Ranma ½ no me pertenece.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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Una historia escrita para la
Rankane Week 2023
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Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma
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2
Evitar una boda puede ser placentero
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—Deberías quitarte la ropa —dijo Ranma Saotome.
—… ¿Cómo? —murmuró Akane.
Él le daba la espalda, acuclillado frente a la chimenea, acomodando algo de leña para encenderla. Había hablado sin voltearse y, aún sin mirarla, le respondió.
—Estás empapada, vas a agarrarte una pulmonía si sigues con esa ropa puesta.
Oh.
Claro, se refería a eso. El corazón de Akane, que había comenzado a galopar a un ritmo frenético, se normalizó de a poco, pero ella no se movió. Continuó sentada en la orilla del sofá, con las manos juntas y apretadas sobre el regazo, mirando el cuarto alrededor, observando el contorno recortado de los muebles a la suave luz de las lámparas de gas.
Mientras ambos estaban todavía en el andén, el cielo se había iluminado con un relámpago, como si ella lo hubiera conjurado con sus palabras. En ese instante se había envalentonado con la insistente mirada de ese hombre, y la propuesta le había parecido ridículamente perfecta. Pero una vez que la pronunció en voz alta, ya no sonaba como la mejor idea de su vida, sino como el intento desesperado de una tonta señorita por salvar su virtud de un hombre indeseado… para entregársela sin condiciones a otro. Sí, desesperada, esa era la palabra perfecta. Estaba desesperada por escapar de su destino.
Pronto, las nubes de tormenta se tragaron lo que quedaba del atardecer y comenzó a llover con fuerza. Los demás pasajeros corrieron a refugiarse dentro de la estación, protegiéndose la cabeza con periódicos, mientras el tren que ella debería haber vuelto a abordar para llegar a Nishigō se alejaba dando un agudo silbido. Excepto por ellos dos, que continuaron mirándose como si un hilo invisible los atara y no pudieran soltarse, aunque lo intentaran. En los ojos de Ranma Saotome no había censura, apenas asombro y un toque de curiosidad, con una pregunta que no podía formular bailando en sus pupilas. Ella despegó los labios para hablar, pero él fue más rápido.
—Será mejor que salgamos de este lugar —dijo, y casi la arrastró hasta un coche de punto, ante la mirada curiosa de los demás pasajeros.
El interior del carruaje, silencioso y oscuro, olía a cuero, madera y algo de humedad. Akane se dio cuenta de que era la primera vez que estaba sola dentro de un carruaje con un hombre, al menos uno que no fuera de la familia. Incluso, era la primera vez que viajaba sin acompañante, y percibió una curiosa sensación de aventura a causa de aquella osadía mientras se alejaban de la estación de trenes hacia un destino incierto. No escuchó las instrucciones de él al conductor, pero no pasó mucho tiempo antes de que se detuvieran frente a una casa pequeña de una planta, de fachada grisácea y grandes ventanas. Un criado alto y taciturno les había abierto la puerta, y ni siquiera se inmutó por el aspecto de ambos, calados hasta los huesos; ni hizo gesto alguno cuando ambos se metieron en la sala nada más entrar y cerraron la puerta. Akane se preguntó si ese era el comportamiento habitual de un buen sirviente disimulando a la perfección su sorpresa, o, por el contrario, estaba acostumbrado a aquel comportamiento por parte de su amo. No sabía quién era Ranma Saotome, ni conocía su forma de ser, lo que le causó cierta desazón. Aunque, quizás, era mejor así. Tal vez no debería conocer demasiado del hombre que iba a ser el primer amante de su vida.
Akane se frotó la muñeca donde él la había tocado. No le había hecho daño, en absoluto, pero continuaba notando su tacto tibio como una fina cadena invisible, como si su presencia la hubiera impregnado de alguna forma. Algo tonto e inverosímil, pero en lo que no podía dejar de pensar.
—¿Me escuchaste?
Ella se sobresaltó y se volvió a mirarlo. Unas llamas pobres comenzaban a danzar en la chimenea. Él se puso de pie, y el haz de luz en su espalda lo hizo ver más alto y oscuro. Un escalofrío recorrió la espalda de Akane al mirarlo, pero no era de miedo, una sensación desconocida se extendía por su vientre, la misma que había sentido en el tren ante la atenta mirada de él. Se pasó la lengua por los labios y los descubrió resecos.
—Perfectamente —respondió enderezando todavía más la espalda.
—Puedes cambiarte en la alcoba —dijo él haciendo un gesto con la cabeza hacia la puerta que estaba a su izquierda—. Le pedí a Takahashi que te dejara unas toallas.
Akane asintió. Observó cómo él se quitaba el pañuelo del cuello, el chaleco y la chaqueta y lo dejaba todo sobre una silla cerca del fuego para que se secara. La camisa se le adhería a los brazos y al torso por la humedad, pero él no le prestó atención, se sentó en el otro extremo del sofá junto a ella y comenzó a quitarse la bota del pie izquierdo. Akane no pudo evitar detenerse de nuevo a mirar sus dedos largos y ágiles mientras se movían con desenvoltura. De pronto, él se detuvo y se volvió hacia ella.
—¿Prefieres quedarte a mirar? —le preguntó.
Akane se sonrojó de inmediato y se levantó de un salto.
—Yo solo…, yo…
Ofuscada al ser incapaz de encontrar palabras para justificarse, tomó su maleta con una mano y le dio la espalda.
—Mm —murmuró él.
Ella abrió la puerta de la alcoba con una increíble dignidad, entró y cerró dando un portazo.
Ranma masculló algo ininteligible y tiró con fuerza de una bota, luego de la otra. Estaba de un mal humor terrible. A esa hora podría estar en Tokio, comiendo algo delicioso en el restaurante de la anciana Cologne, o pasando el rato con sus amigos Hiroshi y Daisuke; pero no, había seguido a una chiquilla en un impulso estúpido y ahora estaba allí, molesto y mojado. Y sin poder entrar en su propia habitación a cambiarse de ropa porque la estaba usando esa mujercita boba.
—Necesito dejar de ser virgen.
Se mesó el cabello y se acercó al fuego a grandes zancadas. La lluvia repiqueteaba contra el cristal de las ventanas con fuerza y los truenos retumbaban de tanto en tanto en la lejanía. Odiaba la lluvia de una forma visceral y, ahora, para su desgracia, siempre que lloviera recordaría a esa mujer y al idiota del vizconde de Nerima. Si hubiera sabido cómo sufriría con ese caso, le hubiera cobrado a Hibiki diez veces más. No, ¡cincuenta veces!
Se dejó caer en la mullida alfombra que estaba frente al fuego y perdió su mirada en las llamas de la chimenea. Sabía que todo era su culpa, no debería haber seguido a Akane Tendo, y bajo ningún concepto debería haberla metido en su casa; no tendría que haber permitido que ese asunto se convirtiera en uno tan personal. Pero no pudo negarse a la súplica de sus ojos de chocolate, a la desesperación que mostraban sus palabras.
El problema era que esa mujer era malditamente hermosa.
Y él un idiota.
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Akane volvió a la sala cuando el criado dejaba un servicio de té sobre la mesita que había junto al sofá. Apretó el vestido húmedo contra el pecho y ocultó los pies descalzos bajo el dobladillo del camisón lo mejor que pudo; el criado, sin embargo, ni siquiera reparó en ella.
