Una agitación me hizo palpitar el corazón. Me levanté con pesadillas, y por un momento, ese sueño fue la realidad. Sentí el pecho apretado, las palpitaciones fuera de control y, de pronto, de la nada, comencé a llorar. Tenía miedo y…estaba solo, porque ni Sheila estaba cerca del campamento en ese momento. Salí de la caseta. Aún estaba oscuro, aunque el sol comenzaba a asomar sus cálidos rayos en la distancia. Una claridad fue visible, y me dije a mí mismo que tenía que calmarme. Miré hacia el horizonte, y aunque a distancia, podía divisar la hélice, objeto de mis pesadillas y algo más. Noté que, en efecto, la marea estaba algo más alta, y que esa puntita que veía se me estaba escapando del ángulo de visión si lo permitía, como en el sueño.
La verdad, fue horrible, aunque lo tomé como un aviso del cielo de que ya no podía postergar durante más tiempo lo inevitable, aún lo cansado que estaba por todos mis esfuerzos anteriores. En mi sueño, una ola gigantesca arropaba la isla, como un maremoto. Yo me fui a las montañas, y en un momento, vi desaparecer la hélice cuando el agua chocó con el obstáculo orográfico. Mi desesperación se hizo patente en ese momento. De pronto, y para completar, un lobo me observaba desde unos metros de distancia del lugar en el que me encontraba, gruñendo y mostrándome sus afilados colmillos. Yo pensaba que podía trepar un árbol para protegerme de su ataque, pero en ese preciso instante, mientras lo pensaba, y a una increíble velocidad, se me acercó, y se me arrojó encima, tumbándome al suelo e inmovilizándome. Y fue en ese mismo momento en que me desperté, azorado y con la angustia de lo que parecía decirme la mente. Por un momento sentí como ese animal comenzaba a despedazarme la piel, y a comerse mis entrañas, sin yo poder hacer nada, pues ni una de las navajas tenía encima. Hice, por cierto, una nota mental de que no podía dejar esa navaja lejos de mí, pues un ataque de estos animales salvajes era aparentemente inminente, y que por eso mi mente me enviaba esas claras señales. Cuando por fin pude recolectar mis pensamientos e ideas, como media hora después, me senté a orillas de la playa, y pude ver, en la distancia, bien arriba, que un grupo grande de animales salvajes se asomaba por todos lados, así que, en efecto, mi mente era más que probable que me estuviera advirtiendo del peligro.
El miedo me comenzó a dominar, y más aún cuando no vi a Sheila. ¿La habrían atacado y ya no estaría viva? De pronto, comencé a orar y pedir que, por favor, ella estuviera bien, quizás escondida por el acercamiento de estas criaturas. Para suerte, ella apareció poco después, completamente ignorante, según parecía, de lo que ocurría. A lo mejor sintió algo, y se escondió, pero ese comportamiento de los animales salvajes, especialmente de los lobos, me hizo llegar a la conclusión de que mi presencia ya les era molesta por alguna razón. Tendría que cuidarme si es que quería salir vivo de la isla, ahora algo indispensable ante esa novedad. Y después estaba el sueño. Quizás era un mensaje de que no debía dejar pasar más tiempo para rescatar esa hélice, aunque tuviera que hacerlo por la propia fuerza.
Me pasaron por la mente mil ideas, mientras me comía el desayuno de frutas y pescado de ese día. Arriba seguían algunas fieras vigilantes, pero no la cantidad que horas antes había. Me preguntaba por qué estaban allí, en esa vigilia. No entendía. Jamás se habían comportado de ese modo. ¿Sería por alguna escasez que ahora me estaban considerando plato de primera mesa? No lo sé, pero su presencia allí todo el tiempo no me tranquilizaba para nada. Hasta cuándo evitarían acercarse al campamento.
