Ranma ½ no me pertenece.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta.
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Una historia escrita para la
Rankane Week 2023
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Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma
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5
Proponer una boda trae consecuencias
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Durante un minuto entero nadie se movió y solo se escucharon respiraciones agitadas y susurros entrecortados. Akane no comprendía qué estaba sucediendo, por qué a Ranma se le había ocurrido decir una cosa como esa, ¡y frente a todo el mundo!
Lo observó. Tenía los dientes apretados y las manos empuñadas. Sus ojos azules brillaban con determinación y algo más que no supo comprender. Era como si deseara echarse encima del conde y arrancarle la cabeza de cuajo. Y, aunque Akane estaba acostumbrada a tener el suficiente carácter como para defenderse sola, debía confesar que aquella protección era reconfortante, incluso un cambio agradable.
A continuación, Akane observó a su padre, que estaba pálido, con el bigote tieso y erizado, y movía la boca como si estuviera hablando, aunque ninguna palabra salía de sus labios. Del otro lado de la estancia, cerca de uno de los sillones de dos cuerpos, su cuñado observaba la situación con extrañeza, mientras Nabiki, con la boca abierta de asombro y los ojos brillantes de excitación, tomaba a Kasumi por el brazo y se lo apretaba con urgencia. Su hermana mayor también estaba pálida, con los ojos clavados en Akane.
El conde de Ōta, sin embargo, estaba rojo de indignación, o quizás de un sentimiento de vergüenza, al ser contradicho por un completo desconocido, que además lo había amenazado sin reconocer su posición y su poder. Sus ojos oscuros y pequeños brillaban llenos de rabia, y la boca, de labios grandes y gruesos, se torcía con un gesto de completo asco.
Entonces, el momento se quebró. El señor Pan-da dio un paso dentro del vestíbulo y las manos le temblaron tanto, que dejó caer al suelo la bandeja de plata con todas las copas llenas de licor. El estruendo fue magnífico, y los hizo a todos dar respingos involuntarios mientras el cristal se rompía en pedazos, desparramado por el suelo junto a un enorme charco ambarino y brillante.
Akane volvió el rostro hacia él, atraída por el escándalo, igual que hicieron todos los demás. Incluso lord Tsubasa Hibiki se dignó a mover su altiva cabeza, de una manera displicente, como si un molesto insecto requiriera su atención y se dispusiera a aplastarlo.
Los labios del señor Pan-da temblaron y su figura se retorció mientras murmuraba:
—¿Hijo… mío?... ¡Hijo mío!
Como ninguno de los presentes podía ser su hijo, todos volvieron la cabeza hacia Ranma Saotome, el único desconocido, al menos para la mayoría. Y Akane vio que Ranma palidecía de golpe y su rostro se demudaba en una expresión de incredulidad, y después de rabia, casi tan fuerte como la que expresaba el conde, aunque mucho más compleja, llena de congoja y dolor. Y también miedo.
—¿Vie-Viejo…? —balbuceó sin aliento. Le costaba articular las palabras.
—¡Ranma! —exclamó el señor Pan-da.
Y dio un paso hacia adelante, con el rostro radiante. Pero Ranma retrocedió, como si se hubiera quemado y tuviera que alejarse a toda costa para salvar su vida.
—¿Qué diablos…? ¿Qué diablos estás haciendo… en este lugar? —musitó agitado.
Akane se dio cuenta de que parecía que hubiera visto un fantasma, y supo también que tenía la obligación de ayudarlo, así que abrió la boca para hablar y estuvo a punto de tocarle el brazo con los dedos. Pero lord Hibiki se le adelantó, interrumpiendo la escena con una carcajada seca y sin humor.
—¡Tendo, espero que esta sea una maldita broma! —bramó.
—Mi querido Ōta… —replicó Soun, todavía pálido—. Hay… Hay damas… presentes…
—¡¿Rechazas a un vizconde para casar a tu hija con el hijo de un mayordomo?! —vociferó Ōta—. ¡Tienes que haberte vuelto loco!
—Y-Yo… yo… —tartamudeó Soun Tendo.
Aunque su estupor no se debía solo a la sorpresa de aquella revelación, sino al hecho de que, quien consideraba un amigo, había estado a punto de atacar a su hijita menor.
Nabiki apretó el brazo de Kasumi con más fuerza y le susurró en el oído:
—¡Esto se está poniendo cada vez más emocionante!
Su hermana, sin embargo, no dijo nada.
—Se trata de un… malentendido, Ōta —continuó Tendo—. Estoy seguro de que… bueno… —Se volvió hacia su hija, sus ojos la observaron con angustia—. ¿Akane?
—Padre, ¡yo…!
—¡Espero que arregles esto y honres tu palabra, como un hombre de verdad! —ordenó el conde—. No quiero pensar que tus promesas valen menos que la mierda de un caballo.
—Le ruego que se controle, milord —intervino el doctor Tofú con fuerza.
Pero el conde no le hizo el menor caso.
—¡¿Me has entendido, Tendo?! —gritó fuera de sí.
—Yo… —Soun se atusó el bigote, nervioso—. ¡Por supuesto! Pero deberíamos … deberíamos calmarnos... y hablar como personas civilizadas… y…
—¡No tengo tiempo que perder! —exclamó lord Hibiki con desprecio—. La boda seguirá su curso, como lo hablamos, ¡o todos tus negocios sufrirán las consecuencias! Y me parece que ahora mismo no puedes permitirte fracasos, ¿verdad, querido Tendo? —agregó con una sonrisa torcida y malvada, completamente falta de humor y sí llena de amenaza.
—Milord, me parece… —empezó a decir Akane, envarándose y alzándose en puntas de pie para parecer al menos un poco más alta ante aquel hombre formidable.
—¡Apártate, chiquilla! Ya te he dicho todo lo que tenía que decirte —sentenció el conde, pasando de Akane de una forma vergonzosa.
—¡Señor conde! —exclamó Soun.
Pero el conde de Ōta, acostumbrado a hacer su voluntad fuera donde fuera, tampoco le prestó atención. Se volvió hacia Ranma Saotome, hundiéndole un poderoso dedo en el pecho.
—Y tú, maldita escoria —sentenció—, no vuelvas a cruzarte en mi camino, o te arrepentirás.
Ranma sacudió la cabeza, como despertando de una pesadilla. Respiraba agitado y se había quedado completamente mudo, con los ojos perdidos. Pero en ese instante alzó la mirada, determinado, y de un manotazo apartó el brazo de lord Hibiki, provocando angustiosas y asombradas exhalaciones de parte de las damas. O al menos de Nabiki, que era la única que gozaba con aquella situación, a la que consideraba casi una magistral obra de teatro.
—¡Quíteme las manos de encima! —exclamó entonces Ranma Saotome—. ¡Yo no sigo órdenes suyas!
Era consciente de que su bocota lo estaba metiendo en una situación más que delicada, y que el conde de Ōta era, a partir de ese instante, su acérrimo enemigo, lo que le traería más de una complicación en su trabajo. Pero no pudo evitarlo. La cabeza le daba vueltas, bullendo de pensamientos y emociones. ¡Su padre, al que creía muerto desde hacía años, estaba vivito y coleando! Y nada menos que en la casa de Akane Tendo. ¿Kamisama se estaba divirtiendo a su costa? ¿O era todo producto de su imaginación?
—Pero si eso es lo que hace un lacayo —respondió el conde con desprecio—, ¡seguir órdenes!
Sin esperar ninguna respuesta, y tampoco palabras de ningún otro de los presentes, se dio la vuelta y anduvo a grandes pasos, saliendo del vestíbulo.
—No se preocupen, conozco la salida —indicó, alzando la mano que sostenía el bastón a modo de despedida.
Todos volvieron a quedarse completamente quietos cuando salió. Pero, inmediatamente, todos hablaron al mismo tiempo.
—¡Akane!
—Hermanita, ¿se puede saber…?
—¡Hijo mío! ¡Déjame explicarte…!
—Conque este es el famoso Ranma…
—¡Papá, por favor, ahora no puedo…!
—Sí así es Hibiki padre —le susurró Kasumi a Nabiki—, no quiero saber cómo será su hijo.
Soun Tendo se aclaró la garganta ruidosamente, imponiéndose con mucha más fuerza y voluntad que las que había tenido para enfrentarse al conde de Ōta, lo que resultaba, francamente, patético.
Cuando todos se quedaron de nuevo en completo silencio, congelados en sus posiciones, habló otra vez, con el bigote torcido y todavía erizado.
—Jovencito, me debe una muy buena explicación —sentenció mirando a Ranma—. Ha hecho unas declaraciones más que cuestionables.
—¿Cuestionables? ¡Pero, papá!
—Hija mía, tú ya estás comprometida con el vizconde de Nerima. ¡No puedes comprometerte con otro hombre! —renegó Soun Tendo, empezando a gimotear.
Akane tomó aire indignada, dispuesta a expresar, por quizás vigésima vez, su disconformidad con esa boda, pero Ranma se le adelantó, haciendo una profunda reverencia.
—Señor… lamento todo esto —dijo, y continuó hablando—. Le aseguro que hay una perfecta explicación, y me encantaría dársela. Pero, en este momento… yo… Lo lamento.
Se volvió hacia Akane y también hizo una reverencia. Ella lo observó, con el corazón acelerado. Se veía tan desvalido que le dolía como si fuera ella misma la que estuviera sufriendo.
¿Qué estaba sucediendo? ¿De verdad el señor Pan-da era su padre?
—Debo irme —murmuró Ranma mirándola a los ojos—. Necesito… salir de este lugar.
Akane abrió la boca, incrédula. ¡Seguramente no esperaba que ella lo dejara marchar en esas condiciones! ¿Cierto? Estaba conmocionado, ¡parecía a punto de desmayarse!
