Nunca conocí a mis abuelos paternos. El universo en su infinita bondad no fue diligente conmigo y no me proveyó de una infancia dotada de afecto familiar, como otros si pudiesen atestiguar con esmero. Me vi desprovisto de su ausencia a muy corta edad, por lo que no recuerdo sus rostros o sus nombres. Mamá, quien, por brío y provecho oportuno, siempre se encargó de enriquecer mil historias respecto a lo respetables que fueron por su paso en Reino Unido. Y con ello, me vi satisfecho de sus bienaventurados logros. Provengo de una familia acaudalada en la aristocracia británica. Y si bien, no puedo clamar por penurias monetarias, con el pasar de los años en pos de mi crecimiento hacia la adultez, comprendí amargamente que el dinero y la posición, no lo son todo. El ser humano sigue siendo un animal frágil en la pirámide alimenticia. Catalogándose, aun así, la especie más poderosa en pisar la faz de la tierra, hay cosas y situaciones que no lo amparan de la cruda realidad que todos enfrentamos, desde que nacemos. La salud. En mi existencia, me vi rodeado de un fantasma que asolaba a mi prole con desazón y nostalgia. Ya que, sin salud, no puede haber vida. Y solo para cuando nos abandona el arrojo del desahucio de esta, nos arrastra violentamente hacia una muerte inevitable.

Fue así como a mis 15 perdí a mi progenitor. Y tiempo más tarde, mi madre se vio victima cultiva de las denigrantes garras de una enfermedad huraña, casi inimaginable. Un deterioro cognitivo a nivel neuronal que, con el paso del tiempo, la dejó postrada en una silla de ruedas hasta mis días. Contra todo pronóstico, logró progresar por su cuenta. Viuda a temprana edad, con sus capacidades limitadas y poco avance de la ciencia; consiguió sacarme adelante con mis estudios y mi educación. Hasta cuanto su propio cuerpo le permitió.

Mi inspiración en volverme un médico cirujano de renombre tenía nombre y apellido. Mi musa más estimulante, una mujer empoderada y de buena cuna que por sobre viento y marea, luchó incansablemente para que, a mis 23 años, me titulara como uno de los mejores y más lozanos de Inglaterra. Un prodigio, ya que nadie se gradúa tan joven. Producto de lo avanzado que se encontraba su mal, decidimos mudarnos a Francia. En donde encontramos refugio complaciente en su hermana gemela, Emilie. Y en su familia. Es aquí, donde ahora ejerzo mi profesión con meticulosa prolijidad y calidad ecuánime de gestión. El hospital Universitario Pitié Salpêtrière. Comencé mi carrera como un simple interno. Subyugado a la mano derecha del doctor Wang Fu de curriculum intachable. El me enseñó todo lo que sé hasta ahora. El mejor de todos, en el rubro. Con el paso del tiempo, escalé en la posición, ganando gallardía, coraje y prestanza, al ser el único en utilizar métodos ortodoxos pero infalibles a la hora de curar enfermedades cerebro vasculares.

Nunca fui fan de la sociedad. Dedicado de lleno a mis estudios y al perfeccionamiento de estos, el destino me deparó una sorpresa en mi camino por el hilo rojo que nos conecta a todos. Una tarde de invierno, por esas tantas e infinitas reuniones de colegas, amigos y congregaciones, llegué a conocer a una intrépida muchacha que incursionaba airosa en la política por esos años. Su nombre era Kagami Tsurugi. Se estaba postulando para ser congresista en el parlamento francés. Fue amor a primera vista. Un hombre como yo, con 0 experiencia en el amor y en la interacción socio afectiva, dialogando noches enteras con una fémina de rasgos japoneses; con el don de la oratoria y la palabra concisa para hacer ver a un ciego. Tsurugi fue mi primera mujer. Armado de pasión excelsa y la nula actividad sexual que un varón como yo a sus 25 tendría por ser casto, le pedí matrimonio. Y para el 20 de mayo de ese año, nos casamos en una boda solemne, fastuosa y llena de bombos y platillos.

Kagami fue muy caritativa conmigo. Magnánima y misericordiosa con mi falta de expectativas tras no saber lo que era formar una familia propia, tomó la determinación de dejarse embarazar por mí y darme una hija. Lo recalco, porque yo no tenía aquellas aspiraciones. Sin darle muchas vueltas al fenotipo de mi corpóreo placer, la genética hizo lo suyo. Y curiosamente vino al mundo con más rasgos caucásicos que asiáticos para mi sorpresa. La llamamos Emma. Era preciosa. Una niñita sana, vigorosa, de 2,6 kilos. Fue la sensación de mi familia. Para ese entonces, vivíamos en un apartamento en parís. Pero fue mi esposa, quien tomó la venia de trasladarnos a un lugar más amplio. Con la esperanza, de darme indulgentemente más hijos. Nos mudamos a vivir juntos en una casa que tenía más habitaciones que baños, a mi parecer. Pero con el pasar de los años…nuestro romance no dio frutos y no fueron engendrados más bebés. Emma ya tenía 8 años y yo no fui capaz nunca, de darle un hermano o hermana. Rendida a la realidad, mi cónyuge dio pie atrás a expandir la familia. A mi pesar, acepté que las fuerzas del destino no quisieron simplemente dotarnos de más responsabilidades de las que ya teníamos. No es que no quisiéramos. Simplemente…no se dio. Aunque lo intentamos muchas veces más.

Kagami ya tiene un puesto como parlamentaria. Es una respetada mujer de gobierno. Y yo, continuo mis labores en el hospital, como doctor. Tengo 33 años ahora. Me encuentro en la cúspide de mi vida. Pero los problemas…no apremian a la edad. No ahora, que vivir bajo anestesia, no es suficiente.

La máquina respiratoria, acaba de entrar en punto puerto. Y ese sonido de mierda interminable, me regresa en sí.

—Doctor Fathom —interviene Rose Levillant— La presión disminuye.

—El paciente entró en shock anafiláctico —advierte Luka, el anestesista. La máquina marca 0 pulsaciones sobre una línea roja perpetua— ¿Epinefrina de 500ml?

—RCP —sentencia Félix— No hay tiempo de la intravenosa. Desfibrilador —exige, cogiendo las placas de energía— Gel, enfermera.

—Listo, señor —Rose obedece, embetunando ambas pinzas.

—Atrás —rezonga Graham de Vanily, frotando ambos puentes entre si— Carga de 200kw.

—Listo —asiente Couffaine.

—Despejen.

Primer golpe eléctrico contra su pecho. El hombre salta elevándose hacia arriba. Nada. Continua la línea roja.

—Dame una de 400 —demanda el rubio— Despejen.

Segundo golpe. Nada. El paciente no responde.

—Joder, Luka —berrea el británico, ofuscado— Dame una de 600.

—Félix…—Couffaine parpadea, temeroso— ¿Estás segur-…?

¡DE 600! —brama.

—Listo —su compañero aumenta la potencia.

Despejen.

Tercer golpe. Nada. Es el fin. Silencio sepulcral en el ambiente. El hombre, acaba de fallecer. Los integrantes del pabellón se miran entre sí, con cierto dejo de culpabilidad en sus rostros. Aunque todos cubren sus bocas con mascarillas, solo Rose es quien deja escapar un par de lagrimones desesperanzada. Ya no hay nada que puedan hacer. No ha resistido a la intervención y desafortunadamente, ha muerto. Fathom regresa el artefacto hacia la posición inicial y masculle entre dientes, sin mostrar atisbos de debilidad por muy afectado que esté. Apaga el respirador automático para dejar de escuchar aquel sonido infernal y se quita los guantes, tirándolos a una cubeta con amargura.

—Anótese y archívese con horario de deceso —murmura el ojiverde, abatido— Paciente varón, 78 años, apellido Lefien. Fallo cardiovascular con ausencia de bascula en diástole sin efusión hemorrágica cerebral —relata— Retroceso de amalgama en arterias coronarias del tipo cuatro. Placa aterosclerótica dilatada.

—Anotado —Levillant asiente, desconectando sus cables. Le entrega el resultado en una Tablet— Tome.

—¿Félix? —Luka pestañea, confundido con su diagnóstico— ¿Qué estás…?

—Que está muerto, mierda —el cirujano le avienta la tableta contra el pecho, con ira— Haz tu puto trabajo y encárgate de avisarle a los familiares.

—Pero…—traga saliva, malogrado— ¿Qué les digo?

—Que no resistió a la operación y ya. El tumor era más grande. Fin —Fathom sale del cuarto— Y cúbranlo con algo, carajo. Muestren respeto —se va.

Los congregados, intercambian miradas entre sí. Ya conocen con amargura cuando su jefe se pone en ese tono. Si. Le ha afectado más de la cuenta. Pero como siempre, intenta hacerse el más rudo de todos. Félix sale del pabellón, tembloroso y a duras penas logra mantener el equilibrio. Un par de colegas le saludan joviales en el pasillo. El, simula conservar una precaria sanidad mental intacta y responde de vuelta de forma afable. Pero en cuanto ve un chance o atisbo de huir, se mete raudo en uno de los cuartos de aseo para sentarse en el suelo y romper en llanto, destruido. Coge un cigarrillo de su bata y se ve tentado a encenderlo torpemente. La puta mecha no quiere prender. Finalmente lo logra y fuma, excelsamente desequilibrado. Se toma la cabeza, repitiendo una y otra vez de manera insistente y enfermiza.

No fue tu culpa. No fue tu culpa. No fue tu culpa. No fue tu culpa —exhala por la nariz— Hiciste lo que pudiste. Tranquilízate. Otro más a la lista. No es nada. Ya se encargará Luka del resto. Si…eso…—profesa, más sereno. Da un par de aspiradas más y apaga el tabaco contra su zapato— Bien…—sale como si nada del pequeño cuarto— Listo. Todo bien. De vuelta a la acción. Ejem…

Oficina.

—Vale…—murmura Félix, observando su ordenador y parte del teclado— Debo elaborar el informe del paciente. Lo haré. Si. Eso. Claro que no fue mi culpa. Yo no-…

—Doctor Fathom —interrumpe su secretaria.

—Ahora no, Sophia —espeta el varón— Estoy ocupado.

—Tiene una llamada urgente, señor —revela la muchacha— Es de su esposa.

—Si es de mi esposa, menos tiempo tengo —rueda los ojos, hastiado.

—Se trata de su hija, doctor —advierte la chica— Está en la línea 1. Por favor atienda.

—Ah. Si…—despabila, cogiendo el teléfono de inmediato— Gracias. Ya lo veo —contesta— ¿Kagami?

—Félix —sisea Tsurugi del otro lado de la línea, mientras va sentada detrás de un vehículo— No tengo tiempo para ir a recoger a Emma al colegio. Los embajadores canadienses están en Paris y debo atenderlos. Por favor, encárgate tú de ir por ella.

—Eh…—Graham de Vanily observa la hora en su reloj digital de muñeca. Los tiempos coinciden— Si, si…claro, cariño. Iré por ella. No te preocupes.

