Ranma ½ no me pertenece.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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Una historia escrita para la
Rankane Week 2023
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Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma
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4
Arruinar una boda es una cuestión de honor
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—Debo decir que me asombra… que me haya reconocido —dijo Mousse poniéndose de pie.
Ōta hizo un gesto de desagrado al verlo caminar desnudo hasta la mesita redonda del otro lado del cuarto. Mousse encendió un cigarro con lentitud y le dio una larga calada.
—Después de todos estos años, quiero decir —agregó con una sonrisa al ver que el otro hombre no hablaba. Golpeó el cigarro con la uña encima del cenicero para tirar la ceniza y expulsó el humo en un gesto estudiado.
—¿S-Se… conocen? —inquirió Ryoga. Parecía que había encontrado por fin su voz después de varios segundos.
—Oh, sí, querido —respondió Mousse.
Ōta soltó un resoplido.
—¡Ponte algo de ropa, indecente! —ordenó con un grito.
Mousse sonrió ante aquel exabrupto. Aunque no le había gustado verlo cara a cara tan pronto, debía confesar que se divertía, sobre todo al ver a aquel hombre desagradable tan enojado. Tendría que revelar su plan antes de tiempo, pero no importaba demasiado. Después de todo, había logrado su objetivo.
—En realidad, estoy muy bien así —le respondió al conde.
Se acomodó en una de las sillas tapizadas y cruzó las piernas, volviendo a chupar el cigarro.
—Bah, ¿qué se podría esperar de alguien de tu calaña? —dijo el conde con repulsión—. Retírate de una vez, mi hijo tiene asuntos que atender.
—¿Justo ahora, que me estoy divirtiendo tanto? —Mousse sonrió.
—Padre —insistió Ryoga, con un poco más de brío—. ¿Se conocen?
El conde volvió a reparar en su hijo.
—Es solo el hijo de una ramera.
Mousse descargó un puñetazo sobre la mesa y lo miró con rabia.
—¡Su nombre era Mei-lin! ¡No haga como si no lo supiera!
El conde de Ōta no le hizo el menor caso, como si perder el tiempo en aquellas minucias fuera intolerable.
—Solo una ramera que conocí una vez en China —siguió diciendo mirando a su hijo—. Pero no es necesario recordar tonterías sin importancia. Alístate, Ryoga, debemos hablar de negocios.
—¡¿Cómo se atreve?! —exclamó Mousse poniéndose de pie—. ¡¿Cómo se atreve a desechar a mi madre otra vez?!
El conde suspiró con hartazgo y se volvió hacia Mousse.
—La trato como lo que era, una mujerzuela con la que me divertí alguna vez, hace mucho tiempo.
—Y, aun así, me recuerda —replicó Mousse con rapidez—. Al hijo de esa mujerzuela, como la llama.
—Bah, un niño tonto de anteojos enormes y cara de idiota. Sigues siendo el mismo, no podría olvidar una cosa tan desagradable. Lamentablemente para mi propio bien, tengo muy buena memoria.
—Viejo desgraciado —dijo Mousse entre dientes.
—¡Vete de una maldita vez! —ordenó Ōta—. No tengo deseos de seguir soportándote.
—¡Hijo de puta! —gritó Mousse aplastando el cigarro en el cenicero. Cualquier rastro de diversión que sintiera se borró en ese instante.
—¿Cómo me llamaste, asqueroso desviado?
—¡Usted es una rata! —exclamó Mousse señalándolo con un dedo—. Engatusó a mi madre prometiéndole que se casaría con ella. Le llenó los oídos de tonterías solo para que lo recibiera en su cama, y cuando se hartó de ella ¡la desechó!
El conde de Ōta lo miró a los ojos un instante, contuvo el aliento con los labios entreabiertos y al final se echó a reír estruendosamente. Ryoga, del otro lado de la cama, se quedó completamente quieto. Sintió un estremecimiento recorriéndole la espalda. Contempló el sufrimiento de Mousse en cada ángulo de su rostro. ¿Por qué nunca se lo había dicho? ¿Por qué no había hablado en todo ese tiempo?
—Tu madre no solo me recibió a mí en su cama, te lo aseguro… ¿Qué pasa?, ¿es un descubrimiento para ti? —continuó el conde al observar el rostro demudado de Mousse—. Era bonita, tengo que admitirlo, y estando tan lejos de casa añoraba más que nunca el calor de una mujer, nada más.
—¿Qué quiere decir, padre? —inquirió Ryoga.
El conde se volvió lentamente hacia él.
—Hace mucho tiempo, tu abuelo me envió a supervisar sus negocios en la provincia de Qinghai en China —explicó encogiéndose de hombros—. Me quedaba en un pueblucho de mala muerte llamado Jusenkyo, un lugar horrible y alejado de todo. Mi única diversión era visitar a la ramera del pueblo, igual que hacían los demás. Fui su cliente varias veces. No hay nada más que explicar.
—¡Usted le prometió matrimonio! —insistió Mousse en un grito—. Todavía recuerdo lo ilusionada que estaba. Me dijo que nos iríamos de Jusenkyo, que viajaríamos al extranjero. Me dijo... que por fin podríamos ser felices, como no lo fuimos desde que mi padre había muerto.
—¡Idioteces! —replicó el conde—. ¿Casarme yo con una cualquiera? ¡Y extranjera, además! —Rio de nuevo con verdadera diversión—. Cuando terminé de arreglar los negocios de mi padre, volví a Japón y me casé con tu madre, Ryoga, como era mi deber, y tuve un heredero —explicó mirando a su hijo.
—¿Entonces… niega haberle pedido matrimonio a esa mujer, padre? —preguntó Ryoga lentamente.
—¿Qué es esto? ¿Un maldito juicio? —inquirió el conde enojado—. ¡Tal vez sí! Ya no lo recuerdo, en la cama se dicen muchas cosas sin sentido, ya deberías saberlo. No es mi culpa que esa idiota se lo creyera.
—Cuando usted se fue, mi madre murió de pena —replicó Mousse entre dientes, conteniendo la furia—. Se consumió de tristeza y enfermó… Al cabo de unos meses murió. Estaba irreconocible, ya no era la mujer hermosa y orgullosa, de curvas voluptuosas, la que siempre creía que saldríamos adelante y tendríamos un futuro mejor, ¡la que siempre estaba llena de esperanza!... ¡No! ¡Usted le arrebató todo! No solo las ilusiones y los sueños, ¡hasta su mismísima alma!
El conde tensó la mandíbula apretando los dientes.
—No es mi problema —sentenció.
—¡Ella creyó en usted hasta el final! —aulló Mousse. Anduvo a grandes zancadas hasta llegar junto al conde y lo tomó por las solapas de su impecable chaqué—. ¡Creyó que volvería a buscarla!
—¡Suéltame!
—¡Viejo maldito! —gritó Mousse.
Le dio un puñetazo con todas sus fuerzas y Ōta trastabilló, con el rostro congestionado. Ryoga dio un paso adelante para interponerse, pero la mirada de Mousse lo detuvo. Tenía un brillo peligroso en los ojos azules que nunca antes le había visto. Conocía su faceta divertida y sensual, incluso su enojo cada vez que escuchaba los rumores de un nuevo compromiso, pero aquello… era diferente. Al mirarlo sentía incluso miedo. Mousse estaba tan herido que se había vuelto loco. Ryoga hubiera deseado consolarlo, decirle que todo estaría bien, que, con el tiempo, aquel dolor desaparecería, que él se encargaría de que eso sucediera. Pero no se atrevió. Estaba como congelado en su sitio, demasiado temeroso de acercarse. Igual que un animal que había sido herido, Mousse se movía nervioso, y no sabía cómo reaccionaría a continuación.
—¿Cómo te atreves, maldito degenerado? —rugió el conde—. ¡Vete ahora mismo si no quieres que te entregue a la policía!
—¿Un hombre como usted, mezclado con la policía? —dijo Mousse con la voz aguda—. No lo creo, estoy seguro de que no querrá que su nombre esté en boca de todos, ¿cierto? Y si me denuncia eso es lo que ocurrirá, porque pienso hablar, pienso contar cada detalle.
—¡Maldito! —vociferó el conde—. ¡Vete de una vez de esta casa!
—¡No! No todavía —replicó Mousse alzando el rostro e irguiendo la espalda—. Primero, quiero que sepa que yo soy el artífice de su caída y del fin de todo su linaje.
—¿Qué mierda estás murmurando ahora, invertido?
Mousse sonrió, lentamente. Cerró los ojos un instante, contrayendo los músculos del rostro y, al abrirlos otra vez, observó a Ryoga. A su querido Ryoga. El conde también miró a su hijo y Ryoga Hibiki percibió que todo el cuerpo empezaba a temblarle, con un desagradable presentimiento.
—Como usted acabó con mi madre —murmuró Mousse, conteniéndose para no traslucir ninguna emoción en sus palabras—, me propuse un día también acabar con usted. Me abrí paso en la vida por caminos peligrosos, mezclándome con gente de muy dudosa reputación, convirtiéndome poco a poco en el hombre que necesitaba ser para destruirlo. Perdí toda mi inocencia y me entregué solamente a la venganza… Un día por fin me hice rico y expandí mis negocios a Japón.
Ryoga apretó los puños intentando controlar el temblor de las manos. ¿Qué quería decir Mousse? ¿Adónde quería llegar?
—Pero me di cuenta de que usted era un hombre arrogante y cruel, lord Tsubasa Hibiki —siguió Mousse, respirando cada vez más agitado—. Duro e invencible. Para golpearlo donde le doliera debía ser inteligente y no tenía que atacarlo directamente a usted.
—¡Ryoga! —exclamó el conde, incrédulo.
—Sabía que tenía un hijo —continuó Mousse en un resuello. Cada vez le costaba más respirar, era como si aquella furia y aquel dolor estuvieran consumiéndolo—. Me propuse seducirlo…, a su único heredero, para que su estirpe nunca continuara, y sus sueños se rompieran como los de mi madre.
—No… —murmuró Ryoga angustiado.
Pero Mousse pareció no escucharlo.
—Su hijo ha rechazado a una prometida tras otra y nunca se casará, lord Tsubasa Hibiki. Todas sus ambiciones y planes se han truncado.
—¡Desgraciado! —rugió el conde adelantándose y tomándolo del cuello. Apretó con fuerza.
Mousse se debatió, agarrándolo por los brazos y los dos lucharon encarnizadamente. Ryoga gritó.
—¡No, padre! ¡Suéltelo!... ¡No lo haga!
Al final, Ōta pareció darse cuenta de que aquello era una locura y soltó a Mousse, que tosió, recuperando el aliento, dejándose caer sobre la cama endoselada.
—¡Imbécil! —rugió el conde—. No importa cómo hayas envenenado a mi hijo, ¡no importa cómo lo hayas seducido! Ryoga se casará y tendrá herederos, vivirá y se olvidará de que alguna vez exististe. ¡De la misma forma en que yo me olvidé de la zorra de tu madre!
