La tía abuela me dijo que las fieras me ayudarían, pero unos días después, no se les veía rastro. Me dio con pensar que quizás estaban escondidas en la maleza, fuera de la vista, para atacar o, como dijo ella, eventualmente para ayudarme, como lo hicieron los tiburones antes. Sentía algo de paz y tranquilidad, pero también de miedo. Nunca había tenido una relación con ninguno de estos animales, más allá de con Sheila que, en días recientes, casi no aparecía, como si supiera algo que yo no sabía.
Siempre quise llevármela a los bosques de Lakewood o a la mansión de Chicago, pero también pienso que la isla era su hogar, y que, igual que Candy, quizás no querría abandonarla. Por otro lado, también comienzo a considerar que Sheila había sido la respuesta a mi soledad en momentos en que he necesitado de compañía a falta de contacto humano. La realidad es que ha sido mi compañera durante estos pasados años. Quizás la providencia me la había puesto en el camino para que no estuviera tan solo.
Ciertamente, ha sido toda una fémina comportada como tal conmigo. Sus gritos cada vez que inventaba algo loco, los accidentes de los que me salvó y hasta compartir el alimento con ella, quizás ya cumplió su misión, y, como dice la tía Elroy, ya pronto esté de regreso con mi familia. Excepto la telepatía que nunca practiqué, pienso que todos estos eventos sobrenaturales son cosas que Dios nos muestra a diario, pero que, en medio de las ocupaciones o de los pensamientos terrenales y frívolos, nos perdemos de ver cosas que están ahí, pero algo más visibles para el que se conecta a otro nivel con su ambiente. Aquí, en una isla desierta, con muy pocas actividades ocupando mi mente, tengo hasta más tiempo de ver lo que nuestros ojos naturales no ven dentro del marco de la cotidianidad.
No, ya casi no tengo tinta para escribir lo que me pasa, y eso me tiene algo triste. Me queda esta última página para escribir lo último que pienso antes de dejar este testimonio de mi vida en este tiempo de claustro. Quizás ahora esté en compás de espera, de algún modo, para ese rescate que parece, al menos en términos supernaturales, que está cada vez más cerca. No puedo más que comenzar a despedirme de todo lo que ha representado esta isla para mí, incluyendo de mi compañera de aventuras, los insectos gigantes de la cueva, los tiburones, donde quiera que estén, y mis fieras, que llevan días invisibles, pero visibles de algún modo. No las veo, pero las siento. Lo que me queda es, entonces, esperar…
….
LLEGANDO AL REGIMIENTO #3
Una hermosa joven de unos 22 a 23 años salió a recibir a los invitados, que llegaron en vagones tirados por caballos, no en vehículos, ya que los caminos hacia las diferentes estaciones eran difíciles de transitar. Desde el armisticio, todas las facilidades y regimientos se habían convertido en hospitales y centros de cuido para atender a los sobrevivientes de la Gran Guerra y sus familias, aunque el servicio era, más bien, voluntario.
"Buenas tardes", los saludó en un inglés con un marcado acento la joven Marie Helène.
"Buenas tardes", le contestó Candy muy entusiasmada.
"Oh, veo, que está usted en la dulce espera. ¿Está bien después de ese viaje tan…tan…accidentado, sí, accidentado?"
"Estoy bien. Tengo cuatro meses de embarazo, apenas. No podía dejar pasar esta oportunidad tan importante para mi familia. Soy enfermera también, así que sé cómo cuidarme".
"¿Es usted Candy?", preguntó Marie Helène.
"Sí. Y usted, según me cuenta mi esposo, conoce a Frannie Hamilton, ¿no es así?"
"Ella es la enfermera encargada de mi grupo médico".
"Cómo está ella", preguntó Candy, algo emocionada de saber lo que había ocurrido con Frannie.
"Ahora mismo sigue encargada de un hospital a unas horas de distancia de aquí. Ella estará hasta el invierno, ya que planifica regresar a Estados Unidos. Pronto contraerá nupcias con el que era el capitán de nuestro equipo médico. Le debo estar aquí, ahora. Cuando le dije que un miembro de la familia Ardlay podía estar vivo, ella misma me recomendó que me comunicara con usted, pero la dirección que me dio no fue de Chicago, sino de Indiana. Pensé que era un error".
"No es un error, pero sí, ahora vivo en Chicago. Oh, pero cuánto me alegro por ella. Nunca pensé oír estas noticias tan favorables sobre Frannie. Siempre fue disciplinada y como que esquivaba esto de las relaciones", terminó Candy, luego tapándose la boca por la indiscreción, lo que provocó una leve sonrisa de parte de Marie Helène, que bien conocía la personalidad algo distante de Frannie Hamilton.
"Bueno, la verdad es que ellos dos se conocieron en el cuartel hospital de nuestro escuadrón. Ella fue su asistente en sala de operaciones. Desde entonces, son inseparables. Yo, por otro lado, le hablé de Domi, y por qué me había unido al regimiento luego de él morir. Ahora, años después, me mantuve con mi equipo, bueno, hasta que llegó la señal de comunicación acá, que lo supe, rápido le pedí que me permitiera mudarme un tiempo a este regimiento. La verdad, le voy a pedir que me permita quedarme. Este lugar me gusta mucho".