Ese mismo día tomé mis medidas. Coloqué una barrera de bambús con las puntas afiladas, aunque sabía que esto no sería tan efectivo con esos animales, que eran fuertes, en especial, los pumas, que eran capaces de saltarlas fácilmente y llegar donde mí. Tampoco la protección de mi caseta sería suficiente, puesto que, si la alcanzaba alguno de ellos, no tendría que abrirla. Simplemente podrían arrastrarla incluso hasta el agua, y en el momento en que saliera para respirar, ahí me podrían atacar. La imagen de las posibilidades de ataque de estos seres me aterró lo suficiente como para decidirme a entrar en el agua, nadar hasta la hélice y corroborar si podía moverla, aunque fuera un poquito, y así hacer un esfuerzo de días para lograrlo.
Pero antes, también pensé en irme a la cueva en la que me protegía durante los días de lluvias, pero sé que, cuando hace calor, los insectos gigantes están más presentes, visibles y entonces desistí de la idea. No sé qué era peor, si los insectos gigantes, las fieras salvajes o sencillamente no dormir, vigilando mi seguridad. Es algo terrible sentirse de este modo.
En fin, regresando a lo que contaba, cuando llegué a la hélice, vi que una de las puntas estaba enterrada en la arena del fondo. Cuando traté de moverla, no hizo nada. Sin embargo, pude sacarla con algo de esfuerzo y moverla un poco. Tenía que evitar que cayera recostada, porque en el momento en que lo hiciera, podía perderla por completo, incluso podría ser arrastrada hacia el abismo a pocos metros de distancia, y eso sería días más de esfuerzo, si es que la encontraba. Con sumo esfuerzo, con una fuerza incluso producto de la adrenalina, la moví quizás a unos metros más cerca de la orilla, pero vigilé que quedara con la punta hacia arriba, para no perderla.
Una de las cosas que no había notado es que la hélice tenía unas aperturas pequeñas en la punta, así que regresé momentáneamente al campamento a buscar mi bufanda de color naranja, la corté con la navaja en tiras más pequeñas, y la amarré de esa apertura. Mientras hubiera viento, esa tela se mantendría flotando, y así se me haría más fácil encontrar la hélice en la noche. Todos los días, sin embargo, tendría que cambiar la tela, pues una vez caía en el mar, no se levantaba por el peso. Pero fue un método efectivo.
Así estuve varios días, mientras veía a las fieras en la cima de la montaña observar mis movimientos, sin hacer nada, simplemente allí, mirando hacia la orilla del campamento y la playa. Opté por apagar una hoguera que mantenía frecuentemente prendida en la orilla, para ver si perdían mi rastro durante la noche. Además, moví el campamento y su protección a donde había algo más de maleza, aunque tuviera que alejarme un poco de la orilla.
Mi sueño, sin embargo, era interrumpido por gruñidos en la distancia. Le oraba al Dios del cielo que jamás se me acercaran. Mientras tanto, con beneplácito me di cuenta de que la hélice, unos días después, estaba a pocos pasos de a orilla, y eso me hizo sentir cierto grado de entusiasmo, pero también alivio. También me ocupé de crear una plataforma portátil que coloqué frente a la bicicleta para moverla con el pedaleo, y una vez que estuviera la hélice colocada, mi esfuerzo produjera la energía suficiente para encender el radio. Lo que me quedaba era crear un transporte con ruedas para colocarla allí una vez a poca distancia de la arena. Ya en una semana, todas estas cosas estaban listas, y arriba, en la distancia, las fieras seguían allí, sin moverse, aún cuando yo no me detenía ni un momento siquiera a pensar.
La falta de sueño fue sustituida por un golpe de adrenalina que me mantenía despierto y en movimiento, aún el cansancio. Aunque era el momento perfecto para acercarse a mí, por alguna razón, estas fieras no lo hacían. Quizás era algo con sentir que la presa no era fácil. Si era así, más tenía que moverme, para lograr la ansiada comunicación y ese rescate, sea lo que fuera que estuviera ocurriendo afuera. Ya fuera que cayera prisionero, como que llegara a Francia o Inglaterra, era un riesgo que debía sopesar frente a la alternativa de convertirme en almuerzo o cena de estos animales.
…..
