Después de un esfuerzo colosal, comencé a nadar hacia lo profundo, y tengo que darle gracias a la Providencia por lo afortunado que fui de que las cosas salieran bien desde el principio. En un momento específico, saqué el repelente y la navaja, para defenderme cuando vi acercarse a uno de los tiburones a mitad de camino hacia el fondo. La realidad es que el repelente no funcionó, aunque el tiburón sólo se me acercó un poco, no demasiado, así que no tuve que sacar la navaja. Este amigo simplemente se quedó observando lo que hacía, y milagrosamente, luego de un esfuerzo increíble de mi parte, y de velarlo con un ojo mientras con el otro trataba de hacer bien la labor, cuando por fin solté la hélice, de pronto se movió para ayudarme. Esta, por fortuna, no estaba soldada al motor, pero, en ese momento, comenzó a caer hacía el fondo, lo que tenía que evitar a toda costa, porque una vez ahí, sería casi imposible de mover. Me sorprendió como esa criatura simplemente se colocó bajo la hélice mientras caía, y ante mi mirada horrorizada, pero también asombrada, la cargó contra sí y la llevó directo al escalón natural, claro, luego de que dos de sus compañeros se le acercaran, y cada uno de ellos tomara uno de los lados en sus fauces, ayudando al otro a transportarla. Parece como si hubieran sabido lo que yo quería hacer desde antes. A lo mejor por eso estaban allí desde el principio, y yo pensando lo peor durante tanto tiempo.
Tengo que decirlo, el milagro fue maravilloso. Si no fuera por esa suerte, hubiera fracasado, tengo que admitirlo, aún con todo mi positivismo y deseo de hacerlo bien. De pronto, me dije que mi relación con los tiburones debía cambiar. Son, según parece, criaturas terriblemente juzgadas y mal entendidas. De hecho, todo parece indicar que también me habían estado observando desde hacía tiempo mientras miraba hacia la distancia y los observaba en círculos sobre el aparato. Quizás esa ceremonia era una señal para que dejara el miedo a un lado y me acercara; tal vez fuera la forma de indicarme dónde exactamente estaba el avión, para que no lo perdiera en lo que me decidía a hacer algo proactivo para salvarme yo mismo. Y tengo que decirles, desde entonces, parece que por fin abandonaron el área, así que estoy convencido de que estaban allí pendiente a mí, y yo con este temor de que me atacaran si me les acercaba. Por cierto, si entiendo bien el mensaje, ya no debo regresar a ese lado del mar a buscar nada. Primero, en poco tiempo, no sabré ubicarlo, pues mis marcadores marinos ya no están ahí para decirme exactamente dónde se encuentra. Tendría que depender de otra fuente menos confiable y más instintiva. Es que, por alguna razón, esa ceremonia de mis nuevos amigos dejaba ondas expansivas que me hacían más fácil el trabajo, pero ya, habiendo cumplido la misión, no estarán allí para recibirme, así que, aún con lo visible que es el avión desde la superficie, encontrarlo se me haría más complicado. Definitivamente, he entendido claramente el mensaje.
Estas criaturas, luego de transportar la hélice, siguieron su camino sin siquiera cobrarse que le echara el repelente a uno de ellos, si es que sirvió para algo. Eso me asombró, pero entendí que Dios a veces nos sorprende de las formas más raras, pero también maravillosas. Es posible que Él mismo hiciera que estuvieran allí en lo que yo tomaba la decisión que tomé de rescatar esa hélice. Esa fue la parte más difícil del asunto, sin embargo, aún me toca arrastrarla hasta la playa, pero lo más difícil ya está hecho. Y ahora, esa hélice descansa allí, en el mismo borde de la playa, y la puedo ver. No se va a mover, porque se encuentra sobre un almohadón de arena a unos cuantos metros de distancia de la orilla, pero más cerca y palpable de lo que alguna vez estuvo, y gracias a la ayuda de criaturas divinas a las que Dios inspiró a ayudarme. También reconozco que esa fuerza divina me ayudará para cumplir el resto de mi encomienda, así que no debo preocuparme tanto.
La labor, sí, también será maratónica, pero al menos sé que no tengo que rescatarla del fondo; que la Providencia estuvo conmigo antes, y lo estará mientras trabajo por lograr mi cometido. Debo confiar en mis instintos, porque, hasta ahora, no me han fallado. Por alguna razón, ahora pienso que Dios quiere que salga de aquí, si ha tenido a bien que sus criaturas me ayuden a realizar lo que parecía imposible. Por tanto, debo calmar mi ansiedad y esperar un análisis menos desbocado de mis actos de ahora en adelante. Dios proveerá, siempre decía la Hermana Margaret en el Colegio. Me toca, entonces, confiar que voy a poder solucionar esto con Él en mente.