Mousse se sacudió, con el cuerpo tembloroso. El conde creyó que estaba tosiendo para recuperar el aliento, pero después comprendió que estaba riéndose, convulsionándose con una carcajada que parecía histérica.
—Ryoga nunca se casará —dijo Mousse sin aliento.
—¡¿Y tú qué puedes saber?!
—Lo sé… Nunca se casará —sentenció —. Porque me ama.
El conde de Ōta se irguió cuan alto era, dando un paso hacia adelante. Cubrió con su sombra a Mousse, crispando las manos en puños. Por un instante, Mousse creyó que se le iba a echar encima para destrozarlo con sus propias manos. Pero al final, el conde se relajó, se tiró de las solapas de la chaqueta, acomodándosela, y se encaminó a la salida.
—Pobre idiota —dijo mirando a Mousse una última vez, con el mismo desprecio de siempre—. Quizás, si te hubieras quedado tranquilo y callado en el lugar al que perteneces, podrías haber hecho algo con tu miserable vida. Podrías haber usado ese odio para convertirte en alguien poderoso y de temer. Pero elegiste mal. Y ahora, ni siquiera has logrado completar una estúpida y simplona venganza. Eres patético —escupió.
Mousse empuñó las manos sobre las tensas piernas, arañándose la piel con las uñas.
—¡Lárgate! —le ordenó una última vez el conde.
—No puede echarme —sentenció Mousse—, esta es la casa de su hijo.
Ōta soltó una risa seca.
—¿Y quién crees que la paga y la mantiene? —indicó—. ¿Quién crees que paga por sus asquerosos excesos y sus excentricidades? Ryoga va a hacer todo lo que yo le diga. Ryoga va a casarse.
Se giró hacia su hijo, que permanecía tan quieto y envarado como si estuviera a punto de romperse.
—Nos vamos a Tokio ahora mismo. ¡Prepárate! —ordenó.
Y salió de la habitación dando un portazo que hizo temblar las paredes y los adornos de porcelana que había sobre los estantes.
Mousse inspiró con fuerza, controlando su respiración, empujando lejos las lágrimas que amenazaban con ahogarlo.
—Me temo que hice una escena, querido —murmuró con una exhalación.
Ryoga se mantuvo en silencio largo rato, tanto, que Mousse tuvo que alzar el rostro para cerciorarse de que siguiera todavía en la habitación. El vizconde separó los labios temblorosos.
—¿Es… cierto? —preguntó.
—Cada palabra —respondió Mousse con un gesto de dolor.
—Entonces me usaste… para vengarte.
No era una pregunta. Mousse abrió la boca para expresar una negativa fervorosa, pero volvió a cerrarla. ¿Cuánto tiempo podría soportarlo antes de derrumbarse?, se preguntó. Pero era más fuerte de lo que creía, ¡tenía que serlo!, debía ser capaz de explicarse, de hacerlo entender. Querido Ryoga…
—Cuando llegué a Japón, rumiaba todavía mi dolor y mi venganza, intentando aplastar a aquel hombre que había arruinado la vida de mi madre y la mía —dijo lentamente—. Estaba en el club de caballeros Nannichuan tomando una copa y pensando, otra vez, en cómo podía llevar adelante mi venganza cuando… te vi…
Mousse esbozó una sonrisa triste, pero Ryoga no se percató, porque tenía el rostro vuelto hacia la ventana, admirando la claridad de la mañana al otro lado del cristal.
—En realidad, no te vi. No tenía puestos mis anteojos y ya sabes lo mal que estoy sin ellos —continuó Mousse—. Pero sí te oí. Tu voz es muy parecida a la de tu padre, Ryoga, aunque ignoro si eso es algo de lo que enorgullecerse… En realidad, la tuya tiene una nota de ternura y encanto que la de tu padre nunca podrá tener…
—No necesitas continuar adulándome, Mut-zu —dijo Ryoga todavía vuelto hacia la ventana.
El otro hombre no continuó hablando de inmediato; se quedó con la vista fija en la espalda del vizconde un momento antes de seguir.
—Recordaba bien… la voz de aquel hombre —musitó. Continuó hablando, ya sin adornos que pudieran justificarlo—. Averigüé todo sobre ti y supe que eras el hijo de mi enemigo, entonces me interesé en ti. El resto ya lo sabes, de primera mano. Congeniamos en seguida, teníamos muchas cosas en común, y fue muy fácil acercarme y… dejarme llevar.
Ryoga se aclaró la garganta con fuerza antes de voltearse a mirarlo.
—Entonces decidiste que yo sería tu herramienta de venganza —dijo. Era una afirmación, no una pregunta, y como tal no necesitaba una respuesta.
—Eras como un regalo enviado por el mismísimo Gong-Gong —susurró Mousse.
—Muy bien —declaró Ryoga.
—¿Querido?
Los ojos dorados de Ryoga brillaron.
—Vístete, Mut-zu —dijo con lentitud, acercándose a tocar la campanilla—. Ordenaré a los criados que te preparen un carruaje.
—Pero, querido, yo…
—¡No es necesario que sigas fingiendo! —exclamó Ryoga, sin poder evitar traslucir su dolor—. Has dejado claras tus intenciones y tus planes. Por mi parte… seré honesto. Te quiero, Mousse, más que a nada. Pero, como comprenderás, esta es la despedida.
—No me marcharé hasta que te lo explique todo —sentenció Mousse poniéndose de pie, acercándose lentamente a Ryoga.
—Creo que no hay nada que explicar —replicó el vizconde—, todo está perfectamente claro. Vete, Mousse.
—No —dijo Mousse en un susurro.
Estaba tan cerca, que por un instante Ryoga quiso dejarse arrastrar por aquella tentación de sentir su piel y su calor una última vez. Pero a tiempo reaccionó, y cuando Mousse intentó besarlo desvió el rostro, ahorrándose todavía más humillación.
—Vístete —le ordenó en voz baja, sin querer mirarlo a los ojos.
—Qué curioso, siempre me ordenabas lo contrario, querido —murmuró Mousse muy cerca de su boca.
Ryoga tragó saliva, nervioso, y se apartó.
—Déjame al menos decirte algo antes de irme, mi querido Ryoga —dijo Mousse después mirándolo a los ojos—. En todo este tiempo que compartimos juntos, nada fue fingido, yo te quise de verdad, con cada fibra de mi ser. Te amo, Ryoga.
El vizconde se exasperó. ¿Para qué llevar tan lejos aquella actuación ahora que había mostrado todas sus cartas? Entonces lo comprendió, aún las palabras de su padre resonaban en aquella habitación y todavía Mut-zu Wèi-Fā no se había alzado victorioso. No había planeado aquello, no contaba con que su enemigo lo descubriera y trastocara sus planes. Por eso, aún luchaba por aquel resquicio por el que se le escapaba la victoria.
—Me casaré con la señorita Tendo —dijo Ryoga.
Era como si las palabras las estuviera diciendo otra persona. El vizconde las escuchó con la misma sorpresa que Mousse.
—¡No puedes!
—¡No te debo explicaciones! —sentenció Ryoga con fuerza.
El corazón se le había endurecido de pronto, tan desbordado de emociones que se negaba del todo a sentir. Así era mejor. ¡Qué no daría por continuar así por todo lo que le quedaba de vida, sin sentir aquel dolor lacerante que lo atravesaba!
—¿Acaso no lo entiendes, querido? —insistió Mousse—. Lo que intento explicarte es que me enamoré de ti… a pesar de mi venganza, a pesar de que eras el hijo de ese ser repugnante al que juré destruir. Porque tú no eres como él. Porque en tu interior hay un corazón que es capaz de amar y dejarse amar… No deseo que te cases, ¡pero no porque eso me daría la victoria contra el conde de Ōta! Es porque no puedo soportar… que pases el resto de tu vida junto a otra persona que no sea yo.
Ryoga se preguntó qué era verdad y qué mentira de todo cuanto decía Mousse, de todo cuanto le había dicho en esos años que habían pasado juntos. No podía creerle. Aunque sus palabras fueran como un bálsamo para su sufrido corazón, no podía.
—¡Ryoga!... ¿No comprendes mi verdadero dolor? —siguió Mousse, desesperado al ver que el vizconde no reaccionaba—. Todo comenzó como una venganza cualquiera, quería utilizarte para mis fines, lo acepto, ¡jamás lo negaré! Pero al final, no pude evitar… ¡Ryoga, yo te…!
—¡Silencio! —ordenó el vizconde, de una forma dura que Mousse no le conocía. Se parecía demasiado a su padre en aquel instante.
Ryoga tiró con fuerza de la campanilla.
—¡Vístete! Uno de los lacayos llegará en seguida —agregó.
Mousse dejó caer los hombros y tomó su ropa. Se colocó la camisa y se la abotonó lentamente. Hizo lo mismo con los pantalones. Ryoga lo observó en silencio, recorriendo con deliberada lentitud las líneas de su cuerpo y la tersura de su piel, hasta que fue cubierta por la tela y Mousse se volvió hacia él y lo miró a los ojos.
—Esto no ha terminado, querido —indicó el hombre chino—. Sabes muy bien que soy un cabezota que nunca se rinde.
—No me interesa lo que hagas con tu tiempo.
Por un instante, pareció que Mousse iba a intentar besarlo de nuevo, tal vez como una despedida, pensó Ryoga. Pudo sentir la tensión en todo su cuerpo y el latir de su propio corazón apresurado. Pero golpearon a la puerta con discreción y el instante se rompió por completo.
Ryoga dio un paso atrás, ajustándose el nudo de la bata con más fuerza.
—Vete —dijo—. Y no vuelvas.
—Eso es algo que no puedo prometer, querido —replicó Mousse.
Se dio la vuelta y se acercó a la puerta, pero se detuvo antes de abrirla del todo y agregó:
—Algo que no haré.
Cuando estuvo solo, Ryoga se dejó caer sobre la cama, doblándose sobre sí mismo, con el rostro entre las manos. Sintió las palmas mojadas y se sorprendió, como si no se reconociera a sí mismo. Estaba llorando. ¿Tan imbécil era? En el corazón, todavía tenía la esperanza de que Mousse hablara en serio, de que el amor hubiera triunfado contra los deseos de venganza y la ira, y que hubiera podido curar los dolores del pasado. Pero era una tontería.
Cada palabra que salía de la boca de ese hombre estaba destinada a seducirlo para cumplir su plan. Y, como todavía no era el ganador de aquella contienda contra el conde de Ōta, ese hombre con voz de encantador de serpientes intentaba mantener su influencia sobre él.
—Me casaré… con la señorita Tendo —repitió.
Y volvió a doblarse y llorar.
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El señor Pan-da les abrió la puerta y en cuanto atravesaron el umbral, Soun Tendo se abalanzó sobre ella.
