Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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Una historia escrita para la

Rankane Week 2023

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Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma

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3

Renunciar a una boda tiene sabor amargo

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Akane se despertó poco a poco, pero no quiso abrir los ojos. Se quedó tendida y comprendió que estaba hambrienta. De pronto, se le antojaron las tortitas de azúcar de Kasumi, ¿las habría preparado su hermana? Siempre lo hacía cuando iba a visitarla, porque sabía que eran sus favoritas para el desayuno, pero se había olvidado de pedírselas.

De hecho, no recordaba haber hablado con ella la noche anterior.

¿La noche anterior…?

Ya completamente despierta, Akane se concentró en todos sus sentidos. Fue consciente de que estaba en una cama muy cómoda, con una manta cálida cubriéndole el cuerpo, aunque el perfume que desprendían esas ropas de cama se le hizo extraño y familiar al mismo tiempo. Pestañeó y enfocó el dosel. Después miró a su derecha y vio los rescoldos renegridos y fríos en la chimenea; más allá había una cómoda de madera oscura y una puerta cerrada. El papel tapiz que cubría las paredes era de un azul claro, muy sobrio, con un pequeño diseño de lo que parecían ser hojas.

Se incorporó despacio en la cama. Tenía el camisón subido hasta los muslos y los botones del escote abiertos. Se frotó los brazos y miró a alrededor, entonces lo vio: a Ranma Saotome, dormido a su lado en la cama. Tenía un brazo desnudo y musculoso por fuera de las mantas y el rostro vuelto hacia ella, con los ojos cerrados y las largas pestañas sombreando sus mejillas. La opaca claridad que se colaba por un resquicio entre las cortinas le daba sobre el rostro, haciéndole brillar un mechón de cabello sobre la frente.

Akane se inclinó sobre él, con las yemas de los dedos casi rozándole la mejilla.

¿Entonces estaba hecho?

Estaba arruinada, final y completamente arruinada, pero no se sentía diferente en lo absoluto. De hecho, no recordaba demasiado tampoco, no mucho más allá de sus besos osados, o la forma en que él se había quitado la camisa. ¿Sería efecto del alcohol? Akane sabía por su padre que el licor podía provocar esas lagunas en la memoria, aunque no estaba segura de que les sucediera lo mismo a todas las personas.

Volvió a mirar a Ranma. Él dormía pacíficamente. ¿Estaría desnudo?, ¿o se habría puesto algo de ropa después de…?

Aunque se moría de curiosidad, Akane fue incapaz de moverse o espiar por debajo de las mantas, el solo imaginar hacerlo le provocaba una sensación escandalosa y caliente en las mejillas. Se echó hacia atrás. Aunque deseara recordar más y hacerle un sinfín de preguntas a ese hombre, no estaba segura de ser capaz de volver a mirarlo a la cara, no ahora que compartían algo tan íntimo.

¿O para él había sido distinto? Se suponía que los hombres hacían cosas como esas todo el tiempo, tenían la libertad de hacerlo porque la sociedad no los condenaba como a las mujeres, muy al contrario, los alentaba. Hasta sus amigas soñaban casarse con un hombre experimentado en los placeres del lecho. Akane, sin embargo, había sido también distinta en eso, no estaba segura de que le gustara pensar en su futuro marido compartiendo la cama con otras. Se preguntó si Ranma se habría acostado con muchas mujeres. Se pregunto, también, con cierta desazón, si él la había comparado a ella con las demás. Estaba claro que, si lo hacía, Akane saldría perdiendo, era demasiado inexperta.

¡Por Kami! Era mejor que abandonara esos pensamientos ridículos. Tenía que salir de allí, tenía que irse, quizás volver a Tokio de inmediato y hablar con su padre, pensar en una manera de afrontar ante la sociedad que ahora estaba arruinada y el destino que había sido trazado para ella ya no era una posibilidad. Habría gritos y lágrimas, estaba segura, quizás un desaire de su padre, pero nada que no pudiera soportar. No le había mentido a Ranma cuando le aseguró que estaba preparada para lo que pudiera venir; de alguna manera, se sentía casi libre, libre de un mundo y unas reglas para las que no estaba hecha.

Claro que eso no haría feliz a su padre, no supondría ni siquiera una justificación ante él, y todavía no tenía idea de cómo haría para que aquella noticia fuera menos dolorosa para Soun Tendo. Tendría que pensarlo muy bien. Pero primero debía salir de esa casa.

Se levantó despacio, procurando no mover demasiado el colchón y despertar a Ranma. Sus ojos ya estaban acostumbrados a la semi oscuridad del cuarto, así que se movió hasta la puerta y la abrió sin hacer ruido. Sus pies descalzos resintieron el frío del piso cuando la mullida y exquisita alfombra dio paso al suelo de madera de la salita. El fuego estaba también apagado en esa habitación, pero las cortinas estaban completamente abiertas, así que Akane divisó sus ropas todavía en la silla frente a la chimenea, junto a las de Ranma. Su pequeña maleta estaba aún cerca del sillón donde se había sentado a tomar el té. El servicio de té, sin embargo, había sido retirado y la mesita estaba impoluta.

Akane se quedó quieta en mitad de la habitación. Era el momento de pensar y tomar decisiones. Se frotó la frente, donde un dolor de cabeza le torturaba la sien derecha. Muy bien, ¿qué debía hacer? Ni siquiera intentaría abrocharse sola el corsé, que era imposible, tendría que ponerse el vestido directamente encima de la camisola y cubrirlo después con su chaquetita, no creía que la gente se diera cuenta de la diferencia. El problema era que tenía que desnudarse, allí mismo, y el cuarto no solo estaba helado, también corría el riesgo de que Ranma se levantara y la encontrara; o peor aún, que el criado entrara de improviso a encender la chimenea y la descubriera tal y como Kami la trajo al mundo.

Se quedó quieta pensando a toda velocidad por lo que le pareció una eternidad, hasta que se dio cuenta de que, si dejaba que pasara más tiempo, corría más peligro de que alguien la viera sin ropa. Aunque suponía que no importaba si fuera Ranma —que, después de todo, ya la había visto desnuda—, no estaba preparada para enfrentarlo de aquella manera, no sin la ayuda del shōchū al menos, y era demasiado temprano como para beber y que aquello se transformara en un hábito.

Se vistió lo más rápido que pudo, usando el vestido ya seco, porque la noche anterior ya había descubierto que no se había llevado uno de repuesto en la maleta, así de furiosa estaba por salir de casa. Oh, tonta, tonta Akane, se reprochó. Esperaba que Kasumi no se diera cuenta de lo arrugado que estaba… Esperaba que Kasumi no leyera nada en sus ojos. Ya había decidido ir a la casa de su hermana, tal y como había planeado desde el principio, aunque no estaba preparada para enfrentarla tampoco a ella con la noticia. Todavía quería guardarse aquello como un secreto, todavía tenía la necesidad de quedarse a Ranma solo para sí misma. Y, aunque no pensaba dar su nombre cuando confesara haber perdido la reputación —ni aunque su padre rogara y amenazara—, tampoco quería que su familia maldijera a ese hombre desconocido que le había arrebatado la inocencia.

Desconocido para todos, excepto para ella.

