«Give me back my choice.

Let me listen to a quiet voice right now.

The noise…»

[Devuélveme mi elección. Déjame escuchar una voz tranquila ahora mismo. El ruido…]

Miller-Heidke K. (2020) en "A Quiet Voice" [Una voz tranquila]

I

Félix

Una capa inhibidora envolvió al muchacho. Bloqueó la vista, el sonido y básicamente los sentimientos. Y duró unas horas; no obstante, estas formaron el rato más aterrador que había pasado Félix en sus diez años de vida. Más horrible, incluso, que la muerte de su padre, que había ocurrido el día anterior y trataba de penetrar en los hilos de sus pensamientos hechos un remolino.

La novedad lo golpeó, lo interrumpió con fuerza y lo quebró sin respeto, robándose llantos y gravedades. Madre lo estrechaba entre sus brazos y él una que otra vez salía de ellos durante las siguientes semanas, tan aturdido y entumecido como se sentía.

Su vida cambió, por unos años, pero para siempre. La palabra «compañeros» ya no tenía cabida. «Particular» pasó a tener un nuevo significado. Era fácil, era simple y era mejor entre la cacofonía de «está muerto, está muerto»; y «la, lala, la, lala, la, la» y «la, lala, la, lala, la, la» que venía del piano y rebotaba en cada pared, llegando al punto en el que se convertía en un ruido sordo.

Cuando lo notó Nathalie, la antigua asistente de su padre en estos días pronto a convertirse en administradora de la casa, no le dio opción más que volver a terminar el último año de la escuela primaria entre compañeros de clase que le traerían más bruma.

Se levantaba temprano, salía con un propósito, el aire fresco enrojecía su nariz y despeinaba sus cabellos… Su semblante se tensaba, él se escondía en sí mismo.

Después, en períodos cortos cambiaba de institución educativa, viajaba de un lugar a otro sin encontrarse a sí mismo en otras personas.

Bajo la crianza de una madre con preferencia a las notas musicales y una "asistente" menos que profesional y más que única… Quizá todavía todos debían acostumbrarse.

Al menos, cada medio ciclo escolar podía ir de un Lycée a otro sin muchos problemas. Él no soportaba más que eso y, de esa manera, lograba no acostumbrarse ni apegarse a la rutina (a las ocasionales horas en las que su madre desaparecía bajo la melodía de piano que invadía la casa hasta que Nathalie se hartaba e iba a despertarla una vez más).

II

Sus nuevos compañeros de clase lo conocieron como el chico con un libro en la mano y sin sonrisa en el rostro. Él era algo así como imperturbable, intocable excepto por quizás Chloe, quien definitivamente era capaz de irritar hasta a Félix. Aquel era el único momento del día en que lo veían haciendo algo más que meter la nariz en un libro e ignorarlos a ellos y al profesor de turno. En cierta manera era un alivio que se defendiera de las burlas de la rubia de cabellos ondulados y dientuda sonrisa en vez de hacer el trato del silencio. Sospechaban que era por eso que los profesores no hacían más que vislumbrarlo, a diferencia de ellos que ansiaban darle la buena bienvenida —redundante como sonaba—, pero no sabían cómo.

—...y júntense de a dos con el compañero de banco…

Nino Lahiffe

Nino, un chico de tez oscura y anteojos redondos, se sentaba en el primer escritorio a la derecha del pizarrón con la inteligente idea de tardar menos en salir del aula, pese a terminar destacándose ante el profesor y estar solo —si no contaba a Chloe y a Sabrina que se ubicaban en el primer escritorio a la izquierda, es decir, justo cruzando el pasillo que dividía los lugares de la clase.

Le encantaba la música y las películas. E incluso en el colegio casi no podía hacer nada más que disfrutarlas, analizarlas y formar nuevas canciones instrumentales.

Nino no había tenido un buen comienzo con el chico nuevo. Un día en la segunda mitad de año lo había vislumbrado con sus dientes apretados al lado de la profesora de química, que lo mantenía en el lugar a su izquierda con una mano en su hombro y una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Este es su nuevo compañero, Félix. Ya tiene dieciséis, como la mayoría de ustedes.