—¡Akane! ¡Hija mía! —Y lloriqueó mientras la abrazaba con fuerza.
—Estoy en casa, papá —murmuró Akane.
—¡No vuelvas a hacer algo como eso! —ordenó Soun con rostro severo—. ¿Cómo se te ocurre irte de casa de improviso, sin decir adónde vas? ¡Podría haberte ocurrido cualquier cosa! ¡Y tu reputación…! Gracias a Kamisama estabas con tu hermana Kasumi, o tendríamos que haber lamentado algo terrible.
Akane no quiso ahondar por el momento en el tema de su maltrecha reputación, así que se concentró en el otro.
—Pero, papá, yo sí dije que iba a la casa de Kasumi —replicó mirando a Nabiki, que en ese instante se alisaba la manga del vestido con un gesto de estudiada distracción.
—¡Mi querida Kasumi está aquí también! —exclamó Soun Tendo sin prestarle atención—. Y también el doctor Tofú. ¿Ha dejado encargado a sus pacientes, doctor?
—Los dejé en manos de mi asistente —replicó Tofú con una sonrisa amable—, solo por un par de días.
—Oh, pero tienen que quedarse más tiempo —se lamentó Soun mientras los hacía pasar a la sala. En seguida se volvió hacia el gordo mayordomo—. Pan-da, traiga el té para las damas, y algo fuerte para el doctor y para mí. ¿Le apetece un aperitivo antes de la cena, doctor? ¿Un poco de amazake?
El señor Pan-da se aprestó a cumplir la orden, moviéndose con displicencia y sin el menor apuro. Los demás se acomodaron en los sillones alrededor de la mesita baja en el centro de la sala. El señor Tendo le dio conversación al doctor hablándole de más de una dolencia que lo afligía. Las tres hermanas se sentaron juntas, hablando muy rápido para poder ponerse al día en cada detalle durante el tiempo que no se habían visto.
—¿Cómo te fue… en la casa de apuestas? —quiso saber Akane de pronto, mirando a Nabiki.
—¡Casa de apuestas! —exclamó Kasumi consternada.
—Un plan de Nabiki, para recuperar la fortuna que perdió papá.
—Bueno… no tan bien como pensé —tuvo que admitir Nabiki torciendo los labios—. No contaba con que no me dejaran pasar. ¡Quién hubiera pensado que en un lugar de mala muerte como ese tendrían reglas!
—Oh —murmuró Kasumi.
—Eso no detuvo a papá, claro —continuó Nabiki—. Se envalentonó con el sake que había tomado y creyó que sería el ganador de la noche.
—No me digas que…
Nabiki suspiró y se recostó en el sillón.
—Ganó en dos ocasiones, lo que lo hizo todo mucho peor, porque creyó que su racha continuaría. Y, para el final de la noche, ya había perdido otra vez los yenes que ganó.
Kasumi y Akane también soltaron un suspiro de desaliento, y las tres hermanas compartieron una mirada.
—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Kasumi.
Nabiki negó lentamente con la cabeza.
—Al menos la temporada todavía no ha comenzado, así que no hay que organizar fiestas y encargar vestidos nuevos —murmuró—. Pero, como la mayoría de la clase alta no está en Tokio, los negocios de papá tampoco prosperan.
En ese momento, el señor Pan-da volvió a entrar en la estancia con una bandeja, trayendo tazas, una tetera y una botella pequeña con dos vasos, que dejó sobre la mesita. Kasumi le agradeció con una sonrisa y empezó a servir. El señor Pan-da se retiró a un rincón de la sala, donde permaneció de pie, con las manos tomadas tras la espalda, dispuesto para cuando su señor lo necesitara otra vez.
Akane se quitó los guantes y tomó la taza que le ofrecía su hermana. El té estaba delicioso, muy caliente y dulce, y todos alrededor charlaban y reían juntos. Era bueno estar de nuevo en casa. Su lastimado corazón se había curado un poco en el calor de su hogar. Estaba lista para dejar de pensar en Ranma Saotome.
—Querido —dijo Kasumi mirando a su esposo—, ¿te parece bien ahora?
—¿Qué sucede, hija mía? —preguntó Soun mirando a uno y otro alternativamente.
Kasumi sonrió de nuevo, más ampliamente. Tofú asintió, también con una sonrisa, y se aclaró la garganta.
—Bueno, querida familia —dijo— Kasumi y yo… estamos esperando un hijo.
—¡Oh!
—¿Es eso cierto, hija mía?
—¡Así es, papá!
Hubo un momento de exquisito alboroto donde todos llenaron de abrazos, besos y felicitaciones a Kasumi y Tofú, y más de uno de los presentes derramó algunas lágrimas. Incluso el señor Pan-da se acercó feliz y orgulloso, porque conocía a las hijas de la familia desde su tierna infancia, cuando todavía vivían en el campo, y aceptó de buena gana la copa que le ofrecía Tendo para brindar. Después, todos se volvieron a sentar, felices, y hablaron de nuevos planes para el próximo año y la fecha en que nacería el bebé.
Akane estaba exultante. Veía tan feliz a su hermana mayor que solo aquello la llenaba de dicha. Tofú le sonrió desde el otro lado de la mesa y Akane le devolvió la sonrisa con una inclinación de cabeza, un poco avergonzada todavía porque él había sido testigo de aquella desastrosa escena entre Ranma y ella en su casa. Pero Tofú no hizo ningún otro gesto y miró a Kasumi, y cuando su hermana también lo miró, Akane se quedó estupefacta al observarlos a los dos. Allí, junto a varias personas que hablaban y reían en voz muy alta, sentados cada uno en un lado diferente de la mesa, se miraron a los ojos y parecieron hablarse. Durante un instante fue como si el resto no existiera para ellos y fueran capaces de decirse un sinfín de cosas solo con la mirada.
Para Akane, aquello fue doloroso. Una especie de pequeña punzada de envidia se le instaló justo en la boca del estómago y le impidió seguir disfrutando del té y de aquel momento familiar. En más de una ocasión había deseado con tener algo como eso, conocer a una persona especial con la que no fueran necesarias las palabras, sino solo los simples gestos. Una mirada, un roce, una sonrisa. En un mundo donde todos hablaban sin cesar de cosas vacías y sin importancia, había deseado quedarse en silencio con alguien sin sentirse incómoda. Mirar un atardecer y sentir la brisa del verano en las mejillas; pasear por la playa solo con el rugido del mar de fondo, o caminar en una calle bulliciosa uno junto al otro, sin hablar, pero acompañándose.
Y se sintió triste al comprender que quizás sus sueños nunca se harían realidad, y no tendría aquello tan simple que ella definía como amor.
—¿Estás bien, Akane? —preguntó Kasumi con una sonrisa.
—Sí… —respondió ella saliendo de su estupor—. Sí, claro.
—¡Esto tenemos que celebrarlo! —dijo entonces Soun Tendo poniéndose de pie—. Pan-da, dígale a la cocinera que cambie los planes y prepare una cena especial, ¿qué tal también un pastel?... ¡Claro! Además, también debemos celebrar el compromiso de Akane.
Todos se quedaron en silencio. Las hermanas se miraron entre sí.
—Ya te dije que no pienso casarme, papá —replicó después Akane.
Soun Tendo rio nerviosamente.
—Pero, Akane…
—Papá —lo interrumpió Kasumi—, creo que no es el mejor momento para insistir.
—¡Hijas mías! —dijo Soun mirando a una y a otra—. Es que no hay por qué insistir.
—Qué bueno que pienses de esa manera —murmuró Kasumi con una sonrisa.
—Le di mi palabra a mi amigo Tsubasa Hibiki, y debo cumplirla —continuó Tendo—. Akane va a casarse con su hijo, y punto.
De nuevo, hubo un pesado silencio. El señor Pan-da se quedó quieto, sin saber si salir a cumplir su orden con la cocinera o quedarse a mirar.
Akane se puso de pie.
—Aquí vamos de nuevo —susurró Nabiki para sí bebiendo un sorbo de té.
—Padre —sentenció Akane—, no voy a casarme con él.
—Querida mía…
—Papá —intervino Kasumi otra vez—, ¿no crees que vale la pena escuchar las razones de Akane para no desear casarse?
—Bueno… quizás tengas razón, Kasumi —dijo Tendo después de un instante de indecisión.
Su hija sonrió y se volvió a mirar a Akane. La jovencita irguió la espalda y echó atrás los hombros, entrelazando los dedos de las manos por delante del cuerpo.
—No pienso casarme… con un desconocido —dijo.
—Pero eso se arregla muy fácilmente, hija mía —replicó Soun—. Como prometidos, pueden pasar tiempo juntos para conocerse mejor, cuidando las formas, por supuesto. Tu hermana Kasumi puede hacer de chaperona.
—¡No lo haré!
—¡He dado mi palabra, Akane! —exclamó Tendo casi al borde del llanto—. Por favor, sé buena hija.
—¿Para qué, papá? ¿Para que puedas venderme a ese hombre?
—¡Hija mía!
—¿Acaso es mentira? —preguntó Akane con insistencia—. ¿Piensas entregar a tu hija a un desconocido por dinero?... Has despilfarrado la fortuna de la familia.
Tofú se volvió hacia su suegro con un gesto de asombro y Kasumi se puso de pie, sonriendo tanto que era probable que las mejillas se le agarrotaran.
—Akane, no deberías decir cosas como esas —dijo con dulzura—. Además, estoy segura de que papá está más que dispuesto a reconsiderar su decisión —agregó, volviéndose hacia su padre.
—No puedo —musitó Soun Tendo apenado—. He dado mi palabra, hija mía, y mi palabra es sagrada. Tsubasa Hibiki es un hombre honorable en extremo y sería terrible cometer esa clase de falta ante él.
—Porque invirtió generosamente en algunos de tus negocios —intervino Nabiki dando otro sorbo a su té. Cuando todos se volvieron a mirarla se encogió de hombros—. Solo necesité una simple visita al despacho de papá y un poco de curiosidad para leer algunos papeles y ya estaba enterada.
—¡Entonces es verdad! —exclamó Akane.
—Por supuesto que no, hija mía —replicó en seguida Soun Tendo—. Se trata de un viejo y muy cercano amigo, no de negocios de esa clase. Uniremos a nuestras familias al casar a nuestros hijos, como siempre soñamos. Seremos familia de verdad.
—¡Pues no lo consiento! —sentenció Akane—. Además, si se trata de unir a las familias, no es necesario que sea yo la elegida. Te recuerdo, papá, que tienes otra hija soltera.
Todos se volvieron hacia Nabiki otra vez, que estaba levantando la tetera para llenarse la taza de nuevo.
—Ni se les ocurra —murmuró.
—Eso no puede ser, Akane, porque yo te elegí como esposa para el vizconde —dijo Soun Tendo cada vez más nervioso—. Por favor, entiende, di mi palabra, y, como mi hija, harás lo que yo te diga.
—¡No!