Ya completamente vestida —a excepción del corsé— y con los botines puestos, se dio cuenta de que tenía el pelo hecho un desastre, y no sabía dónde estaban las horquillas que le faltaban. Quizás en el cuarto de Ranma. No se atrevía a tentar a su suerte y volver a entrar, no sabía qué podría decir o hacer si él se despertaba y la miraba de nuevo a los ojos, así que se resignó, se trenzó el pelo y enroscó la larga trenza sobre su nuca improvisando un peinado que jamás pasaría los estándares de calidad que tenía su doncella, Ukyo. De hecho, era probable que ni siquiera pareciera una mujer de clase alta con aquellas pintas, pero ¿qué importaba? Una señorita de clase nunca hubiera viajado sin acompañante, y mucho menos se hubiera entregado a un hombre que ni siquiera conocía.

Suspiró y se resignó. Maldijo entre dientes de una manera nada recatada cuando descubrió que no encontraba uno de sus guantes. Se mordió la uña del pulgar. Bueno, al menos había encontrado un sombrerito, un poco aplastado en el fondo de la maleta y descubrió que, increíblemente, había sido lo suficientemente tonta como para llevarse unos guantes de repuesto. Sí guantes, pero no más ropa.

Resoplando contra sí misma terminó de vestirse y se abotonó la chaquetita. Se acercó a la ventana y desempañó el vidrio con una mano enguantada para mirar al exterior. Había dejado de llover, pero el cielo estaba todavía muy gris y había algo de viento, se congelaría afuera con esa poca ropa, pero no sería tan terrible. Siempre podría justificarse ante Kasumi aduciendo que había sido tan imprudente porque estaba demasiado enojada como para pensar en otra cosa. Lo que era cierto, también había olvidado telegrafiarle desde la estación para avisarle que llegaba. Bien, lo haría ahora, antes de tomar el primer tren a Nishigō.

Abrió la puerta del saloncito muy despacio, procurando no hacer ningún ruido, y anduvo el pasillo por el que había entrado la noche anterior —o por el que Ranma la había arrastrado, mejor dicho. El recibidor era pequeñísimo, apenas una depresión en el suelo que llevaba a la puerta principal, con un paragüero y un perchero en un costado y un armarito del otro lado.

Tragando saliva con nerviosismo, Akane se acercó a la puerta y tanteó el picaporte, pero estaba cerrada con llave. ¡Oh, por Kami! ¿Qué podía hacer ahora?

—Permítame, señorita —dijo una educada voz a sus espaldas.

Akane se sobresaltó y tensó los hombros con espanto al reconocer al criado. Ahora no podría escapar a su mirada de desaprobación, y aquello le molestó más que cualquier otra cosa. No estaba preparada todavía, no estaba lista. Cuando el aire frío del exterior la envolviera, estaba segura de que se hundiría en todas las emociones que había vivido desde que su padre le había anunciado su compromiso durante el desayuno, lo que había sucedido ayer mismo, pero parecía haber pasado una vida entera atrás. Ahora estaba atada a un hombre, aunque no tuviera lazos con él y no volvieran a verse nunca, él sería por siempre su primer amante. Y con su propio sirviente allí de pie todo se volvía más real demasiado pronto. No, no aún, rogó. Necesitaba estar sola.

Enderezó la espalda y se giró a mirar al criado, pero descubrió que Takahashi no la miraba, sino que inclinaba la cabeza en una corta reverencia llena de respeto, y cuando al fin levantó el rostro la observó con una mirada solícita. Quizás se debía a que era el criado de un hombre soltero, pero no había ninguna desaprobación en su mirada, ninguna crítica escondida, y Akane lo agradeció, reencontrando su aplomo. El mayordomo de un vizconde la hubiera contemplado con auténtica censura, así que se sintió más segura de su decisión de haber elegido a Ranma Saotome para dejar atrás la castidad.

—Necesito… —empezó a decir Akane con un gesto de la mano, señalando la puerta.

—Por supuesto, señorita —replicó Takahashi avanzando.

¿Señorita? ¿Por qué pensaba en ella en esos términos? Por supuesto, Akane era joven, pero podría estar casada. ¿Por qué no la llamaba «señora»? Podría haber pensado que era una vieja amiga de Ranma que llegó de visita improvisadamente, o perdió el tren y tuvo que quedarse a pasar la noche.

¿Qué le habría dicho Ranma sobre ella?

Akane agitó la cabeza para alejar esos pensamientos fastidiosos y se movió para permitirle abrir la puerta, pero el criado se movió hacia el otro lado y abrió el pequeño armario, sacando un grueso abrigo que sostuvo con la intención de ponérselo a Akane. Ella lo miró como si estuviera loco.

—¿Qué hace? —le preguntó.

El hombre carraspeó, contrariado.

—Las temperaturas son muy frías esta mañana —dijo a modo de respuesta.

Akane todavía lo miraba, al alto criado enfundado en una impecable librea, que se interponía entre la salida de aquella casa y ella.

—Estoy seguro —siguió diciendo Takahashi con tranquilidad— de que mi amo no querría que usted saliera a la calle sin algo que la protegiera adecuadamente del clima.

Akane quiso protestar, pero estaba todavía muda. ¡Ese abrigo era de Ranma! Eso era bastante obvio, y no supo decir en ese instante si el criado pretendía que ella se lo quedara, o esperaba que se lo devolviera y tuviera que ver a su amo otra vez. A regañadientes, aceptó que el hombre la ayudara a ponérselo, sobre todo porque, todavía en el recibidor, empezaba a sentir el aire helado que se colaba desde la calle.

Una sensación mullida y agradable la envolvió cuando terminó de abotonárselo. Era caliente, aunque notoriamente masculino, y le quedaba casi tan grande como la bata de la noche anterior. Después pensaría en alguna manera muy impersonal de devolvérselo, sin tener que verlo.

—¿Desea que le pare un carruaje? —inquirió el criado.

—No —respondió Akane negando con la cabeza—, yo misma lo haré.

Takahashi hizo una inclinación de cabeza. Abrió la puerta y la sostuvo para que ella pasara.

Akane se detuvo un instante más, justo bajo el dintel, tomando con fuerza el asa de su maleta. Se volvió para mirar al criado directamente a los ojos.

—Muchas gracias —dijo con una sonrisa vacilante en los labios.

Y salió hacia su nueva vida de libertad, hacia el destino que, por primera vez, ella misma había elegido.

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Kasumi Tofú levantó la vista de su labor de costura y miró a su hermana, sentada en el sillón del otro lado de la mesita baja. Akane tenía un libro abierto en las manos, pero hacía por lo menos media hora que no cambiaba la página. En realidad, ni siquiera lo miraba, tenía la vista clavada en la ventana, que daba directamente hacia el jardín. Afuera el panorama no era demasiado hermoso de contemplar, el cielo era de un gris oscuro y soplaba un fuerte viento que agitaba las ramas desnudas de los árboles. Daba la impresión de que incluso podía empezar a nevar.

Kasumi se preguntó, y no por primera vez, qué cosa ocupaba la mente de su hermana. La noticia del compromiso y la inminente boda la había trastornado notoriamente, lo supo en cuanto abrió la puerta y la divisó en la entrada, con las mejillas sonrojadas de frío y los ojos brillantes, casi como si hubiera llorado. El pelo lo tenía revuelto y la ropa muy arrugada, y hasta traía puesto un abrigo de su padre, como si hubiera salido de casa tan deprisa que no se hubiera fijado.

A Kasumi se le encogió el corazón por su hermanita, y se culpó a sí misma por no haber estado más atenta, por no haber podido prever que su padre cometería una locura. Sin embargo, lo único que pudo hacer fue abrazarla y asegurarle que todo estaría bien. Esa era su promesa. Su padre debía recapacitar, pero también la relación entre Akane y él debía enmendarse. De seguro habían tenido una pelea terrible, lo que se traslucía en el extraño semblante de Akane y sus labios un poco temblorosos.

