Peace could be an option
Capítulo 13
Esa mañana Erik se despertó más tarde de lo que acostumbraba y notó a la dueña de una alborotada cabellera oscura durmiendo profundamente a su costado. Era el tercer día que amanecía en compañía de Abby, aunque las otras noches sólo habían dormido juntos. Dirigió lentamente una de sus manos hacia el hombro descubierto de ella y comenzó a acariciar la piel expuesta en espera de que se despertara.
No tenía prisa por abandonar la comodidad de la habitación, la sensación cálida que despedía el cuerpo de su acompañante era agradable y temía que la tranquilidad del momento desapareciera cuando ella abriera los ojos. Para él la relación era clara, pero era consciente que miraban muy distinto un aspecto importante: dudaba que pudiera convencerla de que ellos eran superiores y que el futuro les pertenecía. Eso pondría una gran traba para poder mantenerse juntos a largo plazo.
Abby se movió un poco en su lugar y se acercó aún más al cuerpo de Erik, entrelazando sus piernas con las de él. Acababa de despertarse, pero estaba demasiado cómoda como para siquiera pensar en salir de la cama.
―¿Vas a seguir durmiendo? ―preguntó él con humor.
―Estoy cómoda ―respondió adormecida cubriendo su rostro con la sábana.
―Tenemos cosas que hacer.
―¿Ahora? ―preguntó con pesar.
―No, aún tenemos tiempo ―admitió sonriendo de lado al ver como ella se destapaba un poco y abría uno de sus ojos para observarlo.
Pasaron unos minutos más en silencio, sin que ninguno de los dos hiciera algún movimiento brusco que los obligara a empezar el día. Pero la risa estridente de una mujer pasando fuera de la habitación rompió el encanto del momento y los regresó a la realidad.
―¿Ahora qué? ―preguntó ella de improvisto sin dirigirle la mirada, tratando aún de acurrucarse a su lado en una acción desesperada por recuperar la tranquilidad anterior.
Erik pensó en explicarle sus planes, pero algo dentro de él le dijo que no se refería exactamente al itinerario para el día. Sabía que en algún momento tendrían que hablar, más aún luego de esa noche, sin embargo aunque siempre tuvo facilidad de palabra, ciertos temas eran complicados de tratar.
―Seguimos juntos ―se animó a decir. Aunque no creyera en un orden ideal de hacer las cosas, habían motivos por los que era mejor dejar claro el estado de una relación antes de tener sexo, más cuando no se trataba de algo de una noche. Era incómodo tener que subsanar ciertos espacios vacios luego de haber avanzado tanto por el lado físico.
―¿Por cuánto? ―preguntó Abby sin mucha seguridad en su voz. Si bien quería quedarse con Erik, no tenía intenciones de integrarse a un grupo como el que él estaba formando.
―Por el tiempo que quieras ―respondió con honestidad. En ese momento al menos no quería apartarla de su lado, pero tampoco iba a obligarla a quedarse, podía seguir tratando de convencerla de ver las cosas como él lo hacía y avanzar juntos por ese camino, nada más que eso. No había forma de predecir qué sucedería, su mismo grupo aún no era definitivo, por lo que no valía la pena atormentarse.
Abby levantó la mirada y fijó sus ojos sobre los de él. Tenía muchas cosas que quería preguntarle, dudas que sentía quizás podrían desaparecer si ahondaran más en la conversación, pero también sabía que era un terreno peligroso, así como podía encontrar lo que buscaba también podía provocar una ruptura prematura e innecesaria.
―Iré a alistarme ―anunció él cuando sintió que no iban a hablar más―. Tenemos un día largo por delante ―agregó ante la mirada curiosa de la mujer.
Erik le dio un suave beso en los labios y luego se puso de pie. Sin compañero de cama Abby se extendió a lo ancho del espacioso colchón, observando como él buscaba algo de ropa para usar ese día antes de entrar a bañarse. Su mente divagó por unos instantes y recordó algo importante que desconsideradamente había dejado de lado.
―¿Crees que pueda llamar a casa? Deben de estar muy preocupados por mí luego de lo de Cuba aunque sabían que estaba en Nueva York.