—Espera, Ranma…
Pero él se dirigió a la puerta.
—¡No te vayas, hijo mío! —intervino Pan-da desde el otro extremo del vestíbulo, avanzando un paso y provocando un sonido desagradable al pasar con las suelas de las botas sobre los vidrios rotos—. ¡Déjame explicarte…!
—¡Tú, quédate donde estás! —le gritó Ranma señalándolo con el brazo estirado—. ¡Ni se te ocurra acercarte a mí!
—¡Puedo explicártelo todo, Ranma! —insistió el mayordomo—. Tú madre quería que me marchara, entonces, yo…
—¿Y tú lo hiciste? —le gritó Ranma, con el brazo temblando de furia contenida—. ¿Así como así? ¿Por qué no intentaste arreglar las cosas?... Me dijo… ¡Me dijo que estabas muerto, viejo! ¡Maldita sea!
—Por Kami… —le susurró Nabiki a Kasumi en el oído. Como toda respuesta, su hermana se llevó una mano al vientre con preocupación.
—¿Qué significa todo esto, señor Pan-da? —intervino Soun Tendo, casi lloriqueando.
—¿Panda? —repitió Ranma mirando a su padre—. ¡¿Panda?!... ¡¿Qué clase de nombre estúpido es ese?! —El mayordomo abrió la boca, dispuesto a responder, pero Ranma lo interrumpió de nuevo—. ¿Sabes qué?, no me interesa. Ahórrate todas tus excusas. ¡He vivido sin ti desde los diez años, no te necesito ahora! —Apretó los labios y agregó, a último momento—: ¡Y mamá tampoco te necesitaba!
Antes de darse la vuelta para marcharse, agregó, mirando a los demás:
—Lamento mucho todo esto.
Hizo otra corta reverencia y salió del vestíbulo, dejándolos a todos estáticos, excepto a Akane, que corrió detrás de él y lo detuvo en el recibidor. La joven cerró la puerta que daba al pasillo y se volvió hacia él.
—Espera, Ranma —lo llamó.
Él se quedó quieto, con la espalda tensa y la respiración agitada. Sacudió la cabeza.
—¡Soy un imbécil! —se reprochó, sin darse la vuelta para mirarla—. Tendría que haberte hecho caso, si me hubiera quedado callado… ¡Si te hubiera dejado marchar!
—Lo lamento —murmuró Akane, sin saber qué otra cosa decir.
Él se pasó una mano por el pelo, desordenándoselo, después se frotó el rostro con fuerza, con las dos manos, inclinándose hacia adelante como si quisiera llorar.
—No sabía que era tu padre —dijo Akane después, en voz baja.
Ranma se dio la vuelta con rapidez, como si le hubiera lanzado algo por la cabeza que lo hubiera herido.
—¡Ese viejo no es…! —exclamó. Pero se detuvo, tragando saliva y respirando profundamente varias veces para tranquilizarse, aunque no le dio ningún resultado—. ¡Maldita sea, Akane! ¡Creí que estaba muerto! Por años… ¡Mi madre me dijo…!
Ni siquiera fue capaz de terminar esa frase.
—Lo lamento —repitió Akane.
Ranma agitó de nuevo la cabeza. Era como si le costara encontrar las palabras adecuadas para hablar. En realidad, intentaba controlarse delante de ella, para no darle una impresión todavía peor de la que ya le había causado. ¿En qué momento se le ocurrió decir una cosa tan estúpida como esa? ¡Él! ¡El prometido de Akane!
Con dedos temblorosos se tocó el bolsillo donde tenía guardado el documento que Gosunkugi le había entregado esa misma tarde.
Cuando vio a ese hombre asqueroso levantar la mano se volvió loco. Estaba seguro de que hubiera sido capaz de matarlo allí mismo si osaba golpearla. ¿Cómo Tendo no había hecho nada para detenerlo? Apenas había lloriqueado de una forma lamentable, lo que le había empezado a dar náuseas. Y para rematar toda aquella situación vergonzosa y desagradable…
¡Pero su padre estaba muerto! Así lo había creído por años. Su propia madre se lo había dicho, y él tuvo que aprender a vivir con esa pérdida. Sin embargo, era mentira, todos esos años había vivido una mentira. Y, para colmo, para acrecentar su mal, su padre no solo estaba vivo, sino en la mismísima casa de los Tendo, a la que ya calificaba como una casa de locos, empezando por Akane, que estaba allí de pie mirándolo con los ojos llenos de pena y lástima, en lugar de reclamarle y echarlo de su casa por haberse aprovechado de ella, como haría una mujer normal.
—Pero, ¿sabes? —continuó ella, bajando los ojos para clavarlos en los mosaicos del suelo—. Si de pronto mamá apareciera por la puerta… a decirme que todo este tiempo solo estuvo lejos, que era mentira que estaba muerta, yo… Bueno, es probable que corriera a abrazarla y la perdonara por mentirme.
Ranma se sintió de pronto profundamente avergonzado. Sabía por los informes que la madre de Akane había muerto cuando ella era todavía una niña, de una enfermedad incurable.
—Yo… lo siento —atinó a murmurar.
—¿Por qué dijiste eso? —quiso saber ella apartando la vista del suelo para mirarlo a los ojos.
—¿Qué cosa?
—Que eras… mi prometido.
No lo sabía, y ni siquiera podía inventar una excusa creíble para tanta estupidez. Lo había obligado a actuar un simple sentimiento de posesión.
—Ese hombre iba a golpearte —dijo al final.
Akane asintió casi con solemnidad.
—Pero podrías haberlo detenido sin decir eso.
Lo había atrapado.
—¡Te estaba ayudando a no casarte con Hibiki! —respondió él con fuerza.
Siempre, inevitablemente, se ponían a pelear por tonterías, pero esta vez él la había provocado adrede. Se dio cuenta de que, si Akane le gritaba, entonces se olvidaba por un instante de que su padre estaba vivo y era el mayordomo de los Tendo.
Y de que había actuado cegado por la estúpida creencia de que Akane Tendo era suya y nadie podía hacerle daño.
—¿Esa es tu manera de ayudar? —preguntó ella.
Ya había logrado enfadarla.
—Creí que estarías conforme, porque no querías casarte con ese imbécil.
—¡Claro que no quería! Y tenía un plan, ¡pero a fin de cuentas ni siquiera pude arruinar mi reputación!
—¿Te das cuenta de la estupidez que acabas de decir, Akane?
—¡Me doy perfecta cuenta, señor Saotome! Muchas gracias.
Ranma resopló con hastío.
—Debería estar agradecida, señorita Tendo —dijo, apretando los dientes.
—¿Y de qué cosa, exactamente, señor? —inquirió ella, alzando la barbilla—. Ahora no solo resulta que tengo un prometido, ¡sino dos!
—No se preocupe, señorita Tendo —contratacó él con fuerza—. Acabo de romper nuestro compromiso, ¡oficialmente!
—¡Ahora es demasiado tarde! —chilló ella—. Mi padre ya te escuchó decirlo, y seré yo la que tenga que darle explicaciones si te vas.
—Entonces volveré y se lo diré yo mismo.
—¡Por supuesto que no! Eso equivaldría a dejarme libre para casarme con el vizconde.
—¡¿Entonces qué diablos quieres que haga, Akane?! —quiso saber Ranma al borde de la histeria.
—¡Solo quería que me arruinaras! —exclamó ella—. ¿Tan complicado es? Te lo pedí mil veces esa noche, ¿por qué no lo hiciste?
—¡Porque estabas borracha! Y no soy una especie de animal que ataca a jovencitas desprotegidas.
—¡Ya te dije que no estaba borracha!
—Por supuesto que lo estabas, te quedaste dormida en cuanto te puse en la cama… ¡y hablabas de puertas! —agregó enfadado e, increíblemente, ofendido por aquel detalle.
—Quizás estaba nerviosa…
—Nadie se duerme por nervios.
—¡Quizás yo sí!
Ranma se llevó una mano a la frente.
—Esto tiene que ser una broma —murmuró—. O una pesadilla…
Akane se cruzó de brazos.
—Lo siento —dijo, con las mejillas coloreadas—. Pero le recuerdo, señor Saotome —puntualizó—, que el vizconde de Nerima lo contrató para impedir esta boda. ¡Así que es su trabajo hacerlo!
Ranma tomó aire para responder, mirándola incrédulo. Pero después se quedó completamente quieto. Bajó los brazos y relajó los hombros. Dijo con lentitud:
—No, señorita Tendo… el vizconde me despidió esta mañana.
—¿… Qu-Qué?
Akane se puso pálida de súbito, y se llevó una mano al pecho. El corazón empezó a latirle con fuerza.
—¿Eso significa…?
—Que no es mi deber impedir la boda —respondió él.
Había pensado que sentiría cierta sensación de triunfo al decirlo, porque podría ganar aquella tonta discusión. Pero Ranma descubrió que le supo igual de amargo que cuando leyó la nota con las órdenes del vizconde, porque con aquella sentencia se le acababan las excusas para estar cerca de Akane y ya no podría salvarla, ni aunque ideara absurdas estrategias.
—Lo siento —agregó. La expresión de ella le dolió como una puñalada.
Akane…
—Entonces… —dijo ella temblorosa.
Se quedó callada, con los ojos brillantes mirando a algún punto por detrás de él. Después de un instante se movió, resuelta.
—¡Entonces, señor Saotome…! Deseo contratar sus servicios.
¿Cómo?
—¿Qué quieres decir…?
—Quiero que impida mi boda con el vizconde de Nerima. ¡Necesito que lo haga!
—Yo no… —empezó a decir Ranma, casi por reflejo.
—¿Me está diciendo que es incapaz de hacerlo? —inquirió Akane alzando las cejas.
