Cuando cumplí los diez años, formé parte de las clases de combate en el centro de prácticas; no sabía de qué se trataba, y de haberlo sabido hubiese corrido lo más rápido posible, muy pero muy lejos de ahí.
Era una mañana lluviosa y me encontraba practicando técnicas nuevas para el lanzamiento de cuchillos, no era muy buena pero estaba progresando; todo transcurría con normalidad, hasta que de repente un hombre desconocido llegó al salón de armas, intercambió unas palabras con la entrenadora encargada de la clase, y me pidió que lo acompañase. Lo seguí rápidamente hasta el patio del centro de prácticas, donde un grupo de cuatro niñas se encontraba esperando por nosotros debajo de la fuerte lluvia.
—Clove y Lexi—gritó para ser escuchado por encima de los truenos—. Fuera las armas y al centro.
No entendía muy bien lo que estaba ocurriendo, tomé los tres cuchillos que se encontraban en mi chaqueta y los dejé en el suelo; no podía ver ni oír bien debido a la tormenta así que tardé unos segundos hasta llegar al centro del patio, donde se había pintado un circulo negro que era apenas visible. La otra niña que había sido llamada se encontraba completamente quieta, me doblaba la altura y tenía el leve presentimiento de que era mayor que yo.
Todo fue muy confuso hasta que algo hizo "crack" en mi cabeza, en sentido literal. Solo logré distinguir a una sombra negra abalanzándose sobre mí, arrojándome al suelo y tomándome del cuello de la chaqueta, para luego golpearme el cráneo contra el suelo una y otra vez.
Cerré fuertemente los ojos y escuché como mis gritos se mezclaban con los truenos, convirtiendo mi sufrimiento en una película muda. Traté de quitarme a aquella niña de encima de todas las maneras posibles pero no lo lograba, me sentía desmayar cuando sentí que aflojó su agarre levemente; bajó la guardia por un segundo y eso fue suficiente para que pudiera levantar mi rostro hasta lograr que la piel de una de sus manos chocara contra mis labios, fue así como clavé mis dientes en su carne, hasta que mi boca se había llenado de sangre.
Se alejó de mí por un instante y a pesar de que la lluvia nublaba mi visión, podía ver el horror en sus ojos, cosa que duró una fracción de segundo porque antes de que pudiera moverme, sentí como sus uñas se clavaron en mi cuello. Termine escupiéndole aquel pedazo de carne que había arrancado de su mano, directo al rostro; eso había sido suficiente para quitármela de encima de una vez por todas.
Lo único que recuerdo después de aquello, fue despertar en la enfermería del centro de prácticas con tubos amarrados a mi antebrazo y un dolor de cabeza insoportable, aquel día sentí por primera cómo aquel violento instinto asesino había emergido desde lo más profundo de mi alma, también fue la primera vez que experimenté el miedo real y la última vez que lo demostré. Sentí como mi cuerpo se preparaba para luchar por salvar mi vida, y curiosamente aquel sentimiento se repite en este mismo instante, con Cato sujetando mis muñecas con fuerza y perforado todas las capas de mi alma con su fría mirada.
—Yo no tengo nada de qué hablar contigo—susurro de la misma forma que él había hecho—. Sal de aquí.
Me suelta repentinamente mientras se levanta de la cama donde se encontraba sentado, intento disimular el hecho de que me cuesta verlo a la cara, no por vergüenza si no porque es ridículamente alto y estoy a punto de torcer mi cuello.
—Todos en el centro de prácticas sabían que tú terminarías ofreciéndote como voluntaria—Habla lento y pausado mientras me observa detenidamente—. Tú yo tenemos una buena chance, lo sabes Clove.
Me detengo a pensar por un instante en lo que acababa de decir, y tendrá que pensar que soy estúpida como para creerme aquella mentira que había salido de su boca, aquí no hay un "tú y yo", será él o seré yo, no existe un "nosotros".
Quizás me encuentro muy a la defensiva pero cualquiera que estuviese en mi lugar lo estaría, ese chico asusta; cada palabra, cada gesto, cada acción suya significa peligro y hay algo más en él que me hace querer salir corriendo. Me trago el pánico que siento para poder hacerle frente a mi compañero de distrito, no puedo dejar que vea lo mucho que me afecta su presencia, mucho menos el miedo que me causa.
—Lo hice porque las demás voluntarias fueron unas malditas cobardes y se arrepintieron a último momento.
Esboza una sonrisa mientras toma asiento al borde de la cama nuevamente, se cruza de brazos y se mantiene en silencio por unos segundos, como si estuviese buscando las palabras adecuadas para expresarse.
—Me intrigas—dice finalmente—. Para mi suerte, tendremos mucho tiempo para contestar las preguntas que tengo.
