Jujutsu Kaisen y sus personajes son autoría de Akutami Gege. Sólo escribo por diversión y en este caso, también por dolor.
Advertencia: en principio, ningún capítulo contendrá spoilers del MANGA, así que las personas que sólo ven el anime pueden leer tranquis jaja Los capítulos son atemporales, es decir: algunos pueden ocurrir en una línea temporal previa al anterior, y así.
Hacía frío. Bastante.
Satoru lo supo de inmediato porque en aquel descampado alejado de las luces artificiales, vivas y coloridas de la ciudad y en donde sólo había hierba, algún que otro arbusto y los árboles un tanto frondosos que lo envolvían en la penumbra de la noche, un vapor blanquecino y característico surgió de sus labios cuando resopló por enésima vez mientras contenía el insulto que pugnaba por salir de su garganta, sus párpados entrecerrados procurando distinguir la figura alta y oscura que caminaba delante suyo.
— ¿Falta mucho? Tengo frío.
— No, no tanto.
— ¿Sabes? Ya me arrepentí de hacerte caso.— Satoru detuvo su caminata y volvió a bufar. El movimiento sólo logró que un escalofrío recorriera su espalda, enfadándolo todavía más.— ¿Adónde vamos, Suguru? Tengo hambre.
— No estamos lejos…¿será que algún día dejarás de quejarte todo el tiempo, Satoru?
— No, porque ahora también tengo sueño.
Suguru no agregó nada más a su último reclamo, o quizás sí, Satoru no estaba muy seguro; entre el sonido de sus pasos sobre la hierba y el ulular tranquilo y lejano de alguna lechuza — sin tener en cuenta el frío, hambre y sueño que en sí no eran excesivos pero sí reales y disminuían la agilidad de sus sentidos — Satoru fue incapaz de oír algún bufido o réplica hastiada por parte del otro, quien siguió caminando en línea recta entre los arbustos en completo silencio.
Satoru lo conocía lo suficientemente bien como para saber que aquella situación le entusiasmaba y que, por razones que se le escapaban totalmente, parecía querer compartirla con él.
Qué cosa era, no lo sabía ni podía imaginarlo, pero conociendo a Suguru…
Qué mentiroso era, incluso consigo mismo.
— Aquí. Aquí es.
Satoru levantó el rostro al oírlo pues hasta ese momento había estado enfocado en no tropezar ni golpearse contra ningún tronco en el camino; pese a que sólo podía ver la silueta de la espalda de Suguru y su brazo derecho apartando un par de ramas del camino, Satoru fue capaz de percibir la emoción contenida de su voz, casi como si estuviera sintiendo vergüenza de lo que estaban haciendo. Aquel pensamiento aflojó bastante el frío, el hambre y el sueño que Satoru había estado experimentando a lo largo del camino hasta allí, cuando había pensado — ilusamente — que luego de la última misión podría engullir, bañarse y acostarse hasta el día siguiente.
Cuando sus pasos siguieron los del otro, no necesitó que Suguru le dijera dónde y por qué estaban allí, en la mitad de la nada misma alejados del ruido y la multitud.
Sus ojos claros se elevaron al cielo nocturno; sin parpadear, sus orbes estudiaron la inmensidad, la infinidad de estrellas que sus ojos humanos alcanzaban a vislumbrar en el firmamento como un manto increíblemente vasto, brillante y contrastante sobre las copas oscuras de los árboles más altos.
Tenía que admitirlo, aquello era hermoso.
Un ruido seco le hizo saber que Suguru se había movido otra vez; al traer otra vez su mirada a tierra, lo descubrió acomodándose sobre el césped oscuro en un sector donde la maleza no crecía. Parpadeando, se percató de que ahora podía ver bien a Suguru en medio de la oscuridad. ¿Sus ojos se habían acostumbrado tanto a la falta de luz que ya no la necesitaba, o era producto de la iluminación natural y maravillosa del cielo estrellado?
— ¿Qué haces?¿Vas a echarte a dormir aquí o qué?
En esa oportunidad, sí alcanzó a oír el chasquido de su lengua. Luego, mientras suspiraba pesadamente, Suguru palmeó el césped a su lado, una, dos veces.
— Vamos, siéntate un momento, Satoru. No te hará daño.
— No hay hormigas, ¿no?
— No van a picarte. Justamente a ti, no.