—Gracias, Takahashi —dijo Ranma vuelto hacia la chimenea—. No te necesitaré por el resto de la noche.
El sirviente hizo una inclinación de cabeza y se marchó, tan silencioso como cuando llegó. Akane también intentó hacer el menor ruido posible mientras se acercaba a la chimenea, pero Ranma Saotome eligió precisamente el mismo momento para darse la vuelta y casi chocaron de frente. Ella aprisionó entre ambos las capas de tela húmeda del vestido y él la tomó por los codos para evitar que cayera. Se miraron a los ojos y Akane se sonrojó en seguida cuando él la recorrió con la mirada.
—Espero que no le moleste —murmuró a modo de disculpa.
Sobre la cama endoselada de la alcoba había encontrado toallas, que utilizó para secarse el cabello, y también una bata masculina. Luego de forcejear un rato para desabotonarse el vestido y aflojarse el corsé ella sola, Akane se encontró ante la perspectiva de quedarse frente a un hombre solo en camisón, o ponerse la bata de ese mismo hombre. La razón pudo en seguida más que la vergüenza de vestirse con la ropa de un desconocido, y se envolvió en la bata lo mejor que pudo, atándose con fuerza la cinta alrededor de la cintura y doblando varias veces las mangas que le quedaban demasiado largas.
Los ojos de él volvieron a los suyos. Akane hubiera podido jurar que ahora eran de un azul mucho más oscuro, pero lo achacó a las luces cambiantes del fuego.
—En absoluto —respondió él después, desviando la mirada. Tardó un instante más en soltarla y dirigirse a la mesita.
Ella exhaló el aire que, descubrió de pronto, había retenido en su pecho. Acomodó las ropas húmedas en una silla frente al fuego como había hecho él, mientras escuchaba el tintinear de las tazas a sus espaldas.
—¿Té? —ofreció Ranma.
—Por favor.
—Me temo que solo hay bocadillos, Takahashi no tuvo tiempo de preparar nada mejor.
Akane jugueteó con un mechón de cabello todavía húmedo, que se le había escapado del peinado. Había intentado volverse a colocar algunas horquillas lo mejor que pudo, pero sin un espejo no estaba segura de cómo había resultado su trabajo.
—Estoy segura de que será más que espléndido —replicó.
—¿Azúcar? —preguntó Ranma después.
—Dos terrones, por favor.
Ranma le pasó una taza y le indicó con un gesto el sofá para que se sentara, mientras él ocupaba un sillón orejero en el otro lado de la mesa. El único sonido que se escuchaba era el crepitar del fuego, el ruido de la lluvia y el chocar de las cucharillas contra la porcelana mientras los dos revolvían las tazas. Parecían solo dos personas a la hora del té en una residencia cualquiera, pero no lo eran. Él estaba descalzo, vestido solo con los pantalones y con la camisa arremangada, mostrando los vellos oscuros de sus brazos. Y ella, ¡por Kamisama!, tenía puesta la ropa de él. Aquel acto tan íntimo volvió a llenarla de un nerviosismo que le hacía hormiguear los dedos de las manos.
—Creo que le debo una disculpa —dijo atropelladamente. Nunca había podido mantenerse callada cuando estaba nerviosa.
—No es necesario —dijo Ranma.
—Para mí, sí lo es —insistió ella—. Normalmente no actúo de esta manera.
—¿No?
Akane se quedó en silencio y lo observó. Nunca supo si el tono de él era burlón o ella se lo estaba imaginando.
—Le aseguro que no, señor Saotome —dijo al final. Se sentía irritada de pronto.
—Puedes llamarme Ranma.
—No, gracias —replicó ella con rapidez.
Eso complicaría todo mucho más, prefería que él continuara siendo el desconocido con el que había pasado una sola noche. Además, no quería darle el gusto.
Ranma la observó un rato antes de volver a hablar, casi podría haberse echado a reír, si esa mujer no lo sacara tanto de quicio. Giró su taza sobre el platillo para que el asa quedara a la izquierda y la levantó.
—Yo sí te llamaré Akane —anunció, sin reparar en el brillo en la mirada de ella, que no estaba nada conforme—. Me da la impresión de que pasará un buen rato antes de que escampe. ¿Por qué no me cuentas tu historia?
¿Qué tenía que ver la lluvia?, pensó Akane. Pero al final suspiró.
—En realidad, no hay mucho que contar —murmuró alisándose los pliegues que había formado la bata sobre su regazo.
—Yo creo que sí lo hay.
Ella dudó. Sabía que le debía algo a ese hombre después de hacer semejante declaración en medio de la estación, palabras que la torturaban un poco y la avergonzaban bastante, sobre todo tomando en cuenta que él estaba dispuesto a ayudarla. Se sonrojó un poco pensando en lo que se avecinaba y fue incapaz de probar ninguno de los bocadillos, aunque se vieran deliciosos. Se le había formado un nudo en el estómago.
Miró de nuevo a ese hombre, en su postura relajada recostado en el respaldo del sillón, con la taza alzada en una mano. Los mechones de cabello negrísimo le caían sobre la frente y Akane tuvo de pronto el deseo de apartárselos con los dedos, para poder ver de nuevo sus ojos. Nunca había conocido a nadie con los ojos azules. Nerviosa, entrelazó las manos sobre el regazo. Aunque él comenzara a resultarle un poco exasperante, no podía evitar querer abrirse a alguien para hacer un recuento de sus preocupaciones y temores. ¡Cuánta falta le hacía Kasumi! Siempre había sido su más grande confidente y, desde que se había casado, las cartas que le escribía no suplían sus abrazos y sus manos al consolarla.
—Usted es abogado —dijo Akane mirándolo otra vez. Él alzó las cejas sorprendido—. Me dio su tarjeta en la estación —explicó—. Y, aunque me temo que casi se arruinó por completo con la lluvia, aún es legible. «Ranma Saotome. Abogado» —citó, recordando el papel húmedo que había guardado en su ridículo al subirse al carruaje—. Quizás, usted… podría ayudarme —se le ocurrió de pronto.
Ranma se revolvió incómodo. Sí, él podía ayudarla, pero solo si ella lo deseaba realmente. ¡Y no se refería a aquella propuesta escandalosa de la estación! Sin embargo, por el momento no habló, esperando lo que Akane tenía que decir.
—Mi padre me prometió en matrimonio sin mi consentimiento —dijo ella al final, despacio, rodeando la taza de té con las manos para darse calor—. Despilfarró la fortuna de la familia, por eso pretende casarme con un hombre rico, el vizconde de Nerima.
A Ranma no le gustaba la situación, pero aquello pasaba demasiado a menudo para que cualquiera se sorprendiera. Él lo había visto en su despacho más de una vez; y, en ocasiones, sentía vergüenza al admitirlo, había ayudado al padre a concretar la boda mediante más de una treta legal cuando había renuencia por parte de la novia. No se sentía orgulloso, pero, en sus inicios, un trabajo bien hecho significaba más clientes, y más clientes satisfechos le traían prestigio y un nombre en un mundo tan competitivo como el suyo.
—Comprendo —dijo simplemente. Bebió un poco de su propia taza, pero el té le supo amargo, a pesar de que le había puesto tres terrones de azúcar.
—No tenía más remedio que marcharme.
—Llevas muy poco equipaje para estar escapándote de casa —comentó él.
Ella lo miró con tanta intensidad que Ranma estuvo tentado de echarse atrás.