—Algún día tendrás que casarte, Akane —insistió Tendo, demasiado relajado por el alcohol como para ponerse tan firme como la vez anterior.
—Pues dudo mucho que el vizconde desee casarse… con una mujer arruinada —sentenció Akane.
Como siempre, no había podido dar aquella noticia con la calma y el tacto que se requería. Nunca había tenido la paciencia y la candidez de Kasumi para decir las cosas importantes. Todos se quedaron en silencio nuevamente, pero esta vez fue diferente, porque hubo respiraciones contenidas y jadeos de asombro, y el aire se cargó de tensión.
—¿Qué estás diciendo, hija mía? —murmuró Tendo, palideciendo.
—Yo…
Akane empezó a sentirse nerviosa con la vista de cinco pares de ojos clavados en ella, y las palabras no le salieron tan resueltas como imaginó.
—Bueno, que yo… estoy…
—¿Es eso verdad, hermanita? —inquirió Kasumi, asombrada. Y también con un deje de decepción en la voz que Akane no pudo evitar notar.
—No puede ser cierto —terció Nabiki con fuerza.
—Pasé la noche con un hombre… en Nasu —musitó Akane, cohibida.
Soun Tendo soltó un agudo chillido, mezcla de grito y llanto, que parecía decir «¡hija mía!» y se desmayó, pero lo sostuvieron a tiempo el señor Pan-da y el doctor Tofú y no sufrió ninguna lesión de temer. De inmediato intentaron reanimarlo, agitando uno de los almohadones para darle aire y colocándole un poco de licor en los labios y bajo la nariz, hasta que pareció volver un poco en sí, pero por completo angustiado y lloroso, y el doctor dictaminó que lo trasladaran a su alcoba para que pudiera descansar sus nervios afligidos. Así que lo llevaron casi en andas Pan-da y Tofú.
Cuando la puerta de la sala se cerró y las tres hermanas se quedaron solas, Akane sintió el peso de sus miradas hundiéndola en el suelo. Quiso retroceder, pero tras sus piernas estaba el sofá y cayó sentada en los mullidos almohadones.
Inesperadamente, fue Nabiki la primera en hablar, aunque Akane hubiera esperado un sermón por parte de Kasumi, a quien siempre había considerado casi una madre.
—¿Cómo se te ocurre inventar una cosa como esa? —la reprendió.
Akane se quedó momentáneamente sin habla.
—Pero… no es mentira —dijo.
—¿O sea que… te fuiste a la cama con un desconocido? —inquirió su hermana.
—¡Nabiki! —la regañó Kasumi de inmediato.
—Qué extraño que te enfades tanto, ¡cuando fuiste tú la que me dio la idea precisamente! —se defendió Akane.
—¡Yo te dije que te casaras con alguien que te gustara! —replicó Nabiki en seguida, poniendo las manos en jarras para dar más énfasis a sus palabras—. ¿No te das cuenta de que esto va a arruinar todas mis posibilidades? Hay un marqués interesado en mí, Akane, ¡un marqués! Y todo ha sido llevado con total propiedad y recato. Si se llega a saber que mi hermana estuvo con un hombre y está arruinada, y que un vizconde la rechazó justamente por eso… ¿dónde crees que quedarían mis planes de boda?
—Lo siento, no lo sabía —se disculpó Akane, pero de inmediato expuso su punto de vista con pasión—. Pero, me parece que, si alguien te rechaza por las decisiones que tomó tu hermana, en realidad no te quiere lo suficiente. Y no es una buena opción como marido, además.
—¿Y quién habló de amor, Akane? ¡Despierta de una buena vez y date cuenta de cómo es el mundo! Él va a ofrecerme su dinero y su título, y yo le ofreceré mi inteligencia y mi profundo conocimiento de los secretos de la sociedad. Cada chisme y cada jugosa información va a rendir sus frutos cuando el marqués quiera impulsar sus ideas y reformas en el parlamento.
—Yo… L-Lo… si-siento —tartamudeó Akane.
—¡Ay, por Kamisama!
—Ya es suficiente, Nabiki —dijo Kasumi y volvió a sentarse—. Yo tampoco sabía nada sobre tu marqués, debo agregar.
—Por supuesto —replicó Nabiki con una sonrisa forzada—, y nadie iba a enterarse hasta que él viniera a pedir mi mano y estuvieran avanzadas las conversaciones de boda. Con esta familia de locos, no quiero que salga huyendo despavorido a buscar a alguien más conveniente. ¡Si hasta nuestro mayordomo se llama Pan-da!
—Lo tenías todo muy bien pensado —murmuró su hermana mayor, con una mezcla de miedo y respeto en la voz.
—Claro está. Además, es apuesto, no hay pérdida por ningún sitio.
Sonrió con suficiencia y Kasumi le correspondió el gesto después de un instante de vacilación. Incluso Akane se relajó y rio con timidez, y el instante de tirantez pasó, y las hermanas fueron de nuevo grandes confidentes y amigas.
—Si tan solo papá no me hubiera elegido a mí para casarme con el vizconde —suspiró Akane después.
Nabiki alzó los ojos al cielo y soltó un resoplido.
—¿No te das cuenta de por qué papá te eligió precisamente a ti para el vizconde?
—¿Qué? Bueno, yo…
—¡Es obvio! —dijo Nabiki—. Kasumi está muy bien casada, y aunque papá no sepa nada sobre el marqués, está claro que cree que soy muy capaz de conseguir al mejor partido posible. Pero tú, Akane…
—¿Yo qué? —preguntó la aludida frunciendo el ceño.
Nabiki y Kasumi se la quedaron mirando.
—Bueno, algún día tendrás que casarte, ¿no? Y me pregunto si existe el hombre que pueda aguantarte.
—Pues si hay uno dispuesto a aguantarte a ti, ¿por qué no lo habrá para mí?
—Touché, Akane, touché —replicó Nabiki, más divertida que ofendida por la rápida respuesta.
—¿Podrían dejar de pelear de esa manera? —pidió Kasumi forzando una sonrisa.
—Además —continuó Akane—, ¿quién dijo que iba a casarme? ¿Y si prefiero permanecer soltera?
Nabiki soltó una risita.
—¡Ay, por favor! ¿Crees que no conozco esas novelitas que siempre estás leyendo? Sé muy bien cómo son esas tramas, llenas de suspiros y besos robados, y perfectos caballeros que caen rendidos ante castas doncellas —dijo Nabiki moviendo las manos dramáticamente—. Sé muy bien lo romántica que eres, Akane, y cuánto sueñas con encontrar a tu príncipe azul, como en esas historias.
—¡Eso no es verdad! —replicó Akane sonrojada.
No quería un príncipe azul, con un hombre decente le bastaba.
—Pero —continuó, con las mejillas ardiendo—, si Kasumi fue capaz de casarse por amor, no entiendo por qué no se me permite hacer lo mismo.
—Kasumi tuvo suerte —respondió Nabiki chasqueando la lengua—. Es muy poco probable que conozcas al amor de tu vida, Akane.
—¡Pero Kasumi pudo conocerlo y…!
—¿Saben? Todavía estoy aquí sentada —les recordó Kasumi con una sonrisa, decididamente, forzada.
—Entonces, explícaselo tú, Kasumi —pidió Akane—. Tú crees en el amor.
—¡Oh, sí que creo! Pero… también pienso que tuve suerte, en el mundo no hay otro hombre como mi Tofú.
Akane gimió, al borde de la desesperación.
—¡Pero…!
—Yo, en cambio —dijo Nabiki—, soy mucho más mundana. Hay muchos buenos partidos y no me cierro a ninguna posibilidad. Claro que… eso no importa ahora, todos mis planes pueden estar a punto de derrumbarse por culpa de Akane y su maravillosa idea de pasar la noche con un desconocido.
—¡No es un desconocido! —insistió Akane con vehemencia.
—Es… —empezó a decir Kasumi con seriedad— es Ranma Saotome, ¿verdad?
Akane se quedó con la boca abierta y las mejillas rojas, balbuceó, tragó saliva. Y alcanzó a mentir al final:
—¡Por supuesto que no…!
—¿Quién diantres es Ranma Saotome? —preguntó Nabiki con el ceño fruncido.
—No es él —insistió Akane una vez más—. Pasé la noche con… un pretendiente que tengo. Pensamos casarnos.
Quizás se estaba precipitando, pero la mentira había salido demasiado fácilmente como para detenerla. Además, no podía permitir que Kasumi siguiera por esos derroteros o la descubriría. Se estaba pareciendo cada vez más a Nabiki. La dulce y tranquila Kasumi de soltera no era así, tal vez el embarazo la estaba transformando.
—Por supuesto —dijo Kasumi con firmeza—, después de lo que pasó es su deber casarse. Es lo que haría un hombre de verdad.
—S-Sí… —balbuceó Akane.
La mentira se estaba transformando en un verdadero monstruo y ya no sabía cómo detenerla. ¿Qué podía hacer a continuación? Tal vez, si le pedía ayuda a Ranma Saotome, él podría fingir que… ¡pero no! ¿Por qué pensaba en él para auxiliarla en aquel momento de necesidad? Él la había utilizado y la había seducido, y aunque al principio fue gentil, después mostró su verdadero ser. No era de fiar.
Aunque Akane se preguntó qué contendrían los papeles que él insistía en darle, y ella había echado al fuego en un arranque de furia.
Ahora se moría por saberlo.
—No estaba enterada de que tenías un pretendiente —intervino Nabiki ofuscada.
Le había calado hondo aquel terrible desliz de su parte. No podía ser que hubiera nada más y menos que dos hombres en la vida de Akane y que ella no estuviera enterada de nada, cuando siempre lo sabía todo. Tal vez se estaba concentrando demasiado en el marqués y había desatendido sus otros asuntos.
—Bueno… —empezó a decir Akane, pero se detuvo. No sabía exactamente qué decir para no seguir agrandando aquella mentira, pero tampoco podía quedarse callada, o sería peor.
—Será mejor que lo traigas a casa y se lo presentes a papá de inmediato —dijo Kasumi con firmeza.
—¡Pero yo…! N-No… No puedo hacerlo.
—Pensé que era tu pretendiente y que iban a casarse —murmuró Nabiki con suspicacia, alzando una ceja.
Kasumi se removió en el asiento y miró a su hermanita directamente a los ojos, enderezando la espalda y frunciendo las cejas.
—Akane, esto es muy serio —sentenció casi con enojo, si es que la dulce Kasumi podía llegar a enojarse—. Se trata de tu reputación y de tu futuro, pero también del honor de toda la familia. Nabiki tiene razón, arruinarás sus posibilidades de una boda provechosa si la sociedad se entera. Y ni hablar de cómo trastocaría todos los negocios de papá algo tan delicado, sobre todo en un momento como este, cuando él mismo fue tan insensato y perdió una fortuna apostando.
—Eso mismo —agregó Nabiki en un murmullo.