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Sentado en la arena, mirando hacia donde está la hélice, temprano en la noche, tengo una sensación como las que sentía en verano en Lakewood. Anthony, Archi y yo siempre nos las arreglábamos para escaparnos del control de los adultos, y nos íbamos a pasear cerca del río. A veces nos pasábamos el día entero pescando o nadando. Recuerdo siempre la cara de la tía Elroy cuando a veces llegábamos al anochecer, sucios, mojados y con cierto susto de enfrentarla. La tía Elroy siempre fue impresionante, pero tengo ahora que admitir que era muy justa. Su temor de que nos pasara algo no era injustificado, y eso ahora lo entiendo, ya que perdió tantos miembros jóvenes de la familia, y ella cargaba sus dolores de forma demasiado estoica. Pero lamentablemente nosotros éramos chicos hambrientos de aventuras. Y éramos también los mejores amigos. Ella entendía, y a hasta a veces, ignoraba nuestras travesuras, pero ahora quisiera verla y abrazarla, aunque no se deje, si es que sigue viva, oro porque sí, en especial porque nos encubría aún cuando muchas veces veíamos sólo una aparente severidad, que ahora pienso que es más proyección que nada. Lo de Candy, sin embargo, era patente y evidente en ella. No la soportaba, pero a veces me pregunto si alguna vez superaría ese odio que más bien era miedo de perdernos ante una persona que era libre, y que nunca temió ser genuina. Quizás eso le pesaba más, pues la tía Elroy tuvo que ser todo en el clan, y para una damita que fue madre sin siquiera haber tenido hijos propios, eso era muy fuerte.
Candy, por su parte, alguna vez me contó que en el Hogar ella hacía las mismas cosas hasta con los niños más pequeños, cosa que la tía hubiera desaprobado en una chica y eso era más que evidente. De hecho, Candy es la mejor trepadora de árboles que he conocido en mi vida. No creo que haya nadie que trepe un árbol más rápido que ella. Ese es el espíritu varonil que tanto admira mi hermano. Recuerdo el día que la conocí, que Eliza le jugó una mala pasada, dejándola a pie en el pueblo, mientras hacía sus compras. Tuve el gusto de ofrecer llevarla en el segundo vehículo que construí de la nada. Recuerdo que cuando le dije lo que había pasado con el primero, puso una cara muy chistosa. El vehículo, por cierto, comenzó a desmoronarse tan pronto terminé de contarle, y yo me quedé como si nada, con el guía y el freno en la mano, mientras que la pobre chica no sabía ni dónde meterse del susto. Al final, terminamos en el río, a mitad de camino. Salimos los dos empapados, aunque muertos de risa, pero lamenté no poderla llevar más lejos, sin embargo, me dio la idea de hacer atrecho a través de la arboleda que cruza Lakewood. Me ofrecí a ayudarla a trepar, pero, para mi sorpresa, ella lo hacía mejor que yo. Hasta llegó al final de la vereda antes que yo. Candy parecía disfrutar de ese tipo de actividad. De hecho, en ese momento supe que había conocido a una chica muy especial, diferente. Por eso, en principio, me gustó. Ella siempre fue mi musa, y me apoyaba aún todos mis disparates y fracasos. Pero cuando comenzó su romance con Anthony, entonces me sentí desplazado de algún modo. A mi hermano le pasó lo mismo. No tenía que ser así, pero se lo achaco a nuestra inmadurez. Candy conmigo siempre fue muy especial a su manera, y con Archi también.
A Anthony, el joven de quien nuestra Candy se enamoró primero, lo perdió cuando todo comenzaba a sonreírle con él. Aunque Archi y yo habíamos compartido tantas cosas desde niños con él, parecía hasta injusto que se fuera justo cuando comenzaba a tener algo más serio con ella, una oportunidad de ser feliz habiendo perdido tanto, incluyendo a su madre. Candy había sido adoptada por el tío William, le habían dado la mejor recámara en Lakewood, con tantas cosas hermosas como ella, y siempre las agradeció, con una educación que quizás hubiera impresionado a la tía Elroy si hubiera prestado más atención. Pero entonces, cuando todo parecía sonreírle, ocurrió lo de la caza del zorro. Creo que, hasta hoy, Candy guarda esa culpabilidad por lo que le pasó a Anthony. La realidad es que fue un accidente. Fue inevitable que ocurriera.
