Peace could be an option
Capítulo 07
No le tomó más de un instante percatarse que Abby no pensaba acompañarlo como todas las mañanas para una sesión de entrenamiento. La mujer se acercó a Charles cuando acabaron de desayunar, momentos después el telépata caminó hasta uno de los muebles cercanos a la puerta de entrada y extrajo unas llaves para entregárselas. Ambos cruzaron palabras por unos instantes y ella buscó un papel para hacer unas anotaciones mientras Charles le entregaba algo de dinero.
Cuando Abby subió al segundo piso, en dirección a su habitación, él aprovechó para averiguar qué estaba planeando. Llamó a Charles cuando éste se dirigía a la sala a leer el periódico.
―¿A dónde planea ir Abby? ―preguntó directamente, no podía imaginar lo que ella planeaba hacer, pero sabía que él no formaba parte de sus actividades para esa mañana.
―Me pidió que le prestara mi auto, quería ir a comprar algo y no hay ninguna tienda cercana ―explicó con una sonrisa en el rostro al ver a su amigo indagando―. Además aproveché para pedirle que comprara algunas cosas para la casa ya que pensaba salir, normalmente lo hace Moira para dejar que nosotros entrenemos sin distraernos.
No dejó que Charles se expandiera más, no le interesaba saber las actividades de Moira en el día a día, ni cómo que Abby decidiera salir provocaba cambios en la rutina. Aun así, le molestaba que no le hubiera avisado a él. No es que quisiera que le pidiera permiso, pero la mayor parte del día lo ocupaba con ella, ayudándola con sus habilidades y consideraba que al menos merecía ser informado. Entró en su habitación para cambiarse de ropa, si Abby planeaba salir él también podía aprovechar para cambiar de ambiente y luego de tantas horas conversando con ella algo de curiosidad tenía en averiguar qué cosa planeaba hacer.
No transcurrieron más de un par de minutos cuando sintió que ella salía de su habitación. Sin prisa la imitó, cerró su puerta detrás de él y avanzó con tranquilidad hacia el garaje, sólo le llevaba un minuto de ventaja. Notó que recién entraba al automóvil, lo más probable era que hubiera probado la llave que le dio Charles en alguno de los otros vehículos. Se acercó al Austin Healey de color rojo y abrió la puerta del copiloto para luego sentarse al lado de Abby sin decir palabra.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó ella sumamente extrañada luego de parpadear un par de veces―. Voy a salir…
―Lo sé, Charles me lo comentó, aunque hubiera sido un detalle agradable que tú me lo dijeras.
―Recién lo pensé en la mañana ―replicó haciendo una mueca de fastidio y encendiendo el vehículo―. ¿Planeas bajarte o vas a venir conmigo? ―Erik la observó en silencio y cerró la puerta como respuesta―. Charles me encargó hacer unas compras, voy a demorarme, deberías quedarte ―agregó, pero no consiguió un cambio en su acompañante por lo que se resignó a seguir con su plan del día.
Abby desviaba la mirada de tanto en tanto en dirección a Erik. No tenía idea por qué estaba acompañándola, lo único que se le ocurría era que como no le avisó pensaba fastidiarle el día y lo estaba consiguiendo. No le incomodaba su compañía en sí misma, pero el que estuviera en completo silencio con la mirada al frente solo conseguía alterarla.
―¿Vas a comprar algo? ―preguntó ella cuando no pudo aguantar más―. Charles me dio una lista, pero quizás quieras otra cosa, hoy nos toca cocinar, supongo que podemos cambiar el menú si queremos. Podríamos probar alguna receta que sepas, nunca he probado comida alemana.
―¿Qué te hace pensar que sé alguna? ―replicó tras unos segundos de silencio.
―Eres Alemán, supongo que debes de tener algún plato que te recuerde a casa.
Erik la observó con detenimiento, sabía que no era posible que ella pudiera imaginar cómo había sido su vida, pero estaba seguro que por su edad y nacionalidad debía de intuir al menos que había tenido que sobrevivir a la Segunda Guerra. Claro, siempre quedaba la posibilidad de que su familia no se hubiese quedado, pero estaba seguro de que Abby pensaba que él era alemán y no sólo hijo de alemanes inmigrantes.
Su tiempo en Alemania fue corto, tuvo la desgracia de nacer un año antes de que el partido Nazi tomara el control y aunque las persecuciones no se dieron desde el inicio, la discriminación hacia los judíos se sintió varios años antes de que se declarara la guerra. Recordaba que su madre siempre trató de protegerlo de todo, de crear un mundo aislado de los horrores, pero la ilusión no se mantuvo por mucho tiempo. Su padre perdió el negocio en la noche de los cristales rotos y se vieron obligados a huir hacia Polonia tras años de negativas de abandonar el país: ellos eran alemanes, pero finalmente eso no importó.