Lo miro confundida, me cuesta entender si habla en serio o si es algún tipo de juego mental para sacarme información o hacer quién sabe qué cosa, de todos modos no es necesario conocernos muy a fondo. Es cuestión de semanas para que uno de los dos muera y el otro quede con el peso de los recuerdos atormentándolo por lo que le reste de vida, o quizás por toda la eternidad.
No le encuentro sentido alguno a discutir sobre temas que no nos llevarían a ningún lado, no le daré el discurso del por qué su curiosidad hacia mí no le serviría de nada, tampoco le diré que ninguna alianza en los juegos nos salvaría de nuestros destinos, y mucho menos le diré que la victoria no está asegurada para él, para mí, ni para nadie.
Suspiro levemente y tomo asiento a su lado.
—Te perdono por haber sido la primera vez—digo mirándolo fijamente—, pero no me agradan los extraños en mi cama.
Esta vez ríe con ganas y se descruza de brazos, yo le intrigo y él a mí, buscaré la forma de ganar ventaja sobre él de alguna forma, si no soy más fuerte debo ser más ingeniosa; todos tenemos un punto débil y estoy dispuesta a encontrar el suyo para sacarle provecho
—Lo respeto pero te equivocas en algo—dice mientras se echa para atrás, extendiéndose por completo sobre la cama—, no soy un extraño. Somos compañeros de distrito y debe haber alguna diferencia ahí.
Cierra los ojos y queda acostado como si estuviese en su propia habitación; tanto su sentido del humor como su exceso de confianza me hacen sentir incómoda, no se lo dejo saber pero ruego para que se marche lo antes posible. Para mi desgracia, él no tiene prisa.
—Realmente no hay mucha diferencia—contesto también en tono de broma—, y tengo un gran talento para deshacerme de los extraños.
Abre los ojos y me observa con curiosidad, sin levantarse de donde se encuentra, la situación no está tomando el rumbo que esperaba y me preocupa en cierta medida.
— ¿En serio?—pregunta incrédulo—. Deshazte de mí y me tomo una siesta mientras tanto.
Vuelve a cerrar los ojos y sus brazos se cruzan sobre su pecho, supe desde el primer momento que me arrepentiría de lo que estaba por hacer, obviamente no voy a herirlo de ninguna forma pero necesito ver cómo reacciona bajo presión.
Hay una manta extendida debajo de su cuerpo y se ve lo suficientemente gruesa como para inmovilizarlo momentáneamente. Aprovecho que no me está mirando y tomo uno de los extremos, lo cubro con ella rápidamente y me coloco encima de él, usando mis rodillas para sujetar con firmeza sus hombros contra la cama, logrando así mi objetivo. Hago presión con la tela sobre su rostro, tirando de esta para abajo con una mano y sujetándolo del cuello con la otra; dejo sus ojos al descubierto para ver su nivel de sorpresa, los resultados son gratos
.
Antes de que él pudiera reaccionar, alguien llama a la puerta, y agradezco mentalmente a Lauren por aparecerse ya que soy consciente de que si le daba el tiempo para defenderse, Cato me hubiese arrojado por la ventana del tren.
Le quito la manta de encima y me pongo de pie, dándole la espalda a mi compañero de distrito, como si fuera que no había intentado asfixiarlo unos segundos atrás; siento como el calor sube por mis mejillas y el corazón me golpea el pecho con tanta fuerza que lo escucho retumbando en mis oídos. Admito que fue un ataque débil, pudo haber salido mal de no haberlo tomado por sorpresa, pero mi intención no era lastimarlo (cosa que muy difícilmente lograría de todos modos) sino que quería ver cómo reaccionaba, qué tan rápido lo hacía, y qué tipo de emociones exhibía; al parecer se encontraba con la guardia baja porque su primer instinto no fue pelear, sino que quedó completamente quieto. No esperó que lo atacase realmente.
—Interesante—murmura detrás de mí, con su boca pegada a mi oreja—. Resumiremos esto, y será mi turno la próxima vez.
Giro la cabeza levemente, siento su respiración chocar contra mi rostro, está cerca, quizás demasiado cerca. Aparecen de nuevo aquellas ganas de salir corriendo muy lejos de él. No fue mi intención pero había iniciado una guerra secreta entre ambos, mitad juego y mitad en serio, pero que definitivamente no terminaría bien.
—Ya veremos, Cato.
Intento no alejarme tan rápido para que no se diera cuenta del terror que acababa de sembrar en mí, llego a la puerta y la abro con las manos temblorosas, para mi suerte soy la única que nota esto ya que Lauren irrumpe en la habitación de manera frenética, rompiendo aquella tensión entre Cato y yo.
Finalmente estamos llegando al Capitolio.
El tren comienza a frenar lentamente, Lauren nos indica que vayamos al vagón comedor, la seguimos y detrás nuestro llegan los mentores. Una luz brillante inunda el compartimiento y se va atenuando lentamente, el Capitolio se ve mucho más imponente de lo que vemos por televisión, los edificios con formas extrañas, los colores tan brillantes que dañan los ojos, las personas vestidas con extravagantes atuendos, sus rostros pintados de colores inusuales al igual que sus cabelleras.
