Ranma ½ no me pertenece.
.
.
.
Fantasy Fiction Estudios
presenta
.
.
.
.
.
.
.
Una historia escrita para la
Rankane Week 2023
de la página
Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Para Noham.
¡Feliz no-cumpleaños!
Todas mis historias son para vos.
Pero esta especialmente.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
-∙:∙-∙:∙-∙:∙-∙:∙-
1
Rechazar una boda no es un arte sutil
-∙:∙-∙:∙-∙:∙-∙:∙-
.
.
.
.
.
.
Mut-zu Wèi-Fā encendió su cigarro con parsimonia. Chupó dos veces y echó hacia atrás el faldón de su impecable chaqueta de terciopelo verde antes de sentarse en el mullido sillón del salón de fumar. Exhaló el humo antes de hablar.
—Así que vas a casarte —comentó con suavidad a lord Ryoga Hibiki.
El vizconde de Nerima se encontraba mirando por la ventana el amplio jardín de su propiedad campestre. Había ido hasta allí para pasar el fin de semana en compañía de Mousse, el apodo cariñoso que usaba con su amante. Y también para escaparse de su prometida, era conveniente que lo aceptara, al menos ante sí mismo.
—No es lo que crees —replicó dándose la vuelta.
Se sentó junto a Mousse y le oprimió con cariño la mano que descansaba sobre un almohadón. Sus dedos eran cálidos, aunque no le devolvieron el gesto. Suspiró y volvió su atención al té, sirviéndose una taza. Habían traído el servicio a pedido suyo hacía varios minutos y el vaporoso líquido comenzaba a enfriarse, aunque no tanto como la actitud de Mousse.
—¿Cuántas veces hemos tenido esta misma conversación? —preguntó Mut-zu, golpeteando el cigarro encima del cenicero ayudado por la uña del pulgar.
Parecía tranquilo, pero Ryoga sabía que tenía un carácter endemoniado. Era extranjero y, por tanto, muy diferente a los japoneses. Había sido eso lo que le había atraído de él en primer lugar.
—Ya sabes que mi padre no descansará hasta verme en el altar. —Ryoga bebió un sorbo de la taza—. Tú también te verías en los mismos aprietos si fueras el heredero de tus tierras.
—¿Sabías que un par de señoritas me ofrecieron matrimonio? —preguntó Mousse. Cruzó las piernas y se quedó observando la punta brillante del cigarro. Sus gruesos anteojos captaron el reflejo de la puesta del sol que se colaba por la ventana.
Ryoga no sabía si creerle o si eran los celos los que hablaban por Mousse. Quizás una mezcla de ambas cosas.
—Es natural —comentó—. Eres bien parecido, además de rico. Y como extranjero tienes una mística particular. Las japonesas nunca serían así con alguien de su propio país, te lo aseguro.
—Podría haber aceptado, solo por guardar las apariencias. Sin embargo, siempre las he rechazado.
Ryoga bebió otro poco de té.
—Por ti —agregó Mut-zu tras una pausa.
Y Ryoga casi se atragantó. Tosió disimuladamente.
—No tenemos futuro —murmuró después Mut-zu con aire dramático—. Nunca pasearemos del brazo por la calle principal; no iremos a la ópera y me ayudarás a acomodarme en el palco con tu mano enguantada. No reservaré el primer baile para ti en una fiesta. Ni siquiera sé por qué me mantengo a tu lado y acepto tus tontas invitaciones de fin de semana ¡cuando sé que son únicamente para aplacar mi ira al enterarme de tu boda!
Ryoga lo miró a los ojos detenidamente. El color dorado de su mirada se suavizó.
—Es porque no puedes vivir sin mí —dijo. No había nada de arrogancia en esa afirmación.
—Maldita sea, sí —replicó Mut-zu.
—Mousse —continuó Ryoga con firmeza—, no voy a casarme, te lo aseguro. Me he sacado de encima a mis otras pretendientes, y esta no será la excepción.
—Pero, en algún momento…
—Sí, quizás llegue el tiempo en que no pueda escaparme de las garras del matrimonio, no importando cuánto lo intente. Pero en ese momento me procuraré una mujer que sea solo una fachada. Ella tendrá que aceptar lo nuestro, o no podrá disfrutar de los privilegios de ser una vizcondesa.
—Necesitarás herederos —puntualizó Mut-zu.
—Podría hacerle un hijo, si me empeño en ello.
La mueca de repulsión de Mousse no se hizo esperar.
—Pensaré en ti cuando esté con ella —agregó Ryoga con una sonrisa.
—No gracias, no osaría meterme en la sacralidad de tu lecho nupcial.
