Misaki encontró un largo y fino pelo blanco encima de la almohada. Lo agarró con detención, mientras procuraba no partirlo. Era como un hilo de cocer, en realidad, Misaki por un segundo creyó que se trataba de una hilacha de ropa de cama, pero pronto desechó la idea al percatarse de la textura rígida y el brillo del mismo.
Akihiko ladeó la cabeza, para continuar sumido en el placer de un sueño extenso sin interrupciones. Le enseñó la nuca a Misaki, quien cayó en cuenta de que ese no era un simple cabello blanco, sino que se trataba de una de las tantas canas que le comenzaban a crecer en la cabeza de Akihiko.
Se mordió el labio y hundió los dedos en el pelo de Usami, quien emitió un gruñido molesto por haber sido despertado. El cabello de su pareja era gris de nacimiento, por lo que distinguir las canas era una tarea compleja, pero pronto descubrió varias de ellas cerca de la coronilla.
—¿Qué... ha... crees que... haces? —preguntó con voz ronca Usami. Misaki se sobresaltó al sentir como el hombre lo tomaba con fuerza y lo dejaba contra el colchón con el gesto sombrío—¿Acaso este fue tu intento de atacarme? Bastante penoso, a decir verdad.
—No... no es eso, Usagi-san—dijo Misaki, que pronto fue interrumpido por un beso húmedo. Uno de esos besos que lograba que las piernas le temblaran y que siempre le costaba finalizar—Ah... Usagi-san, no ahora... es muy temprano.
Akihiko hizo caso omiso y comenzó a repartir besos. Uno tras otro. Misaki por la costumbre y el tiempo, ya no pataleaba, pero siempre intentaba reducir ese tipo de jugueteos que siempre se alargaban demasiado. Se preguntaba, como rutina, el motivo del porqué Akihiko le gustaba demorarse cuando lo sostenía entre los brazos.
Por lo mismo agradeció a que la gata, Aki, subiera a la cama y se restregara entre ambos. Era la acción matutina que ejecutaba motivada por el hambre y la desesperación de no haber sido mimada durante toda la noche. Usami miró a la felina con rabia, antes de que la hermosa Aki se recostara sobre el pecho de Misaki, como si se burlara del otro hombre.
Sin decir nada más— porque no era necesario— Misaki se levantó y llevó a Aki al comedero para darle su desayuno. Akihiko chasqueó la lengua, pero a los pocos minutos, Misaki escuchó el sonido del calefón encendido.
Abrió las ventanas, para dejar que el aire encerrado de la noche fuera renovado; en pijama, con las manos limpias y un delantal puesto, comenzó a preparar el desayuno de ellos, mientras se reproducía en la radio cualquier canción actual.
En el momento en que Akihiko bajó, Misaki le dejó la sencilla tarea de vigilar las ollas por unos minutos y una vez transcurrido el tiempo, las apagara. Dejó el delantal encima de la mesada y corrió a meterse a la ducha.
En menos de diez minutos yacían uno frente al otro. Emanaban el mismo olor del Shampoo que compartían, el que se mezclaba con el desodorante de Misaki, el perfume de Usami y el aroma de la comida recién servida.
Ninguno de los dos prestaba atención a lo que fuera que dijera el hombre en la radio, ya que lo único bueno del programa era la música que colocaban, que terminaba por ser opacada por el tintineante cascabel de Aki y el cotidiano sonido de los platos al ser devorados.
Una tranquilidad que ya llevaba doce años encima.
—Usagi-san...
—¿Qué ocurre?
Misaki dejó el plato de arroz en la mesa—Estás más viejo.
No se refería (solo) a las marcas de edad que se formaban, de las cuales Akihiko comenzó a tomar en cuenta hace un par de meses, cuando notó que tras una larga noche en vela, poco a poco iba perdiendo esa capacidad regenerativa de la jovialidad. Cada vez se demoraba más en que las ojeras se esfumaran; si no que Misaki se refería a otra cosa: el ambiente en torno al hombre era distinto. Más maduro, o quizás más refinado.
Misaki no dudaba que Usami pronto podría considerarse como un hombre sabio. Anticipaba ese adjetivo en la entrada de Wikipedia de Akihiko, y más abajo, en la fecha de nacimiento, figuraría un año, que sonaría demasiado distante.