—Escaparme hubiera sido inútil, no soy tan tonta —dijo ella con aspereza—. Cualquier berrinche por mi parte solo retrasaría lo inevitable. Me dirigía a la casa de mi hermana en Nishigō, para poder estar tranquila y pensar. Elaborar un plan.
Él la miró interesado.
—¿Y tienes un plan?
—Lo tengo —respondió ella determinada. Dejó la taza sobre la mesa y enderezó la espalda, descansando sus manos en el regazo—. Si mi reputación quedara arruinada, ningún vizconde se casaría conmigo nunca, pues el escándalo lo perseguiría incluso hasta su decendencia.
Ranma estuvo a punto de escupir el té y echarse a reír. ¡Así que hablaba en serio! Le resultaba ridículo que una mujer como Akane Tendo ideara, sin saberlo, un plan tan retorcido como el de Ryoga Hibiki. Su prometido era un idiota, y ella era inteligente al querer librarse de él, pero llegar a ese extremo le parecía estúpido, además de peligroso. Esa mujer no parecía comprender lo que implicaba su tonto plan.
—No puedes hablar en serio, Akane.
Ella tuvo un sobresalto al escucharlo llamarla por su nombre, como había prometido.
—Hablo muy en serio.
—¿Ningún vizconde se casaría contigo? —inquirió él alzando una ceja—. ¡Ningún hombre de tu clase lo haría en su sano juicio! La sociedad entera te repudiaría, tus amigos y conocidos te darían la espalda. Tu propio padre renegaría de ti, ¿lo entiendes, acaso?
—Lo entiendo perfectamente —respondió ella con la vista fija en sus manos.
—No, me parece que no lo entiendes —aseguró él echándose hacia adelante—. Hasta tu querida hermana te daría la espalda, pues una mujer disoluta en la familia le negaría toda posibilidad de casar a sus hijas con hombres respetables, o de que sus hijos tengan amistades influyentes.
—¡No hable como si conociera a mi hermana! —exclamó ella volviéndose a mirarlo. En su mirada había una mezcla de tristeza y dolor.
Ranma soltó un suspiro resignado.
—¿Sabes qué? —dijo—. Tu reputación ya está arruinada, así que no tienes que esforzarte tanto.
—¿Cómo?
Él comenzó a enumerar con los dedos.
—Te vieron entrar en las habitaciones de un hombre soltero. Sola, de noche, y con las ropas notoriamente desarregladas. No pasará mucho tiempo para que los chismorreos lleguen hasta Tokio.
Ella frunció el ceño.
—Lo dudo, no había nadie en la calle cuando llegamos.
—Hay ojos y oídos en todas partes, Akane.
Él lo sabía bien.
Ella se levantó del sillón y elevó el mentón con toda la dignidad que podía mostrar tomando en cuenta que estaba vestida con una bata que le quedaba demasiado grande y la hacía ver como una niña.
—Si está tan preocupado, ¿por qué me trajo a su casa? —preguntó con una sonrisa de suficiencia.
Ranma abrió la boca, la cerró. Y soltó una carcajada.
—¿Preferías que me registrara en un hotel y pidiera una habitación para dos? —ironizó alzando una ceja.
Ella desvió la mirada, huyendo de la de él.
—Yo imaginé que usted…
Se detuvo. Era demasiado, incluso para ella, decirlo en voz alta.
—¿Qué yo qué? —Ranma se pasó la mano por el pelo, desordenándolo—¡Maldita sea, Akane! ¡Me pediste que te quitara la virginidad en medio del maldito andén! ¿Qué pretendías que hiciera?
Ella cerró la boca con fuerza, sonrojándose. Quizás había sonado demasiado desesperada, pero no pudo evitarlo. Por un largo instante ambos se quedaron en completo silencio y el crepitar del fuego llenó la habitación. La lluvia seguía cayendo con fuerza afuera, como si nunca fuera a parar y el sol no volviera a brillar en el cielo otra vez.
—Tiene razón —murmuró ella después en voz baja. Sus ojos estaban clavados en el fuego.
—¿Qué quieres decir?
—Yo deseaba esto —dijo ella, pero sin mirarlo. El sonrojo de sus mejillas podría haberse achacado al calor de las llamas, pero estaba demasiado lejos de la chimenea para que la afectaran de esa forma—. Deseaba que usted me librara de esta tonta castidad, para no tener que casarme a la fuerza con un hombre horrible designado por mi padre.
Esas palabras, en lugar de excitarlo, dejaron a Ranma helado. Akane parecía una prisionera rumbo al cadalso, una virgen entregada con resignación al sacrificio por una causa noble. Ella no lo deseaba, no sentía nada por él, mucho menos se ofrecía sugerente por mera curiosidad. No. Akane no veía otra salida y estaba dispuesta a inmolarse.
De pronto, Ranma se sintió sucio por las escenas tan libidinosas que había imaginado teniendo como protagonista a Akane Tendo. Tan desagradable y abyecto, que creyó, absurdamente, que podía llegar a contaminarla si se quedaba un tiempo más cerca de ella. Se levantó y se fue al otro extremo del cuarto. Se pasó la mano por el rostro, de pronto se sentía cansado. Decepcionado de sí mismo.
—No tengo por qué negarlo —continuó ella—. Tuve una idea que me pareció maravillosa. Usted se fijó en mí, usted no dejaba de mirarme en el tren. Y no es usted mal parecido, así que pensé «¿por qué no?». Si yo le gustaba como parecía, usted no se negaría. Y yo podría librarme de la boda, y vengarme de mi padre por haber intentado entregarme como si fuera un objeto. Después de todo, ¿no es lo mismo entregarse a un hombre cualquiera que a un marido desconocido? ¿No es preferible desearlo, aunque sea un poco, que nada en absoluto?
Soltó un suspiro que fue casi un sollozo y dejó caer los hombros.
—Akane…
—Ya lo ve —replicó ella volviéndose a mirarlo. En sus ojos no había rastros de lágrimas, su espíritu no había sido derrotado todavía y el fuego seguía ardiendo en su mirada—. Soy una mujer absurda, lo sé, pero desesperada, aunque no espero que me comprenda.
Se acercó despacio a la chimenea para calentarse y se cerró más la bata sobre el pecho.
Ranma guardó silencio, observándola. Esa mujer tenía el poder de transformar sus emociones de una forma asombrosa. ¡Tenía deseos de zarandearla para hacerla entrar en razón! Quería gritarle que sus tontas locuras no la llevarían a ninguna parte y solo arruinarían su vida sin remedio, para siempre. Pero también… ardía en deseos de abrazarla y besarla, como nunca nadie la hubiera besado antes. Y deseaba decirle que él no era un caballero, aunque a sus ojos lo pareciera, y hubiera estado más que dispuesto a ayudarla si se hubieran conocido de otra manera. Tuvo miedo de esas emociones contradictorias y desconocidas, y de la mujer que las provocaba. Se frotó de nuevo el rostro con las manos e intentó actuar con lógica.
—¿Y qué harás después? —preguntó.
—¿Después? —inquirió ella volviéndose a mirarlo.
—Una vez arruinada y sin posibilidades. Imagino que pensaste en algo.
Ella suspiró.
—Una vez hice de secretaria para uno de mis primos cuando se rompió el brazo —dijo mirando las llamas otra vez—, podría hacer algo similar, sé llevar las cuentas.