La joven se concentró de nuevo en su costura, moviendo la aguja con precisión por la delicada tela. Debía trazar un plan. Habían pasado dos días desde la llegada de Akane, pero su hermana no había dicho gran cosa, por lo que le tocaba a ella hacer algo. Oh, sí, ya podía verlo. Enganchó la aguja, tiró del hilo. Sonrió ampliamente, concentrada.

Akane ahogó un suspiro, el quinto en lo que iba de la mañana. No podía entenderlo, tenía una extraña desazón en el cuerpo y era incapaz de librarse de ella. Y lo más terrible era que no podía dejar de pensar en él.

Ranma…

Aunque la sensación de sus besos en la piel ya se había desdibujado, todavía podía sentirlo de otras maneras, como si estuviera a su alrededor. Algo completamente absurdo. No podía dejar de pensar en lo que él habría hecho al despertarse y no encontrarla a su lado en la cama. Quizás se había decepcionado. ¿Le habría preguntado a Takahashi por ella? ¿Y qué le habría respondido el criado?... ¿Cómo se veía ella al salir de la casa de Ranma Saotome? ¿Qué aspecto tenía, qué impresión daba?

¿Qué pensaría Ranma de ella en ese momento?

Para empezar, ¿pensaría en ella? De seguro había vuelto a Tokio, a su trabajo, y ya ni siquiera la recordaba. Quizás ella sería solo una mujer más que había conocido, un nombre en una larga lista de mujeres. Pero, aun así, ¿qué lugar ocuparía en esa lista? Era una idiota por pensarlo; se suponía que por eso había elegido a un hombre cualquiera en el tren para que la arruinara, porque no se volverían a ver nunca, porque no importaba.

¿Por qué de repente empezaba a importar?

No era posible que se hubiera enamorado.

—Ranma… —murmuró quedamente, con la vista fija en la ventana.

Kasumi alzó la cabeza.

—¿Qué dijiste, hermanita? —preguntó sonriente.

Akane dio un respingo y cerró el libro de golpe.

—¡Nada!... Ah, nada.

Kasumi, sin embargo, ladeó la cabeza y sonrió de nuevo, con curiosidad.

—¿Qué es un —preguntó lentamente—… ranma?

—¡No! —Akane se puso de pie de un salto y tiró el libro sobre su silla—. ¡No…! Es decir… Dije… Ehmmm…

Miró frenéticamente a su alrededor, dando grandes zancadas hacia la ventana.

—¡Dije ramas!... ¡Ramas! —puntualizó con una sonrisa nerviosa—. Las ramas contra los cristales hacen mucho ruido… por la tormenta.

El gesto de Kasumi se suavizó.

—Oh, sí —dijo—. Recuerdo que siempre te daban mucho miedo las tormentas.

Akane asintió. Siempre había sido así, desde muy niña. Aunque su mente se encargó de recordarle que cuando estuvo con Ranma la lluvia no le importó lo más mínimo. Ni tampoco los truenos y relámpagos cuando él la tomó de la mano, como si pudiera borrar el mundo de alrededor con su mera presencia.

¡Oh, por Kamisama! ¿Qué le pasaba? ¿Por qué todo lo que pensaba la llevaba inevitablemente a ese hombre?

Kasumi observó su ceño fruncido y suspiró.

—Hermanita, ¿qué piensas hacer sobre la boda?

Akane abrió la boca, pareció que iba a decir algo, pero al final la cerró, con las mejillas sonrojadas.

—No quiero hablar de eso —sentenció.

Se dio la vuelta de inmediato para acercarse a la chimenea, pero se pisó el bajo del amplio vestido y tuvo que sostenerse del respaldo del sillón para no perder el equilibrio.

—¡Diantres!

—Oh ¡cuánto lo siento, querida! —exclamó Kasumi—. Estoy a punto de terminar de rehacer el dobladillo, no te preocupes.

Akane negó con la cabeza y suspiró. Era muy propio de Kasumi pedir perdón por cosas que no eran su culpa, solo para que los demás no resintieran su orgullo. Su hermana le había prestado un par de vestidos cuando llegó, pero Kasumi era bastante más alta que ella, así que le quedaban muy largos y vivía todo el día tropezándose, olvidando levantar las faldas más de la cuenta cuando tenía que subir la escalera o moverse de prisa. Por supuesto, la propia Kasumi se había ofrecido a arreglarlos, lo que aumentaba todavía más la vergüenza de Akane, que era incapaz de usar bien la aguja y el hilo, ni aunque su vida dependiera de ello.

—No importa —le dijo a su hermana—. Por favor, no te preocupes más por mí.

Se quedó allí de pie, sostenida con fuerza al respaldo del sillón, hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

—¿Cómo podría no preocuparme? Eres mi hermanita —dijo Kasumi con simpleza.

Akane la miró y no pudo evitar sonreír.

—No voy a casarme —le dijo en un susurro, casi como si fuera una confesión.

Kasumi asintió.

—Claro que no debes casarte si no lo deseas —dijo—. Siempre soñé que Nabiki y tú pudieran elegir a los hombres que desearan, como pude hacer yo cuando me casé con Tofú. Estoy segura de que es lo que mamá hubiera deseado también.

Suspiró largamente.

—No comprendo por qué a papá se le ocurrió una idea semejante. ¡Casarte con un desconocido!

—¿Sabías que papá… perdió una gran fortuna apostando? —inquirió Akane con el gesto sombrío.

—¡¿Cómo?! —Kasumi palideció—. ¡Eso es todavía peor! ¿Se atreve a vender a su propia hija? Y supongo que ese amigo suyo…

—Lord Tsubasa Hibiki —puntualizó Akane—. El conde de Ōta.

—Ōta —resumió Kasumi—, le habrá prometido una gran suma de dinero si se concretaba la unión.

—Eso sospecho.

—¡Es terrible! —sentenció—. Lo que no puedo entender es por qué un hombre compraría una esposa para su hijo de esa manera. Con un título, tierras y dinero, estoy segura de que debe tener una larga lista de candidatas esperando para casarse.

—Bueno…

Akane dudó. No estaba segura de poder contarle a Kasumi lo que le había dicho Nabiki sobre las excentricidades del vizconde, y tampoco le gustaba esparcir chismes.

—En realidad —dijo al final, rodeando el sillón para sentarse junto a Kasumi—, eso no importa. Lo que importa es que no pienso casarme, hermana.

—Estoy segura de que si hablas con papá…

—No creo que me escuche, ni aunque le ruegue. Y ya sabes que no pienso rogar —murmuró Akane—. Además, ¡no sabes cómo se puso! Estaba irreconocible, ¡se empeñó tanto!... Nunca lo había visto de esa manera.

Kasumi suspiró.

—Ojalá papá nos hubiera presentado en sociedad como es debido —dijo con una vocecilla nostálgica.

—Ya sabes que mamá murió… y… —Akane no pudo seguir hablando, bajó los ojos y empezó a jugar con una hilacha salida del tapizado del sillón.

—Lo sé. Papá no fue el mismo por un buen tiempo, y no pensaba las cosas con lógica. —Kasumi alzó la mano para tocarle la mejilla—. Después conocimos a Tofú, y con mi boda…

—¡Exactamente! —Akane le sonrió y le apretó la mano—. No sé por qué te quejas —le dijo en broma—, tienes un esposo que te adora.

—Quería lo mismo para Nabiki y para ti —repitió Kasumi con una mirada triste.

—Te aseguro que Nabiki no necesita hacerle reverencias al emperador para lograr codearse con gente importante —replicó Akane torciendo los labios—. Como por los negocios de papá nos invitan a bailes y fiestas, ella ya es amiga de todas las mujeres indicadas.