Aquellas personas empiezan a señalarnos y saludarnos con los brazos enérgicamente al reconocer el tren de tributos entrando a la ciudad, nos colocamos todos a lo largo de la ventana del vagón y saludamos también; no importa que seas el tributo más fuerte entre todos, siempre necesitarás contar con el apoyo del público, tienes que ganarte a aquellas personas para que luego, con mucha suerte, se conviertan en tus patrocinadores.
Los patrocinadores son aquellas personas que pagan grandes sumas de dinero para suplir a sus tributos favoritos con cosas que necesiten durante los juegos, desde bolsas de dormir hasta medicamentos que uno solo puede imaginar que existen. Llegas a ellos con carisma y con ayuda de tus mentores, porque son ellos quienes tratan con los patrocinadores durante tu tiempo en la arena.
Perdemos de vista a los habitantes del Capitolio cuando el tren entra en la estación, llegamos justo para el anochecer; cierro los ojos y respiro profundamente, ahora es cuando empieza todo realmente. Al salir del tren nos espera una manada enloquecida de personas quienes gritan nuestros nombres, las cámaras se hacen presentes con sus brillantes luces, y somos guiados hasta un auto parecido al que nos había llevado a la estación de tren esa misma tarde.
Viajamos alrededor de diez minutos hasta el centro de entrenamiento, que tiene una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos, aquí nos mantienen hasta el día de los juegos. Cada distrito tiene una planta entera a su disposición, solo tienes que entrar al elevador y presionar el botón con el número de tu distrito.
Las paredes del elevador están hechas de cristal, puedes ver a las personas volverse más pequeñas conforme vas subiendo, me resulta fascinante pero intento ocultar mi emoción; llegamos a nuestra planta y Lauren nos explica que cada quien tiene una habitación propia y que aprovechemos para descansar ya que la agenda de los juegos inicia recién cuando llegan todos los tributos.
Obviamente nuestros mentores ya están familiarizados con el lugar, cada quien sigue su propio camino, conociendo de memoria los pasos a seguir. Lauren me guía hasta mi habitación y me deja para que me acomode. El lugar es enorme y lujoso, lo primero que hago es entrar a la ducha, que tiene un panel gigantesco con más de cien botones que sirven para controlar la temperatura del agua, la presión, los jabones, aceites y esponjas de masaje. Juego con los botones hasta crear el baño perfecto, nunca me había sentido tan relajada en mi vida; al salir de la ducha piso una pequeña alfombra que se activa para secarme el cuerpo con aire, luego coloco mi mano en una caja que envía una corriente eléctrica a mi cuero cabelludo, dejando mi cabello peinado y seco al instante.
A diferencia del tren, aquí el armario funciona con un panel gigantesco que elige la ropa por ti, me bastó con oprimir el botón de "sueño" para que aparezca una túnica de seda color rosa pálido, y ropa interior en una pequeña bolsa sellada en menos de un minuto, además de un calzado abierto que es extremadamente cómodo
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Lauren había dicho que se encargó de armar un increíble banquete de bienvenida, y realmente es algo magnifico: carnes de todo tipo, ensaladas, salsas de diferentes colores, licores que brillan en la oscuridad, y muchos platillos lujosos que no había visto en mi vida y no existen fuera del Capitolio.
Comienzo a comer con un poco de timidez y continúo hasta que siento que mi estómago explotará; Brutus hace bromas acerca de que lo único que lo trae aquí todos los años es la comida, todos los mentores coinciden con él. Lyme me ofrece un vaso con un extraño líquido azul pero Enobaria se lo lleva antes que pudiera tocarlo siquiera.
—Nada de alcohol hoy—dice mientras se lleva el vaso a los labios—. Mañana tienen muchas cosas que hacer y no podemos presentarla con resaca.
Lyme se ve mareada y repite varias veces que Enobaria está siendo una aguafiestas, los otros mentores ríen mientras intercambian vasos entre ellos. Deseo unirme a su pequeña fiesta pero no sería posible, al menos hoy no. Agradezco por la cena y me levanto de la mesa cuando Lauren indica que puedo hacerlo, necesito dormir la mayor cantidad de horas posibles. Al entrar a la habitación encuentro un pequeño control que me permite cambiar las imágenes proyectadas en la gran ventana, que se extiende desde el suelo hasta el techo, no tengo interés por ver videos de la ciudad, tampoco del bosque ni del desierto, tardo unos minutos en descifrar como apagar aquella cosa hasta que finalmente lo logro y la habitación se tiñe de negro.
Me acurruco en la cama, cierro los ojos, y dejo que mi cuerpo descanse luego de un día tan agotador.
