Hoy me detuve frente al espejo y me recorté la barba y el bigote, las cejas y el cabello. Por otro lado, sigo un ritual de higiene utilizando los productos de la naturaleza que preparo con mis manos. Así como piensan, hoy es un día de lluvia en que no puedo trabajar con mi invento, así que me dedico a mi cuidado personal. Sin embargo, porque puedo simplemente encerrarme en mi caseta o resguardarme en una terraza techada que construí con ramas y madera de palma, pero no es mucho el tiempo ni la disponibilidad de posibilidades para mi arreglo personal. Sólo sé que no quiero ser uno de esos sobrevivientes en una isla desierta sucios y andrajosos, como Robinson Crusoe.

La lluvia es muy fuerte, con viento, pero al menos, me resguardo en una cueva cercana cuando las cosas se me complican, aunque hoy no es uno de esos días, por suerte, pues no hay tanto viento, sólo agua. No me gusta demasiado, sin embargo, estar dentro de ella, y por eso la evito lo más posible. Es un lugar oscuro, cerrado, hay insectos enormes, además de murciélagos, pero es el único lugar en el que resguardarme cuando el tiempo no me permite quedarme en el campamento, claro, luego de asegurar lo mejor posible mis pertenencias. Lo que hago es encender una fogata en el mismo centro, y eso me protege de ciertas plagas, pero no es agradable ver esos insectos tan grandes allí. Para suerte, esas criaturas me ven también y huyen. Sí porque aún soy más grande que ellos, pero eso no evita que al verlos allí me produzcan pesadillas, más cuando tengo que quedarme a dormir porque el mal tiempo me atrapa en la noche. No duermo bien pensando en que aprovecharán cuando no esté atendiendo y se me paren encima, y comiencen a comer, o que me convierta en uno de ellos.

Recuerdo que estaba por estrenarse para aquel tiempo en que salí para la guerra un cuento de Kafka sobre la metamorfosis de un hombre en un insecto gigante. La sola idea de que me ocurra, y más en una isla desierta, sin nadie que conozca mi identidad, es terrorífica. Puede que este libro sea un éxito, pero me pregunto si la idea de tal ocurrencia no se base en hechos reales. Y que esos hechos no estén relacionados con la picada o el acercamiento de insectos como los que hay en esa cueva. Ay, no, pero debo dejar mi imaginación de lado, que me puede matar del susto. No, eso no es posible, quiero convencerme de que no. Sheila, por lo general, me acompaña a la cueva, pero no le gusta demasiado el lugar, me imagino que por lo concurrido. Más bien, se ubica en las ramas altas de los árboles en espera de que pase la tormenta. No puedo exigirle que se quede conmigo, pero al menos, me acompaña al lugar y hasta entra conmigo, pero no se queda por nada del mundo allí. Me imagino que ni Candy, aún siendo una chica varonil, hubiera optado por pasar sus noches en una cueva llena de criaturas nocturnas de esas que se arrastran.

No sé por qué siempre me acuerdo de aquella casa de árbol que nos ayudó a construir Georges cada vez que llueve y observo el campamento, especialmente de la distancia o en camino a la cueva. Quizás es que, cuando armé ese perímetro a cortos pasos de la playa, lo hice pensando en esa casita, tan bien construida. Por cierto, no he hablado mucho de Georges en mi diario, pero una de las cosas que tengo que admitir, por si alguien lo encontrara algún día, señal de mi fracaso en la gesta de salir de aquí, es que es uno de los asistentes más eficientes del tío William. Por lo que sé, es francés, y ha estado varias décadas con la familia. Practica artes marciales, es políglota y tiene fibra para los negocios. Parece que fue rescatado por el clan, igual que Candy, y que el tío William le tiene tanta confianza, que le permite tomar decisiones importantes para la familia. Ese día que encontró a Candy en medio de la nada me hace pensar que Georges tiene un radar especial, o hasta super poderes. Ojalá todo eso que tiene de eficiente le sirviera para encontrarme a mí ahora.

Georges rescató a Candy cuando los Leagan trataron de enviarla a trabajar a México. Como siempre, fue una operación rápida, pero desde entonces, me pregunto cómo fue que supo, o al menos cómo el tío William supo lo que pasaba con Candy. Igual que muchos misterios que rodean a Georges y también al tío William, parecería como si fueran seres omnipresentes, que saben todos y cada uno de los movimientos del clan. Bueno, qué decir. Candy no era miembro del clan en ese entonces. Parecería, por cierto, que el tío tenía cierto favoritismo con ella desde incluso el momento en que era muchacha en la villa Leagan, y eso se vio reflejado cuando le dio las mejores habitaciones y los mejores tratos a ella al adoptarla, no que nos molestara, porque ella merecía eso y más. Pero encontrarla de la nada, eso sí que me lo he preguntado incluso más desde que estoy aquí, y tengo tiempo de pensar bien en esas cosas.

