REY DE LOS DEMONIOS

¡Hola! De vuelta por aquí. :)

- Lin Lu Lo Li: ¡Hola! Te diste cuenta, pero todo tiene una explicación, este nuevo cap explica por qué Kagome confió tanto en Inuyasha y a partir de ahora vendrán eventos que marcarán la historia. ¡Gracias por leer!

Espero que esta nueva actualización les guste y sin más que decir ¡Disfruten de este nuevo capítulo!

Atte. XideVill


Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.


CAPÍTULO 8.

KAGOME

– ¡INUYASHA! – grité cuando lo vi caer por segunda vez al suelo.

Lo vi levantarse mientras escupía sangre por la boca. El miedo que se instaló en mi cuerpo no tuvo reparo alguno, la sola idea de perderlo aquí me destrozó.

Di un paso hacía él, pero sus ojos me indicaron que me quedara aquí, escondida entre los arbustos viéndolo morir desangrado.

Negué.

– ¡Acaso es todo lo que tienes bestia! – soltó amenazante el demonio – ¡Yo recién empiezo!

Y antes de que pudiera lanzarse sobre Inuyasha me interpuse en su camino. Aquel demonio lobo era aterrador, llevaba una armadura con hombreras puntiagudas y ropajes azules. Su presencia era maligna igual que la de aquel hombre que me apuñaló.

– No dejaré que lo lastimes.

– Kagome… – musitó Inuyasha a mis espaldas.

– Pero mira nada más, no creí que estuvieras aquí Sacerdotisa. Supongo que aquel simple hombre no mentía cuando dijo que estarías aquí.

– ¿Sacerdotisa? – cuestioné sorprendida – ¡No sé de lo que hablas!

El demonio frente a mí sonrió y sus grandes colmillos se mostraron airosos.

– ¡No importa, ya que pronto pasarás a ser parte de mi cena y yo seré el ser más poderoso de estas tierras!

– ¡Corre! – Inuyasha me tomó de la mano y juntos nos adentramos a través del bosque.

Tras nosotros podía escuchar ladridos de perros, o tal vez lobos, lo que fuera, estaba demasiado cansada como para percatarme de aquello.

– Inuyasha estás herido – dije cuando lo vi sangrar.

– No es nada. Kagome – Me detuvo y me miró a los ojos – Quiero que corras y por nada del mundo mires atrás.

– ¿Qué…?

– Solo haz lo que te digo, yo estaré bien…

–¡No! No vuelvas a decir eso, sé que no...

– Kagome – me tomó de la cara y me obligó a mirarlo – Te prometo que volveré por ti. ¡Ahora corre!

La fuerza de aquellas palabras me hizo asentir y aunque una parte de mí no quería dejarlo, la otra me rogaba que me pusiera a salvo.

Corrí tal y como me lo había ordenado, pero pronto me vi en el claro del bosque rodeada por una jauría de lobos. Maldije a los mil infiernos por no haber traído mi arco conmigo. Supongo que esto era todo, ¿así sería como moriría? Qué patética muerte, me dije a mi misma.

Cuando vi que uno de ellos se lanzó sobre mí esperé el impacto, tal vez el dolor, pero nada de eso llegó. Abrí los ojos y la figura de Sango apuñalando aquel animal me sorprendió.

– ¿Llegué a tarde?

– Llegaste justo a tiempo – le dije con una sonrisa.

– Toma, olvidaste esto.

Me lanzó mi arco y yo le sonreí desde donde estaba.

– ¿Lista?

– Lista – respondió.

Ambas luchamos contra aquellas bestias y mientras más exhausta me sentía más pensaba en cómo le estaría yendo a Inuyasha. Una angustia dolorosa se instaló en mi pecho cuando sentí que tal vez él ya…

– Ve – dijo sango sin dejar de combatir con aquellos demonios – Yo puedo con esto sola.

Le sonreí, asentí y una vez que terminé con la vida de otro lobo corrí a su encuentro. Rezaba para que Inuyasha estuviera bien. Cuando llegué hasta él, lo vi pelear contra aquel demonio, pero…

– ¡ESTE SERÁ TU FIN ROYAKAN!