— Ya lo sé.— Satoru entrecerró los ojos pero igualmente se aproximó al lugar que le indicaba Suguru, desparramándose en el suelo mientras se estiraba cuan largo era.— Soy intocable. Por el infinito.
Agregó innecesariamente al tiempo que cruzaba las manos detrás de su cabeza y se ponía cómodo — no tanto, porque el suelo estaba duro y frío — recostándose, su rostro de lleno al universo.
— ¿No será por lo insoportable?
Fue su turno de chasquear la lengua, el gesto de desagrado torciendo sus labios. Sintió el cuerpo de Suguru acomodándose a su lado sobre el césped y ambos, sin mirarse, permanecieron impasibles y en silencio observando las estrellas sobre sus cabezas.
La verdad, la sensación de paz y tranquilidad que le brindaba aquello era bastante placentera. Satoru se sintió aislado, pero al mismo tiempo, en medio del silencio y la penumbra que los rodeaba, se sintió contenido por una energía superior que no podía definir.
— ¿Sabías que las estrellas se mueren?
El susurro de la voz de Suguru sacó a Satoru parcialmente de su ensoñación; ladeando apenas el rostro, pudo ver el perfil dibujado del otro en contraste a la oscuridad, sus ojos castaños aún apuntando al cielo.
— Claro, si las estrellas están vivas.
— ¿Y sabes lo que sucede cuando una de ellas muere?
— ¿Explota?
— No todas, pero sí, suelen explotar.
Suguru guardó silencio. Sólo en ese instante, Satoru se percató de que ambos habían estado susurrando tal y como si alguien pudiera ser capaz de oírlos en aquel sitio solitario y alejado de la civilización. Cuando los segundos pasaron y Suguru no agregó nada más, Satoru fue vencido por la impaciencia y, volteando el cuerpo entero hacia un costado, apoyó el codo en la tierra y el rostro en la palma de su mano, sus ojos ahora fijos en el rostro de Suguru que seguía ignorándolo.
— ¿Y?
— ¿Y, qué?
Al fin, Suguru desvió la mirada del firmamento hasta el rostro de Satoru y éste, ofuscado, notó confusión en el semblante ajeno. Rodando los ojos, Satoru resopló, todavía más impaciente.
— ¿Por qué se supone que a mí me importa que las estrellas exploten?
— Sólo era una observación.
— Una observación.
— Así es.— Luego de varios segundos de silencio, Satoru se dio por vencido y volvió a recostarse, bufando.
— Me has traído hasta aquí por una observación.
Soltó aquello en un susurro resentido, más no amagó en incorporarse sino que continuó vislumbrando la infinidad de puntos distribuidos en el firmamento, algunos aislados y más vistosos, otros agrupados en formas que parecían nebulosas luminosas a cientos de miles de kilómetros de distancia. No, años luz.
— Por un instante, imagina que alguna de esas estrellas haya llegado al final de sus días, luego de miles, y miles…y miles de miles de años.— soltó Suguru de repente, obligándolo a concentrarse. El brazo izquierdo de Suguru se elevó y su dedo índice señaló un punto específico a la izquierda de ambos.— Una de esas, de las grandes.
Satoru intentó imaginarse la situación: una estrella inmensa, tan grande como el sol que los alumbraba de día, había llegado a su fin y le tocaba estallar. Pudo imaginarse el destello cegador, la onda expansiva inconmensurable que seguramente afectaría a otros elementos del espacio, y…
— ¿Qué quedaría de ella? Si explota, digo.
Oyó el susurro del césped a nivel de su cabeza y al voltear, vio el rostro de Suguru enfrentado al suyo. Sonreía.
— Déjame llegar hasta allí.— luego, volvió a mirar la estrella que había señalado antes.-— Imagina todo lo que esa estrella vio a lo largo de esa eternidad. Todas las vivencias, las experiencias que pudo ver desde allá arriba.
Lo que Suguru decía era totalmente ridículo porque Satoru sabía bien que las estrellas no tenían ojos, no tenían sentimientos y estaban demasiado lejos como para poder vislumbrar lo que sucedía en un pequeño planeta como el suyo. Sin embargo, se descubrió a sí mismo oyéndolo con atención y deseando que continuara el relato.
— Todo eso la hace ser lo que es, y cuando explotan dejan detrás suyo una nebulosa, una cortina inmensa de recuerdos y experiencias que ni siquiera podemos dimensionar.