Archi, Anthony y yo le enviamos cartas al tío William pidiéndole que adoptara a Candy en el clan. La casualidad de que los tres lo hiciéramos sin que el otro se enterase, pero la pregunta sigue siendo cómo fue que el tío William actuó tan rápido y cómo lo supo todo, como para rescatarla y unos días después, que ella llegara a Lakewood, esa vez como una Ardlay. Fue algo increíble y ciertamente misterioso.

En cuanto a la casita del árbol, el otro gran misterio, que merece una seria investigación que sin duda haré cuando regrese, sí, positivo, Stear, Georges la construyó pensando en todos nosotros, pero fue todo tan exacto y, más allá, unos años después, supimos que era tan parecida a Candy, que, al sol de hoy, me pregunto si el tío abuelo no la mandó a construir para ella. Digo, los chicos y yo, cuando más pequeños, nos la pasábamos allí, pero recuerdo cuando Candy entró la primera vez, que miró todo como si la reconociera como suya desde que la vio. Candy nunca lo expresó directamente, pero los ojos de una persona dicen mucho, y ese día, los de ella decían que esa casita del árbol era de ella. Y lo era. De algún modo lo era. Hasta la tía Elroy se dio cuenta de que la susodicha casita parecía "de niña", y que no le agradaba para nada la idea de que Anthony, Archi y yo jugáramos allí cuando estábamos en Chicago. Y a Eliza, que era la única niña del grupo, no le gustaba para nada. Jamás jugó en ella. Así que, como quien dice, de algún modo, igual que cuando Candy llegó a su vida, no quiso ni acercarse. Quizás fue una respuesta automática de algo que vendría a descubrir después.

Georges lo único que dijo al respecto fue que las especificaciones de ese proyecto habían sido idea del tío William. Y siempre que le preguntábamos sobre el tema, se ponía serio, como que era una pregunta algo impertinente e indiscreta, ya que parece que él estaba atado a secretos que no podía revelar sobre el asunto, uno de tantos. Por otro lado, siempre seguía instrucciones, y eso me hacía pensar en todas las cosas que sabía de él, y que me parecían tan increíbles, entre ellas que fuera un ladronzuelo, como escuché que alguna vez dijo la tía Elroy, en su natal Francia. No, no parecía ser algo creíble, más con lo formalito que siempre se proyectó.

Georges no es tan mayor. Ahora mismo debe tener unos 45 años, quizás 50. Es un hombre elegante, y por lo que sé, nunca se casó. Quizás tenga una historia triste de amor que no cuenta. Quizás se enamoró de alguien que estaba fuera de su alcance. De todos modos, nunca es tarde. No todo es trabajo, aunque para él todo tuviera sus raíces en un quizás mal entendido sentido del deber con el clan. Merece entonces tener una vida, conocer una dama que le dé sentido a su vida y, al fin, retirarse, ya que lleva toda su juventud siendo el frente y cubriéndole la espalda de algún modo al tío William.

Si el tío William ya hizo su presentación, a lo mejor se retira pronto y entonces una generación más joven tome el control. Quizás con él, también lo haría Georges, qué sé yo. Probablemente ya todos esos misterios de la familia se hayan resuelto con la revelación de quién es el tío William. Y quién sabe si Archi también forme parte de esa nueva generación que ahora se levante para representar los intereses de la familia, al menos, mientras haya bonanza económica.

Seamos francos, este tipo de bonanza posguerra sólo dura una y como mucho, dos décadas. Es posible que también comiencen más guerras luego de esta. Es un fenómeno repetitivo. Hay que aprovecharlas para ahorrar, trabajar para ser más productivos y prepararse para recesiones y demás cosas que ocurren cuando hay enfrentamientos bélicos. Es algo cíclico siempre ese asunto de las guerras, recesiones y luego más guerras y recesiones. Sin embargo, creo que aún estamos a tiempo para regresar y comenzar ese proceso que dejé pendiente cuando me enlisté. Como pienso ahora, es momento de que mi familia se sienta orgullosa de mí, y de no defraudarlos como hice cuando egoístamente los dejé solos para enlistarme en una guerra que no era mía.

Luego de un día y medio, la lluvia por fin parece ceder. En momentos como estos, me encantaría escuchar algo de música, pero no tengo fuente de energía para el radio. La única es la que tengo para ese dichoso aparato, que no acaba de encender, aún mis mayores esfuerzos. Tal vez podría, si no me sirve para comunicarme, escuchar algo que me entretenga. Pero no, en serio, estoy haciendo planes para poder traer la hélice del avión. De hecho, los tiburones, como ya he explicado en sinnúmero de ocasiones, se fueron por el mal tiempo, pero no creo que tarden en regresar. Ni siquiera entiendo su obsesión de dar vueltas sobre el avión en el fondo, pero es posible que por lo que decía de que tienen vista adaptativa, crean que es algo que no es, y estén haciéndole una ceremonia interminable. No sé tampoco por qué no se sumergen para acercarse. Simplemente dan vueltas sobre el aparato como si se tratara de un carrusel.