Miré a Inuyasha y su rostro reflejaba ira o tal vez odio. Aquellos hermosos ojos dorados ahora eran opacados por un color rojo vivo, desde donde estaba podía ver sus colmillos y la sangre deslizándose por sus garras.

Él no era Inuyasha, o al menos no el que había dejado hace unos minutos atrás. Me distraje por unos segundos, segundos que me costaron ya que en menos de un parpadeo unas manos me sujetaron por el cuello.

– No grites, de todas formas, él no podrá oírte.

Esa voz.

Mi cuerpo se paralizó al sentir aquella presencia. No era un sueño, esta vez era real. Naraku estaba frente a mí.

– ¿Qué es lo que quieres?

– ¿Aún no lo sabes? – dijo sombrío – Con una gota de tu sangre podría destruir el mundo entero si así lo quisiese.

– Suéltame…

– Pequeña Kagome, eres más hermosa de lo que creí, ahora lo comprendo.

– ¿Qué cosa? – cuestioné moviéndome desesperada.

– Por qué me confundí hace diez años.

¿Hace diez años? ¿De qué hablaba?

– ¡KAGOME!

La imagen de Inuyasha frente a nosotros me distrajo. El cuerpo ya sin vida de aquel demonio terminó por generar un escalofrío en todo mi cuerpo.

– Inu…

– Eso fue rápido, no creí que fueras tan débil Royakan – soltó Naraku ejerciendo más su agarre – Es una lástima que no lo hayas matado.

Miré a Inuyasha, sus ojos reflejaban ira dentro de aquel par completamente rojo. Entonces una flecha hizo que Naraku se distrajera y aproveché ese momento para liberarme. Caí bruscamente sobre el suelo y cuando recuperé las fuerzas vi a Sango a unos metros de mí, cargando su arco con otra flecha, dispuesta a disparar.

– Sango… – musité.

– Qué conmovedor – soltó mientras veía que Naraku se desvanecía lentamente – Dejaré que te diviertas un poco Inu Yokai.

Vi como aquellas palabras generaban ira en el aura de Inuyasha y justo cuando creí que nada peor pasaría, lo vi lanzarse sobre Sango.

– ¡NO, INUYASHA!

Fue un segundo, pero fue suficiente cuando vi una de las flechas de mi amiga atravesar el pecho de Inuyasha. Corrí hacia ellos, pero incluso eso no lo detuvo con su objetivo.

– ¡Basta! – supliqué – ¡Sango por favor no dispares!

– ¡Estás loca! ¡Este demonio quiere matarnos!

Inuyasha se lanzó nuevamente a Sango y ella volvió a disparar una de sus flechas directo en el pecho.

– ¡No! ¡Él no es un demonio! – Vi cómo la mirada de castaña se distorsionaba – ¡Es el Príncipe Inuyasha!

Sango se detuvo y aquel fue nuestro error porque él no lo hizo. Y antes de que alcanzara a mi amiga yo me adelanté y me puse frente a él.

– Inuyasha – lo llamé, pero no respondió – Soy yo… mírame, soy Kagome.

Sus ojos rojizos me miraron y de pronto pude verlo a él, al Inuyasha de siempre, pero aquello no duró mucho y nuevamente volví a sentir su aura maligna.

Antes de siquiera darle la oportunidad de lanzarse sobre Sango lo atraje hacia mí.

– ¡Kagome!

Sentí el férreo sabor de la sangre en mi boca, pero no me importó. Abracé el cuerpo de Inuyasha hasta que sentí que este se relajaba.

Eso es todo, me dije, pero no iba a permitir que el dolor me cegara. Miré mi abdomen y una mancha de sangre me indicó el motivo. Vi como las garras de Inuyasha iban desapareciendo de mi abdomen a medida que el sol iba saliendo.

Aquello arrancó un gemido de dolor de mis labios, la sangre seguía saliendo, pero solo pude poner mi atención en las profundas heridas de Inuyasha.