— ¿Y todo eso permanece flotando?
— Un tiempo, sí.
Satoru sabía que el término "flotar" no era exactamente muy científico si estaban hablando del espacio, pero eso a Suguru tampoco pareció importarle.
— ¿Y luego?¿Se evaporan, o algo así?
En esa oportunidad, la palabra había surgido inconscientemente y se avergonzó un poco por el nivel de ignorancia que estaba manejando; Suguru soltó una risilla a su lado y sus miradas se encontraron por escasos segundos.
Los ojos de Suguru brillaban y Satoru no sabía si era porque las estrellas se reflejaban en ellos o porque era su propia mirada quien iluminaba la del otro.
— No, no se evaporan. Caen.
— ¿Caen?¿Adónde? No me digas que aquí.— mientras señalaba el suelo bajo sus cuerpos con cierta incredulidad, Satoru vio a Suguru reír mientras se incorporaba y se sentaba frente a él. Luego, lo vio asintiendo.— No te creo.
— Pues no me creas, Satoru. Pero todo eso, toda esa nube inmensa que alguna vez fue una estrella con muchas, muchísimas vivencias, se desparrama por todos lados y va cayendo lentamente, en forma de polvo.
— ¿Polvo? ¿Una estrella se transforma en polvo?
— Así es, Satoru. Como todo, de hecho.
Ambos guardaron silencio y observaron el cielo estrellado otra vez. No sabía qué clase de ignorancia o malicia estaba manejando Suguru en esos momentos, ni siquiera si algo de todo aquello era cierto. Aún así, la idea de que una estrella inmensa llena de energía estallara y formara una nube densa de miles de millones de recuerdos que flotaban en el espacio y que luego se transformaba en polvo brillante y caía sobre ellos sin que lo notaran le resultó totalmente fantasioso, ridículo y absolutamente fascinante.
— Y ese polvo…-— Satoru observó a Suguru por el rabillo del ojo e intentó fingir cierta indiferencia, pero supo que no había resultado cuando vio las cejas arqueadas y la expectativa en el rostro del otro.— ¿Cae sobre nuestras cabezas y no lo notamos?
— No, en realidad está en nuestro interior.
Satoru dejó de fingir indiferencia y ladeó el rostro completamente hacia Suguru.
— ¿Qué?
—¿Has oído la frase "la materia no se crea ni se destruye, se transforma"?
— Ajá.
— Bueno, sucede algo parecido.
Suguru se acomodó sobre el césped y permaneció sentado, enfrentado a Satoru. Luego, de imprevisto, posó sus manos sobre los hombros del otro y las dejó caer por sus brazos y antebrazos hasta sus manos, la caricia que no era una caricia provocándole otra vez escalofríos.
— Ese polvo de estrellas está en nuestro interior porque es parte de lo que somos. Física o mentalmente, como te guste verlo. Nacemos con él, pero incompleto.
— ¿Incompleto?¿Por qué?
Satoru se había encorvado e inclinado hacia delante, su rostro a centímetros del de Suguru. Al notar su movimiento ansioso, Suguru lo imitó y pronto, su frente chocó suavemente contra la suya. Satoru no se apartó, sino que aguardó con impaciencia que su compañero continuara hablando.
La piel de Suguru estaba fría. La suya, increíblemente cálida.
— ¿Recuerdas cuando dijimos que explotaba, se transformaba en una nube y luego caía aquí?.— Satoru asintió y en el proceso, movió también la cabeza de Suguru.— Bueno, imagina como miles de recuerdos y sentimientos explotan y se separan por cientos de kilómetros de distancia, luego miles. Después millones de kilómetros. A eso súmale la caída.
— Cada uno cae en un punto distinto de la tierra.— concluyó Satoru en murmullos.
— Exacto.
— ¿Entonces cada persona que tiene polvos de estrella de esa estrella tiene un recuerdo distinto?
— Podría decirse que sí.
— Pero deben tener la historia incompleta. Digo, si cada uno tiene un recuerdo distinto…
Aquella conversación daba a entender que ambos estaban totalmente locos, uno por plantearla y el otro por seguirle el juego. Aún así, de alguna manera resultaba divertido, gratificante y, de una forma u otra, interesante.
— Bueno, he ahí el asunto.
— No entiendo.
— Si una persona siente que su historia está incompleta, aún cuando no sepa de qué se trata y de si la parte de esa historia que no conoce es buena o mala, ¿no buscaría completarla?