―¿Me estás pidiendo permiso? ―bromeó Erik ante el pedido y ella resopló antes de replicarle.
―Claro que no, pero no tengo idea si vaya a arruinar algún protocolo extraño que tengas sobre contactar personas ―soltó ofendida ante la pregunta.
―Llama ―asintió sonriendo―. Sólo no des muchos detalles―explicó previo a cerrar la puerta del baño detrás de él.
Con algo de pereza rodó sobre la cama hasta llegar a la mesa de noche donde reposaba el teléfono. Marcó los números para llamar a casa y esperó mirando el techo, escuchando el tono de marcado.
―Hola ―saludó cuando sintió la voz de su madre contestando para luego alejar el auricular de su oreja al sentir los gritos de ella―. Lo siento ―se disculpó, su familia había estado sumamente preocupada por los eventos de Cuba y aunque avisó semanas antes que estaba en Nueva York querían saber que estaba bien―. Ahora estoy en Nevada, la verdad casi no me enteré del problema con los soviéticos, estaba en la carretera ―mintió lo mejor que pudo para tratar de justificarse―. Sigo con más trabajo, pero sí voy a ir ―aseguró, mirando la puerta que dirigía al cuarto de baño―. ¿Queda sitio no? ―indagó, sabía que la familia de su madre había comentado que irían por Acción de Gracias y aunque su casa era grande quería cerciorarse que aún hubiera espacio―. Sí, quiero llevar a alguien, pero no creo que te lo pueda asegurar hasta ese mismo día ―explicó, tratando de evitar responder la ronda de preguntas que siguió sobre el posible invitado, Erik parecía apreciar mucho el pasar desapercibido a menos que la situación requiriera lo contrario y sabía que si le decía algo a su madre no iba a guardárselo.
Luego de asegurar en múltiples ocasiones que se encontraba bien y disculparse nuevamente por haber provocado que se preocuparan, cortó la llamada. Dejó de escuchar el sonido de la ducha y comenzó a tratar de pensar cómo podía decirle a Erik que la acompañara para Acción de Gracias, ya le había extendido una invitación antes, pero las circunstancias actuales eran completamente diferentes. Él no era americano, por lo que la celebración no le debía importar, pero imaginarlo solo en la fecha la ponía triste. Además lo último que quería era separarse de él, más aún cuando recordaba a los mutantes que estuvieron con Shaw.
Cuando el alemán abandonó el baño, ella se apresuró a entrar para alistarse y rogó no encontrarse con algún atuendo nuevo cuando terminara.
Erik colocó sobre la mesa los papeles que Abby consiguió el día anterior y comenzó a revisarlos nuevamente. Aún no había hecho contacto directo con nadie, pero su mente ya había comenzado a armar un par de escenarios y quería repasarlos con los documentos que tenía a la mano. Su primer objetivo era Anderson, lo conocía de nombre gracias a que se dedicaba a blanquear dinero y varios de sus clientes habían formado parte del desaparecido partido Nazi. Las probabilidades de que estuviera relacionado a Shaw eran altas y seguramente debía de haber conocido a los asociados del hombre, sobre todo a Frost ya que parecía que ella era la que más se dedicaba a llevar control de los negocios según Azazel. También tenía conocimiento de que los dueños de hoteles y casinos pagaban ciertas cuotas a las mafias italianas para mantener sus negocios asegurados, todo lo que restaba era averiguar quién le brindó ese servicio a Shaw.
Con las ideas en mente esperó a que Abby terminara de arreglarse; desayunarían y luego se dirigirían a los campos de golf. Ella sólo tendría que aparentar interés en lo que sea que las otras mujeres comenzaran a hablarle mientras él trabajaba en formar un vínculo con algún grupo para poder acceder al casino de manera mucho más inadvertida que yendo en solitario.
. .
Desayunaron algo ligero y rápidamente se dirigieron a los campos de golf. Eran cerca de las diez de la mañana y un grupo de parejas se estaba alistando para jugar, por los diferentes atuendos Erik estaba seguro de que no habían decidido ir de vacaciones juntos, sino que se conocieron en el lugar unos días antes. Sintió como Abby se tensó cuando comenzaron a avanzar en dirección a las personas, seguramente ya tenía una idea de qué iban a tener que hacer.