De cabellos y ropas que pertenecían a los colores blancos y negros de las películas viejas, de boca prácticamente invisible y ojos celestes casi grisáceos, el aludido hizo un gesto de reconocimiento con la cabeza y se deslizó en el asiento de la izquierda de Nino, dejó su libro en el escritorio que compartían y Nino casi creyó ver sus dedos largos extenderse hacia su tapa. No obstante, el rubio giró su cabeza y extendió su mano derecha hacia su persona, que aún no había cesado su escrutinio.

Curioso. Su tensos rasgos lo decían todo, por lo cual el de anteojos dejó de darle vueltas y le estrechó la mano.

—Nino. Aficionado a las películas y a la música.

El chico nuevo solo asintió y volvió la mirada al frente. Pareció como si unas partículas de polvo cayeran sobre los brazos blancos de su camisa. Brillaron, se asentaron ante la rigidez al tiempo que el amarillo opaco las camuflaba y oscurecía sus facciones.

Nino lo miró con el ceño fruncido.

Había decidido restarle importancia y ponerse sus audífonos en su presencia. La interacción estrictamente necesaria era una excelente elección.

Mirar adelante también funcionaría, pues no había cabezas que les taparan el pizarrón y destacaría tanto ante los profesores… Quizá aquello ayudaría con sus calificaciones de química.

Sin embargo, luego de un par de días, durante el primer recreo del jueves, Nino demoraba en incorporarse de su asiento mientras buscaba una canción que quería escuchar. Y entendía que esto le diera oportunidad a Kim para molestar, realmente.

Creía que él ya se llevaba bien con Ivan; aunque tampoco había que descartar su afinidad con Chloe.

—Hola, Kim.

Nino echó un vistazo a su alrededor antes de resignadamente seguirlo al patio: el chico nuevo se había ido —de seguro a la biblioteca, donde en una ocasión lo había avistado cuando había ido a dejar un libro al que se había aferrado para poder seguir el ritmo de Mendeleiev— y Juleka, Rose, Bridgette, Alix y Max arrastraban los pies detrás del deportista.

—Te sentás con Félix, ¿no? El chico nuevo —dijo Rose, siendo para nada sutil y recontra obvia en intenciones.

—¿Sabés que me siento con Nathaniel? ¡No, nada malo Nathaniel! —aclaró rápidamente en dirección al mencionado, que justo estaba sentado cerca, en el césped, con una libreta y un lápiz en la mano. Se encogió un poco e hizo una mueca ante sus palabras al principio irónicas, pero no replicó o al menos el de gorra roja no lo notó. Él seguía caminando con sus seis compañeros hacia un lugar un poco apartado, y Alix le daba un puñetazo débil en su hombro (lo que significaba que en realidad era normal).

—Es muy… serio.

—Y callado y frío —completó Nino, sin cambiar su postura expectante y paciente.

—Pero tenemos ganas de hablarle —expresó Bridgette, un poco alzando la voz.

—Suerte con eso.

—¿Ni siquiera lo has llegado a conocer un poquito?

—Sé que al menos tiene decencia para dar los buenos días con la cabeza, pero no va más allá. Ni siquiera lo he escuchado hablar.

—Quizá es tímido o está nervioso por ser el nuevo —especuló Rose.

Nino solo los miró. Pensó más en la canción que podría estar disfrutando que en esta especie de cotilleo en la que estaba metido. Juleka, como siempre, casi no decía una palabra. Y suponía que Max, Kim y Alix ya habían opinado en las charlas que habían tenido entre sí en días anteriores.

—Bueno, yo ya me voy yendo… —empezó sin intenciones de terminar. Su tono cantarín, su media vuelta a medio hacer estaba cuando Kim lo agarró por el hombro.

—Queremos que se sienta parte de nuestro grupo.

—Nathaniel se la pasa solo y no los veo hablándole.

—Tenemos buena onda, nos llevamos bien e intercambiamos palabras como los compañeros que somos. Y con Félix todavía ni nos llevamos y ni siquiera lo conocemos.

«Y ahí dicen…»

—Va a ser más fácil que te acerques vos que nosotros.

