Dejé pasar unos pocos días del rescate de la hélice. Quería descansar un poco después de un esfuerzo físico y mental que me llevó a sentirme algo débil. Llevaba tanto tiempo en esa fatigosa encomienda, que simplemente me dispuse a descansar los días siguientes, para recobrar esa fuerza perdida. Pero pasado ese período, un día me levanté para mirar la hélice, a cierta distancia de la orilla, y pensar lo que tendría que hacer para terminar con su rescate. Las olas del mar chocaban con la punta que se veía desde la distancia, lo que hacía que pareciera como si se moviera, pero no, era una ilusión óptica. Tenía que idear una forma de transportarla a la orilla, y no se me estaba haciendo fácil probablemente por mi cansancio físico y emocional. ¿Lo haría con mis propias manos, o quizás debía ingeniar una forma más rápida y eficiente más allá de mi propia fuerza?
Sheila, junto a mí, me señalaba la parte superior de la hélice, y hacía como que me hablaba, como siempre cuando quería comunicarme algo. Me preguntaba qué me diría si de verdad pudiera hablarme. No sé, quizás me daría alguna sugerencia para poder hacerme la labor más fácil. Por otro lado, llevaba tan concentrado en mi asunto de rescate, que no me había percatado de que, en las montañas, las fieras me observaban últimamente con renovada atención. Sólo me di cuenta cuando una vez también en estos días, me giré y las vi en lo alto de las montañas, prestando cierta atención especial a lo que hacía. Pensé: ¿Es que el Señor colocaría en sus mentes una forma de ayudarme también a transportar la hélice a la orilla? Bueno, hubieran podido hacerlo. El agua no tenía más de dos pies de profundidad hacia donde estaba la hélice, y ellos tenían el poder y la fuerza para hacerme la labor más fácil. Nada, pero era como pedir demasiado, ¿no? De todas formas, no me interesaba tanto ese asunto. Nunca se acercaban lo suficiente, aparte de que su curiosidad quizás era más por Sheila que por mí.
A veces, cuando no pensaba tanto en escapar de mi suplicio, me lanzaba a las aguas cálidas, y nadaba un poco. La pesca era en aguas algo más profundas y alejadas, así que no me preocupaba nunca que alguna criatura marina, más allá de mis tiburones amigos, pudiera atacarme, aunque nunca osaron acercarse a la orilla. De pronto, cercano al campamento, donde estaba la famosa cascada, el río se asomaba algo frío como para lanzarme allí. Por eso el agua de mar, más cálida, era la que siempre favorecía más, a menos de que el calor se volviera insoportable, que me lanzaba al río muy gustosamente. Sin embargo, siempre me cuidaba en el mar de las corrientes marinas. Cuando estamos allí, no importa lo llano del agua, debemos prestar atención a lo que ocurre. Y hay que decirlo, ha habido veces cuando sencillamente me he dado cuenta de algún remolino pequeño, y rápido salgo. Es que se sabe que esas corrientes marinas pueden arrastrar hasta barcos al fondo del mar muy fácilmente, aún más a un hombre delgado como yo, incluso lo ágil que soy para nadar, que te puede arrastrar a las profundidades sin tener control alguno.
Cuando chico, era un experto en saber cuándo debíamos salir del agua. Eso es algo que Anthony y Archi admiraban en mí. Quizás el resto de mis experimentos fueran muy locos, pero de que conocía el agua, lo hacía muy bien. Nunca, por cierto, tuvimos ningún accidente que lamentar, pues yo podía determinar peligro si estaba cerca. Aún no sé si por esto la tía Elroy temía, pero creo que ella sabía que podía confiar en mí. Es que jamás le hubiera hecho daño a propósito a mi hermano y primo, pero tampoco había demasiado que temer, pues ambos eran muy buenos nadadores. Pero por ser mayor que ellos, tenía la presión sobre la responsabilidad de su cuido directo. Si alguno se daba un golpe, la tía Elroy me daba el regaño de mi vida, luego el discurso sobre la responsabilidad que yo había aceptado, y después me dejaba ir sin siquiera darme otro castigo más severo. Anthony y Archi temblaban de miedo, pero yo les hacía una mueca casi siempre para tranquilizarlos, y siempre se ponían serios delante de ella. Por eso digo que la tía Elroy siempre fue justa con los chicos de la familia. Detrás de esa fachada de señora agriada, muchas veces nos guiñaba el ojo y miraba de lado cuando nuestros padres se enteraban de nuestras travesuras o desventuras, y comenzaban a regañarnos. Ella les decía que ya se había encargado de la reprimenda, que siempre era igual. Siempre encontré esto gracioso. La tía abuela era pura imagen.