«Aunque no tan bien como Nabiki», agregó para sí misma.
—O podría trabajar de institutriz, se me dan bien los niños —continuó—. También…
Se detuvo.
—¿Cree que también podría convertirme en abogado, como usted?
La sonrisa casi triste con la que preguntó aquello, le hizo comprender a Ranma que sabía lo inútil que era mencionarlo.
—La última vez que me fijé, no aceptaban mujeres en la escuela de leyes —respondió él.
—Lo sé. —Ella suspiró otra vez—. Siempre creí que debía ser algo más en la vida que la esposa de alguien, y es algo así como un sueño, ¿sabe? Una idea que se me metió en la cabeza desde que era pequeña, nada más. Mi familia siempre decía que yo era muy buena luchando por las causas perdidas y no dudaba en ponerme siempre del lado del más débil. A veces…
Se detuvo y miró a Ranma, como si no estuviera segura de que a él le interesara saber aquello, pero él la miraba con tal intensidad y atención que casi se sintió cohibida.
—Fantaseaba con vestirme de hombre y entrar a la facultad sin que nadie se diera cuenta —continuó—. Después de todo, ¿qué problema habría? Pasaría los exámenes y me quitaría la máscara el último día frente a un montón de hombres presumidos, que me mirarían con la boca abierta, sin poder creerlo, y yo les enseñaría que sus estúpidas normas no sirven para nada.
Terminó sus palabras con pasión, el pecho le subía y le bajaba. Ranma se dijo que sería imposible. Estaba seguro de que ni con ropas de hombre podría ocultarse la belleza de Akane Tendo.
—De todas formas —agregó ella después—, no necesita preocuparse por mi futuro, estuve dispuesta a sobrellevar cualquier cosa que viniera cuando lo descubrí mirándome en el tren.
Ranma despegó los labios, afectado por las últimas palabras de ella, que habían tocado algo profundo dentro de su pecho, pero en lo que no tenía deseos de reparar en ese preciso momento. Se frotó la frente con fuerza, casi podía presagiar un dolor de cabeza.
—Necesito un trago —murmuró.
Había un aparador en una esquina, sacó una botella de shōchū y se sirvió un vaso rebosante, que casi apuró de un trago. Maldijo la hora en que se había encontrado con esa mujer hermosa, sensual y tonta, además de tozuda como una mula.
—No se preocupe, señor Saotome —continuó Akane—. No lo involucraré en mi plan, porque veo que le causa muchos reparos. Y no volverá a verme nunca en cuanto pase la lluvia, se lo prometo.
En tres zancadas, él cruzó la habitación y estuvo junto a ella cuando Akane se dio la vuelta para volver al sofá. Lo descubrió tan cerca que tuvo que alzar el rostro para mirarlo. Las llamas de la chimenea danzaban en sus ojos oscurecidos. Él era alto e imponente, casi un ser sobrenatural conjurado por una noche de tormenta y Akane se estremeció, aunque el frío de la lluvia no tenía nada que ver con esa repentina sensación.
—¿Estás diciendo que eres capaz de buscarte a cualquier otro con tal de llevar adelante tu plan? —preguntó él en voz baja y casi amenazadora.
Ella frunció el ceño. Si él pensaba que ella daría un paso atrás, que lloraría asustada o pediría disculpas, estaba muy equivocado. Akane alzó la barbilla todavía más y le sostuvo la mirada.
—Eso, permítame decirle, no le incumbe, señor Saotome.
¡Esa mujer estaba loca!, pensó Ranma. Era una niña mimada, una hijita de papá que no sabía nada del mundo, y que cuando él la ayudaba y le hacía ver lo equivocada que estaba, tenía el descaro de reprochárselo.
—¿Es que todavía no entiendes lo que estás a punto de hacer? —le preguntó apretando los dientes y tomándola por los brazos.
—¡Suélteme, señor!
—¡Estás loca!
Y lo estaba. ¿Qué mujer en su sano juicio prefería el repudio de su familia y de toda la sociedad a ser vizcondesa? Su prometido era un tonto, además de un sodomita, así que nunca la haría feliz o podría satisfacerla, ¿pero valía la pena? ¿Valía realmente la pena?
—Si lo estoy o no, no es asunto suyo —respondió ella con dignidad.
Ranma perdió los estribos.
—¡Lo es, maldita sea! No permitiré que salgas de esta casa —sentenció él, apretándole todavía más los brazos—. ¿Me has entendido? ¡No permitiré que pongas en marcha ese absurdo plan!
Ella respiró agitada, indignada hasta la médula. Nunca en su vida alguien le había hablado así, ni siquiera su padre había sido capaz de prohibirle algo y, hasta el anuncio de su compromiso, jamás le había impuesto nada tampoco. Que un hombre desconocido y sin lazos con ella fuera capaz de hacerlo, rayaba en lo absurdo.
—Le aseguro que lo haré —dijo Akane alzando la voz, que sonó una octava más aguda—. Haré lo que sea para librarme de ese compromiso. Jamás me casaré con Ryoga Hibiki, ¿no lo entiende? ¡Jamás!
El brillo en los ojos de él se intensificó.
—No, no lo harás —sentenció con la vista fija en sus labios.
Akane dejó escapar un resuello. Presentía algo peligro e intenso en cada fibra de su ser.
—¿Se- Señor…?
—Es Ranma —murmuró él con suavidad—. Ranma.
Se inclinó y la besó.
No fue el contacto de labios casi casto que Akane conocía gracias a algún pretendiente osado, era un beso hambriento y abrasador, y Akane se sintió débil ante las sensaciones que asaltaron su cuerpo. En el centro de su vientre se instaló un calor que no podía sofocar y un hormigueo placentero viajó por su pecho hasta la punta de sus pies, recorriéndole también los brazos y hasta la raíz del pelo. No comprendió cuándo entreabrió los labios, pero de pronto la lengua de él buscaba la de ella dentro de su boca, enredándose en una lucha casi igual a la que habían mantenido antes con las palabras. Él sabía a dulce y a licor, embriagador y poderoso. Se apoyó en su duro pecho para lograr sostenerse, porque la cabeza le daba vueltas y su cuerpo parecía no pertenecerle, pues deseaba apretarse con el de él, deseaba su roce y sus caricias. Deseaba más, sin saber exactamente qué.
Solo era una lección. Ranma juraba que solo quería mostrarle un poco de lo que tendría que llegar a hacer con un hombre si quería librarse del compromiso y la boda, solo algo. Jamás calculó la reacción de ella, que esperaba fuera de rechazo, pero encontró apasionada y enloquecedora. Ella se pegó a él, y él la abrazó todavía más, enredando una mano con su pelo por detrás de la cabeza y atrayéndola con la otra alrededor de la cintura, como si no quisiera dejarla escapar, como si temiera que ella despertara de la ensoñación y lo empujara lejos de su cuerpo. Aquello lo destruiría, estuvo seguro en cuanto la tocó. La deseaba tanto que le era casi imposible contenerse, pero debía hacerlo. Si ella ponía un reparo, si lo detenía con una sola palabra, era capaz de irse de su propia casa, aún bajo la lluvia, para no volver a verla nunca más por el resto de su vida. Pero si no lo hacía…
Dudaba de su cordura.
Finalizó el beso y la soltó, alejándola de su cuerpo. Los dos intentaron recuperar el aliento a grandes bocanadas al mismo tiempo. Ranma la miró, ella tenía los labios enrojecidos por los besos y los ojos de chocolate se le habían oscurecido. Se veía hermosa y sensual con el cabello revuelto, peligrosa para su pobre corazón.