Recordaba muy vagamente los sabores de su infancia, si pensaba en comida lo primero que venía a su mente eran las raciones desagradables del gueto en Varsovia o los escasos alimentos que su familia consiguió en los periodos en que trataban de escapar de la persecución. En el campo de concentración Shaw se encargó de mantenerlo medianamente alimentado, no le servía tenerlo desnutrido, pero era comida desabrida.
―¿No tienen un pie de manzana? ―preguntó Abby al notarlo pensativo, recordando el primer contacto que tuvo con él.
―Apfelstrudel ―corrigió él luego de dejar escapar un bufido―. Y no es lo mismo.
―Es pastel de manzanas, da igual la presentación ―replicó Abby al recuperarse de la impresión de escucharlo hablar Alemán por primera vez, había sido una sola palabra y era ridículo, pero eso lo hacía incluso más atractivo―. ¿Acaso le ponen otra cosa aparte de manzana?
―Es un plato tradicional Austriaco y Alemán, lo que me diste en el restaurante era una versión libre.
―¡Era rico! La señora que lo hizo tiene como ochenta años, lo que sea que cocine ya se puede considerar como plato tradicional.
Erik sólo se encogió de hombros y notó que comenzaban a entrar a la ciudad de White Plains que se encontraba a unos kilómetros de la mansión de Charles. Luego de la Segunda Guerra la economía recibió un fuerte impulso y los múltiples edificios en construcción eran una muestra de ello, además de la variedad de tiendas que se veían en las calles. Por un momento pensó que Abby estaba perdida ya que dieron un par de vueltas en círculo antes de lograr llegar a su destino; un gran estacionamiento en el límite de la ciudad.
―No me encantan estos lugares, pero son prácticos ―comentó ella al apagar el vehículo y observar el lugar a través del parabrisas. Pudo haberse dirigido a un pueblo más cercano, pero no conocía mucho los alrededores y prefería un lugar que seguramente estaba bien abastecido para hacer sus compras.
Los mercados y pequeñas tiendas habían comenzado a desaparecer para dejar paso a los grandes supermercados. La variedad de los productos que ofrecían era inmensa y todo dentro de una misma tienda, no había necesidad de ir de local en local, todo se podía conseguir con una sola transacción.
Erik no opinó, la verdad era que había entrado muy pocas veces a un supermercado, no tenía la necesidad de hacerlo, él se movía mucho y usualmente iba a restaurantes o compraba cantidades de comida que podía conseguir sin problema con un comerciante menor. Recordaba que el mayor tiempo en que puso pie en un supermercado fue cuando unos años antes, en Suiza, persiguió a un hombre que tuvo contacto con Shaw por los pasillos.
Al llegar a la entrada Abby tomó un carrito de compras y sacó la lista que escribió en la casa de Charles.
―¿Seguro que no quieres comprar nada especial? ―insistió ella y cuando él negó comenzó a avanzar por los pasillos.
―¿Y tú? ―preguntó mientras la acompañaba y veía como iba llenando el carrito―. Sabes cocinar, seguramente debes de poder ignorar la lista de Charles.
―Claro que sé cocinar, debo de haber tenido mil horas extras de economía doméstica en la escuela ―respondió mientras escogía unos tomates―. Pero no se me ocurre nada en especial, la verdad lo que me gusta hacer son postres y decorarlos, pero eso consume tiempo.
Erik se extrañó, asumía que de haber llevado clases adicionales Abby hubiera elegido algo más cercano a las ciencias. Pero no pudo preguntar, la mujer dio un pequeño brinco y aceleró el paso alejándose de los pasillos de alimentos hasta llegar a la sección donde vendían revistas.
―¿Ves tarjetas de cumpleaños? ―le preguntó ella, paseando la vista por el lugar.
―¿Eso viniste a comprar? ―cuestionó él, señalando hacia un costado donde se encontraban.
―Sí ―respondió sonriendo hasta llegar frente al lugar donde las exponían―. ¿Pensaste que iba a comprar un recipiente portátil para llevar agua o algo de eso? ―cuestionó riendo un poco aunque con la mirada en las tarjetas―. Va a ser cumpleaños de mi tío, no creo que lo vea este año y quiero que la tarjeta llegue a tiempo.
No era nada de lo que Erik había pensado que podía estar buscando, pero tampoco le pareció extraño, sabía que ella tenía una buena relación con su familia. Abby se tomó su tiempo antes de escoger una tarjeta y luego continuaron con el resto de la lista de compras.
―Hay que buscar una mesa, quiero mandar la tarjeta ahora ―pidió ella luego de que pagaran.