—Bien. No me esperes para la cena. Hoy llego tarde —sentencia la japonesa— Adiós —corta.

—Si…—Tu-tu-tu-tu. Suena el teléfono— Aun tengo tiempo…

—¡Doctor! —interrumpe de lleno otra enfermera— ¡Urgencia en pabellón cinco! Lo requieren en cuidados intensivos.

—¡Ya voy! —se levanta, automáticamente.

[…]

—¿Aun sigues aquí, pequeña? —consulta la profesora, preocupada.

Primaria Le Duloic. 16:50PM.

—Hola, señorita Leblanc —Emma la saluda jovial, en lo que dibuja con tiza sobre el suelo— Si. Disculpe, es que mis papás están algo retrasados.

—Querida…—se arrodilla frente a ella, derrotada— ¿Estás segura? Las clases terminaron hace 50 minutos. ¿Vendrán realmente por ti hoy?

—Claro que sí, señorita —ríe la menor, esperanzada— Es que ellos trabajan mucho. Pero si vienen por mí.

—¿No prefieres que te llevemos? —le comenta la docente, apuntando hacia su auto— El colegio está cerrando y podemos darte un aventón hacia-…

—Gracias —interviene la muchacha, negando con la cabeza— Pero no. A mamá no le gusta que me lleven otros. Estaré bien, en serio.

—Bueno…

Un auto aparca raudo frente a ambas. Incluso, se ha saltado un par de señaléticas y de hecho derribó unos conos de seguridad. La profesora hace amago de molestia, cruzándose de brazos. El apoderado de su estudiante brota desesperado por el interior del vehículo, casi echando carrera en el intento. Ni si quiera le ha dado chance de cambiarse de ropa. Lo nota vestido de bata blanca y con un estetoscopio alrededor del cuello.

—¡Emma! ¡Ya vine por ti! —chilla Félix, exacerbado. Hace una pausa, siendo increpado de lleno por la mirada fisgona de la docente— Madame Leblanc, yo…

—Llega tarde, señor Fathom —lo interpela— Las clases terminaron hace una hora casi —le muestra el reloj— ¿Qué significa esto?

—Mil disculpas, es que no logramos sincronizarnos con-…

—No me importa que problemas de coordinación tenga en casa, señor —rezonga molesta la institutriz— Emma lleva aquí casi-…

—¡Gracias por todo, maestra! —Emma besa su mejilla y corre hacia su progenitor, como si nada— ¿Nos vamos, papá?

—…

—S-si…tesoro. Vamos a casa —exhala agraviado el inglés. Una vez más, se excusa con la mujer— No volverá a pasar, se lo prometo.

—Vale…

De camino a casa. En el auto.

—Papi. ¿Sabes qué? —inquiere animosa la rubia— Hoy en clase de ciencias disecamos a una rana. Pero todos estaban espantados, menos yo. Es que les dije: "Mi papá es doctor. Estoy acostumbrada a esto" —exclama risueña— ¿Puedes creerlo? A todos les da miedo abrir animales o personas. Pero yo no-…—hace una pausa, observando a su progenitor a su lado— ¿Papá?

—Son muchos anabólicos —refunfuña Félix al teléfono— No. No es correcto. Hagan un examen de sangre y orina primero. Debemos descartar sobredosis.

Papá…

—Ya lo tengo anotado. Que a la mujer de la 37 le suministren 40ml de antibióticos fungilobicos —responde— Sufre de infección micótica por rebrote. No más que eso.

—…

—Listo. Ahora dejen de molestarme. Denle todo a Luka, el sabrá que hacer —corta, apagando su teléfono en el proceso. Se voltea a su hija— Discúlpame, cariño. ¿Qué decías?

—Nada importante…—sisea Emma, desviando la mirada contra el vidrio— Tengo hambre…

—Comeremos lo que quieras, mi amor. Llévanos al centro —demanda Félix a su chofer— Mi hija quiere comer…—no sabe realmente— ¿Qué te apetece?

Burger King…

—Eso es comida chatarra ¿Sabias? —arquea una ceja.

—Lo sé —exclama la rubia.

—A mamá no le gusta que comas eso —advierte Graham de Vanily.

—¿Y que más da? Mamá nunca está…—gruñe, melancólica.

—Bien…—suspira, convencido— Ya oíste. Burger King.

Y tú tampoco…—musita, casi inaudible.

Mansión Fathom Tsurugi. 22:23PM.

—Emma, ve a lavarte las manos —ordena. Pero su hija, no opta por obedecer. Por el contrario, corre huyendo de su presencia con las bolsas de juguetes y comida entre los brazos hasta encerrase en su cuarto— ¡¿Emma?!

Félix poco y nada entiende el comportamiento errático de su hija. Tras encender las luces y coger algo de whisky del minibar, se encamina hasta su cuarto. Toca la puerta primero, pero no oye respuesta. Es algo que le preocupa, sin duda. Insiste en llamar en su ausencia. Hasta que finalmente la chica le deja entrar, ofuscada. Sin animosidad de atosigarla con una conversación incomoda, ingresa a su pieza con expresión humilde.

—¿Qué tienes…?

—Nada —miente su hija, rehuyendo de su mirada— Me duele la panza, es todo…—agrega, fingiendo leer un manga de su estante.

—¿Ya ves por qué a tu madre no le gusta que comas comida chatarra? —Fathom se sienta a su lado, inquieto— Si descubre que-…

—Papá —interrumpe la menor, cabizbaja— ¿Tu trabajo es importante?

—¿Eh?

—Dime…—exige, pesarosa— ¿Lo es?

—Bueno…—el británico se soba la nuca— Un poco…

—¿Es más importante que yo?

—¿Qué dices, mi niña? —el doctor niega con la cabeza, rotundamente. Y acto seguido, besa su mollera con cariño— Eso jamás. Para mí, no hay nada más importante que tú.

—¿Seguro?

—Seguro. Muy segurísimo —asiente, con potestad— ¿A que vienen estas dudas?

—¿Realmente te importa lo que me pase? —lo mira a los ojos, fulminándolo con la mirada.

—¿Qué me preguntas, Emma? —expresa estupefacto el cirujano— Dios santo, hija. ¿Qué estás-…?

—¡Ya estoy en casa! —vocifera Kagami, desde el comedor.

—¡Ya llegó mamá! —Emma interrumpe la conversación, saliendo del cuarto para recibirla— ¡Mami! —la abraza— ¡Hola! ¿Me extrañaste?

—Siempre, corazón —farfulle Tsurugi, dándole un giro en tono de abrazo, por su eje— ¿Comiste? —su hija asiente— Bien. Ve a bañarte. Hablaremos por la mañana.

¿Qué está pasando…? —Graham de Vanily no entiende nada.

23:42PM. En el cuarto del matrimonio.

—¿Cómo te fue con los canadienses? —examina Félix, metiéndose en la cama.

—Bien —refuta Kagami, frunciendo el ceño en lo que se masajea las manos, embetunadas con crema de anís— Félix. Me llamaron del colegio esta tarde.

—¿Qué?

—40 minutos tardes, Félix —masculle Tsurugi, molesta— ¿Cómo te atreves?

—Escucha, no tengo ánimos de discutir ahora ¿Sí? —expresa Fathom, cansado— Lo importante es que llegué por ella. Fue un día duro para mí.

—Para mi también lo fue —su cónyuge se gira sobre el asiento, fulminándolo con la mirada— Pero solo te pedí una cosa. Que me cubrieras.

—Lo dices como si nunca lo hiciera, cariño —rueda los ojos con ironía.

—Bueno, soy una persona ocupada —reclama— ¿O acaso no te enteras con quien estás casada?

—¿Y tú acaso te has enterado con quien lo estás? —proclama el rubio— ¿En qué momento tu trabajo se volvió más importante que el mío?

—Yo salvo al país, Félix.

—Y yo a las vidas que componen tu país —aclara— Somos igual de responsables y ocupados entre tanto.

—Si, pero Emma no tiene nada que ver con esto —refunfuña.

—Me juzgas como si todo fuese mi culpa —esclarece— Hoy era martes. Te tocaba a ti ir por ella. Cancelé todo por ir a buscarla.

—¿Y te molesta cumplir tu rol de padre ahora? —lo increpa.

—¡Eso jamás! —la asesina con los ojos— Ni lo insinúes…

—Tienes razón, marido —calla de golpe, apagando la luz de su tocador para acompañarlo a dormir en su lecho matrimonial— No hay ánimos para discutir —se acomoda a su lado— ¿Cómo te fue a ti?

—Bien…—miente.

—La última vez que me dijiste eso, se te había muerto un paciente —manifiesta la japonesa, tentada a conectar mirada con su marido— ¿Se te murió otro?

—No…—falsea.

—De acuerdo —acepta sin más, con hidalguía— Mi periodo se cortó ayer. Ya podemos intimar de nuevo.

—Estoy cansado, Kagami —niega, vencido.

—Yo no —exige la nipona, jalándolo del pijama para acostarlo sobre ella— Es imperioso que retomemos nuestros asuntos maritales.

—Kagami…—suspira, rendido— ¿Aun con eso? Tu sabes que así no funciona.

—No importa —demanda Tsurugi, con potestad— Es tu deber.

—Vale…

01:15AM.

—Ay, ya salte —su esposa lo empuja del pecho, hacia afuera. Acto seguido, se gira en contra de él, malograda— Ni si quiera llegué esta vez…

—Lo siento…—jadea Félix, con desazón— No estoy estimulado del todo…—se examina la entrepierna— No se ha puesto tan duro…

—Un fiasco, marido. Últimamente nunca lo estás —chista la fémina, frustrada; en lo que se cubre con las sábanas— Ya no eres un buen amante para mi…

—Perdón…

—Siempre dices lo mismo —berrea su conyuge, sentándose sobre la cama; ofendida— "Perdón, perdón, perdón". Estoy cansada de tu terrible desempeño.

—Se me murió un paciente hoy. Tienes razón —confiesa Graham de Vanily, al otro costado del lecho matrimonial— Pero te agradezco por preguntar.

—Félix —la señora Fathom hace amago de indulgencia, buscándolo por las colchas hasta alcanzarlo— Si necesitas ayuda, será mejor que retomes la terapia. Nunca debiste dejarla de lado en primer lugar.

—Creí que habías dicho que me consumía demasiado tiempo.

—En efecto, lo hace —suspira Kagami, depositando un beso caso en su sien— Pero no te veo bien. Creo que en tu calidad como profesional siempre deberías estar en constante monitoreo. Ya sabes, por sanidad mental. Y por…—rueda los ojos hacia abajo— tu desempeño.

—Gracias. Si…tienes razón, como siempre —asiente más aliviado, besando su mano en respuesta— Kagami… ¿Tu aun me amas?

—¿Qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que te quiero —Tsurugi le da un piquito y se gira para dormir— Buenas noches. Mañana tengo mucho por hacer.

Si…pero no te pregunté si me querías —piensa Félix, confundido— Buenas noches…Kagami —apaga la luz.