—¿Y tú? —quiso saber Kasumi mirándola a los ojos—. Si ya estuvieras casada esto no estaría pasando.

Akane se permitió poner los ojos en blanco.

—¿Por qué Nabiki y tú tienen las mismas ideas a pesar de ser tan diferentes? Empiezo a sentir miedo.

—Somos hermanas después de todo —respondió Kasumi con cierto orgullo—. ¿Por qué lo dices?

—Nabiki dijo que, para evitar la boda, debería casarme con alguien más —murmuró.

—¡Pues claro! En realidad, es una idea brillante.

Akane suspiró.

—Es mucho más sencillo decirlo que hacerlo, Kasumi —explicó lentamente, como si estuviera diciendo una obviedad.

Su hermana dejó la costura a un lado y se acercó un poco a ella en el sillón.

—Acaso… ¿no hay nadie que te guste? —preguntó.

Akane se quedó completamente quieta. ¿En realidad le gustaba alguien? Bueno…

—No —mintió.

—¿Ningún hombre interesante, Akane? ¿Ninguno por el que te sientas atraída? —insistió Kasumi.

Akane se puso nerviosa y se apartó un poco.

—Aunque lo hubiera —replicó moviendo una mano, como si quisiera apartar esas ideas—, eso no significa que vaya a proponerme matrimonio.

—Bueno, podrías proponérselo tú…

—¿Qué? —preguntó Akane con el rostro desencajado.

Eso hubiera sonado muy normal viniendo de Nabiki, pero nunca hubiera imaginado que lo planteara la dulce y correcta Kasumi.

—¿Y por qué iba a aceptar solo porque se lo propusiera? —siguió Akane sin poder creerlo.

Kasumi la miró, pestañeando.

—Porque eres muy bella, Akane —respondió—. Y porque eres rica, tienes una dote más que adecuada. ¡Ese hombre sería un tonto si no aceptara!

—¡No hay ningún hombre! —exclamó Akane, impaciente—. Además, lo estaría comprando con dinero, igual que lord Hibiki hace conmigo. Dinero que ahora mismo no tenemos, por otra parte.

—Pero tú podrías conquistar su corazón si te lo propusieras, estoy segura.

En verdad, Kasumi estaba irreconocible, y le daba demasiado crédito. Akane siempre había creído que no estaba hecha para el flirteo, era demasiado impaciente.

—¿Sabes? —Kasumi bajó los ojos, un tanto avergonzada—. Si yo pude hacerlo, no entiendo por qué tú no podrías.

—¿Cómo? —Su hermana se la quedó mirando.

—Nunca te lo conté —explicó Kasumi con una sonrisa traviesa—, pero Tofú era un poco… lento.

—Lento —repitió Akane sin entenderla del todo.

—Bueno, sí. Para mí, sus intenciones eran claras, pero parecía que nunca iba a declararse y mucho menos pedirme matrimonio, así que tuve que presionarlo un poco… mejor dicho, bastante. ¡Pero se mantenía muy correcto! Ni siquiera eso funcionó.

—¿Qué estás queriendo decir, Kasumi? —preguntó Akane con renovado interés. Se echó un poco hacia adelante y le tomó las manos.

Kasumi sonrió de nuevo.

—Cuando ni mis fingidos desmayos para caer en sus brazos funcionaron —explicó, para asombro de Akane, que la miró con la boca abierta y gran admiración—, tuve que pedirle directamente que se casara conmigo.

—¡¿Tú se lo pediste?!

—Hay que hacer ciertas cosas por amor, Akane —sentenció su hermana mayor—. No podía sentarme a ver cómo la felicidad se me escapaba. Él me había dicho que le ofrecieron un puesto de médico aquí en Nishigō, iba a irse de Tokio la semana siguiente.

—Oh, no.

—Entonces se lo pedí —continuó Kasumi, con los ojos brillantes por el recuerdo—. Estaba muy nerviosa, y creo que hasta empecé a tartamudear y dije cosas sin sentido. Pero valió la pena, porque él aceptó, y entonces me besó y… supe que era el hombre con el que quería pasar el resto de mi vida.

Akane se sonrojó de golpe, sin aliento.

—¿Cómo sabías…? —inquirió a trompicones—. ¿Cómo sabías que él sentía lo mismo?

Kasumi se quedó pensativa unos instantes, considerando la pregunta con la seriedad con la que se tomaba todas las cosas.

—No lo sé —admitió al final—, creo que simplemente una intuye esas cosas. Quizás era la manera en que siempre quería estar a mi alrededor, o cómo me miraba. Siempre intentaba rozarme de alguna forma accidental. Mi querido Tofú no se comportaba así con nadie más.

—Entiendo —dijo Akane bajando el rostro.

—Tofú es muy tímido —siguió Kasumi—. Yo también lo soy, pero sabía que, si no hacía nada, me arrepentiría toda la vida. Además… creo que no se atrevía a actuar porque papá le daba un poco de miedo, ya sabes lo que parece cuando se pone como un oni.

Akane sonrió apretando los labios. Sabía de lo que hablaba su hermana.

La campanilla de la puerta se escuchó por toda la casa y Kasumi se llevó una mano a la mejilla.

—Espero que no sea otra emergencia —murmuró consternada—, Tofú no ha regresado todavía.

Akane contempló el fuego pensativa y Kasumi la observó, compungida.

—No te preocupes, querida —le dijo con dulzura—. Todo se arreglará, estoy segura.

Akane le sonrió con confianza y asintió. Poco después se escuchó un golpecito en la puerta y la sirvienta de su hermana entró presurosa.

—¿Qué pasa, Misaki? —preguntó Kasumi—. ¿Buscan a mi marido?

—No, señora, es una visita que quiere verla a usted. Me dio su tarjeta.

La criada se la entregó y Kasumi alzó sus finas cejas mientras la leía.

—Qué extraño —murmuró—. Hazlo pasar, Misaki, por favor.

Con un asentimiento, la sirvienta salió, cerrando la puerta a su espalda. Kasumi Tofú se volvió hacia su hermana.

—Me pregunto qué querrá conmigo un abogado —comentó.

—¿Abogado? —inquirió Akane con un extraño presentimiento recorriéndole la espalda. Se puso de pie, tensa.

—Sí, Ranma Saotome, un…

Pero Kasumi se interrumpió, porque la puerta del salón se abrió otra vez y la sirvienta dejó entrar a Ranma, recibiendo a continuación su abrigo y su sombrero, y marchándose otra vez. Las dos hermanas se lo quedaron mirando, una con curiosidad y la otra con algo que podía describirse solamente como pavor. Él hizo una corta reverencia y tiró de su chaqueta, acomodándosela. Se dirigió a Kasumi, sin siquiera mirar a Akane.

—Señora Tofú —saludó.

—Señor Saotome —replicó Kasumi sonriente—. ¿A qué debo el honor de su visita?

Akane se mantuvo expectante. ¿Por qué había ido Ranma? ¡Y hasta la casa de su hermana! ¿Cómo había averiguado la dirección? ¿La estaría buscando a ella? Se le ocurrió que quizás quería que le devolviera el abrigo con que el criado insistió en envolverla aquel día. Pero nadie saldría con un clima como ese para algo tan insignificante. ¡Nadie vendría desde Tokio para eso!

O, quizás, él no había vuelto a Tokio todavía.

Aquel pensamiento la llenó de una esperanza absurda. Tal vez, simplemente había venido por ella. Quizás, al igual que ella con él, no había conseguido apartarla de sus pensamientos después de aquella noche de pasión que ella, lamentablemente, ni siquiera recordaba.