Ryoga soltó una risa, Mut-zu lo observó con el gesto suavizado. Sonrió.
—¿Qué harás ahora? —preguntó después, aplastando la colilla del cigarro en el cenicero.
—¿Crees que cabremos los dos en la bañera? —inquirió el vizconde, pensativo.
—Querido, me refiero a la boda a la que no asistirás.
—Ranma Saotome se encargará de eso.
—¿Saotome? —Mut-zu se llevó una mano a la barbilla—. No recuerdo que me lo hayan presentado.
—Y no lo harán. —Ryoga estiró las piernas y se recostó en el respaldo del sillón—. No es de nuestros círculos. Fue Kuno quien me habló de él. Al parecer, Saotome hizo algunos trabajos para él en el pasado, algo referente a su hermana Kodachi.
Mut-zu tuvo un escalofrío al oír ese nombre. Kodachi Kuno era bastante conocida en el mundo de los ricos de Tokio por sus excesos y escandalosas escenas en público. Ahora que lo pensaba, se había dejado de hablar de ella desde hacía unos meses, y sus sonados romances ya no plagaban la sección de cotilleos de las revistas de sociedad. Era como si la tierra se la hubiera tragado.
—Entonces, ¿qué hará este Saotome para librarte del problema? —inquirió.
—Seducirá a la muchacha y la llevará a la ruina, por supuesto —replicó Ryoga—. Será imposible evitar el escándalo y me veré obligado a romper el compromiso. Un futuro conde jamás podría tener por esposa a una joven arruinada.
—¿No es un poco drástico? —acotó Mut-zu—. La joven no tendrá miras después de eso. Nadie se casará con ella si ya no es casta. Nadie de su misma clase, al menos.
—Le pagaré una pensión por un tiempo, a través de Saotome, por supuesto —explicó Ryoga como si hubiera sido su idea—. Tendrá medios para comenzar una nueva vida y entonces… ¿Quién sabe?, quizás conozca el amor, y a esa persona no le importe su pasado.
—Entonces, este Saotome… ¿se encarga de estas cosas?
—Saotome se encarga de muchas cosas —dijo el vizconde—. Sus propias palabras, para el caso.
Pensó por un instante en la pobre señorita Tendo, que había sido arrastrada a ese destino solo por intentar casarse con el hombre equivocado. Esas cosas sucedían todo el tiempo, claro está, solo que nunca antes habían tenido nada que ver con él, y Ryoga no había tenido que verse mezclado en esos asuntos. Rechazar, por un motivo o por otro, a sus antiguas pretendientes había sido sencillo, pero en este caso, el padre de la joven era un antiguo amigo de su padre, y terco hasta la médula, empeñado en que su familia se emparentara con los Hibiki por cualquier medio.
¿Tendría razón Mousse? ¿Se había extralimitado? Lo único que deseaba era quitarse de encima a su prometida.
—Estás frunciendo el ceño de nuevo, querido —indicó Mousse levantándose.
—Lo siento.
Mut-zu se aflojó la corbata que tenía alrededor del cuello y se quitó los anteojos.
—¿Por qué no cierras la puerta con llave para que yo te ayude a sentirte más relajado? —sugirió levantando una ceja.
Ryoga sonrió lentamente.
.
.
.
La señorita Akane Tendo estaba furiosa. No, mejor dicho, hervía de rabia.
O mejor aún: la carcomían unas ansias asesinas.
Sí, así estaba perfecto, pues era exactamente lo que sentía en ese instante, y lo que había sentido toda la hora anterior, desde que su padre, su querido y obtuso padre, le había anunciado que estaba comprometida para casarse con lord Ryoga Hibiki.
—Nada menos que un vizconde, Akane —había agregado muy orondo y complacido consigo mismo.
Como si a ella le importaran esas cosas, ¡como si ella hubiera deseado casarse en primer lugar! Su primera reacción fue de incredulidad, ella ni siquiera conocía al vizconde de Nerima, su padre no había hecho nada para presentarlos o había dado alguna señal de que estuviera organizando el compromiso. Si hasta su hermana Nabiki se había quedado con el tenedor en la mano cuando su padre dio la noticia durante el desayuno, clara señal de que no sabía nada al respecto. Y Nabiki siempre lo sabía todo.
¿Cómo su querido padre había tenido una idea semejante?
Cuando su hermana mayor se había casado con un médico y se había ido a vivir a otra ciudad, Soun Tendo había protestado, oh sí, pero al final, con la determinación y las dulces palabras de su hija Kasumi, había cedido. Después de todo, comentó, la profesión de médico no era tan mala, y el joven doctor Ono Tofú contaba con medios y una casa adecuada para brindarle a su hija todas las comodidades. Tofú no tenía una gran fortuna como los Tendo, pero tenía una carrera.