— Yo lo haría.— respondió Satoru sin dudar.
— Bueno, yo también. Al fin estamos de acuerdo, Satoru.
Suguru permaneció en silencio mientras sus ojos permanecían fijos en los suyos y, en ese momento, Satoru supo que por primera vez las palabras sobraban mientras la sonrisa tímida en los labios de Suguru contagiaba a los suyos en una sonrisa más amplia y llena de entendimiento.
¿Así que todo aquel operativo de convencerlo para ir al bosquecillo, obligarlo a sentarse en el césped y ensuciarse el culo y la espalda con tierra para luego seguirle la corriente en un delirio místico que seguramente tenía poco y nada de verídico… había sido para llegar a la conclusión de que ellos dos tenían una historia inconclusa y que, de forma inconsciente o instintiva, se habían buscado y encontrado porque el otro tenía…? ¿Qué cosa, por lo que se complementaban entre sí?
Eso sí era cierto y Satoru no podía negárselo a sí mismo. Suguru y él se complementaban a un nivel incluso atómico. ¿Esa era la razón por la que sucedía, porque compartían los polvos expulsados de una estrella muerta?
No sabía si catalogarlo como poético, romántico o enfermizo.
Irónico, tal vez.
Suguru suspiró y en el brevísimo instante en el que su aliento cálido acarició sus mejillas, Satoru recordó que seguían estando demasiado cerca el uno del otro, sus frentes aún apoyadas, las manos de Suguru aún en las cercanías de las suyas. Temeroso y cobarde como se conocía en ese tipo de asuntos, Satoru permaneció inmóvil en su sitio como si se tratase de una estatua de piedra, rígido e conteniendo la respiración cuando vio el rostro de Suguru todavía más cerca del suyo que antes, si acaso eso era posible. Desbordado por una ingenua inocencia que Satoru no se creía poseedor a esas alturas, notó como sus propios labios se separaban y temblaban sutilmente en un movimiento que nada tenía que ver con el frío que ya no sentía, el hambre que ya no tenía ni con el sueño que lo había abandonado completamente.
La nariz de Suguru apenas rozó la suya, apenas acarició luego un trayecto lineal de su mejilla tan suave como el tacto de una pluma, pero Satoru seguía sin poder respirar y Suguru parecía realizar un esfuerzo titánico e invisible que estaba por acabarlo. Los segundos se sucedieron sin que ninguno de los dos hiciera ni dijera nada, pero Satoru había llegado a su límite.
Necesitaba aire. Podría haber mucha tensión en el ambiente y el aire haber estado más pesado de lo normal, pero lo necesitaba en sus pulmones; inhaló profundamente ya sin poder contenerse, pero olvidó el detalle de que fuera de aquella burbuja en la que estaban inmersos ellos dos, era de noche y hacía frío. El aire gélido ingresó rápido e impiadoso por su nariz atravesando su garganta hacia sus bronquios, lo que, quisiera o no, le provocó un acceso de tos que no pudo controlar.
Mientras aclaraba su garganta e intentaba toser lo menos posible sintiendo como sus mejillas ardían por la vergüenza de aquel desliz, Satoru percibió la frialdad en la lejanía física de Suguru, quien le había dado su espacio para que tosiera a sus anchas, rompiendo así la burbuja, la atmósfera irreal que se había creado en torno a ellos dos.
¿Acaso podía ser más estúpido? No sabía exactamente qué hubiese sucedido si la tos no los hubiese interrumpido, pero Satoru hubiese deseado saberlo, porque…
— No te pongas tan nervioso. Es sólo una estrella.— agregó Suguru, aún sentado frente a él.
— ¿Nervioso, yo? No seas ridículo. Vamos, que me congelo.
Satoru se incorporó aún tosiendo mientras limpiaba sus pantalones con manotazos un tanto violentos; de hecho, había tenido que levantarse para evitar — otra vez — la mirada de Suguru porque, sencillamente, no había podido soportar su intensidad, la cobardía jugando un papel fundamental nuevamente. Sus mejillas ardieron un poco más, pero decidió echarle la culpa al esfuerzo desmedido de una tos que ya era exagerada.