Comprendió que Ranma había permanecido en silencio y Kasumi continuaba sonriendo, esperando su respuesta. Akane también lo miró, atenta.

—En realidad —dijo él despacio—, necesito hablar con su hermana.

Se volvió hacia ella y Akane se sonrojó de súbito, muy profundamente. Estaba segura de que Kasumi se había dado cuenta.

—¿Con Akane? —preguntó sorprendida.

Ranma asintió.

—Se trata de un asunto… de índole profesional. Y muy delicado.

¿Delicado? ¿Qué clase de excusa estaba usando él?, pensó Akane. Había algo distinto en sus ojos, parecían más azules, o quizás era su manera de mirar. Algo en él la ponía profundamente nerviosa y le hacía latir el corazón con fuerza. Oh, Kamisama, ¿qué le estaba pasando?

Se sentía halagada porque él hubiera ido a buscarla. No, no estaba halagada, le gustaba. Sí, le gustaba que hubiera ido, que quisiera verla e inventara excusas para estar a su lado.

¿Tal vez él…?

—Es necesario que hablemos a solas —dijo Ranma.

¡A solas! Seguramente Kasumi no aprobaría que se quedaran sin acompañante, ni aunque él fuera abogado. Era demasiado osado siquiera mencionarlo.

Kasumi paseó la vista de uno a otro. Notó cierta tensión en el ambiente. Se levantó despacio de su asiento.

—Señor Saotome —dijo con lentitud—, si no me da más detalles sobre ese asunto que necesita tratar con Akane, no puedo permitirle que se quede a solas con ella. ¿Lo comprende? Debo velar por mi hermanita, es una mujer soltera después de todo.

Claro, ella no sabía todavía que estaba arruinada y ya no importaban las formalidades. Akane creyó conveniente intervenir, pero Ranma volvió a hablar, otra vez sin mirarla en absoluto.

—Como le dije, es delicado —aseveró—. Debe ser tratado de forma personal. Le doy mi palabra de que es de verdadero beneficio para su hermana y no sucederá nada indecoroso.

Akane se lo quedó mirando. ¡Qué formal sonaba! Con ella no hablaba de esa manera, estaba casi irreconocible.

Kasumi asintió lentamente y se volvió hacia su hermana.

—¿Akane?

—Estaré bien, Kasumi —aseguró ella.

—Muy bien —aceptó entonces la mayor y se dirigió a la puerta. Antes de salir se volvió hacia ellos—. ¿Puedo ofrecerle algo, señor Saotome?... ¿Té?

—No, muchas gracias.

Kasumi miró a su hermana y Akane negó con la cabeza. La mayor dudó un momento más en el umbral y al final salió, cerrando la puerta.

Akane se balanceó nerviosa, pasando el peso del cuerpo de un pie al otro. Ranma se había quedado con la vista clavada en el fuego, pero un momento después se movió y puso algo sobre la mesita baja cerca de la chimenea. Akane recién notó que traía un maletín de cuero, que en ese momento estaba abriendo. Extrajo varios papeles y los dejó sobre la mesa.

¿Entonces decía la verdad? Estaba allí por algo de índole profesional. ¿Pero qué podía querer de ella?

—Yo… —empezó a decir Akane, pero se interrumpió en cuanto él la miró.

Se estaba poniendo nerviosa otra vez. ¡Qué idiotez!

Se movió con rapidez hacia la chimenea para ofrecerle asiento a Ranma. Pero olvidó de nuevo su vestido demasiado largo y se le enredaron los pies, yéndose de bruces al suelo. Pero no cayó; de pronto, estaba en sus brazos. Él había corrido a sostenerla y Akane alzó los ojos para mirarlo con sorpresa.

Creyó que había olvidado, pero estaba muy equivocada. El calor de su cuerpo, su aroma alrededor de ella, la tibieza de sus manos a través de la tela, todo era exactamente como recordaba que sería. Un anhelo imprevisto tiró de ella y quiso refugiarse un poco más en sus brazos. Se fijó en su boca y comprendió que había anhelado también sus besos, la sensación que despertaban dentro de su cuerpo.

Él se inclinó un poco hacia adelante, como si quisiera lo mismo, y Akane estuvo lista para sucumbir. Su boca estaba muy cerca, su aliento tibio le hacía cosquillas en la nariz. Entonces él bajó los ojos y se apartó, aunque todavía no la soltaba del todo. Akane lo miró, paseó los ojos por su rostro y su cabello trenzado, por su chaqueta entallada, de grueso paño marrón oscuro. Unos minúsculos copos de nieve se le derretían velozmente en el hombro.

¿Había empezado a nevar?

—¿Por qué… viniste?

Ranma la miró a los ojos.

—Tenía que hablar contigo.

—Eso ya lo dijiste —murmuró ella con una sonrisa—. ¿Sobre qué?

Él se quedó mirando la forma en que sus labios se curvaban. Era la primera vez que la veía sonreír abiertamente, de verdad, y se veía muy linda. Hermosa. Tenía una boca perfecta, con el labio inferior lleno, ideal para besar, y el superior curvado suavemente. Quería besarla, quería recordar el sabor de su boca.

Comprendió que se estaba aferrando a un sinsentido. Ella había dejado claro que había cambiado de opinión cuando se marchó de su casa, y él debía aceptarlo. Se debatió dos días enteros qué debía hacer a continuación, intentando empujar a un lado sus deseos y pensando solo en lo que era mejor para ella. Así que al final creyó que lo más sensato era proponerle la solución que había ideado cuando todavía no la conocía, cuando ni imaginaba hasta dónde lo arrastraría esa mujer.

Sí, le haría la propuesta y ella podría decidir. Con aquella convicción se mantuvo firme, casi estoico… hasta que la tuvo en sus brazos. Tenía que admitir que no era muy capaz de pensar si ella lo miraba con ese anhelo en sus ojos de chocolate, era como si le gritara que la besara. ¿Acaso se daba cuenta? Y él se moría de deseos de complacerla, de terminar lo que había quedado trunco entre ellos.

Aquella noche la había tenido en sus brazos, la había besado y la había excitado. Ella estaba con los labios entreabiertos y el pelo suelto sobre la cama, con los ojos cargados de deseo a la luz de las llamas. Perfecta. Él se sacó la camisa y se puso encima de ella, besándola, acariciándola, y cuando ella empezó a gemir cosas sin sentido creyó que se volvería loco. Entonces se apartó, se quitó los pantalones, peleando con dedos temblorosos con los botones que lo cerraban. Su excitación era dolorosa.

Volvió un momento después junto a ella y Akane tenía los ojos cerrados. La tocó en un hombro con delicadeza y ella se volvió, murmurando. Dormida. Completamente dormida. Podría haberse echado a reír si no hubiera estado tan excitado y frustrado. Se enojó, y después resopló, creyendo que quizás era mejor así, que el destino lo había salvado de cometer una locura de la que podría arrepentirse. Después de un momento, incluso albergó esperanzas para la mañana siguiente. Quería que ella se entregara a él sin la nube del alcohol. La cubrió con las mantas y se acomodó a su lado, sopesando si debía considerarse un animal por desear tocarla, aunque ella estuviera dormida.

Al otro día, sin embargo, ella se fue, dejando muy claras sus intenciones. Y su arrepentimiento.

Se puso furioso, con ella por haberlo tentado, y con él mismo por haber caído, por no haberse dado cuenta a tiempo de que, sin importar lo que pasara, saldría mal parado de esa situación. Llamó a gritos a Takahashi para acribillarlo a preguntas y hasta descubrió que su criado le había dado a esa mujercita boba su mejor abrigo, el que había comprado en Kioto y le había costado una fortuna.