Ayuntamiento de Paris, 10:20AM.

—¡Concejala Tsurugi! —una muchacha le intenta interceptar por el pasillo— ¡Por favor! ¡Solo deme un minuto de su tiempo!

—¿Usted otra vez aquí, señorita Lee? —gruñe la japonesa, hastiada con su presencia— Ya le dije que no tengo tiempo para entrevistas. Si necesita saber algo sobre las políticas públicas de ministerio de obras viales, agende una reunión con mi secretaria.

—No es nada con respecto a eso —insiste Zoé, persiguiéndole con morriña— Estamos preocupados por la remodelación del viaducto de Lound. Hay quienes dicen, que es inviable su construcción por el riesgo de deslizamiento —extrae una libreta y un lápiz— Solo deme detalles breves sobre qué opina el alcalde.

—Hable con el alcalde entonces, periodista —Kagami se monta en el ascensor— No suelo revelar información de esa índole con civiles.

—Se lo ruego, no le quitaré mucho tiempo —la rubia propone indiscriminadamente acompañarla, subiéndose también— ¿Ha hablado ya con el director de la junta?

—¿Me estás siguiendo acaso, señorita? —la política la fulmina con la mirada.

—No me deja otra opción. Ya no contesta mis mensajes ni devuelve mis llamadas —advierte Lee, decidida— No sé qué pretende con tanto silencio.

—Pretendo, que no insista más con el tema —se baja del elevador, echando caminata rauda hacia su oficina— ¿Acaso no conoce la palabra "no"?

—No soy alguien a la que le gusta que la rechacen tan fácilmente —manifiesta la ojiazul, suspicaz— Soy muy tenaz, como podrá ver.

—Confunde tenacidad con estupidez, Zoé —Kagami la para en seco en la puerta— Y esto, se llama acoso. Le recomiendo que se detenga o tendré que tomar medidas.

—¿Medidas? —la reportera arquea una ceja, altiva— ¿Cómo cuáles?

—No me haga llamar a seguridad —reniega la señora Fathom, frunciendo el ceño.

—No necesito "seguridad", congresista —Lee se inclina hacia su rostro, con dejo de intencionalidad— Con usted me siento más que segura…jeje…

—¿Qué estás…? —desvía la mirada, ligeramente abochornada.

—Tsurugi-san —interrumpe su secretaria de manera abrupta— Muy buenos días. El ministro Levis solicita que por favor revise su correo. Y el abogado del diputado Deblanc llamó esta mañana para informar que la reunión de las 16:00 será aplazada para-…

—Ninette —demanda Kagami de sopetón, sin quitarle los ojos de encima a su compañera— Luego me avisas. Voy a estar con la señorita Lee en mi despacho atendiendo una entrevista que desea darme en privado, así que no deseo ser interrumpida. ¿Te queda claro?

—Como usted diga, señora Fathom —asiente con obediencia, la menor.

[…]

—¿Qué pasó, señora Fathom? —exhala Zoé contra la alfombra, completamente desnuda y extasiada— ¿El señor Fathom no la complace ya?

—Ya no me llames así —jadea la mayor, dejándose caer a su lado boca arriba— No tengo ánimos de seguir hablando de mi marido.

—Estabas más ansiosa que nunca hoy, sin duda —sisea, dándose un giro para recostarse sobre su cuerpo de manera lasciva— ¿Me extrañaste, pillina?

—A veces…—confiesa Tsurugi, relamiendo los labios de su amante con lujuria— Sobre todo cuando me hostigas más de la cuenta. ¿En dónde andabas?

—Ya sabes —Lee juguetea con sus dedos, enredándolos en sus hebras azabache— Por aquí, por allá. Haciendo mi trabajo como de costumbre.

—No me gusta cuando te desapareces así —le reclama su camarada.

—Es tu culpa, por no contestar mis mensajes —responde, mordisqueándole el labio inferior con dulzura— Me dejas en visto.

—Me escribes y me llamas cuando estoy con mi familia —rezonga Kagami, cogiendo un par de prendas de vestir para levantarse del suelo— Te he dicho que no lo hagas. Si vamos a seguir en esto, se discreta por favor.

—Mhm…si…—la ojiazul infla las mejillas en son de un berrinche— Es que ya me estoy cansando un poco de vivir en las sombras. ¿Cuándo vas a decirle?

—¿El que? —farfulle de vuelta, encendiendo un cigarrillo.

—No te hagas —profesa la reportera, acomodando sus bragas en el proceso— Sabes muy bien que hablo de lo nuestro.

—No es el mejor momento para eso —sentencia la peliazul, cabizbaja— Félix no la está pasando muy bien que digamos.

—Lo mismo me dijiste el mes pasado y el mes anterior de ese —le increpa la rubia, ya vestida y dispuesta a compartir su tabaco— Félix siempre tendrá problemas. Es parte de su trabajo.

—Por si no te has enterado, tengo una hija con él.

—Si. Y estás casada también y eres lesbiana también —rueda los ojos, con ironía— Sumándole a eso, la infidelidad que llevas.

—No soy homosexual ¿Ok? —chista Kagami, agraviada con su comentario— Ya te lo dije. Soy bisexual.

—A nadie le importa realmente que orientación sexual profeses ¿Sabes? —Zoé exhala el humo por los labios, de forma tenue y grácil— Solo que nos queremos y ya. Independientemente de tu situación, Félix tiene derecho a saber que no lo amas. Al menos, deberías contárselo por respeto al ser el progenitor de Emma.

—Yo…—Kagami aprieta los labios, compungida— Lo sé. Sé que tienes razón en todo lo que me dices. Solo…dame un poco más de tiempo ¿Sí? Por favor. Déjame encontrar la forma y te prometo que le diré.

—Yo no te estoy presionando del todo —veredicta la periodista, apagando el cigarro para tomar su morral— Solo te recuerdo, que ya ha pasado un tiempo y creo que es hora de decir la verdad.

—Vale…—Tsurugi la abraza por detrás, depositando un ósculo sincero en su mejilla derecha— Te amo…confía en mí.

Edificio Bobigny, centro de Paris. 18:12PM. Centro terapéutico.

—¿Esos pensamientos son recurrentes? —pregunta el psicólogo— ¿O son nuevos, que se han sumado a los antiguos?

—Disculpa, no estoy entendiendo —gruñe Félix, confundido— ¿Qué pensamientos? ¿El de que soy un completo inútil o que no se me para?

—La disfunción eréctil tiene mucho que ver con el primer concepto que tienes, Félix —relata el especialista, ligeramente divertido con su pregunta— Pero dudo que sea esa la razón por la cual me visitas. Si lo que estás buscando es un sexólogo, puedo recomendarte uno bastante bueno. Es un amigo mío que-…

—¿Tienes idea de lo ridículo que me siento contándote mi intimidad? —Fathom se levanta del sofá— Me largo. Fue mala idea venir.

—Primo —lo ataja del antebrazo, preocupado por su temperamento— Discúlpame por favor, no fue mi intención burlarme de ti o reírme…

—Adrien —manifiesta ofuscado el británico— Si no vas a ayudarme, pediré un reembolso de mi dinero.

—Que tonterías dices, Félix —el joven Agreste suelta una sonrisa jovial— No me estás pagando. Sabes que hago esto gratis. ¿Cuándo te he cobrado?

—Es lo mínimo que puedes hacer por mi ¿No? —le increpa.

—Vale. Esa respuesta sensitiva al estimulo de mi voz, solo me indica frustración mal canalizada —suspira Adrien, bosquejando una mueca templada— Por favor, vuelve a tu asiento. No me lo he tomado personal ¿De acuerdo? Se que no es conmigo la cosa.

—Tsk…—de mala gana y bastante mosqueado, Fathom regresa a su lugar— Al menos sírvete un trago con tu primo, no seas mezquino.

—Está bien. Te prepararé uno. Pero solo uno —advierte, sacando un vaso y una botella del interior de un estante— Sabes que no es bueno beber durante las sesiones. Te vuelve un tanto irascible. Y esta es mi consulta, no un bar.

—Prometo portarme bien —expresa el cirujano, con dejo de humildad. Recibe el brebaje en la mano y brinda con él. Bebe un poco— Está muy bueno. Gracias…

—Bien. Volviendo entonces al inicio de todo —el psicólogo cruza una pierna sobre la otra y reanuda sus anotaciones sobre una tableta digital— Está claro que tus niveles de resiliencia a la frustración han disminuido drásticamente. Lo cual, te hace sentir irritado, melancólico y con ciertos bajones inexplicables de existencialismo. ¿Has perdido muchos pacientes este último tiempo?

—No muchos. Solo un par —relata el doctor— Pero este último si admito que me afectó más de la cuenta, ya que le conocí más a fondo mientras estuvo hospitalizado. Dialogué con él.

—Sabes que no es bueno involucrarse a niveles interpersonales con ellos.

—Lo sé. Pero me recordó al abuelo que nunca tuve —suspira, agobiado— Se que suena tonto. El que ande buscando figuras familiares en otros.

—No tiene nada de malo eso, primo —comenta Adrien, sereno— Pero actualmente debes enfocarte en la familia que tienes, no en la que no tuviste. Tu relación con Emma ¿Va bien?

—Eso creo…

—¿Y con Kagami?

—Mal…—sisea, desviando la mirada abochornado— Comienzo a sospechar de que ya no siente lo mismo por mí que antes.

—¿Lo han hablado si quiera?

—Evita el tema cada vez que puede —narra Graham de Vanily, con desazón— Anoche le pregunté si aún me amaba y solo contestó con un escueto "te quiero"

—Eso es un precedente —anota el Agreste— ¿Peleas?

—Muchas. Y cada día empeora más —se abraza a sí mismo, desconsolado— Temo…que en cualquier momento me deja.

—Si tal cosa llegase a pasar, debes mantener siempre la altura de mira que un adulto y padre de hogar precede —enuncia el terapeuta, sin animosidad de preocupación— Debes ser fuerte, Félix. Las parejas se casan y divorcian todo el tiempo. Comprendo que hayas desarrollado pánico a la separabilidad de tus pares, pero no estás solo en esto. Me tienes a mí, a mamá, a tía Amelie y a Emma. No importa que pase —le toma la mano con ternura—Busca siempre tu red de apoyo para encontrar equilibrio en tu zona de confort. ¿De acuerdo?

—Gracias, Adrien…—Félix corresponde su toque sincero, con jocosa actitud— Eres siempre tan noble y sabio para estas cosas. Tienes suerte dentro de todo. Siempre has sido un solterón empedernido.

—Jajaja —carcajea de vuelta el francés— No ha sido por opción, lamentablemente. Es lo que me tocó vivir —llaman a la puerta— ¿Sí?

—Joven Agreste —su secretaria asoma el torso desde el exterior— Su paciente de las 18:50 ya está aquí.

—Gracias, Juleka —asiente satisfecho con la información— Ya estamos terminando. Llama si me necesitas, Félix. Nunca dudes en hacerlo. No importa la hora —se levanta, abrazándole con potestad— Te quiero mucho.