—¡Claro que no! —enfatizó—. Soy más que capaz… ¡soy el único capaz!
Entonces, ella sonrió despacio, llena de una absurda confianza.
—Pero no estoy seguro de que pueda pagar mis altos honorarios, señorita Tendo —agregó él solo para molestarla. Se sentía de nuevo vigorizado y dueño de la situación.
—¿Cómo se atreve, señor Saotome? —murmuró Akane, más sorprendida que ofendida—. Estoy segura de que a sus otros clientes no les habla de esta manera.
Por supuesto que no, ella era especial.
—¿Entonces me equivoco?
—¡Se equivoca! —ratificó ella. Lo miró a los ojos—. Soy más que capaz de pagarle lo que pida… ¿Acepta mi caso, señor Saotome?
Ranma respiró hondamente, se echó hacia atrás la trenza, que se le había deslizado por un hombro, y adelantó la mano izquierda. Sonrió con arrogancia.
—Acepto.
Akane se quedó mirando su brazo estirado, y pestañeó.
—¿Qué debería hacer ahora? —le preguntó.
—Estrecharme la mano —dijo Ranma—. Así se cierran los tratos en el oeste.
—Ah, ¿sí? —Akane inclinó la cabeza hacia un lado, dubitativa—. ¿No haciendo reverencias?... Qué extraño.
Las reglas sociales indicaban que uno debía tocarse lo menos posible, sobre todo si se trataba de personas del sexo opuesto.
—Te estoy diciendo la verdad.
Akane todavía dudó. Pero al final estiró también el brazo, sus dedos estaban a punto de rozarse…
Y la puerta que daba al pasillo se abrió.
—Señorita Akane, dice su padre que… —empezó a explicar Pan-da, pero se detuvo de golpe cuando vio a Ranma todavía allí de pie—. No te has ido, hijo —agregó, esperanzado.
—Estaba a punto de hacerlo —respondió Ranma, con el humor agriado de pronto.
Frunció el ceño e hizo una reverencia mirando a Akane.
—Hasta luego, señorita Tendo.
—Ranma, quiero decirte algo… —intervino el señor Pan-da.
Akane miró a uno y otro. El rostro del mayordomo estaba pálido y demacrado, y tenía los anteojos empañados. Ranma, sin embargo, parecía increíblemente resuelto.
—Tengo compromisos, no me puedo quedar a charlar —replicó con aspereza—. Es demasiado tarde.
Con una última mirada a Akane, abrió la puerta de calle y salió, sin volverse ni una vez hacia su padre. En cuanto la puerta se cerró, el señor Pan-da suspiró, y Akane se volvió hacia él cruzando los brazos.
—Voy a hablar con mi padre ahora —le dijo—, pero después de la cena necesito tener unas palabras con usted, señor Pan-da.
—Señorita Akane, ahora mismo no deseo hablar con nadie. Si me disculpa, tengo varias tareas que…
—¡No lo disculpo! —sentenció ella con autoridad, haciendo que el mayordomo abriera la boca con sorpresa y se envarara, tensando la espalda en una postura firme—. Seguirá mis órdenes, señor Pan-da, ¡y me contará toda su historia con lujo de detalles! —ordenó.
El hombre se aclaró la garganta, dispuesto a dar una serie de excusas para librarse de aquella charla, pero Akane no le permitió decir ni una palabra.
—¿O no quiere que lo ayude a recuperar la confianza de su hijo? —agregó en un tono más suave.
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—No entiendo por qué no podíamos reunirnos en mi despacho —murmuró Ranma tirando del respaldo tallado de la silla para acomodarse.
Akane sonrió con tirantez mientras él se sentaba. Miró alrededor, las parejas sentadas en las otras mesas de la confitería, los ruidosos grupos de amigas instalados a la derecha de la puerta, y las señoras con amplias faldas y enormes sombreros que se acomodaban en la terraza exterior, bajo el toldo para protegerse del sol. Akane había llegado bastante temprano y había conseguido apartar su lugar favorito: una mesa redonda y pequeña, cercada por dos grandes maceteros junto a la ventana que daba a una calle lateral, mucho menos transitada. Le gustaba aquel puesto porque no se veía desde la entrada, medio oculto por las hojas de las plantas, y así había podido ocultarse en otras ocasiones cuando aparecía alguien con quien no deseaba charlar.
Se aclaró la garganta con discreción, preparada para dar una réplica cortante, provocada por la falta total de modales que exhibía siempre ese hombre. Pero se detuvo en cuanto lo miró. Se veía espantoso, como si no hubiera podido dormir en toda la noche; tenía los ojos hinchados y la sombra de unas ojeras bajo los párpados. Y aunque estaba impecablemente vestido, como siempre, parecía incómodo con la ropa, y tenía el cabello desordenado, con mechones cayéndole sobre la frente con descuido. Pero lo peor eran los ojos, se le veían tristes, y Akane estaba segura de que no tenían el mismo tono de azul de siempre; tal vez era por el sol que entraba por la ventana, pero podría haber jurado que estaban deslavados, como si no mostraran la fuerza que tenía siempre su dueño. Les faltaba una especie de chispa.
A Ranma mismo le faltaba esa chispa de arrogancia que Akane le conocía.
Aquello la conmovió profundamente. Y su convicción de que debía hacer algo fue todavía más fuerte.
—Porque en tu despacho está ese hombre —replicó al fin, intentando iniciar una conversación completamente civilizada—, y me pone nerviosa.
—¿Ese hombre? —inquirió él.
—Tu secretario.
—¿Gosunkugi? —Ranma frunció el ceño. Después se echó un poco hacia adelante—. ¿Te hizo algo?... ¡Si se atrevió, voy a matarlo!
—No —dijo Akane en seguida. Le sorprendió tanto esa muestra de emoción que se le colorearon las mejillas—. No me hizo nada, te lo aseguro. Es que… me miró de una forma extraña, me daba escalofríos.
Ranma estudió su rostro unos segundos antes de responder, con más calma.
—Gosunkugi es inofensivo.
Akane asintió y juntó las manos sobre la mesa.
—Claro… pero prefería no ir.
Y, aunque no era por completo una mentira, tenía que admitir que no se trataba solo de eso. Cada vez que Ranma y ella estaban solos en una habitación se producían situaciones embarazosas que la ponían bastante nerviosa. Con él siempre estaba con los nervios tensos, a punto de romperse y estallar en una ola de pasión, ya fuera por sus discusiones acaloradas o por algo completamente distinto. No era tan tonta, sabía que cuando se besaban o se tocaban estaba a un paso de sucumbir al deseo, y era incapaz de resistirse.
Allí, rodeados de gente, todo sería más fácil. Después de todo, en público nunca harían nada inapropiado.
¿Cierto?
—Además —continuó, desdoblando la servilleta—, no quería hablarte de cosas de trabajo, así que me pareció que debíamos reunirnos en otro lugar.
Le sonrió con timidez y bastante nerviosismo, sin saber muy bien cómo abordar el tema del que quería tratar sin que él se enfadara y la rechazara de plano. Él inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, mirándola de hito en hito.
—No me digas que esto es… como una cita —dijo.
—¿Qué? —A Akane se le subieron los colores al rostro con rapidez.
—Como si fuéramos una pareja y…
—¡No! —chilló ella.
—Qué bueno.
Ella estaba decidiendo si ofenderse o no por el alivio que mostró Ranma. Frunció el ceño y habló entre dientes.
—Es usted un hombre terriblemente grosero, señor Saotome.
—Ahora sí parece la misma de siempre, señorita Tendo —replicó él.
Akane lo vio levantar apenas la comisura izquierda de la boca. ¿Le estaba tomando el pelo? ¿Por qué la hacía enojar a propósito?
—¿Se puede saber qué es lo que quiere decir? —exigió.
—No sé qué pensar cuando actúa llena de dulzura y buenos sentimientos, señorita Tendo. Hasta la nota que me envió para reunirnos estaba escrita con gentileza.
—¡Yo soy…! —empezó a decir Akane con fuerza. Se detuvo, se echó hacia adelante y habló en tono más bajo—. Soy una persona dulce y de buenos sentimientos, no sé por qué se extraña tanto, señor Saotome.
—Conmigo nunca lo es.
Akane abrió la boca, sorprendida y casi ofendida por el comentario; después, sin embargo, cambió por completo su gesto, empezando a sonreír con malicia.
—Ya entiendo —dijo—. Le molesta que nunca lo trate con dulzura.
—Mejor dicho, me perturba cuando lo hace, porque no es normal.
—Yo creo que en realidad quiere que sea dulce con usted —dijo en un susurro, adoptando un tono extremadamente femenino y suave—. ¿Verdad, señor Saotome?
Ranma se removió incómodo.
—¡Por supuesto que no!
—Ah, ¿no? —insistió ella, risueña, mirándolo de costado y pestañeando con… ¿coquetería?
Él tragó saliva.
—¡Ya deja de decir idioteces, Akane!
Ella sonrió ampliamente, con los ojos brillantes.
—Ya ve, señor Saotome, usted no es el único que puede provocar a alguien para hacerlo enojar —dijo con firmeza.
Ranma apretó los labios. Entonces estiró el brazo por encima de la mesa para envolver la mano de Akane con la suya. Ella lo miró a los ojos de inmediato, contrariada, y quiso retirar la mano, pero él se la sostuvo firmemente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con la voz estrangulada.
—¿De verdad quiere hablar sobre provocar, señorita Tendo? —le dijo él.
Akane tembló, y seguramente también se sonrojó, porque sentía las mejillas ardiendo de pronto. Se había metido en algo que no comprendía, era demasiado inexperta para jugar a su nivel, pero se había dado cuenta muy tarde. Así que, como no estaba preparada en absoluto para mentir o retrucar, dijo lo que pensaba realmente.