―Puedes usar tu nombre ―explicó él, sintiéndose un poco mal al no haberla preparado un poco más para el momento, pero con curiosidad de ver qué tan bien podía manejar la situación―, pero como apellido utiliza Eisenhardt, no vayas a mencionar el tuyo o el mío ―advirtió, eso era lo único que necesitaba asegurarse―. Tenemos seis meses de casados y vivimos en Boston.
Abby quería golpearlo en ese momento, ¿cómo se le ocurría decirle esas cosas cuando estaban a un par de metros de esas personas? Podía recordar el apellido sin problemas, pero saber que de alguna forma se estaban ocultando la ponía nerviosa. ¿Hasta qué punto podía hablar? ¿Qué pasaba si notaban algo extraño? Sabía muy bien cómo iban a suceder las cosas, ella se quedaría con las esposas y él se iría a jugar con los hombres, no iba a poder apoyarla.
―¿Tienen espacio para uno más? ―preguntó Erik con una carismática sonrisa luego de rodear con su brazo la cintura de Abby.
El grupo los examinó rápidamente con la mirada, eso no era inusual, en medio de una época de cambios sociales algunas personas se aferraban a lo que creían eran mejores tiempos. Pero no les tomó más de un instante para darles la bienvenida; una pareja joven, de piel clara y que al menos debían de tener algo de solvencia económica para estar ahí encajaba perfectamente con ellos.
Las presentaciones no tomaron mucho y una avalancha de nombres comenzaron a fluir en la cabeza de Abby que en vano trató de recordarlos todos. Erik por su lado había cultivado un talento para recordar nombres y asociarlos con rostros gracias a los años siguiendo pistas sobre el paradero de Shaw por lo que se sentía confiado.
Casi como si se tratara de una regla tácita, las mujeres invitaron a Abby para que las acompañara a sentarse en las mesas con sombrillas en la entrada de los campos de golf para permitir que los hombres avanzaran a buen ritmo. Como pudo ella sonrió y aceptó, estaba segura de que ninguno de sus esposos le podría seguir el paso después de media hora de caminata aunque el Caddy les cargara los palos de golf.
Erik se retiró con el resto de hombres e imitándolos no le dedicó ni una mirada de despedida a su supuesta esposa. No habían empezado a jugar y el grupo ya estaba hablando de política y del impacto del incidente en Cuba sobre sus acciones en la bolsa, no podía ser más perfecto para él, sólo necesitaba guiar la conversación, estaba seguro que alguno de ellos tenía información útil.
―Va a regresar, no te preocupes, Abigail ―comentó riendo una de las cuatro mujeres que ahora le hacían compañía, Norma era su nombre si Abby no se estaba confundiendo―. ¿Cuánto tiempo llevan de casados?
―Seis meses ―respondió, recordando lo que Erik le había dicho.
―¡Qué suerte tienes! ―exclamo Beverly de inmediato, jugando con sus pesados aretes de oro―. Ni un año de casados y ya está sacándote de viaje.
―¿A qué se dedica? ―indagó con curiosidad Amanda, una mujer de cabello rubio platinado muy llamativo.
―Tiene unos negocios que heredó ―respondió Abby tratando de no sonar nerviosa, Erik no le había dicho qué debía responder a eso―. La verdad yo no me inmiscuyo en su trabajo ―añadió sin darle mayor importancia.
―Mejor así querida ―asintió la mujer con tono aprobatorio―. Yo conocí a mi esposo en la compañía que él trabajaba y tontamente traté de seguir como secretaria luego de casarnos. No sé qué estaba pensando, arruiné los mejores momentos del matrimonio y ahora con los niños no hay forma de recuperarlos.
Abby asintió como el resto del grupo, pero su mente estaba trabajando al máximo buscando una excusa creíble para escaparse de ahí. Llevaba mucho tiempo sin sentirse tan fuera de lugar, incluso con los idiotas que estudió tenía más en común. Un joven mozo llegó y repartió varias bebidas coloridas decoradas con frutas y sombrillas pequeñas a cada una.
―¿Qué crema usas para la piel? ―La pregunta la obligó a Abby a volver a centrar su atención en las mujeres que la acompañaban.
