Soy una persona que pasa la mayor parte del tiempo sola, y sinceramente el hecho de que al menos una docena de personas estarán pisándome los talones por semanas no es muy agradable, necesito estar con mis pensamientos, consciencia o lo que sea que fuese aquella voz interna que te ayuda a decidir las cosas. Tengo dos tipos de reacciones con los demás, la primera es con respuestas premeditadas, lo que la mayoría llama "pensar antes de actuar", esto toma su tiempo porque debo procesar la situación y actuar de una forma socialmente aceptada, o al menos eso es lo que me enseñaron.
Sin embargo, cuando no freno mis pensamientos o no logro filtrar mis reacciones, soy una persona agresiva, tanto verbal como físicamente. No tengo demasiada paciencia, mi carácter es fuerte y me gusta que las cosas se hagan tal y como pienso que deben hacerse. El hecho de que tendré a personas ordenándome qué es lo que tengo que hacer, cómo tengo que hablar y qué debo vestir, es algo que empieza a cargarme de rabia lentamente y es cuestión de tiempo para que arremeta contra el primer idiota que se cruce en mi camino.
Lo único que debo hacer es mantener la paz con mis mentores y con Lauren, el resto me importa poco porque al final de cuentas no servirán ni para limpiar mis cuchillos. Quiero pensar que mis alianzas serán útiles, pero no me fío del todo en las habilidades de otros tributos, la verdad es que ganar los juegos dependerá únicamente de mí.
Entro en mi habitación sin prestar atención a Cato, nunca he intentado formar amistades en el centro de prácticas y no creo que sea momento de cambiar eso; mientras menos lo conozca, mejor para mí. La cabeza me da vueltas y me siento terrible, culpo al movimiento del tren, culpo a la conversación que sostuve hace unos minutos con mis mentores, culpo al café que acabo de beber, culpo al país completo por colocarme en esta maldita situación. Se me revuelve el estómago debido al estrés y es cuestión de segundos para que me encuentre de rodillas frente al inodoro, echando todo lo que había ingerido aquella mañana.
La garganta me quema, los ojos me arden y siento las manos temblorosas; Espero unos minutos, hasta que las arcadas desaparecen, para oprimir el botón que vacía el inodoro e intento levantarme. Apoyo torpemente ambas manos sobre el lavabo para poder cargar todo mi peso, observo mi reflejo en el espejo y me percato de que pequeños puntos morados aparecieron debajo de mis ojos, producto del esfuerzo realizado al vomitar, mi nariz está roja, y mi rostro palideció drásticamente. No es una imagen muy alentadora.
A un costado del lavabo hay un pequeño bolso que contiene un cepillo dental, dentífrico, jabón y un perfume de bolsillo; limpio rápidamente mis dientes, lavo mi rostro para disimular un poco lo que acababa de ocurrir, y disperso el perfume para evitar algún olor extraño en el baño o en la habitación. Luego de lavarme las manos y salir del baño, me entierro debajo de las mantas en la cama, esta se amolda a mi cuerpo y siento como me transfiere su calidez rápidamente.
Me acurruco en posición fetal y dejo que mis pensamientos vayan desapareciendo a la par que ingreso al mundo de los sueños. A diferencia de otras veces, no hay nada esperándome del otro lado, mi mente no me tortura por primera vez en meses y descanso plácidamente.
No estoy consciente del tiempo que ha transcurrido desde que cerré los ojos, pero vuelvo a la realidad cuando escucho fuertes golpes sobre madera. Me despierto desconcertada, miro el techo y tardo unos segundos en asimilar dónde estoy; los golpes se hacen más fuertes y caigo en cuenta de que es alguien queriendo entrar a mi habitación. Al abrir la puerta veo el rostro de preocupación de Lauren.
—Demonios, linda—murmura mientras se toma de las sienes—. Tienes el sueño pesado.
Me avisa que llegaremos en media hora y que es momento de arreglarse un poco, no puedo verme somnolienta y mucho menos estar con la guardia baja, menciona también acerca de las comodidades que me esperan en el Capitolio y que esta habitación no es nada comparada con la que tendré allí. Veo a Lyme y Enobaria cruzar detrás de Lauren, por las expresiones en sus rostros asumo que están discutiendo; no me permito indagar sobre lo que podría estar ocurriendo porque lo cierto es que probablemente no sea asunto mío, y la curiosidad solo me traerá problemas. No puedo darme el lujo de llevarme mal con las dos vencedoras más importantes del distrito.
Lauren sigue hablando, pero mi mente había ido detrás de aquellas intrigantes mujeres que parecían estar planeando algo muy interesante, una vez más detengo mi tren de pensamientos y finjo interés en lo que sea que Lauren explica con alegría, la verdad es que no logro retener ni siquiera una palabra de lo que ha dicho.
Para una persona como yo, que nunca fue muy sociable, tener a tantas personas alrededor mío resulta bastante extraño; me siento en la obligación de analizar las reacciones, gestos, y modulación de voz de todos, para entender qué es lo que pasa por sus mentes realmente, o al menos hacerme una idea al respecto.
Cierro nuevamente la puerta y me dispongo a realizar algunos estiramientos para despertar a mi cuerpo y a mi mente luego de aquella maravillosa siesta, al mover mi cuello oigo algunos huesos crujir, lo mismo ocurre en mi espalda baja. Mi entrenadora del centro de prácticas me había explicado que aquellos crujidos eran burbujas de aire explotando debido a la presión que ejercían los huesos sobre ellas; ahora pienso que sirven como un anuncio, es como si mi cuerpo dijera que ya podemos ponernos en marcha.
Cuando pienso que ya nada ni nadie puede arruinar mi momento de paz, llaman nuevamente a la puerta, y estoy más que segura de que es Lauren, esa mujer no descansa un solo segundo. Abro la puerta con intención de lanzarle algún comentario sarcástico a modo de broma, pero la sonrisa y las palabras se borran de mis labios cuando veo que no se trata de ella.
En el pasillo, recostado por el marco de la puerta, se encuentra Cato con expresión serena y actitud despreocupada, entra a la habitación sin pedir permiso y toma asiento en el borde de la cama. Camino furiosa hacia él con intenciones de echarlo de vuelta al pasillo, me toma repentinamente de ambas muñecas y susurra como si no quisiera ser escuchado
—Tenemos que hablar.