—Soy afortunado de tenerte, primo. Gracias, lo tendré en cuenta…

[…]

Las licitudes de mi vida me habían otorgado la suerte de tener a alguien como Adrien de mi lado, como un apoyo fundamental en mi proceso de crecimiento. Sonará una banalidad, pero el hecho de que sea mi propio primo hermano quien me brinde de sus conocimientos psicológicos, siempre me pareció una bendición. Estaba esperanzado de poder llegar a casa esa noche y de cierta manera, retomar mi relación fragmentada con mi mujer y mi hija. Aunque estaba en conocimiento que mi deuda era mucho más grande con Emma que con Kagami, me vi forzado a ir por partes para no meter todo en un mismo saco. Lo primero sería recuperar el dialogo pueril y la confianza de mi señora. Así que pasé por una florería a comprarle flores y les llevé pizza para la cena. No soy ingenuo. Independientemente de mis problemas laborales y la poca o casi nula capacidad que tengo para lidiar con la pérdida de vidas inocentes, mi familia no tenía por qué pagar el costo de mis actitudes ausentes y erráticas. Si. Me sentía culpable. A pesar de que mi terapeuta me repitiera una y otra vez que debía erradicar esa palabra estúpida de mi vocabulario.

"No es culpa lo que debes sentir, Félix. Si no, responsabilidad por tus actos". Me dijo. Convencido de que lograría mis objetivos, entré a casa con un genio de victoria en mi plante bonachón. Para mi sorpresa, las luces del comedor estaban apagadas. Y por más que busqué en las habitaciones, no hallé a ninguna de las dos. Cogí mi móvil y le marqué a mi esposa. Sin embargo, no alcancé ni a dejar pasar dos tonos, que divisé el Jeep rojo de Kagami, estacionar en la cochera.

Tras un par de minutos de espera, ambas brotaron por la entrada de la morada. Emma se veía jovial. Traía en su cabeza una corona de princesa en papel de cartón y Kagami una cara larga de 4 metros de largo; como si hubiese tenido un día de perros.

—¡Hola, papá! —chilló la menor, abalanzándose hacia su progenitor— ¡Mira lo que tengo! —alardeó, dejándole ver unos juguetes— ¡El cumpleaños estuvo increíble!

—Hola, cariño…—Félix despabila tarde, tomándola en brazos, sin comprender mucho— ¿Eh? ¿Cumpleaños? ¿De quién…?

—¿Cómo que de quién? —ríe airosa la rubia— ¡Pues de Eric Grunil! ¡Mi compañero de curso!

—No me extraña que no te hayas enterado —espeta Kagami, molesta— Incluso te dejé un mensaje con tu secretaria. Pero vamos, dudo lo hayas visto.

—Y-yo…—traga saliva, pasmado— Carajo. No, en efecto no lo vi. Con tanta mierda que hacer…—Fathom baja a su pequeña y la despeina con ternura— Espero te hayas divertido mucho, mi niña.

—¿Y esto? —Tsurugi nota la caja de pizza.

—Ah. Yo…—Graham de Vanily se rasca la nuca, nervioso— Nada. Creí que…

—No tengo hambre —declara la ojiverde— Comí mucho en casa de los Grunil.

—No pasa nada, hija. Ve a cambiarte que te preparo el baño —demanda la japonesa— Papá la compró para él. Nosotras ya comimos, pero eso él ya lo sabe —agrega con ironía.

Silencio sepulcral en el ambiente. Carajo. Kagami no mueve un puto musculo. Me mira como si realmente me fuese a decir algo grande. No puedo evitar sentir un sudor gélido recorrer mi espalda en forma de escalofrió. No la veo para nada dispuesta a conversar conmigo sobre el cómo arreglar nuestro matrimonio. Esa postura ceñuda y esa aura huraña de pocos amigos, me ha robado el aliento. Estoy temblando…

—¿Flores, Félix? —la señora Fathom toma el ramo entre sus dedos, arqueando una ceja con suspicacia.

—¡Ah! No es lo que crees…—cambia drásticamente la estrategia— Son para Emma. Pensé en que le gustaría mucho que su papá le trajera rosas, como tanto le gustan, jeje…

—A Emma no le gustan las rosas, Félix —sentencia— Le gustan los girasoles.

Es mi fin…

—Félix —suspira la peliazul, decidida— Tenemos que hablar.

Mierda. Con un carajo. Esa maldita jodida puta frase que deja sin calzones a cualquiera. No sé si esté listo para lo que me dirá, pero debo recordar las palabras de Adrien. Debo ser fuerte…—el doctor aprieta los puños, fingiendo mesura— Si, estoy de acuerdo.

—Las cosas ya no pueden seguir así entre nosotros —explica la fémina, con voz metálica— Estoy consciente de que llevamos 8 años de matrimonio, en donde si bien no todo fue malo, alegrías y emociones hermosas no faltaron. Y es por lo mismo, que de cierta forma no puedo ser cruel contigo —añade, caminando hasta el para tomar su rostro entre sus manos— Mas que mal, eres el padre de mi hija. Dentro de toda tu bondad, tu inexperiencia e ingenuidad, dedicaste tiempo y paciencia en criarla tanto como yo. Estoy agradecida y honrada con la fidelidad que me brindaste…

—Ka-Kagami…—sisea trémulo el rubio— Es-espera. Yo-…

—Pero lo cierto es, que es ese mismo respeto que te ganaste con decoro —manifiesta su camarada, con los orbes humedecidos en melancolía— Lo que me lleva a ser sincera contigo. Tienes derecho a saber lo que siento. Y la cuestión es que…—hace una pausa prolongada, hilando palabras para sonar lo más directa posible— Me he enamorado de alguien más.

—¿Cómo…dices…? —parpadea el británico, en completo shock.

—Que ya no te amo, Félix —revela Tsurugi, abatida— Y antes de cometer una locura de la cual quizás me arrepienta para toda la vida, prefiero que terminemos con esto antes de que alguno de los dos salga perjudicado más de la cuenta.

—¿Qué significa todo esto, Kagami? ¿Qué me estás queriendo decir? ¿Acaso tu…?

—Quiero el divorcio.

—…

¿Cómo que mi esposa se acaba de enamorar de alguien más? ¿Qué clase de juego cruel del destino es este? No. Esperen. Paren todo. Denme al menos la chance de asimilarlo. ¿Qué me cuenta? Iba a repletarla te interrogantes. Pero en el minuto en el que me intenté reponer de la noticia para hacerlo, ella me cambió el tema con algo de Emma. Mierda, ¿Kagami es experta en la oratoria o no se los dije? Capaz de convencer a un sordo mudo. Antes de confesar que estaba aceptando su renuncia hacia mí, me vi envuelto en una manía de pensamientos nocivos respecto a mis conductas. Cayendo de lleno en el auto boicot del cual mi primo me advirtió. No la vi satisfecha. No noté atisbos de felicidad en su afirmación. Mi dogma me invitaba a sacar conclusiones que no quise. Para que mi esposa se hubiera enamorado de alguien más, debería haber conocido a esa persona desde antes, a mis espaldas. Nadie rompe un matrimonio con una hija de por medio por un simple o mero capricho de calentura. Conozco a la mujer con la cual me casé. Ella no era de rodeos ni aventuras pasajeras. Me profesé traicionado, casi como si me hubieran sido infiel durante años, solo para rematar la historia de que lo fue, en efecto. Pero por meses nada más.

Al principio lloré. Si, admito que solté un par de lagrimones femeninos y frágiles. Sin embargo, un fútil sentimiento de odio me corroía por dentro frente a su perfidia. Y exigí explicaciones. Estaba presumiendo con tentativa imaginaria el nombre y apellido de mi enemigo. El hombre que me había arrebatado al que pensé era el amor de mi vida hasta ese día. ¿Sorpresa? Ni si quiera era varón. Se llamaba Zoé Lee y era una reportera del Magazine Paris. Me quise cortar las pelotas. No supe dilucidar si fue mi orgullo el herido o mi confinado deseo por al menos desquitarme con el culpable de esta afrenta. Alimentando mi sed de la poca masculinidad caducada que me quedaba, me dejé caer sobre el sofá del living como peso muerto. Ahí, me mantuve en contemplación silenciosa por un buen rato, indudablemente atónito. Kagami me abrazó. Pero lo saboreé agrio en mi boca. ¿Qué estaba haciendo? Yo no pedía compasión por mí, como si fuese un perro abandonado en una noche de lluvia.

Por supuesto que no lo tomé de la mejor forma. Pero tampoco soy un canalla ¿Saben? Solo que…era demasiado pronto para procesarlo y necesitaba tiempo para tragarlo. Así que me aparté de ella con dejo de desazón. Con la consciencia más turbada que otra cosa, cogí las llaves de mi auto y salí de casa.

A la mierda todo. En términos de soportar…no estoy soportando. De hecho, no soporté. El reloj marcaba las 22:10 de la noche. Conduje sin piedad por la avenida principal y pasé a una botillería a comprarme un botellón de Whisky barato, de esos que te dejan ebrio a los dos tragos de la mala calidad que es el licor. No estaba pensando con claridad. Ha decir verdad, no estaba ni pensando. Yo nunca fui de beber y conducir en estado etílico. Pero ni si quiera las luces de la ciudad ni las señaléticas en rojo me detuvieron. Adrien me dijo que le llamara si lo necesitaba. Le marqué un millón de veces y el estúpido no atendió ni una sola. Genial. ¿Para que promete mierdas si no las va a cumplir? ¡Ni si quiera estaba para mí! Maldito idiota bueno para nada. Se llevó toda mi furia mal canalizada, en una seguidilla de audios coléricos que le dejé atiborrado en el WhatsApp.

Tomé la intersección norponiente en dirección hacia la carretera y precipité la marcha, cegado al ritmo que llevaba. Noté un par de carteles de advertencia sobre trabajos de remodelación en el viaducto de Lound. No obstante, hice caso omiso y no eché pie atrás sobre el acelerador. Encendí la radio entre tanto. Reconocí la melodía. Era la canción que le dediqué a Kagami cuando tuvimos nuestra primera cita. Para variar, el universo obrando de manera maquiavélica en mi contra.

Producto de los litros de alcohol en la sangre, mi vista se encandiló. La calzada tomó rasgos de espejismos, como si se elevara de un momento a otro, distorsionando la línea recta dibujada en el suelo.