―Ninguna, pero no suelo exponerme mucho al sol.
―Deberías usar la crema fría de Ponds, quizás ahora que estás joven te veas bien, pero vas a querer mantenerte así ahora que estás casada ―aconsejó Beverly con rapidez al escuchar la respuesta.
―Sino en unos años vas a estar peleando por mantener la atención de tu marido ―completó Carol, la que parecía ser la mayor con una sonrisa amarga, aunque no debía de pasar de los cuarenta―. Las Vegas se ha vuelto el lugar de vacaciones favorito de mi esposo, todo por culpa de esa perra blanca del Hellfire Club.
Al escuchar el nombre del club de Shaw, Abby casi se atraganta con su bebida. Erik debía estar ahí escuchando, ella no tenía idea de qué era exactamente lo que estaba buscando sobre Emma Frost.
―Querida, es Reina Blanca ―corrigió con sorna Norma antes de soltar una carcajada―. Debe de venir de un reino muy pobre porque casi no le alcanza para comprase ropa.
―¿Quién? ―se atrevió a preguntar Abby.
―¿No has escuchado de ella? No me sorprende, hace un tiempo que no se le ve por suerte ―respondió Amanda con cierto desdén―. Es la asociada de Sebastian, el dueño del club ―explicó mencionando con familiaridad al mutante―. No tengo idea cómo sucedió, un hombre con tanta clase como él, acompañado de esa trepadora.
―Antes estaba en compañía de Vinny Lavecchia, al menos ahí creo que su posición era más clara y con sentido ―intervino Norma, al parecer muy interesada en el tópico de conversación.
―Yo creo que ella lo mató y Sebastian le tuvo lástima. Antes siempre acompañaba a ese mafioso desagradable, es obvio que quiso mejorar y no se le ocurrió mejor idea que arrimarse a los brazos de un hombre con verdadero poder y dinero ―agregó Amanda con mucha certeza en sus palabras.
―Cambiando a un tema menos desagradable, escuché entre el personal de limpieza que atendía mi habitación que siguen los avistamientos extraños en la construcción ―intervino Carol bajando un poco la voz.
―Mí esposo me dijo que vio luces en uno de los pisos altos la otra noche cuando regresó del Golden Nugget―agregó Amanda, sumándose a la conversación para desencanto de Norma que parecía gozar con los rumores que hablaban mal de otros.
―Mañana es Halloween ―tarareó con emoción Beverly―. Podríamos reunirnos para una sesión espiritista luego de la fiesta quizás, sería emocionante.
Las mujeres se entusiasmaron ante la idea y comenzaron a compartir relatos de sucesos extraños que les habían ocurrido. Por su lado Abby no comprendía cómo podían haber cambiado tan radicalmente de tema y no sabía qué hacer para que siguieran conversando sobre Frost o Shaw sin dejar ver un obvio interés. Con su mayor esfuerzo comenzó a repetir en su cabeza el nombre del mafioso y detalles que le ayudaran a recordar cuando regresara con Erik.
. .
Casi tres horas después finalizó el juego de golf. Erik no era exactamente muy hábil, pero se las arregló para que sus acompañantes tuvieran una partida complicada que degeneró en quejas contra el Caddy y el supuesto horrendo trabajo que estaba haciendo. Pese a esto consiguió su propósito, que lo invitaran a reunirse en la noche en el casino con ellos y le presentaran algunos conocidos que seguramente estarían interesados en hacer negocios con él. A veces se sorprendía de lo sencillo que era inventar una historia creíble sin mencionar exactamente a qué negocios se dedicaba.
Cuando regresó con Abby notó lo ansiosa que la mujer se veía, parecía que quería salir corriendo y abandonar a las mujeres que la acompañaban. Eso le extrañó, sabía que seguramente se aburriría, pero no esperaba que lo recibiera con una mirada casi de desesperación.
―¿Tan malas son? ―preguntó luego de que se alejaran un poco.
―¿Qué? No, estaban hablando de Frost―respondió de inmediato y Erik se frenó en seco en su lugar.
―¿Qué dijeron? ―exigió de forma automática, tomándola de la mano y avanzando a grandes zancadas hacia la habitación.