Akane tragó saliva, agachando la cabeza. Y sus ojos se llenaron de lágrimas. Había sido una tonta al actuar sin pensar, al dejarse llevar por la pasión que le despertó ese hombre de ojos azules. Pero más idiota había sido al pensar que aquello podría resolverle los problemas cuando solo le agregaba más peso a su consciencia y a su corazón. Odió más que nunca a la estúpida sociedad y sus estúpidas reglas, de las que siempre se había sentido una prisionera. Se preguntó para qué tanto esfuerzo de todos modos, si para los lores y la alta sociedad, los Tendo no eran más que unos nuevos ricos arribistas, sin elegancia y sin distinción. Aquellos esfuerzos de su padre por procurarle un título nobiliario a la familia eran inútiles porque, aunque lo tuviera, sus pares jamás lo verían como un igual. Incluso su amigo, lord Tsubasa Hibiki, lo utilizaba para poder casar a su excéntrico hijo.
¡El mundo era tan injusto! Pero lo más injusto era que la imposición de su padre la hubiera arrastrado a aquel destino.
Las lágrimas resbalaron por sus mejillas, pero se apresuró a secarlas. ¡No! Ella había tomado la decisión y sería fuerte, no echaría sobre otros hombros aquel peso. Si debía apartarse para siempre de su familia para asegurarles un futuro brillante, lo haría. Ellos jamás la repudiarían, lo sabía, la querían demasiado para apartarla de sus vidas; incluso, intentarían justificarla y ayudarla, por eso debía ser la propia Akane la que se fuera. Porque aquel pretendiente inventado no existía y, por tanto, no había nadie que pudiera salvarla de aquel destino cruel. Ni siquiera Ranma Saotome.
—Ay, hermanita —murmuró Kasumi apenada.
—Te ves como si necesitaras beber algo —intervino Nabiki—, pero me temo que el té ya se enfrió.
—Preferiría algo más fuerte —replicó Akane sorbiendo por la nariz.
Después de un momento de vacilación, Nabiki replicó:
—Bueno, está el amazake.
Akane alzó el rostro y la miró. Después, las dos volvieron la cabeza al mismo tiempo hacia la botellita que todavía estaba sobre la mesa. Nabiki se movió y la tomó.
—¿Qué me dices, Kasumi? —inquirió alzando la comisura de la boca.
—No puedo —respondió su hermana en seguida—, por el bebé.
Nabiki se encogió de hombros.
—En ese caso, no puedo dejarte beber sola, Akane —sentenció—. Además, me parece que es justo que yo también brinde por el marqués que se me escapará de entre los dedos.
—Eso todavía no es seguro —murmuró Akane, culpable—. Estoy segura de que… serás capaz de casarte con él.
—Yo pondré todo de mi parte, Akane, pero con tu situación…
—Sírveme —dijo en seguida Akane, cambiando la lástima por el enojo, mostrándole la taza de té vacía.
Nabiki le sirvió. Después devolvió el té de la suya, ya frío, a la tetera, y se sirvió también un poco de amazake. Las hermanas alzaron las tazas y brindaron, haciendo sonar la porcelana. Después se las bebieron, haciendo una mueca.
—Es en verdad asqueroso —comentó Nabiki.
—En realidad, no está tan mal —dijo Akane—. Es muy suave.
—¿Ahora sabes de licores?
—Te aseguro que el shōchū es mucho peor.
—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Kasumi curiosa.
—Akane, no me digas que…
Ella se sonrojó, pero alcanzó a responder.
—Lo bebí… esa noche.
—Vaya, vaya, hermanita —murmuró Nabiki divertida.
Kasumi se llevó una mano a la mejilla y Nabiki volvió a servir amazake.
—¡Esa será la última! —advirtió Kasumi.
—Sí, madre —replicó Nabiki juguetona. Sonrió y se volvió hacia Akane—. Bueno, ya que todo está perdido, ¿por qué no me lo cuentas, Akane?
—¿Qué cosa?
—Como fue esa noche en la que perdiste la castidad.
—¡Nabiki! No deberías hablar de esa manera —dijo en seguida Kasumi, avergonzada.
—Si te pregunto a ti qué se siente, estoy segura de que preferirías desmayarte antes de responderme —dijo encogiéndose de hombros—. Así que deja que estas pobres muchachitas, que se convertirán en unas solteronas, hablen sin tapujos. Vamos, Akane.
—Es que… —dudó—. Bueno, yo…
—Vamos, no es como si fuera a vender tus secretos —dijo Nabiki.
—En realidad… —confesó Akane— no lo recuerdo.
Su hermana se la quedó mirando como si de pronto le hubiera salido algo de la frente, y después se echó a reír con ganas.
—¡No es gracioso!
—¡Claro que lo es! —insistió Nabiki limpiándose las lágrimas de risa de las esquinas de los ojos—. Y también es irónico, que pierdas la reputación y el futuro por algo que ni siquiera recuerdas.
—No tendría que haber bebido —murmuró Akane.
—Exactamente —aprobó Kasumi con severidad.
—Bueno, pero a él lo recuerdas, ¿cierto? —preguntó Nabiki—. Al hombre con el que pasaste la noche.
—Por supuesto —respondió Akane sonrojada, y algo molesta. Tampoco era una borracha desatada que se había entregado inconsciente.
—¿Y cómo es? Quiero saber cómo es el hombre que le hizo perder la cabeza a mi hermanita.
—Bueno… —Akane dudó—. Es apuesto. Alto y…
—¿Y sus ojos? ¿Su cabello? —insistió Nabiki—. ¿A qué se dedica?... ¿O eso no lo sabes? ¡Ah, es verdad! Es tu pretendiente misterioso con el que vas a casarte, debes saber todo sobre él, por supuesto, ¿cómo puedo ser tan tonta? —Se dio un golpecito en la frente.
Sonrió maliciosamente y Akane se enfadó todavía más.
—Es Ranma Saotome, ¿verdad? —repitió Kasumi—. Escuché gritos aquel día en que fue a casa, estaban los dos peleando por algo.
—Pero ¿quién es Ranma Saotome? —insistió Nabiki perdiendo la paciencia—. ¿Cómo es posible que sea la única que no lo conoce?
—¡No lo es! —exclamó Akane y se bebió el resto del amazake de un trago—. ¡Ranma no es mi pretendiente!
—Conque Ranma, ¿eh? —dijo Nabiki en un murmullo lleno de diversión.
Akane se puso de pie y empezó a caminar de un lado al otro por detrás de los sillones. Era como si de pronto no pudiera quedarse quieta y necesitara a toda costa hacer algo con el cuerpo.
—Es solo un abogado que contrató el vizconde Nerima —dijo.
—¿Abogado?
—Al parecer, el vizconde no desea casarse tampoco.
—¿Por qué no lo dijiste antes, Akane? —exclamó Kasumi—. Entonces debe haber arreglado las cosas de alguna manera. ¿Qué te dijo ese abogado?
—No lo dejé hablar y lo eché —sentenció Akane con fuerza, sin dejar de pasearse—. ¡Fue muy grosero! Y él… ¡él…! —respiró agitada un instante y después de tragar saliva volvió a hablar—. Pero eso no importa, no me interesa lo que diga o quiera el vizconde. ¿Por qué debería estar sujeta a su disposición y buena voluntad? ¿Significa que, si él lo hubiera aceptado, tendría que haberme casado con él sin rechistar?
—En mi opinión, deberías haberlo escuchado, Akane —dijo Kasumi con gravedad—. Si el vizconde no deseaba la boda y estaba dispuesto a contravenir la voluntad de su padre…
—Lo dudo —intervino Nabiki, que también terminó su amazake, haciendo un mohín—. No creo que el vizconde sea capaz de ir contra las ordenes de su padre. Se sabe que el conde de Ōta es un hombre bastante cruel y autoritario, acostumbrado a hacer su voluntad sobre todo el mundo, incluidos sus amigos, como ya hemos visto.
—¿Ahora lo comprendes, Kasumi? —preguntó Akane desolada—. No tenía opción… ¡y no me arrepiento de lo que hice!
—Sigo pensando que deberías haber escuchado la propuesta de ese abogado —respondió Kasumi—. Después de todo, ¿qué tenías que perder?
—Yo… ¡Yo no…!
Nabiki soltó un suspiro de cansancio.
—Era él, ¿cierto? —dijo—. El hombre con el que pasaste la noche.
—¡¿Podrían callarse las dos de una vez?!
Akane las miró echando chispas, y Nabiki y Kasumi compartieron un gesto de entendimiento.
—Entiendo tu situación, Akane —comentó Nabiki pensativa—. Supongo que cuando él se enteró de que no recordabas nada se enfadó, ¿cierto? Los hombres son muy quisquillosos con esas cosas.
Akane soltó un grito de frustración, a punto de empezar a arrancarse el cabello con las dos manos.
—Bueno, si no es él, en ese caso es una suerte, ¿verdad? —agregó después Nabiki, buscando de nuevo la mirada de su hermana mayor—. No es a Ranma Saotome al que le pasará algo cuando papá se entere.
—¿Qué quieres decir, Nabiki? —inquirió Kasumi con curiosidad.
—¡Ya sabes, Kasumi! Lo que ocurrirá… cuando papá se entere —repitió con énfasis.
Y al ver que aquello no surtía efecto, Nabiki movió con gracia la larga falda de su vestido para que ocultara el pisotón que le dio.
—¡Ay! —exclamó Kasumi, inclinándose para frotarse el pie.
Akane dejó de pasearse y se volvió hacia ellas. Nabiki le echaba una mirada elocuente a Kasumi.
—Oh, sí —murmuró la mayor con un gesto de dolor—. Lo que hará… papá…
—¡Lo retará a duelo, por supuesto! —exclamó Nabiki con dramatismo, volviéndose hacia Akane—. Para salvar tu honor mancillado, hermana. Será mejor que tu pretendiente esté preparado.
—Papá nunca haría algo así —dijo Akane con fuerza, aunque no estaba muy segura. Más bien se inclinaba a creer que sí era posible—. Además… los duelos están prohibidos desde hace años.
—¿Eso qué importa? —dijo Nabiki encogiéndose de hombros—. Las reglas de esta familia son romper las reglas. Lo mínimo que satisfará el golpe a su hombría será masacrar al culpable de seducir a su hijita… ¿Verdad, Kasumi?
—Oh… sí —replicó esta, con mucha menos convicción.
—Y ya sabes que papá es muy buen tirador, Akane —continuó Nabiki—. ¿Qué tal se lleva tu pretendiente con las pistolas?... Espero que se vaya consiguiendo un padrino.
—Pero… —murmuró Akane.
—Y asegúrate de despedirte de él antes del fin —remató Nabiki con seriedad, alzando el dedo índice.
—Pero… —volvió a decir Akane. Se sentó lentamente frente a Nabiki—. Si no se lo digo, papá nunca podrá averiguar quién es.