—… ¿Señor… Saotome? —murmuró ella mirándolo a los ojos—. ¿Qué hace?
Ranma estaba seguro de que no había miedo en sus ojos, lo que empeoraba su propia situación. ¿Dónde estaban los reparos?, ¿dónde los remilgos o las acusaciones? Quizás ella tendría que haberlo abofeteado, y Ranma estaba seguro de que, de ser así, por una vez lo aceptaría de buena gana. Pero empezaba a darse cuenta de que Akane Tendo no era una señorita común y corriente y no se comportaba como él esperaba.
—¿Acaso no quieres… casarte? —preguntó él.
Akane lo miró con un gesto curioso y Ranma entendió que la situación se le estaba escapando de las manos a una velocidad sorprendente.
—¿Me está… proponiendo…?
Claro que sonaba así, ¡imbécil!
—¡Por supuesto que no! —exclamó y se aseguró de alejarse un paso de aquella mujer provocadora.
Ella no supo si sentirse un poco defraudada por la respuesta tan apasionada de ese hombre. De haber dicho otra cosa, hubiera sido la propuesta de matrimonio más rápida que le hubieran hecho nunca, y eso la hubiera halagado, por lo menos en el fondo de su corazón vanidoso.
—Entonces… ¿por qué? —preguntó ella, incapaz de refrenar su lengua con modales—. ¿Por qué… me besó? ¿Por qué, si había dejado claro que no pensaba ayudarme?
Ni siquiera él mismo lo sabía. Solamente que la idea de que ella pudiera salir a buscar a alguien más que satisficiera sus deseos le dejaba un sabor amargo en la boca y un peso en el estómago. Estaba dispuesto a encerrarla para que no lograra su objetivo, lo que era absurdo. Y, a su vez, era incapaz de sacrificarla al vizconde de Nerima, por lo que se hallaba en una dicotomía desagradable.
—Lo que quiero decir —habló Ranma, como si ella no hubiera hecho ninguna pregunta— es si no quieres casarte… algún día.
—En realidad… no —respondió Akane con sinceridad—. Nunca soñé con tener un esposo o hijos.
Y ahí se iba su única tabla de salvación, pensó Ranma. ¡Esa mujer estaba loca! ¿Por qué la habrían elegido precisamente a ella como esposa para Hibiki? Era completamente inadecuada para el título de vizcondesa, o para el matrimonio en general. Tenía demasiado carácter y una lengua que la alta sociedad no dudaría en cortarle de cuajo. De hecho, Ranma estaba seguro de que sería tan infeliz al lado de Hibiki —y no solo en lo concerniente al lecho y la pasión— que se marchitaría por completo, y odiaba imaginarlo. Akane Tendo había nacido para ser adorada, para ser besada hasta que sus ojos brillaran con el mismo color del chocolate fundido.
—Entonces… ¿no te importa quedar arruinada? —insistió él con cansancio, casi como si estuviera perdiendo una batalla.
—No… —respondió Akane con voz temblorosa.
En realidad, cada vez perdía más el aplomo. Al principio creyó que sería muy fácil entregarse a un hombre con la convicción firme de hacerlo por deber, para librarse de la boda y, de paso, castigar a su padre por haberla arreglado. Nabiki había dicho que buscara a un hombre que le gustara, y Ranma Saotome le gustaba, tenía que admitirlo. Era apuesto, aunque no de la forma más tradicional, no era como los hombres por los que suspiraban sus amigas: aristocráticos, de cabello claro y rostros afectados, con las pieles cuidadas y perfumadas. Ese tipo de hombres por los que ella nunca había sentido nada; de hecho, por eso mismo no contemplaba el matrimonio. Siempre creyó que debía casarse por amor, como había hecho su hermana Kasumi, como había sucedido con sus padres, y pensó que el amor sería apasionante y hermoso, una sensación devastadora en el pecho y una ligereza en los pies, un estado en el que estaría siempre sonriente y feliz sin importar qué. Pero con nadie había sentido esa intensidad, muy al contrario, los hombres, tan petulantes, la aburrían, y todas las veladas sociales en las que se suponía que debía encontrar marido, la ponían de mal humor.
Llegó a creer que había algo mal en ella, o que estaba condenada a ser insensible y nunca conocer lo que era enamorarse de verdad. No es que ahora estuviera enamorada, en absoluto. Pero con él había sentido algo completamente diferente, desde que la estaba mirando en el tren. Y su beso…
Ahora no estaba segura de que algo tan íntimo fuera tan sencillo. Empezó a sentirse nerviosa y percibió que el sonrojo le cubría las mejillas sin piedad.
—Bien —dijo él en un susurro.
Akane no estaba segura de haber comprendido lo que decía, por lo que alzó el rostro, y se encontró con que él la miraba directamente a los ojos.
Sí, era apuesto, pensó de nuevo. Pero no de una forma cuidada, sino descarnada, casi… salvaje.
—Bien —repitió él.
¿A quién engañaba?, pensó Ranma. No era un caballero, jamás aparentó serlo. Y tampoco era como si fuera a forzarla, ella se lo estaba pidiendo, casi rogando, y él no tenía voluntad para ponerle trabas a algo que no le parecía desagradable en lo absoluto. Su cuerpo ya había decidido reaccionar a ella, ¿por qué se empecinaba en tener reparos con algo que, al parecer, a ella no la molestaba en lo más mínimo?
—¿…Ranma? —preguntó Akane mirándolo curiosa.
Qué mal momento para empezar a llamarlo por su nombre. Las justificaciones de Ranma se derrumbaron.
—Entonces… ¿está bien? —siguió él.
¿Por qué lo repetía tantas veces? ¿Quería convencerse a sí mismo o qué? Y, además, ¿por qué, al tomar aquella decisión, se estaba empezando a poner nervioso, como si importara? Porque, en realidad, no importaba ¿cierto?
¿Qué le pasaba?
¿Qué diablos le estaba pasando ese día? ¿Qué era lo que le provocaba Akane Tendo, y solo Akane Tendo?
Una chiquilla rica como ella, se dijo, siempre había estado fuera de su alcance, y Ranma lo sabía. Jamás soñó que, al tener una carrera —que le había costado un mundo terminar, por cierto— y convertirse en un hombre acomodado pudiera aspirar a más que lo que siempre estuvo destinado a él, alguien de su nivel, de su propia clase. Tampoco tenía deseos de casarse, ni tenía a nadie que lo incordiara con el tema, como les pasaba a sus amigos. Sus padres habían fallecido hacía mucho, nadie le exigía nietos, nadie sentenciaba que se quedaría solo si seguía así. Además, tampoco estaba tan viejo, apenas había cumplido veintiocho años.
Lo que sí sabía, con certeza, era que en todo ese tiempo siempre había querido algo más. La única vez que sucumbió al deseo, no tardó en sentirse insatisfecho. Y como un idiota, por querer darle importancia a algo que no la tenía para nadie más. El sexo se usaba para consumar matrimonios, procrear o para desfogarse cuando fuera necesario, no significaba otra cosa. Compartir la cama no auguraba felicidad, como él bien sabía por sus padres, pero nunca había podido evitar ser un tonto que buscaba algo diferente, algo que quizás no existía.