—Tus ojos son azules otra vez.
—… ¿Qué?
—Cuando llegaste no parecías tú mismo, era como si estuvieras…
—¿Cansado? —sugirió Ranma divertido.
Pero ella sacudió la cabeza con una negativa.
—Desgastado —dijo despacio—. Muerto por dentro.
Ranma la observó atentamente, y ella, aunque sonrojada, fue lo suficientemente valiente para no apartar los ojos.
—Ahora eres tú mismo otra vez —dijo.
—Y mis ojos son azules —acotó él.
—Exactamente. —Parecía que iba a quedarse callada, pero no pudo evitar agregar—: Los ojos son un reflejo del alma, ¿no?
—Eso es bastante cursi.
—No me interesa su opinión, señor Saotome —murmuró ella con un gesto aniñado de fastidio. Y Ranma se dio cuenta de que era fingido, porque después siguió hablando con una pequeña sonrisa—. ¿Acaso cuando alguien está feliz o enojado no es posible decirlo por su mirada? O cuando está triste.
—Chocolate fundido —murmuró él.
—¿Perdón? —inquirió Akane curiosa.
Sin embargo, Ranma sacudió la cabeza.
—Nada.
Por un momento, parecía que ella quería insistir y solo buscaba las palabras adecuadas para presionarlo, pero al final se reclinó en el respaldo del asiento con delicadeza.
—Señor Saotome —dijo lentamente—, si no me suelta no voy a poder comerme el helado.
—¿Eh?
Entonces, él comprendió. Todavía le cubría los dedos con la mano izquierda, estirada sobre la mesa con tranquilidad. Y lo peor era que en ese momento un camarero había aparecido junto a ellos con una bandeja en las manos y dejaba sobre la mesita dos copas labradas —cada una con dos bolas de helado cremoso y suave—, dos cucharas pequeñas y largas, y dos copas con agua.
Ranma soltó la mano de Akane despacio. Se dio cuenta de que podía colocarla en una situación comprometida si alguien los veía compartiendo un gesto tan íntimo, sobre todo tomando en cuenta que ni siquiera contaban con una tela de por medio: ella ya se había quitado los guantes para comer, y él nunca los usaba. Pero al moverse pudo ver que el camarero ladeaba la cabeza, haciendo como que no los había visto, como de seguro fingía con más de una pareja que iba al local.
Cuando el camarero se retiró, Ranma frunció los labios.
—¿Por qué no me avisaste antes? —refunfuñó.
—Porque parecías muy a gusto —le respondió ella con una sonrisa maligna, sin parecer darse cuenta de lo que implicaba con eso.
Ranma sí lo entendió, y se sintió turbado y acalorado.
—Eres de lo más extraña —le dijo, picado—. No deberías comportarte así con un hombre.
Akane apretó los labios, ofendida. Y también dolida.
—¿Sabes? Toda mi vida he sido comedida —le soltó—, siempre me plegué a las normas, no solo las sociales. Pero si no lo parecía cuando tú me conociste, creo que se me puede perdonar, ¡porque mi futuro pendía de un hilo y me habían comprometido para casarme con un hombre que no amo!
—Akane…
—Además —siguió ella sin hacerle caso—, mi reputación ya está bastante vapuleada, que haga algo o deje de hacerlo no cambia mucho las cosas. Y francamente no me importa. A estas alturas, ya no.
—No quise decir eso —dijo Ranma con fuerza.
Sentía que habían llegado a rozar una camaradería divertida y hasta estimulante y ahí estaban de nuevo, a punto de volver a pelear, y por una tontería que se le había escapado sin querer. ¡Cuando ni siquiera quería decirla! No eso, por lo menos. Había intentado decirle lo que le provocaba, y lo que podía pensar cualquier hombre si hacía lo mismo.
«Parecías muy a gusto» había dicho ella. ¡Porque lo estaba! Su tacto era suave y cálido, y se sintió bien, y natural. Y agradable. Pero lo había mortificado, no el hecho de tocarla, ni siquiera el darse cuenta de que se había quedado tomándole la mano sin la menor intención de moverse, sino que ella se hubiera dado cuenta de su desliz. Y que no entendiera lo que le causaba, que no entendiera que debía a toda costa evitar sonreírle de esa manera, o hacer esas bromas con doble sentido. ¿O no se daría cuenta Akane del otro sentido de sus palabras? De seguro no era tan ingenua.
—Aunque, de todas maneras —seguía diciendo ella, ajena a sus devaneos—, por algo elegí este puesto, ¿no crees? ¡Oh!... ¿El gran Ranma Saotome no se dio cuenta? En este rincón no nos ven desde la puerta, y muy pocas personas desde dentro del local, si es que quisieran voltearse hacia aquí. Cosa que dudo, porque cada uno está en lo suyo… En realidad, las personas que chismorrean y se preocupan de las vidas ajenas son las que no tienen nada que hacer con su tiempo, y claramente esas personas no están en esta confitería en este momento. Sospecho que son esas viejas damas de sociedad aburridas las que empiezan los rumores, y se fijan en quién salió al jardín con quién, o cuál andaba paseando por la calle con quién sin chaperona…
—¿Has terminado, Akane?
—¡No! —respondió ella en seguida—. Tengo que agregar otra cosa. Si te importa tanto esta situación y lo que puedan pensar de mí… no deberías ser tan informal conmigo, eso también es de muy mala educación.
Lo miró, con la espalda muy recta, la barbilla alzada y un suave sonrojo coronando sus mejillas. Se acomodó tras la oreja un largo mechón suelto del peinado, y después se mordió apenas el labio inferior. Y, tal y como Ranma adivinó que haría, a continuación, se llevó el pulgar a la boca y se mordió la punta de la uña suavemente.
—Lo lamento, señorita Tendo —murmuró él, abrumado y asaltado por varias emociones al mismo tiempo.
Akane lo estudió durante algunos segundos y dijo:
—Bueno, señor Saotome, ahora tiene los ojos de un azul más oscuro.
Ranma se atragantó.
—Y si tuviera un espejo en mi ridículo se lo demostraría —continuó ella resuelta—, pero lamentablemente nunca llevo uno. Qué lástima, podría haber ganado una discusión. Bueno —murmuró después, al notar que él no decía nada—, será mejor que comamos, o se va a derretir.
Él sacudió la cabeza.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—¿Esto? Helado, por supuesto. —Lo miró suspicaz—. ¿No te gusta?... ¡Pero a todo el mundo le gusta!
—Los hombres no comen estas cosas —sentenció Ranma.
—¡Qué idiotez! Mi padre lo come todo el tiempo y le encanta.
Él no quiso comentar que Soun Tendo no era precisamente su ejemplo más claro de masculinidad.
Al ver que él dudaba, Akane agregó:
—Los nobles lo disfrutan también, en las fiestas lo sirven siempre. ¡Los mismísimos duques lo comen!
—No quiero ser un duque, gracias —insistió él.
Pero Akane dejó de hacerle caso. Tomó la servilleta y la cuchara y se las puso enfrente, justo junto a la mano izquierda. Después deslizó la copa de agua hacia el mismo lado y empujó el helado un poco hacia él. Y le sonrió dándole ánimos.
Y, entonces, Ranma lo supo.
La revelación lo golpeó como si le hubieran arrojado un cubo de agua helada por la cabeza. Se quedó estático, atontado, e incapaz de decir nada. La cabeza le pesaba y el corazón le golpeaba contra las costillas. Los músculos se le agarrotaron, y la boca se le secó, y lo invadió una extraña languidez y se le afiebró el rostro, todo al mismo tiempo, en rápida sucesión, como si lo vapuleara desde todos los ángulos un enemigo invisible.
Le gustaba Akane. No, mucho peor. Era probable… que estuviera enamorado de Akane Tendo.
Quería abrazarla y besarla, tocarla y enredar su cuerpo con el de ella bajo las sábanas. Pero también golpear a cualquier malnacido que la hiciera llorar, incluso golpearse a sí mismo si era él el culpable. Y también quería poder rozarle los dedos en público sin que nadie pusiera el grito en el cielo, y que no tuvieran que sentarse en un rincón oculto por las plantas si querían tener una cita. Porque él quería tener una cita.
Quería que fuera suya, y él mismo pertenecerle a ella, y que todos lo supieran. Y quería, por Kami, volver a discutir con ella, y que le replicara cosas ingeniosas y extrañas, como siempre hacía; y quería, a su vez, decirle palabras que la pusieran nerviosa y la hicieran sonrojar. Y quería que lo regañara y le dijera «señor Saotome» en ese tono especial que usaba, casi con enojo, pero sin sentirlo realmente, porque en verdad quería decirle «Ranma». Y él quería que lo llamara Ranma, o como se le antojara, porque lo único que deseaba era seguir escuchando su voz, para siempre. Nunca se cansaría de su voz.
Ni de ella.
Aunque fuera irritante, bruta, muy poco delicada y nada dulce, una marimacho, fea y entrometida, él nunca se cansaría.
Se quedó pegado a la silla, sintiendo el peso del mundo entero sobre él. Quizás incluso estaba a punto de desmayarse, lo que sería muy poco varonil. Inspiró el aire profundamente y agarró con fuerza la copa de agua, bebiendo un largo sorbo.
—Oh, vamos, no va a ser tan malo —dijo Akane, divertida.
—Ah, ¿no? —le preguntó.
Por supuesto, ella no sabía lo que él quería decir en realidad, así que pestañeó varias veces, confundida. Al final insistió.
—Vas a probarlo, te va a gustar y te lo vas a comer todo.
Además, mandona, pensó Ranma descolocado.
—Quiero que tengas algo dulce en la boca cuando hablemos —siguió ella.
Él volvió a atragantarse cuando la vio tan seria y tuvo que tomar otro generoso sorbo de agua.