―También quieres tomar un café seguramente ―comentó Erik tomando una de las bolsas ya que ella tenía una mano ocupada con la tarjeta.
―No me quejaría y con eso tendría una mesa para escribir ―asintió, aunque sabía que él no lo había dicho en serio―. Creo que vi una fuente de soda antes de entrar al estacionamiento, podríamos ir un rato ahí, escribo la tarjeta, la enviamos y regresamos donde Charles para que puedas seguir tratando de lanzarme cubetas de agua.
Erik aceptó, mientras más rápido acabara podrían retomar sus actividades usuales. No le gustaba que ella se distrajera del entrenamiento y mucho menos disfrutaba verse distraído, porque la verdad era que no le estaba costando mucho perder su objetivo cuando estaba en compañía de Abby.
Entraron a la fuente de soda que ella había visto sin detenerse en el auto para dejar las compras. Una esquina del lugar estaba llena de adolescentes ruidosos disfrutando su fin de semana y las sillas de la barra tenían algunos hombres de diversas edades leyendo el periódico o tomando un café de media mañana. Se sentaron en una mesa en la esquina contraria a los jóvenes y esperaron a que los atendieran, si iban a usar el local tenían que pedir algo.
―¿Te trae recuerdos? ―preguntó él luego de que la mesera les dejara las dos tazas de café que ordenaron.
―Sólo fue un mes ―replicó ella de inmediato, escribiendo la tarjeta para su tío―. Ya pensaba irme y dejar ese horrible trabajo cuando tú llegaste.
―Pero antes también lo tuviste ―continuó, sonriéndole.
―Mi familia me ayudaba a pagar los costos de la universidad, pero tampoco iba a pedirles que me mantuvieran por completo ―explicó antes de soltar un suspiro―. Y al final estudié para acabar sin trabajo… Seguro que la mitad de los que se graduaron conmigo ya están trabajando en donde querían.
Erik la observó por unos momentos en silencio. Hasta que la conoció nunca se sentó a pensar cómo era la vida de una mujer en una universidad estudiando algo relacionado a las ciencias. Aunque no lo decía, le parecía sumamente interesante y destacable que haya terminado la carrera e incluso se animara a hacer una tesis viajando en compañía de gente que no la quería cerca, a un país que no conocía, con una lengua que no manejaba.
La conoció en un punto bajo, con las puertas cerradas luego de la ilusión de haber logrado triunfar, pero aun así su estado de ánimo no era en absoluto el de alguien que estuviera por los suelos. Abby era resistente, eso se lo tenía que conceder e incluso lo notaba cuando usaba sus poderes contra ella, quizás físicamente no destacaba demasiado, pero mentalmente podía manejar la frustración bastante bien aunque se fastidiaba con relativa facilidad. Pero le costaba imaginarla como una sobreviviente en un ambiente hostil del tipo que él tuvo que vivir, era demasiado inocente y veía el mundo a través de un cristal brillante a pesar de la discriminación que recibió y seguramente seguiría recibiendo si trataba de buscar trabajo en lo que estudió. Esa idea le causaba malestar, ya que mientras más lo pensaba, más se convencía que los mutantes seguirían la misma suerte que su gente durante la Segunda Guerra.
―¿Qué piensas? ―preguntó Abby, captando su atención―. Hay veces que parece que estuvieras muy lejos.
―Nada en especial ―respondió posando la mirada directamente sobre ella―. Mencionaste que habías llevado economía doméstica, no imaginaba que esa sería tu primera opción como crédito extra para después de clases.
―Y en el verano ―agregó con fastidio―. No lo escogí yo. Cuando se enteraron en el colegio que pensaba estudiar geología casi les da un ataque, creo que pensaban que hacerme llevar horas y horas de cocina y tejido iba a "curarme" ―explicó riendo un poco―. Estoy casi segura de que creían que no sabía cocinar y por eso iba a cometer la tontería de seguir estudiando, crecí en una zona con poca población, cualquier cosa que saliera de lo común les servía como escándalo.
―Por lo que veo no sirvió de mucho ―intervino Erik con una media sonrisa.
―En realidad aprendí mucho. Recuerdo el último día de clases la profesora se acercó orgullosa diciendo que ahora no tendría problemas en mantener un hogar y que no necesitaba ir a estudiar, casi se muere cuando le dije que igual pensaba hacerlo ―Abby no pudo evitar reír al recordar la cara de la mujer, era como si hubiese fallado en su propósito de vida―. Tuve suerte que en casa les parecía gracioso que un montón de extraños se preocuparan tanto por mi futuro. Mi mamá fue la que me recomendó que no tratara de evitar las clases, al final yo haría lo que quisiera y con eso al menos los mantenía a la raya pensando que el problema estaba solucionado. Además, aprendí a cocinar muy bien, no me puedo quejar demasiado.