—¡Ese era mi favorito! —aulló.

—Lo lamento, señor —replicó Takahashi con una reverencia—. No lo sabía.

¿Que no lo sabía? ¡Era su maldito criado! Conocía cada detalle de su vida y cuidaba de todas sus necesidades.

—Le ofrezco mi renuncia inmediata e irrevocable, señor —agregó con una humilde reverencia.

—¡Deja de decir idioteces, Hashi!

En realidad, no estaba enojado por eso, era otra cosa la que le calentaba la sangre hasta hacerlo sentir deseos de destrozar algo con sus propias manos. Necesitaba ir al templo a entrenar, quizás un poco de ejercicio duro le quitara esa frustración. Pero no olvidó que le habían pagado por un trabajo que aún no había realizado.

Y ahora estaba allí. Con Akane de nuevo en sus brazos, a punto de besarla otra vez. Como un auténtico idiota. Se apartó de ella y la ayudó a levantarse. Después se alejó. Se acercó de nuevo a la mesita, a sus papeles, a todas aquellas perogrulladas legales que podían salvarlo de hundirse en un abismo.

—¿Qué pasa, Ranma? —insistió ella.

Él sacudió la cabeza, apretando la mandíbula. No quería que lo llamara por su nombre, ¡qué idiota había sido al pedírselo! ¿Es que no había aprendido nada sobre la gente rica en todos esos años trabajando para ellos, cubriendo bajo la alfombra todos sus pecados?

—Vengo en nombre de lord Ryoga Hibiki —dijo, tomándose las manos tras la espalda y con la vista clavada en el fuego.

—¿Lord… Hibiki? —repitió Akane.

—No desea casarse, y espera que pueda hacerse un arreglo favorable para las dos partes involucradas en el… compromiso.

Akane se dejó caer sobre un sillón.

—¿Cómo?

Ranma se volvió a mirarla. Sus labios entreabiertos brillaban a la luz del fuego. Sus enormes ojos de chocolate lo miraban con asombro.

—Redacté los documentos para que puedas firmarlos de inmediato, y así podrás verte libre de él.

—… ¿Documentos?

—Se trata de algo simple, pero debes entender…

—Espera —lo interrumpió ella alzando el rostro—. ¿No es extraño?... Qué coincidencia que lord Hibiki te contratara para anular el compromiso, precisamente a ti. ¿Sabe… sabe que nos conocemos?

Ella se sonrojó y bajó la mirada.

—¿Cuándo? —dijo un momento después, al ver que Ranma no pensaba responder—. ¿Cuándo contrató tus servicios?

De nuevo, lo miró a los ojos. Ranma apretó los dientes con fuerza. No le serviría de nada mentir, ella se enteraría de todas formas en algún momento.

—Hace semanas —respondió con voz grave.

Akane se puso de pie, un fuego diferente brillaba en sus ojos.

—¿Semanas?

—Sí, semanas.

Ella avanzó un paso, parecía que iba a golpearlo. Se detuvo a unos centímetros de él y alzó la cabeza. Estaba respirando de forma agitada.

—¿Y cuándo… cuándo redactaste esos documentos? —preguntó.

Ella era rápida, pensó Ranma. Hubiera sido una excelente estudiante de leyes. Dejó vagar los ojos por la habitación antes de responder.

—Un tiempo después de entrevistarme con Hibiki.

O sea, hacía también semanas.

Akane levantó el brazo y lo abofeteó, pero Ranma permaneció impertérrito, con las manos tras la espalda, apretando los dientes.

—¡Me utilizaste! —espetó ella.

Eso fue demasiado. Ranma frunció el ceño.

—¿Yo? ¡Más bien tú me usaste a mí!

—¿Te estabas riendo? —preguntó ella fuera de sí—. ¡Seguramente era divertido que una estúpida virgen te pidiera que la llevaras a la cama!

—¡Deja de decir estupideces!

—Debiste pensar ¿por qué no me divierto un rato primero? ¡¿Cierto?!

—¿Pero qué mierda estás diciendo, Akane? —gritó él.

—¡Es señorita Tendo para usted, señor Saotome! —vociferó ella.

Se alejó, andando a grandes zancadas por la habitación. Estuvo a punto de volver a pisarse la falda y tropezar y Ranma no estaba seguro de cómo lo había evitado. ¡Esa mujer era demasiado torpe!

—¡Te aprovechaste de mí! —siseó ella—. ¿Cómo pudiste? ¡Y pensar que yo te…!

Se detuvo, con las mejillas inflamadas, trémula de rabia.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—¡Porque no me diste oportunidad! —se defendió él—. ¡Me rogaste que te deshonrara!

—¡Podrías haberte negado, como un caballero!

—¡Pues no soy un maldito caballero!

—¡Oh, sí, ya me di cuenta! —gritó Akane.

—Por favor, no actúes como una dama remilgada ahora —replicó Ranma perdiendo completamente los estribos—. ¡Te detuve a tiempo! ¿O acaso no recuerdas que ibas a irte con cualquier otro?

—¡Al menos no hubiera pasado la noche contigo! —chilló.

—¡No fue la gran cosa tampoco! ¿Por qué te importa tanto?

Ranma volvió a tirarse de la chaqueta, se pasó una mano por el pelo, después se frotó el rostro. Era mejor que se contuviera. Se concentró en respirar varias veces para serenarse y volver a ser un profesional, como siempre lo había sido antes de conocer a esa mujer que lo sacaba de quicio.

Akane se había quedado completamente quieta, con la espalda recta. Cuando volvió a mirarla se dio cuenta de que había dicho algo que la había herido profundamente, humillándola. ¿Pero qué? ¡Solo había dicho la maldita verdad! ¿Por qué se ponía así cuando no había llegado a pasar nada?

Ella lo miró con un aire glacial que lo hizo temblar.

—Lamento no ser tan memorable como las mujerzuelas con las que te acuestas siempre —le dijo con dureza.

¿Que él qué?

—¿Qué diablos estás diciendo? —le espetó en respuesta.

—Te aseguro que para mí tampoco fue la gran cosa —agregó Akane con fuerza.

—¡Pues estamos de acuerdo entonces!

Ranma no tenía idea de qué estaban hablando, pero no pudo evitar decirlo, sobre todo porque parecía que a ella le hacía daño. Y él deseaba hacerle daño. Quería herirla de la misma forma en que ella lo había herido. Así de crío era y no le importaba.

—Y, para que lo sepas —puntualizó Akane—, ya olvidé por completo que pasamos la noche juntos.

—¡A lo que tuvimos ni siquiera se le puede decir «pasar la noche juntos», querida! —dijo él a punto de reírse.

—Sí, debes tener razón. Eres bastante experto en el tema —replicó ella.

Él entrecerró los ojos.

—Estás loca.

—¡Sí, estoy loca y soy una mujer arruinada! —exclamó ella—. ¿Contento? Ahora, vete de esta casa.

¿Qué? ¡Pero si no había pasado nada! No podía estar acusándolo de algo tan estúpido.

Un momento…

¿Acaso ella creía que había pasado? ¿Tan borracha estaba?

—Espera, Akane —dijo alzando las manos.

—¡Es señorita Tendo para usted!

—Señorita Tendo, ¡eres una idiota!

Ella abrió la boca, incrédula. Se acercó a grandes zancadas.

—¿Cómo me llamaste? —preguntó con voz aguda.

Dio otro paso, ciega de furia. Alzó la mano, iba a abofetearlo otra vez. De nuevo, se pisó el dobladillo del vestido y se fue hacia adelante. Ranma pudo alcanzarla a tiempo, tomándola del brazo.