Miró a Akane. En ese instante ella se estaba mordiendo la uña del pulgar derecho, igual que había hecho en el tren. Ranma ya había empezado a entender que hacía eso cuando estaba nerviosa. Y comprendió que él también lo estaba.
Se acercó un paso más a ella y alargó el brazo para tomarle la otra mano con suavidad. Ella le permitió hacer, y sus dedos se sintieron suaves entre los suyos. Se quedó así un rato, no le importaba hacerlo, la palma de ella estaba cálida, y su mano era de la medida perfecta para que él la envolviera. Eso lo hizo sentir, de pronto, especial. Akane miró su mano y después buscó sus ojos y le sostuvo la mirada. Ranma avanzó otro paso, muy lentamente. De alguna forma, sabía que no tenía que precipitarse o lo arruinaría todo; por una vez, pensaría las cosas con mucho cuidado antes de hacerlas.
Se acercó medio paso más y Akane no se alejó, le sostuvo la mirada mientras él se acercaba, y después miró su boca sin reparos. Ranma se permitió esbozar una sonrisa diminuta de suficiencia.
Tenía deseos de besarla de nuevo.
—Yo… —murmuró ella—. Cre-Creo que… también…
—¿Sí?
—… necesito un trago —terminó Akane.
Se lo quedó mirando con los ojos abiertos de par en par, como si le pidiera permiso, y Ranma hizo una inclinación de cabeza, que Akane no desaprovechó. Corrió al aparador y se sirvió shōchū en el mismo vaso que él había usado. Lo levantó con las dos manos y se lo bebió de un solo trago.
De inmediato, se sirvió un segundo vaso.
—Creo que no deberías… —empezó a decir Ranma cuando vio que ella tenía deseos de apurar esa segunda copa también de sopetón.
—Sí —respondió ella—. Sí, claro.
Solo estaba acostumbrada a tomar ponche. El licor era tan fuerte que le había quemado la garganta, llenándole los ojos de lágrimas; también le había dejado una sensación extraña en el pecho, como si el fuego de la chimenea se le hubiera instalado entre las costillas. Tenía un sabor espantoso, pero al mismo tiempo la invitaba a volver a probarlo. Tomó otro sorbo y soltó un suspiro.
La lluvia arreciaba con más fuerza afuera. Un tronco se partió en la chimenea soltando chispas, con un siseo.
Qué extraña situación, pensó. Tal vez no estaría mal embriagarse para que no fuera tan terrible, después de todo, se suponía que aquellas cosas dolían. Claro que las mujeres no debían quejarse, solo debían soportar y aceptar, todo por un bien mayor; en aquel caso, la meta era deshonrarse para no tener que contraer matrimonio con el vizconde de Nerima, un hombre desconocido.
Se preguntó, por un instante, cómo hubiera sido si el vizconde hubiera estado en el lugar de Ranma. ¿Sus besos hubieran sido también tan poderosos? ¿Era siempre así besarse, era algo que podía pasar con cualquiera? Ella ya sabía que no, porque otros hombres ya la habían besado antes, dos para ser exactos, aunque no de la misma manera. Aquellos besos fueron apenas una presión de labios contra labios que duraba un segundo, nunca nadie antes había hecho… bueno, nunca nadie había juntado la lengua con la suya.
La recorrió un estremecimiento mientras las mejillas se le llenaban de calor. Quizás era por el shōchū.
Apuró el siguiente vaso y sus dedos tocaron la botella, preguntándose si debería continuar. Sí, embriagarse para que pasara rápido, para que el nudo que le tensaba el estómago se soltara.
Entonces, percibió una mano en su brazo estirado hacia la botella. Se volvió y miró a Ranma.
—No deberías —repitió él.
Por un instante, quiso rebelarse. ¡Ese hombre no podía darle órdenes! Después, se calmó un poco, moviendo los hombros para quitarse aquel peso que sentía de pronto en los músculos.
—Pero… ¿y solo… un poquito más? —preguntó.
Él ladeó la cabeza entrecerrando los ojos, como si estuviera sopesando la pregunta. Entonces, Akane vio su oportunidad.
—¿Uno trago… pequeñito? —insistió, mostrando con los dedos pulgar e índice de la otra mano el tamaño de aquel futuro trago. No había separado los dedos ni siquiera un centímetro, al menos él no podría enfadarse por eso.
—Akane…
—¿Sí? —preguntó con inocencia.
De pronto, le entraban ganas de reír, pero apretó los labios para que él no se diera cuenta. En realidad, estaba muy enojada de que ese hombre desconocido, ese tal Ranma Saotome, fuera tan informal con ella. No quería que la llamara por su nombre… Pero se lo dejaría claro más tarde, ahora no, o se le saldría la risa si empezaba a hablar.
Dejó vagar sus ojos por el cuarto, deteniéndolos en el fuego. Cuando él habló de nuevo, regresó a mirarlo a los ojos, aunque le costó un poco concentrarse en él. Pestañeó.
—¿Estás borracha? —le preguntó Ranma.
—¡Claro que no!
—No lo parece…
—Nadie se emborracha con apenas dos vasos de licor —sentenció, enojada.
—Alguien que no lo ha bebido nunca, sí —insistió él.
—¡Yo he bebido muchas veces! —mintió ella con descaro.
Ranma alzó una ceja. Akane dejó de prestarle atención y tiró de nuevo de la botella para llenar su vaso, pero él se la quitó, rozándole los dedos para alzarla.
—¡Yo…! —empezó Akane, lista para enumerar sus razones para hacer lo que le diera la gana.
Él le sirvió otro poco para dejarla conforme, mucho menos de medio dedo de shōchū, y después apartó la botella, guardándola de nuevo en el aparador. Akane torció los labios y quiso chasquear la lengua. ¿Qué se había creído? Pero aprovechó que él le dio la espalda mientras guardaba la botella para apurar el resto del licor. Percibió la quemazón en la garganta igual que al principio y retuvo la mueca de desagrado cuando su lengua distinguió aquel sabor tan fuerte. Al menos, ya no tendría que beber otra vez.
—Eres una mujer muy determinada —comentó Ranma volviéndose a mirarla.
—Pues sí —replicó Akane alzando el mentón. No sabía si aquello era una queja—. Siempre me he salido con la mía.
—… Tienes razón —murmuró él.
El color de sus ojos había cambiado, o quizás su brillo. Akane estaba segura de que iba a besarla otra vez, aunque no podría haber respondido cómo lo sabía, quizás fue la reacción de su propio cuerpo, que se estremeció de anticipación, o la forma en que él avanzó hacia ella moviéndose despacio.
Ella se quedó completamente quieta, llena de una sensación extraña que le hizo latir el corazón con fuerza. Sintió la cabeza pesada y la lengua un poco inútil para decir algo.
Cuando él le acarició un hombro, deslizando los dedos por encima de la bata hasta llegar a su cuello, la copa vacía se le resbaló de las manos y chocó contra el suelo de madera, haciéndose pedazos. Pero ni él ni ella se inmutaron. Los dedos de Ranma habían llegado a rozarle la garganta, donde la bata no la protegía, y sintió el calor de su mano directamente en la piel.
Tuvo un estremecimiento poderoso y empezó a sentir la piel de gallina. La otra mano de él la tomó por la cintura y ella cerró los ojos por instinto cuando él bajó la cabeza para besarla otra vez. ¡Quería que la besara! Oh, por Kamisama. ¿Quizás así debía ser? El acto en sí la ponía nerviosa, pero quería que la besara. Cuando la besaba todo estaba bien. Cuando la besaba su cabeza se vaciaba de todo pensamiento y no tenía que hacer nada, solo dejarse llevar.
