Dos días después de esa inesperada experiencia, decidí que era tiempo de tomar el riesgo y rescatar lo que quedara en el avión de los materiales que necesitaba para arreglar mi aparato de comunicaciones. No iba a esperar más, ni a pensar en los tiburones. La idea de salir de esta isla es mucho más fuerte que mi temor, especialmente luego de esa oportunidad perdida. Tengo que acercarme lo más que pueda al aparato en el fondo del mar, probar con el repelente, si se hiciera necesario, y llegar hasta el fondo. Luego debo rescatar lo más que pueda del aparato y trabajar con el radio, para ver si puedo por fin repararlo.

De la caseta, tomo la foto de Patty que siempre está conmigo, y le digo que me desee suerte. Sheila se asoma desde afuera, haciendo como que me habla, tratando de llamar mi atención. Parece que sabe lo que quiero hacer, y como que intenta convencerme de que no lo haga. Quizás tiene miedo de que la deje sola. Lo que no sabe ella es que me la llevaré conmigo donde quiera que vaya, eso es, si sobrevivo. Pero lo que nunca hace es entrar. Por cierto, la caseta sólo la uso para dormir. Adentro es muy caliente para pasar el día. Sólo tiene una cama improvisada y varios aditamentos de supervivencia que también pude rescatar del avión. De hecho, tengo una pluma bolígrafo, de esas modernas que no requieren tinta, y mi diario de supervivencia. Ya la tinta de la pluma se está gastando y he improvisado también para que dure más. Ahí es que estoy escribiendo estas memorias, por si fracaso en mi intento de salida, y a ver si alguien lo encuentra. También he creado páginas de las hojas de algunas plantas, porque ya no tengo en el diario original. Todo lo he hecho improvisando. No me ha ido tan mal para ser un inventor fracasado. Quizás es que, cuando se trata de supervivencia, no es lo mismo. Todo tiene que funcionar.

La caseta también me protege de los animales salvajes. Aunque hay pumas, lobos y hienas aquí, la realidad es que nunca se acercan a mi campamento, y cada vez que me ven, dan la media vuelta sin hacerme demasiado caso. Parece que, para ellos, no soy un manjar delicioso, por lo que siguen de largo, sin siquiera acercarse lo suficiente para mediar contacto conmigo. Eso me ha salvado, pero, de todos modos, cierro la cremallera por las noches, no sea que mi suerte cambie y termine como la cena de alguno de ellos. Hasta ahora, todo ha funcionado bien, y no he tenido que arrepentirme de mi suerte.

Lo que tengo que planificar es lo que haré tan pronto alcance el fondo, y como distraer a los tiburones lo suficiente para llevar a cabo mi misión. Por lo que sé, el repelente que he preparado sólo tiene 30 minutos de alcance, quizás algo más. Así que estaría trabajando contra el reloj, si lo tuviera. Y claro, tengo que encomendarme al Altísimo, pedirle a la tía Rosemary y a Anthony que hablen a Dios para que me ayude en mi atrevida labor. Por cierto, también debo tener en cuenta que no es mucho lo que quizás pueda rescatar ya que lleva más de 5 años debajo del agua de mar, pero no hay peor intento del que no se hace. Si yo puedo hacer que mi radio funcione con algo que me sirva, no lo voy a saber si no lo intento.

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Llevo dos horas en la orilla, observando a cinco o seis tiburones dar vueltas donde se encuentra el aparato bajo el agua. No creo que haya más. De hecho, es una suerte que nunca se acerquen a la orilla. Es muy llano y no quieren quedarse encallados, así que lo más cerca que pueden estar es precisamente a esa distancia, donde está el avión. Cuando el avión cayó, en parte que quejé de mi mala suerte, que me perdone Dios, pero ahora, viéndolo bien, creo que hubiera sido desgraciado que el avión chocara con la orilla. Quizás hubiera estallado y no lo estaría contando, pero cuando tengo misiones como la de hoy, sencillamente hubiera deseado que el avión estuviera más cerca de mí.

Las veces que lo he visitado, unas cuantas, siempre lo he hecho cuando veo que se apartan los tiburones, pero ahora no puedo hacerlo. Tengo una ansiedad terrible después de haber visto aquel navío en la distancia. Pero, las únicas veces en que los tiburones se van es cuando hay corrientes marinas, mal tiempo o una combinación de ambos. Tampoco es tan seguro para mí. He tenido que pelear por que la corriente no aleje mi pequeño bote hasta el mar.

Archi siempre me decía que mis inventos eran terribles, pero me gustaría que me viera ahora, sobreviviendo con mi ingenio. A veces me critico a mí mismo por mis errores del pasado, pero de ellos siempre se aprende. El bote de remos que fabriqué de troncos y ramas no funciona tan mal. Incluso, me lo he llevado al río o a la playa para pescar y no me ha fallado. Quizás si lo comparo con el bote cisne, que era más bonito, no se le pare al lado, pero de que funciona, lo hace. El bote cisne sencillamente nunca lo hizo y hasta mis buenas mojadas nos dimos Candy yo en nuestros tiempos más jóvenes. Pero ahora, no sé, debe estar guardado, en desuso o quizás no exista en este momento. Cuando nos mudamos a Chicago, lo dejamos resguardado en el taller, pero no sé si el servicio de Lakewood se deshizo de él al ver que no funcionaba.