Otra gran nadadora lo era Candy. Esta chica hubiera sobrevivido en la selva ella sola. Aquí también, lo único que hubiera extrañado demasiado a toda la gente que fuera importante para ella, desde los del Hogar, a nosotros y a Albert. De Terry ni hablo, porque por lo que sé, ella lo siguió cuando se escapó del colegio, pero la realidad es que ella estuvo demasiado tiempo sin verlo, y no parecía carecer de nada, aún la distancia. Y pensar que se le fue detrás, dejando todo lo que el tío William le había regalado, para buscarlo a él.
Cuando se encontraron en Chicago, era de pensarse que todo comenzaría ahí, sin embargo, Terry se fue para NY y Candy se quedó en Chicago. Desarrollaron un noviazgo por carta, bastante tibio. Él le envió un boleto de tren y una entrada al teatro, para una cita con el destino, pero si a algo llegaron, que lo dudo por la existencia de Susanna Marlowe, no creo sinceramente que las cosas pasaran de ahí. Ya lo he expresado anteriormente, me parece muy de baja categoría lo que hizo Terry. Por una dama que lo dejó todo por él, simplemente fue un serio bajón no hacer lo mismo por ella. Y la pobre Candy, que sacrificó todo por un hombre que no fue capaz de dejar todo por ella, la verdad espero que sea feliz si es que logró conectarse con Terry. Pero me parece muy de poco hombre de su parte. Jamás lo dije directamente, porque no quería herirla a ella, pero esa espina la llevo y muy profunda, y aquí se ha acentuado de tanto análisis que he hecho de esa historia. Candy siempre fue especial para mí. Ese día de su cita con el destino, ella sabía que me había quedado con algo en el alma que no le pude decir. Quizás pensó que de algún modo quería despedirme de ella. En parte era cierto, pero, por otro lado, se me quedó esa espinita de Terry por dentro. Y era algo más de la atracción que yo sentía por ella. Cómo pude haberme ido quizás para no volver, y no decirle que no cometiera ese error que podría haber sido irremediable. En su casa, en ese pequeño departamento, la esperaba el único hombre que hubiera dado todo por ella. ¿Por qué ella no parecía entenderlo?
Ese día, el entusiasmo le nublaba la mente, de eso estoy seguro. Sabía que tarde o temprano sufriría la peor desilusión de su vida. Pero ¿por qué nunca pude decírselo? ¿Por qué no me atreví a decirle que en ese nidito que había construido estaba su verdadero amor? El hombre que vio a Candy crecer, que la conocía más que ninguno de nosotros, más, incluso, que el mismo Anthony, y ella se iba a buscar al amor de mentiras que nunca conoció. Ay, Dios, en verdad espero que ella haya recapacitado antes de que fuera tarde. Terry eventualmente destruiría esa ilusión, sí, lo sabía, pero no tenía ni idea de cuánto tiempo tendría que pasar para que ocurriera. A lo mejor no tanto, pero eso no lo sé. Me da algo de temor que las cosas le hayan salido mal a mi amiga. Aún así, es su felicidad mi motor, y ojalá la haya encontrado…
…..
Patty jamás me contestó qué había pasado con el capítulo de Candy y Terry. Me pareció, entonces, que, si no querían hablar del asunto, debía ser porque todo había terminado antes de comenzar. De verdad, rezaba todos los días porque así fuera. No podría soportar ver a Candy destruida por otra desilusión.