Todos nos miramos de acuerdo; el lugar, fuera de su propósito inicial durante la guerra, era hermoso y muy acogedor, aunque su comunicación con el mundo exterior estaba bastante limitada. Ella continuó.
"Soy enfermera práctica y me fui muy joven de mi hogar, pero estoy pensando hace tiempo unirme a una escuela de enfermería. Hay una muy cercana a este regimiento, y quiero comenzar la carrera la próxima primavera".
Candy a eso comenzó a llorar. No sólo las hormonas comenzaron a afectarla, sino el recuerdo de cómo fue su ingreso a la escuela de enfermería de Mary Jane, también en primavera, como todos los eventos y cambios importantes en su vida.
"En lo que pueda ayudarte, ya sabes", le contestó Candy, con todos esos recuerdos a flor de piel.
"Gracias. Nada, pero luego hablamos con más calma de eso ya que veo que la afecta en algo. Si quieren, vengan conmigo, y los llevo directamente a la estación de telégrafo. Allí está Jim Peters, que fue el experto en radio que recibió las dos señales".
"Oh, es americano, según parece", comentó William.
"Así es", comentó Marie Helène. "Él estaba casado con una inglesa, pero enviudó temprano, y su hija y él se mudaron para acá antes de que comenzara la guerra".
Marie Helène, mientras continuaba hablando, los llevó de nuevo al vagón en el que habían llegado, esta vez conducidos por ella. A unos diez minutos de distancia a paso moderado, se encontraba la estación de telégrafo. Una gran antena sobre el edificio delataba su propósito.
Albert ayudó a bajar a Candy, ya que, aunque su barriga era algo pequeña, por ser petite, le daba más trabajo. Ya adentro de la estación, sólo podían estar cinco personas en la cabina, y bastante incómodos, pero aún así, a Candy nadie la detenía cuando quería algo.
"Jim, aquí está la familia Ardlay, los parientes de Aristear Cromwell".
"Mucho gusto, sírvanse entrar", y los hizo sentar en la salita de espera mientras hacía anotaciones en un listado. "Quiero explicarles algo, ya que los demás candidatos llegaron ya y se les explicó lo mismo", dijo fríamente, mientras colocaba los documentos en su escritorio.
"Quiero decirles que la persona que envió estas señales de radio y telégrafo debe encontrarse en un radio de 200 millas al sur, así que nuestra esfera de investigación es bien grande. Suponemos que está en una de las islas o cayos cercanos a esta área, pero estamos hablando de miles de posibilidades".
Ahí William hizo un gesto algo triste, que sólo su esposa y los que se encontraban con él detectaron, ya que, para variar, su entrenamiento lo ayudaba a controlar sus emociones.
"Qué podemos hacer", preguntó él un poco molesto por lo impersonal del trato, pero disimulando también su molestia.
"Ya que estamos hablando de un poco más de 30 familias, hemos decidido que nos dividamos por área y cubramos lo más posible, empezando por las islas más cercanas donde podría haber forma de sobrevivir. El problema es que eso requiere una inversión de dinero para todas esas familias, y algunos no pueden, y esperando la ayuda del gobierno, podrían pasar meses…"
"Deje, amigo, que de eso me encargo yo", dijo William. "Podemos albergar la esperanza de algún pariente nuestro, pero también podría ser alguien más. Además, quién quita que encontremos a más de una persona en esa búsqueda".
"Sí, lo habíamos pensado. De hecho, días antes de la señal, recibimos la noticia de que habían rescatado a un hombre de unos 30 años de una de esas islas que llevaba algo más de un mes allí. Su embarcación naufragó y pudo nadar hasta llegar, así que es más que probable que encontremos otros sobrevivientes de otros accidentes. Esta área está repleta de villas pesqueras, y esos incidentes son más que posibles. Pero Sr. Ardlay, tenga presente que esto no garantiza que su familiar esté vivo. Simplemente es una esperanza en medio de varias búsquedas".
"Entiendo eso, pero siendo una oportunidad para ayudar a otros, no considero que sea tiempo perdido aún si no encontramos a Aristear. Estamos de acuerdo todos, ¿no es así?"
"Sí", todos respondieron al unísono.
"Necesitamos llenar formularios. ¿Usted lo hará, Sr. Ardlay?"
"No, lo hará Archibald Cornwell, que es el miembro más cercano de su familia".
"Y sus padres…", preguntó Jim.
"Ellos están en India, en una misión de trabajo, además, Stear es mayor de edad. No necesita consentimiento de ellos", contestó algo nervioso Archibald.
Jim, sin embargo, detectó algo de vacilación en su voz. Es que no se les había avisado lo que estaba pasando con tal de que no se afectaran si las noticias no eran buenas. La realidad es que Janis continuaba muy triste por la pérdida de su hijo a ese tiempo, y decirle que había una esperanza para luego desilusionarla quizás hubiera sido peor para su estado de salud mental.