Aun así, Misaki no recibió ni una mala cara, como esperaba, sino que obtuvo una resignación absoluta. La resignación de un hombre adulto, al final de cuentas.
—Lo sé.
Ese año, hace un par de semanas, cumplió los cuarenta.
Y desde ese punto no había retorno.
—Ya no deberías trabajar hasta tan tarde... te va a terminar por pasar la cuenta. ¿Te diste cuenta de las canas que tienes?
Eran a causa del estrés. Aikawa se teñía el pelo, pero cuando retrasaba durante mucho tiempo la ida al peluquero, Misaki notaba en aquel rodete rápido varias canas nacidas de la excesiva carga laboral.
—Misaki, tú también estás más viejo.
Fue esa sinceridad lo que lo impactó de lleno. Misaki volteó la mirada para ver el reflejo de la ventana. Las ojeras y como ya no poseía esos rasgos redondeados de hace años. Lo que en un pasado aspiraba—el no verse como un jovencito inexperto— ahora le aterrorizaba.
Sin duda era cierto que el trabajo de editor era duro. No le tomó el verdadero peso hasta que estuvo dentro, con veintitrés y, ahora, seis (pronto siete) años después, tal vez se arrepentía un poco de la decisión tomada; sin embargo, amaba demasiado el manga. Editarlo era una pasión que lo motivaba a diario, aunque tuviera una carga enorme encima. Ya no concebía otro estilo de vida. ¿A qué otra cosa se dedicaría? Misaki consideraba que ese tipo de preguntas debía plantearlas en una o dos décadas más, cuando estuviera pensando en la jubilación.
El cascabel sonó, la gata se subió a la cabeza de Suzuki-san y se quedó ahí acostada.
Usami seguía comiendo. Eso cambió durante el transcurso de esos años, a pesar de que las porciones todavía no eran reducidas, en la actualidad Akihiko se demoraba cada vez más en terminar de comer, lo más probable porque pensaba en un montón de cosas, antes de llevarse los palillos a la boca. Un claro contraste con Misaki, quien tembló por un segundo y se terminó toda la comida en los primeros minutos, acostumbrado de tener que tragar rápidamente para volver al trabajo.
La inseguridad volvía a salir a flote con el paso del tiempo. Misaki observó a Usami, que escuchaba la música y le regaló un par de caricias a Aki.
¿Cuándo tuvieran cincuenta, sesenta, setenta seguirían juntos?
En diez, veinte, treinta años más.
El miedo del paso del tiempo.
—Pero aun así, continúas igual de adorable, cariño.
Los mangas shojo iban a un público joven. Se centraban en aquel momento en que los cerezos florecen sin pasar por el resto de las estaciones. Sin pasar por las malas épocas y por la inevitable muerte del árbol. Eran historias de colegiales, cuyo final se encontraba en la confesión del protagonista.
Cuando ingresó al departamento de edición de manga shojo no lo entendió de primera, hasta que Takano, su jefe, se lo explicó.
Para las historias de ese estilo, la vida terminaba en la aceptación del amor. En la consolidación de la pareja. Eran tramas que giraban en torno a la eterna juventud, el primer amor y la inocencia del temor ante el rechazo.
—A un hombre no le gusta que le digan que es adorable.
Nunca nadie le había dicho como era que se sentía una relación longeva. Ni siquiera en los shonen se trataban esos temas, al final de cuentas, a los adolescentes, de cualquier género, no se hallaban interesados en el futuro. Querían romances irreales, protagonistas similares a ellos y batallas campales llenas de fantasía.
Misaki, en ese punto, descubrió el cómo se sentía ser la pareja de alguien durante tantos años; algo casi como un sueño.
—Te sigo viendo cómo un niño, tonto de nivel D.
—Cállate, anciano pervertido.
Sonrió y estiró la mano sobre la mesa, para unirla con la de Akihiko, quien comía sin prisa y oía la música de moda; las melodías que los jóvenes despreocupados preferían y ellos, como par de adultos, disfrutaban en silencio, porque era vergonzoso admitir algún tipo de gusto por el género.
Sin saber el momento exacto: asumieron que se estaban poniendo viejos y tal como ellos crecían; su amor también lo hacía.
1/30
Jueves 18 de mayo de 2023.
Notas:
1) Ame ga mondai ni naru no wa nuretakunai baai dakedesu (雨は問題ですが、濡れたくない場合に限ります.): La lluvia solo es un problema si no te quieres mojar.