Qué será lo que les llama la atención. Por qué están tan ensimismados con ese aparato en el fondo y por qué no se le acercan. De todos modos, si yo lo voy a hacer por fin, quiero decir, cumplir con la misión de rescate, tengo que esperar que en el cielo no haya ni una sola nube para poder trabajar contra el reloj con o sin ellos allí. Aparte, no puedo planificar demasiado, porque no sé si realmente, cuando suelte esa hélice y si es que se puede, de algún modo arrastrarla a la orilla. Más allá, no puedo ni pensar si cae al suelo, y si su peso no me permite moverla, especialmente si está soldada al motor. El motor ahora mismo no sirve como fuente de energía por la cantidad de tiempo que lleva sumergida. Pero le haría mucho peso a la hélice para que caiga al fondo del mar. Eso me preocupa.

Claro, todo esto es especulativo. Incluso, la hélice podría estar afectada por el tiempo que lleva en el fondo, pero ahora mismo, es lo único que pienso que me serviría. Ya agotamos el resto de las posibilidades. Por cierto, tampoco sé si pueda aflojarla, así que también es un juego de azar todo este asunto. Es un riesgo, quiero decir. Pero no quiero decir mañana, si no hago el intento, que no traté.

….

Días después, ya a media tarde, veo una oportunidad muy buena para tratar de acercarme al avión. Los tiburones, como era de esperarse, se alejaron nuevamente, así que decido acercarme con mi bote al área. Sheila se queda en la orilla, saltando, brincando, como diciéndome que no sea atrevido, y me arriesgue demasiado. Entiendo su preocupación, pero llevo semanas tratando de encontrar una oportunidad perfecta para tomarme el riesgo, y decido hacerlo en ese momento. Claro, si lo estoy contando es porque sobreviví al intento, pero…bueno, qué ocurrió…

Desde temprano me había preparado para ese momento. Era un día en que no había casi nubes en el cielo. Los tiburones, como todos los días, rodeaban el aparato en el fondo como si fuera un carrusel. Mientras tanto, yo preparaba mi bote, mochila, repelente y todo lo que consideraba necesario para esa aventura. Tenía una navaja agarrada al cinto, para matar tiburones si era necesario, además de otras herramientas que tal vez me ayudarían en mi misión. Nada que fuera demasiado pesado, porque sería un problema a la hora de subir a la superficie. También preparé los bambús que uso como respiradores para esa travesía. Mis flotadores también estaban listos.

Como la luz solar está directa, se puede ver mejor el fondo desde la superficie. Puedo apreciar el escalón profundo que hay desde la orilla. Es como detenerse frente a un precipicio. En ese momento oré para lograr arrastrar la hélice hacia esa subida. No sabía si me daría tanto esfuerzo o no, especialmente considerando que tendría que depender de una soga para subirla hacia ese escalón natural, y esa, quizás sería la parte más difícil. Una vez rescatada, el hecho de que estemos en el agua podría ayudarme en la encomienda de moverla. Pero lo difícil era lograr que no cayera al fondo. Si lo hiciera, moverla sería una misión casi imposible.

Si estaba soldada al motor, eso haría aún todo más difícil, pero mejor era no pensarlo, porque no quería perder la fe en la misión. Quiero decir, todo estaba en juego: mi oportunidad de enviar ese necesario mensaje, y con ella, la posibilidad de ver a mi familia, a Patty, a Candy y a Albert. Tantas cosas que podrían salir mal, pero tantas cosas que podían salir bien. Siempre fui un tipo positivo, con sentido del humor. Aunque estoy en una posición difícil, tengo que invocar ese espíritu de buen humor que siempre me ha caracterizado. Quiero decir, tengo que reírme, porque ahora mismo estoy en una isla, con una amiga simiesca que se comporta como toda una fémina, hasta mirándome como si estuviera loco por las cosas que se me ocurren. No es tan diferente a mi vida anterior y, después de todo, es hasta chistoso. Aparte, igual que la oportunidad que tuve de sobrevivir el ataque a mi avión, que curé yo mismo mis heridas, que recuperé la memoria después de perderla un tiempo y de preparar un campamento que me ha servido muy bien, no creo que pueda decirse que soy un novato. La experiencia que he adquirido ha sido invaluable. Lo que me falta, entonces, es no perder la fe, ni el sentido del humor.

Continuará...