Fue muy poco tiempo entre las fuerzas armadas y ese aciago capítulo que me hacía pensar tanto. Domi, un noble francés, de cabellos rubios y grandes ojos color café, que se convirtió en mi buen amigo y hermano. La familia de Domi había sufrido un revés por la guerra, y él estaba determinado a proteger a su novia y a su familia de enfrentar ese mismo destino. Y él, siendo cortés y valiente, se enlistó. Él pensaba que de este modo la ayudaba a ella, pero tristemente perdió la vida en su intento por cobrar justicia por los suyos.
El poco tiempo que duró nuestra amistad, que compartíamos en el mismo dormitorio con el resto de los cadetes, nos pasábamos tratando de esconder el miedo que sentíamos. De hecho, esa amistad surgió por el miedo. Yo recuerdo haber llegado y haber visto a Domi primero que a nadie en ese dormitorio de varones. De pronto, me recordó un poco a Anthony, pero, a diferencia de todos nosotros, Anthony era un chico muy valiente, que no le tenía miedo a nada. Nosotros, sin embargo, estábamos horrorizados, aunque tratábamos de ocultarlo. Sabíamos que podíamos perder la vida en batalla, pero juntos Domi y yo, como los grandes amigos y luego hermanos en que nos convertimos, la espera se volvió más tolerable. El miedo que ambos sentíamos fue sustituido por bromas y salidas a divertirnos, a hacer cosas de jóvenes. Aunque muchas veces los deberes nos llamaban, siempre había tiempo para ser nosotros mismos y divertirnos, también pensando si esos momentos serían los últimos de nuestra vida.
Eso es la guerra y más si te envuelves directamente en ella. Cualquier momento podía ser el último. Domi y yo lo entendíamos, y por eso sentíamos tanto miedo. Pero aún con el miedo, también había la esperanza de encontrar un punto medio con el enemigo, y que todo terminara, y reinara la paz. Me enteré, por cierto, que mi familia había intentado que yo me regresara a Estados Unidos, y eso podía sonar conveniente en parte por ese mismo miedo, pero hubiera sido cobarde. Para mí era mejor deja la vida en el campo de batalla, que después sentirme culpable por mi cobardía. Mis superiores se sentaban conmigo a hablar del asunto, a decirme que no tenía por qué sentirme del modo que me sentía, que ellos sí tenían el deber, pero yo no, y sin embargo, no me latía regresar a Estados Unidos aún todo el temor que albergaba mi corazón.
El día que Domi fue llamado al campo aéreo de batalla, sentí un vacío muy grande en el estómago, y mi miedo se multiplicó demasiado. Aunque tenía un mal presentimiento, rogaba porque mi amigo pudiera superar esa prueba, y que regresara a mí sano y salvo. Lamentablemente, cuando llegó mal herido, me di cuenta más aún de que la guerra es cruel, y que era más que probable que, al día siguiente, sería yo el que enfrentara ese gran reto, con ese mismo aciago final. Y el día llegó; no pude dormir pensando en que mi amigo había muerto, y que era posible que mañana me reuniera con él y con mi primo, Anthony, en el cielo. Pensaba en la promesa insegura de mi parte a él si sobrevivía. Aún pienso en su novia y su familia, en su reacción a su partida, y se me ocurrió en ese momento que, quizás, también yo podría hacer sufrir a la mía.
Domi me dio la foto y el contacto de su novia, para que la buscara si sobrevivía y le contara todo lo que habíamos vivido juntos desde que nos conocimos. Tampoco sabría si yo lo haría, pero por ratos pienso que él sospechaba que yo saldría ileso de la prueba. Aún hoy, por cierto, guardo esa foto y datos en mi mochila, en espera de poderle cumplir su último deseo. Es una gran promesa, y por qué no, otro incentivo para salir de aquí, por la memoria de mi amigo, y el recuerdo que me dejó, que llevaré hasta mi último suspiro …
Continuará