—¿De qué… quieres hablar?
—¿Vas a probar el helado?
Él suspiró y tomó la cuchara, la hundió en la suavidad del postre y se la llevó a la boca. Akane lo miraba expectante, así que él apenas pudo tragar bien. El helado se derritió en su boca caliente de inmediato; era demasiado dulce, pero la consistencia no estaba mal.
—Quiero hablarte de tu padre —dijo ella entonces, muy despacio.
De inmediato, el helado se trastocó en algo tan insípido como el agua y Ranma tiró la cuchara dentro de la copa intentando refrenar su carácter, pero sin estar seguro de lograrlo.
—No es necesario que intentes reconciliarme con mi padre —sentenció—. No quiero verlo ni hablar de él.
—¡No lo hago por ti!... Bueno, no solamente por ti. También por el señor Pan-da, al que conozco desde que era una niña…
—¡El señor Panda! —Él soltó una carcajada forzada—. De nuevo ese nombre estúpido.
—Me explicó que se lo pusieron en China —explicó Akane—, fue su maestro cuando estudiaba artes marciales, y decidió adoptarlo como su nombre real cuando volvió a Japón.
Pero Ranma no siguió escuchando más allá de dos palabras:
—¿Artes… marciales?
—Yo también me sorprendí —musitó Akane echándose hacia adelante como si estuviera contando una confidencia—. Y le pedí que me enseñara, pero se negó rotundamente.
—¡¿Enseñarte?! ¡Perdiste la cabeza, Akane! Por supuesto que mi padre no va a enseñarte artes marciales.
Ella frunció los labios, pero no dejó de notar que continuaba llamándolo «mi padre» y no «ese hombre», como hacía el día anterior.
—Por supuesto que lo hará, en cuanto logre convencerlo. Solo necesito insistir un poco más.
—¡Ni lo sueñes! —sentenció él.
—¡Tú no puedes prohibirme…!
—Si alguien va a enseñarte artes marciales, seré yo y nadie más.
—¿Có-Cómo?... Pero tú… —Akane se sonrojó, ahora de pura emoción—. ¿Practicas artes marciales?
Él asintió.
—Las descubrí en Osaka y las practiqué varios años —explicó—. Cuando me mudé a Tokio empecé a visitar un templo en las afueras de la ciudad para seguir entrenando.
—¿No es maravilloso? —murmuró Akane—. ¿Que tú y tu padre, por separado, terminaran haciendo lo mismo?
—Maravilloso no es la palabra —espetó él.
—¿Vas a entrenarme, entonces? La equitación no es lo mío, necesito hacer algo mucho más emocionante.
Ranma la miró. Con lo apasionada que era Akane, tendría que haber sido obvio para él que no se conformaría con tomar el té, ir de compras y leer novelas como únicas actividades para gastar energía. Claro que ninguna mujer practicaba artes marciales, en primer lugar, porque sería escandaloso ejercitarse con tan poca ropa puesta. Él mismo podría sufrir un ataque si empezaba a entrenar a Akane y tenía que verla usando solo un gi.
En segundo lugar, ningún maestro aceptaría a una mujer como alumna, por considerarlas poco adecuadas para desarrollar el Arte.
—Veremos —murmuró. No tenía la voluntad para decirle que no, pero tampoco estaba preparado para aceptar.
Y Akane se aferró a aquella sola palabra.
—Bueno, eso es más que lo que le pude sonsacar al señor Pan-da.
—Su nombre es Genma Saotome —la corrigió él de mal humor.
—Gen… ma —repitió ella despacio. El nombre le sonaba completamente extraño, no estaba segura de que pudiera dejar de llamarlo señor Pan-da.
—¿Y cómo terminó mi padre siendo el mayordomo de tu casa? —preguntó Ranma con el ceño fruncido.
Aunque no quisiera demostrarlo, sentía curiosidad, quería entender ese destino tan enrevesado.
—El señor Pa… Genma —se corrigió Akane—, le salvó la vida a mi padre en Kobe hace mucho tiempo, y desde ese momento mi padre se sintió responsable por él, así que le ofreció un trabajo.
—Akane, mi viejo es un aprovechado, timador, borracho y pendenciero que solo busca su propio beneficio. Siempre. Dudo mucho que haya hecho algún bien en toda su vida —dijo Ranma con acidez.
Akane dejó escapar un suspiro.
—En realidad… es el peor mayordomo que he visto nunca —aceptó—. Nunca obedece las órdenes de inmediato y en varias ocasiones he visto cómo finge estar ocupado en algo para no hacer lo que le mandan. Incluso… sí, es verdad, quizás de vez en cuando se bebe alguna copa de más, ¡pero solo porque mi padre se lo permite!
Ranma alzó las cejas como diciendo «te lo dije».
—Pero, en el fondo, sé que es una buena persona —insistió ella—. Mi padre confía mucho en él, y eso es todo lo que necesitamos mis hermanas y yo para confiar también. Nunca nos ha abandonado —agregó, pero se arrepintió en seguida al ver la expresión de Ranma, una mezcla de rabia y dolor a partes iguales—. Lo siento… Lo siento, Ranma, lo que quiero decir es…
—No me interesa —la interrumpió él con dureza—. No te preocupes, desde pequeño aprendí a vivir sin él.
—¿Y no podrías —insistió Akane con delicadeza— aprender a vivir a su lado ahora?
—¡Estás loca! No pretenderás que se mude conmigo como si fuéramos una familia feliz o algo parecido.
—Claro que no. —Akane agitó la cabeza—. Pero sería bueno que lo escucharas… Después de todo, me parece que el lugar de un padre es junto a su hijo, ¿no?
Ranma apretó los puños sobre la mesa con una súbita fuerza. Sentía un profundo amargor recorriéndole la garganta.
—No creo que él piense lo mismo —dijo apretando los dientes—. ¡Sino no se hubiera ido!
Akane bajó los ojos y movió las manos. Encontró su propia servilleta sobre la mesa y empezó a jugar con ella, doblándola y a continuación desdoblándola, alisando con los dedos las arrugas que había formado.
—¡Me abandonó, Akane! ¡No puede volver ahora y esperar que lo reciba con los brazos abiertos!
—Claro, pero él no volvió, ¿cierto? —murmuró ella, sin levantar la vista de los dobleces de la servilleta—. Quiero decir, no volvió a buscarte, se encontraron por casualidad.
—¡Exactamente! —vociferó Ranma—. ¿Te das cuenta ahora? ¡A mi viejo no le importa nadie, solo él mismo!
Akane no dijo nada durante un rato, y Ranma creyó que por fin habían terminado esa conversación desagradable. Quizás era momento de marcharse.
—¿Por qué crees que nunca te buscó? —preguntó entonces Akane, justo cuando él hacía un movimiento para echar la silla atrás y levantarse.
Se quedó completamente quieto. Akane alzó la cabeza y lo miró a los ojos.
—¡Y yo qué sé! —exclamó enfurecido—. ¡No lo sé ni me importa!
—Bueno —dijo ella volviendo a concentrarse en alisar la tela de la servilleta—, a mí sí me importa. Quizás estoy siendo una entrometida, pero…
—¿Quizás? —la interrumpió él echándose hacia adelante.
Akane le lanzó una mirada helada antes de bajar el rostro y seguir hablando, como si no la hubiera interrumpido.
—Pero… quería entenderlo. Así que se lo pregunté —terminó. Muy lentamente, alzó de nuevo la vista para mirar a Ranma—. ¿Quieres saber qué me respondió?
—Me muero por saberlo —respondió él con ironía.
Sabía que ella se lo diría igual, así de insoportable era, así que ¿para qué molestarse en responder la verdad? De todos modos, el corazón empezó a latirle más rápido, como si de verdad le interesara aquella historia, cuando no era así. ¡No era así en absoluto!
—¿Y?
Akane se mordió los labios.
—Me dijo que tu madre se lo pidió —murmuró ella—, que tuvo que irse para que ella, y también tú, pudieran ser felices.
—¡Oh, qué gran sacrificio! —exclamó Ranma con sarcasmo.
—Y yo le respondí que eso era una idiotez —siguió diciendo Akane sin prestarle atención—. Si querían vivir separados, está bien, ¿pero por qué dejar de ver a su hijo? ¿Acaso no le importaba? ¿Acaso…?
—Ya basta, Akane —pidió él apretando los dientes.
Ella lo miró atentamente.
«Señor Saotome, sus ojos han cambiado de color una vez más».
—No quiso contarme los detalles —murmuró—. Es algo que compete solo a la familia, claro está. Pero me dijo que tu madre iba a llevarte lejos para siempre y él tuvo que elegir, dejarla marchar o abandonarlos él mismo. Y eligió abandonarlos, porque así, al menos sabría dónde estaban y podría seguir teniendo noticias de su esposa y su hijo a través de conocidos o de los vecinos.
—Qué estupidez —dijo Ranma en voz baja, con la vista clavada en el helado a medio derretir en su copa.
—Pero cuando se marcharon de la prefectura de Nara les perdió la pista —siguió diciendo Akane lentamente—. Los buscó por todo Japón, durante meses, y años, pero no pudo hallarlos. Y al final, desistió. Pensó que quizás era mejor así, que, en algún lugar, eran felices sin él.
Akane terminó de hablar casi en un susurro. Las voces de la confitería parecieron hacerse más fuertes, mezcladas con el sonido de las risas y el entrechocar de la porcelana, el ruido de la puerta abriéndose y cerrándose. El rostro de Ranma se había ensombrecido y lo agobiaba un profundo dolor, que él intentaba mantener a raya tensando la mandíbula y bajando los ojos, pero que Akane pudo ver en seguida.