―Sólo fue un momento ―dijo Abby, casi corriendo para poder seguirle el paso―. Mencionaron a Vinny Lavecchia, un mafioso o algo así, Frost estuvo con él antes ―explicó, con problemas para mencionar el apellido italiano.
Entraron a la habitación y Erik cerró la puerta de golpe; pese a que Shaw estaba muerto la mención de Emma le generaba cierto grado de ansiedad que no esperaba cuando decidió investigar. Notó a Abby inquieta ante su actitud, pero ella simplemente comenzó a narrarle lo que las mujeres habían estado comentando entre sus chismes. Escuchó con atención, no pensó conseguir algo así de manera tan sencilla, era un golpe de suerte, Lavecchia debía haber tratado de imponer sus servicios de protección y obviamente acabó mal.
―¿Quién era la que parecía conocer a Shaw? ―pregunto Erik tras meditar unos segundos.
―Amanda, la rubia, aunque creo que todas sabían de Frost.
―Es la esposa del hombre que me insinuó más que podía presentarme un asociado interesante ―explicó él meditando un poco los hechos. Sin haber trabajado mucho tenía ya un nombre exacto, no importaba que estuviera muerto.
―¿Qué vas a hacer? ―se animó a preguntar Abby cuando vio que Erik comenzaba a relajarse.
―Vamos a ir al casino en la noche, sólo que ahora tengo una idea más clara de qué buscar.
―¿Tengo que ir? Juro que regreso al cuarto si me vuelves a dejar con ellas ―amenazó de inmediato, visiblemente incómoda por lo que podía tocarle―. Quieren reunirse a hacer una sesión espiritista en la torre a medio construir, dicen que hay fantasmas.
―¿En serio? ―indagó con curiosidad.
―¿No crees en esas cosas, no?
―No, pero muchas veces los supuestos fantasmas son personas ocultándose de ojos curiosos ―explicó. Alguna vez las actividades de su familia cuando huían fueron atribuidas a sucesos sobrenaturales―. Las noticias que me mostraste mencionaban que habían estado ocurriendo incidentes en zonas de construcción, puede que sea algún hermano mutante.
―O un criminal ocultando cuerpos en el cemento ―agregó ella con un ligero escalofrío, la mafia italiana había sido muy famosa en los años treinta.
―Creo que has visto demasiadas películas ―opinó Erik ante el comentario, aunque era cierto que podía tratarse también de algún negocio turbio.
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En la noche, Erik llegó junto con Abby a la entrada del casino del hotel reuniéndose de inmediato con el grupo de la mañana que los recibió con mucho más entusiasmo al verlos tan bien arreglados. Él llevaba un traje negro impecable abierto que dejaba ver el chaleco del mismo color y permitía que el contraste con el rojo oscuro de su corbata distrajera la atención de su rostro. Su no muy entusiasmada acompañante lucía un nuevo vestido de color negro con dorado opaco que marcaba su silueta mucho más que la ropa que utilizó la noche anterior.
―¿Segura que no tienes frío? ―preguntó Erik cuando comenzaron a ingresar luego de intercambiar saludos, el vestido dejaba los brazos descubiertos y dudaba que unas medias de nylon hasta el muslo fueran suficiente para mantener el calor de la piel expuesta debajo de las rodillas.
―Sí, no hace tanto frío y seguro que adentro va a volverse un horno ―aseguró ella con cierto pesar―. El casino no tiene ventanas y hay mucha gente.
El lugar realmente estaba aislado del mundo exterior, cuando las puertas se abrieron para dejarlos entrar lo primero que sintieron fue un fuerte barullo debido a la gran cantidad de personas. Las paredes no presentaban ningún tipo de escape, nada que permitiera que los apostadores pudieran discernir el paso de las horas y los distrajera de sus juegos. Entre las múltiples mesas con diversos juegos y las máquinas tragamonedas, se paseaban alegres jovencitas llevando bebidas y algunos bocadillos con mucha habilidad.
Casi de inmediato el animado grupo decidió que debían probar suerte con la ruleta y Erik se sumó a la idea, ese era un juego que podía controlar a su favor con facilidad. Abby no se quejó, en ese momento no le importaba si él usaba sus poderes para hacer trampa, porque aunque nunca había pisado un casino tenía una idea de qué trataba, lo único que pedía era no ser abandonada nuevamente con el grupo de féminas comandado por Amanda.