Su gesto de espanto decía exactamente lo contrario, y Nabiki sonrió con malicia.
—Todo se puede averiguar, Akane, yo lo sé muy bien. Para nuestro padre será pan comido saber quién fue el hombre que te perdió —murmuró poniéndose el dorso de la mano en la frente.
Akane bajó el rostro, preocupada. No, Ranma Saotome no moriría a manos de su padre en un duelo. ¡Era inconcebible! Ni siquiera quería considerar el hecho de que su padre pudiera enterarse de su existencia. Aunque… si sus hermanas hablaban con la insistencia con que lo hacían, debía significar algo, ¿cierto? Por ser las mayores, ellas conocían a su padre un poco más. Y Nabiki tenía razón, su padre era excelente utilizando pistolas.
De pronto, a Akane no le gustó nada pensar en la muerte de Ranma Saotome.
Se levantó de un salto, anunciando:
—Iré a cambiarme para la cena.
Sus hermanas la observaron marchar, sin dirigirles siquiera una mirada, ensimismada en sus pensamientos. Cuando la puerta se cerró otra vez, Nabiki se cubrió la boca con una mano y soltó una risita.
—¿Por qué hiciste eso, Nabiki? Sabes muy bien que papá es demasiado cobarde como para retar a duelo a alguien.
—Akane es tan fácil de engañar —respondió su hermana con una sonrisa—. Pero lo hago también por mí, si Akane corre mañana a los brazos de su amado para salvarlo de la muerte, es probable que todo termine bien y se casen, y así no habrá inconvenientes. Entonces, el marqués estará seguro de pedir mi mano.
—De alguna forma, no me sorprende que busques siempre lo más conveniente para ti —murmuró Kasumi afligida—. Pero estás asumiendo que Akane está enamorada, hermana.
—O eres ciega, o estás tan obnubilada por tu Tofú que eres incapaz de darte cuenta de nada, Kasumi.
—Bueno, yo… —La mayor se sonrojó suavemente.
—Akane solo se pone así cuando algo le importa de verdad. Cuando se queja de otros hombres, solo resopla sin más, ahora estaba realmente enojada. Se volvió muy pasional.
—Quizás es porque lo odia de verdad —dijo Kasumi con mesura.
—Ya sabes lo que dicen, Kasumi, del odio al amor… —Nabiki se puso en pie y se ajustó el corpiño del vestido, tirándose de las mangas—. Vayamos a ver cómo está papá. Apuesto a que no se perderá la cena, porque la cocinera preparó su platillo favorito. Aunque seguirá llorando mucho, supongo.
Kasumi también se levantó y siguió a su hermana hasta la salida.
—Lamento tanto que mi plan no haya funcionado —comentó poniéndose una mano en la mejilla.
—¿Tenías un plan?
—Pensé que papá estaría tan feliz con la noticia de su futuro nieto que sería más indulgente con Akane y le permitiría rechazar al vizconde.
Nabiki abrió la puerta y suspiró.
—¡Ay, Kasumi! ¡Por momentos eres tan ingenua! —dijo.
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.
Ranma arrugó la escueta nota en un puño y la lanzó al basurero de metal que estaba junto a su escritorio.
—¿Pero qué mierda? —dijo en voz alta.
En cuanto llegó a su oficina esa mañana, la nota ya estaba allí, lo que significaba que el vizconde la había enviado muy temprano por la mañana. Debía encontrarse ya en Tokio, y no en su casa de campo como indicaban los informes de Yoshikawa. En pocas líneas le informaba a Ranma que ya no requería sus servicios, aunque le entregaría lo que faltaba del dinero correspondiente por el pago de sus honorarios. De haber puesto en funcionamiento el plan para evitar la boda, Ranma debía cancelarlo de inmediato.
¿O sea que el vizconde pensaba casarse al final? ¿Con Akane Tendo?
Antes siquiera de ser consciente de su resolución, Ranma Saotome ya supo que no lo permitiría. No importaba que aquella mujer fuera una cabezota intratable, torpe y gritona, además de muy fea, era su deber salvarla de un matrimonio desastroso, porque lo habían contratado para ello. No importaba tampoco que ahora no requirieran sus servicios, él los pondría a disposición de todas maneras, porque, al imaginarla en los perversos brazos de Ryoga Hibiki, sintió una terrible intranquilidad. Y se dijo que él no podía dejar las cosas a medias y sin resolver. No era exactamente Akane Tendo la que le importaba, sino un cliente satisfecho, ya que esa era precisamente su política.
Se sentó a su escritorio y meditó largamente la situación, hasta encontrar la solución más factible. ¿Descabellada? Quizás, si se la miraba desde cierto ángulo. ¿Desesperada?... No se lo planteaba así, sino como una medida extrema que tendría que soportar estoicamente por un bien mayor. Y cuando la sonrisa luminosa y los ojos de chocolate de Akane Tendo aparecieron en su mente, se quedó un poco espantado del salto que dio su corazón.
Llamó a gritos a su secretario y escribió apresurado en un papel las nuevas instrucciones.
—Hazlo —le ordenó a Gosunkugi—. Lo más rápido posible. Si está listo hoy mismo, te daré un bono.
El secretario ni siquiera se inmutó por aquella muestra de generosidad tan poco propia de su patrón. Comentó con tranquilidad:
—Son los documentos que ya hice.
—Sí, pero necesito que cambies los nombres —indicó Ranma entregándole un segundo papel.
El rostro imperturbable de Gosunkugi mostró entonces un ápice de emoción, la primera que Ranma veía en los casi cinco años que trabajaba para él. Alzó las cejas y lo miró directamente al rostro.
—Debe haber un error —comentó.
—No lo hay —dijo Ranma, hermético.
Gosunkugi no se movió. Continuó sosteniéndole la mirada hasta que Ranma se sintió incómodo, ¡cuando tenía que ser exactamente al revés!
—¿Entonces va a…? —empezó a preguntar Gosunkugi.
Pero Ranma lo interrumpió antes de que terminara.
—Encárgate. Y recuerda que seguimos trabajando para el vizconde Nerima.
El secretario volvió a alzar las cejas, pero asintió, y su gesto imperturbable se instaló una vez más en su rostro. Volvió a ser el Gosunkugi de siempre y Ranma respiró aliviado. Tantas muestras de sentimiento por parte de ese hombre empezaban a incomodarlo.
—Sí, señor.
El resto de la mañana, Ranma se encargó de los otros asuntos que requerían su atención. Al mediodía comió en el restaurante de la anciana Cologne, y aunque la comida estaba deliciosa como siempre, no logró disfrutarla del todo. Algo lo tenía profundamente intranquilo. Quizás los nuevos informes de Yoshikawa, que le había entregado justo antes de irse a comer. El vizconde había viajado a Tokio con su padre, y uno de los sirvientes de la mansión había escuchado —seguramente espiando detrás de la puerta— que las amonestaciones para la boda se publicarían dentro de dos días.
¿Qué mierda había pasado?
Estuvo desconcentrado el resto de la tarde y arruinó tres documentos importantes emborronándolos con tinta, lo que provocó una mirada airada de Gosunkugi. Rechazó dos citas con altos funcionarios y le pasó a uno de sus ayudantes de confianza la tarea de entrevistarse con una dama de la alta sociedad que requería sus servicios. ¡No estaba para asuntos de tan poca importancia cuando Akane Tendo estaba a punto de casarse!
Aunque no era ella la que importaba, se recordó, sino un trabajo bien hecho.
Cerca de la hora del té, Gosunkugi golpeó la puerta del despacho y entró.
—Tengo los documentos, señor —dijo con su habitual tono desapasionado.
—¡Excelente!
Gosunkugi volvió a salir, murmurando que todavía tenía mucho trabajo que hacer, pero Ranma no lo escuchó. Estudió los papeles con una sonrisa de suficiencia y los dobló con parsimonia. Se los guardó en el bolsillo de la chaqueta.
Cinco minutos después, Gosunkugi volvió a golpear la puerta y entrar.
—Tiene visita, señor —comentó con voz monocorde.
—Te dije que le pasaras todas mis citas a Shimada —respondió Ranma con un gruñido.
Entonces, vio aparecer por detrás de Gosunkugi la fina tela de una falda y a una mujer que se quedaba de pie justo en el umbral. Akane Tendo lo miró a los ojos y esbozó una sonrisa forzada.
A Ranma se le secó la boca.
—Insistió mucho, señor —replicó el secretario.
—Sí, sí —dijo Ranma nervioso—. Bien… déjame hablar en privado con la señorita Tendo —ordenó con fuerza.
Al escuchar el nombre, y por segunda vez en ese día, el rostro de Gosunkugi se transformó, sus ojos se pusieron alerta y se volteó, recorriendo a Akane con una mirada escrutadora y nada disimulada. A Ranma no le gustó lo más mínimo.
—Tráenos té —le ordenó de malos modos—. ¡Y pastas!
Gosunkugi pareció salir de su estupor.
—No tenemos pastas.
—¡Pues ve a comprarlas entonces!
El secretario frunció el ceño. Aquello no entraba dentro de sus funciones, y Ranma lo sabía, pero no le importaba lo más mínimo. Con un gesto de la mano lo urgió para que saliera.
Cuando se quedaron solos, Akane empezó a moverse nerviosa, pasando el peso del cuerpo de un pie al otro, mirando con curiosidad alrededor de la oficina, sosteniendo entre sus manos lo que parecía ser una amplia sombrerera.
Ranma parpadeó, sin saber tampoco qué decir. Se dedicó a estudiarla a placer mientras ella no lo miraba. Usaba un vestido azul, con un escote discreto pero insinuante. Los ojos de Ranma no pudieron evitar detenerse en aquella zona un poco más de tiempo, al igual que en la estrecha cintura, y en los mechones que le caían a cada lado de las orejas. Un largo mechón de cabello se le curvaba y reposaba justo en la clavícula, contrastando oscuro contra la piel clara. Tuvo unos deseos locos de apartarlo y depositar un beso justo en aquel punto. Ideas tan tontas como perturbadoras.
Se concentró en su rostro, con las mejillas algo sonrojadas por el aire frío, y paseó la mirada por su boca. En ese instante, ella se estaba mordiendo el labio inferior con nerviosismo, y Ranma tuvo que agitar la cabeza y apretar un puño.
Se aclaró la garganta.
—Señorita Tendo —dijo con formalidad.
Ella se sobresaltó y lo miró, abriendo ligeramente los ojos, sonrojándose más profundamente.
—Señor Saotome —respondió, inclinando un poco la cabeza.
Bueno, ¿y ahora qué?, se preguntó Ranma. Parecía que la escena en la casa de su hermana había sucedido una eternidad atrás. Había dicho cosas muy estúpidas, pero solo porque ella lo había provocado. Sus emociones siempre cambiaban con facilidad cuando estaba con Akane, como si ella tirara cuerdas invisibles dentro de su cuerpo. Eso lo perturbaba, pero también lo intrigaba. En realidad, nunca había conocido a una mujer como ella, y eso, tenía que admitir, le gustaba. Le agradaba que ella se destacara del resto del mundo, era demasiado hermosa como para pasar desapercibida para nadie, y desde luego no era diferente para él.