—¡Suéltame!

—No entiendo cómo no te has partido el cuello hasta ahora —le dijo él—, ¡eres tan torpe!

—… Suéltame —volvió a pedir ella.

Ranma la miró. Tenía los ojos bajos y parecía a punto de echarse a llorar. Él la atrajo más hacia su cuerpo, apresándola con fuerza. No iba a permitir que se alejara.

—No hasta que me escuches.

—No, gracias. Prefiero no quedarme a oír cómo me insultas —inquirió ella alzando el rostro.

Ranma la observó. Era la primera vez que podía verla tan de cerca y con tan buena luz. Sus ojos de chocolate tenían chispas doradas, descubrió; y tenía un lunar casi imperceptible en la barbilla.

—Es un malentendido —dijo él con suavidad.

Ella frunció el ceño.

—Creo que todo está perfectamente claro, señor Saotome —dijo con frialdad—. Suélteme.

—…No.

El pecho de Akane subía y bajaba con su respiración agitada. El corazón le retumbaba dentro del cuerpo. ¿Por qué seguía sintiendo eso? ¿Por qué, aunque él la había usado y humillado, seguía doblegándose cuando lo tenía cerca? ¡Era tan injusto! Ojalá pudiera recordar cada detalle de lo que había pasado entre ellos, así podría haberse salvado de esa ansia en su sangre que deseaba que él la besara y la tomara en sus brazos, que la hiciera suya. Quería sentirlo dentro, en lo más profundo de su ser.

Se asustó. ¡Tenía pánico de él! Y también de ella misma, de lo que sentía estando a su lado, de las cosas que imaginaba y deseaba, con las que nunca había soñado antes. Tal vez se había convertido en una mujer sin moral, quizás ya no tenía salvación.

—Ranma…

—Akane.

Buscó su boca otra vez, y ella lo recibió de una forma tan descarada que sintió vergüenza. Se apretó contra él y gimió contra su boca, recibiéndolo con su lengua cuando la de él la penetró. ¿Qué le había hecho? No solo la había arruinado físicamente, la había pervertido en el alma. Algo le había hecho que deseaba siempre más de él, debía ser algún demonio, un ser perverso que la había hechizado.

Lo empujó lejos recobrando la consciencia. Aquello estaba mal, ¡no podía tener tan poca decencia! Ese era el hombre que la había usado para sus propios placeres y no sentía ningún remordimiento por su proceder.

—Akane…

—¡Vete! —gritó ella con los dedos sobre los labios.

Ranma recobró la compostura poco a poco. ¿Qué se le había metido en la cabeza para besarla de nuevo? ¡Estaba mal! Tenía que alejarse de ella, no acercarse. Tenía que arreglar ese maldito embrollo y no volver a verla nunca. O nunca podría volver a vivir en paz.

—Escúchame… —empezó a decir.

—¡No!

—Si me escucharas sin volverte loca, comprenderías…

—¡No me interesa! ¿No lo entiendes, Ranma? No quiero verte… y no quiero que vuelvas a tocarme —pidió agitada, con las mejillas al rojo vivo.

—¡Cómo si quisiera hacerlo!

—Pues parecías muy a gusto hace un instante.

—¡Tú tampoco te quedabas atrás! —replicó él.

Akane ahogó un jadeo de indignación.

—Vete —siseó.

—¡No! Me contrataron para encontrar una solución a este problema y no me iré… ¡hasta que firmes los malditos documentos!

—No pienso firmar nada que no sepa qué contiene.

—Si me dejaras explicarte… —empezó a decir Ranma, pero se interrumpió cuando Akane se acercó a la mesita y tomó los papeles que él había dejado allí junto a su maletín—. ¿Vas a leerlos?

—¿Estos documentos? —inquirió ella alzándolos—. No me interesan.

Los arrojó a la chimenea, ante la incrédula mirada de Ranma.

—¿Qué estás haciendo? —chilló él—. ¿Tienes idea…?... ¡¿Tienes idea de lo difícil que es hacerlos?!

—¡No me interesa! —repitió Akane tomando el atizador y blandiéndolo en el aire—. Puedes decirle a lord Hibiki que no me importan su dinero ni sus estúpidos papeles. No me voy a casar con él, he elegido mi propio camino. ¡He tomado una decisión y me he arruinado por mi propia voluntad!

Ranma la miró como si se hubiera vuelto loca mientras ella atizaba con fuerza los troncos de la chimenea para que las llamas se agrandaran y consumieran por completo sus preciosos documentos.

—¡Eres una marimacho! —le soltó.

—¡Y tú un pervertido! —siseó ella.

¡Él era un maldito santo!

—¡Fea!

—Oh, habló el hombre más apuesto de todo Japón —dijo Akane llena de sarcasmo—. ¡Qué infantil!

—¡Es imposible razonar contigo!

—Qué bueno que te has dado cuenta.

—¡Tozuda!

—¡Idiota!

—¡Bruta! —vociferó Ranma—. ¡No tienes ni idea de lo que acabas de hacer!... ¡Ojalá tengas que casarte con ese estúpido invertido!

—Pues si así fuera… ¡no sería tu maldito problema! —replicó ella con fuerza y lágrimas en los ojos.

Ranma la miró una última vez. Sentía unos deseos nada sanos de estrangularla.

—¡Entonces te arreglarás sola!

—¡Nunca te necesité en primer lugar!... ¡No te atrevas a acercarte! —chilló después Akane, alzando el atizador para defenderse.

—No te preocupes, ¡no eres lo suficientemente atractiva como para tentarme! —sentenció Ranma.

De un manotazo, volvió a tomar su maletín.

—¡Qué mujer tan insufrible!

—¡Qué hombre tan grosero! —retrucó ella.

—¡Espero no tener que volver a verte nunca! —gritó Ranma antes de abrir la puerta.

—¡Pues deseamos lo mismo! —dijo Akane volviéndose a mirarlo.

Pero él ya no estaba.

Se limpió las lágrimas a manotazos y se frotó la nariz. Volvió a atizar el fuego, cada vez con más fuerza.

—Engreído, idiota… ¡infeliz! ¡Pervertido!... ¡Te odio, Ranma Saotome!

Tomó el atizador con ambas manos y descargó su fuerza contra las ascuas de la chimenea, una y otra vez, haciendo saltar chispas. Tenía el rostro rojo y mojado, y le dolían las manos, pero no se detuvo. No hasta que sintió un toque delicado sobre el hombro.

Se volvió con rapidez, alerta, dispuesta a alzar el atizador y descargárselo en la cabeza a ese imbécil. Pero era Kasumi, que la observaba con un gesto preocupado.

—Hermana —dijo Akane.

—No tendría que haberlos dejado solos —murmuró Kasumi llena de remordimiento—. ¿Qué pasó, Akane?... Oh, no, tus pobres manos —agregó después quitándole el atizador.

—Estoy bien —dijo Akane de mal humor.

—¡Querido! —llamó Kasumi.

Cuando la menor alzó la cabeza, descubrió a su cuñado en la puerta, observándolas a ambas con preocupación. ¡Oh, perfecto! Así que él también había sido testigo de aquella horrible pelea. Lo que le faltaba. Ono Tofú llegó junto a ellas de inmediato y le revisó las manos con atención. Después sonrió con amabilidad, de esa forma tan parecida a Kasumi.

—Es apenas un rasguño —dictaminó—. Te aplicaré una pomada.