Las horas pasaron y Abby comenzó a notar cierto grado de fastidio en Erik. Sus compañeros de juego habían comenzado a beber de más, pero aún no estaban suficientemente mal como para preguntarles directamente y la forma sutil de guiar la conversación no estaba haciendo mucho efecto. Al parecer, al señor Eisenhardt no le agradaba mucho tener que mantener la fachada agradable con esa gente y ya estaba comenzando a dejar que se notara. Pero había algo más, podía notar cómo la mirada del alemán se desviaba por momentos al techo del local donde reposaba una no muy agradable nube de humo producida por los incontables cigarrillos y puros que estaban siendo consumidos, eso parecía mantenerlo sumamente tenso. Le pareció curioso dado que aunque no fumaba al ritmo de sus acompañantes, no había rechazado el ofrecimiento de unirse al ritual social con ellos.
Fue en ese momento, cuando comenzó a retornar su atención a la mesa de juego, que notó una rubia muy guapa vestida de blanco y su cerebro comenzó a trabajar. Sabía que no se trataba de Frost y era obvio que su ropa no la distinguiría como una perra para los estándares de la época, pero podría servir. Erik no iba a retirarse hasta que consiguiera algo y por su expresión cada vez más seria Abby ya estaba comenzando a preocuparse de que algún objeto metálico saliera volando por ahí.
Se alejó un poco de Erik y aunque él lo notó no la detuvo. Avanzó unos pasos alrededor de la mesa con la ruleta y llegó hasta donde Amanda.
―¿Es ella? ―preguntó Abby, señalando con falso disimulo a la rubia que había notado.
―¿Quién? ―cuestionó Amanda confundida sin reconocer a la mujer.
―La Reina Blanca.
Amanda soltó una risa sonora y negó con la cabeza. Casi de inmediato Erik levantó una ceja con curiosidad, no sabía de qué estaban hablando, pero sí notó a la mujer que parecía ser la víctima del chisme.
―No querida, créeme la Reina Blanca resalta aún más ―aseguró sonriendo ampliamente.
Erik notó de inmediato como el apelativo de Frost captó la atención de toda la mesa de juegos, no sólo de sus acompañantes. Aguantó el deseo de sonreírle a Abby, no podía perder tiempo, necesitaba aprovechar la persona que ahora estaba en el pensamiento de los hombres presentes.
―¿Emma, no? ―preguntó él tratando de no sonar demasiado interesado.
―¿Has escuchado de ella? ―replicó uno de sus acompañantes que inmediatamente fue interrumpido por otro.
―¡Claro que tiene que haber escuchado, tendría que ser mujer para no conocerla! ―rió el hombre, notablemente borracho para desencanto de su mujer que aún estaba a su lado.
―Es una lástima que no esté en la ciudad, hace que los casinos sean más agradables, ahora sin ella el Hellfire club perdió su atractivo.
―El club tiene sus años ―mencionó Erik recordando la fecha de inauguración del local de Shaw según los archivos de la ciudad―. Eso también le da algo de atractivo.
―Claro, pero su adición fue lo que lo volvió un local tan famoso.
―Eso y que el maleante de Vinny se hizo humo junto con su gorila de seguridad ―acotó un jugador que no había llegado con el grupo.
―¿Te preocupaba el guardaespaldas de Lavecchia? ―cuestionó casi con espanto el esposo de Amanda―. Uno de los guardaespaldas de Sebastian parecía un diablo soviético. ¡Lo juro! ―agregó causando la risa general de la mesa.
Abby retornó al lado de Erik cuando se hizo la mención sobre Azazel, justo a tiempo para que notaran a un grupo de tres hombres bastante fornidos sentarse en las cercanías, sumamente interesados en la conversación. Erik los reconoció como los hombres que vio en el espectáculo del restaurante lanzando miradas desagradables a las trillizas.
―Caballeros ―intervino un hombre de mediana edad, Jeremy Anderson, siendo recibido calurosamente por el esposo de Amanda―. ¿Noche agradable no?