¡No! ¿Qué estaba pensando? ¡Era fea, sumamente fea! Además de nada delicada, torpe y prácticamente una marimacho.
Ella tragó saliva y avanzó un paso.
—Vine… —dudó—. Vine a devolverle su abrigo.
Se acercó al escritorio y dejó la sombrerera encima. Ranma miró la caja, después la miró a ella.
Mentira. Esas cosas se enviaban con un criado, acompañadas de una nota, como mucho. Nunca se traían en persona. Ni siquiera la poco sofisticada —y fea— de Akane Tendo pasaría por alto esa clase de reglas sociales. Sobre todo, una mujer soltera nunca vendría a ver a un hombre, ni mucho menos se encerraría con él si no quería despertar habladurías.
Esa mujer lo hacía todo mal.
O quizás, había venido a verlo, pensó Ranma, porque no podía alejarse de él. Aquel pensamiento lo hizo sonreír con cierta suficiencia y hasta coquetería.
—Ya veo —dijo.
Esa idea era interesante. No es que fuera una sorpresa, sabía cómo ella reaccionaba a él cuando la tenía entre sus brazos, pero que existiera la posibilidad de que se tratara de algo más que deseo era completamente nuevo.
Akane se movió, incluso más nerviosa que antes. ¿Por qué ese hombre sonreía de esa forma? ¿Intentaba seducirla? ¡Qué absurdo! Aunque fuera apuesto, no iba a funcionar, no después de la forma en que se había comportado con ella.
Solo por hacer algo, y porque no sabía todavía qué decir, se acercó a una de las estanterías que estaban a los lados del cuarto, y repasó los libros ordenados allí. Muchos de leyes, pero algunos otros de historia y tratados de política, incluso de ciencias naturales.
—¿Los ha leído todos? —preguntó intrigada. Por un instante, estuvo tentada de pedirle prestado uno que se veía particularmente interesante. ¡qué tontería!
—No —respondió él.
Akane notó que la voz venía de muy cerca, como si estuviera de pie justo detrás de ella, y todos sus sentidos se pusieron alerta. Se le erizaron los pelos de la nuca y el corazón se le desbocó. Qué injusto que un hombre odioso como Ranma Saotome fuera el único que le provocaba esas sensaciones. Se enojó.
—Ah —dijo, conteniéndose para no agregar otra cosa que le hiriera el orgullo.
Tuvo que recordarse más de una vez que había ido solo para salvar a ese hombre de la muerte, y también a su padre de convertirse en un asesino. Aunque se preguntó si en realidad Ranma necesitaba que lo salvaran, parecía más que capaz de defenderse solo.
—Así que… —dijo él.
Se interrumpió y Akane se dio la vuelta para saber por qué. Entonces lo vio casi pegado a ella, demasiado cerca. Y eso la asustó. Dio un paso atrás, pero con tanta mala suerte que su pie dio contra la pata de una silla y trastabilló.
Ranma la sostuvo tomándola por el brazo con fuerza.
—Eres… de verdad muy torpe —murmuró.
El corazón de Akane se puso a galopar todavía más fuerte y cualquier pensamiento cuerdo se borró de su mente.
—N-No…
—Si contara todas las veces que te has caído…
—¡Se trata de un malentendido!
—No lo creo.
—Es la verdad.
—Mmm… sigo sin creerlo.
—¡Pues no me importa lo que crea! —se enfadó ella.
—¿Ahora te das cuenta de lo que se siente cuando no te creen?
—¿Qué… qué quiere decir? —inquirió Akane mirándolo a los ojos.
Si no hubiera creído que era ridículo, hubiera pensado que los ojos de Ranma reflejaban dolor, uno profundo y casi terrible.
—No entiendo…
Se había olvidado por completo de su enojo hacia él.
Pero Ranma no respondió, tiró de su brazo y la acercó todavía más a él, hasta que sus ropas se rozaron. Akane tuvo que apoyar una mano sobre su pecho para no perder el equilibrio. ¿Qué estaba pasando? Si él quería besarla, ella no podría resistirse, y la sola idea la hacía temblar de pura anticipación.
—¿Qué está…? ¿Qué está haciendo? —preguntó sin aliento.
—Tienes una cosa en el pelo.
—… ¿Qué?
Akane se quedó completamente congelada cuando sintió los dedos de él rozándole el cabello y apartando uno de los mechones. Incluso, estaba segura de que, antes de soltarla del todo, se había enroscado una hebra en la punta del dedo y la había mirado como hipnotizado.
¿Qué era lo que estaba pasando?
¿Y por qué él no la había besado, como hacía siempre?
Descubrir que de verdad se sentía decepcionada hizo que bajara los ojos, afligida, cubierta por una repentina y estúpida vergüenza. Ojalá él fuera un hombre un poco más agradable y dulce, y ojalá no la hubiera engañado, porque estaba segura de que podría enamorarse de él muy fácilmente.
—Tenías una cosa en el pelo —repitió Ranma.
Akane lo miró otra vez y descubrió que él le mostraba una hojita seca entre los dedos.
¿Entonces hablaba en serio? ¿No era una excusa para estar cerca de ella?
—Ah… Es que olvidé ponerme sombrero —murmuró.
—De verdad eres muy torpe.
—No lo soy —se defendió ella con fuerza, pero vio que los ojos de él tenían un brillo de humor—. ¿Se está burlando de mí, señor Saotome?
—Para nada, señorita Tendo.
Akane no le creía en absoluto.
—¿Y por qué olvidaste ponerte sombrero? —preguntó él de repente.
—Bueno, es que…
«Es que estaba preocupada de que murieras».
No le iba a responder eso. Ya podía imaginarse su sonrisa engreída si lo hacía. Se quedó callada. Y se dio cuenta de que, aunque él la había soltado, no se había apartado ni un centímetro, y ella tampoco. Aunque, claro, ella tenía la excusa de la silla detrás del pie.
¿Por qué cuando estaba con él era como si el tiempo se congelara y la mente se le nublara? De alguna manera, él siempre la dejaba sin habla, una sensación bastante irritante, porque la hacía sentirse como una tonta.
—Es que…
—¿Es que?
—Solo lo olvidé.
Ranma la observó más atentamente.
—¿Y por qué viniste? Creo que la última vez dejaste bastante claro que no querías volver a verme.
Ah, sí. Claro.
—Vine… a devolverle el abrigo.
Él pestañeó varias veces.
—Claro.
—Claro —repitió ella.
Definitivamente, esa conversación no estaba yendo a ningún lado. Akane agradeció que la puerta se abriera de improviso en ese instante y Ranma se apartara de ella hasta quedar a una distancia decente.
Gosunkugi dejó una bandeja con una tetera, dos tazas y un azucarero sobre una mesita redonda que había del lado opuesto de la habitación.
—No quedaban pastas —anunció.
Y Ranma estaba seguro de que lo había dicho con mucha satisfacción.
—No te daré ese bono —le gruñó Ranma en voz baja, acercándose a la mesa.
Pero el secretario no le hizo caso y salió del cuarto sin volver a mirarlo, por lo que Ranma tuvo que desquitarse apretando los puños.
No tenía ganas de té. En realidad, se sentía nervioso, abrumado, y el estómago había empezado a dolerle. Y, cuando estuvo cerca de Akane Tendo, con la mano metida en su pelo, había tenido que recordarse una y otra vez «fea, fea, fea», como si fuera un mantra. Siempre había creído que cuando los poetas describían a las mujeres con cabello como la seda, piel cremosa y labios de pétalo de rosa eran puras patrañas, pero ahora tenía que admitir que era la más pura verdad. Al menos con Akane.
Ella tenía un pelo tan suave que era un placer enroscárselo en los dedos, y su piel era sedosa, recordó, así la había percibido cuando la saboreó con la boca, en aquella noche tan lejana y terrible. Y mejor no empezar a recordar sus labios.
Estaba excitado.
Y frustrado, comprendió, porque no había podido tenerla. Porque no había podido hacerle el amor, y eso era en lo único que había podido pensar en todo ese tiempo. Incluso cuando peleaban, solo pensaba en besarla y desnudarla, como si se convirtiera en un animal sin raciocinio. Él nunca había sido así. Se consideraba educado, no un perfecto caballero, pero educado, decente. Pero con ella perdía por completo las buenas costumbres.
Se asustaba de sí mismo.
Tragó saliva y tocó, por encima del bolsillo, el papel que había guardado. Lo ponía nervioso como si fuera una auténtica proposición de matrimonio, ¡cuando no lo era!
¿Pero no lo era? ¿Y si lo había hecho a propósito? ¿Y si quería acorralarla, ahora que no tenía más opciones, para poder llevársela a la cama? ¿Y si estaba haciendo lo que hacía siempre, utilizar una argucia legal para salirse con la suya?
—¿Señor Saotome? —dijo Akane.
Él se aclaró la garganta.
—Sentémonos —ofreció indicando la mesita, solo porque en realidad no sabía qué decir.
Nunca en su vida había estado en una situación como esa y se sentía como un auténtico idiota. Qué irónico, solía pensar que era el mejor en lo que hacía y que nadie podía ganarle al gran Ranma Saotome, y ahora había sido vapuleado por una chiquilla casi diez años menor que él.
De ser posible, se patearía el trasero él mismo.
—Permítame —dijo Akane acercándose a la bandeja. Necesitaba ocupar las manos en algo porque aquel silencio la estaba poniendo todavía más nerviosa, si era posible. Incluso había empezado a sudar, ¡y estaban en febrero!
—Claro —murmuró él.
Observó, fascinado, cómo ella se sacaba los guantes, tirando un poco de cada dedo y deslizándolos después con suavidad, para revelar sus dedos delgados y gráciles. Le gustaba cómo movía las manos. Eran bonitas; tenía las uñas cortas y redondeadas.
Sirvió cada taza alzando la tetera con movimientos casi elegantes y después echó el azúcar. Dos terrones en su taza y tres en la de él. Después levantó la taza tomándola por el platillo y la depositó en el lado de la mesa más cercano a él, pero antes de dejarla del todo, la giró, dejando el asa hacia la izquierda.
Ranma se quedó estupefacto.
Miró la taza como si fuera un bicho raro que hubiera aparecido de pronto sobre la mesa.
—No lo voy a envenenar —dijo Akane nerviosa.
—¿Qué? —Ranma levantó el rostro.
—En realidad, cocino muy mal —admitió ella—, no importa cuánto practique bajo la estricta supervisión de mi hermana. Siempre termino echando mal los ingredientes y… Pero él té se me da muy bien. Preparo uno excelente… aunque, claro, este no lo preparé yo —dijo atropelladamente.