De hecho, Candy había considerado como un mal agüero la pérdida de los pétalos de las rosas en el jardín, aunque le aseguramos que todos los años ocurría para otoño. Parece, sin embargo, que Anthony le había contado que fue en esa estación, con la pérdida de los pétalos de las rosas que cultivaba, que la tía Rosemary había muerto. La verdad es que no puedo hablar demasiado del asunto de la tía Rosemary, ya que la tía Elroy se encargó de que no la recordáramos demasiado. Ahora me pregunto por qué. Por qué el misterio. Hay un aura de misterio con el clan. Y preguntar es la forma más rápida de esquivar los temas. Así mismo, nos llevaron de un lugar a otro y de una situación a otra cuando nos entraba la curiosidad. Ahora, sin embargo, puedo recordar y analizar las cosas mejor. Y por eso llego a la conclusión de que algo muy grande ocurre dentro del clan como para no enfrentar ciertos temas, como la muerte de la tía Rosemary.
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Cuando pienso en Terry, pienso también que algo terminaría dándole a mi Candy un sentido de culpa con ese asunto. Terry es acaparador, pero no creo que sea tan inconsciente como para exponer a Candy a algo que podría hacerle daño. Bueno, diré, fui testigo de cómo la protegió cuando lo del asunto del colegio. Pero también hay algo oculto detrás de eso. Quizás fue que tenía, igual que Candy con lo del asunto de mudarse con Albert, un deseo oculto, algo que tenía pendiente en su vida. En algún punto de esa historia, reapareció ella en su vida de nuevo, algo que no consideró posible, excepto cuando nos vio ese día en el teatro en Chicago. De pronto, sus ojos se iluminaron, su gesto cambió de un poco indiferente a brillar con aire de cierta expectativa. Era decirse a sí mismo "sí, es posible, volver a ver a Candy, y que ella se quede conmigo". Pero no puedo pensar que no realizara en algún momento que esa vida que dejó atrás sólo regresaría a él para demostrarle que había hecho la elección correcta en su momento.
Claro, lo último que hubiera querido era causarle infelicidad a Candy, pero creo que no hicimos lo correcto cuando le dijimos a Terry cómo encontrarla ese día. De pronto, vimos ese deseo real de volver a verla, de abrazarla y de besarla, de decirle que la quería, que no dudo que él la quisiera, pero querer no es suficiente cuando tenemos una decisión de vida importante. De seguro, Terry no iba a abandonar esa vida por la que abandonó el colegio. Si tan importante fue en su momento, como para dejarlo todo por ella, entonces cómo cabría Candy ahí. Si de una cosa estaba bien seguro es que Candy, aún apoyándolo, no iba a dejar sus aspiraciones de lado por él. Y él, al cien que no lo hubiera hecho nunca con ella, así se le desgarrara el corazón. Pero hay algo más, ¿qué tal si hubiera ocurrido, si Candy se hubiera ido a NY para estar con él, dejando todo atrás? Quizás ahora mismo estaría arrepentida. Sí, porque no es lo mismo cuando tienes 15 o 16 años, a cuando eres un adulto. Quizás ella, al hacerlo de ese modo, sacrificando su sueño, estaría probablemente infeliz, en un matrimonio, probablemente, destruido desde el comienzo. No, pero no creo que Candy no se diera cuenta de que esto podía pasarle. Candy puede que sea ocasionalmente impulsiva, pero por ratos se detiene a pensar las cosas bien, y si se daba cuenta del error, lo hubiera corregido inmediatamente, así le causara dolor.
Más allá, ¿podría Terry casarse también con Susanna Marlowe de por medio? Para nadie debía ser secreto ese romance teatral, que no me parece que fuera sólo chisme de prensa. Y luego, ¿podría Candy abandonar a Albert por un romance adolescente, que nunca pasó de ser una ilusión? Personalmente, no lo creo. Candy siempre añoró esa vida que debe ahora tener con Albert. Y me parece que pudo haber evolucionado con el paso del tiempo, más si Terry, como pienso, destrozó en un momento las ilusiones de Candy, no a propósito, pero sin poder hacer nada para remediarle su dolor. Y Candy, corriendo a los brazos de Albert, hubiera encontrado, definitivamente, su razón de ser, más allá de los reflectores falsos del teatro.
Continuará...