Erik asintió, el que el blanqueador de dinero de muchos Nazi apareciera justo cuando se hacía mención del Hellfire Club sólo confirmaba que efectivamente algún tipo de vínculo tenían. Se maldijo mentalmente por nunca haber ido detrás de su pista, quizás así Shaw hubiese muerto un par de años antes, pero eso ya no tenía importancia, las cosas habían evolucionado bien pese a todo, ahora sólo quería indagar sobre los asociados del difunto Nazi y conocer más sobre su relación.
―Sí, aunque por lo que me dicen falta una mujer especial en la ciudad ―comentó Erik posando su atención en Anderson.
―Claro, Emma ―asintió el hombre sonriendo―. No creo que la veamos por un tiempo lamentablemente. Pero yo en tu lugar no me desanimaría mucho, la señorita Frost siempre fue una especie de adorno bonito, primero de Lavecchia y luego de Sebastian, no hay mucho más que decir de ella.
―Excepto que mejoró de estatus ―intervino Amanda con malicia, riendo un poco.
―Eso es correcto, Sebastian parecía apreciarla más, aunque Lavecchia la consideraba su ángel de la suerte, alguna vez me comentó que era una mujer muy especial ―agregó Anderson encogiéndose de hombros―. He escuchado que está interesado en ciertos negocios señor Eisenhardt, quizás mañana podríamos conversar un poco ―ofreció con tranquilidad, pero sus ojos dejaban ver mucha expectativa.
Erik aceptó, estaba seguro de que ya estaba enterado de la muerte de Shaw y necesitaba expandir sus redes si deseaba mantenerse en el negocio.
La noche continuó entre apuestas y alcohol, pero la atención de Erik se desvió al grupo de llamativos hombres de apariencia poco amistosa que se instalaron cerca a ellos cuando comenzaron a hablar sobre Shaw. En el fondo del casino un joven de apariencia un tanto particular y movimientos torpes llamó la atención de los hombres y sólo cruzando miradas se pusieron de pie, saliendo del local. A los pocos minutos de que estos abandonaron rápidamente el casino, Erik los imitó, se disculpó con sus compañeros de juegos y se retiró en compañía de una cansada, pero aliviada Abby que no veía las horas de librarse de la compañía que tenían.
―Vamos al cuarto rápido ―indicó Erik con cierta urgencia.
―¿Por qué? ―preguntó Abby, notando que la noche no había terminado aún para ellos.
―Los hombres del casino que parecen matones están siguiendo algo ―explicó él mientras abría la puerta de la habitación y se cambiaba con velocidad a algo más cómodo―. Había un muchacho que desentonaba con el personal del hotel que les llamó mucho la atención.
―¿Vas a seguirlos? Ni siquiera sabes a dónde se fueron ―se quejó al escucharlo.
―Sí lo sé ―aseguró con confianza y una sonrisa un tanto maliciosa ―. La construcción del hotel. Creo que esta noche veré si hay algún mutante o sólo criminales escondiéndose ahí.
Notas de autora: Un mes sin actualizar, eso para mí es un espanto, más considerando que di una fecha tentativa mucho menor. Mil disculpas por ello, pero ha sido un mes de locos con la mudanza y cambio de país. Conseguí internet hace una semana, pero el único mueble que tengo es la cama, el resto me lo traen mañana (La cama la traje junto con mi esposo por la calle en un carrito de esos que usan para carga dentro de los centros comerciales, toda una experiencia) No he estado muy cómoda para escribir y mi esposo que es mi beta ya no tiene tanta disponibilidad de tiempo.
El siguiente capítulo es más corto y con algo de acción así que pese a que no debería decirlo lo haré, publicaré el 28 de Agosto y ahí les diré si seguiré actualizando semanalmente o aún necesito un poco más de tiempo para retomar el ritmo de escritura.
Espero les haya gustado el capítulo y realmente quisiera saber si siguen leyendo, un mes de ausencia no es algo corto. Sé que tengo lectores fantasmas, pero si pudieran sería agradable leerlos ahora que he regresado, me siento un poco solita en un país nuevo y lo bueno de la internet es que cuando te conectas es algo que no cambia no importa desde dónde estés.