Rose era una persona dulce que contagiaba a Juleka sus ganas de hacer feliz a la gente. Kim podía querer conocer al nuevo chico del grupo, porque así era: él conocía. Alix y Max quizá solo eran los amigos del grupo a los que no les parecía una pérdida de tiempo su idea.

Y, por otra parte, no conocía la razón por la que a Bridgette, una persona naturalmente prejuiciosa que le costaba desestimar las primeras impresiones, le interesaría llevarse bien con Félix… Aunque ella no tenía amistades significativas: solo Mylène —a quien había ayudado a juntarse con Ivan.

Quizás era eso.

Y Nino, encima, era el obligado a llevar a cabo la idea del grupo.

Se le dio la oportunidad una hora después del recreo durante una actividad que había que hacer en parejas. Consistía en contestar dos preguntas y resumir por escrito cómo habían llegado a acordar las respuestas.

—Estoy de acuerdo —admitió Félix, y Nino asimiló durante toda la réplica que no iba a ser el único que hablaría, pues por primera vez estaba escuchando la voz del rubio. Era un poco alta y quebrada, pero tenía un tinte grave que armonizaba y juntaba un poco las grietas. Nino presentía que representaba la importancia de sus palabras, fueran pocas o no—, pero creo que no se resume a eso. Porque es propio del humano, no solo de los seres vivos en general. Es más complejo y tiene más reflexiones o razones que…, que "nos agrupamos porque confiábamos en lo que se nos parecía". Se llegó a un extremo en el que desconfiábamos, por lo tanto por nuestra propia cuenta nos perjudicábamos entre todos, porque vemos más de lo que ven los animales: sospechamos, guardamos rencor y queremos más cosas buenas. Y-y no tuvimos más remedio que unirnos y de algún modo garantizar nuestra vida.

—Es convincente —contestó casi por inercia—, aunque deberíamos consultar con el profesor antes de anotar eso.

—Esto lo aprendí de un libro —confesó, ahora casi deteniéndose en cada palabra como si no estuviera seguro si debería soltarlas: un cambio extraño y curioso—. El profesor debería saber cuál… si le preguntás…

Nino arrugó la nariz, pero obedeció la indirecta solicitud. Este les dijo que sí y los felicitó por relacionar la respuesta con un tema que recién trabajarían dentro de un par de clases. El de anteojos se horrorizó —y aún más al percibir una tensión en la mejilla del rubio, como si este quisiera sonreír: lo último que le faltaba hoy para desequilibrarlo.

Así que escribieron las respuestas.

Encima, al final no terminó pareciéndole tan tedioso hacer el trabajo en pareja.

III

Félix

El viernes había sido un día particularmente inusual para Félix. Parecía tenerle algo planeado. Porque pese a su sentido de responsabilidad hoy había resultado ser uno de aquellos días en que nada era pasable: no había sido capaz de encontrar la fuerza para levantarse temprano. E incluso estando con retraso para llegar a clases, Nathalie insistió en que por lo menos terminara el té del desayuno y se llevara unos croissants para comer en el camino.

El chófer de confianza de su madre lo había dejado a salvo en la entrada del Lycée y se había marchado sin ver cómo los pies del rubio hoy advertían que querían rendirse. Caminando, él tropezó y cayó sobre sus manos rodillas y de suerte no rasgó su pantalón negro, aunque sintió líquido bajar por su rodilla izquierda y pegar la prenda a su piel, inmaculada en la superficie. Examinó la palma marrón y raspada de su mano izquierda, la mano con la que escribía.

El dolor lo pinchó, no obstante otro ruido lo distrajo.

Había un palo alargado a su lado derecho. Félix lo agarró y lo usó para ayudarse a incorporarse. No tardó en percatarse del anciano, también sobre el suelo, pero no gracias a sus pies.

El adolescente enseguida lo ayudó a pararse y le tendió lo que debía ser su bastón.

—Muy amable de su parte, joven. Tenga un buen día.

—Igualmente —contestó con rigidez y tensión.

Después de todo, tenía que ir a la enfermería.

—Ah, Félix. Por poco llegás tarde —le saludó Nino, desde su propio asiento viendo la venda en su mano—. ¿Estás bien?