– Está bien… – musité – Al final yo volví por ti – bromeé cuando lo sentí caer sobre el suelo – ¡Sango! Ayúdame a llevarlo al templo.

– Sí, Princesa.

– ¡Majestad!

El grito desesperado de Miroku me alertó. Corrió hacia nosotras y tomó a Inuyasha de los brazos.

– ¿Qué pasó? – cuestionó aterrado.

– Por favor… llévelo a mi habitación yo haré la medicina.

Asintió.

– Pero Princesa, primero déjenme tratar su herida – insistió Sango.

– Mi vida en estos momentos es lo de menos Sango – confesé mientras mezclaba algunas hierbas – Él es uno de los herederos de Lothar, no puedo dejar que muera.

– Pero…

– Por favor – supliqué con evidente cansancio en mi voz.

La vi asentir en silencio. Pero en el fondo supe que no estaba de acuerdo. A estas alturas debía de admitir que una parte de mí tampoco estaba de acuerdo conmigo, pero tenía que hacer lo correcto.

– Permiso – dije mientras me arrodillaba frente a Inuyasha.

– Princesa – Miroku pareció dudar en lo que iba a decir por unos segundos – ¿Acaso usted…?

– Sí, lo vi – respondí de inmediato – Puede estar tranquilo, sé que no debo de comentarlo con nadie, pero Sango también lo vio – Apunté a la puerta con la mirada – Será mejor que vaya a hablar con ella.

Miroku asintió y salió sin decir más. Me concentré en las heridas de Inuyasha, aquellas eran profundas y ya se iban tornando negras, esto debido al veneno que traían las fechas de Sango.

Me apresuré en pasarle el ungüento sobre la herida y entonces recibí una queja de su parte.

– Está bien… – murmuré – Solo dolerá unos minutos, luego dejará de hacerlo…

– Kagome…

– Aquí estoy.

No recibí respuesta, puse mi mano sobre su frente y comprobé lo que ya me temía, estaba ardiendo en fiebre. Puse mis dedos sobre su muñeca y mi corazón dio un salto cuando sentí sus débiles latidos.

¿Pero por qué? Se supone que la medicina ayudaría ¿Por qué no estaba funcionando? Por varios segundos lo vi retorcerse sobre el futón, mi desesperación aumentó, no estaba dispuesta a perderlo. No ahora.

Traté de quitarle una de las capas de ropa y entonces algo cayó haciendo eco en el lugar. Era la Perla de Shikon de mi madre. Dudé, no supe por qué, pero al final la tomé en mis manos.

– Por favor… Solo quiero salvarlo…

Le hablaba a mi madre, pero de pronto la perla empezó a brillar. Aquella era la misma que había visto hace unas horas cuando salí del templo, miré a Inuyasha y entonces empecé a actuar. Puse mis manos sobre su cuerpo y recité algunos rezos que me enseñó el abuelo cuando era niña, y entonces lo sentí, sentí como si una cálida presencia se adueñara de mí, pude sentir el fluir de mi sangre alrededor de mi cuerpo, sentí como una energía, hasta ahora desconocida, abandonaba mi ser para ser traspasada al cuerpo malherido de Inuyasha.

Cerré los ojos y repetí la acción hasta que sentí que me quedaba sin fuerzas, pero me obligué a resistir, ¿Cuánto más podía aguantar? ¿Por cuánto tiempo más podía seguir? La respuesta era un rotundo no lo sé y mientras la herida en mi abdomen me cegaba creí que había llegado el fin, hasta que sentí unas manos sobre las mías.

– Kagome… ya es suficiente.

– Inuyasha… – La voz me temblaba.

La luz y aquella extraña calidez desaparecieron por completo, dejando solo la mirada dorada del hombre frente a mí.

– ¿Qué fue eso? – cuestionó en un susurro y yo negué.

– No lo sé… – Lo miré con los ojos vidriosos – ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? Tus heridas…

– Estoy bien… De hecho…

Apartó mis manos y reveló las zonas en donde se suponía que deberían de estar las heridas, pero ahí no había nada. Solo un tenue color rojizo adornaba su cuerpo.