Quiero morir…

Es lo único que quiero. Morir y que ya nadie me encuentre. No puedo divorciarme. ¿Qué voy a hacer? ¿Perderé a mi hija? ¿Ya no la volveré a ver más? Emma…

Emma…

Tomé el teléfono que yacía sobre el pedestal colgante de mi auto y hurgueteé un par de fotos que tenia de ella. De ella, de mí, de Kagami, de los tres. Ya no quiero morirme. Si muero, de seguro sí que ya no la podré abrazar de nuevo. Es lo único que tengo. Yo no…

—Lo siento tanto…—berrea Félix, entre sollozos y llanto desconsolado— Perdóname…soy un pésimo padre, un pésimo marido, un pésimo doctor y un pésimo ser humano. Si tan solo…tan solo…

La rueda salió de su eje, instigándome a chocar contra la barrera de contención. Me espanté y fugazmente corregí el volante hacia adelante. El movimiento violento, hizo caer mi móvil al suelo de manera brusca. Lo perdí entre mis piernas. Me incliné con la mano, palpando para buscarlo. Con un ojo más metido en mi pesquisa noctívaga que en el camino, yo no…

No vi la luz. Les juro que no la vi.

En cuanto conseguí encontrarlo y levantarlo, el vehículo contrario ya estaba encima mío. Viré el manubrio oscilando un zigzag para esquivarlo. Pero fue demasiado tarde. La cola de mi carro se dio de lleno a refilón, contra el foco frontal derecho del parachoque contrario. Lo cual, en términos físicos, lo hizo girar como un trompo varias veces, hasta que producto de la gravedad, se elevó por los aires y cayó volcado boca abajo. Yo ya había frenado de lleno, dejando una estela de neumáticos negros por el pavimento. Fue…matemático. Me azoté la cabeza contra la bocina. Y el impacto, alertó al airbag; que me salvó de cierta forma de un traumatismo encéfalo craneal severo.

A pesar de haber estado ebrio, el accidente me regresó el alma al cuerpo y la adrenalina, curó mi borrachera en un segundo. Sentí el corazón palpitarme en la garganta. A un costado de la carretera, un cartel que citaba: "Peligro de deslizamiento. Trabajos en obra". Mis manos y pies temblaban. La bolsa se desinfló al cabo de unos segundos y pude notar por el espejo retrovisor como la sangre escurría por mi frente. Pero no era eso lo que me tenía aterrado. Si no, el que nadie salía del otro vehículo. Tragué saliva, me quité el cinturón y me bajé para cerciorarme. La noche estaba helada como los mil demonios y sin una puta luz que nos iluminara, parecía una boca de lobo lúgubre, sin rastros de una sola alma en pena que nos pudiera auxiliar.

Era un Peugeot 208 de color blanco, patente FM-423-WM. Nunca lo olvidaré. Cuando eché un vistazo al interior del carro, vi que una muchacha de cabellera azabache colgaba boca abajo; aun con el cinturón puesto y un charco de sangre fluyó hasta mis zapatos. Estaba solo. No había copiloto que le acompañara. Soy médico. Lo primero que atinaría alguien de mi profesión es ayudar. A simple vista, se veía inconsciente solamente. Encendí la lampara de mi teléfono para aclarar mejor la vista. Le tomé el pulso con dos de mis dedos sobre la yugular. No tenía. Quise desatarla para hacerle RCP, pero…el diagnostico era fatídico. Me había embetunado de materia encefálica la mano y parte de sus sesos estaban esparcidos por el parabrisas. Estaba muerta. Ya no había nada más que hacer…

Era mi fin.

Se que había sido un accidente. Lo sé. Estaba consciente de ello. Es algo fortuito que a todo simple mortal le puede pasar. Nadie espera matar a otra persona inocente. Pero había un pequeño detalle en toda la historia. Y es que yo venía ebrio. Borracho hasta el culo. Si esto llegaba a salir a la luz, perdería mi licencia. Adiós a mi mundo. Chao carrera, chao trabajo, chao todo. Saldría en los periódicos y posiblemente acabaría preso en un juicio mediático en donde hasta mi madre me echaría los perros encima. Y perdí a Kagami. Perdería a Emma igual. No puedo…permitirlo.

Ni un rastro de cámaras en el lugar. Ni un auto pasando por ahí, debido a los trabajos en el camino. Nada…que pudiera inculparme.

¿Y que hice?

Si. Así es. Lo hice. Yo, hui. Despavorido como un sucio cobarde, retorné a mi auto y aceleré de regreso a Paris; rezando durante todo el camino, que solo el universo hubiese sido testigo de lo que ocurrió. Tomé la botella de whisky y la lancé por el ventanal hacia el bosque en movimiento. No volví a casa de inmediato. Lo primero que hice fue meterme en un callejón oscuro a cuadras de ella y saqué del interior de la guantera algunos materiales para curar mi golpe como gasa y alcohol. Si Kagami me veía en ese estado, sospecharía de mis andanzas. Así que aguardé hasta muy entrada la madrugada, cerciorándome de que se durmiera para entrar como un criminal, robarme una gorra de beisbol y cubrir el moretón por el momento con mi flequillo.

Me importa un carajo que Adrien no conteste el teléfono. Iré hasta su apartamento, por pendejo.

[…]

—¡Adrien! ¡Abre la jodida puerta! —vocifera Félix, dando puñetazos desde afuera— ¡Soy un paciente en crisis de mediana edad!

—Santo dios…—el joven Agreste logra abrirle, con expresión más somnolienta que otra cosa— ¿Qué significa todo este escándalo? ¿Félix?

—Enhorabuena, primito bueno para nada —Fathom entra rabioso, desesperado por algo de su atención— ¿Qué pasó con el "llama si me necesitas"? —le imita en tono burlesco— ¡Eres un fiasco como terapeuta!

—¿Quieres bajar la voz, bruto? Mis vecinos están durmiendo —Adrien cierra con llave, completamente confundido— Félix ¿Ya viste la hora que es?

—No, perdona. No soy bueno con los números —Graham de Vanily inspecciona su baño, como quien busca algo— ¿En dónde las tienes?

—¿Qué está pasando? —el rubio lo intercepta en el marco de la puerta, pasmado— Hey…

—Lo sabrías si contestaras el bendito teléfono. Te dejé mil mensajes, tarado —desordena los frascos.

—¿Me llamaste? —saca el móvil desde el interior de su bata. En efecto, le ha repletado el WhatsApp de notificaciones— Mierda, Félix. ¿Qué hiciste? ¿Y se puede saber qué coño buscas?

—Las drogas, Adrien. ¿Dónde demonios escondes las drogas?

—No seas ridículo, tú sabes que yo no me drogo —el francés lo intercepta, apartándolo de lleno— Ya deja de revolverme todo ¿Quieres? Soy muy ordenado con mis etiquetas. Y si te refieres a los ansiolíticos, tampoco tengo aquí.

—No quieras jugar conmigo, primo. No soy estúpido —Graham de Vanily lo increpa, ofuscado— Tu eres el psiquiatra aquí. Tienes licencia para recetarlos.

—¿Licencia? Hablas como si fuera un antivirus —Agreste hace amago de control, sujetándolo de los hombros— Hey, hey. Ya…cálmate. Estás muy acelerado. Mírame…—hace una pausa— Tienes las pupilas muy dilatadas. ¿Estuviste bebiendo?

—Algo así —se suelta de su agarre, en tono hosco— Adrien, necesito que me des algo para controlarme. Me siento fatal y si continuo así, voy a sufrir una crisis de pánico.

—Félix. No puedes vivir bajo anestesia siempre ¿Lo entiendes? —advierte cansado el galo— Esos medicamentos solo eran en caso de emergencia. Tu mejor que nadie lo sabe, eres doctor.

—Mi trabajo es abrirte la cabeza y verte el cerebro. El tuyo, es abrirme la mente que es muy distinto —reniega el inglés— Aprende a diferenciar nuestros roles. Cuando tengas un tumor, llámame. ¿Quieres? Ahora mismo, el mío tiene nombre y apellido.

—¿Qué estás…? —el psicólogo parpadea, estupefacto— ¿Qué me cuentas? ¿Acaso sucedió algo con Kagami?

—…

—Félix…

—Kagami me dejó ¿Ok? Ya está. ¿Contento? —revela finalmente el cirujano, derrotado— Me pidió el divorcio. Justo cuando creí poder arreglar las cosas entre ambos.

—Santo dios…—se cubre la boca, horrorizado con su relato— ¿Así de la nada o como…?

—De la nada no creo —refunfuña cabizbajo el británico— Simplemente me dijo que se enamoró de otra persona y ya. Llevaba una relación a espaldas mías, creo. No lo sé. No quiero pensar en esos detalles tan escabrosos. Solo sé que es el fin de mi matrimonio. Y si no me ayudas, te juro que terminaré en el loquero —manifiesta, tembloroso.

—De acuerdo, de acuerdo. Ven conmigo…—su familiar lo jala del brazo de manera paulatina— Te daré algo. Pero por favor, necesito que seas sincero conmigo y me cuentes como pasaron las cosas ¿Sí? Solo así, podré ayudarte.

—Bien…

No les miento cuando les digo que no estaba consciente de la hora. Había apagado mi celular y el reloj digital de mi muñeca marcaba 0% de batería. Solo para cuando noté el de pared que yacía en el living de Adrien me percaté del espacio tiempo. Eran casi las 05:00. Me sentí fatal por invadir así su sueño. No sé qué porquería me dio a tomar, pero en cuanto tragué las píldoras, todos mis niveles de ansiedad se vinieron abajo. Fue casi…como morfina directa a la vena. Mi primo es la única persona con la cual, no guardo secretos. Por lo regular siempre es el primero en enterarse de mis problemas o inquietudes. Y si bien le conté todo lo ocurrido esa noche, no pude ahondar en el accidente de tránsito que había protagonizado horas atrás. No. Eso era algo, que ni yo ni el soportaríamos afrontar. No me sentí listo, es todo. Platicamos largo y tendido. Para mi fortuna, era sábado cuando los primeros rayos del sol se escabulleron por el ventanal. Me dormí finalmente en el cuarto de invitados que tenía y a eso de las 9:20AM mi compañero me auxilio con algo de comer, una ducha caliente y ropa limpia. Preguntó insistentemente sobre la razón de usar gorra. Le mentí con descaro, inventándome una historia absurda de que me había golpeado la cabeza con la puerta de mi auto.

Cuando encendí mi móvil, tenía dos llamadas perdidas de Kagami y un mensaje escueto preguntando por mí. Le dije que estaba bien, que había pasado la noche en casa de Adrien y que volvería en la tarde para terminar nuestra platica. En realidad, no quería regresar a casa. El miedo de enfrentar la realidad me carcomía por dentro. Llámenme cobarde o sínico, hipócrita, la mierda que quieran. Ya nada me importaba.

Le pedí a mi primo que me diera algún dato seguro de mecánico, con la excusa de tener una falla eléctrica en la computadora del GPS. Al medio día, llevé mi auto a taller y me aseguré de forrar al tipo en billetes, para que lo dejara como nuevo en pocas horas. No pretendo extralimitarme con mi poder adquisitivo, ya que estoy al tanto del cómo me propasé en delitos anoche. Eran demasiadas sensaciones encontradas, situaciones con cabos sueltos, energía mal gastada. Rogaba al cielo poder dormir un año de ser necesario. Pero, así como todo lo que sube tiene que bajar, mi torpeza me cumplir hidalgamente mi rol como progenitor me empujó a volver a casa. Tal vez Kagami ya no me ame. Pero Emma si lo hace. Sé…que aún lo hace.