—Tuve que ir a la enfermería a que me desinfectaran unas heridas que me hice en la rodilla y en la mano al caerme en la entrada del Lycée —soltó, incómodo. Pues no tenía ganas de leer, la cabeza le dolía, la rodilla le latía y sentía que tenía que comunicar a alguien lo que le había ocurrido. Claramente, ni Nathalie ni su madre estarían como opción hasta que volviera a su casa y este Nino era su compañero de escritorio, bien podría armar una conversación para distraerse.

—Al menos recién tendremos gimnasia el martes —respondió Nino, encogiéndose de hombros y un poco pensativo sobre sus palabras.

—Sí… —Decididamente posó sus ojos sobre el pizarrón blanco, anticipándose más que nunca—: ¿Cómo estás?

Hoy había un acuerdo inconsciente.

—Muy buenos días a todos.

La docena de alumnos fijaba su vista a la figura al lado de la profesora Bustier quien, esbozando una sonrisa cálida, posaba su mirada en cada uno ellos —siendo esta pensativa hacia el rubio y tranquilizadora hacia la figura.

Madame Bustier

—Hoy… —Casi esperaba un alboroto, una interrupción, pero la inusual quietud recibió la palabra sin nada más que expectación y curiosidad—. Hoy se nos une una nueva compañera… y parece que también tenemos otra cara nueva —observó, y contempló, los rasgos bastante trazados y definidos del adolescente aludido debido a la pose que este tenía: la nariz apuntaba ligeramente por encima de su altura, las arrugas formaban su ceño fruncido y por labios tenía una línea casi marcada con regla, se atrevería a decirle—. Comenzaste el lunes con Mendeleiv, ¿correcto? Cambiá esa cara un poco, que nadie acá muerde.

Un par se rieron… Chloe miró inspirada al nuevo.

Bustier mantuvo su cálido semblante.

«Mm…»

—¿Cómo te llamas?

—Félix Graham de Vanily.

—Bueno…, un placer. Espero que te sientas cómodo. —Su sonrisa ya no era la misma bajo sus ojos levemente ensombrecidos. Se había comentado sobre Félix. No esperaba tenerlo en su clase. Aunque solo le quedaba tratar con él, ¿o no?

Caline dirigió la atención hacia la otra persona de cabello rubio que se uniría a esta clase. ¿Era ella o había muchos rubios este año?

—Ahora, Allegra, ¿te gustaría decir algo sobre vos?

Casi cerró los ojos ante su voz melodiosa. No obstante, se obligó a mantener la compostura y centrarse en conocer a su nueva alumna.

—Bueno, soy Allegra Melis, tengo quince años y soy de Italia. Viví un tiempo con mi familia en Francia hace tres años, porque mi mamá es francesa. Estaba muy contenta de conocer Parigi.

Se le notaba su acento por la tonada en su voz y la pronunciación que tenía sobre algunas letras, pero este no estaba tan marcado como se esperaría, aparte de la doble ele, la cu, la ce y la doble vocal. La profesora identificaba deslices hacia el acento francés. Nada mal.

Ella la invitó a sentarse con Bridgette.

Juleka Couffaine

Una estudiante de largos y oscuros cabellos miró preocupada a otra una cabeza más baja, de pelo corto y rubio y vestimenta rosada como su personalidad. Su flequillo de puntas violetas cubría su ojo izquierdo, pero este peinado no daba una apariencia de intimidación. Quien bien conociera un poco a Juleka sabría que solo era callada y retraída. Alguien que la conociera más, como Rose, sabría que con ella no vacilaba en decirle las cosas… mas cuando se trataba de su bienestar.

—Rose, está claro que Iván solo tuvo un mal día. Podríamos… —La de cabellos negros se encogió ante la mirada de curiosidad que le dirigió de forma repentina la de cabellos rubios, porque hoy ella estaba con la atención en ese desafortunado problema y no esperaba otra cosa de su parte por un rato.

De seguro, Rose no debía imaginar que ella y Juleka se enfrentarían a su corpulento compañero sin que la chica más alta estuviera dos prudentes pasos más alejada y con la atención en la seguridad de su amiga más que en la charla.