Por cierto, no creo que Archi alguna vez haya regresado a buscarlo y menos con la probabilidad de que se hunda de nuevo. No me parece que a Annie le haría mucha gracia. Y hablando de Annie, a veces me acuerdo de ella también y de cómo me gustaría que mi hermano fuera un poco más selectivo con las chicas con las que se relaciona. No es que Annie sea mala persona, pero a veces es incluso hasta más egoísta que Eliza. Annie no es tan sincera, no es lo que se dice una gran amiga, aunque quiera a las personas, no puede anteponer nada a sus deseos. De pronto, es la persona que más se parece a Terry de todo nuestro grupo. Quizás hubieran sido la pareja ideal. Por ratos, también siento lástima por la pobre Susanna Marlowe. Como he dicho, Terry no es una mala persona, pero jamás antepone a nadie a lo que quiere, así que no creo que pueda hacer feliz a nadie, si es, como pienso, que su relación con Susanna fue algo más que lo rumorado por los tabloides. Más aún, Terry no puede ni hacerse feliz a sí mismo, así que es de esperarse que, igual que Annie, termine tristemente solo. Digo, eso no lo puedo afirmar desde acá, pero es sabido que las personas que sólo anteponen sus conveniencias nunca son felices, pero, quién sabe, si tanto Annie como él haya madurado con el tiempo.

Quizás hubiera sido bueno que Candy y Archi hubieran sido algo más que amigos, pensándolo bien. Aunque recuerdo bien por qué tanto Archi como yo nos hicimos ese famoso pacto de amistad con Anthony. Primero fue por él, luego por Terry, aunque, digamos la verdad, no estábamos tan seguros de que Terry fuera la respuesta a la felicidad de Candy. Aún hoy, me lo cuestiono, pero si conozco bien a Candy, puedo apostar que Terry ya no existe en su vida. Sí, estoy casi seguro. Eso no iba a terminar bien.

Ese día que la despedí en la estación de trenes, el día que le di la cajita de la felicidad, permanecerá en mí memoria como el mejor de mis recuerdos. Qué hizo con ella. ¿Aún la guarda? ¿Sirve para algo después de tanto tiempo? Mis inventos nunca pasaban una segunda prueba, pero la verdad es que me esmeré en regalarle algo que sabía que podría sacarle una sonrisa en el peor de sus momentos, porque así es Candy y así aún la recuerdo. Candy con su sonrisa y su guiño de ojo, Candy con su empeño y su coraje, la Candy sencilla y abierta, que siempre es capaz de ayudar no importa a quién, esa es la Candy que sé que aún llora por las noches por mi recuerdo. Sí, porque ella y yo…Candy y yo teníamos una relación muy especial, muy cercana, algo que sólo ella y yo entendemos.

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Pensando en estas cosas, de pronto una ventana de oportunidad se asoma a poco más de dos horas en espera. Es cerca de la media tarde, y de pronto, veo cómo los tiburones han abandonado el área. Es posible que encontraran alguna fuente de alimento en otro lugar, ya que no veo que haya corriente o mal tiempo al momento. Eso puedo determinarlo a simple vista, aunque quizás haya alguna corriente submarina que no se aprecie, por tanto, debo hacer todo con mucho cuidado. Rápido preparo mis implementos, no sea que regresen pronto los tiburones, o la corriente, si la hay, empeore y dificulte mi travesía. Voy a aprovechar el tiempo mientras pueda.

Tomo de pronto el bote de remos en mis manos y lo arrastro hasta la orilla. Dentro tengo mi máscara de oxígeno con extensión de bambús, para poder respirar en el agua. El mar está algo picado, sí, así que, ya dentro, el bote se mueve con las olas de cerca de dos pies. En la orilla veo a Sheila, que brinca y salta mientras yo me alejo cada vez más. Qué daría por que en este momento Albert o Archi estuvieran conmigo. Así tendría quién me ayudara a realizar esta difícil labor. Lamentablemente, mi acompañante simiesca no puede.

En fin, a los pocos minutos, llego al área donde está la nave en el fondo. La verdad, a esa distancia, parece un garabato en lo profundo. Mientras pienso en esto, y sin perder ni un minuto más, dejó caer el ancla que yo mismo fabriqué para mi bote. La realidad es que no es tan confiable siendo que utilicé materiales disponibles en la isla para crearla, ya que no puedo dejar el bote a la deriva y más con este mar algo picado, y esta ancla de madera le hace algún peso en el fondo.