Cuando entré, Kagami me esperaba en el comedor con actitud preocupada. Pensé que me estaría odiando o algo así, por cómo me fui. Sin embargo, le juzgué mal. Creo que de cierta forma deseaba hacer las cosas bien. Cerrar el ciclo como correspondía y ser madura en sus decisiones. Terminamos así, nuestras diferencias. Acordamos actuar como adultos responsables, por el cariño que de antaño nos tuvimos. Además de que ella era un personaje público de renombre, por ser miembro del congreso nacional y actuar de manera atolondrada para caer en el escrutinio escandaloso de los chismes, no era prudente para ninguno de los dos. Todo, por el bien de Emma.

Nuestra hija tenía 8 años. No era un infante ignorante, pero tampoco una adolescente dotada de conocimientos. Era menor, pero muy capaz, inteligente y perceptiva con su entorno. Hablamos el tema con ella de manera pausada y serena. Lo entendió de una forma increíble, aunque me haya quedado con la duda en la punta de la lengua si realmente entendía lo que era compartir la paternidad en un matrimonio cercenado. Tocamos la separación de bienes, la razón de nuestro divorcio, la nueva relación de su madre con una persona de su mismo sexo, el reparto de nuestro tiempo y por supuesto, el más importante de todos: ¿Quién se quedaría con la custodia de la niña? Un contenido sumamente delicado, que optamos por preguntarle a ella. No deseábamos con Kagami llevar esto a un juicio de tribunales donde Emma sufriera sin razón, tras exponerla a semejante vulnerabilidad. Me pareció sano y legitimo tener en cuenta sus aprensiones, sentimientos, pensamientos e inquietudes.

Yo era el más desesperanzado con esta interrogante ¿Saben? Lo natural y normal es que los hijos se queden siempre con sus madres. Es algo así como el ciclo de la vida. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando fue la misma Emma, quien de su boca confesó sentirse más a gusto en quedarse conmigo, que con mi ex mujer. ¿La razón? Vaya a saber dios cual fue. Apelo a la irreverente lógica sensual, de lo que nos llevó a la separación en un inicio. Kagami me había sido infiel y ahora comenzaría una nueva vida con una chica desconocida para nuestro retoño. Concluí que, si bien la pequeña entendía lo que era el amor, no dimensionaba un cambio tan drástico de vida. Acostumbrase a esa idea, le tomaría tiempo. Y fue Tsurugi quien aceptó con respeto su providencia, sin chistar ni una sola palabra.

Para el 15 de julio de ese año y tras 9 meses de papeleos en pos de trámites burocráticos tediosos…firmé mi desunión, desligándome legalmente de la mujer que juré en el altar amar y respeta, hasta la muerte. Acordamos visitas programadas, reglas de buena convivencia y festividades divididas. Emma decidió pasar navidad conmigo y año nuevo con Kagami. En todo momento, acaté su voluntad. Todo seguiría tal cual como siempre, para no entorpecer su crecimiento ni la relación con su progenitora. Dia de madre, día del padre, pascua de resurrección, día de gracia, feriados, domingos, sabáticos, etc. Todo de boca, nada en papel.

En cuanto a Emma, bueno…recé por su sanidad mental en todo momento. ¿Yo? Yo ya ni si quiera sé si merezco una segunda oportunidad para ello. ¿El accidente? Nunca más supe de él. Ni si quiera una noticia en la TV o en los periódicos. Procuré meterme de lleno en mi trabajo y afiatar confianza con mi hija. Mis prioridades habían dado un vuelco de 360 casi, en dirección contraria a la manecilla del reloj. El tiempo apremia. Y créanme cuando les digo…que no ha sido fácil. Nada de fácil. ¿Pero quién dijo que ser padre soltero lo era? Mi único manual, era error, cagazo y aprendizaje. Es lo que puedo decir al respecto.

[…]

—Me alegra muchísimo que haya podido asistir a esta reunión, señor Fathom —comenta la directora del colegio— Lamentamos enormemente tener que haberle citado a esta hora. Sabemos que es un hombre muy ocupado por su calidad de profesional.

—No se preocupe, directora —expresa inquieto, el rubio— Si tienen algo que decirme, no duden en llamarme. Con gusto vendré corriendo a la hora que sea. En cuanto recibí su llamado, cancelé todo —inquiere— Dígame. ¿Pasa algo con mi hija?

—Bueno…—exhala, pesarosa— En realidad no hay nada malo con Emma en sí. Sus calificaciones siguen tan altas como siempre. He de esperarse muchísimo de ella, como hija de un prodigioso doctor como usted.

—Me alegra escuchar eso, señora.

—Sin embargo…—añade, más templada— No es su rendimiento escolar lo que nos convoca hoy. Si no más bien, su calidad social con su entorno.

—¿Calidad…social? —pestañea, liado— Discúlpeme, no estoy entendiendo.

—Nuestro establecimiento está al tanto de la difícil situación por la cual su matrimonio ha pasado —expresa la mujer— Es normal que los niños sean los más perjudicados por esto. Un divorcio, no es fácil de sobrellevar.

—Ah. No…claro que no lo es…—Félix baja la cabeza— Y créame que con su madre hemos estado trabajando en ello arduamente. Somos muy responsables con Emma.

—Lo sé. Incluso nosotros hemos acompañado el proceso, otorgándole ayuda con la jefa de unidad y el psicólogo de la escuela —adiciona— Pero, aun así, no ha sido suficiente. Los docentes están preocupados por sus comportamientos erráticos mostrados últimamente. Ya no es tan comunicativa con sus compañeros, no participa en clases como antes, suele aislarse en los recreos. Incluso ha cortado amistad con algunas amigas. Pasa la mayor parte del día sola en la biblioteca. Y no digo que esté mal que se refugie en libros —esclarece— Solo que…mh…lo ideal es que el desarrollo de un niño sea complementario, tanto su calidad emocional como de conocimiento. ¿Me doy a entender?

—La entiendo perfectamente, directora —asiente Fathom, con sumisión— Y con todo respeto, no es por restarle importancia a lo que me cuenta. Pero yo a su edad era igual ¿Sabe? Viví y crecí rodeado más de libros que-…

—Ese era usted, señor Fathom —le interrumpe, sin ánimos de ofenderle— Emma es…distinta. Su realidad, no es la misma que la de ella.

—Sigue siendo mi hija.

—Lo tenemos claro —narra la mayor— Pero no hace falta que nuestros hijos, por mucho ADN que compartan con nosotros, tengan obligadamente que seguir nuestros pasos ¿Me comprende?

—Ya…comprendo…

—¿Podría yo sugerirle otro método quizás de sociabilización? —la profesora le entrega una tarjetita de presentación. Cita un número y un nombre— Tenemos un programa de reinserción junto con el gobierno, para niños con capacidades especiales, que de seguro le ayudarán mucho a la pequeña Emma.

—¿Qué es esto? —Graham de Vanily lee el documento— ¿Escuela de verano?

—Estamos a portas de las vacaciones y sería de mucha utilidad que lo reconsidere —sonríe ladina— Tenemos excelentes referencias del Colegio Françoise Dupont. Muy buenos docentes. Le aseguro, que no se arrepentirá.

—Le agradezco mucho su amabilidad y preocupación por mi hija, directora Fournier —Félix le estrecha la mano, en agradecimiento— Lo tendré en consideración. Lo hablaré con Emma y-…

—Disculpe —profesa, extrañada— ¿"Lo hablará con ella"?

—Por supuesto —sentencia el galeno, frunciendo el ceño en respuesta— No esperará que tome una decisión arbitraria sin preguntarle a ella primero ¿O sí? Emma es quien tiene la última palabra —se retira— Con su permiso. Tenga buen día.

Mansión Fathom. 20:16PM.

—No has tocado tus vegetales —sisea Félix, sentado en la mesa frente a ella— ¿No tienes hambre?

—Si tengo —murmura la menor, ensimismada viendo un programa en el celular— Pero ya no me gusta el brócoli hervido.

—Pero creí que era tu favorito —murmura, aturdido.

—Cambié de opinión —revela la rubia, concentrada en su video. Carcajea entretenida.

—Hija…

—¿Mh? —no le mira. Ríe jovial.

—Emma…—silencio del otro lado. Graham de Vanily exhala frustrado, cubriendo la pantalla de su móvil con la mano derecha para captar su atención— Sabes que no me gusta que uses el teléfono en la mesa. Te hace mal.

—Papá, tengo tiempo en pantalla —la pequeña le muestra el temporizador— Solo me quedan 5 minutos más y se apagará.

—Hagamos una cosa entonces —Félix le quita el celular de forma sutil, programando otros 10 minutos más, para más tarde— Te he agregado 5 más, para que termines tu programa en cuanto finalicemos la cena ¿Sí?

—Está bien —resopla rendida, empujando con el tenedor las verduras en actitud nauseabunda— Papi, no quiero el brócoli. De verdad…

—No te lo comas si no quieres, cariño —Fathom le cambia su plato por el suyo— Ten. El mío tiene zanahorias ¿Lo prefieres?

—Lo prefiero. Gracias —asiente satisfecha, llevándose a la boca los alimentos— ¿Mañana podemos comer pasta?

—¿Roja o verde?

—Roja —pide.

—Roja será, mi princesa —el británico le frota el mentón con cariño, guiñándole el ojo— Mhm…a mi si me gustan estos árboles. Espero no me crezca uno en la panza —bromea, masticando uno. Emma ríe de vuelta, grácil con su comentario infantil. Acto seguido, hace una pausa, recordando la plática con la directora de la tarde— Este… ¿Qué tienes pensado hacer para estas vacaciones de verano?

—No lo sé —se encoge de hombros, acomodando su cabello detrás de la oreja— Pensé en que quizás podría irme unos días con mamá, pero…dijo que no tendrá festivos esta temporada. Que lo dejemos para invierno.

—No te desanimes. Tu madre es una mujer muy atareada, pero siempre cumple su palabra de japonesa —Félix le acaricia su cabello con suavidad— Pues ya que no tienes planes, estaba pensando…—extrae la tarjeta desde el interior de su camisa y se la muestra— ¿Qué te parece esto?

—¿Qué es? —la lee— ¿Un campamento de verano?

—Nunca has ido a uno —asiente con voz serena— ¿No te gustaría probar suerte?

—¿Cuánto dura?

—Dos semanas solamente —explica— Habrá muchos más niños, que no son los aburridos sosos de tu escuela por lo demás —Se que nadie ha llamado su atención ahí. La conozco, yo era igual a su edad— ¿Te animas?

—Suena interesante —dice, examinando la tarjetita— Mientras no haya "normies" todo bien.

Y también sé que le gusta probar cosas nuevas. Eso sin duda lo heredó de Kagami. Se que busca algo que la motive —sonríe optimista— Eh… ¿Normies? ¿Qué es eso?