"Bueno, pues…, está bien, y más porque el Sr. Ardlay ha sido tan consecuente…"
"Él es el patriarca de nuestro clan…", contestó Archi.
"…pero tengo que decir que es algo irregular. Bueno, yo me haré el tonto esta vez. Si quieren, pueden solicitar una autorización suya, Sr. Ardlay, como representante exclusivo. Sugiero que lo hagan legalmente lo más pronto posible, para que no hayan malos entendidos después…"
"De todos modos, Sr. Peters, pienso contratar personal de búsqueda y rescate para esto. Pueden ayudarnos o sencillamente lo haremos por nuestra cuenta… No voy a retar, sin embargo, las reglas, más porque han sido ustedes los que nos han avisado sobre esta novedad, así que haré lo que me sugiere. Es más, si logramos rescatar a Stear, de estar vivo, estoy seguro de que sus padres mismos firmarán lo que sea con tal de recuperar a su hijo, pero usted entenderá que teníamos que hacer todo con discreción, para no ilusionar a nadie y luego tener que arrepentirnos si las noticias no son buenas", contestó William con la mayor sinceridad posible.
"Entiendo eso, Sr. Ardlay, pero entienda usted que yo estoy atado a compromisos, algo que me imagino que usted, siendo quien es y con su historial, probablemente entienda…"
Y ahí estaba. Parece que Jim conocía la historia de cómo William se había anunciado como el patriarca de su clan, y quiso recordarle el asunto de las reglas, para que todo quedara claro. William, por cierto, siendo siempre un rebelde, se había dado desde joven a desobedecer disimuladamente las reglas, pero no estaba para darle cabuya a este hombre, que obviamente estaba bastante amargado.
"Pues bien, hagamos algo. Siendo que soy el patriarca de mi clan, entonces me encargaré de la papelería y el protocolo, ¿le parece?", terminó él ante la mirada de desconcierto de Archi.
La realidad es que Archi quería tener ese último detalle con su hermano, si fuera que no hubiera sido él el que envió esa señal. Pero al ver que eso estaba fuera de sus manos, terminó por ceder, mientras que la tensión aumentaba a cada momento con cada papel que llenaba William.
"Siendo que ya terminamos este tan irregular intercambio, me excusan, por favor, y ya les notificaré lo que decidan mis superiores".
Marie Helène le dio una mirada cortante, y por primera vez, Jim bajó la vista. Parecía ser que ella era la única que podía bajarle las ínfulas de sabelotodo. De algún modo, le recordaba a su hija Sophia. Pero más allá, era todo lo desagradable que podía ser.
"Por lo pronto", mencionó Marie Helène, regresando a los invitados, los vamos a acomodar en nuestras facilidades si no tienen problemas. No hay lujos, pero así todo estará cerca para ustedes. Podremos organizarnos mejor. Espero que no les moleste".
"Para nada, Marie Helène. Hemos estado en toda clase de lugares", respondió William de parte de todos los Ardlay. "Luego te contamos, porque el tiempo apremia". Dirigiéndose a Jim: "Sr. Peters, quiero una reunión con todas las familias involucradas en accidentes y posibles desapariciones. ¿Es eso posible? "
Jim miró su programa.
"Podemos reunirnos con los que aún se encuentren en el área en una de nuestras facilidades lo más pronto posible. Así usted y su familia pueden ofrecerles alternativas. Por lo pronto, les sugiero que vayan a descansar lo que les resta de día. Mañana nos vemos en la cocina y planificamos nuestros próximos pasos. ¿Le parece bien? Así puedo hacer arreglos con nuestros superiores".
"Me parece bien, y muchas gracias, Sr. Peters".
Así salieron todos de esa facilidad, incluyendo Jim, que se subió a su carreta, y Marie Helène los llevó en la suya a los dormitorios.
Cuando llegaron a las facilidades, en efecto, se dieron cuenta de la casi incomodidad del lugar.
"Si gusta, Sr. Ardlay, Candy se puede ir conmigo al dormitorio de enfermeras, que es un poco más cómodo, más en su estado, que no tenga dificultades mayores. Así también puedo hablar con ella un rato de nuestras cosas".
Candy y Albert se miraron con tristeza. Ambos odiaban estar separados, pero era también una medida protectora ante el embarazo. Ambos también extrañaban al pequeño Anthony, de tan solo dos años. La sola probabilidad de que Stear apareciera valía haber dejado al niño con sus tías. Por supuesto, la idea era que no supieran el propósito del viaje. La excusa que le habían dado de que iban a buscar a Frannie Hamilton se estiró mucho. Archi y William aprovecharían la oportunidad supuestamente para agendar un viaje de negocios. Así se les dijo, y ellas lo creyeron, aunque no tanto. Annie siempre tuvo un radar con Archi y Patty no era tonta. Había aprendido a reconocer cuando sus amigos le ocultaban algo. Pero nada podían hacer, ya que Candy estaba en medio de todo ese plan y ellas confiaban más que en nadie, en su amiga.
De todos modos, ya en el lugar, todos se acomodaron lo mejor que pudieron, y así comenzó una larga y húmeda noche que no olvidarían jamás...
Continuará