Ante aquellas circunstancias, Akane estuvo segura de que Nabiki y ella misma podrían elegir la vida que desearan, sin las habituales presiones paternas de tener hijos con un esposo adecuado. Se dedicó a sus libros, a sus amigas y a las tardes de té, como había hecho hasta entonces, sin imaginar que Soun Tendo no había olvidado sus sueños de darle a la familia un título que acompañara su riqueza.
Ante las palabras de su padre, Akane respondió directamente, como solía hacer.
—Papá, creo que Nabiki es mucho más adecuada que yo para ser la esposa de Hibiki.
Su hermana levantó las cejas en un gesto se sorpresa.
—Es la verdad —continuó Akane—. Nabiki, tú estás más interesada en encontrar un marido con título. Te convertirás en vizcondesa, ¿no te agrada la idea?
—Sin duda —aceptó la aludida—, pero también deseo casarme por amor.
—¡Eso es mentira!
—Es la pura verdad. Aunque no lo creas, Akane, tengo sentimientos —dijo su hermana llevándose una mano al pecho en un gesto dramático.
¡Mentirosa! Akane deseó poder estrangularla.
—Papá, yo…
—Ni una palabra más, Akane —la interrumpió Soun con solemnidad—. La propuesta fue hecha directamente por mi querido amigo Tsubasa Hibiki, sería estúpido rechazarla, además de una falta de respeto. Ya es hora de que su hijo Ryoga siente cabeza, y tú serás una esposa perfecta para él.
—¡Y un cuerno! —exclamó Akane con fuerza.
—¡Akane! —lloriqueó Soun Tendo, ultrajado.
Su pequeña nunca había usado ese tono con él. Su bigote tembló ante tal exabrupto, y con un movimiento de cabeza le indicó al señor Pan-da, el gordo mayordomo, que se retirara para que no continuara siendo testigo de tal calamidad.
—¿Qué loca idea se apoderó de ti, papá? —preguntó Akane en cuanto el sirviente salió—. Sabes que jamás me entregarás como si fuera una mercancía. ¿Por qué insistes con esta insensatez?
—¡Hija mía! Te casarás con él —insistió Soun con la voz más firme que había tenido nunca en su vida.
—No —dijo Akane apretando los puños y poniéndose de pie.
—¡Esta es una orden, Akane!
La joven, estupefacta, sintió que las mejillas se le coloreaban de rabia. Un nudo apretó su estómago, pero lo ignoró.
—¡Jamás me casaré con él! ¡Jamás me casaré con nadie! —juró.
Corrió escaleras arriba y entró en su habitación dando un portazo.
Nabiki Tendo observó a su progenitor en la cabecera de la mesa, se veía disminuido y encorvado.
—Padre, no me digas que de nuevo despilfarraste nuestros ahorros jugando a las cartas —dijo con extrema frialdad.
La mirada culpable de Soun Tendo le dio la respuesta.
.
.
.
Akane tomó una maleta pequeña y puso dentro lo primero que encontró, sin fijarse si tomaba un camisón, un cepillo de pelo o las cintas para el cabello. Lágrimas de rabia y desazón le llenaban los ojos.
Estaba harta de los hombres. Durante las veladas musicales había hombres pedantes que soltaban discursos sobre temas aburridos, que preferían el sonido de su propia voz a una pieza de Mozart o Bach. Durante los bailes, debía cuidarse de que algún libertino la llevara al jardín para un beso indiscreto, pues coleccionaban mujeres como trofeos de caza, sin cargar nunca con las consecuencias de sus actos. En las reuniones debía soportar que algún viejo carcamal comentara, con sorpresa, que era inteligente además de bonita, como si las mujeres debieran pedir permiso para llevar a cabo una conversación estimulante.
Estaba harta.
Y, como si su sufrimiento durante sus largos diecinueve años de vida no fuera suficiente, su padre la obligaba a contraer matrimonio con un desconocido, solo porque era un amigo de la familia.
—Lo odio —se dijo con la voz llorosa—, lo odio.
¿A lord Hibiki? ¿A su padre? ¿Al mundo? No lo sabía ni ella misma, lo único que sabía era que necesitaba salir de esa casa, irse muy lejos… e idear un plan para librarse de ese matrimonio. Cerró la maleta y se dio la vuelta, dándose casi de bruces con Nabiki, que había entrado en la habitación tan sigilosa como siempre. Y sin llamar, también como siempre.
—¿Qué haces aquí?