– ¿Cómo? – musité con gran sorpresa – ¿Cómo pasó?

Volvió a tomar mis manos y mientras se sentaba podía ver como poco a poco aquel tono rojizo iba desapareciendo.

– No lo sé muy bien, pero un día Miroku me dijo que tú llevabas la sangre de una sacerdotisa.

Entonces lo miré.

– Él también me llamó así… – murmuré.

– ¿Quien?

Naraku. No sé qué es lo que busca, pero de algo estoy segura – afirmé – Me quiere a mí, dijo que con una gota de mi sangre podría destruir el mundo entero si así lo quería…

— Kagome tú…

Con todo esto había olvidado por completo su transformación, si bien ahora era el mismo Inuyasha de siempre aún no podía sacar de mi memoria al demonio asesino en el que se había convertido.

– No te temo si eso es lo que quieres saber – intervine.

– Es eso exactamente, quiero saber el por qué. Me viste convertirme en una bestia despiadada, me viste atacar a tu amiga y aun así me salvaste… ¿Por qué?

– Creerás que estoy loca, pero…

– Eso y más.

Sonreí con dolor producto de la herida en mi abdomen.

– Mi abuelo solía contarme historias cuando era niña. Una de ellas era mi favorita y se trataba de una sacerdotisa – empecé tratando de ignorar el dolor – Su nombre era Midoriko y tenía un don especial, el de la creación y sanación, pero como en todo cuento en este también existía la maldad y cuando Midoriko se vio acorralada no tuvo más opción que vender su alma al demonio más poderoso de ese entonces.

– ¿Por qué?

– Para salvar a su gente.

– ¿Y funcionó?

– No – aproveché su silencio para continuar – Cuando el demonio le ofreció su ayuda a cambio de su alma, Midoriko no lo dudo. Pero ahí no termina la historia, el abuelo decía que aquel demonio no era un simple monstruo como los demás y cuando tomó el alma de Midoriko este se transformó en un hombre.

Entonces Midoriko se preguntó cómo un simple hombre podría vencer al mal que los amenazaba. Para entonces aquel demonio había acabado con gran parte de los otros demonios ¿Cómo? El abuelo decía que con solo una mirada él pudo ordenar y los demás obedecieron sin refutar. Fue así como Midoriko pudo salvar a su gente.

– Pero dijiste que no funcionó.

– Y no lo hizo – seguí – Porque después de que todos vieron el poder de aquel demonio, tuvieron miedo, de él y de ella por haber invocado a una bestia tan peligrosa. Sin saber qué hacer, Midoriko tuvo que elegir y ella eligió a su gente.

Producto de aquella traición el hombre volvió a su forma original y aquella, según el abuelo, era la de un gran perro blanco que podía traspasar los cielos de un solo salto. Desde entonces se dice que toda la gente de Midoriko fue maldecida con un castigo digno de la piedad.

– ¿Eso existe? – murmuró Inuyasha y yo asentí.

– Sí, y es que por cada vida salvada ella tenía que pagar con la propia. Sería una muerte lenta y tortuosa porque yo no me imagino quedarme sin hacer nada cuando alguien necesita de mi ayuda, aún si eso significara morir en el intento.

– ¿Entonces tú?

Vi la preocupación en la cara de Inuyasha.

– No – negué.

– ¿Por qué?

– Es solo un cuento Inuyasha, nada de lo que dije pasó. ¿Ahora entiendes por qué no te tuve miedo? – Tosí un par de veces cuando sentí que la garganta me iba a explotar – Porque tú me recuerdas al demonio de aquella historia…

Entonces miré mis manos y estas se mostraron cubiertas de sangre. Miré a Inuyasha y su mirada pasó de calma a terror.

Luego de eso ya no pude mantenerme despierta, algo parecido al sueño se adueñó de todo mi cuerpo y lo último que puede escuchar fue mi nombre salir de sus labios con desesperación.

Continuará...