—Podrías hablar con él mañana una vez que se haya calmado. —Desvió la mirada hacia el suelo, nerviosa.

No obstante, la sombra de su mejor amiga se hizo más prominente y Juleka recibió con una tímida sonrisa los brazos que rodearon hasta los suyos tan firmemente que la dejaron un poco más segura y receptiva.

—No deberíamos tenerle miedo solo porque Mylène se asustó de su voz —habló en voz baja—. Debió tener un mal día.

—¿No viste a Kim, hoy?

Pensó en la manera invasiva con la que el chico atlético había abordado la actitud sospechosamente susceptible de Iván.

—Sabemos que él solo estaba curioso por lo que Iván ocultaba.

Juleka no dudaba de que Chloe había tenido algo que ver con eso. Después de todo, en ocasiones ella podía ser cruel y hacer comentarios que no tenían lugar; pero en otras… ¿recurría a su tonto enamorado para no sobrepasarse? ¿para no arriesgarse? Ahí ella dejaba de intentar entender a la rubia altiva.

—Voy a hablar con Mylène, Juleka. Ella podrá acercarse a Iván.

Juleka siguió a Rose.

Bridgette

En uno de los bancos del patio del colegio Françoise Dupont, Mylène lloraba abrazada a una Bridgette un poco incómoda. A la chica más alta, de cabellos azabaches atados en dos coletas, no se le daba muy bien servir de consuelo; sin embargo, lo hacía como mejor podía. Había encontrado los auriculares de la chica de rastas y se los había colocado con cuidado, preguntando en voz baja si le permitía buscar en su celular canciones que sabía que le gustaban. Agradeció la presencia de Allegra, una persona mucho más simpática y mejor con las palabras que ella.

También sentada en el mismo banco, pero más alejada, la de trenza rubia había encorvado un poco su cuerpo para que, si Mylène la volteaba a mirar, la sintiera más cercana de lo que estaba.

—Yo creo que este chico… —comenzó Allegra.

—Iván —corrigió sin malas intenciones la azabache.

—Creo que Iván quería decirte algo importante —dijo en un tono suave—. No parecía amenazador ni agresivo.

Bueno, quizás Allegra no sabía todo; aunque ciertamente eso era suficiente para que Mylène reaccionara. Ella querría dejar la situación en claro para ser comprendida por la chica nueva.

—¡Ese es el punto! —ahogó sus palabras sobre el pecho de Bridgette para luego apartar la cara de ahí y mirar a su compañera de clases— Me sobresalto por todo, Alis… eh, Allegra. Solo sé huir y ahora él se debe sentir mal.

—Eso no es cierto, Mylène… —negó Bridgette, ahora colocando sus manos sobre los hombros de su amiga, pero sin moverla ni hacer nada más.

En este momento, no era importante que la viera.

—¿No te acordás cuando vos solita te declaraste a Iván?

Mylène agachó la cabeza.

—Pero vos me ayudaste a encontrar mi valentía, Brid —susurró.

Bridgette rio levemente, apenada.

—Y terminaste declarándote por tu cuenta.

Allegra les dedicó una mirada dubitativa, empero un poco aliviada cuando Mylène terminó riendo un poco también.

Justo llegaron Juleka y Rose, la última a un paso más rápido y con un rostro dolido y preocupado.

—Mylène —no tardó en decir—, creo que deberías ir a hablar con Iván. Hace un ratito él quería darte algo lindo y…

Bridgette y Allegra esperaron con cautela la reacción de la mencionada, sorprendiéndose al ver que se limpiaba las lágrimas y desconectaba sus auriculares del celular de la azabache, a la cual se lo devolvió antes de desprenderse de sus brazos e incorporarse.

—Tengo que hablar con él.


Piano: Amélie Theme (Comptine D'un Autre Été, L'Aprés-Midi) - Brooklyn Duo.

Libro: Leviatán, de Thomas Hobbes.

Cabe destacar que una vez terminado este fic es posible que edite, ya que ni siquiera terminé de escribirlo y estoy segura de que encontraré inconsistencias una vez esté completo.

Aun así espero que lo estén disfrutando. ¿Qué opinan?