—¿Qué piensas hacer? —fue la pregunta de su hermana. Su tono tenía un deje de preocupación que Akane, emocionada, notó.
—Me iré con Kasumi. Voy a telegrafiarle desde la estación de trenes.
—¿Sabes? Papá no deja el tema en paz, o te casas con Hibiki, o te casas.
—Cásate tú con él —le dijo Akane con desdén—. Ambas sabemos que no despreciarías a un vizconde.
—Ni en sueños me caso con ese hombre —zanjó Nabiki y se dejó caer sobre la cama de su hermana.
—¿Por qué? —preguntó Akane.
Su hermana buscó las palabras con cuidado.
—Mis sospechas son que… no muestra mucho interés en las mujeres.
Akane no acababa de comprender.
—Entonces es perfecto para ti —decidió—. No tendrá interés en ti, podrás hacer lo que quieras con su dinero, y además tendrás un título.
Nabiki puso los ojos en blanco. Akane podía ser realmente obtusa a veces.
—No, gracias, porque sí quiero experimentar los placeres del lecho en mi noche de bodas. Al menos una vez, y de verdad.
—¿Los placeres…?
Akane cerró la boca al comprender. ¿Entonces Hibiki…?
—Oh… —murmuró—. Pero si Hibiki no quiere una mujer, será muy fácil deshacer el compromiso. Solo tienes que decirle a papá lo que me acabas de decir.
—¿Estás loca, Akane? —Nabiki se enderezó con la espalda muy recta—. No soy tonta, jamás diría algo así de un lord, me desterraría de Japón por rumores como esos sin la más mínima prueba.
—Creo que estás exagerando.
—Además —agregó Nabiki sin prestarle atención—, los hombres como él necesitan aparentar. Tiene un título que mantener, por lo que necesita herederos, y para eso requiere una esposa.
Akane palideció. La repentina esperanza que había revoloteado en su interior se esfumó ante la verdad de lo que decía su hermana. No tenía salida, su padre podía muy bien obligarla a casarse, arrastrándola a firmar el certificado de matrimonio si fuera necesario, estaba en su derecho y nadie lo detendría. Y Akane lo creía capaz, pues, cuando una idea tonta se le metía en la cabeza, no era capaz de parar hasta hacerla realidad.
Como ella.
—Adiós —dijo Akane con voz grave, con la mano en el picaporte de la puerta.
—Papá perdió todo jugando a las cartas —dijo Nabiki de pronto.
Akane se quedó rígida. Eso era todavía peor, ¿su padre la había vendido por dinero?
—¿Todo? —inquirió sin volverse hacia su hermana.
—Casi. Aún tenemos un techo sobre nuestras cabezas y podemos permitirnos pagarle a la servidumbre, pero ¿por cuánto tiempo? —Se encogió de hombros.
—Necesito irme de aquí —murmuró Akane.
Nabiki suspiró con exageración.
—Por supuesto —asintió—. Deja todo en mis manos.
Ahora Akane se volteó a mirarla. Su hermana, sentada en la cama, se alisaba el vestido con parsimonia.
—¿Quieres decir que puedes ayudarme? —preguntó.
—¿A ti? No puedo hacer nada, hermanita. Estoy segura de que papá te obligará a casarte con Hibiki a como dé lugar, ya sabes cómo es. Para él, todas sus ideas son brillantes y perfectas, y todo el mundo está deseando llevarlas a cabo. —Nabiki se miró las uñas de la mano derecha—. No, me refiero a alguna manera de recuperar nuestra fortuna, para que al menos yo pueda tener un matrimonio fructífero.
—Ya veo —replicó Akane desalentada. Ni siquiera la sorprendía la falta de escrúpulos de su hermana.
—Convenceré a papá de ir a alguno de esos tugurios de apuestas —replicó Nabiki—. Me sentaré a su lado a soltar risitas tontas mientras le susurro qué cartas jugar. Usaré tu abanico para cubrirme, el de ribetes de encaje, así que no te lo lleves.
Akane frunció el ceño. Ese era su favorito, que solo usaba en ocasiones especiales. Abrió la boca para replicar, pero al final desistió con un suspiro. Tenía cosas mucho más importantes de las que ocuparse.
—En cuanto a ti —continuó Nabiki antes de que Akane se volteara del todo para salir de la habitación—. La única manera de evitar tu boda con lord Hibiki, es que te cases con alguien más. ¿Por qué no te buscas un hombre que te guste?
.
.
.
El tren se sacudió y Akane tuvo que sostener la maleta con las dos manos para evitar que resbalara de sus piernas. Suspiró y la apretó con más fuerza. Estaba furiosa, dolida, triste, desencantada… e incómoda.