Akane solo asintió, ceñuda. No es que le cayera mal su cuñado, al contrario, era un hombre amable, honrado y diligente, y hacía feliz a Kasumi. Pero a veces era en extremo dulce, de una forma casi empalagosa. Hacía mucho tiempo, Akane se había dado cuenta de que ella nunca podría estar con un hombre como él. Después, recordó el comportamiento explosivo de Ranma, lo que la mortificó.

Se irguió, tensando la espalda.

—Voy a volver a Tokio —anunció—. Muchas gracias por todos tus cuidados, Kasumi.

Era hora de continuar con su vida.

—¿Ahora mismo? —preguntó su hermana alzando las cejas.

—Voy a tomar el primer tren.

—En ese caso… te acompañaremos —dijo Kasumi con una sonrisa. Se volvió a mirar a su esposo, que asintió solemne—. De todas formas, hace tiempo que queremos visitar a papá.

Akane no estaba precisamente feliz. Deseaba un momento a solas, para poder pensar y desahogarse, para poder cerrar aquel capítulo tan desagradable, pero parecía que el destino se lo impedía. El destino la obligaba a arrancar todo de cuajo.

Adiós a Ranma Saotome. Para siempre.

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Lord Tsubasa Hibiki, conde de Ōta, abrió de improviso la puerta de la alcoba de su hijo. Torció el gesto y agitó una mano, aquel lugar apestaba a perfume y humo de tabaco, de alguna marca extranjera, supuso, a juzgar por la pestilencia.

La habitación estaba todavía en penumbras, con las cortinas bien cerradas, a pesar de que era bien entrada la mañana. Gruñó. El mayordomo se había quedado un paso detrás de él, con el rostro pálido, y Ōta sabía por qué, aquel canalla siempre apañaba las perversiones de su hijo y había intentado detenerlo cuando empezó a subir la escalera. Quería anunciarlo él mismo, para que el idiota de Ryoga tuviera tiempo de prepararse y disimulara. ¿Para qué diantres?, se preguntó. Hacía tiempo que sabía sobre la verdadera naturaleza de su hijo, incluso ya circulaban rumores por todo Tokio; por eso mismo era menester que se casara pronto y ocultara aquellas desviaciones. Que al menos lograra engendrarle un heredero a su mujer. Solo así él podría estar tranquilo.

A grandes zancadas se acercó a la ventana y descorrió las cortinas de golpe, haciendo mucho ruido, y permitiendo que la luz del sol inundara por completo la estancia. Después se giró hacia la cama, conteniendo un gesto de asco al descubrir que el amante de su hijo aún yacía a su lado. La bilis le trepó por la garganta, pero la contuvo apretando los dientes.

Ryoga parpadeó y alzó la mano para cubrirse del sol, que le daba justo en el rostro. Se incorporó de a poco en la cama.

—¿Padre? —balbuceó, palideciendo al descubrir la figura imponente junto a la cama.

—¡Vístete! —ordenó el conde—. Es hora de empezar los preparativos para tu boda.

—Pe-Pero… padre…

—¡Deja de tartamudear como un infeliz! —rugió su padre—. No sé cómo, pero voy a hacer de ti un hombre. ¡Levántate ahora mismo!

Del otro lado de la cama, Mousse se removió, despertándose con los gritos. A tientas, buscó los anteojos que había dejado la noche anterior sobre la mesita y se los colocó, incorporándose en la cama.

—¡Y dile a este tipo que se largue! —ordenó Ōta mirando a su hijo. Luego se dignó a echarle una mirada de desprecio al otro hombre, deteniéndose apenas en su cabello negro y largo que le llegaba a la mitad de la espalda—. Si ya te han pagado, ¡vete! —le espetó.

Mousse se giró por completo hacia él. Y lord Tsubasa Hibiki, conde de Ōta, contuvo el aliento, sacudido por una ola de pura furia.

—¡¿Tú?! —escupió.

Ryoga, que se había puesto la bata y se levantaba de la cama, se detuvo y lo miró.

Mousse sonrió lentamente, con suficiencia.

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Continuará…

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Nota de autora: Creo que es momento de confesar que no seguí al pie de la letra la propuesta de la página Mundo fanfics Inuyasha y Ranma, o mejor dicho, no en el orden establecido. Porque, como se habrán dado cuenta, en este capítulo no hubo una cita romántica jeje. Creo que correspondería al día de mañana, «beso ideal», si es que pensamos que el beso de Ranma y Akane en este capítulo fue ideal. No lo sé, quizás no corresponde a ninguno de los prompts XD.

Pero sí va a haber un capítulo que podría definirse de «cita», aunque no sé si será romántica… (Haciéndome la misteriosa XD).

Ahora hablemos solo un poquito de ropa, por lo menos de ropa de mujer, aunque este no sea el capítulo en el que quiero hablar en detalle. Solo explicar lo que es la camisola que nombra Akane. También se llama camisa interior, pero preferí usar el otro término para que no se confundiera con una camisa de hombre, o que uno se la imagine con la forma de una camisa de hombre, porque no lo es. Es una especie de vestido largo, fino, generalmente de algodón, que se usa contra el cuerpo, para proteger del roce del corsé, y también para que atrape el sudor. Esta era la prenda que se cambiaba y se lavaba con mucha frecuencia.

La presentación en sociedad era, literalmente, una fastuosa fiesta donde las debutantes se presentaban ante la reina. Por eso puse el detalle de Akane diciendo que Nabiki no tenía que hacerle «reverencias al emperador», inventando que así era la presentación en sociedad en este Japón de fantasía.

Y, para finalizar, gracias de nuevo a todos por sus lindos comentarios, me hacen feliz como no se imaginan cuando dicen cuánto les gusta esta historia. Y también al decirme que les gustan mis notas, o incluso solo al leerlas XD. No pensé que podrían interesarles esas cosas. Como generalmente escribo solo one-shots a veces no hay mucho que decir en las notas, o no me parece que tenga que salir hablando cosas sobre mí en parrafadas larguísimas XD si no viene al caso.

Siempre siento que lo importante es la obra, la historia en la que trabajé con ahínco, no la persona que la escribe, por eso todos los fickers esperamos ansiosos los comentarios de los lectores diciéndonos si les gusta este o este otro detalle de la historia, esta escena, ese momento romántico, ¡por eso vivimos! :D Pero también sé que en una historia más larga, de varios capítulos consecutivos, hay mucho trabajo, y muchas más cosas que decir; crear y trabajar una historia es muy lindo y gratificante, pero también muy cansador (de verdad, admiro a esos escritores que solo hacen historias largas, una tras otra, ¡es una tarea titánica!, una sensación que ya había olvidado XD). Sin embargo, justamente porque conlleva mucho trabajo, uno como autor quiere contar el detrás de escena, los temas que leyó para poder crear esa historia, o pequeños sentimientos aquí y allá al crear ciertas escenas, y la verdad me gusta hablar de eso también. Por ejemplo, el hecho de que en esta historia Ranma sea casi diez años mayor que Akane no es solamente por necesidades de la trama, es también un fetiche personal que quise usar, me encanta cuando hay una diferencia de edad así entre los personajes de una historia romántica.

¡Ah! Y antes de olvidarme. ¿Descubrieron la frase de Orgullo y prejuicio en este capítulo? Fue totalmente sin querer, y cuando estaba revisando el capítulo me di cuenta. La dejé porque, primero, quedaba demasiado perfecta en la discusión que estaban teniendo Ranma y Akane. Y segundo, porque literalmente, o al menos según mi traducción, el señor Darcy dice «bonita» y no «atractiva». Aunque, ¿para qué nos ponemos con cosas? La verdad es que es sí viene a ser lo mismo jeje.

Gracias por leer.

Romina

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