Sin embargo, no tenía previsto que para cuando él terminara de fingir tener algo atascado en la garganta y estar cubierto de tierra, Suguru ya se hubiese incorporado a sus espaldas y en completo silencio, se hubiese aproximado tanto a él. De nuevo. Sin embargo, cuando Satoru volteó hacia él y se encontró en aquella situación, no tuvo tanto tiempo para fingir ni huir, Suguru no se lo permitió, probablemente harto de sus cobardías, cansado de sus excusas y hastiado de no poder expresarse sólo porque a Satoru no le salía cómo hacerlo.
Por eso, cuando las palmas frías de sus manos tomaron su rostro en un agarre suave pero firme, Satoru supo que no iba a poder escapar ni desapareciendo de allí.
Tampoco es que quisiera hacerlo, pero él no era tan valiente y confrontativo como Suguru en aquellos temas, claro que no.
Otra vez, temió que la tos volviera a aparecer en cuanto dejó de respirar, más no fue así. En esa ocasión, Suguru no le había dado ni tiempo para que pudiera paniquear y, antes de que Satoru pudiera procesar lo que estaba sucediendo, sintió los labios del otro sobre los suyos en un intento de beso, nervioso y un tanto inseguro.
Porque Suguru también estaba nervioso como la mierda, Satoru podía incluso olfatear sus miedos en el aire. Aún así, él podía afrontarlos. No como él.
Satoru presionó sus labios contra los de Suguru sin saber exactamente qué hacer pero sin querer enviar el mensaje erróneo. Quería, no…ansiaba que Suguru comprendiera lo difícil que era para él abrirse de aquella manera, confiar y…entregarse.
Y cuánto necesitaba hacerlo, cuán desesperado estaba por lanzarse a sus brazos y que se hiciera cargo del resto.
Percibió los labios de Suguru curvándose sobre los suyos en lo que pareció ser una sonrisa. Satoru lo imitó y, en el proceso, se le escapó una risilla estúpida, de esas que él mismo odiaba de sí.
El problema surgió cuando no pudo detener la risa.
¡Primero la tos, ahora la risa! ¡¿Acaso estaba drogado y no se había dado cuenta?!
— Satoru…¿estás bien?
La precaución con la que Suguru había preguntado aquello, sus manos ahora sujetando sus hombros y presionándolos débilmente, alteraron todavía más a Satoru quien comenzó a tener problemas serios para respirar producto de la risa mientras se apoyaba en Suguru para no caer. Cuando el único sonido que surgió de su garganta fue una especie de chillido agudo de una risa incoercible, Satoru escuchó a Suguru reír y lo vio negando con la cabeza.
— Eres algo único, Satoru. Y lo digo para mal. Eres increíble.
— Tú…tú tienes la culpa…— Satoru carraspeó e inhaló profundamente, acomodándose el cuello de la camisa en un acto mecánico.— Tú me haces así, Suguru.
— ¿Yo tengo la culpa de que seas insoportable?
— Sí, hazte cargo.
— Dios mío.
Suguru arqueó las cejas, más no agregó nada. La burbuja se había roto definitivamente, pero parte de su esencia seguía rodeándolos incluso cuando volvían de camino a la ciudad y el frío, el hambre y el sueño retornaban a la mente de Satoru.
— Suguru.
— Dime.
Ya en medio de una calle concurrida y mientras decidían en dónde se suponía iban a cenar, Satoru suspiró una última vez, liberando la tensión de sus hombros.
— No explotes.
— ¿Eh?
— Que no explotes.— volteó un momento y vio la confusión en el rostro de Suguru, a sus espaldas.— No quiero tener que buscarte toda una vida para volver a encontrarte.
— Satoru…
— ¡Allá! ¡Ese era el local que te había comentado!
Por supuesto, Satoru interrumpió lo que sea que Suguru fuera a decirle simplemente porque no estaba listo para esa conversación. Se sentía satisfecho por haber lanzado la primera piedra y haber dado en el blanco.
Tomando la mano de Suguru y adentrándose entre el gentío que volvía del trabajo, Satoru se abrió paso hasta el local que ni siquiera recordaba haber oído mencionar antes al tiempo que sentía la presión cálida en su mano y la risa de Suguru a sus espaldas. Si volteaba, estaba seguro de que lo vería negar con la cabeza y soltar la frase "eres increíble, pero para mal".
Ya lo sabía. Lo había sabido toda su vida. Por eso había estado buscando la parte increíble, pero para bien, aquella que le hacía falta para estar completo.