Una semana después de que comenzara con la hazaña, coloqué el vagón que había creado bajo la hélice, y la empujé para que cayera sobre ella, con amarras, para que no se me cayera con la subida a tierra. De malas, el vagón se hundió por el peso, pero eso me ayudó en parte a sacarlo, pues comencé a halar la larga soga, que amarré a un árbol y que usé para ahorrarme algo de esfuerzo mientras le daba vueltas. Quizás era por las mismas ruedas del aparato que se me facilitó todo. En ese preciso momento, hubiera vendido mi reino por un caballo, burro o hasta camello, cualquier animal de carga. Siendo yo el caballo, burro o camello, no era una labor divertida, aunque sí necesaria. Agradezco que no haya sido tan pesada.
Una vez en la arena, coloqué mejor la hélice al vagón. Aunque pesaba, no lo hacía tanto como en el mar, así que transportarla al área de prueba no fue tan difícil. De todos modos, los cientos de metros que tomó llegar allí los completé en 15 o 20 minutos, nada mal para el esfuerzo. Una vez llegué al área, la plataforma portátil fue colocada en el suelo, así que sólo tuve que mover la hélice y asegurarla. Entonces, para subirla, utilicé una palanca. Ya arriba, lo que hice fue asegurarla aún más a la plataforma, de modo que no cayera. También tuve que cotejar que todos mis dispositivos y aparatos estuvieran bien conectados y protegidos. Tanto tiempo, hubo que hacer ajustes necesarios.
La fe regresó ese día, pero aún no estaba listo para enviar ese mensaje de auxilio. Tenía primero que hacer las conexiones correctas, y esto fue otro proyecto de varios días. Cuando tocó hacer la prueba para ver si la conexión le daría la energía suficiente al radio, me di cuenta de algo cuando comencé a pedalear, y la hélice comenzó a girar. Aunque el radio hacía unos ruidos como interferencia, los mismos eran muy bajos, y no se podía distinguir lo que estaba escuchando. Tenía que aumentar la capacidad del mismo, así que utilicé varias baterías. Estuve creando baterías con dispositivos viejos, que hasta pensé regresar al avión, aunque, para mala suerte, no había señal de dónde estaba, hasta que, con viejos cocos, bambús y sobrantes de materiales por fin llegó el momento del eureka…
….
No podía ni hablar de la gran sorpresa que recibí. En medio de ese momento casi mágico, se comenzó a escuchar una estación de radio con un inglés bastante familiar. Parece que había interceptado una estación de radio de Inglaterra. Otro día, intercepté otra señal, esta vez de Francia. Y así siguieron añadiéndose, hasta que alcancé a escuchar alrededor de diez a doce estaciones de diferentes partes de Europa.
Supe, por ende, que la guerra había terminado, no porque lo dijeran directamente, sino porque la programación era musical, con alguno que otro comentarista de opinión, y ninguno hablaba de la guerra. Yo sé varios idiomas, entre ellos alemán, y no escuchaba sino programas de entretenimiento desde Alemania, así que lo tomé como buen agüero. Para suerte, mi fuente de energía era buena, así que opté por dejar esos programas de entretenimiento en lo que podía encontrar el canal para enviar mi mensaje. Eso no lo había logrado. Pero el hecho de que mi radio no explotara cuando la conecté, eso me daba fe.
También tenía el telégrafo, que funcionaba, pero ya había enviado algo que no sabía que era, pues no conozco ese código. Tal vez había sido interceptado, pero era más que probable que pensaran que era alguien haciéndose el gracioso. De todos modos, no perdía nada con intentarlo. Lo importante es que se supiera que una presencia diferente estaba tratando de comunicarse. Esto, de nuevo, me devolvió la fe.
A los pocos días, sin embargo, el miedo de ver a las fieras comenzar a bajar la montaña hasta cierto punto fue sustituida por un canal abierto de radio. Comencé pronto a enviar ese ansiado mensaje de auxilio. Nadie, sin embargo, lo contestó. No, ni siquiera sabía si había sido recibido, y me desalenté un poco luego de la sorpresa y felicidad, pero no debía perder la fe. No, no debía perderla. Era lo único que me quedaba.
Continuará
Nota: Saludos mis estimados lectores. De nuevo vuelvo a las partes técnicas del escrito, y como saben, aunque soy traductora y estoy acostumbrada a buscar la información, lo he hecho menos para poder terminar mi historia lo más pronto posible. Disculpen cualquier imprecisón técnica en el escrito.