Tuvo unos deseos terribles de ponerse de pie y abrazarlo con fuerza. Tuvo deseos de hacerlo feliz, a toda costa, quería borrar el sufrimiento de su rostro, hasta que volviera a sonreír y sus ojos volvieran a brillar.
Pero quizás había ido demasiado lejos y había echado todo a perder al intervenir en una tragedia familiar.
—Ranma, yo solo… —susurró, pero se detuvo de golpe.
Cuando él la miró de nuevo a los ojos, una profunda agitación sacudió el cuerpo de Akane, haciéndole latir el corazón con tanta fuerza que era probable que le rompiera las costillas. Había tantas emociones reflejadas en sus ojos, tantos sentimientos, que no podía nombrarlos todos. Ira, dolor, aflicción, agonía.
—No necesito escuchar más… Gracias, señorita Tendo —dijo él con voz grave.
¿La odiaba?
Akane se dio cuenta, desesperada, de que había cerrado por completo su corazón para ella, y todo era su culpa. Solo había deseado hacerlo feliz, pero había abusado de su confianza, de la pequeña amistad que parecía haber surgido entre ellos casi sin querer. Y ahora él volvía a ser un hombre solitario, escudándose en su trabajo y en las normas sociales, en la corrección y en los modales intachables, cuando ella sabía que su corazón era apasionado y vibrante, y que todo él era un inconforme, como ella misma.
—Ranma…
—Tengo que irme, señorita Tendo —replicó él en el mismo tono de antes.
¿Señorita Tendo?... ¡¿Señorita Tendo?!
Ahora entendía lo horrible que sonaba y por qué él se molestaba tanto cuando ella también lo trataba con aquella formalidad odiosa y fuera de lugar. Ellos no eran así, nunca lo habían sido.
—¡No! —sentenció.
Y Ranma la miró con el ceño fruncido.
—¡No te irás! —exclamó ella.
—Tengo cosas que hacer.
—¡Mentira!
—¿Y qué sabes tú de mis horarios? —se enojó él.
—Sé que puedes modificarlos, si quisieras.
—¡Resulta que no quiero!
Él se puso de pie y ella lo imitó en seguida.
—¡Perdóname, Ranma!... Lo siento… No debí inmiscuirme en tus asuntos, no debí…
—Akane…
—¡Pero quería…!
—No puede haber peros cuando te estás disculpando —la regañó él con fuerza.
—Quizás tienes razón —concedió—. Pero quería…
—¡Akane!
—Por favor, escúchame, solo una vez más.
—¡No cuando el tema de conversación volverá a ser mi padre!
Ella abrió la boca, enérgica, dispuesta a continuar con la defensa apasionada de sus razones, pero al final se quedó callada. Cerró la boca y se dejó caer de nuevo en su silla. Dejó las manos reposar sobre la mesa, muy juntas, y clavó la vista en sus dedos.
—Lo siento… —susurró. La invadieron unos desagradables deseos de llorar, pero se contuvo, mordiéndose la lengua y respirando profundamente—. Me imaginé… Imaginé qué hubiera sentido si se trataba de mi propia familia. Ya perdí a mamá, y no quiero imaginar lo que sería si no estuviera papá, o mis hermanas. Por eso quería…
Suspiró y cerró los ojos. Escuchó el sonido de la silla al ser arrastrada por el suelo y supuso que Ranma se había ido definitivamente. Y ni siquiera había podido explicarle…
Bien. Si así eran las cosas debía aceptarlo y ser fuerte, como siempre, aunque doliera.
—Ni siquiera hay comparación —dijo él, provocando que Akane abriera los ojos de golpe y lo observara incrédula—. Tú tienes una familia feliz, mis padres ni siquiera se soportaban. Las peleas y los gritos constantes son todo lo que recuerdo de mi niñez.
—Ra-Ranma… creí que… te ibas.
—En un momento —respondió él, volviendo a sentarse.
Akane asintió.
—Entonces… —dijo ella despacio, interesada— ¿tus padres no…?
—No quiero hablar de eso —la interrumpió él con seriedad—. No me quedé para contarte mi triste infancia.
—¡Pero…!
—Espera —dijo alzando un dedo.
Se abrió la chaqueta y empezó a rebuscar en el bolsillo interior. Akane se lo quedó mirando, observando el bordado dorado de su chaleco y el balanceo de la fina cadena de su reloj de bolsillo.
—¿Qué estás…? —empezó a preguntar, pero cerró la boca cuando él volvió a mirarla.
Había sacado un papel de su bolsillo y lo dejaba en ese instante sobre la mesa, deslizándolo por la superficie hacia ella.
—¿Qué es esto?
—¿No me contrataste para evitar tu boda con el vizconde de Nerima? —inquirió él.
¡Lo había olvidado! Y al darse cuenta, el rostro de Akane enrojeció hasta la raíz del pelo, incluso sintió las orejas calientes. Se había enfocado tanto en los problemas de Ranma —que a toda costa deseaba poder arreglar— que se había olvidado de los suyos.
—Y-Yo… yo… —tartamudeó.
—Tómalo —dijo Ranma—. Solo tienes que firmarlo.
Akane adelantó la mano, las yemas de sus dedos rozaron el papel, pero al final los retiró, llena de una extraña aprensión.
—¿Es… es el documento que eché al fuego? —preguntó con la vista fija sobre la mesa.
—No —sentenció Ranma—. Bueno… sí, no… ¡No! Es casi lo mismo, pero… ¡No importa! Solo… Solo tómalo.
Akane lo miró a los ojos. ¿Por qué de pronto él parecía nervioso? ¿Y sería porque lo veía nervioso a él que ahora ella se estaba poniendo nerviosa también?
Conteniendo el aliento, levantó el documento y lo desdobló. Era una sola hoja, así que sus ojos pudieron leer con rapidez lo más importante de su contenido.
«Certificado de matrimonio…»
«Ranma Saotome…»
«Akane Tendo…»
Percibió que el pecho le cosquilleaba y que empezaba a abrir la boca tragando grandes bocanadas de aire. Se echó hacia adelante, cubriéndose el rostro con el papel. Sus hombros se agitaron y todo su cuerpo se estremeció.
—¿A-Akane? —la llamó Ranma—. ¿Estás… bien?
Su voz sonaba conmocionada y ella intentó enderezarse para asegurarle que todo estaba perfectamente bien, pero fue incapaz. Se agitó, moviendo la cabeza frenéticamente a un lado y al otro. Dejó caer el papel sobre la mesa y a continuación se cubrió la cara con las manos, doblándose hacia adelante con mucho dramatismo.
¡Ay, Kamisama!
—¡No llores! N-No… llo-llores, Akane…
Ella se alzó entonces, buscando la servilleta, lo que resultó en que sus manos ya no impidieron a los sonidos salir de su boca. El estruendo de su risa flotó encima de la mesa y se juntó con el bullicio de la confitería.
Ranma tenía los ojos abiertos de asombro.
—¿Te estás… riendo?
¡Ay, Kamisama! ¡Ay, Kamisama!
Al ver su expresión, Akane se rio con más fuerza. Empezó a manotear el respaldo de la silla buscando su bolsito y cuando fue capaz de levantarlo, hurgó en su interior hasta dar con un pañuelo, mordiéndose los labios para aguantar la risa el tiempo suficiente. Cuando encontró el pañuelo se talló los ojos con fuerza para secárselos. Quería provocarse dolor adrede, a ver si así podía parar de reír.
Ranma ya la estaba mirando con fastidio.
—¡Ay, ay, ay, Kamisama!... Mi estómago —musitó agarrándose la barriga con las dos manos—. ¡Ay, ay…! ¡No puedo!
Soltó otra carcajada, que ahogó con el pañuelo sobre la boca.
¡Eso no podía ser normal!
—¿Estás teniendo una crisis nerviosa? —le preguntó Ranma con un tono casi aburrido.
—Es…Es probable —respondió Akane entre jadeos, intentando controlar las carcajadas.
Él le alcanzó la copa con agua y ella bebió apenas un pequeño sorbo, porque no quería escupírsela en la cara si le venía otro acceso de risa. Respiró hondo varias veces, mordiéndose la lengua y, cuando se sintió lo suficientemente segura, volvió a tomar otro poco de agua.
—Ay, Kamisama…
—Sí, eso ya lo dijiste —replicó Ranma.
—¡No digas cosas graciosas o voy a…, voy a…! —Se cubrió de nuevo la boca con una mano y rio, aunque ahora sí parecía una risa más normal. Casi controlada.
—Nunca vi una cosa como esta —comentó Ranma.
—¡Basta, no digas…!
—¡Eso no te puede hacer reír!
—Ahora… mismo —murmuró Akane, con la respiración agitada entre palabra y palabra— cualquier… cosa…
—Muy bien.
Akane cerró los ojos con fuerza y agitó el pañuelo frente a su rostro para darse aire.
—Ay, Kamisama…
Ranma se mantuvo en silencio.
—Ay, Kami… Creo que ya estoy… mejor —dijo ella con una sonrisa bastante amplia.
—En todos mis años de trabajo —murmuró Ranma mirándola—, nunca vi…
—¡Espera, espera! —lo detuvo ella poniéndose los dedos en los labios y soltando otra risita, muy pequeña. Ranma alzó una ceja—. ¡Es que tú no entiendes!
—Claramente, no entiendo.
—¡Es Nabiki! —exclamó Akane con fuerza, sonriendo de oreja a oreja—. Mi hermana me dijo… Me dijo que para evitar al vizconde debía casarme con alguien más… ¿lo entiendes?
—Eso no me resulta en absoluto gracioso —dijo Ranma con voz neutra.
—Es tragicómico —sentenció Akane—. Si le hubiera hecho caso… ¡Ay, Kamisama! —Rio otra vez—. Si le hubiera hecho caso… no estaríamos aquí sentados ahora. Nabiki sería una excelente abogada.