Aquel abandono era muy agradable.
La boca de él tocó sus labios. Pero Akane percibió, con cierta desazón, que el beso no era el mismo de antes. Ahora él la tocaba despacio, acariciándole los labios como si fuera una cosa frágil que pudiera romperse. Ni siquiera hizo el intento de separarle los labios para penetrarla con la lengua, lo que era en verdad… decepcionante.
Él la estrechó en sus brazos. Akane percibió que el cuerpo de él temblaba un poco, como si estuviera conteniéndose, o dominándose. Con extrañeza, y un súbito pudor, percibió claramente la dureza de él, que le rozó el vientre y se encajó en el vértice entre sus piernas.
Entonces, él la tomó de los hombros para mirarla a los ojos.
—¿Estás segura? —le preguntó—… ¿De verdad está bien?
Qué curioso. Siempre había creído que los hombres eran unos engreídos que tomaban lo que querían sin preguntar, de acuerdo a sus propios fines. Así era el vizconde de Nerima queriendo casarse con ella, así era su padre, que le imponía un compromiso que ella no deseaba. Así eran casi todos los hombres que conocía. Desde luego, ninguno le había pedido permiso nunca para hacer con su vida lo que quisieran.
Él era distinto.
—… Sí —le respondió asintiendo con la cabeza—. ¡Sí!
Quería que sucediera. Aunque le diera miedo, o se fuera poniendo cada vez más nerviosa, quería que sucediera. Con él. Quería decidir y ser la dueña de su vida.
Entonces, él la estrechó de nuevo entre sus brazos, con más fuerza, y después buscó su boca para besarla. Akane soltó una exclamación de triunfo al percibir la punta caliente de su lengua abriéndose paso en su boca. Y separó los labios, y él la tomó por completo.
De nuevo, aquella extraña sensación de abandono. Cerró los ojos con fuerza porque sentía el mundo girar a su alrededor. Tal vez el shōchū se le había subido a la cabeza, pero estaba casi segura de que no era eso. Era él. La estaba besando profundamente, ahogando una especie de gemido gutural en su boca, como primitivo y descontrolado, y a Akane le gustó. ¿Lo habría puesto ella en ese estado?
Otra vez, él dejó de besarla, pero no la alejó, y Akane descubrió, con sorpresa, que le besaba las mejillas y bajaba por la línea de su mandíbula, dejándole besos húmedos hasta el cuello. Era como si quisiera besarla entera. ¿Era eso posible?
Soltó una risita ante la idea.
—¿Te hago cosquillas? —preguntó el de pronto, con seriedad, mirándola a los ojos.
Akane se sonrió.
—No.
Entonces, él le soltó el nudo de la bata y Akane se lo quedó mirando con los labios entreabiertos. Apenas percibió que le sacaba la bata del todo para dejarla solo en camisón. Le acarició los brazos, la cintura, besándola de nuevo en el cuello, en los labios. La apretó contra él mientras bajaba de nuevo la cabeza para estamparle besos sobre el escote, encima de la puntilla y los volados del camisón. Una de sus manos calientes subió hasta quedarse justo encima de uno de sus pechos.
Cuando los dedos de él rozaron casi involuntariamente el pezón, Akane dejó escapar un jadeo de sorpresa. Él no le prestó atención, besándola otra vez, más profundamente, mientras su mano seguía allí, moviéndose despacio por la redondez del seno. Akane le echó los brazos al cuello por inercia.
Se preguntó si él le permitiría deshacerle la trenza.
Pero no pudo pensar en nada más porque él se apartó de su boca con la respiración agitada y, apenas pronunciando su nombre en un murmullo, la alzó en brazos.
Akane soltó otra risita —ella misma tenía que admitir— bastante estúpida.
—¿Qué haces? —le preguntó con una sonrisa en los labios.
Tenía los ojos cerrados, así que no pudo ver su expresión cuando él le respondió, con la voz ronca y la respiración agitada:
—Te llevo a la cama, claro.
Akane se rio de nuevo.
¿Qué le estaba pasando? Aquella frase tendría que haberla puesto nerviosa, o al menos haberla alertado, pero su mente se había convertido en un torbellino de sensaciones, y no podía pensar con claridad, solo podía reír. Y, mientras tenía todavía los brazos alrededor de su cuello y avanzaban hacia la habitación, Akane percibió que él también reía apenas, en un tono bajo.
¡Ah!, si solo pudiera quedarse así para siempre, pensó Akane, apoyada en el calor de su pecho, con los párpados pesados. O si tan solo él la hubiera seguido acariciando en ese punto, justo en el pezón. Aquello había sido agradable. Quizás demasiado. Estaba casi segura de que, si él se hubiera detenido de pronto, sin hacer nada más, ella podría haber rogado que continuara, de una forma muy poco decorosa.
¿Qué le pasaba?
No sabía cómo él se las había arreglado para abrir la puerta mientras la llevaba en brazos, pero de pronto Akane percibió que la dejaba en la orilla de la cama endoselada. Abrió los ojos y descubrió que alguien había encendido el fuego en la pequeña chimenea de la habitación, seguramente el criado. ¿Taka… Takahashi se llamaba? Cerró los ojos de nuevo, pensativa. ¿Lo habría hecho porque sabía que usarían el cuarto? No, no debía pensar tonterías. Obviamente, su amo se iba quedar a pasar la noche, y no iba a dormir en un cuarto frío y húmedo como una tumba. Que fueran a usarlo los dos no tenía nada que ver.
Aunque, se preguntó, ¿por dónde habría entrado para encender la chimenea sin que ellos se dieran cuenta? ¿O habría pasado desde el salón mientras discutían y ella contaba su vergonzosa historia?... No, no podía ser, lo hubieran visto. Esa habitación, comprendió, debía tener otra salida, que conectara con el pasillo, o con otro cuarto por el que el criado pudiera pasar sin molestar a su señor y sus visitas.
Sí, eso debía ser, pensó triunfal, como si hubiera desenmarañado un misterio importante.
—¿Akane? —preguntó Ranma.
Ella abrió los ojos y lo miró. Tuvo que alzar la cabeza porque, mientras ella estaba sentada en la cama, él se había mantenido de pie justo enfrente, muy cerca. Le costó sostenerle la mirada. De nuevo, el fuego a su espalda lo hacía brillar como un ser encantado, arrancándole reflejos caobas y rojizos a su pelo.
—¿Qué estás pensando? —quiso saber él, como si de verdad sintiera curiosidad.
—En el criado —respondió ella en seguida. Tenía la mente muy atontada como para mentir.
—¿El criado?
Estaba claro que aquello no le gustaba nada a Ranma, en sus ojos apareció una mirada extraña, como de orgullo herido.
—… Y en las puertas —continuó ella.
Se le estaba enredando un poco la lengua y una lasitud placentera empezaba a dominarla.
—Quiero que pienses en mí —dijo él despacio.
Akane tuvo ganas de reír otra vez. ¡Pero si estaba pensando en él! En su criado, en sus puertas, en las habitaciones de su casa. Sin embargo, se abstuvo, sabía que los hombres tenían el orgullo muy sensible y podía quebrarse por cualquier cosa sin importancia, así que solo asintió.