—Jajaja, nada, nada…cosas de niños no aptas para viejitos —se mofa Emma.

—Oye ¿Por quién me tomas? No soy tan vejete —bufa en respuesta— Pilla, no quieras hacerte la genia conmigo con apodos extravagantes. Lo que sí, una sola condición. Nada de celulares.

—¿Es necesario? —se encoge en su lugar, berrinchuda.

—Es necesario. La idea es que vayas a socializar con gente y la madre naturaleza —relata Graham de Vanily, garboso— Todo saldrá bien, ya lo verás. Te vas a divertir. Y nada de "normies" —le saca la lengua.

—Ay, a ti no te sale —le tira una arveja.

—¡Hey! Las arvejas, si quieres las comes, si quieres las dejas —hace juego de palabras— Pero no las lances o esto se convertirá en una contienda de…—le avienta una habichuela— ¡Guerra de verduras!

—¡JAJAJA! ¡DEJAME! —se para de la mesa, corriendo por el comedor— ¡Eres lento, anciano!

—¡No huyas, soldado! —la persigue.

21:50PM.

—¡Inspección de rutina! —Félix se para en el marco de la puerta, como un capitán— Preséntese, cadete.

—¡Listo, señor! —Emma lo saluda, llevando la mano a la frente.

—Vamos a ver si no quiere irse a los barracones —la examina— ¿Manos limpias? —asiente— ¿Dientes? —asiente— ¿Trasero sucio?

—¡Se me limpiar sola, gracias! —lo empuja.

—A dormir entonces —la toma en brazos, simulando ser un avión— ¡Listos con el despegue! ¡Boooom! ¡Paf! ¡Aterrizaje forzoso! ¡En la pista de la cama! —la suelta sobre el colchón— ¡Uhg! Casi nos llueven unas cosquillas.

—¡Jajaja basta! ¡Eres un payaso! —chilla Emma, con algarabía— No te vayas…léeme antes de irte.

—Bien, pero solo un poco que ya es muy tarde para que los bebés estén despiertos a esta hora —se burla.

—Ya no soy un bebé, papá —berrea la ojiverde.

—¿Y a mi qué? Para mí siempre lo serás —Félix coge un libro del estante— A ver, córrase y hágale espacio al abuelete que luego le duele la espalda —se acuesta a su lado, permitiendo que su hija se acurruque entre sus brazos— "El jilguero del manzano" —pasa página, iniciando el relato— "Bernardo era un bribón de poca monta a la hora de hacer travesuras. Siendo el menor de 7 hermanos, solía despertarse con el canto de gallo mientras que los señores Buchourn dormían plácidamente en…"

23:10PM.

—Carajo…—esboza Félix, con los pómulos teñidos de un rojo furioso— Nunca hay nada bueno en esta página de mierda —cliquea abriendo otra pestaña— ¿Qué demonios es esto? —frunce el ceño— ¿"Cansado de masturbarte solo? Entra ya a nuestro sitio de citas privado y encuentra a dueñas de casa calientes para…" —ríe para sí mismo— ¿Estás de broma? Esto es un virus —cierra el banner— Ops…este si se ve interesante —lo reproduce— Oh si…esto sí que si…—asiente, cogiendo un bote de aceite para frotarse la mano derecha y hacer de las suyas; no sin antes bajarle el volumen al mínimo— Esto si me gusta…mh…—frota un poco más— Ngh…ohh…ya casi…ya…ya

Su celular vibra.

—¡Puta mierda! —da un brinco como el diablo le lleva y tira todo lejos. Cierra la tapa del ordenador— ¡AH! ¡¿Qué rayos?! —todo liado, coge el móvil, abochornado— ¿Ka-Kagami…? —se limpia las manos, se peina un poco y contesta. Era una videollamada entrante— Ho-Hola…Kagami. Buenas noches, jeje…

—Fathom —masculle Tsurugi, suspicaz— ¿Por qué traes esa cara? ¿Interrumpí algo importante acaso?

—¡N-no! ¡Nada, nada! ¿Qué vas a interrumpir? Sabes que vivo solo… —ríe nervioso, indiscutiblemente avergonzado— ¡Bueno! No solo. Con Emma, claro. Pero-…

—Te noto febril.

—¡Es que vengo llegando del gimnasio! ¡Es eso! —miente— ¿A qué se debe esta…agradable sorpresa?

—Solo te contacto para avisarte que me voy de viaje la próxima —expresa con tranquilidad— Así que no podré pasar el fin de semana con Emma.

—¿D-De viaje? ¿Y a dónde?

—De negocios —exhala— Nada extraño, la verdad. Revisa la cuenta. Te he transferido lo de este mes para lo de Emma. Antes de irme, necesito que me envíes los recibos de los pagarés de la casa.

—¿La casa? ¿Qué casa, Kagami? —despabila.

—La casa en la que estás viviendo, Félix. ¿Cuál más? —arquea una ceja.

—Disculpa, pero…no estoy entendiendo.

—¿Mucho trabajar los músculos te atrofió el cerebro? —le recalca— Te recuerdo que esa casa la compramos entre los dos.

—Con todo respeto, Kagami…—revela Graham de Vanily— Pero la adquirí yo.

—Tu diste el pie, Fathom —gruñe— Pero las cuotas las pago yo. Y necesito esos recibos cuanto antes.

—¿Qué pretendes hacer con ellos? —la increpa— ¿Acaso la vas a vender o algo así?

—No seas estúpido ¿Quieres? —rezonga colérica la japonesa— ¿Cómo se te ocurre que voy a dejar a mi hija sin un techo para vivir? ¿Estás loco? —reniega— Los necesito para pedir un crédito. Me voy a comprar un apartamento en Tokio y debo acreditar a bienes raíces que tengo otras propiedades. Ya deja de divagar y mándamelos ¿Ok? No te pongas difícil ahora.

—¿Tokio? ¿Japón? —traga saliva, estupefacto— ¿Te vas a mudar a Japón…?

—¿Y a ti desde cuando te importa tanto lo que haga yo con mi vida?

—No, realmente no me preocupa tu vida —interpela el británico— Pero es que si te vas a japón a vivir… ¿Qué pasará con Emma?

—¿Qué va a pasar con Emma? Nada, Félix —se encoge de hombros— Seguirá viviendo feliz de la vida como siempre.

—No me estás entendiendo.

—Nunca te entendí tampoco, te expresas como la mierda —se mofa.

—Por favor, no te hagas la señorita comunicativa ahora ¿Sí? —protesta— Siempre tuve que ser adivino contigo.

—No tengo tiempo para discutir. ¿Me los vas a mandar sí o no? —advierte— No me obligues a demandarte.

—Kagami, escúchame un segundo y ya deja esa actitud del carajo conmigo —el medico la ataja— Si te vas a japón. ¿Qué va a pasar con las visitas con Emma?

—Seguiré pasando tiempo con mi hija como siempre, Félix —declara Kagami, con potestad— Las fiestas, sobre todo. Solo que ahora vendrá conmigo para acá.

—¿Estás demente? Emma tiene apenas 8 años —se queja el varón, agraviado— ¿En serio pretendes que la deje viajar tan lejos sola?

—No viajará sola. Iré por ella. Pasaré un tiempo en Francia y otro en japón —explica hastiada ya con la conversación— Ay, mira. Ya basta de este teatro pobre. Me las arreglaré. Que no te afecte mucho. Tampoco te vas a morir sin estar con ella un par de semanas. No seas tan codependiente de tu hija y déjala ser. Además, le hará bien conocer otros países. Emma tiene derecho a ser libre.

—Si, obvio que tiene derecho a ser libre —reclama el cirujano— ¡Pero cuando sea mayor de edad y pueda discernir lo que es bueno!

—Sigo siendo su madre, Fathom. Y mientras sea menor, ella hará lo que nosotros estimemos conveniente —finaliza— Mándame las porquerías esas. Adiós —corta.

—Mierda…—farfulle enajenado en ira— ¡MIERDA, KAGAMI! ¡¿Por qué-…?! ¡Gnh…! —aprieta los puños— No puede ser…

¿Quieres tus cochinos pagarés? ¡Ahí tienes tus putos recibos, joder! Se los mandé por correo y de paso, le adjunté un emoji de caca con rostro, para que sepa lo que siento con creces. Me respondió el email con un dedo de en medio levantado. Genial ¿No? ¡Re maduros los dos! Lancé el móvil a la puta y me enfurruñé como una bolita en posición fetal.

—Lo siento, amigo…—se mira la entrepierna, abatido— A la próxima será…

[…]

—Con un demonio —Rezonga Kagami, bloqueando la pantalla de su móvil— Siempre odie esa parte tan intransigente de Félix

—¿No crees que todo se solucionaría más fácil, si le contaras la verdad? —chista Zoé, recostada a su lado en lo que leía un texto— Ni divorciada puedes ser sincera con él.

—No hace falta. Es solo una menudencia —Tsurugi se quita la bata, metiéndose bajo las sábanas junto a ella— Me enviará lo que necesito. Aunque no lo parezca es un buen hombre.

—Tal vez si el supiera que estás huyendo…—insinúa la rubia, tentada.

—No estoy huyendo ¿Ok? —se defiende la japonesa, desviando la mirada— Solo…estoy tomando precauciones hasta que se calmen las aguas. El panorama está complicado, con el gobernador todo el día encima mío. Parece sanguijuela.

—Yo te advertí sobre el viaducto de Lound, mi amor —Lee se quita los anteojos, para observarla con preocupación— Tarde o temprano un accidente iba a provocar. El terreno no era viable. Y estoy segura de que el alcalde Bourgeois lo tenía muy en claro. Pero como siempre, intentará echarle la culpa a otra persona de sus pedos.

—Por lo mismo. Lo mejor es darme un respiro lejos de esto hasta que cierren el caso del municipio —relata la congresista, tomando las manos de su pareja para besarlas con ternura— Además esto es algo que no compete a mi ex marido. Dejemos que las cosas fluyan por si solas ¿Quieres?

—Bueno…si tú lo dices —la ojiazul se encoge de hombros— Buenas noches, cariño —y deposita un beso en su mejilla derecha— Descansa~

—Y tu…—musita la muchacha de ojos marrones, cabizbaja— Ya tendré tiempo de resolver esto…

[…]

—Ya estamos aquí —enuncia Graham de Vanily, apagando el motor en lo que se estacionaba— Un hermoso campamento de verano para mi princesa.

—…

—¿Qué pasa? ¿Ya te retractaste? —observa a su hija, preocupado.

Taller de verano, Françoise Dupont. 13:10PM.

—Papá…—Emma se minimiza en su asiento, con timidez— ¿Estás seguro de esto?

—Bueno…—Félix hace un paneo rápido al ambiente, notando niños, apoderados, profesores, gente en general yendo y viniendo de un lado para otro con alegría— La verdad es que no soy yo quien debería estar seguro de esto, mi niña. Eres tú finalmente quien toma la última palabra. Por eso te pregunté si ahora estás arrepentida.