—Lo dudo —dijo Ranma con sequedad.
—Tienes que admitir que tengo razón —dijo Akane divertida—. Si le hubiera hecho caso, ni siquiera nos hubiéramos conocido.
Ranma no estaba seguro de que le hubiera gustado ese panorama, a pesar de todo, así que no dijo nada.
Akane volvió a tomar el papel y lo estudió con más detenimiento. Su sonrisa divertida se transformó en una tímida, y sus mejillas se colorearon.
—No lo entiendo —murmuró—. Esto… es falso, ¿cierto?
—Es un documento perfectamente legal, una vez que lo firmes.
Akane se sonrojó más profundamente.
—Pero, entonces… ¿vamos a ser marido y mujer?
—¡Solo en el papel! —se apresuró a decir Ranma.
Cuando Akane lo miró se dio cuenta de que él también tenía los colores subidos al rostro.
—Ah.
Se quedaron en completo silencio por un largo rato. Akane era incapaz de alzar los ojos. Pasado el momento de risa y nervios, no sabía qué hacer.
—Después de un tiempo, haré los trámites para anularlo y serás soltera de nuevo —explicó Ranma.
—Ah.
—Es solo para que no puedas casarte con Ryoga Hibiki.
¿Pero así de fácil era?
—¿Es la primera vez que haces algo como esto? —quiso saber ella, cada vez más tímida.
—Lo he hecho muchas veces —aseguró él.
Akane levantó el rostro.
—¿Entonces cuántas veces te has casado?
Ranma palideció. Después se sonrojó con fuerza.
—¡Nunca! ¡Es la primera vez…! Es decir… —Se aclaró la garganta—. Una vez que lo firmes, será la primera vez… ¡Aunque no estaremos casados!... No de verdad, quiero decir.
Akane asintió.
—No te imaginas la clase de cosas que solicitan los nobles —dijo él en seguida—. Muchas veces he tenido que registrar matrimonios de esta manera, o he tenido que quitar nombres de un registro familiar… Hago esos documentos todo el tiempo, no eres la primera mujer que no acepta casarse con el prometido que eligió su padre. Hay hombres que tampoco lo desean.
Akane lo miró a los ojos.
—Pero nunca pusiste tu nombre en uno de esos documentos —murmuró—. ¿Cierto?
Él asintió lentamente.
—Y cuando fuiste a verme a Nishigō… a la casa de mi hermana…
—Eso era diferente. —Ranma sacudió la cabeza—. Normalmente utilizo nombres que no perjudiquen a mis clientes, pero como los arrojaste al fuego tuve que improvisar.
—¿Nombres… inventados? —sugirió Akane.
Él casi se ríe de su ingenuidad.
—Nombres de personas… ya fallecidas.
—¡Pero eso es ilegal!
—No si nos cuidamos de registrar la boda en una fecha anterior a la muerte.
O sea, era ilegal.
—Si usáramos gente de verdad, gente viva, habría complicaciones. Por ejemplo, si alguna de las partes no acepta anular el matrimonio después…
—Claro —musitó Akane, sin saber qué más decir.
—¿Lo entiendes, Akane? —preguntó él echándose hacia adelante. Quería, con desesperación, que ella comprendiera su trabajo—. No es que… desee…
—Lo entiendo —dijo ella asintiendo—. Supongo que no tenías opción. —Suspiró y empezó a hablar sin parar, como hacía siempre que estaba nerviosa—. Ni siquiera me imagino lo que debe ser estar obligado a trabajar para subsistir… es decir, papá tiene sus negocios, claro está. Y normalmente está ocupado con su trabajo, pero no es lo mismo. Quiero decir… si no hubiera tenido la dote de mamá nunca hubiera podido…
—¿Lo entiendes de verdad? —repitió Ranma en cuanto ella hizo una pausa.
No se sentía precisamente orgulloso, pero sí se alegraba de poseer esas estrategias, o nunca hubiera podido evitar la boda de Akane. Y tenía que evitarla, de la manera que fuera.
—Pero rompiste las reglas —agregó Akane—, pusiste el nombre de una persona viva. Tu propio nombre.
Él asintió.
—Lo hice.
Entonces, ¿eso significaba algo?, pensó Akane. ¿O solo lo hizo porque era su trabajo, porque ella lo había contratado? Ella le había pedido que evitara su boda con el vizconde, y estaba claro que él había cumplido su parte del trato, aunque ella ni siquiera le pagaba sus honorarios todavía. No podía reprocharle nada.
Sin embargo…
—¿Vas a anularlo después? —preguntó.
Ranma la observó atentamente.
—Solo si quieres que lo haga —respondió.
¿Qué?
Akane se sofocó. ¿Qué quería decir con eso?
¿Insinuaba…? ¡Pero estar casada con él…! No, sería falso. Sería completamente falso. Aunque los documentos fueran legales, nunca sería un matrimonio de verdad.
—Bueno, yo… claro que… yo…—empezó a farfullar ella.
—Akane… ¿quieres… que lo anule?
Ella estaba demasiado trastornada como para darse cuenta de que a Ranma le había costado mucho decir esas palabras.
—¡Por supuesto! —respondió casi con un grito.
¿Mantener un matrimonio falso? ¿Con él? ¡Qué estupidez! Nunca podría tener algo falso con ese hombre que la besaba y la hacía olvidarse del mundo. Sería un auténtico infierno. Nunca podría soportarlo.
Casi tenía ganas de llorar otra vez, cuando hasta hacía un momento no podía parar de reír.
Estaba perdiendo la cordura.
—Entiendo —murmuró Ranma con la voz opaca.
Akane se puso de pie.
—Debería irme —murmuró colocándose los guantes, sin querer mirarlo—. Además, tú tienes compromisos, y yo debería… Bueno, necesito una pluma, ¿cierto?... Y… además…
—Claro, señorita Tendo —dijo él, levantándose también.
¿Por qué él…? Akane se mordió el pulgar por encima del guante.
—Puede enviar el documento a mi despacho y me encargaré de registrarlo —agregó Ranma.
Parecía que él tampoco deseaba mirarla a los ojos.
—Lo haré —respondió ella—. Gracias…, señor Saotome.
Entonces, por fin se había librado del matrimonio con el vizconde de Nerima.
¿Pero por qué no se sentía feliz?
.
.
.
En cuanto llegó a casa, fue directo a la biblioteca. Su padre había salido a una reunión de negocios y Nabiki había acompañado a Kasumi y el doctor Tofú a la estación de trenes, así que estaba sola. Pero era mejor así, necesitaba privacidad.
Se sentó frente a una de las mesitas que usaba para escribir la correspondencia, puesta junto a la ventana. Desplegó el papel y lo leyó atentamente.
—Por Kami…
Abrió uno de los cajones y sacó un frasco de tinta y una pluma. A continuación, le quitó la tapa al frasco y mojó la punta de la pluma dentro. Descargó el exceso en una hoja de papel en blanco que tenía justo debajo del certificado de matrimonio.
—Por Kami, por Kami…
Suspendió la punta de la pluma justo en el lugar donde debía poner su nombre. Alzó los ojos y miró por la ventana. La luz del sol caía oblicuamente, empezando a desaparecer, y el cielo se teñía de un pálido tono rosa.
—Ay, por Ka-
El golpe en la puerta la hizo dar un respingo y casi deja una mancha de tinta encima del certificado. El señor Pan-da se aclaró la garganta en el umbral de la puerta.
—Tiene visita, señorita Akane —anunció.
—¿Para mí?... ¡Oh! —El estómago le burbujeó de anticipación.
—Lord Hibiki, el vizconde de Nerima —agregó Pan-da.
Akane, que se había puesto de pie de un salto, se dejó caer de nuevo en la silla, como si fuera un globo desinflado.
—Ah.
—¿Lo hago pasar?
—Sí, hay que hacerlo pasar —respondió Akane entre dientes, poniéndose de nuevo de pie, con mucho esfuerzo.
—¿Desea… que me quede, señorita Akane? —inquirió el mayordomo.
Akane lo miró sorprendida y después le sonrió, agradecida.
—No será necesario, estoy bien. Pero dejaré la puerta abierta, por si acaso.
El señor Pan-da asintió con una sonrisa. Salió de nuevo, y un momento después anunció la llegada del vizconde. Dejó abiertas las puertas dobles de la biblioteca y se fue, pero Akane sospechó que no se había quedado demasiado lejos.
Ryoga Hibiki entró en la habitación con la espalda recta y la cabeza erguida. Miró alrededor, repasando con la vista los muebles y los adornos, y al final se detuvo en Akane. La estudió un instante, mirándola de la cabeza a los pies y al final se inclinó a modo de saludo.
—Señorita Tendo.
—Milord —respondió ella, haciendo una reverencia más pronunciada.
Cuando se enderezó, lo miró también, mientras él se acomodaba en uno de los sillones. Era alto, con el cabello espeso y castaño, y tenía unos ojos bonitos, casi dorados. El cuerpo parecía atlético. En general, podía ser un excelente prospecto de marido. Akane se preguntó si Nabiki lo hubiera considerado, de no haber tenido a su marqués.
—¿Puedo ofrecerle algo, milord? ¿Té?... ¿Amazake?
—No es necesario, gracias.
—¿Agua?
—Estoy perfectamente bien así —aseguró Hibiki.
Tenía una voz demasiado parecida a la de su padre, advirtió Akane.
El vizconde se quedó en silencio y Akane tampoco supo qué decir. ¿Había venido a hablar del compromiso? Nerviosa, miró hacia la mesita donde había dejado el certificado de matrimonio. No se casaría con el vizconde, ¡nunca!
Él se puso de pie otra vez y empezó a pasearse por el cuarto, observando los cuadros colgados de las paredes. Parecía nervioso.