Además, los ojos azules de él tenían una especie de invitación provocadora. No estaba segura de poderse reír si Ranma la miraba de esa manera.
Él se desabotonó la camisa y se la quitó, dejándola caer al suelo. En seguida se acercó a ella para hacerla recostar sobre el colchón, poniéndose encima para besarla otra vez. Él era musculoso, con un cuerpo desarrollado y algo bronceado, como si hubiera estado al sol sin camisa. ¿Practicaba algún deporte? ¿Se entrenaría en alguna disciplina? Eso era algo que Akane también envidiaba de los hombres, podían hacer lo que quisieran con su tiempo, podían tener las actividades más extravagantes, mientras que cuando ella había sugerido practicar esgrima, tuvo que soportar que su padre y sus hermanas pusieran el grito en el cielo. Al final, tuvo que conformarse con salir a cabalgar, una actividad que encontraba mucho menos energizante, y de la que no podía disfrutar cuando estaba en Tokio. Eso no era justo, ¿por qué los hombres siempre…?
El hilo de sus extraños pensamientos se cortó cuando sintió el peso de él encima de ella y el calor de su torso traspasándole el camisón. Era una sensación exquisita; extraña, pero placentera, y él la abrazaba y la besaba con tanta fuerza que le cortaba el aliento.
Cerró de nuevo los ojos, abandonándose a aquella sensación.
—Akane… Akane… —murmuraba él una y otra vez, en los escasos momentos en que se apartaba de su boca para besarla en algún otro punto del rostro y el escote.
Comenzó a tocarla justo en ese punto, el que deseaba. Era mucho mejor de lo que imaginó. Los nervios se le tensaban desde esquinas recónditas del cuerpo mientras él le acariciaba el pecho y la punta del pezón, que de pronto se endureció. Sus músculos tiraron. El punto justo entre sus piernas se convirtió en una zona dolorosa y desatendida. Oh, por Kami… ¿qué le pasaba?
—Oh…
Quizás podría entregarse a eso para siempre. Y morir feliz allí, entre sus brazos.
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Continuará…
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Nota de autora: Antes que nada, quiero agradecer a todos por su entusiasmo y sus lindas palabras. En realidad, estaba muy nerviosa pensando si les iba a gustar o no esta historia, y hasta esperaba como «esto no tiene sentido», o «¡qué estupidez!», y no porque crea que hay malas personas en el fandom o algo, sino porque son las cosas que yo misma pienso de mis obras. Muchas veces pienso «esto es tonto» o «no debería escribirlo», eso siempre me pasa, y mucho más si es una historia de varios capítulos. No saben cuántas veces escribí, borré y volví a escribir el primer párrafo de Todo el olvido está lleno de memoria, y lo cambiaba y lo cambiaba diciéndome «no, esto está mejor así», «Akane diría esto y no aquello», y cosas por el estilo.
Con el tiempo me suelto un poco, pero siempre tengo esa ansiedad al publicar algo nuevo, y hasta me di cuenta de que funciono más por presión o contra reloj, como cuando escribía El año de la felicidad o hice el fictober junto a Noham. Ahí no tenía tiempo de pensar o arrepentirme, o ponerme a editar las cosas para «suavizarlas», así que es probable que sea ahí donde nacieron mis mejores obras, sin censura XD.
Con esta historia me pasó algo parecido, estaba nerviosa y dudosa, y no importaba cuántas veces Noham me dijera lo entretenida o buena que era, porque no me convencía del todo. Pero como tuve que escribirla apurada y casi a último momento (¡porque quería participar sí o sí de la celebración de mi pareja favorita!), al final la hice tal y como quería, sin pensar tanto en si estaba bien así o asá. Y la verdad es que a mí misma me gusta mucho. Me enamoré de este Ranma y esta Akane, al punto de que cuando escribía el capítulo final me sentía un poco triste de que se acabara, porque quería seguir escribiendo sobre ellos. Sé que eso les pasa a casi todos los fanfickers con sus obras, pero a mí nunca me había pasado. Generalmente quiero terminar algo cuanto antes, quiero ser capaz de escribir ese final que imaginé y poder seguir con otras ideas y otras historias; y aunque pueda continuar con las mismas ideas o tramas más tarde, nunca me sentí triste por tener que dejarlas. Ahora sí me hacía sentir nostalgia hablar del final feliz de Ranma y Akane, porque en este universo viven muchas otras situaciones y aventuras que no voy a ser capaz de narrar, y eso también me frustraba un poco, como si fuera la segunda temporada de una serie que cancelaron y una se queda sin poder ver XD.
Pues sí, eso, solo decirles gracias a todos, y ojalá les siga gustando cómo se desarrolla esta historia. A mí personalmente me gusta mucho, y disfruté como no tienen idea escribiendo cada escena y conversación de Ranma y Akane.
Ahora, hablando de no «suavizar» las cosas, espero que nadie se sienta ofendido por ciertos términos que se utilizan y se van a utilizar en esta historia para referirse a Ryoga y Mousse. Este es un Japón inventado que está conformado como un reflejo de la Inglaterra victoriana, y esa era una época de represión en todos los aspectos, así que mucho más lo sería con aquello que se salían de lo establecido. No solo la homosexualidad era castigada con la pena de muerte, ni siquiera era mirada como una preferencia sexual, sino solo como una práctica. Y era una práctica que se salía de las estrictas normas de la moral victoriana, por eso no era raro usar nombres que pueden sonarnos peyorativos para describir a quienes «practicaban» la homosexualidad, como «sodomita», «invertido», «desviado», «anormal». De hecho, estuve leyendo un poco sobre el tema y me encontré con la sorpresa de que la palabra «homosexual» no sé usó hasta 1869, y era para describir una patología o enfermedad, y la palabra «gay» se usaba en la época para describir a los hombres que ejercían la prostitución homosexual, por lo que podríamos decir que esos términos «más modernos» hubieran sido mucho más peyorativos en la época.
Pues eso. Esta es, en esencia, una historia romántica de Ranma y Akane, y Ryoga y Mousse son apenas los personajes que me sirven para crear y hacer avanzar la trama, pero quería igual ser un poquito más coherente con la época; aunque, claro, ni siquiera llego a tocar en profundidad el tema de la homosexualidad porque no es el cometido de esta historia. Solo quiero que se entienda que palabras que nos pueden sonar mal hoy en día, en otras épocas tenían un significado completamente diferente, y que en esta historia se utilizan como parte del vocabulario normal de un contexto histórico y no como insultos (por lo menos hasta que aparezca el verdadero villano, ¡pero eso es spoiler!).
Otra cosa, ya sé que Mousse está bastante OoC, pero me justifico pensando que es un poco parecido a mi Mousse de Yojimbo, por lo que no estaría tan fuera de carácter en mis propios términos, si es que eso tiene sentido XD.
Por último, el shōchū es una bebida alcohólica japonesa que se obtiene a partir del destilado de arroz, cebada o boniato; y, aunque en esta época tiene una graduación alcohólica del 25%, antiguamente era de más de 40%, más parecida a la del whisky. Así que podemos decir que, en la época en que se desarrolla este fic, es una bastante fuerte.
Y eso. Disculpen las notas tan largas, pero agradezco si las leen :) Y perdonen también porque el capítulo sea tan largo, los siguientes van a ser igual o más largos XD. Ojalá no los canse con mi perorata.
Hasta luego.
Romina
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