A su izquierda, y dos asientos más adelante, había un hombre que no dejaba de mirarla. Era un hombre muy particular, con el cabello atado en una corta trenza y los ojos azules, joven y de aspecto fuerte. Akane también lo observó. Vestía como un caballero, con una camisa de un blanco inmaculado, chaleco gris y una chaqueta oscura que se le ceñía en los brazos, con pantalones a juego. Sus botas eran altas y relucientes, Akane las distinguió al verlo cruzar las piernas, dejando que un tobillo descansara sobre la rodilla opuesta. Tenía el codo apoyado en el filo de la ventanilla y, en cuanto ella se volvía hacia él, fingió mirar el paisaje. Su otra mano jugueteaba con el borde del sombrero, que se había quitado con desenfado y descansaba sobre su regazo.
Akane miró sus manos sin querer, sus dedos largos y cuidados, que le produjeron una repentina y extraña sensación en la boca del estómago.
Se fijó en su mandíbula fuerte y en sus labios que se curvaban en una sonrisa en la comisura izquierda. ¿Quién era él?, se preguntó de pronto, ¿y por qué la miraba? Muchas veces le habían dicho que era hermosa, o habían alabado su encanto, pero esto era distinto. No le parecía que él apreciara su belleza, más bien parecía mirarla como persona, o como mujer, detallando quizás también su apariencia y su vestuario, repasando sus gestos. Tal vez simplemente le había gustado y se preguntaba si era correcto acercarse y entablar conversación.
Bah, estaba delirando. Por supuesto, ese hombre solo miraría su apariencia, se bajaría del tren y no volvería a verla nunca más en su vida. Era un desconocido que no sabía ni su nombre, y no se molestaría en dedicarle un segundo pensamiento.
Decidió mirar por la ventanilla mientras se ponía cada vez más nerviosa por llegar a la casa de su hermana Kasumi. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo justificarse con ella? Kasumi no aprobaría que se hubiera ido de casa, o que le hubiera dicho esas cosas hirientes a su padre.
Pero lo más acuciante era: ¿cómo evitar la boda con lord Ryoga Hibiki?
«Si te casas con alguien más…», recordó las palabras de Nabiki, pero no se molestó en considerarlas. No deseaba contraer matrimonio y, de todas formas, el hombre elegido estaría atado a ella para siempre, y sería su dueño y señor. Si no deseaba que aquel desagradable honor recayera en Hibiki, tampoco deseaba que lo ostentara otro.
Akane se mordió el dedo pulgar por encima del guante. Sabía que visitar a Kasumi solo retardaría un poco lo inevitable, por lo que necesitaba una solución de verdad. No importaba que fuera una tan desesperada como su situación.
Volvió a mirar con disimulo al hombre sentado dos sitios más allá. Él había apoyado la cabeza contra el vidrio de la ventanilla y cerrado los ojos, sus largas pestañas hacían sombra sobre su rostro; su boca se había relajado y resultaba inusitadamente sensual.
El corazón de Akane dio un vuelco y el estómago se le contrajo. Sus pensamientos hicieron que sus mejillas se sonrojaran.
¿Sería ella capaz de…?
.
.
.
¡Ella sí que era descarada!, pensó Ranma Saotome con los ojos perdidos en el paisaje más allá de las vías del tren. No pudo evitar esbozar una sonrisa torcida mientras los ojos de chocolate de Akane Tendo lo barrían de arriba abajo con tan pobre disimulo. Ella sería un caso de lo más inusual.
A Ranma le gustaba pensar en sí mismo como un profesional, un solucionador, la herramienta para alcanzar ciertos fines que, la gente con el dinero suficiente, se podía procurar. Tenía una oficina discreta en el centro de Tokio y algunos empleados cuidadosamente escogidos, que podían manejar cada situación como verdaderos profesionales. Su negocio había florecido de boca en boca y ya había tenido como clientes a varios lores, duquesas, condesas, y hasta a una reina. Su situación era envidiable y su economía más que holgada, la oficina prácticamente se manejaba sola y él se ocupaba personalmente solo de los casos más difíciles, o los que le llamaban la atención por cualquier motivo.
El caso Tendo era uno de ellos. Conoció en persona a lord Hibiki, porque siempre entrevistaba personalmente a los clientes si estaban emparentados con un miembro de la cámara de los lores. El vizconde de Nerima le pareció un idiota de cuidado desde el inicio, pero sin verdadera maldad tras sus palabras o sus maneras. Dio vueltas por su oficina durante media hora tartamudeando, mientras Ranma hacía todos los esfuerzos posibles por no poner los ojos en blanco y sacar su reloj de bolsillo. Por fin, dijo algo sobre una boda, pero eso Ranma ya lo sabía, pues se mantenía bien informado de todos los chismorreos de la clase alta.