Ranma se preguntó si ella estaba hablando tanto por nervios o solo era parlanchina.
—Ya veo —murmuró, y le hizo un gesto a Akane para que se sentara.
Él la imitó, y los dos levantaron la taza al mismo tiempo, él tomándola con la mano izquierda.
—¿Por qué viniste, Akane? —repitió después de beber un sorbo.
Ella apartó la taza, se pasó la lengua por los labios y después se mordió la uña del pulgar. Ranma no pudo evitar sonreír.
—En realidad —respondió ella buscando las palabras con cuidado—, quería…
—¿Qué?
No podía disculparse, estaba demasiado nerviosa. ¡Y no quería! No había venido a eso, tuvo que recordarse. Había venido por algo muy concreto.
—Quería decirte…
—¿Sí?
—Que deberías irte del país —terminó.
—¿Que qué?
Ranma controló la risa solo porque se dio cuenta de que ella lo miraba con seriedad.
Akane suspiró.
—¿Qué tal eres disparando? —preguntó después.
—¿Te sientes bien?
—¡Hablo en serio!
—Pues no he disparado en mi vida —tuvo que admitir.
Akane murmuró algo entre dientes que sonó como «mierda», aunque él no estuvo completamente seguro.
—¿Se puede saber de qué diantres estamos hablando? —preguntó Ranma.
—De la gran posibilidad que hay de que mueras.
—¿Por un disparo acaso? —preguntó él un poco en broma. Pero ella no estaba bromeando.
—¡Sí!
—¿Me estás diciendo que piensas dispararme?
—¡Por supuesto que no!
Eso era algo, al menos.
—Entonces, me temo que…
—Ayer anuncié que estoy arruinada —dijo ella, como si eso tuviera algún sentido.
—¿Anunciaste? ¿En los periódicos?
—¡Ya deja de decir idioteces! —pidió ella empezando a alterarse.
—¡Esa es mi línea, Akane! —exclamó con fuerza—. Explícame de una vez lo que quieres decir antes de que los dos nos volvamos locos.
—¡Es probable que mi padre te rete a duelo por haberme arruinado! —sentenció Akane en un grito.
—¿Que… qué? —preguntó Ranma, por segunda vez en menos de dos minutos.
Tragó saliva con dificultad. Después de un instante, preguntó:
—¿Y me va a obligar a casarme también?
¿Por qué él siempre decía esas cosas extrañas?, pensó Akane.
—¡Por Kamisama, espero que no! —respondió en seguida. Su padre nunca escogería a su esposo, sería ella la que decidiera.
El rostro de Ranma se ensombreció un poco y se removió en el asiento.
—Por eso vine, para avisarte. Y para que pudieras escapar de esta catástrofe de alguna manera. Aunque seas un hombre odioso, supongo que no mereces morir —dijo Akane, esquivando su mirada.
Se puso de pie.
—¿Supones? —inquirió él, también poniéndose de pie.
—No quiero tener tu muerte en mi consciencia, por eso.
—¿Le dijiste a tu padre sobre mí? —preguntó Ranma, deteniéndola en la puerta.
Ella lo miró a los ojos y un fuerte sonrojo le cubrió las mejillas.
—Claro que no —respondió sacudiendo la cabeza—. Aquella noche… te dije que enfrentaría las consecuencias, y eso significaba que las enfrentaría sola. Pero es probable que mi padre lo averigüe, aunque intente ocultárselo.
Dudó, moviendo el peso de un pie al otro.
—Lo siento —agregó—. Lo siento de verdad.
Y abrió la puerta.
Ranma la detuvo de nuevo.
—Espera… déjame acompañarte.
—¿Qué?
—Creo que necesito tomar aire… Además —agregó al ver la vacilación de ella—, ya es de noche, no puedo permitir que te vayas sola.
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A Akane le pareció tonto que él hablara de tomar aire cuando hicieron el viaje en carruaje. Ninguno de los dos dijo nada, pero a Akane el trayecto se le hizo demasiado corto. Había sido un silencio agradable, un buen cambio en esos días que habían estado llenos con las preguntas de sus hermanas, las que era incapaz de responder. Al menos, había tenido un tiempo para pensar. Y no se había peleado con él, eso en sí constituía un milagro. Parecía que eran capaces de estar un rato en silencio sin decirse cosas horribles.
Se apeó justo al lado del farol que estaba junto a la puerta de su casa. Ranma la imitó.
—Bueno… —dijo nerviosa, sin saber cómo despedirse—. Entonces, me voy.
—No —dijo él.
Era la primera vez que la miraba en todo el camino, y el corazón le dio un vuelco, como si él hubiera notado su presencia de pronto.
—¿Cómo?
—Voy a hablar con tu padre y arreglaré todo.
—¡Estás loco!
—Esto ha ido demasiado lejos —sentenció Ranma—. Hay que ponerle un punto final.
—¿Qué estás diciendo? —murmuró Akane desesperada.
En realidad, temía que, si Soun Tendo lo veía, lo obligara a casarse con ella para reparar su honor, y él la odiaría por eso. La odiaría por siempre.
—No es como si tuvieras que protegerme o algo —continuó, intentando convencerlo—. Aquella noche te dije que estaba preparada para afrontar todas las consecuencias, ya no soy una niña.
—¡Esa noche no importa! —dijo él con fuerza.
—¿Qué?
Dio un paso atrás, haciendo un gesto de dolor, como si la hubiera golpeado.
—Entiendo… —dijo ella. Apretó los labios, sin desear decir nada más, pero al final no pudo contenerse—: ¡Por supuesto! Para un hombre tan experimentado como usted, supongo que no significó nada, ¡solo una noche más con una mujer!
—Akane…
—¡Pero déjeme decirle, señor Saotome, que para mí fue…!
Él se acercó para tomarla por los hombros con fuerza.
—¡Odio cuando me llamas señor Saotome!
—¡Me alegro, señor Saotome! —exclamó Akane.
Pero ¿cómo mierda habían llegado a eso?
—¡Escúchame! —ordenó y le cubrió la boca con una mano.
Akane lo miró como si quisiera atravesarlo con los ojos y se removió para soltarse, pero Ranma no le hizo caso y la apretó con más fuerza.
—Lo que estoy tratando de decir es que no significa nada, porque no pasó nada. Nosotros… ¡no hicimos nada! —sentenció, recalcando cada palabra—. Te emborrachaste con el shōchū y te quedaste dormida… ¡Y te aseguro que no te toqué ni siquiera un cabello! —agregó cuando Akane empezó a debatirse en sus brazos.
Ella lo empujó para que se alejara y lo miró, con la respiración agitada y los ojos muy abiertos.
—¿Qué…? ¿Qu-Que estás…? ¿Qué estás diciendo? —preguntó con los labios temblorosos.
De nuevo volvía a tutearlo, ¡esa mujer lo volvía loco!
—Te estoy diciendo que…
Pero se interrumpió cuando los dos escucharon un grito que provenía directamente de la casa que tenían frente a ellos.
—¡¿Qué estás queriendo decir, Tendo?! ¡Tu hija se casará! ¡Diste tu palabra! —rugió la potente voz de un hombre.
Akane se precipitó hacia la puerta y la abrió, y Ranma la siguió. En el vestíbulo había varias personas reunidas. Akane vio a su cuñado y sus hermanas, también a su padre, y a otro hombre que no reconoció, de figura maciza y formidable, muy alto, vestido de impecable negro y con un sombrero de copa. Tenía el cabello abundante y oscuro, aunque generosamente salpicado de canas. Sus ojos, pequeños y astutos, se fijaron directamente en ella cuando entró en la habitación.
—¿Qué sucede, padre? —preguntó Akane muy erguida.
Aquel hombre desconocido no le gustaba nada.
—Hija, es que…
—Soy lord Hibiki, conde de Ōta —dijo el hombre con fuerza—. Tú debes ser la mujer que se casará con mi hijo.
Akane hizo una corta reverencia, únicamente porque así lo indicaban las normas sociales.
—Milord, como mi padre parece haberle informado —dijo con lentitud—, no voy a casarme con el vizconde.
—¿Qué has dicho? —rugió el conde—. Tu padre me dio su palabra, ¡y como su hija debes cumplirla! ¡Te casarás!
—No lo haré, señor, lo lamento —dijo Akane con una tranquilidad que le sorprendió incluso a ella misma.
—Las amonestaciones se publicarán pasado mañana. ¡El viernes estarán casados! —sentenció el conde—. ¡Se hará así o…!
—¿O qué? —inquirió ella desafiante—. ¡No puede obligarme, señor!
—¿Qué has dicho, chiquilla?
El conde alzó la mano, que empuñaba un bastón. Akane vio, con la boca abierta, que tenía la clara intención de golpearla. Justo allí, frente a todo el mundo.
—¡Lord Hibiki, por favor! —exclamó Soun Tendo con la voz quebrada.
Akane iba a retroceder, pero descubrió que alguien alto y fornido se cruzaba entre ella y el conde y la protegía estirando el brazo.
—¿Ra-Ranma? —preguntó, incrédula.
—¡Akane es mi prometida! —exclamó Ranma Saotome—. ¡Si le pone un dedo encima lo mataré!
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Continuará
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Nota de autora: No sé si lo habrán notado, y muy posiblemente no, porque di pistas muy sutiles en capítulos anteriores, pero en esta historia Ranma es zurdo. No es algo super fundamental de la trama, o algo que vaya a cambiar el desarrollo de toda la historia XD. Lo hice para poder escribir esa escena entre él y Akane en su despacho.
En la escena, Akane le sirve el té, no solo con la cantidad de azúcar que le gusta, sino que le deja la taza de tal manera que pueda tomarla con la mano izquierda. Y Ranma se da cuenta, que Akane se dio cuenta, que él utiliza esa mano. ¿Se entiende? Es un detalle muy sutil, pero que me parece que significa mucho. Porque Ranma se da cuenta de que Akane lo ha observado lo suficiente para saberlo, quizás hasta inconscientemente XD, pero lo ha observado. Y no solo lo ha observado, sino que hace las cosas de tal manera que él se sienta cómodo, como dejarle la taza de tal manera que él pueda tomarla sin ningún esfuerzo.
¿Se entiende? Es algo, a la vez, sin ninguna importancia, pero que tiene mucha importancia, si se entiende lo que quiero decir, jaja.
En cuanto al amazake, en realidad es un postre japonés, dulce y suave, que se hace añadiendo un hongo al arroz, por lo que sería en realidad como un probiótico. Pero hay una versión que se elabora con el subproducto del sake, agua y azúcar, y tiene un 8% de alcohol, así que puede usarse como un aperitivo.
Y, como ven, por eso les dije que el día de «beso ideal» era ayer, y no el de «cita romántica», porque en este capítulo no hay beso. Pero en los capítulos finales retomaré los prompts de la Rankane Week, se los prometo, jeje.
Espero que les haya gustado este capítulo, y muchas gracias por leer.
Romina