Mi avión cuenta con una pequeña balsa y ancla, pero lamentablemente nunca pude sacarla del compartimiento posterior de la nave, en especial porque ahora está trancado por la presión del mismo mar contra el avión. De hecho, el avión está entero, no en piezas, pero para abrir la cabina, tengo que treparme en el ala izquierda y alcanzar un dispositivo que la abre desde afuera. Cada vez que voy tomo la precaución de cerrar la cabina lo mejor que pueda. Pero me toma al menos 10 minutos en ese proceso, y ya que no cuento con tanto tiempo, sencillamente tomo lo que tengo fácilmente disponible y me voy, luego de volver a cerrar la cabina. A veces pienso sobre si hay algo más que sirva de lo que se quedó. La verdad es que no creo, pues ese avión parece una cometa ahora mismo. Es que cada viaje ha sido una aventura distinta, pero es indudable que no tiene ya demasiado adentro que me sirva para tanto. Si no fuera por la desesperación que tengo de regresar a la civilización, permitía que el mar lo acabara de reclamar para sí. Sí, siempre que voy lo pienso, pero, de todos modos, trato de protegerlo lo más posible, no sea que tenga que volver a buscar algo que se me ocurra de lo que quede, aunque sea minucia.

Aunque el agua es lo suficientemente clara para ver la forma del avión desde arriba, cuando se llega al aparato, la distorsión visual no te permite maniobrar tan bien. De hecho, había dejado unos cables sueltos que acabo de romper con una navaja que guardo allí mismo para no tener que cargar con la que guardo en mi mochila que ahora se encuentra en la balsa-bote. La cabina, para suerte, aunque recibe agua cada vez que la abro, por lo general la bota a través de unos conductos en los laterales del avión, así que lo que está aún dentro se conserva bien, aunque se moje. No así la navaja, que la guardo en una funda con cierre dentro de la guantera. La guantera, aunque recibe agua, también la bota, así que es un buen resguardo para lo que no quiero que se moje.

Debajo del asiento, también hay unas botellas y unos conductores que me pueden servir. El radio que rescaté tiene varios desperfectos, además de que necesita una fuente de energía para conectarlo, y creo que estas botellas, conectores y cables del avión podrían servirme de algún modo o de otro. Lo adicional es el sistema de telégrafo, pero no creo que mi experiencia sirva para arreglarlo, y por eso mi atención es el radio; bueno, ya veremos lo que salga. Además, si los postes de telégrafo están a tal distancia, y no tengo una fuente de conexión cercana, no vale ni la pena, pero si puedo arreglarlo y encontrar la forma de enviar un mensaje a través de un canal cercano de comunicación ya sea de navíos o de aviones cercanos, bueno, es algo que vale la pena probar. De todos modos, no conozco el código, aunque puedo enviar un SOS a sistemas cercanos, y quizás obtenga respuesta. Cuánto quisiera también llevarme la hélice, como turbina. Quizás sería bueno crear unas hélices naturales, pero eso me tomaría mucho tiempo, y no sé cuánto éxito tendría a mi disposición para crear algo que sirviera. Quizás para mi próxima aventura, y si se hace desesperadamente necesario, ingenie una forma de atrapar la hélice. Ya veremos.

Unos minutos adicionales, que no llegaron a 15, me toma la labor, y luego unos minutos adicionales para subir a la superficie. Cuando miro hacia alta mar, me doy cuenta de que uno de los tiburones está como a 100 pies de distancia de mi barcaza del lado apuesto a la orilla, recostado de lado, lo que me hace pensar que a lo mejor está durmiendo o descansado. Puedo pensar lo mismo de sus compañeros, ya que todos abandonaron el lugar muy pronto por alguna razón que puede ser similar. Ellos ni siquiera se dieron cuenta de mi presencia cerca del aparato. Por tanto, el repelente no se hizo necesario. Quizás lo pueda probar con ellos en otra ocasión, ya que no se ha presentado alguna.

Con esto en mente, regreso poco a poco a la orilla. La realidad es que la corriente marina ha cobrado fuerza, y si trato de remar contra ella, el esfuerzo podría llevarme a alta mar. Para suerte, dejar que el bote se mueva favoreciendo la corriente, aunque me deje a unas dos a tres millas de distancia de donde está mi caseta, es lo que hago las veces que enfrento estas corrientes. Simplemente, ya es costumbre caminar largas distancia, y no sería la primera vez que lo hago, y con carga. Para suerte, mi barcaza tiene rueditas, y eso me ayuda a arrastrarlo por la orilla.

Una preocupación podría ser encontrarme con una hiena o un lobo, pero no me ha pasado nunca de día. Parece que ellos se esconden de mi presencia. Quizás me observan en la distancia. Gracias, sin embargo, a mi acompañante simiesco, siempre sé si alguno de estos animales está cerca de mí. Ellos simplemente no se acercan, y eso es afortunado. Así, comienzo a caminar de vuelta a mi campamento. Todo el camino voy pensando en todo lo que recuerdo de los tiempos en Lakewood y Chicago. También del colegio. Aún con las monjas que nos hacían la vida difícil, no es peor que lo que ahora vivo. Aunque tengo que admitir que la disciplina ayuda. Me ha servido para centrarme y hasta, apuesto, que a sobrevivir.

Continuará...