Luego, Hibiki expresó su ferviente deseo de no casarse con la mujer elegida, y sugirió una posible solución al asunto que a Ranma casi lo hace levantarse de un salto de su silla.
—Si una mujer como esa quedara arruinada, me imagino que…
Ranma apretó los dientes para no gritarle en la cara: ¡¿me estás hablando en serio?!
—¿No puede negarse al enlace? —preguntó en cambio, sin expresión en el rostro.
Hibiki dudó un instante dándole la espalda, fingiendo admirar un cuadro colgado en la pared.
—Me es imposible. Es un arreglo de mi padre. —No explicó nada más, y estaba claro que no pensaba hacerlo, aunque se lo preguntara. Los hombres poderosos como él no hablaban de sus asuntos privados más de lo necesario.
Ranma tomó un papel de encima del escritorio con demasiada fuerza y casi lo arruga entre los dedos, pero consiguió garabatear un número con la pluma. Lo deslizó por la superficie del escritorio esperando que Hibiki lo tomara.
—Estos son mis honorarios —dijo, con la voz un poco más seca de lo que deseaba.
—El dinero no es un inconveniente —replicó el vizconde sin leer el papel.
—Deberá entregarme esa misma suma durante tres meses —agregó Ranma.
—¿Tres meses…?
—Deberá darle una pensión a la joven para que pueda irse lejos, o el escándalo lo perseguirá a usted también, ¿no le parece?
Hibiki asintió dándose aires de entendido.
—Naturalmente. Ya había contemplado la posibilidad.
Ranma concluyó que aquel hombre era un tonto rematado.
Se acordaron los detalles y Hibiki salió de la oficina; su cochero lo esperaba y se fue tan rápido que era probable que nadie hubiera advertido siquiera su presencia en las dependencias de Ranma Saotome.
Lo primero que Ranma le encargó a Gosunkugi, su secretario, en cuanto el conde abandonó la oficina, fue que averiguara todo lo posible sobre Hibiki, y también sobre Akane Tendo y toda su familia. Ranma escribió instrucciones detalladas y le pasó el papel a su secretario.
—Redacta estos documentos.
Gosunkugi solo asintió, tan apático como siempre, aunque a Ranma no le importaron sus nulos modales. Lo había contratado, sobre todo, porque era el único que podía descifrar su horrible letra sin esfuerzo.
—Pondré a trabajar a Yoshikawa de inmediato —comentó el secretario.
—Cuando todo esté listo, me encargaré personalmente del asunto —informó Ranma. Gosunkugi salió del despacho.
El estúpido plan de Hibiki aún le hacía sacudir la cabeza a Ranma Saotome cinco días después, cuando se encaminó a la residencia Tendo.
—Tan sutil como un elefante en una cristalería —se dijo.
Claro está, había trabajado en otra solución al inconveniente, que le propondría a la dama en cuestión, y haría que todas las partes quedaran conformes, evitando el escándalo y una posible vida conyugal desastrosa. Pudo arreglarlo con la mitad del dinero solicitado a Hibiki, pero pedirle el triple era apenas una revancha personal, y bien merecida por sugerir algo tan despreciable.
Estaba repasando mentalmente esos acontecimientos, a apenas unos pasos de la casa de los Tendo, cuando la puerta principal se abrió con violencia y vio salir a una joven con una maleta en una mano y sosteniéndose la falda con la otra. Era un lío de cabello, volados y cintas. Por la descripción que le habían proporcionado, Ranma supo que se trataba de la señorita Akane Tendo. Hecha una furia, por lo que podía ver.
Ella detuvo a un cochero y abrió la puerta con tanta fuerza que estuvo a punto de arrancarla, y, sin ningún recato por su parte, levantó sus faldas hasta una altura indecente para entrar en el coche de alquiler, por lo que Ranma tuvo una vista nada desagradable de sus delgados tobillos y algo de sus piernas, rodeadas por medias de seda. Se quedó quieto en mitad de la acera, pasmado. Sabía por los informes que Akane Tendo era una mujer de carácter, que había rechazado a un par de pretendientes en el pasado y que, aunque educada, no dudaba en decir lo que pensaba en cualquier circunstancia, pero jamás soñó que se comportara de esa manera.