A él le costaba imaginar un ambiente hogareño que sonaba tan acogedor y abierto como el de Abby. Su familia había sido unida, pero el mundo alrededor nunca les permitió gozar de los pocos momentos felices, siempre había algo que los arruinaba.
―¿Puedo preguntarte algo que es un poco indiscreto? ―soltó Abby luego de meditarlo unos instantes, Erik sólo levantó una ceja con curiosidad como respuesta―. Cómo has conseguido viajar y seguir pagando tus gastos cuando parece que no trabajaras ―soltó y casi de inmediato comenzó a tamborilear los dedos contra la taza que tenía en sus manos.
―Es cierto que no trabajo ―admitió él, observando lo nerviosa que se había puesto―. Quizás simplemente no lo necesito.
―¿Herencias? ―se atrevió a indagar ella, sólo para conseguir que Erik se inclinara hacia el frente mirándola intensamente con un aire de malicia.
―¿Interesada? ―preguntó sonriéndole. Su dinero provenía de fuentes manchadas con sangre, de alguna manera eran una herencia de su gente, pero no pensaba darle siquiera una pista sobre eso―. No te imaginé como una caza fortunas.
―¡No! ―aseguró ella espantada―. No es eso, es sólo curiosidad, nada más ―aseveró, viendo como él reía un poco.
El sonido de un vaso rompiéndose seguido de unos gritos hizo que la atención de ambos se desviara hacia la zona en la que los jóvenes estaban reunidos. Dos de ellos habían comenzado a pelear y segundos después los otros los siguieron entre los gritos de las muchachas que pedían que se separaran. Abby se puso de pie y logró dar un par de pasos antes de que Erik la tomara por la muñeca y la detuviera.
―¿Qué planeas hacer? ―cuestionó él en voz baja y con la mirada atenta.
―No sé, pero…
―Vas a llamar la atención por gusto ―intervino severamente, dejando el dinero de los cafés en la mesa y jalándola para salir del local―. No van a matarse y no es nuestro problema ―agregó, en sus años tras la pista de Shaw y los previos a llegar al campo de concentración, había aprendido que no era bueno hacerse notar a menos que estuvieras dispuesto a llegar hasta el final y dudaba que Abby pudiera separar a esos muchachos sin usar sus poderes. No, no valía la pena, existía la posibilidad que la CIA o el grupo que robó información sobre la localización de mutantes volviera su atención a ellos si ocurría algún evento inusual.
No soltó a Abby hasta llegar al automóvil, obligándola a caminar a su paso que en ese momento era bastante acelerado. Ahí le pidió las llaves para meter las compras en la cajuela y luego avanzó hasta la puerta del piloto, él pensaba conducir.
―Erik, sólo era una pelea de adolecentes, estás exagerando ―habló momentos después, a veces simplemente no lo comprendía. ¿Qué de malo tenía tratar de separarlos? No eran pandilleros, ni tenían armas que los hicieran peligrosos, al menos no que ella hubiera notado.
―Hay que regresar ―dijo él a modo de respuesta y notó como ella sólo soltó un suspiro y se subió al asiento del copiloto.
―Pero necesito mandar esta tarjeta antes ―pidió con una pequeña sonrisa tímida, como si estuviera tratando de ver en qué estado de ánimo se encontraba en ese momento preciso.
Erik sólo asintió, podían pasar por una oficina de correo de camino.
Con la mirada al frente, atento en la ruta, meditó sobre lo rápido que las cosas podían cambiar. En un momento estaba disfrutando una mañana tranquila y al otro todo se desplomaba. Había cosas que sencillamente le costaban controlar, exageró la situación, pero prefería moverse en el lado seguro. Abby no lo comprendería, ella no sabía lo que era tener miedo o sentir la muerte respirando sobre tu hombro todos los días.
Notas de autora: Dado que todos sabemos cómo termina la película, necesitaba darles algo de tiempo juntos a solas para que se conozcan un poco más y como quería algo sencillo esto es lo que salió. White Plains no es el lugar más cercano a la mansión de Charles, pero dentro de lo que pude investigar es la única ciudad de tamaño considerable en la zona durante la década de 1960. Es completamente posible que algún pueblo más cercano haya estado presente en la época y con una tienda suficientemente grande como para que una persona que no fuera local pudiera llegar, pero esto es lo máximo que pude averiguar.
Abby es bastante abierta con su vida, no hay mayores secretos. Erik por otro lado no va a soltar su historia y la verdad es que aunque quisiera no es el tipo de tema para hablarlo en cualquier lugar y momento.