—Hoy… estuvo inusualmente cálido —comentó—. Para ser febrero.
Akane, sin saber por qué, miró hacia la puerta, como si allí pudiera encontrar la respuesta para aquel comentario.
—Es… —dudó—. Sí, así es —dijo.
El vizconde se volvió hacia ella y anduvo a grandes zancadas hasta detenerse a su lado.
—¡Señorita Tendo! —dijo con fuerza.
—¿Sí? —inquirió Akane, sonriendo por pura cortesía.
Tenía que admitir que era apuesto. Aunque no le provocaba nada parecido, ni remotamente, a lo que Ranma la hacía sentir.
—Akane… ¿puedo llamarla Akane? —preguntó lord Hibiki casi con desesperación.
Ella frunció el ceño. En realidad, no quería que la llamara por su nombre.
—Después de todo… somos… pro-prometidos —agregó el vizconde tragando saliva.
—Milord…
Él no le prestó atención. Se acercó más, tomó aire. Y, con una expresión de terrible angustia y fiero deber, se inclinó despacio hacia ella. Akane comprendió, horrorizada, que intentaba besarla.
Casi sin pensar, alzó la mano…
Pero justo cuando estaba a punto de abofetearlo, él se echó hacia atrás con un gimoteo.
Akane lo observó estupefacta. El vizconde se cubrió los ojos con una mano e inclinó el rostro, sollozando.
—¡No puedo hacerlo! —se lamentó—. ¡No puedo!… Por Kamisama, no puedo, señorita Tendo.
—¿Mi-Milord?
—Yo… —alzó el rostro con dignidad— no la amo, señorita Tendo —anunció—. ¡Nunca podré amarla!
Después se dejó caer de nuevo sobre el sillón, con las manos en las rodillas y la cabeza inclinada, casi en agonía.
—Lo intenté con todas mis fuerzas —empezó a decir con la voz estrangulada—. Quise hacerme a la idea… ¡Incluso tomé la decisión! Pero soy demasiado débil… No puedo… Mi sangre no se enciende con usted, mi corazón no late apresurado… ¡No siento nada! —exclamó mirándola a los ojos—. No puedo dejar de pensar en…
Se llevó una mano a los temblorosos labios y tragó saliva. Akane lo observó atentamente cuando volvió a hablar.
—Amo a otra persona.
Ella inclinó la cabeza, comprensiva.
—Entiendo —dijo.
—Aunque nuestro amor es imposible, no puedo evitar… amar —susurró él.
Akane entrelazó las manos nerviosamente.
—Tal vez debería intentarlo, milord —murmuró—. Quiero decir, aunque sea imposible.
Él la observó asombrado, y al final esbozó una sonrisa triste.
—La sociedad jamás lo aceptaría —musitó.
Akane se sonrojó súbitamente. Entonces, ¿Nabiki tenía razón en sus sospechas?
—Además —continuó el vizconde con la mirada perdida en la pared de la chimenea—, él… esa persona —se corrigió en seguida— solo me utilizó… para vengarse.
—¿Está seguro, milord? Quizás se trata de un malentendido —dijo. Hablaba por experiencia.
—Me lo confesó abiertamente.
—Oh —susurró Akane—. Lo lamento.
El rostro de él se suavizó de pronto.
—Aunque también me dijo… que me amaba de verdad. ¿No resulta curioso?
Ella se mordió los labios y fue a sentarse junto a él en el sillón.
—¿De verdad? —preguntó.
—Y me ha enviado una carta todos los días desde entonces —explicó el vizconde con una sonrisa—, confesándome cuánto me ama. A veces, dos.
—Entonces tal vez sea cierto.
Él la miró curioso.
—¿Lo cree así?
—Tal vez debería intentar ser feliz con… esa persona.
Lord Hibiki se sonrojó con fuerza.
—¡Pero, Señorita Tendo…! No podría —replicó agitando la cabeza—. No soy tan fuerte como para ir contra las convenciones sociales… o contra mi padre.
—¿Pero no vale la pena luchar por amor?
El vizconde la observó, completamente mudo, con una expresión tal de asombro que Akane desvió la vista, turbada.
—¿Por qué me dice estas cosas, señorita Tendo? —inquirió—. Me imaginé que usted estaba deseando casarse conmigo por mi título y mi fortuna, no que intentaría persuadirme de lo contrario.
—¡Le aseguro que no quiero casarme con usted, milord! —exclamó ella, ofendida—. De hecho, hasta hace poco ni siquiera sabía que usted existía, o que nuestros padres eran amigos.
—Resulta difícil de creer —dijo él.
—¡Le doy mi palabra! —sentenció Akane—. Además, yo también…
El vizconde la miró interesado. Ella tomó aire antes de continuar:
—Amo a otra persona.
Akane misma lo comprendió en ese instante.
—No me diga que la sociedad tampoco aceptaría su relación —murmuró él alzando las cejas.
—¡No es eso!... Es… complicado.
—¿Acaso no lo es siempre el amor? —inquirió él con una risita.
Akane se descubrió riendo también. El vizconde no parecía una mala persona.
—Es usted extraordinaria, señorita Tendo —dijo Hibiki un momento después—. Si las cosas fueran distintas, creo que me habría enamorado a primera vista de usted.
—Qué bueno que no lo son, milord —replicó ella—, porque yo no me habría enamorado de usted. Ni hubiera deseado casarme.
Él, lejos de ofenderse por aquella respuesta, volvió a reírse, refrescado por la personalidad de esa mujer.
—¡Extraordinario! Nadie me había hablado nunca de esa manera.
—Bueno, tiendo a ser un poco… —se apresuró a explicar Akane.
—No se preocupe, no lo digo como si fuera algo malo.
—Oh.
Él se puso de pie con energía.
—¿Qué le parece si hacemos un trato, señorita Tendo? —ofreció—. Los dos intentaremos probar suerte con el amor… Yo, aunque deba permanecer oculto a los ojos del mundo, deseo ser feliz. Con «esa persona» —agregó sonriendo—. Usted debería intentarlo también, la vida es demasiado corta para aceptar compromisos impuestos sin luchar.
—Bueno, yo…
Quizás él tenía razón. Debería firmar el certificado de matrimonio de una vez sin cuestionarlo. Era un comienzo, aunque no fuera el mejor del mundo. Y, tal vez, podría luchar para que Ranma llegara a…
—¿Acepta? —insistió el vizconde—. Me temo que, sin su apoyo, volveré a flaquear. Deseo hallar fuerzas en usted, señorita Tendo.
—Entonces —dijo ella—, supongo que tengo que aceptar.
Los dos sonrieron y se inclinaron en una reverencia.
—Hablaré con mi padre —prometió él al final—, me pondré firme.
—¿Podrá convencerlo, milord?
—Al menos, lo intentaré con todas mis fuerzas.
Akane asintió. De todas formas, ella tenía el certificado de matrimonio…
No, tenía a Ranma.
—Nunca pensé que encontraría en usted a una aliada.
—Yo tampoco —confesó Akane.
—¿Amigos, entonces?... O, al menos, camaradas en la lucha por el amor.
—Ese título me gusta mucho más —dijo Akane con una sonrisa.
El vizconde se inclinó de nuevo. Estaba nervioso, pero más decidido que nunca.
—Me marcho —anunció—, tengo mucho que hacer por mi futuro.
Akane también.
—Lo acompañaré a la salida, milord —le dijo con una sonrisa.
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Ranma había abierto la puerta de su despacho, con el maletín en una mano, cuando vio entrar a su padre corriendo en la oficina. Frunció el ceño con fuerza y se puso instantáneamente de mal humor. ¿Sería Akane la culpable de aquello?
Apretó la mandíbula y se le agrió el semblante. ¡La iba estrangular en cuanto volviera a verla!
—¡Hijo… hijo mío! —exclamó Genma Saotome, deteniéndose un instante a tomar aliento.
¿Había ido corriendo hasta allí? ¡Maldita sea, Akane! ¿Qué le habría dicho?
—La oficina está cerrada —anunció Ranma sin prestarle atención—. Si quieres hablar pide una cita.
Se encaminó a la salida, pero se volvió cuando estaba junto a la puerta.
—Aunque me temo que mi agenda está ocupada… ¡por los siguientes veinte años!
Creyó que su padre iba a suplicar, fingiendo amabilidad, e incluso fragilidad, apelando a su buen corazón, y estaba preparado para la pelea descomunal que se iba a desarrollar a continuación. Pero Genma lo miró con seriedad.
—¡Deja de decir idioteces, Ranma! —le espetó con fiereza.
El muchacho se quedó de una pieza ante aquel cambio. Iba a decir algo más, pero su padre lo interrumpió.
—¡La señorita Akane ha sido secuestrada! —exclamó.
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Continuará
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Nota de autora: Hoy tuve unos imprevistos y no pude revisar el capítulo hasta muy tarde, ¡pero creo que llego a la fecha de publicación! Por lo menos acá donde vivo, sigue siendo viernes XD.
La verdad es que este fue mi capítulo favorito de escribir, a excepción del final, pero digamos que, de los que ustedes han leído hasta ahora, este es mi favorito. Todas las conversaciones y peleas de Ranma y Akane las disfruté como si yo misma los hubiera estado observando hablar y solo tomara apuntes de sus diálogos. ¡Ellos son la pareja más linda del mundo!
Gracias a todos por sus lindos comentarios y reacciones, ya sea por aquí, en Wattpad, o en mis redes sociales. De verdad, me encanta leer todo lo que piensan de la historia, como gozan ciertas escenas o detalles. Para un autor es lo más importante que los que leen le comenten estas cosas, hace que todo el esfuerzo valga la pena. Además, de paso, fangirleamos juntos sobre Ranma y Akane, jeje.
Nos leemos.
Romina
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