Ranma apenas tuvo tiempo de reaccionar y parar otro coche para seguirla. Ella se detuvo en la estación de trenes y Ranma la siguió dentro. Ella compró un pasaje para Nishigō. Ranma sabía que Akane Tendo tenía una hermana casada que vivía en esa ciudad, y resultaba que él tenía un departamento de soltero en Nasu, el pueblo a solo una estación de distancia, así que, en un impulso casi infantil que no pudo comprender, compró un boleto y se encontró abordando el mismo tren que ella, sin equipaje y casi sin dinero en la cartera.
Entró en su mismo vagón y se colocó a unos asientos de distancia, dedicándose a observarla. Ella era hermosa, pero eso saltaba a la vista, tenía unos ojos grandes y expresivos. «Del color del chocolate», pensó. Su rostro era ovalado y casi aniñado, con una naricita respingada y una boca de forma perfecta, pero todas las ideas infantiles desaparecían cuando uno se fijaba en sus pechos llenos realzados por el vestido, la cintura estrecha y unas caderas que Ranma imaginaba amplias y bien formadas. Él sabía que, lo que el vestido ocultaba, era igual de hermoso que lo que dejaba a la vista…
¿Pero qué diablos estaba pensando?
Resopló y se revolvió en el asiento, cruzando los brazos. Dejó atrás esos pensamientos tan inapropiados e intentó estudiarla de manera profesional. Ella estaba con la espalda recta y sin apoyar en el asiento, tamborileando a veces con los dedos sobre la pequeña maleta que apretaba con fuerza, como si fuera un pedazo de tabla en un mar embravecido. De acuerdo, pensó Ranma, ella estaba alterada y había salido corriendo, presumiblemente a la casa de su hermana, por lo que, y dado su historial, no era muy difícil especular sobre lo que la ponía de esa manera.
La boda.
De ser así, corregir el problema sería más fácil para él. Los informes especificaban por qué Hibiki no deseaba el matrimonio, y Akane Tendo parecía ser de la misma idea. Todo dependía de que ella aceptara el arreglo tan inusual que tenía planeado. ¿Sería ella razonable o testaruda?, se preguntó. La miró de nuevo, y sus pensamientos vagaron a la escena que presenció en la puerta de los Tendo, los mechones de su cabello medio sueltos al viento y la fuerza que emanaba de su cuerpo menudo. De nuevo, recordó lo que ella, sin darse cuenta, le había dejado atisbar por debajo de la falda.
Se revolvió incómodo otra vez. ¿Qué rayos le estaba pasando? Bah, la cabeza se le había calentado por la prisa del viaje y por ver aquellos tobillos femeninos, nada más. Pero, aun así… Tampoco Akane Tendo era la primera mujer hermosa que veía, ni la primera a la que le había espiado las piernas. De hecho, había mirado mucho más en otra, mucho mejor dotada, porque ella estaba, decididamente, flacucha. Sí. Y para cerciorarse de su afirmación, la volvió a mirar en detalle mientras ella tenía el rostro vuelto para mirar por la ventanilla. Su cuello era esbelto y tenía la cabeza alzada y altiva, a pesar de lo que le preocupaba en ese momento. Y con el sol dándole de lleno, su pelo se veía con extraños reflejos azulados y chispas doradas poblaban sus ojos.
Por un instante, Ranma perdió un poco la compostura, pues estaba viendo casi la personificación de una diosa sobre la tierra, o así lo pensó, censurándose de inmediato por su exageración. Pero, lo cierto era que no podía apartar los ojos de ella y, aunque intentaba repetirse que era una niña flacucha sin gracia, su mirada la buscaba sin cesar. Y su cuerpo reaccionó solo cuando la vio morderse los labios preocupada.
Maldición.
Tuvo que quitarse el sombrero y dejarlo en su regazo para cubrir de los demás pasajeros la reacción que le provocaba a su cuerpo esa mujer casi desconocida.
«No, en serio, ¿qué rayos me pasa?», se reprochó.
¿Sería el tiempo que hacía que no estaba con una mujer? Quizás eso lo explicaba todo, porque ya ni recordaba cuánto había pasado desde aquella vez. Lo que sí recordaba con lujo de detalles era que lo había dejado tan vacío e insatisfecho que se había prometido repetir la experiencia solo cuando en verdad ardiera de deseo. Y no estaba seguro de si era una ironía del destino, o la malicia de Kamisama, pero Akane Tendo eligió ese preciso instante para reparar en él y observarlo sin el menor disimulo, lo que acrecentó su mal. Ranma torció los labios en una sonrisa forzada. Podía decirse que ahora en verdad estaba ardiendo.
Oh, ese caso sería inusual, muy inusual.
Mierda.
.
.
.