—¿Por qué lo estaría? —musita la rubia, jugueteando con el cinturón de seguridad.

—Porque tu sueles cambiar de opinión drásticamente a veces, cariño. Lo cual, no he dicho que sea malo. Por el contrario, estas buscando gustos y una identidad propia de lo que te agrada y lo que no.

—¿Y cómo sabré si esto me gusta o no?

—Exacto. No tienes como saberlo —manifiesta el rubio, quitándole el cinturón— Solo si lo vives, podrás dar un veredicto final.

—No me mal intérpretes. Me emociona probar cosas nuevas. Es solo que —baja la cabeza— Nunca he pasado tanto tiempo lejos de ti…

¿Ven a lo que me refiero? Y la terca de Kagami queriendo llevarla a Japón. No, bueno. Que porquería —exhala templado el mayor— Ya sabes lo que digo. Siempre hay una primera vez para todo en la vida. Quien sabe, capaz y te queda gustando pasar tiempo lejos de casa. Y ver otras caras, que no sea a diario la de este viejito.

—Me gusta tu cara de viejo. No me molestas…

—Y a mi tu cara de bebé —el médico le besa la frente, abriéndole la puerta— Vamos, te acompañaré. Veamos que sale. Ven conmigo.

Les va a parecer una tontería, viniendo de un adulto supuestamente responsable y maduro, pero yo estaba igual o más nervioso que mi propia hija al momento de caminar hacia la recepción del campamento. Eran demasiados rostros nuevos para mí. No podía darme el lujo de demostrar debilidad frente a lo único bueno que había hecho en mi vida. Así que apreté su mano, en el momento más trémulo de todos y prácticamente la jalé hacia la entrada. Noté un cartel gigante que le daba la bienvenida a grandes y chicos. Tragué saliva. Me desorienté unos segundos, al no entender a donde debía dirigirme para "inscribirnos" o algo así. ¿Cuál es el protocolo realmente? De un momento a otro, la voz chillona de un pequeño me alertó a escasos centímetros de la mesilla, captando irremediablemente mi atención ante su comportamiento defensivo. Tironeaba la manga de una mujer que me daba la espalda, como si quisiera escapar de ella cual captora.

—¡Ya déjame en paz! —berrea el menor, ofuscado— ¡Ya te dije que no quiero estar en este estúpido lugar!

—¡Mi amor, espera! —protesta la fémina de vuelta, comprometida con el rechazo del menor— ¡Por favor, cálmate! ¡Esto es por tu bien!

—¡Suéltame! —responde con un palmetazo violento. La fulmina con la mirada, colérico— ¡Si mamá estuviera aquí no me haría venir! ¡Me caes mal! ¡Déjame ya! —sentencia, echando carrera hacia los otros docentes.

—¡Hugo! —le llama desesperanzada. Muy tarde. El pelinegro se ha marchado— Santo dios…

Emma estrujó mis dedos. Le eché un vistazo de reojo y me armé de valor. No pretendía dejarla con una idea errónea de lo que era este lugar. Me arrimé al mesón.

—Eh…disculpe…—interrumpe Félix, carraspeando— Señorita…

—¡Ah! Santo cielo, mil disculpas —se voltea malograda la peliazul, tratando a duras penas de recomponer su pesadumbrosa expresión facial— Cuanto lo siento, señor. Yo-…

—…

—…

Silencio sepulcral en el ambiente.

¿Quién es…esta mujer…? En cuanto la vi delante de mí, un resplandor airoso casi irrisorio me obnubiló por completo, al punto de quitarme el aliento. Un aura fascinante rodeaba su semblante juvenil y sereno. Me paralicé. Ella, hizo lo mismo. Y sin caer en el espacio tiempo en el que nos encontrábamos, ambos nos desplomamos en una contemplación suspendida en el lugar, como si nos hubiéramos reencontrado…de otra vida. Era una biosfera, un ecosistema, un hábitat creado solo para nosotros dos. Por unos segundos, tanto los niños como los padres desaparecieron de mi alrededor y solo me encontré con ella. Su mirada penetrante, sus pómulos ruborizados y una torpe…mueca grácil; con dejo de timidez femenina.

—¿Papá…?

Si no hubiera sido porque Emma casi me da un zapatazo, no reaccionaba. Despabilé, regresando en sí.

—Dis…—Félix aprieta los labios, garboso en su intento por hilar palabras coherentes, aunque no lo consigue— Disculpe. Vengo a inscribirme.

—¿Usted…? —musita la muchacha, ligeramente divertida.

—¡N-no! ¡Quiero decir! ¡Yo no! —recula, sacudiendo la cabeza. Acto seguido toma a su hija de las axilas y prácticamente se la presenta como una ofrenda— ¡Ella! ¡Mi hija! Viene a inscribirse al campamento de verano…

—Ya me parecía raro…—ríe retraídamente— Se ve demasiado grande para ser un niño de primaria.

—Jejeje….

Nuevamente un incómodo mutis en el aire. La brisa de verano remueve un par de mechones endebles de su frente.

—Amm…papá —interrumpe Emma, arqueando una ceja con suspicacia— ¿Me bajas? Me siento como el mismísimo Simba siendo presentado por simio Rafiki.

—Lo siento…—Fathom la baja inmediatamente, completamente ruborizado. Se rasca la nuca— Perdone mi torpeza. Somos nuevos en esto, como podrá ver.

Que tierno…—No pasa nada. Todos los años vemos caras nuevas —asiente jovial la muchacha. Le estrecha la mano— Marinette Dupain-Cheng. Soy la profesora encargada del curso de verano.

Marinette…que bello nombre…—corresponde su gesto— Sir Félix Fathom Graham de Vanily para servirle, madame. Un placer…

¿Sir? Tiene más apellidos que la reina Isabel —Marinette ríe para sus adentros— Ese acento…no es francés. Ya entiendo. Con que de eso se trata…—El placer es mío, señor Fathom —asiente, concentrando la mirada en la pequeña; para disimular interés en el mayor— ¿Y tú eres?

—Emma Fathom-Tsurugi, señorita profesora —la saluda con una reverencia propia, de un nipón.

—No seas tan modesta, pequeña. Llámame Marinette o por mi apellido si prefieres —le revuelve los cabellos— Vamos a inscribirte. Ten —le entrega una pluma— Firma aquí por favor.

—Eh…—Emma hace una pausa, confundida— Disculpe, pero no tengo tal cosa.

—No te líes tanto. Es solo un garabato —Dupain-Cheng le enseña otras firmas de niños— ¿Ves? Todos hacen lo que se les apetece. Puedes dibujar algo si gustas. Lo importante, es que tengamos tu consentimiento de estar aquí. De esa forma, nos aseguramos de que nadie te ha obligado a venir.

—Ah…entiendo —asiente— Como aquel chico que dijo no querer estar acá ¿No?

—Eh…yo…—Marinette traga saliva, abochornada— Te pido disculpas si viste algo así. Ese pequeño, es mi hijo Hugo. No hagas mucho caso. No está obligado realmente. Solo…anda de mal humor hoy. Él me dijo que quería venir y ahora se arrepintió a última hora. Es todo…

—Entiendo —la rubia le resta importancia y con mucha madurez, dibuja el rostro de un gatito en forma de firma— ¿Está bien así?

—Está excelente, señorita Fathom —la docente llama a otra colega en el proceso. Una muchacha morena de anteojos se les acerca— Ella es la profesora Alya Césaire. Te llevará a tu zona de asignación. Tranquila, somos todos amigos aquí.

—Hola, pequeña —saluda Alya, serena— ¿Ansiosa?

—Un poco.

—Ven. Te enseñaré las instalaciones, te daré el instructivo y platicaremos tus dudas —Césaire la toma de la manito y la conduce hacia el campamento— Mientras papá firma el papeleo.

—Claro —asiente la ojiverde. Aunque no sin antes, hacer un percance— Ah. Maestra Dupain-Cheng. Por favor, no se enoje con su hijo. A veces los niños cambiamos de opinión drásticamente. Pero es normal ¿Sí? Luego nos aclaramos y todo estará bien —le da ánimos.

Esta niña…es increíblemente madura para su edad. ¿De dónde salió…? —traga saliva, estupefacta con sus palabras. Ha sonado como un verdadero adulto. A lo que responde con una sonrisa cariñosa— Lo tendré presente, "Lady Fathom".

Se van.

—¿Se encuentra bien, maestra? —pregunta Félix, preocupado— La noto algo pálida.

—No es nada, señor Fathom. Favor, ahora rellene esto y estamos listos —Marinette regresa en sí, entregándole un formulario— No olvide firmar luego de la línea.

En un comienzo confieso que estaba más preocupado por Emma que en mí. Pero ahora mismo, me profeso más interesado en esta chica que otra cosa. No evoco haber sentido nada semejante antes, ni si quiera cuando conocí a Kagami. Es una sensación completamente distinta, rupturista, muy recatada y adolescente por lo demás. Me recuerda a cuando tenía 17 años y apenas descubrí que las chicas podían atraerme de manera amorosa y sexual. ¿Será normal esto? Digo, soy un padre soltero ahora, divorciado. Vengo de un matrimonio roto, con una vida trabajólica y una hija a cuestas que educar y mantener. ¿Por qué razón el destino querría hacerme conocer a una mujer como ella? ¿Qué motivos tendría yo para meterla en mi vida? Yo no-…

—¿Todo bien señor Fathom? —cuestiona la profesora— ¿Hay algo que no le perece?

—¿Cuánto tiempo pasará mi hija aquí?

—Solo dos semanas —advierte— No es mucho. Si me permite agregar, nosotros-…

—Es usted muy hermosa, Marinette —sentencia Graham de Vanily, sin rodeos— Tome…—le extiende el documento, ya firmado— ¿Tendría una cita conmigo?

—¿Qué dice…señor?

Vamos, solo un tonto no la invitaría a salir. Mírenla, es una chica preciosa. ¿Cómo nunca nadie la cortejó antes? Marinette se intimida ante mi pregunta, desviando la mirada. Ah. Ya. Entiendo ese lenguaje de mierda que tienen algunas chicas. Kagami me lo enseñó. Es una forma solapada de decir "No me gustas, lárgate". Indiscutiblemente ante su silencio temí lo peor. Pero cuanto retiré el biógrafo del documento, ella tomó mi mano indiscriminadamente ruborizada. Me congelé al instante. ¿Eso…es un sí?

—Venga la próxima semana —manifiesta Dupain-Cheng, con zozobra— Si le parece prudente, verá a su hija y podrá comentarnos que le pareció nuestro curso de verano. ¿Sí?

—Si…—asiente obedientemente el ojiverde— Vale…algo entendí. Quiere que nos veamos más delante. ¿Me está poniendo a prueba? Ok…lo tomaré— Vendré como dice, profesora. Por favor, cuide a mi hija.

—Como si fuera mía —sentencia la ojiazul.

Como si fuera suya. ¿Qué quiso decir con eso? Solo espero…que Emma encuentre alivio en la interacción de otros niños. Espero…