La siguiente hora se le hizo eterna. Cerró los ojos para evitar a aquella mujer terrible, y su cuerpo se apaciguó. Cuando el tren hizo una parada en Nasu ya tenía la cabeza más despejada y los sentidos alerta de nuevo. Las puertas se abrieron y el aire frío le dio en el rostro. Recordó su tonto impulso de seguir a Akane Tendo sin tener nada encima, mucho menos un abrigo adecuado para el clima del campo, y aquello lo puso de un repentino mal humor. Respiró varias veces intentando serenarse, y divisó a Akane un poco más adelante, en medio del gentío que llenaba el andén. Tenía suerte de que ella hubiera decidido salir a estirar las piernas antes de continuar el viaje.
—¿Señorita Akane Tendo? —preguntó al acercarse, aunque ya sabía la repuesta.
Ella se sobresaltó, sus ojos de chocolate brillaron con intensidad y Ranma percibió que el latido de su propio corazón se volvía irregular por alguna razón al mirar sus ojos y su boca. En la mirada de ella no había miedo, pero sí expectativa y un aire de urgencia que le cortó el aliento.
—Soy yo —replicó ella enderezando la espalda.
A él le gustó cómo sonaba su voz.
—Mi nombre es Ranma Saotome —dijo con una breve inclinación, y le entregó su tarjeta—. Quisiera hablarle de un asunto…
Ella envolvió la tarjeta en una mano enguantada, sin mirarla. Y lo interrumpió.
—Señor Saotome, necesito su ayuda.
Él frunció ligeramente el ceño.
—¿Qué puedo hacer por usted? ¿Quiere que le pida un carruaje? —sugirió haciendo señas a uno de los mozos.
—No.
Ella le puso una mano en el brazo para detenerlo, y Ranma sintió un cosquilleo de electricidad donde sus finos dedos se aferraban a él. Incluso a través de su propia ropa y los guantes de ella, le provocaron una sensación tan extraña que lo desestabilizó.
—Necesito que me arruine —dijo ella claramente.
Pero, aun así, y porque aquello resultaba de lo más descabellado allí en medio de un andén lleno de gente, Ranma inclinó la cabeza hacia ella y no pudo evitar preguntar:
—¿Qué?
Ella habló en voz más baja, más cerca de él, tanto que Ranma percibió su aliento tibio y su exquisito perfume. Los labios de Akane se movieron casi tentadores, formando las palabras más inverosímiles que había escuchado en su vida.
—Necesito dejar de ser virgen.
.
.
.
.
-∙:∙-∙:∙-∙:∙-∙:∙-
Continuará…
-∙:∙-∙:∙-∙:∙-∙:∙-
.
.
.
.
.
.
Nota de autora: ¡Feliz Rankane Week!
Muchas gracias a la página Mundo fanfics Inuyasha y Ranma por invitarme a participar de este merecido homenaje a nuestra pareja favorita.
La verdad es que hacía mucho tiempo que quería escribir un romance histórico de Ranma y Akane, y aunque no sea para nada experta en el tema, ni mucho menos, es uno de mis géneros favoritos y este es mi sueño hecho realidad. Claro que esta historia en realidad no se ubica en un período de la historia específico, es un Japón totalmente inventado. Incluso usé ropas o ciertos objetos a mi conveniencia, mucho antes de que fueran inventados, por lo que no se puede hablar de fechas concretas, pero es muy probable que se ubique en una Regencia tardía o el inicio de la época victoriana. ¡Y antes de que entraran de moda esas gigantes y horribles mangas abullonadas! (¡Ejem!). Pero es mejor hablar sobre ropa cuando llegue el capítulo específico.
Si esto fuera un anime o un dorama, al inicio de cada capítulo se escucharía Little date, el segundo opening de Ranma ½, y al finalizar Platonic Tsuranuite, el primer ending. No me pregunten por qué, pero mientras escribía se me venían a la mente estas melodías, y hasta escuché esas dos canciones en bucle mientras escribía los últimos dos capítulos. Claro que están invitados a escucharlas de nuevo, ojalá en sus versiones completas. ¡La música de los 80 es tan buena!
Espero que puedan disfrutar de esta pequeña historia que existe solo para decir cuánto amo a Ranma y Akane. Y ojalá perdonen cualquier error, porque en realidad decidí participar de la Rankane Week a último momento y escribí este fanfic como posesa en estas dos últimas semanas. Espero que no tenga muchas fallas.
¡Pero ya me dejo de hablar tanto!
Muchas gracias por pasarse a leer.
Romina
.
.
Si les gustan mis historias, pueden apoyarme comprándome un café en ko-fi(punto)com(barra)randuril
Si gustan seguirme, estoy en Instagram y Twitter como randuril. Y en Facebook como Romy de Torres.
.
.
